Los Miserables

II. Dos retratos completos

Los Miserables

II. Dos retratos completos

En este libro no se ha visto aún a los Thenardier más que de perfil; ha llegado el momento de mirarlos por todas sus fases.

Thenardier acababa de cumplir los cincuenta años; su esposa frisaba los cuarenta.

La mujer de Thenardier era alta, rubia, colorada, gorda, grandota y ágil. Ella hacía todo en la casa; las camas, los cuartos, el lavado, la comida, a lluvia, el buen tiempo, el diablo. Por única criada tenía a Cosette, un ratoncillo al servicio de un elefante. Todo temblaba al sonido de su voz, los vidrios, los muebles y la gente. Juraba como un carretero, y se jactaba de par­tir una nuez de un puñetazo. Esta mujer no amaba más que a sus hijas y no temía más que a su marido.

Thenardier era un hombre pequeño, delgado, pálido, anguloso, huesudo, endeble, que parecía enfermizo pero que tenía excelente salud. Poseía la mirada de una zorra y quería dar la imagen de un intelectual. Era astuto y equilibrado; silencioso o charlatán según la ocasión, y muy inteligente. jamás se emborrachaba; era un estafador redoma­do, un genial mentiroso.

Pretendía haber servido en el ejército y conta­ba con toda clase de detalles que en Waterloo, siendo sargento de un regimiento, había luchado solo contra un escuadrón de Húsares de la Muer­te, y había salvado en medio de la metralla a un general herido gravemente. De allí venía el nom­bre de su taberna, "El Sargento de Waterloo", y la enseña pintada por él mismo. No tenía más que un pensamiento: enrique­cerse. Y no lo conseguía. A su gran talento le faltaba un teatro digno. Thenardier se arruinaba en Montfermeil y, sin embargo, este perdido hu­biera llegado a ser millonario en Suiza o en los Pirineos; mas el posadero tiene que vivir allí don­de la suerte lo pone.

En aquel 1823 Thenardier se hallaba endeu­dado en unos mil quinientos francos de pago urgente. Cosette vivía en medio de esta pareja repug­nante y terrible, sufriendo su doble presión como una criatura que se viera a la vez triturada por una piedra de molino y hecha trizas por unas tenazas. El hombre y la mujer tenían cada uno su modo diferente de martirizar. Si Cosette era moli­da a golpes, era obra de la mujer; si iba descalza en el invierno era obra del marido.

Cosette subía, bajaba, lavaba, cepillaba, frota­ba, barría, sudaba, cargaba con las cosas más pe­sadas; y débil como era se ocupaba de los traba­jos más duros. No había piedad para ella; tenía un ama feroz y un amo venenoso. La pobre niña sufría y callaba.

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