La Doctrina Secreta Tomo III

Estancia IX La evolución final del hombre

Estancia IX La evolución final del hombre

33. Los creadores se arrepienten. 34. Expían ellos su negligencia. 35. Los hombres son dotados de mente. 36. La Cuarta Raza desarrolla el lenguaje perfecto. 37. Todas las unidades andróginas se separan y se hacen bisexuales.

33. VIENDO LO CUAL[446], LOS LHAS[447] QUE NO HABÍAN CONSTRUIDO HOMBRES[448] LLORARON DICIENDO:

34. «LOS AMÂNASA[449] HAN PROFANADO NUESTRAS MANSIONES FUTURAS. ESTO ES KARMA. HABITEMOS EN LAS OTRAS. ENSEÑÉMOSLES MEJOR PARA EVITAR MALES MAYORES». ASÍ LO HICIERON…

35. ENTONCES TODOS LOS HOMBRES FUERON DOTADOS DE MANAS[450]. VIERON ELLOS EL PECADO DE LOS SIN MENTE.

Pero ya se habían separado, antes de que el rayo de la divina razón hubiera iluminado la obscura región de sus mentes hasta entonces adormecidas, y habían pecado. Esto es, habían ellos cometido el mal inconscientemente, produciendo un efecto que no era natural. Sin embargo, lo mismo que las otras seis razas primitivas compañeras o hermanas, así la séptima, degenerada desde entonces y que tendrá que esperar el tiempo para su desarrollo final, por razón del pecado cometido; aún esta raza se encontrará en el último día en uno de los Siete Senderos. Porque:

Los Sabios[451] guardan la casa del orden de la naturaleza, y asumen en secreto formas excelentes[452].

Pero tenemos que ver si los «animales» corrompidos eran de la misma clase que los conocidos por la Zoología.

La «Caída» ocurrió, según el testimonio de la antigua Sabiduría y de los remotos anales, tan pronto como Daksha (el Creador reencarnado de hombres y cosas en el primer período de la Tercera Raza) desapareció para hacer sitio a aquella parte de la Humanidad que se había «separado». He aquí como explica uno de los Comentarios los detalles que precedieron a la «Caída»:

En el período inicial de la Cuarta Evolución del hombre, el reino humano se ramificó en varias y diversas direcciones. La forma externa de sus primeros ejemplares no era uniforme, pues los vehículos [los cascarones externos ovoides en que el hombre futuro plenamente físico estaba en gestación] fueron corrompidos con frecuencia, antes de endurecerse, por enormes animales, de especies desconocidas ahora, pertenecientes a tentativas y esfuerzos de la Naturaleza. El resultado fue que se produjeron razas intermedias de monstruos, medio animales, medio hombres. Pero como eran fracasos, no les fue permitido alentar y vivir largo tiempo, aun cuando el poder intrínsecamente superior de la naturaleza psíquica sobre la física, siendo aún muy débil, y apenas establecido, los hijos de los «Nacidos del Huevo» habían tomado como compañeras varias de sus hembras, y engendrado otros monstruos humanos. Más tarde, habiéndose gradualmente equilibrado las especies animales y las razas humanas, se separaron, y no se volvieron a aparear. El Hombre ya no volvió a crear, sino que engendró. Pero no solo engendró hombres, sino también animales, en aquellos tiempos remotos. Por tanto, los Sabios que hablan de varones que ya no tenían descendencia engendrada por la voluntad, sino que engendraron animales diversos, así como Dânavas [Gigantes] con hembras de otras especies —siendo los animales [a manera de hijos putativos de ellos]; y rehusando [los varones humanos] con el tiempo ser considerados como padres [putativos] de criaturas mudas— hablaron con verdad y sabiamente. Viendo este estado de cosas, los Reyes y Señores de las ultimas Razas [de la Tercera y de la Cuarta] pusieron el sello de la prohibición sobre estas relaciones pecaminosas. Éstas intervenían en el Karma, desarrollaban nuevo [Karma][453]. Ellos [los Reyes Divinos] castigaron con la esterilidad a los culpables. Destruyeron ellos las Razas Rojas y Azules[454].

En otro Comentario leemos:

Aun en tiempos posteriores había hombres-animales de caras rojas y azules; no por comercio carnal efectivo [entre la especie humana y, las animales], sino por descendencia.

Y otro pasaje menciona:

Hombres atezados, de pelo rojo que marchan a cuatro patas, que se encorvan y enderezan [que se mantienen de pie y se vuelven a dejar caer sobre las manos], que hablan como sus antepasados, y corren sobre sus manos como sus gigantes antepasadas hembras.

Quizás los hæckelianos reconozcan en estas especies no al Homo Primigenius, sino a ciertas tribus inferiores, tales como algunas de salvajes australianos. Sin embargo, ni aun éstos descienden de los monos antropoides, sino de padres humanos y de madres semihumanas, o hablando con más exactitud, de monstruos humanos, los «fracasos» que se mencionan en el Comentario. Los verdaderos antropoides, los catirrinos y platirrinos de Hæckel, vinieron mucho más tarde, en los últimos tiempos de los Atlantes. El orangután, el gorila, el chimpancé y el cinocéfalo son las últimas evoluciones puramente físicas de los mamíferos antropoides inferiores. Poseen en sí una chispa de la esencia puramente humana, por otra parte, el hombre no tiene ni una gota de sangre pitecoide[455] en sus venas. Así lo manifiesta la antigua Sabiduría y la tradición universal.

¿Cómo se efectuó la separación de los sexos? –se pregunta–. ¿Hemos de creer en la antigua fábula judía de Eva saliendo de una costilla de Adán? Hasta esta misma creencia es más lógica y razonable que el descenso del hombre del cuadrumano, sin ningún género de reservas; dado que la primera oculta una verdad esotérica bajo una versión fabulosa, mientras que la segunda no encierra otro hecho de más significación que el deseo de imbuir a la humanidad una ficción materialista. La costilla es hueso, y cuando leemos en el Génesis que Eva fue hecha de una costilla, solo significa que la Raza con huesos fue producida de una Raza y Razas inferiores, que eran «sin huesos». Ésta es una enseñanza Esotérica extraordinariamente esparcida, y casi universal bajo diversas formas. Una tradición tahitiana declara que el hombre fue creado de Aræa, «tierra roja. —Taaroa, el Poder Creador, el Dios principal—, hizo dormir al hombre durante años, por varias vidas». Esto significa períodos de raza, y se refiere a su sueño mental, como se dijo antes. Durante este tiempo, la deidad sacó un Ivi (hueso) del hombre y se convirtió en mujer[456].

Sin embargo, sea lo que quiera lo que la alegoría signifique, hasta en su sentido exotérico necesita un Constructor divino del hombre: un «Progenitor». ¿Es que nosotros creemos en tales Seres «sobrenaturales»? Decimos: no. El Ocultismo no ha creído jamás en nada, animado o inanimado, fuera de la Naturaleza. Ni somos tampoco cosmólotras ni politeístas por creer en el «Hombre Celeste» y en Hombres Divinos, pues tenemos el testimonio acumulado de las edades, con su evidencia invariable en todos los puntos esenciales, que nos apoyan en esto; la Sabiduría de los Antiguos y la tradición UNIVERSAL. Rechazamos, sin embargo, esas tradiciones groseras y sin fundamento que se han sobrepuesto a la alegoría y simbolismo estrictos, aun cuando hayan sido acogidas en credos exotéricos. Pero lo que se conserva en la tradición unánime, solamente pueden rechazarlo los que quieren ser ciegos. De aquí que creamos en razas de Seres distintas de la nuestra, en períodos geológicos remotísimos; en razas etéreas con forma, que siguieron a los Hombres incorpóreos (Arûpa), pero sin substancia sólida; gigantes que nos precedieron a nosotros, pigmeos; en Dinastías de Seres Divinos, esos Reyes e Instructores de la Tercera Raza, en artes y ciencias, en comparación de las cuales nuestra pequeña Ciencia Moderna es aún menos que la aritmética elemental comparada con la geometría.

No, ciertamente No creemos en lo sobrenatural, sino solo en inteligencias suprahumanas, o más bien, interhumanas. Puede comprenderse fácilmente el sentimiento de contrariedad que tendría una persona ilustrada al ser clasificada entre los supersticiosos e ignorantes; y hasta hacerse uno cargo de la gran verdad emitida por Renán, cuando dice que:

Lo sobrenatural se ha convertido, como el pecado original, en una mancha de la que todo el mundo parece avergonzarse: hasta las personas más religiosas rehúsan hoy admitir, aunque sea una parte mínima de los milagros de la Biblia en toda su crudeza, y tratando de reducirlos al minimum, los ocultan y esconden en los rincones más remotos del pasado[457].

Pero lo «sobrenatural» de Renán pertenece al dogma y a la letra muerta. Ello no tiene nada que ver con su espíritu ni con la realidad de los hechos de la Naturaleza. Si la Teología nos pide que creamos que solo hace cuatro o cinco mil años que los hombres vivían 900 años y más; que una parte de la humanidad, los enemigos del pueblo de Israel exclusivamente, se componían de gigantes y monstruos, nos negamos a creer que semejante cosa existiese en la Naturaleza hace solo cinco mil años. Porque la Naturaleza jamás procede por saltos, y la lógica y el sentido común, juntamente con la Geología, Antropología y Etnología, se han rebelado con razón contra tales afirmaciones. Pero si esta misma Teología, abandonando su cronología fantástica, hubiese pretendido que los hombres vivían 969 años –la edad de Matusalén– hace cinco millones de años, nada tendríamos que decir en contra del aserto. Porque en aquellos días la constitución física de los hombres era, comparada con el cuerpo actual humano, como la de un megalosauro a un lagarto común.

Un naturalista sugiere otra dificultad. La especie humana es la única que, aunque desigual en sus razas, puede procrear entre sí. «No existe la selección entre las razas humanas, dicen los antidarwinistas, y ningún evolucionista puede negar el argumento, lo cual prueba triunfalmente la unidad específica. ¿Cómo puede, pues, el Ocultismo insistir en que una parte de la Humanidad de la Cuarta Raza engendró pequeñuelos con hembras de otra especie solo semihumana, sino enteramente animal, cuyos híbridos no solo engendraron libremente, sino que produjeron a los antepasados de los monos antropoides modernos? La Ciencia Esotérica contesta a esto que eso sucedía en los mismos comienzos del hombre físico». Desde entonces, la Naturaleza ha cambiado sus métodos, y la esterilidad es el único resultado del crimen de bestialidad del hombre. Pero aún hoy tenemos pruebas de este crimen. La Doctrina Secreta enseña que la unidad específica de la humanidad no deja de tener excepciones, aun hoy. Porque hay, o más bien había todavía hace pocos años, descendientes de estas tribus o razas medio animales, tanto del remoto origen Lemur como del Lemuro-Atlante. El mundo los conoce por tasmanios (ahora extinguidos), australianos, isleños, andamanes, etc. La procedencia de los tasmanios puede casi probarse por un hecho, que llamó mucho la atención a Darwin, sin poder sacar nada en limpio de él. Este hecho merece mencionarse.

De Quatrefages y otros naturalistas, que tratan de probar el monogenismo por el hecho mismo de que todas las razas de la humanidad pueden cruzarse entre sí, han dejado fuera de sus cálculos excepciones, que en este caso no confirman la regla. El cruzamiento humano puede haber sido una regla general desde el tiempo de la separación de los sexos, pero esto no impide el reconocimiento de otra ley, a saber: la esterilidad entre dos razas humanas, precisamente lo mismo que entre dos especies diferentes de animales, en esos casos raros en que el europeo condesciende en juntarse con una mujer de una tribu salvaje, y sucede que ésta es un miembro de tales razas mezcladas[458]. Darwin menciona un caso semejante que tuvo lugar en una tribu tasmania cuyas mujeres se hicieron en masa estériles algún tiempo después de la llegada entre ellas de colonos europeos. El gran naturalista trata de explicar este hecho por el cambio de régimen de alimento, de condiciones, etc.; pero finalmente abandona la solución del misterio. Para el Ocultista es por completo evidente: el «cruzamiento», según lo llaman, de europeos con mujeres tasmanias, esto es, con las representantes de una raza cuyos progenitores fueron un monstruo «sin alma[459]» y sin mente, y un hombre verdaderamente humano y aunque todavía sin razón, causó la esterilidad; y esto no solo como consecuencia de una ley fisiológica, sino también como un decreto de la evolución Kármica en la cuestión de la supervivencia consecutiva de la raza anormal. La Ciencia no está preparada todavía para creer en ninguno de los puntos mencionados, pero tendrá que admitirlos a la larga. La Filosofía Esotérica, tengámoslo presente, solo llena los vacíos que deja la Ciencia, y corrige sus falsas premisas.

Sin embargo, en este particular, la Geología y hasta la Botánica y la Zoología sostienen las enseñanzas Esotéricas. Se ha dicho por muchos geólogos que el indígena australiano, al coexistir, como sucede, con una fauna y flora arcaicas, debe datar de una antigüedad enorme. Todo lo que rodea a esta raza misteriosa, acerca de cuyo origen la Etnología permanece silenciosa, es un testimonio de la verdad de la posición Esotérica. Según dice Jukes:

Es un hecho muy curioso que no solo estos animales marsupiales [los mamíferos encontrados en las Oxfordshire Stonefield Slates: trad. Pizarras del Campo de Piedra del Condado de Oxford], sino también algunas de las conchas –como, por ejemplo, las trigonias y hasta algunas de las plantas encontradas en estado fósil en las rocas oolíticas– se parecen mucho más a las que viven en Australia que las formas vivas de ninguna otra parte del globo. Esto pudiera explicarse suponiendo que desde el período oolítico [jurásico] han tenido lugar menos cambios en Australia que en ninguna otra parte, y que, por consiguiente, la fauna y la flora australianas retienen algo del tipo oolítico, al paso que en el resto del mundo ha sido suplantado y reemplazado por completo [¡!][460].

Ahora bien; ¿por qué han tenido lugar menos cambios en Australia que en ninguna otra parte? ¿Dónde está la razón de ser semejante «condenación al retardo»? Sencillamente, porque la naturaleza del medio se desarrolla pari passu con la raza a que se refiere. Las correspondencias dominan en todas partes. Los supervivientes de aquellos últimos Lemures, que escaparon a la destrucción de sus compañeros cuando el continente principal se sumergió, fueron luego los antecesores de una parte de las tribus indígenas presentes. Siendo una raza muy inferior, engendrada originalmente con animales, con monstruos, cuyos fósiles mismos se encuentran ahora a millas de profundidad bajo el lecho de los mares, su tronco ha existido desde entonces en un medio fuertemente sujeto a la ley del retardo. Australia es una de las tierras más antiguas actualmente sobre las aguas, y se halla en la decrepitud senil de la vejez, a pesar de su «suelo virgen». No puede producir formas nuevas, a menos de ser ayudada por razas nuevas y lozanas, y por crías y cultivos artificiales.

Volvamos otra vez, en todo caso, a la historia de la Tercera Raza, la «Nacida del Sudor», la «Criadora de Huevos» y la «Andrógina». Casi sin sexo en sus principios, se convirtió luego en bisexual o andrógina; muy gradualmente, por supuesto. El paso desde la primera a la última transformación necesitó innumerables generaciones, durante las cuales, la célula simple que salió del primer padre (los dos en uno) se desarrolló primeramente en un ser bisexual; y luego, la célula, convirtiéndose en un huevo regular, produjo una criatura unisexual. La humanidad de la Tercera Raza es la más misteriosa de las cinco que hasta ahora se han desarrollado. El misterio del «Cómo» de la generación de los distintos sexos tiene, por supuesto, que permanecer muy oscuro aquí, pues es asunto para un embriólogo y un especialista; y la presente obra solo da el débil bosquejo del proceso. Pero es evidente que las unidades de la humanidad de la Tercera Raza principiaron a separarse en sus cascarones prenatales o huevos[461], y a salir de ellos como pequeñuelos, machos y hembras definidos, edades después de la aparición de sus primitivos progenitores. Y a medida que el tiempo transcurría en sus períodos geológicos, las subrazas nuevamente nacidas, principiaron a perder sus capacidades natales. Hacia el fin de la cuarta subraza de la Tercera Raza, el niño perdió la facultad de andar tan pronto como salía de su cascarón, y hacia el final de la quinta, la humanidad principió a nacer bajo las mismas condiciones y por idéntico procedimiento que nuestras generaciones históricas. Esto necesitó, por supuesto, millones de años. El lector conoce ya las cifras aproximadas, al menos los cálculos exotéricos[462].

Nos estamos aproximando al punto de vuelta de la evolución, de las Razas. Veamos lo que la Filosofía Oculta dice del origen del lenguaje.

36. LA CUARTA RAZA DESARROLLÓ EL LENGUAJE.

Los Comentarios explican que la Primera Raza, los Hijos etéreos o astrales del Yoga, llamados también «Nacidos por Sí», carecía del habla, según ésta se entiende, pues también carecía de mente en nuestro plano. La Segunda Raza tenía «un lenguaje del sonido», a saber: sonidos cantados, compuestos de vocales solamente. La Tercera Raza desarrolló al principio una clase de habla que solo era un ligero progreso sobre los diversos sonidos de la Naturaleza, sobre el grito de los insectos gigantescos y de los primeros animales, que apenas habían principiado sin embargo su aparición en los días del «Nacido del Sudor» o de la primitiva Tercera Raza. En su segunda mitad, cuando el «Nacido del Sudor» dio nacimiento al «Nacido del Huevo», la Tercera Raza media, y cuando ésta, en lugar de «empollar» (perdone el lector esta expresión, ridícula cuando se tienen en cuenta los seres humanos de nuestra época), como seres andróginos, principió a separarse en machos y hembras; cuando la misma ley de evolución las llevó a producir sexualmente su especie –acto que obligó a los Dioses Creadores, impulsados por la ley Kármica, a encarnar en hombres sin mentes–, solo entonces se desarrolló el habla. Pero aun entonces no fue esto más que una tentativa. Toda la Raza humana solo tenía en aquel tiempo «un habla y un labio». Esto no impidió que las dos últimas subrazas de la Tercera Raza[463] construyeran ciudades y sembrasen por todas partes las primeras semillas de la civilización, bajo la dirección de sus Instructores Divinos[464] y de sus propias mentes ya despiertas. El lector debe tener presente también que así como cada una de las siete Razas se divide en cuatro Edades: de Oro, de Plata, de Bronce y de Hierro, lo mismo sucede con la más pequeña división de dichas Razas. El habla, pues, se desarrolló, según la Enseñanza Oculta, en el orden siguiente:

I. Idioma monosilábico: el de los primeros seres humanos casi completamente desarrollados al final de la Tercera Raza Raíz, los hombres de «color dorado», de complexión amarilla, después de su separación en sexos y del despertar completo de sus mentes. Antes de eso, se comunicaban por lo que ahora se llamaría «transferencia del pensamiento»; aunque, exceptuando la Raza llamada los «Hijos de la Voluntad y del Yoga» –los primeros en quienes habían encarnado los «Hijos de la Sabiduría»–, el pensamiento estaba muy poco desarrollado en el hombre físico naciente, y nunca se elevaba más allá de un nivel terrestre inferior. Sus cuerpos físicos pertenecían a la Tierra, y sus Mónadas permanecían en un plano superior. El lenguaje no podía desarrollarse bien, antes de la completa adquisición y desenvolvimiento de sus facultades razonadoras. Este idioma monosilábico fue el padre vocal, por decirlo así, de las lenguas monosilábicas mezcladas con consonantes duras, que todavía se usan entre las razas amarillas, conocidas de los antropólogos[465].

II. Idiomas aglutinantes: estos caracteres lingüísticos originaron idiomas aglutinantes. Éstos se hablaron por algunas razas Atlantes, mientras que otros troncos padres de la Raza Cuarta conservaron la lengua madre. Y como los lenguajes tienen una evolución cíclica, su infancia, pureza, crecimiento, caída en la materia, mezcla con otras lenguas, madurez, decaimiento, y finalmente, muerte[466]; por esto decayó y casi murió el habla primitiva de las razas Atlantes más civilizadas, esa habla mencionada como la Râkshasi Bhâshâ, en las obras antiguas sánscritas. Al paso que la «crema» de la Cuarta Raza gravitaba más y más hacia el ápice de la evolución física e intelectual, dejando así como herencia a la naciente Quinta Raza (la Aria), el lenguaje de flexión altamente desarrollado, el aglutinante decayó y quedó como idioma fósil fragmentario, esparcido ahora, y casi limitado a las tribus aborígenes de América.

III. Idiomas de flexión: la raíz del sánscrito, muy erróneamente llamado el «hermano mayor» del griego, en lugar de su padre, fue la primera lengua, ahora la de los misterios de los Iniciados, de la Quinta Raza. Las lenguas «Semíticas» son descendientes bastardas de las primeras corrupciones fonéticas de los hijos mayores del primitivo sánscrito. La Doctrina Oculta no admite divisiones como la aria y la semítica, y hasta acepta la turania con grandes reservas. Los semitas, especialmente los árabes, son arios posteriores, degenerados en espiritualidad y perfectos en materialidad. A éstos pertenecen todos los judíos y árabes. Los primeros son una tribu descendiente de los Chandâlas de la India, los fuera de casta, muchos de ellos exbrahamanes que refugiados en Caldea, Scinde y Aria (Irán), nacieron efectivamente de su padre A-Bram (No-brahmán), unos 8000 años antes de Cristo. Los otros, los árabes, son descendientes de aquellos arios que no quisieron ir a la India cuando la dispersión de las naciones, algunos de los cuales permanecieron en las fronteras de la misma, en el Afganistán y Cabul[467] y a lo largo del Oxus, mientras que otros penetraron en Arabia y la invadieron. Pero esto fue cuando el África se había ya levantado como continente.

Entretanto, tenemos que seguir tan de cerca como nos lo permita el espacio limitado de que disponemos, la evolución gradual de las verdaderas especies humanas actuales. En la evolución bruscamente detenida de ciertas subrazas, y en su forzada y violenta desviación hacia la línea puramente animal, por medio de cruzamientos artificiales, verdaderamente análogos a la hibridación que hemos aprendido a utilizar ahora en los reinos vegetal y animal, es donde debemos buscar el origen de los antropoides.

En estos monstruos cubiertos de pelo rojo, fruto de la unión antinatural de hombres y animales, no encarnaron, como vemos, los «Señores de la Sabiduría». Así, por medio de una larga serie de transformaciones debidas al cruzamiento contra natura –«selección sexual» antinatural– se originaron en el debido transcurso del tiempo las especies inferiores de la humanidad; mientras que por ulterior bestialidad y como fruto de sus primeros esfuerzos animales de reproducción, engendraron una especie que se desarrolló como monos mamíferos edades más tarde[468].

En cuanto a la separación de los sexos, no tuvo lugar repentinamente, como puede suponerse. La Naturaleza procede lentamente en todo lo que hace.

37. EL UNO[469] SE CONVIRTIÓ EN DOS; ASÍ TAMBIÉN TODOS LOS SERES VIVOS Y SERPEANTES QUE ERAN TODAVÍA UNO, PECES GIGANTESCOS, PÁJAROS Y SERPIENTES CON CABEZAS DE CONCHA.

Esto se relaciona evidentemente con la llamada edad de los reptiles anfibios, durante la cual la Ciencia niega que el hombre existiese. Pero ¿qué podían saber los antiguos de los animales y monstruos antediluvianos prehistóricos? Sin embargo, en el Libro VI de los Comentarios se encuentra un pasaje que, traducido libremente, dice así:

Cuando la Tercera se separó y cayó en el pecado engendrando hombres-animales, éstos [los animales] se hicieron feroces, y los hombres y ellos se destruían mutuamente. Hasta entonces, no existía el pecado; ninguna vida se destruía. Después [de la separación] el Satya [Yuga] terminó. La eterna primavera se convirtió en cambio constante y estaciones sucesivas. El frío obligó a los hombres a construir guaridas y a idear vestidos. El hombre acudió a los Padres superiores [los Dioses o Ángeles superiores]. Los Nirmânakâyas de los Nâgas, las Serpientes sabias y Dragones de Luz, vinieron, y los precursores de los Iluminados [los Buddhas]. Descendieron Reyes Divinos, y enseñaron a los hombres artes y ciencias; pues el hombre no pudo vivir más tiempo en la primera tierra [Âdi-Varsha, el Edén de las primeras Razas], que se había convertido en un blanco cadáver helado.

Esto es sugestivo. Veremos lo que puede deducirse de esta breve declaración. Algo puede hacer suponer que hay más en ella de lo que aparece a primera vista.

EDENES, SERPIENTES Y DRAGONES

¿De dónde procede la idea y el significado verdadero del término «Edén»? Los cristianos sostendrán que el jardín del Edén es el santo Paraíso, el sitio profanado por el pecado de Adán y Eva; el Ocultista negará esta interpretación de la letra muerta, y demostrará lo contrario. No es necesario creer en la Biblia, y ver en ella la revelación divina, para decir que este antiguo libro, si se lee esotéricamente, está basado en las mismas tradiciones universales que las demás antiguas escrituras. Lo que era el Edén se mostró parcialmente en Isis sin Velo, en donde se dice que:

El jardín del Edén, como localidad, no es en modo alguno un mito; pertenece a esos mojones de la historia que a veces hacen descubrir al estudiante que la Biblia no es toda mera alegoría. «Edén o el hebreo, Gan-Edén, que significa el Parque o Jardín del Edén, es un nombre arcaico del país regado por el Éufrates y sus muchos brazos, desde Asia y Armenia hasta el mar Eritreo[470]». En el Libro de los Números caldeo se designa su situación por números, y en el manuscrito rosacruz cifrado dejado por el Conde de San Germán, se le describe por completo. En las Tablas asirias se halla traducido por Gan-duniyas. «Ved», dicen los Elohim, del Génesis «el hombre se ha convertido en uno de nosotros». Los Elohim pueden ser tomados en un sentido, por dioses o poderes, y en otro por Aleim o sacerdotes: los hierofantes iniciados en el bien y el mal de este mundo; pues había un colegio de sacerdotes llamados los Aleim, en tanto que la cabeza de su casta, o jefe de los hierofantes, era conocido por Jaya-Aleim. Un Adán u Hombre, en lugar de hacerse neófito y obtener gradualmente sus conocimientos esotéricos por medio de una iniciación regular, usa sus facultades intuitivas, e impulsado por la serpiente –la Mujer y la Materia– prueba, ilícitamente, del Árbol del Conocimiento, la Doctrina Esotérica o Secreta. Los sacerdotes de Hércules o Mel-karth, el «Señor» del Edén, llevaban todos «vestidos de piel. —El texto dice—: Y Jaya-Aleim hizo para Adán y su esposa, CHITO-NUTH-OUF». La primera palabra hebrea Chitón, es el (chitón) griego. Se convirtió en una palabra del eslavo, tomada de la Biblia, y significa un vestido externo.

La escritura hebrea, aunque teniendo el mismo fondo de verdad esotérica que todas las Cosmogonías primitivas, lleva en su faz las señales de un doble origen. Su Génesis es puramente una reminiscencia de la cautividad babilónica. Puede seguirse el rastro de los nombres de los lugares, de los hombres y hasta de los objetos, desde el texto original a los caldeos y accadios, antepasados e instructores arios de los primeros. Se combate fuertemente que las tribus accadias de Caldea, Babilonia y Asiria fuesen de algún modo consanguíneas con los brahmanes del Indostán, pero hay más pruebas en favor que en contra de esta opinión. Los semitas o asirios deben haber sido llamados quizás, turanios, y los mogoles han sido denominados escitas. Pero si los acadios han existido en alguna otra parte más que en las imaginaciones de algunos filólogos y etnólogos, seguramente no han sido nunca una tribu turania, como algunos asiriólogos han tratado de hacernos creer. Eran sencillamente emigrantes en su camino al Asia Menor desde la India, la cuna de la humanidad, y sus sacerdotes adeptos se detuvieron para civilizar e iniciar a un pueblo bárbaro. Halevy probó la falsedad de la manía turania respecto de los accadios, y otros hombres de ciencia han probado que la civilización babilónica no nació, ni se desarrolló en aquel país. Fue importada de la India, y los que la introdujeron eran indos brahmanes[471].

Y ahora, diez años después de haber escrito esto, nos vemos corroborados por el profesor Sayce, que dice en su primera conferencia en Hibbert, que la cultura de la ciudad babilónica Eridu era de «importación extranjera». Vino ella de la India.

Mucha parte de la teología fue tomada por los semitas de los accadios no semitas o protocaldeos, a quienes suplantaron, y cuyos cultos locales no quisieron ni pudieron desarraigar. Verdaderamente durante el transcurso de muchos siglos las dos razas, la semita y la accadia, vivieron una al lado de otra mezclándose insensiblemente sus ideas y culto a los dioses.

Aquí los accadios son llamados «no-semitas», como lo hemos asegurado en Isis sin Velo, lo cual es otra corroboración. Ni tenemos menos razón en seguir sosteniendo que la historia bíblica judía fue una compilación de hechos históricos de la historia de otros pueblos, arreglados con la vestimenta judaica, exceptuando el Génesis, que es esoterismo puro y simple. Pero realmente, desde el Euxino a Cachemira, y más allá aún, es donde la Ciencia debe buscar la cuna (o más bien una de las cunas principales) de la humanidad y de los hijos de Ad-ah; especialmente en tiempos posteriores, cuando el jardín del Ed-en, sobre el Eufrates, se convirtió en el Colegio de los Astrólogos y Magos, los Aleim.

Pero este «Colegio» y este Edén pertenecen a la Quinta Raza, y son simplemente una vaga reminiscencia del Âdi-Varsha, de la Tercera Raza primitiva. ¿Cuál es la etimología de la palabra Edén? En griego es , que significa «voluptuosidad». Bajo este aspecto no es mejor que el Olimpo de los griegos, que el Cielo de Indra, que Svarga, el Monte de Meru, y hasta que el Paraíso lleno de huríes prometido por Mahoma a los fieles. El jardín del Edén no ha sido nunca propiedad de los judíos; pues China, que no puede sospecharse que conociese nada acerca de los judíos 2000 años antes de Cristo, tenía un jardín primitivo semejante en el Asia Central, habitado por los «Dragones de la Sabiduría», los Iniciados. Y según Klaproth, la carta jeroglífica copiada de una Enciclopedia japonesa en el libro de Foe-koue-ki[472], coloca su «jardín de la Sabiduría» en la Meseta de Pamir, entre los picos más altos de la cordillera de los Himalayas; y describiéndolo como el punto culminante del Asia Central, muestra a los cuatro ríos, Oxus, Indus, Ganges y Silo, fluyendo de un origen común, el «Lago de los Dragones».

Pero éste no es el Edén del Génesis; ni es el jardín del Edén Kabalístico. Pues el primero –el Edén Illaah– significa en un sentido la Sabiduría, un estado semejante al del Nirvâna, un Paraíso de Dicha; mientras que en otro sentido se refiere al Hombre Intelectual, el que contiene el Edén, en donde crece el Árbol del Conocimiento del bien y del mal, siendo el hombre el Conocedor.

Renán y Barthélemy St. Hilaire, basándose «en las inducciones más sólidas» creen imposible dudar por más tiempo, y ambos colocan la cuna de la Humanidad «en la región del Timaus». Finalmente, el Journal Asiatique[473] llega a la conclusión de que:

Todas las tradiciones de la especie humana que colocan a las familias primitivas en la región en que nacieron nos las presentan agrupadas alrededor de los países en donde la tradición judía coloca el Jardín del Edén; donde los Arios [Zoroastrianos] establecieron su Airyana Vaêjô o el Meru [¿?]. Hállanse limitados al Norte con los países que se juntan al Lago Aral, y al Sur con el Baltistán, o Pequeño Tíbet. Todo concurre a probar que allí se encontraba la morada de esa humanidad primitiva de la cual debernos proceder.

Esa «humanidad primitiva» se hallaba en su Quinta Raza, cuando el «Dragón de Cuatro bocas», el lago del cual quedan muy pocas señales, era la morada de los «Hijos de la Sabiduría» los primeros Hijos nacidos de la Mente de la Tercera Raza. Sin embargo, no era la única cuna ni la cuna primitiva de la humanidad, aunque, verdaderamente, era la copia de la cuna del primer Hombre pensador divino. Era el Paradesha, la tierra montañosa de la primera gente que habló el sánscrito, el Hedone, el país de las delicias de los griegos, pero no era la «Glorieta de la Voluptuosidad» de los caldeos, pues esta última solo fue su reminiscencia; ni fue allí donde ocurrió la Caída del Hombre después de la «separación». El Edén de los judíos fue copiado de la copia caldea.

Que la Caída del Hombre en la generación ocurrió durante el primer período de lo que la Ciencia llama los tiempos mesozoicos, o la época de los reptiles, está evidenciado por la fraseología de la Biblia acerca de la serpiente, la naturaleza de la cual se halla explicada en el Zohar. La cuestión no es si el incidente de Eva con el reptil tentador es alegórico o textual, pues nadie puede dudar que es lo primero, sino demostrar la antigüedad del simbolismo en su propia faz, y que no era una idea judaica, sino universal.

Ahora bien; en el Zohar vemos un aserto muy extraño, que parece hecho para provocar la risa del lector por lo absurdo y ridículo. Nos dice que la serpiente usada por Shamael, el supuesto Satán, para seducir a Eva, era una especie de «camello volador», [474].

Un «camello volador» es verdaderamente demasiado hasta para los F. R. S. (académicos) más liberales. Sin embargo, el Zohar, el cual no puede esperarse que use el lenguaje de un Cuvier, tenía razón en su descripción; pues vemos que en los antiguos manuscritos zoroastrianos se le llama Aschmogh, el cual, en el Avesta, se halla representado como habiendo perdido después de la Caída su naturaleza y su nombre, y se le describe como una enorme serpiente con cuello de camello.

Salverte asegura que:

No hay serpientes aladas ni verdaderos dragones… Los griegos llaman aún a los cigarrones serpientes aladas, y esta metáfora puede haber dado origen a diversas narraciones sobre la existencia de serpientes aladas[475].

Actualmente no hay ninguna; pero no hay razón para que no hubiesen existido en la Edad Mesozoica; y Cuvier, que ha reconstruido sus esqueletos, es un testigo de los «camellos voladores». El gran naturalista, después de encontrar los simples fósiles de ciertos saurios, ya había escrito que:

Si algo pueden justificar las hidras y otros monstruos, cuyas figuras eran tan a menudo repetidas por historiadores de la Edad Media, es, incontestablemente, el plesiosauro[476].

No sabemos si Cuvier ha añadido después algo como especie de mea culpa; pero podemos imaginarnos su confusión por todos sus ataques contra la veracidad arcaica, cuando se encontró en presencia de un saurio volador, el pterodáctilo, encontrado en Alemania, de 78 pies de largo, con alas vigorosas sujetas a un cuerpo de reptil. Este fósil es descrito como un reptil; los pequeños dedos de sus manos se hallan separados de manera que sostienen un ala grande membranosa. Con esto se vindica, pues, el «camello volador» del Zohar. Pues seguramente, entre el largo cuello del plesiosauro, y el ala membranosa del pterodáctilo, o mejor aún, del mosasauro, hay bastantes posibilidades científicas para construir «un camello volador», o un dragón de largo cuello. El profesor Cope, de Filadelfia, ha demostrado que el mosasauro fósil en la marga era una serpiente alada de ésta clase. Hay en sus vértebras caracteres que indican la unión con el ofidio más bien que con el lacértido.

Y ahora pasemos a la cuestión principal. Es bien sabido que la antigüedad no ha pretendido jamás contar entre sus artes y ciencias a la Paleontografía y la Paleontología; y nunca tuvo sus Cuviers. Sin embargo, en los ladrillos babilónicos, y especialmente en los dibujos antiguos chinos y japoneses, en las pagodas y monumentos más antiguos, y en la Biblioteca Imperial de Pekín, más de un viajero ha visto y reconocido representaciones perfectas de plesiosauros y pterodáctilos en los multiformes dragones chinos[477]. Por otra parte, los profetas hablan en la Biblia de las serpientes ígneas voladoras[478], y Job menciona el Leviatán[479] Ahora bien, presentamos directamente las siguientes preguntas:

I. ¿Cómo podían las naciones antiguas saber nada de los monstruos extinguidos de los tiempos carboníferos y mesozoicos, y hasta representarlos y describirlos oral y pictóricamente, a menos que hubiesen visto ellos mismos esos monstruos, o bien que poseyeran descripciones de ellos en sus tradiciones; cuyas descripciones requieren testigos oculares vivos e inteligentes?

II. Y una vez admitidos tales testigos oculares (a menos que se acepte la clarividencia retrospectiva), ¿cómo es posible que la Humanidad y los primeros hombres paleolíticos no sean anteriores al tiempo medio del período Terciario? Debemos tener presente que la mayor parte de los hombres de ciencia no admiten que el hombre haya podido aparecer antes del período Cuaternario, dejándolo así por completo fuera de los tiempos Cainozoicos. Aquí tenemos especies extinguidas de animales que desaparecieron de la faz de la tierra hace millones de años, conocidas y descritas por naciones cuya civilización se dice que apenas ha podido principiar hace unos cuantos miles de años. ¿Cómo es esto? Es evidente que hay que suponer o que el tiempo mesozoico se adentra en el período Cuaternario, o que el hombre debe ser contemporáneo del pterodáctilo y del plesiosauro.

De esto no se desprende que, porque los ocultistas crean y defiendan a la Sabiduría y Ciencias Antiguas, aun cuando los saurios alados se llamen «camellos voladores» en las traducciones del Zohar, creamos por lo tanto con igual facilidad todos los cuentos que la Edad Media nos refiere de tales dragones. Los pterodáctilos y los plesiosauros dejaron de existir con la mayoría de la Tercera Raza. Por lo tanto, cuando con toda gravedad se nos pide por los escritores católicos romanos que demos crédito a los cuentos absurdos de Christopher Schezer y del Padre Kircher, de que vieron con sus propios ojos dragones vivos, ígneos y voladores en 1619 y 1669, respectivamente, se nos permitirá considerar sus asertos como sueños o como cuentos[480]. No podemos considerar de otro modo que como una «licencia poética» la fábula referida por Petrarca, quien, siguiendo un día a su Laura en los bosques, al pasar cerca de una cueva, dícese que encontró un dragón al que seguidamente mató con su daga, impidiendo así que el monstruo devorara a la señora de su corazón[481]. Creeríamos gustosos la historia, si Petrarca hubiese vivido en los días de los Atlantes, cuando tales monstruos antediluvianos pueden haber existido aún. En nuestra Era presente negamos su existencia. La serpiente de mar es una cosa, y el dragón otra completamente distinta. La primera es negada por la mayoría, porque vive en las mismas profundidades del Océano, es muy rara, y solo se eleva a la superficie cuando se ve obligada a ello, quizás por el hambre. Permaneciendo así invisible, puede existir y, sin embargo, ser negada. Pero si existiese tal cosa como el dragón que se ha descrito, ¿cómo hubiera podido dejar de averiguarse? Es una criatura contemporánea del primer tiempo de la Quinta Raza Raíz, y ya no existe.

El lector preguntará que por qué nos ocupamos de los dragones. Contestamos: primero, porque el conocimiento de tales animales es una prueba de la antigüedad enorme de la especie humana; y segundo, para mostrar la diferencia entre el significado zoológico verdadero de las palabras «Dragón», «Nâga» y «Serpiente» y el sentido metafórico, cuando se usan simbólicamente. El lector profano, que nada sabe acerca de la lengua del misterio, es probable que, siempre que vea mencionada una de estas palabras, las tome literalmente. De aquí los quid pro quo y las acusaciones injustas. Un par de ejemplos bastarán:

«¿Et Serpens?» Bueno: Pero «¿cuál era la naturaleza de la serpiente?». Los místicos ven intuitivamente en la serpiente del Génesis un emblema animal y una esencia elevada espiritual: una fuerza cósmica, suprainteligente, «una gran luz caída, —un espíritu sideral, aéreo y telúrico a la vez—, cuya influencia circunvala el globo» (qui circum ambulat terra), según De Mirville[482], cristiano fanático de la letra muerta, lo expresa; y que solo «se manifiesta bajo el emblema físico que concuerda mejor con sus anillos intelectuales y morales»; esto es, bajo la forma de ofidio.

Pero ¿qué harán los Cristianos con la Serpiente de Bronce, el «Sanador divino», si hay que considerar a la serpiente como el emblema de la astucia y del mal; como el «Demonio» mismo? ¿Cómo puede jamás determinarse la línea de demarcación, cuando está trazada de un modo arbitrario con espíritu sectario teológico? Pues si a los partidarios de la Iglesia Romana se les enseña que Mercurio, y Esculapio, o Asclepio, que son en realidad uno, son «demonios e hijos de demonios» y la varita y la serpiente del último, la «varita del Diablo», ¿qué es entonces la Serpiente de Bronce de Moisés? Todos los versados en la materia saben que tanto la vara pagana como la serpiente judía son una misma cosa, a saber: el Caduceo de Mercurio, hijo de Apolo-Pitón. Es fácil de comprender por qué los judíos adoptaron la forma ofidia para su «seductor».

Entre ellos esto era puramente fisiológico y fálico; y ninguna acumulación de razonamiento casuístico por parte de la iglesia Católica Romana puede asignarle otro significado, una vez que se ha estudiado bien el lenguaje del misterio, y que los documentos hebreos se han leído numéricamente. Los Ocultistas saben que la Serpiente, el Nâga y el Dragón tienen cada uno un significado septenario; que el Sol, por ejemplo, era el emblema astronómico y cósmico de las dos Luces en contraste, y las dos Serpientes de los gnósticos, el bien y el mal. Saben también que, cuando las conclusiones, tanto de la Ciencia como de la Teología, se generalizan, presentan dos extremos excesivamente ridículos. Porque cuando la primera nos dice que basta seguir las leyendas sobre las serpientes hasta su origen primordial, la leyenda astronómica, y meditar seriamente en el Sol, el conquistador de Pitón, y en la Virgen celestial del Zodíaco rechazando al Dragón devorador, para tener la clave de todos los dogmas de las religiones subsiguientes, es fácil percibir que el autor, en vez de generalizar, tiene su vista simplemente fija en la religión cristiana y en el Apocalipsis. A esto lo llamamos un extremo. El otro lo vemos cuando la Teología, repitiendo la famosa decisión del Concilio de Trento, trata de convencer a las masas de que:

Desde la caída del hombre hasta el momento de su bautismo, el Demonio tiene pleno poder sobre él, y lo posee por derecho —diabolum dominum et potestatem super homines habere et JURE eos possidere[483].

A esto contesta la Filosofía Oculta: Probad primero la existencia del Demonio como entidad, y entonces podremos creer en semejante congénita posesión. Un poco de observación y conocimiento de la naturaleza humana es suficiente para demostrar la falsedad de este dogma teológico. Si Satán tuviese alguna realidad en el mundo objetivo, o aun siquiera en el subjetivo, (en el sentido eclesiástico), sería el pobre Diablo el que se encontraría obseso crónicamente, y hasta poseído por los perversos, y, por lo tanto, por la gran masa de la humanidad. La humanidad misma, y especialmente el sacerdocio y a su cabeza la altiva, poco escrupulosa e intolerante Iglesia Romana, es quien ha engendrado, dado nacimiento y criado con amor, al Demonio. Pero esto es una digresión.

La Iglesia acusa a todo el mundo pensador de haber adorado a la serpiente.

La humanidad entera le quemaba incienso, o la apedreaba. Los Zends hablan de ella, así como los Kings y los Vedas, el Edda… y la Biblia… En todas partes la serpiente sagrada [el Nâga] tiene su sagrario y su sacerdote; en Roma, es la Vestal quien… prepara su alimento con el mismo cuidado con que atiende al fuego sagrado. En Grecia, Esculapio no puede curar sin su ayuda, y le delega sus poderes. Todo el mundo ha oído hablar de la famosa embajada romana enviada por el Senado al dios de la medicina, y su vuelta con la no menos célebre serpiente, la cual se dirigió por su propia voluntad y por sí misma al templo de su amo, situado en una de las islas del Tíber. ¡No había Bacante que no la enrollase en su pelo, ningún Augur que no la interrogase con cuidado!, ¡ningún Nigromántico cuya tumba estuviese libre de su presencia! Los cainitas y los ofitas la llaman Creador, al paso que reconocen, como Schelling, que la serpiente es «el mal en substancia y en persona[484]».

Sí, el autor tiene razón, y si se quiere tener una idea del prestigio de que goza la serpiente aún hoy, se debe estudiar el asunto en la India, y aprender todo lo que se cree de ella y todo lo que se atribuye todavía a las Nâgas (cobras) en aquel país; debe visitarse también a los africanos de Whydah, los Vudús de Puerto Príncipe y de Jamaica, los Nagales de México, y los Pâ, u Hombres-serpientes, de China, etc. Pero ¿qué de extraño tiene que la serpiente sea «adorada» y al mismo tiempo maldita, puesto que sabemos que era un símbolo desde un principio? En todo lenguaje antiguo, la palabra dragón significaba lo que ahora en China long, o «el ser que sobresale en inteligencia»; y en Griego , o «el que ve y vigila[485]». ¿Pueden aplicarse estos epítetos al animal de este nombre? ¿No es evidente, cualquiera que sea la interpretación que por la superstición y el olvido del significado primitivo le den ahora los salvajes, que tales calificaciones estaban aplicadas a los originales humanos, simbolizados por las Serpientes y los Dragones? Estos originales, llamados hasta hoy día en China los «Dragones de la Sabiduría», fueron los primeros discípulos de los Dhyânis, que fueron sus instructores; en una palabra, los Adeptos primitivos, de la Tercera Raza, y, más tarde, de la Cuarta y Quinta. El nombre se hizo universal, y antes de la Era cristiana ningún hombre en su cabal juicio hubiera confundido al hombre con el símbolo.

El símbolo de Chnouphis, o el Alma del Mundo, dice Champollion que:

Es entre otros el de una enorme serpiente que se yergue sobre piernas humanas; este reptil, emblema del Buen Genio, es un verdadero Agathodaemon. Muchas veces lo representan con barba… Este animal sagrado, idéntico a la serpiente de los ofitas, se encuentra grabado en muchas piedras gnósticas y basilidianas… La serpiente tiene varias cabezas, pero siempre está inscrita con las letras [486] [Chnoubis].

Agathodæmon estaba dotado «con el conocimiento del bien y del mal», esto es, con la Sabiduría Divina, pues sin esta última lo primero es imposible[487]. Repitiendo a Jámblico, Champollion lo muestra como:

La deidad llamada [o el Fuego de los Dioses Celestiales: el Gran Thot-Hermes][488], a quien Hermes Trimegisto atribuye la invención de la magia[489].

¡La «invención de la magia»! ¡Qué término más extraño! ¡Como si el revelar los misterios eternos y reales de la Naturaleza fuese inventar! Es lo mismo que si dentro de unos miles de años se atribuyese a Mr. Crookes la invención de la materia radiante en lugar de su descubrimiento. Hermes no fue el inventor ni aun el descubridor; pues, como se ha dicho en la penúltima nota, Thot Hermes es un nombre genérico, como lo es Enoch —Enoichion, el «ojo espiritual, interno»— y Nebo, el profeta y vidente, etc. No es el nombre propio de ningún hombre vivo, sino el título genérico de muchos Adeptos. Su relación con la serpiente en las alegorías simbólicas, es debida a su iluminación por los Dioses Solares y Planetarios durante la primera Raza intelectual, la Tercera. Todos ellos son patrones representantes de la Sabiduría Secreta. Asclepios es el hijo del Dios-Solar Apolo, y es Mercurio; Nebo es el hijo de Bel-Merodach; el Manu Vaivasvata, el gran Rishi, es el hijo de Vivasvat, el Sol o Sûrya, etc. Y al paso que astronómicamente los Nâgas, juntamente con los Rishis, los Gandharvas, Apsarases, Grâmanis (o Yakshas, Dioses menores), Yâtudhânas y Devas, son los servidores del Sol durante los doce meses solares; en la Teogonía, y también en la evolución antropológica, cuando están encarnados en el Mundo Inferior, son Dioses y Hombres. Relacionado con esto, debe tener presente el lector el hecho de que Apolonio encontró en Cachemira Nâgas budhistas. Éstos no son serpientes zoológicamente, ni tampoco Nâgas etnológicamente, sino «hombres sabios».

La Biblia, desde el Génesis al Apocalipsis, no es sino una serie de anales históricos de la gran lucha entre la Magia Blanca y la Negra, entre los Adeptos del Sendero de la Derecha, los Profetas, y los de la Izquierda, los Levitas, el clero de las masas brutales. Hasta los estudiantes de Ocultismo, aun cuando algunos de ellos tienen más manuscritos arcaicos y enseñanzas directas en qué fundarse, encuentran, sin embargo, difícil trazar una línea de separación entre los Sodales del Sendero de la Derecha y los del de la Izquierda. El gran cisma que tuvo lugar entre los hijos de la Cuarta Raza cuando se erigieron los primeros Templos y Salas de Iniciación bajo la dirección de los «Hijos de Dios» se halla alegorizado en los Hijos de Jacob. Que había dos Escuelas de Magia, y que los Levitas ortodoxos no pertenecían a la buena, se muestra en las palabras pronunciadas por el moribundo Jacob. Y aquí conviene citar unas cuantas sentencias de Isis sin Velo[490]:

El moribundo Jacob describe así a sus hijos: «Dan —dice— será una serpiente en el camino, una culebra en el sendero, que morderá las patas de los caballos de modo que el jinete caiga hacia atrás [esto es, enseñará a los Candidatos Magia Negra]. He esperado tu salvación ¡oh Señor!» De Simeón y Levi, dice el patriarca que «son hermanos; en sus moradas hay instrumentos de crueldad. ¡Oh alma mía, no penetres tú en su secreto; en su asamblea[491]!»

Ahora bien; en el original, las palabras «su secreto» se leen «su Sod[492]». Y Sod era el nombre de los Grandes Misterios de Baal, Adonis y Baco, los cuales eran todos Dioses Solares, y tenían serpientes por símbolos. Los kabalistas explican la alegoría de las serpientes de fuego diciendo que éste fue el nombre dado a la tribu de Levi, en una palabra, todos los levitas, y que Moisés era el jefe de los Sodales[493].

El significado original de los «Matadores del Dragón» se encuentra en los Misterios, y más adelante se tratará de lleno el asunto.

Por otra parte, si Moisés era el jefe de los Misterios, se deduce también; por tanto, el Hierofante de los mismos; dedúcese además que había dos Escuelas, desde el momento en que al mismo tiempo vemos a los Profetas condenando las «abominaciones» del pueblo de Israel. «Serpientes de Fuego», era, pues, sencillamente, el epíteto aplicado a los Levitas de la casta sacerdotal, después que abandonaron la Buena Ley, las enseñanzas tradicionales de Moisés, y a todos los que seguían la Magia Negra. Isaías, al referirse a los «hijos rebeldes» que tendrán que llevar sus riquezas a las tierras de donde vienen «la víbora y la serpiente voladora de fuego[494]», o sea la Caldea y Egipto, cuyos Iniciados habían ya degenerado mucho en su tiempo (700 años antes de Cristo), se refería a los hechiceros de aquellos países[495]. Pero hay que tener mucho cuidado en distinguir éstos de los «Dragones de Fuego de la Sabiduría», y de los «Hijos de la Niebla de Fuego».

En el Gran Libro de los Misterios, se nos dice que:

Siete Señores crearon siete Hombres; tres Señores [Dhyân Chohans o Pitris], eran santos y buenos; cuatro eran menos celestes y llenos de pasión… Los Chhâyâs [fantasmas] de los Padres eran como ellos.

Esto explica las diferencias en la naturaleza humana, que está dividida en siete gradaciones del bien y del mal. Había siete tabernáculos, dispuestos para ser habitados por mónadas bajo siete diferentes condiciones Kármicas. Sobre esta base explican los Comentarios la fácil extensión del mal tan pronto como las formas humanas se convirtieron en hombres verdaderos. Sin embargo, algunos antiguos filósofos parece que ignoran que fueran siete, y solo mencionan cuatro en sus relatos genésicos. Así, el Génesis local mexicano tiene «cuatro hombres buenos» que se describen como los cuatro antecesores verdaderos de la raza humana, «que ni fue engendrada por los Dioses, ni nacida de mujer»; sino que su creación fue una maravilla ejecutada por Poderes Creadores, siendo producida solo después «de haber fracasado tres tentativas para construir hombres». Los egipcios solamente tenían en su teología «cuatro Hijos de Dios» —mientras que en el Pymander se mencionan siete—, evitando así toda referencia a la naturaleza mala del hombre. Sin embargo, cuando Set, de Dios descendió a Set-Typhon, principió a llamársele el «séptimo hijo»; de donde surgió probablemente la creencia de que el «séptimo hijo del séptimo hijo» es siempre un mago de nacimiento, bien que en un principio solo se quería significar un hechicero. APAP, la serpiente que simboliza el mal, fue muerta por Aker, la serpiente de Set[496]; por tanto, Set-Typhon, no podía ser aquel mal. En el Libro de los Muertos se ordena que el cap. CLXIII se lea «en presencia de una serpiente sobre dos piernas», lo cual significa un alto Iniciado, un Hierofante, pues el disco y los cuernos de morueco[497] que adornan su cabeza de «serpiente», en los jeroglíficos del título del mencionado capítulo, lo denotan. Sobre la «serpiente» están representados los dos ojos místicos de Ammon[498], el oculto «Dios del Misterio». Los anteriores pasajes corroboran nuestro aserto, y muestran lo que la palabra «serpiente» significaba realmente en la antigüedad.

Pero respecto de los Nagales y Nargales, ¿de dónde viene la similaridad de nombres entre los Nâgas indios y los Nagales americanos?

El Nargal era el jefe caldeo y asirio de los Magos [Rab-Mag] y el Nagal era el hechicero principal de los indios mexicanos. Ambos derivan sus nombres del Nergal-Serezer, el dios asirio, y los Nâgas indos. Ambos tienen las mismas facultades y el poder de tener un Demonio servidor, con quien se identifican completamente. El Nargal asirio y caldeo guardaba su Demonio, en la forma de algún animal considerado como sagrado, dentro del templo; el Nagal indio guarda el suyo donde puede; en el lago vecino, en el bosque o en la casa, bajo la forma de algún animal doméstico[499].

Semejante similitud no puede atribuirse a una coincidencia. Descúbrese un nuevo mundo, y encontramos que, para nuestros antepasados de la Cuarta Raza, era ya viejo; que Arjuna, compañero y Chela de Krishna, se dice haber descendido a Pâtâla, las «antípodas», y allí haberse casado con Ulûpi[500], Naga, o más bien Nâgi, hija del rey de los Nâgas, Kauravya[501].

Y ahora es de esperar se haya probado todo el significado del emblema de la serpiente. No es el mal y mucho menos el demonio; pero es ciertamente el [Semes Eilam Abrasax] el «Sol Eterno Abrasax» el Sol Central Espiritual de todos los kabalistas, representado en algunos diagramas por el círculo de Tiphereth.

Y en este punto, también podemos hacer citas de nuestras primeras obras, y entrar en más explicaciones.

Desde esta región de profundidad insondable (Bythos, Aditi, Shekinah, el Velo de lo Incognoscible), surge un Círculo formado de espirales. Éste es Tiphereth; que en el lenguaje del Simbolismo significa un gran Ciclo, compuesto de otros más pequeños. Enroscada dentro, de manera que sigue las espirales, encuéntrase la Serpiente, emblema de la Sabiduría y de la Eternidad, el Andrógino doble; el Ciclo representa a Ennoia o la Mente Divina (un Poder que no crea, pero que tiene que asimilar), y la Serpiente, el Agathodæmon, el Ofis, la Sombra de la Luz (no eterna, y sin embargo, la Luz Divina más grande en nuestro plano). Ambos eran los Logos de los Ofitas; o la Unidad como Logos, manifestándose como un doble principio del Bien y del Mal[502].

Si existiera la Luz sola, inactiva y absoluta, la mente humana no podría apreciarla ni comprenderla. La Sombra es lo que permite a la Luz manifestarse, y le da su realidad objetiva. Por lo tanto, la Sombra no es el mal, sino el necesario e indispensable corolario que completa la Luz o el Bien; es su creador en la Tierra.

Según la opinión de los gnósticos, estos dos principios, Luz y Sombra, son inmutables; el Bien y el Mal son virtualmente uno, y han existido por toda la eternidad, como continuarán existiendo mientras haya mundos manifestados.

Este símbolo explica la adoración de la Serpiente por esta secta, como Salvador, enroscada en torno del pan sacramental, o de una Tau (el emblema fálico). Como Unidad, Ennoia y Ofis son el Logos. Cuando separados, el uno es el Árbol de la Vida espiritual, y el otro el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Por tanto, vemos a Ofis incitando la primera pareja humana —la producción material de Ildabaoth, pero debiendo su principio espiritual a Sophia-Achamoth— a comer el fruto prohibido, aunque Ofis representa la Sabiduría divina.

La Serpiente, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, y el Árbol de la Vida, son todos símbolos trasplantados del suelo de la India. El Arasa-maram [¿?], el baniano tan sagrado entre los indos —desde que Vishnu, en una de sus encarnaciones, reposó bajo su inmensa sombra y enseñó allí filosofía y ciencias humanas—, se llama el Árbol del Conocimiento y el Árbol de la Vida. Bajo la sombra protectora de este rey de los bosques, los Gurús enseñan a sus discípulos sus primeras lecciones sobre la inmortalidad, y los inician en los misterios de la vida y de la muerte. Los Java-Aleim del Colegio Sacerdotal, se dice en la tradición caldea que han enseñado a los hijos de los hombres a poder ser como ellos. Hasta hoy día, Foh-tchou[503], que vive en su Foh-Maëyu, o templo de Buddha, en la cima del Kouin-Long-Sang[504], la gran montaña, produce sus mayores prodigios religiosos bajo un árbol llamado en China Sung-Ming-Shu, o el Árbol del Conocimiento y el Árbol de la Vida, pues la ignorancia es la muerte, y solo el conocimiento da la inmortalidad. Esta escena maravillosa tiene lugar cada tres años, con un concurso inmenso de buddhistas chinos que se reúnen en peregrinación en el santo lugar[505].

Ahora se comprenderá por qué los primeros Iniciados y Adeptos, o los «Hombres Sabios» que se pretende fueron iniciados en los Misterios de la Naturaleza por la MENTE UNIVERSAL, representada por los Ángeles más elevados, fueron llamados «Serpientes de Sabiduría» y «Dragones»: y también cómo las primeras parejas, fisiológicamente completas, después de ser iniciadas en el Misterio de la Creación Humana por Ofis, el Logos Manifestado y el Andrógino, comiendo del fruto del conocimiento, principiaron gradualmente a ser acusadas por el espíritu material de la posteridad, de haber pecado, de haber desobedecido al «Señor Dios» y de haber sido tentadas por la Serpiente.

Tan mal han comprendido los cristianos —que despojaron a los judíos de su Biblia— los primeros cuatro capítulos del Génesis en su sentido esotérico, que nunca se han percatado de que no solo no hubo pecado intencionado en esta desobediencia, sino que la «Serpiente» era realmente el «Señor Dios» mismo, el cual, como Ofis, el Logos o portador de la sabiduría divina creadora, enseñó a la Humanidad a ser a su vez creadora[506]. Nunca han llegado a comprender que la Cruz era una evolución del Árbol y de la Serpiente, convirtiéndose así en la salvación de la Humanidad. Por esto se convierte en el primer símbolo fundamental de la Causa creadora, que se aplica a la geometría, a los números, a la astronomía, a las medidas y a la reproducción animal. Según la Kabalah, la maldición que cayó sobre el hombre vino con la formación de la Mujer[507]. El círculo se separó de la línea de su diámetro.

De la posesión del principio doble en uno, es decir, el estado Andrógino, tuvo lugar la separación del principio dual, presentando dos opuestos, cuyo destino fue, desde entonces para siempre, buscar la reunión en el estado uno original. La maldición fue ésta: que la naturaleza, impulsando a buscar, evadía el resultado deseado con la producción de un nuevo ser, distinto de aquella reunión o unidad deseada, por medio de lo cual defraudaba y defraudará siempre el intenso deseo natural de recobrar un estado perdido. Por medio de este proceso de suplicio de Tántalo, de maldición continua, vive la naturaleza[508].

La alegoría de Adán, considerada aparte del Árbol de la Vida, significa, esotéricamente, que la raza que acababa de separarse abusó del misterio de la Vida y lo hundió en la región de la animalidad y bestialidad; pues como enseña el Zohar, Matronethah —Shekinab, simbólicamente la esposa de Metraton— «es el camino hacia el gran Árbol de la Vida, el Árbol Poderoso» y Shekinah es la Gracia Divina. Según se ha explicado, este Árbol llega al valle celestial, y se halla oculto entre tres montañas (la Tríada superior de los Principios del hombre). Desde estas tres montañas asciende el Árbol a lo alto (el conocimiento del Adepto que aspira hacia el cielo), y luego vuelve a descender a lo bajo (en el Ego del Adepto en la tierra). Este Árbol se revela por el día y se oculta por la noche, esto es, se revela a la mente iluminada, y se oculta a la ignorancia, que es la noche[509]. Según dice el Comentario:

El Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal crece de las raíces del Árbol de la Vida.

Pero también, como dice el autor de The Source of Measures:

En la Kabalah se ve claramente que el «Árbol de la Vida» era la cruz ansata en su aspecto sexual, y que el «Árbol del Conocimiento» era la separación y el volver a unirse para el cumplimiento de la condición fatal. Para presentar esto en números, el valor de las letras que compone la palabra Otz (), árbol, son 7 y 9; el siete siendo el número sagrado femenino, y el nueve, el número de la energía fálica o masculina. Esta cruz ansata es el símbolo del macho-hembra egipcio, Isis-Osiris, el principio germinal en todas las formas, basado en la manifestación primordial y aplicable en todas las direcciones y en todos los sentidos.

Tal es la opinión kabalística de los Ocultistas occidentales, y difiere de las orientales o Arias más filosóficas sobre este punto[510]. La separación de los sexos estaba en el programa de la Naturaleza y de la evolución natural; y la facultad creadora del macho y la hembra fue un don de la Sabiduría Divina. Toda la Antigüedad, desde el filósofo patricio al más humilde plebeyo de inclinaciones espirituales, ha creído en la verdad de tales tradiciones. Y a medida que prosigamos, podremos demostrar, de un modo satisfactorio, que la verdad relativa de semejantes leyendas, si no su exactitud absoluta —sostenida por gigantes de la inteligencia, como Solón, Pitágoras, Platón y otros—, principia a ser vislumbrada por más de un hombre de ciencia moderno. Hállase éste perplejo, sorprendido y confundido por pruebas que diariamente se acumulan ante él; siente él que no hay medio de resolver los muchos problemas históricos que se le presentan, a menos que principie por aceptar las antiguas tradiciones. Por tanto, al decir que creemos absolutamente en los antiguos anales y en las leyendas universales, no necesitamos confesarnos culpables ante el observador imparcial, pues otros escritores mucho más instruidos, y de los que militan en la Escuela Científica moderna, creen evidentemente en mucho de lo que los Ocultistas creen —en los «dragones», por ejemplo, y no solo simbólicamente, sino también en su existencia real en otro tiempo.

Hubiera sido verdaderamente un paso atrevido para cualquiera, el que hace treinta años se hubiese tratado de publicar una colección de cuentos, ordinariamente reputados de fabulosos, y pretender para ellos la consideración debida a verdades genuinas, o el haber defendido como hechos reales ciertos relatos considerados siempre como ficciones; y muchos de los que se nos cuentan en nuestra infancia como leyendas más o menos desnaturalizadas, descriptivas de seres o sucesos reales. Hoy día sería menos arriesgado[511].

Así principia la introducción de una obra reciente (1886) de las más interesantes, de Mr. Charles Gould, llamada Mythical Monsters. Declara él atrevidamente su creencia en la mayor parte de estos monstruos, y dice que:

Muchos de los llamados animales míticos, que a través de largas edades y en todas las naciones han sido fértiles asuntos de ficciones y fábulas, entran legítimamente dentro de la esfera de los hechos demostrables de la Historia Natural, y pueden considerarse, no como el producto de la exuberante fantasía, sino como criaturas que han existido realmente, y de las cuales, por desgracia, solo se han filtrado hasta nosotros descripciones imperfectas e inexactas, probablemente en extremo refractadas por las nieblas del tiempo…; tradiciones de seres que coexistieron una vez con los hombres, algunos de los cuales son tan extraños y terribles que, a primera vista, parecen imposibles…

Para mí la mayor parte de esas criaturas no son quimeras, sino objetos de estudio racional. El dragón, en vez de ser una criatura producida por la imaginación del hombre ario, ante el espectáculo del rayo atravesando las cavernas en que moraba, según sostienen algunos mitólogos, es un animal que vivió una vez, que arrastró sus poderosos anillos, y que quizás volaba…

Para mí, la existencia específica del unicornio no es increíble, sino de hecho más probable que la teoría que atribuye su origen a un mito lunar[512]….

Por mi parte dudo que los mitos se deriven generalmente «del espectáculo de las obras visibles de la Naturaleza externa». Me es más fácil suponer que la parálisis del tiempo ha debilitado la expresión de estos cuentos, tan a menudo referidos, hasta que su apariencia original se ha hecho casi irreconocible, que no que salvajes incultos poseyeran unos poderes de imaginación y una invención poética mucho mayores que los que gozan las naciones más instruidas de hoy día; es menos difícil creer que tales fábulas maravillosas de dioses y semidioses, de gigantes y enanos, de dragones y de monstruos de todas descripciones, son transformaciones, que el creer que son invenciones[513].

El mismo geólogo nos dice que:

Los paleontólogos han seguido sucesivamente el rastro a la existencia del hombre, remontándose a épocas diversas de la antigüedad, estimadas desde treinta mil años a un millón, en que coexistía con animales que se han extinguido hace mucho tiempo[514].

Estos animales «extraños y terribles» eran, para citar algunos:

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Pero, aun así, no se ha llegado al límite, pues se habla del descubrimiento de restos de proporciones tan colosales como un hueso de doce pies, ¡de un muslo[515]!. Luego leemos algo del monstruoso Sivatherium de los Himalayas, el ciervo de cuatro cuernos, tan grande como un elefante, pero excediendo a éste en altura; del gigantesco Megaterio; de los lagartos voladores enormes, Pterodáctilos, con quijadas de cocodrilo en una cabeza de pato, etc. Todos éstos coexistían con el hombre; muy probablemente atacarían al hombre, así como éste los atacaría. ¡Y se nos exige que creamos que ese mismo hombre no era mayor que ahora! ¿Es posible concebir que, rodeado por la Naturaleza de tales criaturas monstruosas, el hombre, a menos de ser un gigante colosal, hubiera podido sobrevivir mientras todos sus enemigos han perecido? ¿Puede creerse que haya vencido a un Sivatherium, o a un saurio volador gigantesco, con su pequeña hacha de piedra? Tengamos presente que, por lo menos, un gran hombre de ciencia, de Quatrefages, no ve ninguna buena razón científica en contra de que el hombre haya sido «contemporáneo de los primeros mamíferos, y se remonte hasta el Período Secundario[516]».

El muy conservador profesor Jukes, escribe:

Parece que los dragones voladores de los romances han tenido existencia real en otras edades del mundo[517].

Y el autor pasa a preguntar:

¿Es que la historia del hombre que comprende unos cuantos miles de años, abarca todo el período de su existencia inteligente? O ¿es que tenemos en las largas eras míticas, que se extienden sobre cientos de miles de años, registradas en las cronologías de la Caldea y China, recuerdos confusos del hombre prehistórico, legados por la tradición y quizás transportados a países actuales por unos cuantos supervivientes, de otros que, como la fabulosa Atlántida de Platón, han sido sumergidos o han sido el escenario de alguna gran catástrofe que los destruyó con toda su civilización[518]?

Los pocos animales gigantes que quedan, tales como los elefantes —más pequeños que sus antecesores los mastodontes— y los hipopótamos, son las únicas reliquias que sobreviven, y tienden a desaparecer más completamente cada día. Pero aun éstos han tenido ya algunos precursores de su género futuro, y han decrecido en tamaño, en la misma proporción que lo han hecho los hombres. Así, pues, según E. Falconeri, se han encontrado los restos de un elefante pigmeo en las cuevas depósitos de Malta; y el mismo autor asegura que se hallaban en compañía de los restos de un hipopótamo pigmeo, y que el primero solo tenía dos pies y seis pulgadas de alto. Hay también «el hipopótamo (Chœropsis) Liberiensis, que Mr. Milne-Edwards presenta como de poco más de dos pies de alto[519]».

Los escépticos pueden sonreír y denunciar nuestra obra como llena de tonterías y cuentos de hadas; pero al hacerlo así, justifican la sabiduría del filósofo chino Chuang, que decía que:

Las cosas que el hombre efectivamente conoce no pueden en modo alguno compararse numéricamente con las que son desconocidas[520].

Así, pues, se reirán de su propia ignorancia.

LOS «HIJOS DE DIOS» Y LA «ISLA SAGRADA»

La «leyenda» que se da en Isis sin Velo[521] en relación con una parte del globo, a la cual la Ciencia concede ahora que fue la cuna de la humanidad —aunque en verdad solo fue una de las siete cunas— dice lo siguiente:

Dice la tradición, y los anales del Gran Libro (el Libro de Dzyan) explican, que mucho antes de los días de Ad-am y de su curiosa esposa He-va, en donde ahora solo se encuentran lagos salados y desiertos estériles desolados, había un vasto mar interior que se extendía sobre el Asia Central, al Norte de la altiva cordillera de los Himalayas, y de su prolongación occidental. En este mar había una isla que, por su belleza sin par, no tenía rival en el mundo, y estaba habitada por los últimos restos de la Raza que precedió a la nuestra.

«Los últimos restos» significan los «Hijos de la Voluntad y del Yoga», quienes, con unas cuantas tribus, sobrevivieron al gran cataclismo. Porque la Tercera Raza, que habitaba el gran Continente Lemur, fue la que precedió a las verdaderas razas humanas, la Cuarta y la Quinta. Por tanto, se dijo en Isis sin Velo que:

Esta raza podía vivir con igual facilidad en el agua, en el aire y en el fuego, porque tenía dominio ilimitado sobre los elementos. Eran los «Hijos de Dios»; no los que vieron las hijas de los hombres, sino los verdaderos Elohim, aunque en la Kabalah oriental tienen otro nombre. Ellos fueron los que comunicaron a los hombres los secretos más extraños de la Naturaleza, y les revelaron la «palabra» inefable, ahora perdida.

La «Isla» según se cree, existe hasta hoy día, como un oasis rodeado por las espantosas soledades del Desierto de Gobi, cuyas arenas «ningún pie ha hollado de humana memoria».

Esta palabra, que no es palabra, ha circulado una vez por todo el globo, y todavía languidece como un lejano y moribundo eco en los corazones de algunos hombres privilegiados. Los hierofantes de todos los Colegios Sacerdotales conocían la existencia de esta isla; pero la «palabra» solo era conocida del Java Aleim (Mahâ Chohan en otra lengua), o señor principal de cada colegio, y era transmitida a su sucesor solo en el momento de la muerte. Había muchos de estos Colegios, y los autores clásicos antiguos hablan de ellos…

No había comunicación alguna por mar con la hermosa isla, pero pasajes subterráneos, solamente conocidos de los jefes comunicaban con ella en todas direcciones[522].

La tradición asegura, y la Arqueología acepta la verdad de la leyenda, que actualmente hay más de una ciudad floreciente en la India construida sobre otras varias ciudades, constituyendo así una ciudad subterránea de seis o siete pisos de altura. Delhi es una de ellas, Allahabad es otra; y hasta en Europa se encuentran ejemplos, verbigracia, Florencia, la cual está construida sobre varias ciudades, etruscas y otras, difuntas. ¿Por qué, pues, no han podido Ellora, Elefanta, Karli y Ajunta haber sido construidas sobre laberintos y pasajes subterráneos como se asegura? Por supuesto, no aludimos a las cavernas que todos los europeos conocen, ya sea de visu o de oídas, a pesar de su mucha antigüedad, aunque hasta esto es discutido por la arqueología moderna; sino al hecho conocido de los brahmanes iniciados de la India y especialmente de los Yogîs, de que no hay un templo-gruta en el país que no tenga pasajes subterráneos corriendo en todas direcciones, y que estas cavernas y corredores innumerables subterráneos tienen a su vez sus subterráneos y corredores.

¿Quién puede asegurar que la perdida Atlántida —mencionada también en el Libro Secreto, pero igualmente bajo otro nombre, peculiar al lenguaje sagrado— no existía también en aquellos días?

Seguíamos preguntando. Existía efectivamente con toda seguridad, pues se estaba aproximando a sus días de mayor gloria y civilización, cuando el último de los continentes Lemures se hundió.

El gran Continente perdido puede quizás haber estado situado al Sur del Asia, extendiéndose desde la India a la Tasmania[523]. Si la hipótesis —ahora tan puesta en duda, y positivamente negada por algunos sabios autores, que la consideran como una broma de Platón— se llega alguna vez a comprobar, entonces quizás los hombres de ciencia creerán que la descripción del continente habitado por Dios no era del todo una pura fábula[524]. Y entonces puede que perciban que las indicaciones veladas de Platón, y el atribuir él la narración a Solón y a los sacerdotes egipcios, no fue más que un modo prudente de comunicar el hecho al mundo, al mismo tiempo que, combinando hábilmente la verdad y la ficción, se descartaba de toda relación directa con un relato cuya divulgación le estaba prohibida, por las obligaciones que la Iniciación le imponía…

Continuando la tradición, tenemos que añadir que la clase de hierofantes estaba dividida en dos categorías distintas[525]: los que eran instruidos por los «Hijos de Dios» de la isla, e iniciados en la divina doctrina de la revelación pura; y otros, que habitaron la perdida Atlántida —si tal ha de ser su nombre; y que siendo de otra raza (producida sexualmente, pero de padres divinos) nacieron con una vista que penetraba todas las cosas ocultas, y que era independiente, tanto de la distancia como de los obstáculos materiales. En resumen, fueron la cuarta Raza de hombres mencionada en el Popol Vuh, cuya vista era ilimitada y que conocían todas las cosas a la vez.

En otras palabras, fueron los Lemuro-Atlantes los primeros que tuvieron una dinastía de Reyes-Espíritus, no de Manes, o «Fantasmas», como algunos creen[526], sino de Devas reales vivientes, o Semidioses y Ángeles, que habían asumido cuerpos para gobernar a esta Raza, a la cual instruyeron en artes y ciencias. Solo que, como estos Dhyânis eran Rûpas o Espíritus materiales, no fueron siempre buenos. Su rey Thevetat fue uno de estos últimos, y bajo la maléfica influencia de este Rey-Demonio, la Raza Atlante se convirtió en una nación de «magos» perversos.

A consecuencia de esto fue declarada la guerra, cuyo relato sería muy largo de narrar; su substancia puede encontrarse en las alegorías desfiguradas de la raza de Caín, los gigantes, y la de Noé y su justa familia. El conflicto concluyó con la sumersión de la Atlántida, que tiene su imitación en las fábulas del diluvio babilónico y mosaico. Los gigantes y los magos «y toda carne pereció… y todos los hombres». Todos excepto Xisuthros y Noé, que son substancialmente idénticos al gran Padre de los Tlinkitianos[527], quienes dicen se escaparon también en una gran barca como el Noé indo, Vaivasvata.

Si hemos de creer la tradición, tenemos también que dar crédito a la otra historia de que al casarse entre si la progenie de los hierofantes de la isla y los descendientes del Noé atlante, resultó una raza mezclada de hombres buenos y perversos. De una parte, tuvo el mundo sus Enochs, Moisés, varios Buddhas, numerosos «Salvadores» y grandes hierofantes; y de otra sus «nigromantes natos», que, por falta del poder restringente de la debida luz espiritual… pervirtieron sus dones, dedicándolos a fines maléficos.

Como suplemento de lo que antecede, presentaremos el testimonio de algunos anales y tradiciones. En L’Histoire des Vierges: les Peuples et les Continents Disparus, dice Louis Jacolliot:

Una de las leyendas más antiguas de la India, conservada en los templos por tradición oral y escrita, refiere que hace varios cientos de miles de años existía en el Océano Pacífico un inmenso continente, que fue destruido por convulsiones geológicas, y cuyos fragmentos pueden encontrarse en Madagascar, Ceilán, Sumatra, Java, Borneo y las islas principales de la Polinesia.

Las altas mesetas del Indostán y Asia, según esta hipótesis, solo habrían sido, en aquellas lejanas épocas, grandes islas contiguas al continente central… Según los brahmanes, este país había alcanzado una elevada civilización, y la península del Indostán, agrandada por el desplazamiento de las aguas, en tiempo del gran cataclismo, no ha hecho más que continuar la cadena de las tradiciones primitivas nacidas en aquel sitio. Éstas tradiciones dan el nombre de Rutas a los pueblos que habitaban este inmenso continente equinoccial, y de su lenguaje se derivó el sánscrito. La tradición indo-helénica, preservada por la población más inteligente que emigró de las llanuras de la India, refiere también la existencia de un continente y de un pueblo, a los que da los nombres de Atlántida y Atlantes, y que sitúa en el Atlántico, en la parte Norte de los Trópicos.

Aparte de este hecho, la suposición de un antiguo continente en aquellas latitudes, cuyos vestigios pueden encontrarse en las islas volcánicas y la superficie montañosa de las Azores, las Canarias y las islas de Cabo Verde, no está desprovista de probabilidad geográfica. Los griegos, que por otra parte nunca se atrevieron a pasar más allá de las Columnas de Hércules, por causa de su temor al Océano misterioso, aparecieron demasiado tarde en la antigüedad, para que las historias conservadas por Platón puedan ser más que un eco de la leyenda india. Además, cuando arrojamos una mirada sobre un planisferio, a la vista de las islas e islotes esparcidos desde el Archipiélago Malayo a la Polinesia, desde el Estrecho de la Sonda a la Isla de Pascua, es imposible, partiendo de la hipótesis de que hubo continentes que precedieron a los que habitamos, dejar de colocar allí el más importante de todos.

Una creencia religiosa, común a Malaca y Polinesia, esto es, a los dos extremos opuestos del mundo de la Oceanía, afirma «que todas estas islas formaron una vez dos países inmensos, habitados por hombres amarillos y negros, que siempre estaban en guerra; y que los dioses, cansados de sus querellas, encargaron al Océano que los pacificara, y éste se tragó los dos continentes, y desde entonces ha sido imposible conseguir que devuelva a sus cautivos. Solo las crestas de las montañas y las mesetas elevadas escaparon a la inundación, por el poder de los dioses, que percibieron demasiado tarde el error que habían cometido».

Sea lo que quiera lo que haya en estas tradiciones, y cualquiera que haya sido el sitio donde se desarrolló una civilización más antigua que la de Roma, de Grecia, de Egipto y de la India, lo cierto es que esta civilización existió, e importa mucho a la ciencia el volver a encontrar sus huellas, por más débiles y fugitivas que sean[528].

Esta tradición de la Oceanía corrobora la leyenda que se da de los «Anales de la Doctrina Secreta». La guerra que se menciona entre los hombres amarillos y negros se refiere a la lucha entre los «Hijos de Dios» y los «Hijos de los Gigantes» o pobladores y nigromantes de la Atlántida.

La conclusión final del autor, que visitó personalmente todas las islas de la Polinesia, y que dedicó años al estudio de la religión, lenguaje y tradiciones de casi todos los pueblos, es como sigue:

En cuanto al continente polinesio que desapareció en el tiempo de los últimos cataclismos geológicos, su existencia se funda en tales pruebas, ante las que, para ser lógicos, no podemos seguir dudando.

Las tres cimas de este continente, las islas Sandwich, Nueva Zelanda y la Isla de Pascua, distan unas de otras de mil quinientas a mil ochocientas leguas, y los grupos de islas intermedias, Viti (Fidji), Samoa, Tonga, Futuna (¿Foutouha?), Ouvea (¿Oueeha?), las Marquesas, Tahití, Pomotu (¿Pomatou?), las Gambier, se hallan distantes de estos puntos extremos de setecientas u ochocientas a mil leguas.

Todos los navegantes están de acuerdo en decir que los grupos extremo y central no han podido jamás comunicarse, en vista de su posición geográfica actual, con los medios insuficientes de que disponían. Es físicamente imposible cruzar semejantes distancias en una piragua… sin una brújula, y viajar meses sin provisiones.

Por otra parte, los aborígenes de las islas Sandwich, de Viti, de Nueva Zelanda, de los grupos centrales, de Samoa, Tahití, etc., jamás se habían conocido; nunca habían oído hablar unos de otros, antes de la llegada de los europeos. Y sin embargo, cada pueblo de éstos sostenía que su isla había formado parte en un tiempo de una inmensa extensión de tierra, que se extendía al Occidente hacia el lado de Asia. Y todos ellos se vio que hablaban la misma lengua, que tenían los mismos usos y costumbres, la misma creencia religiosa. Y todos a la pregunta: «¿Dónde está la cuna de vuestra raza?», por toda respuesta, extendían su mano hacia el sol poniente[529].

Geográficamente, esta descripción contradice algo los hechos de los Anales Secretos; pero ella muestra la existencia de tales tradiciones, y esto es lo que importa. Porque, así como no hay humo sin fuego, así también una tradición tiene que basarse en alguna verdad aproximada.

En su debido lugar mostraremos a la Ciencia moderna, corroborando la anterior y otras tradiciones de la Doctrina Secreta, respecto de los dos continentes perdidos. Las reliquias de la Isla de Pascua, por ejemplo, son las memorias más asombrosas y elocuentes de los gigantes primitivos. Son ellas tan grandiosas como misteriosas; y basta con examinar las cabezas de las colosales estatuas que han permanecido intactas para reconocer de una mirada los rasgos del tipo y carácter atribuidos a los gigantes de la Cuarta Raza. Parecen de una misma factura, aunque diferentes de fisonomía; de un tipo claramente sensual, tal como los Atlantes (los Daityas y «Atlantians») según se dice en los libros Esotéricos indios. Compárese a éstas con las caras de algunas otras estatuas colosales del Asia Central; por ejemplo, las que se hallan cerca de Bamian, las estatuas-retratos, según nos dice la tradición, de Buddhas pertenecientes a Manvantaras anteriores; de aquellos Buddhas y héroes que se mencionan en las obras buddhistas e indas, como hombres de tamaño fabulosos[530], hermanos buenos y santos de hermanos couterinos perversos, generalmente como Râvana, el rey gigante de Lankâ, era hermano de Kumbhakarna; todos descendientes de Dioses por medio de los Rishis, y así como «Titán y su enorme progenie» todos «primogénitos del Cielo». Estos «Buddhas», aunque a menudo estropeados por la representación simbólica de grandes orejas colgantes, muestran una diferencia significativa en la expresión de sus caras, que se percibe a la primera ojeada, de la de las estatuas de la Isla de Pascua. Pueden ser de una misma raza; pero los primeros son «Hijos de Dioses»; los otros la progenie de poderosos hechiceros. Todas éstas son, sin embargo, reencarnaciones; y aparte de las inevitables exageraciones de la imaginación y tradiciones populares, son caracteres históricos[531]. ¿Cuándo vivieron? ¿Qué tiempo hace que vivieron ambas Razas, la Tercera y la Cuarta; y cuánto tiempo después principiaron las diversas tribus de la Quinta Raza su lucha, las guerras entre el Bien y el Mal? Los orientalistas nos aseguran que la cronología se halla, a la vez, confundida irremisiblemente y exagerada de un modo absurdo, en los Purânas y otras Escrituras indas. Estamos conformes con la acusación. Pero si los escritores arios han permitido algunas veces que su péndulo cronológico oscile demasiado lejos en un sentido, más allá del legítimo límite de los hechos; sin embargo, si la distancia de esta desviación se compara con la distancia de la desviación de los orientalistas en el sentido contrario, se verá que la moderación se encuentra del lado de los brahmanes. A la larga se verá que el Pandit es el más veraz, y que se halla más cerca de la verdad de los hechos que el sanscritista. Cuando el sanscritista mutila, aunque se pruebe que lo ha hecho para satisfacción de un objeto personal favorito, considérase por la opinión pública occidental como «una admisión cautelosa de los hechos», mientras que al Pandit se le trata brutalmente en letras de molde de «embustero». Pero seguramente esto no es una razón para que todos tengan forzosamente que ver esto a la misma luz. Un observador imparcial puede juzgarlo de diferente modo. Puede tratar de poco escrupulosos a ambos historiadores, o bien justificar a ambos en sus respectivos terrenos y decir: los arios indos escribieron para sus iniciados, que podían leer la verdad entre líneas; y no para las masas. Si en efecto mezclaron sucesos y confundieron épocas intencionalmente, no fue con el objeto de engañar a nadie, sino para guardar sus conocimientos de la vista indiscreta del extranjero. Pero para todo aquel que puede contar las generaciones desde los Manus, y la serie de encarnaciones especificadas en los casos de algunos héroes[532], en los Purânas, el significado y orden cronológico están muy claros. En cuanto el orientalista occidental, tiene que ser disculpado, a causa de su innegable ignorancia de los métodos usados por el esoterismo arcaico.

Pero tales prejuicios actuales tendrán que ceder y desaparecer muy pronto, ante la luz de nuevos descubrimientos. Ya empiezan a ser amenazadas de una ruina las teorías favoritas del Dr. Weber y del profesor Max Müller, a saber, que la escritura no se conocía en la India, ni aun en los tiempos de Pânini (!); que los indos tenían todas sus artes y ciencias —hasta el mismo Zodíaco y la Arquitectura (Fergusson)— de los griegos macedonios; estas hipótesis desatinadas, y otras por el estilo, están amenazadas de ruina. El fantasma de la Caldea antigua viene en ayuda de la verdad. El profesor Sayce de Oxford, en su tercera conferencia de Hibbert (1887), hablando de los cilindros asirios y babilónicos recientemente descubiertos, refiérese ampliamente a Ea, el Dios de la Sabiduría, identificado ahora con el Oannes de Beroso, el semihombre, semipez, que enseñó a los babilonios la cultura y el arte de escribir. De este Ea, a quien a causa solo del Diluvio bíblico apenas se le asignaba hasta entonces una antigüedad de 1500 años antes de Cristo, se dice ahora lo siguiente, resumiendo del profesor:

La ciudad de la Ea era Eridu, que se asentaba hace 6000 años en las orillas del golfo Pérsico. El nombre significa «la buena ciudad», un lugar particularmente santo, puesto que fue el centro desde donde la primera civilización caldea se abrió paso hacia el Norte. Como al dios de la cultura se le representaba como viniendo del mar, es posible que la cultura de Eridu fuese de importación extranjera. Sabemos actualmente que en una época muy temprana existieron relaciones entre Caldea y la península sinaítica, así como con la India. Las estatuas descubiertas por los franceses en Tel-loh (que datan cuando menos de 4000 años antes de Cristo) estaban hechas de la piedra extremadamente dura conocida por diorita, y las inscripciones que en ellas se leen, demuestran que la diorita fue traída de Magán, esto es, de la península sinaítica gobernada entonces por los Faraones. Es sabido que las estatuas se parecen en su estilo general a la estatua de diorita de Kephren, el constructor de la segunda Pirámide, mientras que, según Mr. Petrie, la unidad de medida señalada en el plano de la ciudad, que una de las figuras de Tel-loh tiene en su regazo, es la misma empleada por los constructores de las Pirámides. Se ha encontrado madera de teca en Mugbeir, o Ur de los caldeos, aunque esa madera es un producto especial de la India; añádese a esto que una antigua lista babilónica de ropas, menciona sindhu o, «muselina», que explica por «tela vegetal[533]».

La muselina, conocida mejor por muselina de Dacca, y en Caldea por inda (Sindhu), y la madera de teca usadas 4000 años antes de Cristo, y sin embargo, los indos, a quienes la Caldea debe su civilización, como ha sido bien probado por el coronel Vans Kennedy, ¡ignoraban el arte de escribir hasta que los griegos les enseñaron su alfabeto… al menos, si hemos de creer lo que dicen los orientalistas!

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