Introducción
El arte de la guerra es, sin ninguna duda, el tratado de estrategia más famoso de todos los tiempos; a sus enseñanzas se atribuyen, por ejemplo, las sorprendentes victorias japonesas en la guerra contra Rusia de 1906 y, llegando a nuestros días, sigue estudiándose en academias militares como West Point junto con el clásico occidental De la guerra, del prusiano Carl von Clausewitz. Fue la obra favorita de Mao Zedong, quien repetía entusiasmado una de sus máximas: «Quien conoce al enemigo y se conoce a sí mismo no será vencido en cien batallas». También se dice que Napoleón Bonaparte leyó el tratado, si bien parece algo improbable, a pesar de que ya existía entonces una traducción al francés realizada por el padre Amiot. Lo que sí es seguro es que Donald Trump, a pesar de aparentar carecer de una estrategia definida, ha empleado muchos de sus métodos e, incluso, ha intentado imitarlo en su libro El arte de la negociación. No en vano, uno de sus mayores críticos, Michael Moore, lo ha llamado «genio malvado» capaz de engañar a todos.
Lo más asombroso, sin embargo, no es la fama que El arte de la guerra ha mantenido durante más de dos mil años entre los militares y estrategas chinos, sino la que ha logrado en todo tipo de terrenos, algunos muy alejados del campo de batalla. El libro de Sun Tzu, en efecto, se ha convertido en un bestseller universal desde hace más de medio siglo. Se estudia en las empresas de marketing y publicidad, en los seminarios de coaching, en las grandes compañías de tecnología de Silicon Valley (Steve Jobs era otro de sus grandes lectores), en los centros donde se decide la política mundial y en el movedizo terreno de las guerras cibernéticas, las fake news y la posverdad. Por si esto fuera poco, se han aplicado sus métodos al mundo de la seducción y al arte del sexo, a la escritura de guiones para películas de Hollywood, a las artes marciales —ya antes de que Bruce Lee hiciera famosa su metáfora del agua «Be water, my friend»— y al deporte de alta competición. Fernando Alonso reconoce que es su libro favorito, y entrenadores de fútbol y baloncesto han aplicado sus consejos para lograr anillos de la NBA o campeonatos del mundo, como Scolari, entrenador de Brasil. ¿Es justa esta fama y son correctas estas aplicaciones de El arte de la guerra a todo tipo de actividades?
Aunque los más puristas opinan que este tipo de interpretaciones no tienen nada que ver con El arte de la guerra de Sun Tzu y deploran la vulgarización del libro que han llevado a cabo Occidente y el capitalismo global, lo cierto es que la obra ya traspasó su ámbito de influencia inicial —es decir, la guerra— en la propia China. Fue precisamente allí donde se empezó a emplear en terrenos como el sexo —donde el varón era el estratega y la mujer, el enemigo—, en la política cortesana o, incluso, en la medicina. En definitiva, El arte de la guerra ha sido siempre un libro capaz de recibir todo tipo de interpretaciones y trasposiciones, en gran medida gracias a lo sugerente de muchas de sus sentencias y a la profundidad, escondida tras una aparente sencillez e incluso simplicidad, de muchos de sus pasajes. En el fondo, eso es lo que suele ser un «clásico»: aquello que siempre interesa porque siempre puede leerse de diferentes maneras y porque siempre parece hablarnos como si no hubiera más de dos mil años entre su autor y nosotros.
Sun Tzu o Sun Tzu significa «maestro Sun», pero se ignora quién se esconde bajo este apelativo. Existen dos grandes hipótesis acerca de la autoría del libro. La primera sugiere que lo escribió hacia el año 500 a. e. un legendario estratega de nombre Sun Wu, o bien algún otro personaje de aquella época, conocida como Primaveras y Otoños. La segunda sostiene que el libro lo escribió mucho después, tal vez entre el año 350-270 a. e., un estratega llamado Sun Bin, o bien algún otro personaje de esa época, conocida como Estados Combatientes.
Tanto en uno como en otro caso, el autor de El arte de la guerra vivió antes de que el primer emperador Shi Huang Di, famoso por los guerreros de terracota que protegen su tumba, unificara China en el año 221 a. e. La época anterior a la unificación china se conoce como Zhou, así que Sun Tzu, sea cual sea su identidad, no era chino como tal, sino zhou o prechino.
Sun Wu, el estratega implacable
Se dice que Sun Wu era un sabio que vivía retirado del mundo, pero que fue llamado a la corte del rey Helü, gobernante del reino de Wu, hacia el año 512 a. e. Después de analizar los trece capítulos de El arte de la guerra, el rey le pidió a Sun Wu que le hiciera una demostración de sus métodos militares, y el estratega recurrió entonces a las concubinas del palacio, agrupándolas en dos batallones y poniendo al mando de cada uno de ellos a las dos favoritas del rey. Como las concubinas no dejaban de reírse y seguían torpemente las instrucciones, Sun Wu se enfureció y ordenó que cortaran la cabeza a las dos favoritas, puesto que no eran capaces de imponer disciplina. Aunque el rey Helü protestó, ya que «sin ellas su comida sabría menos dulce», las dos fueron ajusticiadas. A partir de ese momento, el resto de las concubinas actuaron con toda la profesionalidad de verdaderos soldados. Esta anécdota contiene dos de las características que se elogian en El arte de la guerra: la importancia de la disciplina y que en el terreno militar es el general (y no el gobernante) quien tiene el máximo poder de decisión.
Se dice que Sun Wu participó junto con el rey Helü en las campañas de Wu contra el gran reino de Chu, y posteriormente con el rey Fuchai en la guerra contra otro reino vecino, Yue. Sin embargo, no hay ninguna certeza histórica acerca de la existencia de Sun Wu. Algunos cronistas y expertos han sugerido que el autor de El arte de la guerra pudo ser otro personaje de la época de Primaveras y Otoños, como un consejero del rey Helü llamado Wu Zixu, o bien un sabio ignorado, o quizás incluso el rey Helü o su sucesor Fuchai.
Sun Bin, el estratega mutilado
El segundo gran candidato a la autoría de El arte de la guerra es Sun Bin, un estratega que murió en el año 316 a. e. Se le llama el «estratega mutilado» porque fue engañado por un antiguo condiscípulo, Pang Juan, quien lo atrajo a la corte del rey Hui de Wei, donde le cortaron las piernas. Sun Bin se fingió loco para escapar de la muerte y evitar revelar sus secretos militares. Con el tiempo pudo escapar al reino de Qi y vengarse de Pang Juan. Sun Bin aseguraba que había heredado El arte de la guerra de un antepasado, pero antiguamente muchos lo identificaban con el propio Sun Tzu y pensaban también que otro libro de estrategia que se le atribuía y que se había perdido era, en realidad, El arte de la guerra. Sin embargo, en el siglo XX, un descubrimiento arqueológico reveló una sorpresa inesperada: en una tumba en Yinqueshan se descubrió un ejemplar de El arte de la guerra de Sun Tzu junto a otro tratado de estrategia que claramente había sido escrito por Sun Bin. De este modo quedó demostrado que el tratado de estrategia de Sun Bin (ahora conocido como El arte de la guerra II) no era el mismo libro que El arte de la guerra de Sun Tzu. Persiste, en cualquier caso, la duda de si Sun Bin escribió los dos libros, como cree el gran sinólogo Victor Mair, o si Sun Bin era descendiente de un sabio llamado Sun Tzu que había escrito El arte de la guerra.
Se ha propuesto asimismo que el autor vivió en la época de los Estados Combatientes, pero que no era Sun Bin, sino algún erudito de la prestigiosa Academia Jixia, del estado de Qi. Otra hipótesis es que el libro no pertenezca a un solo autor, sino a una escuela, o bien que fuera evolucionando a lo largo de los siglos a partir de diversas sentencias de estrategia militar. Bruce y Taeko Brooks han analizado El arte de la guerra sometiéndolo a un estudio exhaustivo y han llegado a la conclusión de que cada uno de los trece capítulos fue escrito en momentos diferentes, entre los años 345-272 a. e. Por otra parte, no hay ninguna duda de que El arte de la guerra ya existía hacia el año 250 a. e., debido a que lo mencionan autores como Lü Buwei, Xunzi o Han Feizi; este último aseguraba, poco antes de la unificación de China en 221 a. e., que todo el mundo poseía un ejemplar de El arte de la guerra.
Aunque tradicionalmente se creyó que había sido escrito hacia el 500 a. e. o hacia el 300 a. e., El arte de la guerra se transmitió durante siglos a partir de una versión muy posterior, elaborada por el estratega Cao Cao en la época de los Tres Reinos (220-280), cuando el gran imperio Han llegó a su fin. Cao Cao luchaba en uno de los tres bandos que pretendían reconstruir el imperio y se enfrentó a otro célebre estratega, también admirador de El arte de la guerra, de nombre Zhuge Liang, el Dragón Dormido. Tras una guerra interminable, que se narra en una de las más célebres novelas chinas, El romance de los Tres Reinos, se crearon tres reinos, y Cao Cao, aunque a título póstumo, fue el primer rey de uno de ellos, Wei. Pues bien, Cao Cao preparó una versión de El arte de la guerra en trece capítulos que, a partir de aquel momento, se convirtió en canónica y se transcribió dinastía tras dinastía. Aun así, eran muchos los que dudaban de la fidelidad de la versión de Cao Cao al original y pensaban que los trece capítulos eran una invención suya, o al menos una reconstrucción a partir de testimonios más antiguos. Sin embargo, en el asombroso descubrimiento de Yinqueshan de 1972, se encontró un ejemplar de El arte de la guerra de Sun Tzu en trece capítulos. La tumba en la que se halló el manuscrito se ha datado entre los años 134-118 a. e., por lo que el texto es anterior en, al menos, más de trescientos años a la versión de Cao Cao. Lo sorprendente fue descubrir que, a pesar de algunas diferencias, esta versión y la de Cao Cao eran muy semejantes. En la actualidad, el texto de Yinqueshan es la versión más antigua que poseemos de El arte de la guerra, aunque a esta todavía la separan entre doscientos y cuatrocientos años del original, desaparecido quizás ya para siempre.
En primer lugar, el lector debe recordar que se encuentra ante un texto escrito hace dos mil trescientos o dos mil quinientos años, en una época anterior a la creación de China y por un autor o autores rodeados de incógnitas. Sin embargo, todos los misterios que rodean El arte de la guerra, así como la distancia espacial y temporal, no hacen que el texto pierda interés, sino más bien todo lo contrario: es posible que resulte más sugerente, atractivo e interesante en la actualidad que en el tiempo en el que fue escrito, a pesar de que ya entonces fue un libro muy popular.
El arte de la guerra que ahora leemos está inevitablemente sometido a nuestros propios prejuicios y a nuestra manera de ver el mundo, y en particular la guerra y la estrategia, pero tal vez es ahora cuando mejor podemos entender algunos aspectos que se manipularon o quedaron ocultos durante siglos. Esto se debe a varias razones. Una de ellas es la popularidad del libro no solo en China, sino en todo el planeta, lo que ha animado a grandes expertos y estrategas a dedicar sus mejores esfuerzos a desentrañar los secretos que el maestro Sun dejó escritos hace tantos siglos. También nuestra perspectiva histórica y nuestro conocimiento acerca de la estrategia militar son mucho mayores que en otras épocas. Por otra parte, gracias a los descubrimientos arqueológicos de las últimas décadas en China, contamos con información privilegiada de la que carecieron durante los últimos dos milenios casi todos los que leyeron o comentaron el libro. Poseemos una versión del texto anterior a la del primer gran compilador, el general Cao Cao. Aunque esa versión, curiosamente, no difiere en exceso de la transmitida, sirve para refutar una opinión que se mantuvo durante siglos: que Cao Cao había manipulado el texto. Por otra parte, disponemos asimismo de un arte de la guerra escrito por Sun Bin, supuesto descendiente de Sun Tzu, por lo que sabemos con certeza que Sun Bin escribió su propio tratado bélico y que no es cierto, como muchos sostuvieron, que El arte de la guerra de Sun Tzu fuera el de Sun Bin. En cuanto a El arte de la guerra II, este sí de Sun Bin, difiere, incluso en algunos conceptos estratégicos esenciales, de El arte de la guerra de Sun Tzu.
Todos estos nuevos conocimientos y la lectura atenta de El arte de la guerra nos permiten advertir acerca de algunas lecturas erróneas o al menos muy discutibles. En los comentarios señalamos algunos de esos equívocos, pero merece la pena recordar aquí los más importantes.
En primer lugar, El arte de la guerra no es de ninguna manera un texto místico o supersticioso, no defiende la creencia en ciclos cósmicos ni propone que el general siga métodos espirituales o paranormales. Es un libro pragmático que podríamos situar perfectamente entre los tratados actuales de estrategia.
Además, tampoco es un libro taoísta. A pesar de que hay semejanzas con algunas ideas taoístas y de que El arte de la guerra y el Daodejing comparten algunas semejanzas llamativas, Sun Tzu se muestra claramente partidario de la acción y de la intervención constante, y pocas veces recomienda dejarse llevar por las circunstancias o por la propensión natural de las cosas, tal como es entendida por Marcel Granet o por François Jullien. Sun Tzu es más bien partidario de crear las circunstancias que nos llevarán a la victoria. No tiene sentido multiplicar aquí los ejemplos, porque el lector los encontrará en abundancia leyendo El arte de la guerra y nuestros comentarios.
Por último, conviene señalar qué es lo que pretende y en especial qué es lo que no pretende Sun Tzu con El arte de la guerra. Su intención no fue escribir un tratado militar en forma de manual para saber qué debemos hacer en todas y cada una de las circunstancias del combate. Al parecer, ya existían libros así en la época, como el Libro de la administración militar, que cita el propio Sun Tzu. Por eso, es absurdo buscar en El arte de la guerra recetas para enfrentarse a cada problema concreto o respuestas para toda situación estratégica comprometida. Repetir las frases de El arte de la guerra como si fueran una especie de fórmula mágica, como sentencias brillantes que lo resuelven todo, es no comprender ni el libro ni a su autor. Sería lo mismo que pensar que basta con conocer el método científico de hipótesis y experimentación para descubrir una ley física. Así, por ejemplo, es fácil repetir leyendo a Sun Tzu que debemos conocernos a nosotros mismos y al enemigo, pero lo difícil es aplicar este consejo y no dejarnos engañar por un falso conocimiento.
Aunque un erudito chino dijo que El arte de la guerra era como las perlas de un collar en un plato, nosotros, al traducirlo y comentarlo, hemos llegado a la convicción de que existe un hilo —o muchos hilos— en que se ensartan estas perlas estratégicas, y que la compresión de la sabiduría del maestro Sun se consigue cuando se percibe que todas las piezas están conectadas de alguna manera. Si leemos el libro con atención, podremos descubrir cómo conocernos mejor a nosotros mismos y al enemigo, por ejemplo empleando fintas o falsos ataques, o mediante la creación de una madeja invisible hecha de cinco clases de espías, o gracias a la atención a todo lo relacionado con el terreno y con la climatología, o teniendo en cuenta los defectos propios de cada tipo de general y la manera de emplearlos a nuestro favor. Como dijo Machell Cox en una edición de El arte de la guerra para las Fuerzas Aéreas Británicas: «El maestro Sun es fundamental. Leído con perspicacia, nos descubre el mecanismo mental de nuestro enemigo. Estúdienlo y estúdienlo de nuevo. No se dejen engañar por su sencillez».
Por otra parte, Liu Xie en su tratado literario El corazón de la literatura y el cincelado de dragones asegura que a pesar de que el maestro Sun era un militar, su lenguaje era «como perlas y jade», es decir, de alta calidad literaria. Por eso, en la traducción se ha intentado conservar tanto el significado original del texto como su estilo y su belleza.