Dueño del Mundo

XV. Robur el Conquistador

XV. Robur el Conquistador

De una estatura regular, estructura geométrica, lo que sería un trapecio regular cuyo lado mayor estuviese formado por la línea de los hombros. Sobre esta línea, sostenida por robusto cuello, una enorme cabeza esferoidal. Ojos que la menor emoción debía de poner incandescentes, y en una permanente contracción el músculo del párpado, signo de extrema energía.

Los cabellos cortos indómitos, con reflejos metálicos como si fueran de alambre; un ancho tórax que se elevaba y descendía con movimientos de fuelle de fragua; brazos, manos y piernas dignos del tronco; nada de bigote ni patillas.

Tal era el hombre extraordinario cuyo retrato reprodujeron todos los periódicos de la Unión, con fecha 13 de junio de 18…, al siguiente día de la sensacional aparición de este personaje en la sesión del Weldon Institute de Filadelfia.

¡Y este personaje era Robur el conquistador, que acababa de revelarme su famoso nombre, arrojándolo como una amenaza y en el mismo Great-Eyry!…

Es necesario recordar sucintamente los hechos que atrajeron sobre el citado Robur la atención absoluta de todo el país.

De ellos derivan las consecuencias de la prodigiosa aventura cuyo desenlace estaba fuera del alcance de las previsiones humanas.

El Weldon Institute de Filadelfia celebraba el día 12 de junio una asamblea presidida por Uncle Prudent, uno de los personajes más importantes de la capital del Estado de Pensylvania; el secretario era Phil Evans, persona no menos importante de la localidad.

Discutíase el gran problema de los globos dirigibles. Bajo la dirección del Consejo de la Administración acababa de construirse un aerostato de 40 000 metros cúbicos: el Go a head.

Su desplazamiento horizontal debía efectuarse por la acción de una dínamo potente y ligero, del que esperaban los mejores resultados y que pondría en acción una hélice. Pero ¿dónde colocar esta hélice, detrás o delante?

Este punto no estaba dilucidado, y el día de la asamblea colocaba frente a frente a los partidarios de uno y otro sistema.

La discusión llegó a ser tan viva, que algunos de los miembros del Weldon Institute estaban próximos a venir a las manos, cuando, en lo más recio del tumulto un extranjero solicitó entrar en la sala de sesiones.

Presentóse con el nombre de Robur. Después de pedir la palabra, empezó a hablar en medio de un silencio general.

Tomando posiciones en el debate relativo a los globos dirigibles, declaró que puesto que el hombre había conseguido ser dueño de los mares con el navío movido por la vela, por la rueda o por la hélice, no conseguiría ser amo de los espacios atmosféricos más que por el empleo de aparatos más pesados que el aire, en atención a que es necesario ser más pesado para moverse con entera libertad.

Era, pues, la eterna lucha entre la aerostación y la aviación. La asamblea, en la que predominaban los partidarios de la primera (aparatos más ligeros que el aire), recibió tan mal lo expuesto por Robur, a quien algunos irónicos rivales le dieron el nombre de «conquistador», que éste se vio precisado a retirarse terminando su perorata.

Pero después de la desaparición del singular personaje, algunas horas más tarde, el presidente y el secretario del Weldon Institute fueron objeto de un audaz secuestro.

En el momento que atravesaban Fairmount-Park, acompañados del criado Frycollin, varios hombres se arrojaron sobre ellos, atándolos y amordazándolos; luego, a pesar de su resistencia, se los llevaron a través de las desiertas avenidas y los depositaron sobre un gran aparato colocado en medio de una explanada, oculto por los árboles.

Cuando llegó el día, prisioneros en el «aviator» de Robur, viajaban por los aires, pasando por encima de un país que trataban inútilmente de reconocer.

Uncle Prudent y Phil Evans iban a comprobar por ellos mismos, que el orador de la víspera no les había engañado; que poseía una máquina aérea fundada en el principio del «más pesado que el aire», la cual, por su buena o mala fortuna, les reservaba un viaje extraordinario.

Este aparato, imaginado y construido por el ingeniero Robur, fundábase en el doble funcionamiento de la hélice, que al dar vueltas avanza en la dirección de su eje.

Si este eje es vertical, la hélice se desplaza verticalmente; si es horizontal, se desplaza en línea horizontal.

Este «aviator», el Albatros, componíase de un navío de 30 metros de largo; provisto de dos propulsores, el uno a proa y a popa el otro; y de un juego de 37 hélices suspendidas, de eje vertical, o sea 15 a cada lado del aparato y de siete en medio, más elevadas.

Esto constituía un compuesto de 37 mástiles, dotados de hélices, en vez de velas, y a las cuales las máquinas instaladas en el interior imprimían una velocidad de rotación prodigiosa.

En cuanto a la fuerza empleada para sostener y mover el «aviator» no la proporcionaba ni el vapor de agua ni el de otro líquido, ni el aire comprimido u otro gas elástico.

Tampoco se servía Robur de mezclas explosivas, sino de ese poderoso agente que a tantos usos se presta: la electricidad. Pero ¿cómo y dónde se proporcionaba el inventor el fluido eléctrico de que estaban cargadas sus pilas y acumuladores?

Probablemente nunca se ha conocido su secreto obteníalo del aire ambiente, más o menos cargado de fluido, como lo obtenía del agua para su Nautilus el famoso capitán Nemo.

El personal a las órdenes del ingeniero Robur componíase de un contramaestre, tres mecánicos, dos ayudantes y un cocinero; en total ocho hombres, los que bastaban para el servicio.

Con mi «aviator» dijo Robur a sus dos forzosos pasajeros yo soy el dueño de esta séptima parte del mundo, más vasta que Australia, Oceanía, Asia, América, Europa; de este inmenso dominio de la atmósfera que millones de aparatos recorrerán en un porvenir próximo.

Entonces se comenzó la aventurera campaña a bordo del Albatros, empezando ésta por encima de los territorios de Norteamérica.

En vano Uncle Prudent y Phil Evans expusieron sus razonadas reclamaciones; Robur se cerró a la banda, en virtud del derecho del más fuerte. Los dos pasajeros no tuvieron más remedio que resignarse, o más bien de ceder ante aquel derecho.

El Albatros, corriendo hacia el oeste, rebasó la enorme cadena de las Montañas Azules, las llanuras californianas; luego, dejando a popa San Francisco, atravesó la zona septentrional del Pacífico hasta la península del Kamchatka.

Bajo los ojos de los ilustres pasajeros del aparato extendiéronse entonces las regiones del Celeste Imperio, y Pekín, la capital, fue vista en su cuádruple cintura.

Elevado por sus hélices superiores, el aparato subió hasta otras altitudes, rebasando las cimas del Himalaya y sus nevados picos.

Después de batir el aire por encima de Persia y el mar Caspio, franqueó la frontera europea, luego las estepas moscovitas, y siguiendo el valle del Volga, dio vista a Moscú, y divisaron San Petersburgo.

Abordando a Suecia por el paralelo de Estocolmo, y Noruega a la latitud de Cristianía, descendió el Albatros hacia el Sur, pasando a 1000 metros sobre Francia, y bajando hasta París, dominó a la gran capital a un centenar de pies, en tanto que sus proyectores eléctricos lanzaban haces luminosos.

Por último, desfilaron por Florencia, Roma, Nápoles y atravesando el mar Mediterráneo en vuelo oblicuo, hasta alcanzar las costas de la inmensa África, paseáronse sobre Egipto, Argelia, Túnez, Marruecos, aventurándose luego hacia la superficie del Atlántico.

Y marchando siempre en dirección sudoeste, nada les detuvo, ni siquiera las tormentas que estallaron con una violencia extrema, ni una de las formidables trombas que lo envolvió en su torbellino, y de la que Robur el conquistador pudo librarse con admirable inteligencia y sangre fría, deshaciéndola a cañonazos.

Reapareció la tierra a la entrada del estrecho de Magallanes. El Albatros la atravesó de norte a sur, para abandonarla en la extremidad del cabo de Hornos, y lanzarse por los parajes meridionales del Océano Pacífico.

Entonces, desafiando las desoladas legiones del mar Antártico, después de luchar con un ciclón, logrando ganar el centro relativamente en calma, Robur se paseó por comarcas casi desconocidas de la tierra de Graham, en medio de las magnificencias de una aurora austral, balanceándose durante unas horas por encima del Polo, cogido por un huracán, arrastrado hacia el Erebus, que lanzaba sus llamas volcánicas, fue milagroso que pudiera escapar de él.

En fin, en los últimos días de julio se detuvo cerca de una isla del Océano Índico. El ancla mordió las rocas del litoral, y el Albatros, por primera vez después de su partida, permaneció inmóvil a 150 pies del suelo, mantenido por sus hélices superiores.

Esta isla era la de Chatham, a 15 grados al este de Nueva Zelanda. El aparato habíase puesto en contacto con tierra porque sus propulsores, averiados en el último huracán, ya necesitaban reparaciones, sin las cuales no era posible que llegase a la isla X, distante todavía 2800 millas; una isla desconocida, del Océano Pacífico, donde habíase construido el Albatros.

Uncle Prudent y Phil Evans comprendían que una vez hechas todas las reparaciones, el aparato seguiría sus interminables viajes. Así es que, una vez puesto el sol, parecióles que se les ofrecía la ocasión de intentar evadirse.

El cable del ancla que retenía al Albatros medía unos 150 pies. Dejándose deslizar los dos pasajeros y su criado Frycollyn, llegarían hasta tierra; y si la evasión se efectuaba de noche, no corrían el riesgo de ser descubiertos.

Verdad es que al llegar el día, echaríase de menos su presencia a bordo, y como no podían salir de la isla Chatham, los fugitivos serían de nuevo hechos prisioneros.

He aquí entonces el audaz proyecto que ellos concibieron: hacer saltar el aparato por medio de un cartucho de dinamita hurtado a las municiones de a bordo, romper las alas de la poderosa nave, destruirla con su inventor y su tripulación.

Antes de que el cartucho hiciera explosión tendrían tiempo de huir por el cable, y asistirían a la caída del Albatros.

Como lo pensaron lo hicieron. Una vez encendida la mecha del cartucho, deslizáronse los tres sigilosamente hasta el suelo; pero en aquel momento descubrióse su evasión, y desde la plataforma dispararon en contra de los fugitivos, que tuvieron la suerte de no ser alcanzados por una bala.

Uncle Prudent, así que hubo puesto el pie sobre tierra, se arrojó al cable del ancla, lo partió, y el Albatros, no disponiendo de sus hélices propulsoras, fue arrebatado por el viento, y, destrozado bien pronto por la explosión, se abismó entre las olas del Océano Pacífico.

Como se recordará, fue en la noche del 12 al 13 de junio cuando desaparecieron Uncle Prudent, Phil Evans y Frycollyn al salir del Weldon Institute. Desde entonces no se había tenido de ellos ni la menor noticia. Imposible formar una hipótesis acerca de su situación.

¿Existía alguna correlación entre el accidente y lo ocurrido a Robur durante la memorable sesión?…

A nadie se le ocurrió esta idea. La policía se puso en campaña, funcionaron el telégrafo y el cable, pero las pesquisas resultaron infructuosas.

Ni siquiera una prima de 5000 dólares ofrecida proporcionó el más leve indicio acerca del paradero de los desaparecidos.

Recuerdo perfectamente que la emoción fue muy grande en los Estados Unidos. El 20 de diciembre corrió por Filadelfia la sensacional noticia que Uncle Prudent y Phil Evans habían reaparecido.

Convocados a sesión extraordinaria, los miembros del Weldon Institute, recibieron con entusiasmo a sus colegas.

A las preguntas que se hicieron, ellos contestaron con grandes reservas, o mejor dicho no contestaron. He aquí lo que más tarde fue revelado con todos sus detalles.

Después de evadirse y ver desaparecer el Albatros, tanto Uncle Prudent y Phil Evans ocupáronse en asegurar su existencia, en espera de la ocasión propicia, para salir de la isla Chatham.

Sobre la costa occidental encontraron una tribu de indígenas, que no les hizo mal recibimiento. Pero esta isla es muy poco frecuentada, y los barcos se acercan a ella muy rara vez. Fue preciso, por tanto, armarse de paciencia, y así transcurrieron cinco semanas sin que los náufragos del aire pudieran embarcarse para América.

Su preocupación era reanudar los trabajos para acabar la construcción del globo Go a head y lanzarse al espacio.

¡Si no lo hubiesen hecho, no serían verdaderos americanos! El 20 de abril del año siguiente el aerostato estaba listo para partir, bajo la dirección de Harry W. Tynder, el célebre aeronauta a quien acompañarían el presidente y el secretario del Weldon Institute.

Debo añadir que nadie había vuelto a oír hablar de Robur, ni más ni menos que si no hubiese existido.

Y además, ¿no había motivo suficiente para creer que su carrera había terminado con la explosión del Albatros, sumergido en las profundidades del Pacífico?

Llegó el día de la ascensión. Yo estaba entre millares de espectadores en el parque de Fairmount. El Go a head iba a poderse elevar a una gran altura, gracias a su enorme volumen.

Con el fin de satisfacer a los partidarios de los dos sistemas, habíasele colocado una hélice en la parte anterior y otra en la posterior, debiendo accionar la electricidad con una potencia superior a todas las conocidas hasta el día. El tiempo era propicio: cielo sin nubes y ni un soplo de viento.

A las once y veinte un cañonazo anunció a la muchedumbre que el Go a head iba a partir.

El aerostato se elevó lento y majestuoso. Luego comenzaron las pruebas de desplazamiento siguiendo la horizontal, operación que fue coronada por el más brillante éxito.

De repente resonó un grito, un grito que cien mil bocas repitieron. Por el noroeste apareció un cuerpo móvil, que se aproximaba con excesiva velocidad.

Era el mismo aparato que el año anterior, después de haber raptado a los dos colegas del Weldon Institute, habíales paseado por encima de Europa, Asia, África y las dos Américas.

¡El Albatros!… ¡El Albatros! Sí, era él; y no cabía duda de que iba a bordo su inventor, Robur el conquistador.

¡Cuál no sería la estupefacción de Uncle Prudent y de Phil Evans al volver a ver al Albatros, que creían destruido!…

Habíalo sido, efectivamente, por la explosión, y sus restos cayeron en el Océano Pacífico con el ingeniero y todo el personal; pero recogidos por un navío, los náufragos del aire fueron conducidos a Australia, desde donde no tardaron en ganar la isla X.

Robur no tuvo más que un pensamiento: vengarse. Y para conseguir su deseo construyó un segundo aparato, tal vez más perfeccionado.

Habiendo sabido que el presidente y secretario del Weldon Institute, sus antiguos pasajeros, se disponían a hacer experiencias con el Go a head, hizo rumbo a los Estados Unidos, llegando puntualmente a la hora marcada.

Aquel gigantesco pájaro de presa iba a aniquilar al Go a head, satisfaciendo su venganza y demostrando de paso, la superioridad de su aparato sobre los otros menos pesados que el aire.

En la barquilla Uncle Prudent y Phil Evans se dieron cuenta del peligro que les amenazaba y de la suerte que les esperaba. Era preciso huir, pero no en sentido horizontal, porque el Go a head sería fácilmente alcanzado, sino ganando las altas zonas, en donde habían probabilidades de escapar a la persecución de su terrible adversario.

El Go a head se elevó hasta una altura de 5000 metros. El Albatros le siguió en su movimiento ascensional, y sus evoluciones eran tan rápidas y precisas, que se le veía de un momento a otro abordar y aniquilar a su contrario.

El Go a head, desembarazándose de una parte de su lastre, subió 1000 metros más. El Albatros imprimió a sus hélices su máximum de rotación, y le siguió hasta allí.

De pronto prodújose un estallido. La envoltura del globo acababa de desgarrarse por la presión del gas excesivamente dilatado, y así medio deshinchado cayó rápidamente.

Y entonces, he aquí que el Albatros se precipitó hacia él, no para rematarlo, sino para prestarle auxilio.

Sí, Robur, olvidando su sed de venganza, recogió al Go a head y sus hombres haciendo que Uncle Prudent y Phil Evans pasaran a la plataforma del «aviator». Luego el globo, ya vacío, cayó sobre los árboles del parque de Fairmont.

El público estaba lleno de emoción y de espanto. Y ahora que el presidente y secretario del Weldon Institute eran otra vez prisioneros del ingeniero Robur, ¿qué iba a pasar? ¿Los arrastraría con él por el espacio, y esta vez para siempre?

Pronto supimos a qué atenernos. Después de estacionarse unos minutos a la altura de 500 o 600 metros, el Albatros empezó a descender como para fijarse en la explanada del parque de Fairmont.

Continuó bajando hasta casi tocar el suelo, y quedándose inmóvil bajo la acción de sus hélices suspensoras.

Hubo un movimiento general para invadir la explanada. Entonces la voz de Robur se dejó oír, con estas palabras:

«Ciudadanos de los Estados Unidos: El presidente y el secretario del Weldon Institute están de nuevo en mi poder. Si los retuviera, yo no haría más que usar de mi derecho de represalia.

Pero, dada la pasión que excita los éxitos del Albatros, he comprendido que los espíritus no están dispuestos todavía para la importante revolución que ha de dar lugar la conquista del aire.

¡Uncle Prudent, Phil Evans, sois libres!». Los aludidos, más el aeronauta Tynder, saltaron a tierra, y el «aviator» se elevó unos cuantos metros fuera de todo alcance.

Robur continuó en estos términos: «Ciudadanos de los Estados Unidos: mi experiencia es un hecho, pero es preciso llegar a su tiempo.

Es demasiado pronto aún. Parto, pues, y me llevo conmigo mi secreto. No será perdido para la humanidad, y le pertenecerá el día en que esté lo bastante instruida para no abusar de esta conquista científica. ¡Salud, ciudadanos de los Estados Unidos!».

Luego el Albatros se elevó por sus hélices y empujado por sus propulsores desapareció hacia el este en medio de las hurras de la multitud.

He querido referir esta escena al detalle para dar a conocer el estado del espíritu de este extraño personaje.

No parecía, pues, que estuviese animado de sentimientos hostiles hacia la humanidad.

Contentábase con reservar el secreto. Pero sentíase en su actitud la inquebrantable confianza que tenía en su genio, además del inmenso orgullo que su poder le inspiraba.

No es de extrañar que estos sentimientos se fuesen poco a poco exacerbando, hasta el punto de pretender dominar al mundo entero, como se desprendía de su última carta y de sus muy significativas amenazas.

Lo que había sucedido desde la partida del Albatros fácil es reconstituirlo. No le había bastado a este prodigioso inventor crear una máquina voladora tan perfeccionada.

Se le ocurrió construir un aparato, apto para moverse en tierra, agua y espacio. Y, probablemente, en los talleres de la isla X, un personal escogido y de toda su confianza, logró construir, bajo la dirección de Robur, el aparato fantasma de triple transformación. Luego, el segundo Albatros fue destruido tal vez en el recinto del Great-Eyry, sólo franqueable para el inventor.

El Espanto hizo entonces su aparición en las carreteras de los Estados Unidos, en los mares vecinos, a través de las zonas aéreas de América.

Y ya sabe en qué circunstancias, después de ser perseguido inútilmente en la superficie del lago Erie, escapó, levantando el vuelo, en tanto que yo estaba prisionero a bordo.

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