7 Una merienda de locos

capitulo07
Bajo un árbol, delante de la casa, había una mesa puesta, y la Liebre de Marzo estaba tomando el té con el Sombrerero. Sentado entre los dos había un lirón profundamente dormido y los otros dos, hablando por encima de su cabeza, se apoyaban en él como si fuera un almohadón.
«Debe de ser muy incómodo para el Lirón —pensó Alicia—. Pero como está durmiendo, supongo que no le molestará».
Aunque la mesa era muy grande, los tres estaban apiñados en una esquina.
—¡No queda sitio! ¡No queda sitio! —gritaron cuando vieron llegar a Alicia.
—¡Pero si hay sitio para dar y tomar! —respondió indignada, y se sentó en un butacón.
—Sírvete un vaso de vino —le propuso la Liebre de Marzo amablemente.
Alicia miró la mesa, pero allí solo había té.
—No veo vino por ningún lado —señaló.
—Es que no lo hay —reconoció la Liebre de Marzo.
—Pues en ese caso no es muy cortés por su parte ofrecérmelo —replicó Alicia con fastidio.
—Y tampoco es muy cortés que te sientes a mi mesa sin que te haya invitado —replicó la Liebre de Marzo.
—No sabía que fuera su mesa: tiene cubiertos para más de tres personas —dijo Alicia.
—Necesitas un corte de pelo —declaró el Sombrerero, quien llevaba un buen rato observando a Alicia y abría la boca por primera vez.
—No es de buena educación criticar a las personas —respondió Alicia con tono severo—. Es una grandísima falta de educación.
El Sombrerero abrió los ojos como platos, pero todo lo que acertó a responder fue esto:
—¿En qué se parece un cuervo a un pupitre?
«¡Estupendo! Vamos a divertirnos —pensó Alicia—. Me alegro de que nos pongamos a jugar a las adivinanzas».
—¡Seguro que lo adivino! —exclamó en voz alta.
—¿Quieres decir que conoces la respuesta? —preguntó la Liebre de Marzo asombrada.
—Desde luego.
—Entonces di lo que piensas.
—Siempre digo lo que pienso —se apresuró a responder Alicia—. Es decir, siempre pienso lo que digo. Es lo mismo, ¿no?
—Ni mucho menos —replicó el Sombrerero—. Es como si dijeras que «veo lo que como» es lo mismo que «como lo que veo».
—O como si dijeras que «me gusta lo que tengo» es lo mismo que «tengo lo que me gusta» —apuntó la Liebre de Marzo.
—O como si dijeras que «respiro cuando duermo» es lo mismo que «duermo cuando respiro» —añadió el Lirón, que al parecer hablaba mientras dormía.
—Ah, pero en tu caso sí que es lo mismo —observó el Sombrerero.
Y, diciendo esto, los cuatro se quedaron callados durante un minuto, mientras Alicia intentaba recordar todo cuanto sabía sobre los cuervos y los pupitres, es decir, poca cosa. El Sombrerero fue el primero que rompió el silencio: —¿A qué día estamos hoy? —preguntó dirigiéndose a Alicia.
Se había sacado el reloj del bolsillo y lo consultaba con desazón, dándole sacudidas y llevándoselo al oído. Alicia pensó un poco antes de responder.
—Estamos a cuatro.
—¡Va dos días atrasado! —murmuró el Sombrerero, en un suspiro—. ¡Te advertí que esa mantequilla no era la más adecuada para engrasar la maquinaria! —gruñó, fulminando a la Liebre de Marzo con la mirada.
—Pero si era mantequilla blanda… —se disculpó la Liebre muy apenada.
—Tal vez, pero se habrán atascado unas miguitas —refunfuñó el Sombrerero—. No había que untarla con el cuchillo del pan.
La Liebre de Marzo cogió el reloj, lo observó con tristeza, lo hundió en su taza de té y volvió a mirarlo. Pero solo pudo repetir la frase del principio:
—Era mantequilla blanda, te lo aseguro.
Alicia, que había observado el reloj con curiosidad por encima del hombro de la Liebre, exclamó:
—¡Qué reloj tan extraño! Indica el día del mes, pero no la hora.
—¿Y por qué habría de indicar la hora? —murmuró el Sombrerero—. ¿Acaso tu reloj indica el año en que estamos?
—¡Desde luego que no! —contestó inmediatamente Alicia—. Pero eso es porque un año dura mucho tiempo.
—Pues lo mismo ocurre con mi reloj —concluyó el Sombrerero.
Aquella frase, que aparentemente no tenía ningún sentido, dejó a Alicia bastante desconcertada.
—No lo entiendo del todo —dijo tratando de poner el tono más educado posible.
—Mira, el Lirón se ha vuelto a quedar dormido… —observó el Sombrerero.
Le derramó un poco de té caliente en el hocico. El Lirón meneó la cabeza con fastidio y luego, sin abrir los ojos, farfulló:
—Claro, claro, eso es lo que estaba a punto de decir yo también.
—¿Has encontrado la solución de la adivinanza? —preguntó el Sombrerero volviéndose hacia Alicia.
—No, la verdad es que no… ¿Cuál es?
—No tengo ni la menor idea —dijo el Sombrerero.
—Ni yo —dijo la Liebre de Marzo.
Alicia lanzó un suspiro.
—Me parece que tendrían que dejar de perder el tiempo planteando adivinanzas si no saben las soluciones —declaró.
—Si conocieras al Tiempo tan bien como yo —dijo el Sombrerero—, no hablarías de perderlo como si fuera un objeto. El Tiempo es una persona.
—No sé a lo que se refiere —titubeó Alicia.
—¡Por supuesto que no! —exclamó el Sombrerero meneando la cabeza con gesto de desprecio—. Seguro que nunca has hablado con el Tiempo, ¿a que no?
—Seguramente no —respondió Alicia con prudencia—. Solo sé que en mis clases de música tengo que marcarlo.
—¡Eso lo explica todo! El Tiempo odia que lo marquen. Si te llevaras bien con él, haría todo lo que tú quisieras. Por ejemplo, imagínate que fueran las nueve de la mañana y que tuvieras que empezar a estudiar tus lecciones: pues bastaría con que le dijeras una palabra y, ¡hop!, las agujas de los relojes girarían a toda velocidad, y de pronto sería la una y media, o sea, la hora del almuerzo.
—¡Ojalá lo fuera! —suspiró la Liebre de Marzo.
—Eso sería maravilloso, desde luego —dijo Alicia con voz soñadora—. Pero entonces no tendría hambre…
—Al principio probablemente no —reconoció el Sombrerero—. Pero podrías hacer que las agujas del reloj de pared se detuvieran en la una y media durante todo el tiempo que quisieras.
—¿Es eso lo que hacen ustedes?
El Sombrerero negó tristemente con la cabeza.
—¡Ay, por desgracia, no! —respondió—. El Tiempo y yo nos peleamos el pasado mes de marzo, justo antes de que esta (y señaló a la Liebre de Marzo con su cuchara de té) se volviera loca. Sucedió en el gran concierto que dio la Reina de Corazones, en el que yo tenía que cantar:
Brilla, murcielaguito, brilla.
Me pregunto qué es de tu vida.
»Supongo que conoces esta canción.
—Me suena de algo —afirmó Alicia.
—Y luego sigue:
Volando, el cielo vas surcando
y el té en bandeja vas llevando,
brilla, brilla…
El Lirón se sacudió y, mientras dormía, empezó a cantar: «Brilla, brilla, brilla…», y como siguió cantando un buen rato, hubo que pellizcarlo para que se callara.
—Bueno, pues apenas había terminado la primera estrofa —siguió diciendo el Sombrerero—, cuando la Reina se levantó de un salto y gritó: «¡No respeta la Medida, está matando el Tiempo! ¡Que le corten la cabeza!».
—¡Qué horror! —exclamó Alicia.
—Desde ese día, el Tiempo se niega a hacer lo que le pido; por eso ahora son siempre las seis de la tarde.
Alicia de pronto vio la luz y preguntó:
—¿Por eso hay tantas tazas de té en esta mesa?
—Sí —respondió el Sombrerero lanzando un suspiro—. Para nosotros siempre es la hora del té. Por esa razón nunca podemos lavar la vajilla.
—Entonces, ¿se pasan todo el día dando vueltas alrededor de esta mesa?
—Eso es. Avanzamos a medida que las tazas se van ensuciando.
—¿Y qué ocurre cuando vuelven al sitio de partida? —se le ocurrió preguntar a Alicia.
—¿Y si hablamos de otra cosa? —intervino la Liebre de Marzo dando un bostezo—. Ya me he cansado de este tema de conversación. Propongo que esta niña nos cuente un cuento.
—Me temo que no me sé ninguno —respondió rápidamente Alicia, algo agobiada ante la sugerencia.
—Bueno, en tal caso, el Lirón va a contarnos uno —exclamaron los otros dos. Y cada uno por su lado le dio un pellizco:
—¡Eh, Lirón, despierta!
El Lirón abrió los ojos con gran esfuerzo.
—¡No estaba durmiendo! —murmuró carraspeando—. Estaba escuchando todo lo que decíais.
—¡Cuéntanos un cuento! —le pidió la Liebre de Marzo.
—¡Oh, sí, por favor! —suplicó Alicia.
—Pero rapidito —añadió el Sombrerero—, no sea que te quedes dormido antes del final.
—Había una vez tres hermanitas —el Lirón empezó el cuento muy deprisa—. Se llamaban Elsie, Lacie y Tillie, y vivían en el fondo de un pozo…
—¿Y qué comían? —preguntó Alicia, que siempre demostraba un gran interés por todo lo referente a la comida.
—Comían melaza —respondió el Lirón, tras meditar la respuesta unos segundos.
—Eso es imposible —observó Alicia amablemente—. Se habrían puesto enfermas…
—Pero es que estaban enfermas. Incluso muy enfermas.
Alicia trató de imaginar cómo se podría vivir de aquella manera. Le parecía un poco complicado, por lo que volvió a formular una pregunta:
—¿Y cómo es que vivían en el fondo de un pozo?
—Toma más té —dijo la Liebre de Marzo con gravedad.
—De momento no he bebido nada —respondió Alicia ofendida—, por lo que no puedo tomar más de algo que antes no he tomado.
—Te refieres a que no puedes tomar menos de algo que no has tomado —aclaró el Sombrerero—. Porque es muy fácil tomar más que nada…
—¡Nadie le ha pedido su opinión! —replicó Alicia.
—¿Quién es la que critica ahora? —le hizo ver el Sombrerero triunfalmente.
Alicia no supo qué responder, por lo que se sirvió una taza de té y cogió una tostada con mantequilla. Luego se volvió hacia el Lirón y volvió a formular su pregunta:
—¿Por qué vivían en el fondo de un pozo?
Tras unos minutos de reflexión, el Lirón declaró:
—Era un pozo de melaza.
—¡Eso no existe! —exclamó Alicia indignada.
El Sombrerero y la Liebre de Marzo dijeron:
—¡Shhh! ¡Shhh!
Y el Lirón rezongó de mal humor:
—Si no te comportas con educación, termina tú misma de contarlo.
—¡No, por favor, no se calle! —imploró Alicia humildemente—. No volveré a interrumpir. Ahora que lo dice, tal vez existan pozos de este tipo, aunque solo sea uno.
—¡Desde luego que existe uno! —gruñó el Lirón, indignado.
Sin embargo, aceptó seguir narrando su historia.
—Bueno, pues decía que las tres hermanitas aprendían a extraer…
—¿A extraer el qué? —interrumpió Alicia, que había olvidado por completo la promesa que acababa de hacer.
—¡Pues melaza! —se apresuró a responder el Lirón.
—¡Necesito una taza limpia! —intervino el Sombrerero—. Vamos a corrernos todos un sitio.
Se cambió de sitio mientras hablaba, seguido del Lirón, y la Liebre de Marzo ocupó el lugar que acababa de dejar libre el Lirón. Alicia los imitó de mala gana. El Sombrerero era el único que salía ganando con el cambio; Alicia fue a ocupar una plaza mucho peor que la anterior, pues la Liebre de Marzo acababa de derramar una jarra de leche dentro de su plato.
Como no quería ofender al Lirón otra vez, volvió a hablar con mucha prudencia:
—Pero no lo entiendo: ¿de dónde extraían las hermanas la melaza?
—¡Si se puede sacar agua de un pozo de agua, no veo por qué no iba a poder sacarse melaza de un pozo de melaza, estúpida! —exclamó el Sombrerero.
—¡Pero si estaban en el fondo del pozo! —insistió Alicia, fingiendo que no había oído el desagradable comentario del Sombrerero.
—Por supuesto que estaban en el fondo del pozo —replicó el Lirón—. Pero muy muy en el fondo.
Aquella respuesta dejó a Alicia tan desconcertada que por un momento dejó que el Lirón siguiera contando su historia.
—También aprendían a dibujar —siguió relatando el Lirón bostezando y frotándose los ojos, pues tenía mucho sueño—. Y dibujaban miles de cosas que empezaban por M…
—¿Y por qué por M? —preguntó Alicia.
—¿Y por qué no? —replicó la Liebre de Marzo.
Alicia se calló. El Lirón había cerrado los ojos y empezó a dar cabezadas, pero al pellizcarle el Sombrerero, se despertó pegando un gritito y respondió:
—… Miles de cosas que empezaban por M, como monedas, mentes, memoria o mismo; ¿sabías que existen expresiones como «lo mismo me da que me da lo mismo»? ¿Has visto alguna vez un dibujo de un mismo?
—Ahora que lo dice —respondió Alicia, sumida en una total confusión—, creo que no…
—Pues entonces, chitón —dijo el Sombrerero.
Aquella salida de tono tan desagradable era más de lo que Alicia podía soportar. Indignadísima, se puso en pie y se fue. El Lirón se quedó dormido y los otros dos ni se inmutaron, a pesar de que Alicia los miraba de reojo esperando que vinieran a buscarla. Pero la última vez que se dio la vuelta vio cómo intentaban meter al Lirón en la tetera.
—¡Tardarán mucho en volver a verme por este lugar! —declaró mientras se dirigía hacia el bosque—. Es la merienda más absurda a la que he asistido.
Diciendo esto, observó una puerta que se abría al pie de un árbol.
«¡Qué curioso! —pensó—. Pero hoy todo es de lo más raro, así que voy a entrar, ¿por qué no?».
Y entró.
Por segunda vez, se encontró en el gran vestíbulo, de pie, cerca de la mesa de cristal.
—Esta vez voy a organizarme mejor —dijo con decisión.
Primero, cogió la llave y abrió la puerta que daba al jardín. Luego, se puso a mordisquear la seta (aún conservaba algunos trozos en los bolsillos), hasta que menguó a la mitad de su tamaño. Entonces, cruzó el pasillo y, por fin, entró en el maravilloso jardín de flores multicolores y fuentes de agua fresca.