Moby Dick

XXX. La pipa

XXX

 

La pipa

Cuando se marchó Stubb, Ahab se quedó algún tiempo inclinado sobre la amurada, y luego, como era su costumbre desde hacía algún tiempo, llamó a un marinero de guardia, y le mandó abajo, por su taburete de marfil y su pipa. Entonces, encendiendo la pipa en la lámpara de bitácora y plantando el taburete en el lado de barlovento de la cubierta, se sentó a fumar.

En los viejos tiempos de los vikingos, los tronos de los reyes daneses, tan amigos del mar, estaban construidos, según dice la tradición, de los colmillos de narval. ¿Cómo podía uno entonces mirar a Ahab, sentado en ese trípode de huesos, sin acordarse de la realeza que simbolizaba? Pues Ahab era un Khan de la cubierta, un rey del mar y un gran señor de los leviatanes.

Pasaron unos momentos, durante los cuales el denso vapor le salió de la boca en bocanadas rápidas y constantes, que le volvían a la cara con el viento. «¡Cómo! Ahora —soliloquizó por fin, retirando el tubo— el fumar ya no me calma. ¡Ah, mi pipa!, ¡mal me debe ir, si tu encanto se ha acabado! Aquí he estado sufriendo sin darme cuenta, no gozando; sí, y fumando ignorantemente todo el tiempo a barlovento; a barlovento, y con tan nerviosas chupadas como si, igual que la ballena agonizante, mis chorros finales fueran los más fuertes y llenos de dolor. ¿Qué tengo que ver con esta pipa? Esta cosa está hecha para dar serenidad, para enviar a lo alto suaves vapores blancos entre suaves cabellos canosos, y no entre revueltos mechones de gris acerado como los míos. No fumaré más…»

Lanzó al mar la pipa todavía encendida. El fuego chirrió entre las olas, y en el mismo instante, el barco pasó disparado junto a la burbuja hecha por la pipa al hundirse. Con el sombrero gacho, Ahab se paseó tambaleando por la cubierta.

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