Avances en la nueva ciencia
En el último año del siglo XIX Marie y Pierre no eran los únicos que se preguntaban por las causas de la radiactividad. El descubrimiento del polonio y el radio había provocado que otros científicos investigaran lo que ya era un nuevo campo de la ciencia. La radiactividad se había convertido en el tema de moda, y un selecto grupo de científicos trabajaba a ciegas en un mundo nuevo donde las certezas de antaño, como la indivisibilidad del átomo, se estaban resquebrajando. En medio de este frenesí, los Curie seguían suministrando generosamente a muchos de los investigadores con los que competían los preparados de radio obtenidos por Marie con tanto trabajo. Otros científicos, como el alemán Friedrich Oskar Giesel, siguieron el método desarrollado y descrito por Marie y establecieron fructíferas relaciones con la industria.
A pesar de ser una fuente de preparados de radio y de que era muy conocido en todos los laboratorios europeos, incluso en los que no estudiaban nada relacionado con la radiactividad, el laboratorio de los Curie era de los peor dotados en cuanto a instrumentación y personal. Así, por ejemplo, cuando al químico ruso-alemán Wilhelm Ostwald, que ganaría el premio Nobel de Química en 1909, le enseñaron el laboratorio de los Curie estando ellos ausentes no podía creer que, en ese antro, «mezcla de sótano, almacén de patatas y establo», Marie hubiera descubierto dos nuevos elementos químicos sin cobrar nada por su trabajo.
AVANCES EN LA NUEVA CIENCIA
El más firme competidor de Marie y Pierre, el que habría de hacer los mayores descubrimientos en el campo de la radiactividad, era un joven neozelandés, Ernest Rutherford. Como la propia Marie, Rutherford era un outsider que no se había criado en el elitista sistema educativo británico. Pero a diferencia de la Académie francesa, el establishment inglés reconoció rápidamente los excepcionales méritos del joven Ernest. Rutherford había llegado a Cambridge en 1897 tras obtener la beca bianual que su Graciosa Majestad concedía al súbdito más brillante de las regiones de ultramar del Imperio británico con el fin de que realizara su tesis doctoral en la metrópoli. De este modo, Rutherford trabajaría con Joseph John Thomson, el director del laboratorio Cavendish que acababa de descubrir los rayos catódicos, poniendo de manifiesto que los átomos no eran indivisibles.

Efecto de un campo magnético, representado por las barras grises con los símbolos + y − sobre las radiaciones α, β y γ.
Como continuación de los trabajos de Thomson, el objetivo inicial de la tesis de Ernest Rutherford era investigar la conductividad de los gases inducida por rayos ultravioleta y por rayos X, pero luego incluyó la radiactividad entre sus investigaciones. Pronto el estudio de esta última se convirtió en la principal tarea de Rutherford, por lo que el joven Ernest fue uno de los pocos científicos que investigó los aparentemente insulsos rayos de Becquerel antes del descubrimiento del polonio y el radio. En enero de 1899 publicó un extenso artículo sobre la naturaleza de los mismos, en el cual concluía —tal y como recoge el estudio de Pierre Radvanyi sobre los Curie— que «el rayo de uranio es complejo y está formado por al menos dos tipos distintos de radiación: una que es fácilmente absorbible, y que se denominará α, y otra que es más penetrante, que se denominará β».
EL BARÓN DE NELSON Y SU CÍRCULO
Cuando el rey Jorge V nombró barón de Nelson al científico más brillante que habían producido las colonias, Ernest Rutherford (1871-1937) podía sentirse orgulloso de haber realizado gran parte de los descubrimientos más relevantes en el ámbito de la radiactividad: identificar la naturaleza de los procesos radiactivos, diseñar un dispositivo para cuantificarlos, identificar las series radiactivas y a partir de ellas idear un proceso para determinar la edad de la Tierra, descubrir la existencia de un núcleo en el centro del átomo, producir la primera transmutación de un átomo en otro… Y los descubrimientos que él no hizo, los hicieron sus discípulos en el terreno que él había allanado. El que muchos han definido como «el experimentalista más grande desde Faraday», fue además un excelente maestro de genios, ya que tuvo una extraordinaria capacidad para atraer a personas brillantes y creativas, y darles el espacio y el estímulo que necesitaban para que cada una de ellas diera lo mejor de sí misma, y ello teniendo en cuenta que en muchos casos se trataba de personalidades sumamente complejas, como el químico Soddy, con sus heterodoxas teorías económicas; el enmadrado Moseley, cuya brillante carrera se vio truncada por la Primera Guerra Mundial; el siniestro Chadwick, a quien traumatizaba hablar en público; el vitriólico Boltwood, enemigo declarado de Marie Curie, que terminó suicidándose, no sin antes haber determinado la edad de la Tierra; el joven alemán con una capacidad de trabajo apabullante, Hans Geiger, cuando aún no había descubierto sus inclinaciones nazis; el danés Niels Bohr, que en su tesis propuso el modelo atómico sobre el que se fundamenta toda la química; los alemanes Fajans y Hahn; los ingleses Cockcroft, Walton y Appleton, que construyeron el primer acelerador de partículas… Con todos ellos Rutherford mantuvo excelentes relaciones, llenas de afecto y respeto de los alumnos por el profesor al que cariñosamente conocían como «el Cocodrilo».

Ernest Rutherford (a la derecha) y Hans Geiger en la época en la que diseñaron el contador al que daría nombre este último.
Por esa época, Giesel en Alemania, Meyer y Von Schweidler en Viena y Pierre Curie en París investigaban el efecto de los campos magnéticos en los rayos uránicos. Encontraron que ambos tipos de radiación eran desviados por los campos magnéticos, pero mientras que la radiación menos penetrante, la que Rutherford había llamado α, era poco desviada por estos campos, la β era fácilmente desviada, tal y como muestra la figura “Efecto de un campo magnético”. En abril de 1900 el francés Paul Villard encontró otros rayos aún más penetrantes a los que llamó γ, que eran muy parecidos a los rayos X pero tenían una energía mayor. Aunque a comienzos del siglo XX aún se estaba muy lejos de en tender la radiactividad, se habían identificado correctamente los principales tipos de radiación.
REACCIONES DE DESINTEGRACIÓN RADIACTIVA
Hay tres tipos principales de desintegración radiactiva espontánea. Los dos primeros fueron propuestos por Rutherford en 1899 cuando acababa de terminar su tesis en Cambridge; el tercero por Villar, en París, un año después.
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Esquema de las principales reacciones de desintegración radiactiva, indicando cómo varía el número atómico, Z, y el número másico, A (lo que más tarde describirían Soddy y Fajans).

Capacidad de penetración de los rayos α, β, γ.
Aunque ni los Curie ni Rutherford podían imaginarlo entonces, la carrera definitiva para la comprensión de la radiactividad acababa de empezar y ellos habían salido en cabeza. Pierre y Rutherford fueron los más destacados a la hora de lanzar hipótesis que explicaran el fenómeno. Ambos eran creativos y brillantes, pero sus circunstancias personales eran muy distintas. Pierre tenía cuarenta años y su salud empezaba a resentirse por haber estado trabajando con sustancias radiactivas sin tomar ninguna precaución. Además, llevaba veinte años luchando para hacerse un hueco en el anquilosado establishment científico francés, que no le reconocía sus incuestionables méritos ni le daba el apoyo institucional y económico que necesitaba. Rutherford, en cambio, había trabajado en uno de los laboratorios pioneros en el estudio de la estructura del átomo, el Cavendish de Cambridge, y al finalizar su tesis obtuvo una cátedra en la Universidad McGill, en Montreal, Canadá. Allí dispuso de un laboratorio muy bien dotado para estudiar la radiactividad, aunque carecía de lo único que Marie y Pierre tenían en abundancia: fuentes de radio. Rutherford tenía veintisiete años, acababa de casarse y estaba en la plenitud de sus facultades físicas y mentales.
Rutherford dio con la clave que permitiría desentrañar todo el galimatías de la radiactividad. En cambio, el creativo, brillante y soñador Pierre no solo no encontró la solución, sino que se empecinó en no darle la razón a Rutherford durante años. Marie, por una especie de lealtad a su memoria, hizo suyo ese empecinamiento y dejó atrás esa mezcla de curiosidad y ausencia de prejuicios de la que había hecho gala al iniciar su tesis, gracias a la cual había abierto la puerta a un nuevo campo de investigación. Y el equipo inglés capitaneado por Rutherford, a quien muchos años después sus exquisitos colegas de la metrópoli lo recordaban con especial admiración por hablar inglés sin acento neozelandés, ganó el partido por goleada.
EMANACIÓN
En noviembre de 1899 Pierre y Marie observaron que todas las sustancias que se encontraban cerca de las sales de radio y polonio parecían volverse radiactivas, y que la radiactividad perduraba durante un tiempo bastante largo. Llamaron a este fenómeno «radiactividad inducida». Al otro lado del Atlántico, Rutherford, que al principio solo contaba con sales de torio, relativamente poco activas, encontró un fenómeno parecido en febrero de 1900. Con anterioridad, en el laboratorio de Cambridge, él mismo ya había notado cómo a veces la actividad se veía afectada por factores espurios, tales como que alguien abriera la puerta del laboratorio. Al igual que Pierre, pensó que podía tratarse de una contaminación del polvo de la sustancia radiactiva original, que se había depositado en las superficies cercanas, y al igual que había hecho Pierre, limpió con agua estas superficies para eliminar la posible contaminación. No obstante, Rutherford llegó más allá: trató las superficies radiactivas con papel de lija y luego con ácido sulfúrico. Con este vigoroso tratamiento, la radiactividad desapareció completamente, lo que indicaba que el agente causante del fenómeno tenía una base material. Concluyó que lo que Pierre había llamado «radiactividad inducida» muy probablemente era la radiación emitida por una nueva sustancia, la cual tenía que ser extremadamente radiactiva, pues cantidades que debían ser ínfimas, pues eran indetectables por cualquier método de análisis, daban lugar a una actividad considerable.
Desde el principio Rutherford barajó la hipótesis de que el agente responsable de la emisión tenía masa (¿cómo si no iba a ser arrastrada por la lija y atacada por el sulfúrico?). No obstante, no se atrevió a asignarle un carácter material, por lo que buscó un nombre que pudiera dar cabida a otras hipótesis y llamó «emanación» a esta especie de vapor radiactivo. Estaba convencido de que la «radiactividad inducida» de Pierre y su «emanación» eran el mismo fenómeno al que daban explicaciones diferentes. En junio de 1900 el alemán Friedrich Dorn descubrió que el radio emitía una «emanación» similar a la detectada por Rutherford en el torio. Años más tarde ambas se identificarían como el gas noble radón, pero durante mucho tiempo se las conoció con nombres distintos, llamando «thoron» a la del torio, y «radón» a la del radio.
En marzo de 1901 Pierre Curie y André Debierne siguieron estudiando la radiactividad inducida y observaron que era mucho más intensa cuando operaba en una vasija cerrada, lo que interpretaron como que se transmitía a través del aire. Cuando hacían vacío en el recipiente que contenía la sustancia activa, la radiactividad inducida desaparecía. Como esto es lo que cabría esperar si su origen era un gas, para Rutherford ese experimento fue la confirmación de que Pierre Curie estaba detectando la misma «emanación» que él había descrito. Pero Pierre, que había adoptado el término «emanación» propuesto por Rutherford, no aceptaba que tuviera una base material, alegando que podía haber otras muchas causas que explicaran el fenómeno.
En cambio, la aproximación de Rutherford fue mucho más práctica. Aparte de no faltarle creatividad, energía ni medios para comprobar todas las hipótesis que se le ocurrieran, su entusiasmo y la abundancia de recursos provocó que la Universidad McGill atrajera a las mentes más brillantes e inquietas del momento. Ningún científico en la historia de la ciencia ha superado su récord en cuanto a la capacidad de Rutherford para atraer y formar científicos de excepción: once de sus alumnos recibirían un premio Nobel. Su laboratorio se convirtió en el centro mundial de la investigación sobre radiactividad, en el cual se sucedían descubrimientos fascinantes a una velocidad vertiginosa.
TRANSMUTACIÓN
Convencido de la naturaleza material de la «emanación», en octubre de 1901 Rutherford contrató a un joven y excéntrico químico de Oxford, Frederick Soddy, para que la estudiara. Tras realizar los primeros experimentos, Soddy no pudo reprimir su entusiasmo al comprender que estaba siendo testigo de un fenómeno nuevo y singular y corrió a decirle a Rutherford que se trataba de una «transmutación», que el torio se transformaba en otro elemento. Rutherford lo tuvo que calmar y le pidió discreción para que no los tomaran por alquimistas, pero sus observaciones no le resultaron disparatadas, pues eso era lo que él había intuido desde el principio. Soddy continuó con sus experimentos y llegó a la conclusión de que la «emanación» no provenía directamente del torio, sino de una impureza radiactiva a la que llamó «torio-X», que se desintegraba mucho más rápidamente que el torio. Midiendo las intensidades de emisión de radiación encontró que las curvas de decaimiento de la actividad del torio y la recuperación del torio-X eran complementarias, lo que le llevó a postular que los átomos de torio-X se producían por descomposición de los del torio. Por otro lado, comprobó que la «emanación» quedaba inalterada tras atravesar todo tipo de reactivos químicos en un amplio rango de temperaturas, por lo que solo podía ser un gas del grupo del argón. Los elementos de este grupo acababan de ser descubiertos y se denominaron «gases nobles» porque no reaccionaban con nada.

Un átomo de radio emite una partícula alfa, convirtiéndose en «emanación» (en realidad, el gas radón). Este átomo a su vez emite una partícula, «Radium A», (hoy se sabe que es una forma de polonio). La cadena termina con plomo estable.
Rutherford y Soddy escudriñaron los compuestos con los que trabajaban intentando aislar el torio-X, de forma similar a como Marie había aislado el polonio y el radio. Fracasaron, pero llegaron a la conclusión de que además de torio, torio-X (luego identificado con radio-224) y «emanación» había otra sustancia intermedia aún más reactiva. En el verano de 1902 Rutherford y Soddy publicaron los resultados de estos experimentos, pero aún no se atrevieron a incluir la principal conclusión: que estaban teniendo lugar varias transmutaciones sucesivas de un radioelemento en otro. La radiación que Rutherford había llamado α estaba formada por partículas cuya emisión implicaba un cambio fundamental en el átomo, que se transformaba en otro con propiedades distintas.
En mayo de 1903 Rutherford y Soddy generalizaron sus descubrimientos: las transformaciones radiactivas sucesivas formaban familias de radioelementos. Diseñaron la tabla reproducida arriba, en la que explicaban cómo cada nuevo elemento se formaba a partir del precedente por la emisión de una partícula α. Estos nuevos «cuerpos radiactivos» no se habían descubierto antes porque se estaban desintegrando constantemente, por lo que se encontraban presentes en una cantidad tan pequeña que no se podía detectar por ningún método clásico. Estos científicos —tal y como explica Pierre Radvanyi en su libro sobre los Curie— concluyeron:
En los minerales naturales conteniendo estos radioelementos estas transformaciones han debido de ocurrir continuamente durante largos períodos, por lo que los productos últimos aparecen en la naturaleza como compañeros permanentes de los radioelementos. El helio es probablemente uno de estos productos. […] La expulsión de una partícula cargada constituye una transformación. […] En una transformación radiactiva un átomo sufre una desintegración.
SERIES RADIACTIVAS
Hay tres series radiactivas naturales cuyos isótopos de partida son el uranio-238, el uranio-235 y el torio-232. Marie trabajó fundamentalmente con la primera, y Rutherford, con la tercera. En los tres casos el elemento estable final es un isótopo estable de plomo. Los períodos de semidesintegración de los primeros elementos de las series y sus respectivas abundancias naturales son:
U-238 (99,27 %) = 4,47 × 109 años.
U-235 (0,72 %) = 7,1 × 108 años.
Th-232 (100 %) = 232 × 108 años.
El radio-226 es uno de los miembros intermedios de la primera serie y el polonio-210 es el penúltimo miembro de esa serie que se desintegra dando plomo-206. La proporción de los distintos elementos de una serie permanece aproximadamente constante a lo largo del tiempo. La relación entre las concentraciones del elemento padre y sus hijos es inversamente proporcional a sus períodos de semidesintegración. Estas proporciones sirven como «reloj» para distintas escalas de tiempo y, por ejemplo, sirvieron para determinar la edad de la Tierra. En el gráfico adjunto se da como ejemplo la serie radiactiva del uranio-238, cuyo elemento final es el isótopo estable plomo-206. En el eje horizontal se indica el numero atómico, Z (número de protones en el núcleo), y en el vertical, el numero másico, A (número de protones más neutrones del núcleo). Las emisiones α se indican con flechas blancas; las β, con flechas negras. Al lado de cada flecha blanca se indica el tiempo de semidesintegración, en años, días, minutos o segundos. El menor es el del polonio-214, igual a 200 microsegundos (200 ×10−6 segundos). El mayor es el del uranio-238, 4500 millones de años. En las líneas verticales figura el mismo elemento (igual número atómico), mientras que en las líneas horizontales aparecen isótopos de distintos elementos con el mismo número másico.

Más tarde se demostraría que el uranio, el torio y el radio pertenecían a una misma familia, de ahí que todos estuvieran presentes en la pechblenda.
En la parte inferior de la tabla de Rutherford y Soddy se hace referencia a otro gran descubrimiento que los investigadores hicieron público ese mismo año: la ley de desintegración radiactiva. Ambos científicos establecieron que el número de átomos radiactivos que se desintegraban por unidad de tiempo era proporcional al número total de átomos del elemento, por lo que el decrecimiento seguía una ley exponencial. Es lo que en química se denomina «cinética de orden 1», es decir, que la velocidad de la reacción es proporcional a la concentración de los reactivos elevada a 1, lo que significa que corresponde a procesos unimoleculares. En estos procesos, la concentración de los reactivos sufre un decaimiento exponencial:

N(t)=N0e−λt,
siendo N0 el número de átomos (más precisamente, sus núcleos, denominados radionúcleos) en el instante inicial, t = 0; N(t), el número de átomos en el instante t; y λ, la constante de desintegración radiactiva, es decir, la probabilidad de desintegración por unidad de tiempo de una especie radiactiva. Esta constante de proporcionalidad era característica de cada elemento radiactivo e indicaba la estabilidad del mismo. A partir de ella se definió el «período de semidesintegración», t1/2, que era el tiempo que tardaban en desintegrarse la mitad de los átomos de una muestra de un elemento dado. Si
N = N0/2 → t = t1/2,
t1/2 = ln 2/λ.
A mayor valor de λ, mayor probabilidad de desintegración y menor período de semidesintegración. Al final de cada período, la actividad (número de desintegraciones por unidad de tiempo) de una muestra se reduce a la mitad de la actividad inicial, ya que esta es proporcional al número de radionúcleos presentes en cada instante. Cada radionúcleo tiene un período característico; en general, diferente del de otros. En la siguiente tabla se incluyen los períodos de los primeros radionúcleos con los que trabajó Marie.
Radionúcleo/Isótopo Período de semidesintegración Emisión Uranio-238 4468 millones de años α Radio-226 1600 años α Polonio-210 138,38 días α «Emanación» de radio = Radón-222 3,82 días α «Emanación» de torio Thoron = Radón-220 55,6 segundos α
De este modo, los valores de t1/2 podían variar entre fracciones de segundo y millones de años, y ninguna circunstancia podía modificarlos. En una primera estimación se determinó que ese período en el radio era 1300 años mientras que en el polonio era de algo más de 143 días. Ambos valores fueron corregidos posteriormente, siendo los valores definitivos 1600 años y 138 días. En la tabla confeccionada por Rutherford y Soddy los investigadores agruparon las sustancias de una de las familias radiactivas: por un lado, estaba el radio y la emanación; por otro, tres sustancias que eran depósitos radiactivos «de cambio rápido», con períodos de semidesintegración de minutos, y en un tercer grupo incluyeron otras tres sustancias que llamaron de «cambio lento», cuyo período de semidesintegración podía ser de varios días o de años.
Así, se convirtió en una de las principales herramientas para la identificación de un elemento radiactivo o radioelemento. Esta ley daría lugar a multitud de aplicaciones en campos tan diversos como la arqueología, con el método de datación de objetos mediante la determinación de la concentración de l4C, o la geología, donde permitió hacer la primea determinación precisa de la edad de la Tierra.
CURIETERAPIA
Los rayos X se empezaron a emplear en medicina apenas unos meses después de su descubrimiento. Inicialmente se utilizaron en los diagnósticos, mediante el uso de radiografías análogas a la de la mano de la mujer de Roentgen, y poco después en terapia. Como la radiactividad tenía unas propiedades similares a los rayos X, Pierre pensó que podría afectar al cuerpo humano. En 1900 el dentista alemán Otto Walkhoff comprobó que tras poner una tela impregnada con una disolución de radio en contacto con su piel dos veces durante 20 minutos cada vez, se producía una inflamación que duraba dos semanas. Por otro lado, el químico alemán Friedrich Oskar Giesel, que trabajaba para la compañía Buchler —la cual obtenía radio siguiendo el procedimiento que había puesto a punto Marie—, comprobó que, si se acercaba un ojo cerrado a una caja también cerrada conteniendo sales de radio, percibía una sensación de luz en la retina. Por otro lado, se puso 270 mg de sal de radio en un brazo durante dos horas, y le produjo quemaduras que tardaron varias semanas en curar. De Giesel decían sus compatriotas Geitel y Elster que tenía el cuerpo más radiactivo que se podía encontrar: su aliento descargaba un electroscopio 18 horas después de haber dejado el laboratorio.
Conociendo estos resultados, a comienzos de 1901, en un experimento que hoy consideraríamos suicida pero que entonces se debía considerar normal a la vista de los realizados por los alemanes, Pierre estudió en su propio cuerpo los efectos del radio descritos por Walkhoff. Pegó un trozo de gutapercha impregnada con sales de radio a la piel de su brazo, y la mantuvo ahí durante diez horas. Tras retirarla, la piel se le fue enrojeciendo cada vez más conforme pasaban los días, adquiriendo el aspecto de una quemadura, aunque no sentía dolor. El tejido se ennegreció indicando que la lesión era profunda y se formó una herida que tuvo que vendar y tardó en curarse más de dos meses. A Henri Becquerel le causó una herida parecida un tubo sellado que contenía una sal de radio, que le había dado Pierre para usarlo en una conferencia y que había transportado en el bolsillo de su chaleco. Al finalizar la conferencia, fue a contarles lo de su quemadura a los Curie, entre orgulloso y enfadado. Henri Becquerel y Pierre Curie enviaron una nota conjunta a la Academia de Ciencias francesa el 3 de junio de 1901, describiendo los efectos del radio sobre su piel.
Este trabajo, que no estaba en la línea de los realizados hasta entonces por Pierre, atrajo enseguida la atención de la clase médica. De hecho, la primera persona que los propuso a él y a Marie como candidatos para el premio Nobel fue el médico-patólogo Charles Bouchard. Aunque no se correspondía en absoluto con el desarrollo de su investigación, especialmente en el caso de Marie, que no publicó nada en este campo, las aplicaciones médicas del radio fueron lo que dio una mayor repercusión pública a su trabajo. Así, en el viaje triunfal que realizó Marie a Estados Unidos en 1921, la investigadora fue recibida como «la curadora del cáncer».
Poco antes de hacer el ensayo en su propia piel, en 1900, Pierre había enviado al médico Henri Daulos, del hospital de Saint Louis de París, muestras de radio muy activas para que realizara los primeros ensayos terapéuticos de su efecto en distintas enfermedades cutáneas. Inicialmente trataron lupus y luego ciertos tipos de cánceres de piel. A estos ensayos en París siguieron otros en los cinco o seis primeros años del siglo XX, que se realizaron en los principales hospitales europeos y norteamericanos: varios de Alemania, San Petersburgo, Londres y Chicago. En algunos casos, el tratamiento era superficial; en otros, como en cánceres de útero, cérvix, esófago o recto, se insertaban ampollas conteniendo radio. En muchas ocasiones, como el radio era caro y escaso, las ampollas conteniendo sales de radio fueron reemplazadas por otras que contenían la «emanación». Fue el comienzo de la terapia basada en la radiactividad, lo que hoy conocemos como radioterapia o simplemente «radio», que, en Francia, debido a la persona que inició el proceso, se llamó durante mucho tiempo «curieterapia».
RADIOTERAPIA
La relevancia pública que adquirió Marie Curie se debió en gran medida a que el radio que ella descubrió se identificó desde el principio con un remedio milagroso para curar todos los males. Aunque esa primera percepción era claramente errónea, es casi imposible evaluar el número de personas que se han beneficiado de la radioterapia a lo largo de sus más de cien años de historia. Como es lógico, las técnicas que se emplean hoy en día tienen muy poco que ver con las que se aplicaron en los años inmediatamente posteriores al descubrimiento del radio. No obstante, debe recordarse que la contribución de Marie y Pierre fue fundamental: ellos descubrieron una nueva herramienta para curar una enfermedad para la que entonces no había cura, el cáncer. El radio es la fuente radiactiva natural que se usó mientras no hubo alternativas. El principal problema del radio-226, el isótopo mayoritario del radio natural, es que antes de emitir los rayos γ buscados, emite las nada saludables partículas α, transformándose en radio-222, la forma excitada que emite la radiación γ. El descubrimiento de Irene Curie y Frédéric Joliot-Curie de la radiactividad artificial en 1935 abrió la posibilidad de obtener emisores γ más «limpios». El radionúcleo elegido fue el cobalto-60 (que es un producto de fisión obtenido en un reactor nuclear, las famosas «bombas» de cobalto que siguen usándose hoy), porque al ser más ligero que el radio presenta radiactividad β, mucho menos dañina que la α. En la década de 1930 se pensó que sería aún mejor usar otras fuentes de radiación γ, tales como los aceleradores de partículas, cuya energía pudiera seleccionarse y cuyo funcionamiento pudiera detenerse cuando no fuera necesario su uso, cosa que es imposible hacer con los radionúcleos. Por ello desde hace más de veinte años, las unidades de radioterapia de los hospitales utilizan aceleradores de electrones, que producen fotones al ser frenados en un trozo de metal, usualmente wolframio.

Fotografía realizada en 1928 de la unidad de radioterapia del hospital alemán de Erlangen.
Para desarrollarla, aparte de los estudios con pacientes, que se fueron ampliando y perfeccionando en las primeras décadas del siglo XX, se requirieron dos desarrollos técnicos. De entrada, se puso de manifiesto la necesidad de establecer un control de las dosis que recibía el paciente, para lo cual hacía falta establecer un patrón de emisión como primer paso para cuantificar tales dosis. De esta tarea se ocuparía Marie en los últimos años de su carrera. El otro desarrollo que hizo avanzar extraordinariamente la radioterapia fue el descubrimiento de la radiactividad artificial, que realizó Irène, la hija de Marie, junto con su marido, Frédéric Joliot-Curie. Esta permitió reemplazar el radio, que originaba problemas de protección, por átomos radiactivos obtenidos artificialmente, como el cobalto-60.
Es sorprendente que el hecho de que los rayos fueran tan agresivos con las células cancerosas no hiciera sospechar a las primeras personas que los usaron el daño que podía causar en las células sanas. Sin embargo, Pierre sí debió pensar en esa posibilidad, pues poco después de que se pusieran en marcha los experimentos de radioterapia comenzó a hacer experimentos con ratones de laboratorio y conejillos de Indias. Comprobó que morían poco después de implantarles cerca de la médula ampollas con sales de radio. También morían al inhalar la «emanación». Los resultados de estos estudios los recogió Pierre en el último trabajo que publicó antes de morir. Tras su muerte nadie continuó con estas investigaciones, pues Marie estaba tan convencida de que del radio solo podían salir cosas buenas, como la curación del cáncer, que ni siquiera investigó la posibilidad de que pudiera ser la causa de otras enfermedades.
MUERTE POR POLONIO: EL CASO LITVINENKO

Las bombas de Hiroshima y Nagasaki, hecatombes planetarias con las que la energía nuclear se dio a conocer, han asociado inevitablemente este tipo de energía con la muerte. Sin embargo, la energía nuclear tiene en su haber muy pocas muertes, especialmente si la comparamos con otras fuentes de energía, como los combustibles fósiles, que han causado y causan miles de muertes por accidentes de tráfico e incendios en depósitos de petróleo y refinerías. No obstante, uno de los casos más espectaculares estuvo relacionado con un elemento radiactivo, el polonio-210, que causó la muerte de Alexander Litvinenko. Fue una agonía, retransmitida por la televisión, que se prolongó durante casi tres semanas en noviembre de 2006, durante las cuales todo el mundo vio a un hombre joven envejecer y consumirse hasta morir. El polonio (concretamente su isótopo, cuyo número másico A = 210) que encontró Marie Curie es el penúltimo elemento de la serie del uranio-238. Su corto tiempo de semidesintegración, de solo 138 días, hace que su concentración en la pechblenda sea muy pequeña. Su hija Irène también lo estudió y posiblemente este elemento no fuera ajeno a la leucemia que causó la muerte de ambas. Pero las dos vivieron muchos años después de entrar en contacto con él, no así Litvinenko. El problema es que él se lo bebió en un té que tomó en el restaurante del Millenium Hotel de Londres. ¿Quién procesó las toneladas de pechblenda necesarias para obtenerlo? Muy probablemente fue preparado ex profeso en un reactor nuclear, bombardeando bismuto-209, un isótopo estable, con neutrones de alta energía, que dan lugar a bismuto-210, el cual a su vez se desintegra espontáneamente emitiendo una partícula β y produciendo el polonio-210. La reacción de síntesis es la siguiente:
y la de desintegración es:
Las partículas α atacaron los folículos pilosos, las mucosas del intestino, los riñones y el hígado de Litvinenko, pero la muerte llegó cuando destruyeron su médula. ¿Quién podía estar tan interesado en la muerte del ex espía ruso para pagar entre uno y diez millones de dólares por el polonio que lo mató?
Pero los hechos se empeñarían en contradecirla: las emisiones radiactivas eran un veneno silencioso e invisible que fue minando la salud de todos aquellos que manipulaban las sustancias que las producían sin mostrar ningún efecto hasta que era demasiado tarde. Sorprendentemente, Marie, la persona que primero las identificó y manipuló en mayores cantidades, vivió hasta los sesenta y siete años, una edad avanzada para una mujer de su época. Además, a pesar de sus múltiples achaques, Marie tuvo una desbordante actividad hasta poco antes de morir, lo que no ayudó a alertar sobre el carácter letal de las emisiones radiactivas con las que trabajó toda su vida.
A principios del siglo XX se estaba muy lejos de conocer la cara siniestra del radio, ya que entonces el nuevo elemento se recibió como la panacea para curar todos los males, desde las enfermedades de la piel hasta la artrosis, pasando por el reumatismo o la depresión, aparte, por supuesto, de todo tipo de cánceres. Entre las aplicaciones más curiosas del radio cabe destacar la realizada por un tal doctor Alfred Curie —que nada tenía que ver con la familia Curie—, que en 1911 presentó su tesis sobre el estudio de la espina bífida en la Universidad de París. Años después se dedicó a negocios más lucrativos y patentó una crema facial llamada Tho-Radia. Sus ingredientes, a los que hace referencia su nombre, eran 0,5 g de cloruro de torio y 0,25 mg de bromuro de radio por cada 100 g de crema. La publicidad prometía, cómo no, una cara «radiante». Por su parte, un farmacéutico egipcio patentó más de cien preparados a base de radio con nombres tan explícitos como Radioskin, Radiobust o Radiviril.
LA OBTENCIÓN DEL RADIO Y LA POLÉMICA DEL POLONIO
Tras varios años dedicada a ello, a comienzos de 1902 Marie consiguió aislar algo más de la décima parte de un gramo (120 mg) de cloruro de radio puro, a partir del cual determinó el peso molecular del radio, 225±1, un valor muy próximo al real (226,03). Obtener esa pequeñísima cantidad no solo requirió años de trabajo, sino una extraordinaria pericia química, dados los procesos en los que estaba implicado el radio. Para una serie radiactiva como la mostrada por la tabla de Rutherford y Soddy, el proceso de desintegración nunca se detiene; todo elemento «hijo» proveniente de la desintegración del elemento «padre» también se desintegra, y ambos lo hacen a un ritmo fijo. Por ello, la máxima proporción entre un elemento «hijo» y un elemento «padre» viene dada por el cociente de sus períodos de semidesintegración. Como el del uranio (elemento padre) es de 4500 millones de años y el del radio (elemento hijo) es 1600 años, en un mineral que los contiene a ambos la máxima proporción de radio/uranio que se puede encontrar es de 1600/4 470 000 000, es decir 1/2 800 000, aproximadamente 1 gramo/3 toneladas.
Pero Marie no procesó uranio puro, sino restos de una de sus menas contaminadas con agujas de pino y otros materiales, por lo que la máxima proporción se aproximaba a 1 gramo de radio/10 toneladas de material. Por otra parte, el radio y el bario tienen propiedades químicas muy parecidas, por lo que es fácil que parte del radio fuera arrastrado por el bario, que además estaba en mucha mayor proporción. Y lo peor de todo, Marie desconocía la naturaleza de los procesos involucrados en la radiactividad, así como las propiedades del radio y la causa de que estuviera asociado al uranio y de que las concentraciones máximas esperables fueran tan extraordinariamente pequeñas. Quizá si lo hubiera sabido no habría abordado el proceso.
Por todo ello, la obtención de esos 120 mg de cloruro de radio puro fue una proeza extraordinaria no solo desde el punto de vista químico, sino desde el punto de vista físico y radiológico. Además, la mayor parte de ese proceso lo realizó sola, pues una vez que Pierre estuvo convencido de la existencia del radio, su curiosidad lo había llevado a investigar las propiedades de los rayos y sus efectos sobre el cuerpo humano.


FOTO SUPERIOR: El premio Nobel otorgado a los Curie en 1903 por el descubrimiento de la radiactividad.
FOTO INFERIOR IZQUIERDA: Pierre y Marie junto a su hija Irène en una fotografía tomada en 1906, el año en el que murió el científico.
FOTO INFERIOR DERECHA: Anuncio de Tho-Radia, crema facial que incluía el cloruro de torio y el bromuro de radio entre sus componentes.
Poco después de aislar el cloruro de radio, Marie escribió a su padre a Varsovia comunicándole la noticia tanto tiempo esperada. Aunque su salud estaba ya muy deteriorada, Władysław aún tuvo fuerzas para felicitarla y bromear diciendo que, dado el trabajo que le había costado obtenerlo, había sido el elemento más costoso en la historia de la humanidad. Murió seis días después; Marie solo pudo llegar a su entierro.
En diciembre de 1902, cuando parecía que sus problemas con el radio habían quedado definitivamente zanjados —aunque, en realidad, no habían hecho más que empezar— surgió una agria polémica en tomo al polonio. El físico alemán Wilhelm Marckwald, de la Universidad de Berlín, publicó un artículo en el que decía haber descubierto un nuevo elemento químico. Lo bautizó con el nombre de «radioteluro» porque sus propiedades químicas eran similares a las del teluro, un elemento del grupo del oxígeno. Este radioelemento no era otro que el polonio, el elemento que Marie había nombrado en memoria de un país entonces inexistente. La polémica la habían alentado involuntariamente Marie y Pierre, ya que en un artículo publicado en enero de 1902 habían escrito que el polonio era una especie de bismuto y que aún no estaba probado que fuera un nuevo elemento. En otro de los artículos que publicó Pierre al año siguiente decía que el radio era el único elemento radiactivo cuya existencia estaba probada inequívocamente. Sin embargo, a la vista de su virulenta reacción ante la propuesta de Marckwald, Marie no suscribía esa afirmación. Otro de los hechos que alentó al alemán fue la afirmación hecha por los Curie de que la actividad del polonio decrecía lentamente, mientras que según el físico alemán la actividad de su «radioteluro» permanecía constante a lo largo del tiempo.
Marckwald tuvo acceso a grandes cantidades del residuo de la pechblenda de Joachimsthal y también disponía de mayores medios en su laboratorio. Por otra parte, cuando siguió el proceso de Marie para el aislamiento del polonio usando precipitaciones sucesivas y no consiguió obtenerlo puro, utilizó métodos electroquímicos que le llevaron a triunfar donde Marie había fracasado. De este modo, pudo aportar una pequeña cantidad del elemento puro. Marckwald situó el nuevo elemento en el grupo de la tabla periódica al que en realidad corresponde, el del oxígeno. Meses después de la aparición del artículo de Marckwald, Marie descartaba esta propuesta displicentemente en una adenda de su tesis doctoral: «La elección de un nuevo nombre para esta sustancia es fútil en el presente estado de la cuestión».
Pero la cosa no quedó ahí, Marie necesitó nueve meses de intenso trabajo para refutar las alegaciones de Marckwald. De entrada, lo desafió a probar la invariabilidad en la actividad del «radioteluro» durante períodos lo suficientemente largos. En ayuda de Marie acudió Frederick Soddy, que en un artículo publicado en 1904 hizo notar a Marckwald que la constancia en la radiactividad iba en contra de todo lo conocido hasta entonces sobre las sustancias radiactivas. Soddy también afirmaba que estaba seguro de que la mayor parte de los hombres de ciencia estarían de acuerdo en las protestas de Marie ante lo que claramente era un intento de dar un nuevo nombre al polonio. El arma definitiva para alcanzar la victoria final también la proporcionó Soddy a través de su ley de desintegración de las sustancias radiactivas.
Tras repasar y completar sus experimentos, Marckwald comprobó que, como habían anticipado Marie y Soddy, la actividad del «radioteluro» no era constante, sino que decrecía con el tiempo. Determinó que su tiempo de semidesintegración era de 139,8 días. Por su parte, Marie, a partir de cinco muestras obtenidas por precipitación, y de otra obtenida por el «muy conveniente método de la electrolisis» puesto a punto por Marckwald, determinó que para el polonio ese tiempo tenía un valor de 140 días. Este resultado, concluyó Marie, era la prueba definitiva de que se trataba del mismo elemento. Como no era miembro de la Academia de Ciencias francesa, Pierre, que por fin había sido admitido, fue el encargado de presentar en su nombre estos resultados el 29 de enero de 1906, en lo que sería su última comunicación científica antes de morir. Además, Marie publicó su refutación en alemán, para demostrar a los compatriotas de Marckwald hasta qué punto este había errado. Finalmente, Marckwald retiró caballerosamente el nombre de radioteluro y aceptó el de polonio. En su rendición hubo, sin embargo, un punto de ironía, que lleva a pensar que debió de sentirse herido por la reacción indignada de Marie, ya que el físico alemán incluyó unos versos de William Shakespeare:
¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa con cualquier otro nombre exhalaría el mismo perfume embriagador.
Pero el polonio tenía sin duda el perfume del radioteluro, pues como se ha indicado anteriormente teluro y polonio están en el mismo grupo de la tabla periódica. Desde entonces se aceptó que el período de semidesintegración era una prueba válida para la identificación de un radioelemento.
EL RECONOCIMIENTO BRITÁNICO Y EL DOCTORADO EN LA SORBONA
El trabajo de Marie y Pierre era más apreciado en el extranjero que en Francia, y a comienzos del verano de 1903 el matrimonio recibió una invitación de la Royal Institution of Great Britain, que tiene su sede en Londres. Allí fueron calurosamente acogidos por lord Kelvin, admirador del trabajo de Pierre desde su descubrimiento de la piezoelectricidad. Conocieron a William Crookes, inventor de los tubos que llevan su nombre y que permitieron estudiar los rayos catódicos, y a los científicos escoceses, sir William Ramsay, descubridor de los gases nobles, y sir James Dewar, que da nombre a los recipientes que permiten conservar líquidos a bajas temperaturas y con quien poco después Pierre estudió el calor desprendido por el radio. Pierre hizo una presentación de su trabajo en una de las famosas sesiones de la Royal Institution (las denominadas «noches de los viernes»), en concreto, la del 19 de junio. Impartió su conferencia y a continuación realizó una serie de experimentos que pusieron de manifiesto la capacidad del radio para impresionar películas fotográficas e irradiar calor. Para terminar, dejó al público asistente boquiabierto al mostrar su deslumbrante luminosidad tras haber apagado las luces. Esta sesión dejó un rastro imperecedero en la institución, pues durante los experimentos Pierre derramó un poco de disolución conteniendo la sal de radio. Cincuenta años más tarde un equipo de científicos del laboratorio de Harwell tuvo que descontaminar la sala de conferencias.
Poco después de su vuelta a París, el 23 de junio de 1903, Marie presentó en la Sorbona su tesis doctoral dedicada al Estudio de las sustancias radiactivas. En ella no solo recogió los resultados de sus propias investigaciones, sino una panorámica general del nuevo campo científico que había nacido a raíz de sus trabajos:
Nuestras investigaciones sobre las nuevas sustancias radiactivas han originado un movimiento científico y han sido el punto de partida de numerosos trabajos relativos a la investigación de las mismas y al estudio del rayo emitido por las sustancias radiactivas conocidas.
En la defensa pública ante el tribunal y en la primera versión de la tesis, Marie no se decantó por ninguna teoría para explicar la radiactividad, pero añadió la teoría de Ernest Rutherford de las desintegraciones atómicas en la reedición que hizo en 1904. Curiosamente el neozelandés se encontraba en París con su esposa el día de la lectura de la tesis de Marie. Justo ese día le había llegado la invitación para visitar su laboratorio que Marie le había enviado meses atrás en una tarjeta que lo había ido persiguiendo por los laboratorios de medio mundo, reenviada por sus alumnos. Cuando Rutherford llegó al laboratorio, Marie, obviamente, no estaba. Tras maravillarse de cómo la investigadora había podido trabajar en tan lamentables condiciones, Rutherford y su esposa se unieron a la cena de celebración de la tesis que tuvo lugar en casa del físico Paul Langevin. Este había sido discípulo de Pierre en la Escuela de Física y Química Industriales y compañero de Rutherford en el Cavendish bajo la dirección de J. J. Thomson.
Rutherford estaba muy agradecido a Marie por la muestra de radio que le había enviado, que era mucho más activa que las suyas de torio, lo que le había permitido esclarecer el comportamiento de los distintos tipos de rayos en los campos magnéticos. Además, al contrario que la mayor parte de sus colegas, estaba plenamente convencido de la capacidad intelectual de las mujeres. No podía ser de otra forma, siendo el marido de la hija de una de las sufragistas que habían llevado el voto femenino a Nueva Zelanda, el primer país donde se instauró. Rutherford apreciaba de veras el trabajo de Marie, así como su forma austera de comportarse y vestir. No es de extrañar que desde el principio se estableciera entre ambos una relación de amistad que perduraría por encima de los enfrentamientos que Marie llegó a tener en el entorno más próximo de Rutherford, especialmente con el químico Boltwood.
Todos los asistentes guardaron recuerdos gratos de una velada que terminó con el colofón habitual de Pierre enseñando las disoluciones de radio en la oscuridad. Todos se percataron también de los abultados y enrojecidos dedos que apenas podían sostener los tubos, los mismos dedos temblorosos que unos días antes habían derramado parte de su contenido en el anfiteatro de la Royal Institution de Londres.
El resto del verano no fue todo lo plácido que debería haber sido tras la finalización de la tesis, porque tanto la salud de Pierre como la de Marie estaban muy deterioradas. Además, para colmo, o quizá como consecuencia de ese deterioro, en agosto de 1903, tras un extenuante viaje en bicicleta, Marie dio a luz una niña en el quinto mes de embarazo que nació viva, pero murió poco después. La investigadora había ido desde París a un pueblo de los alrededores para buscar el alojamiento donde Pierre, Irène y ella habían de pasar las vacaciones de verano. Aunque el detonante final fuera el viaje en bicicleta, Marie no se había encontrado bien desde el comienzo del embarazo, a pesar de lo cual había estado trabajando con disoluciones concentradas de polonio y radio, recibiendo dosis de radiación no aconsejables ni para una persona no embarazada. Muy posiblemente tuviera anemia y otras alteraciones hematológicas. Como defensora apasionada del ejercicio al aire libre como tratamiento para todos los males, planeó las vacaciones en el campo, lo cual en general le venía muy bien, pues la alejaba del laboratorio. Pero el ejercicio excesivo en sus circunstancias fue fatal para su embarazo. Este nacimiento prematuro la dejó muy afectada tanto física como psicológicamente, por lo que estuvo varios meses alejada del laboratorio y sin fuerzas para nada. Así, cuando en noviembre de ese año ambos recibieron la preciada medalla Davy otorgada por la Royal Society británica, Marie no pudo acompañar a Pierre a recogerla.
LA CONCESIÓN DEL NOBEL Y LA FAMA
A finales del año 1903 el matrimonio recibió una noticia alegre e inesperada: la Academia de Ciencias sueca les había otorgado el premio Nobel de Física, junto a Henri Becquerel, por el descubrimiento de la radiactividad. Sin embargo, no fue una concesión exenta de debate. Cuando en la propuesta inicial solo aparecieron Pierre Curie y Henri Becquerel, Gösta Mittag-Leffler —influyente miembro de la Academia sueca y valedor de otra mujer científica, la matemática rusa Sofia Kowaleskaia— le hizo saber a Pierre la ausencia de Marie. Pierre, tal y como recoge el libro de Pierre Radvanyi sobre los Curie, respondió:
En el caso de que se haya pensado seriamente en mí, desearía que se me considerara solidario con la Sra. Curie en mis investigaciones de los cuerpos radiactivos. En efecto, es su primer trabajo el que ha determinado el descubrimiento de los nuevos cuerpos y su contribución es muy grande en este descubrimiento (ella también ha determinado el peso atómico del radio).
En la concesión del premio hubo otro aspecto objeto de debate. ¿A qué disciplina pertenecían los trabajos sobre los cuerpos radiactivos: a la física o a la química? Pierre y Henri eran físicos, pero el trabajo que había desarrollado Marie era fundamentalmente químico. Además, los descubrimientos realizados alteraban conceptos puramente químicos sobre la naturaleza y la estabilidad de los elementos. Finalmente, les concedieron el premio de Física, aunque la Academia no descartó la concesión futura de otro premio en la rama de Química.
Al solemne acto de entrega del premio de manos del rey de Suecia solo asistió Henri Becquerel. Los Curie, muy poco dados al boato, alegaron estar ocupados con sus tareas académicas. Lo estaban y mucho, pero el principal motivo de su ausencia en Estocolmo fue que su salud no era buena. Pierre sufría dolores en brazos y piernas, que habían llegado a ser tan fuertes que incluso tenía problemas para vestirse. Curiosamente, para mitigarlos tomaba estricnina, un potente veneno según sabemos hoy en día. Por otro lado, tras el parto prematuro, ni la salud ni el ánimo de Marie acababan de recuperarse.
Aunque no viajaron a Estocolmo, los galardonados que causaron furor en Francia fueron Marie y Pierre. Becquerel daba el perfil que se esperaba de un sabio, pero la joven pareja, que tenía una hija pequeña, vivía con una austeridad espartana y trabajaba en unas condiciones muy duras, ajena a la pompa de las rancias instituciones académicas francesas, era una cara inusual de la ciencia. Pasaron de ser unos cuasi desconocidos, incluso en los medios académicos, a ser objeto de deseo de toda la prensa. Se convirtieron en la pareja de moda a la que todo el mundo quería entrevistar y de la que todo el mundo quería saber. Este tremendo estallido de popularidad irrumpió en sus vidas alterándolas de forma irreversible. Ninguno de los dos estaba preparado para esta hecatombe, que no solo les cambió la vida, sino que alteró la percepción que la sociedad tenía de un premio que hasta entonces solo había tenido una cierta repercusión en el ámbito científico, pero no había llegado al gran público, que tan solo dedicaba su atención al premio de Literatura o al de la Paz. En la percepción pública de los premios Nobel de ciencias hubo un antes y un después de su concesión a los Curie.
Aunque Marie y Pierre se quejaron amargamente del año «perdido» y de la intimidad avasallada, el premio trajo aparejadas muchas cosas positivas, en concreto un nuevo puesto de trabajo para cada uno de ellos y un laboratorio decente para ambos. El reconocimiento de su trabajo por una prestigiosa institución extranjera, que además estaba avalada por el mismísimo rey de Suecia, puso de manifiesto la extraordinaria calidad del mismo. Por otro lado, las numerosas fotos que aparecieron en la prensa del cobertizo de la Escuela en el que habían realizado la mayor parte de sus experimentos, pusieron de manifiesto el abandono en el que los tenía la ciencia francesa. El periodista Alphonse Berget, tal y como recoge Soraya Boudia en su texto dedicado a los Curie, declaró: «Para nosotros los franceses, la concesión del premio Nobel a los Curie es a la vez una gloria y una vergüenza».
ÈVE CURIE
Ève, la segunda hija de Marie y Pierre, fue la primera y más apasionada biógrafa de su madre, la auténtica creadora del mito de «Madame Curie». Vivió lo suficiente como para participar como invitada de honor de los presidentes de Francia, François Mitterrand, y Polonia, Lech Walesa, en el acto solemne de traslado de los restos de sus padres al Panthéon francés que tuvo lugar en 1995. Ève murió a los 102 años tras haber desarrollado fructíferas carreras como pianista, escritora, periodista y filántropa. Se dio la circunstancia de que todos sus familiares próximos obtuvieron premios Nobel: sus padres el de Física, su madre además el de Química, su hermana y su cuñado el de Química, y su marido, Henry Richardson Labouisse, el de la Paz, que recogió en nombre de UNICEF, organización de la cual fue director entre 1965 y 1979. En más de una ocasión Ève bromeó diciendo que era la vergüenza de la familia, al ser la única que no había recibido un premio Nobel. Durante el tiempo que estuvo casada con Labouisse, Ève participó activamente en las actividades de UNICEF.

Marie Curie con sus hijas Irène y Ève en 1921, fotografiadas durante su viaje a Estados Unidos.
No es de extrañar que a comienzos del año 1904 se creara una cátedra de Física en la Sorbona para Pierre, la cual se complementaría poco después con un laboratorio al frente del cual estaba Marie, que por fin iba a recibir un sueldo por su trabajo científico. Hizo falta que le concedieran un premio Nobel para que a Marie le pagaran por su trabajo como científica.
Marie retomó el trabajo en el laboratorio cuando se recuperó de un parto prematuro en 1903. También volvió a sus clases en la antigua fábrica de porcelana de Madame Pompadour, la École Normale para señoritas de Sèvres. Aunque la preparación de las clases exigía un trabajo extra, debieron dar un respiro a su salud, pues la tenían alejada del laboratorio durante tres días a la semana. Al año siguiente volvió a quedarse embarazada y esta vez el embarazo llegó a término. En diciembre de 1904, justo un mes después de que se trasladaran al nuevo laboratorio en la Sorbona, nació Ève, una niña preciosa y sana.
Como había hecho tras el nacimiento de Irène, Marie volvió a su trabajo a los pocos meses de nacer Ève, la cual quedó a cargo de las nodrizas polacas y del abuelo Eugène. Siguió compartiendo su tiempo entre el trabajo en el laboratorio y las clases en Sèvres, donde contó entre sus compañeros a Paul Langevin.
Mientras los Curie recuperaban su ritmo de vida tras el premio y el nacimiento de Ève, Rutherford seguía desentrañando los misterios del átomo. En 1904 publicó su Tratado de radiactividad, que recogía todos los avances realizados en el campo desde que Becquerel descubriera los misteriosos rayos. Sin ser vanidoso, pero sin falsa modestia, el antiguo jugador de rugby proseguía su extraordinaria carrera.
En junio de 1905 Pierre y Marie se encontraron lo suficientemente restablecidos como para realizar el viaje a Estocolmo y recoger el premio que les habían concedido dos años antes. Y en julio, tras haber realizado la preceptiva ronda de visitas para solicitar el voto, la candidatura de Pierre Curie a la Academia de Ciencias francesa fue por fin aceptada. Tras recibir el Nobel, los problemas económicos y de reconocimiento en las instituciones francesas parecieron desaparecer. Pero la salud de Pierre y Marie no terminaba de recuperarse; ambos se encontraban sin fuerzas, especialmente Pierre. Aun así, además de seguir con sus clases en la Sorbona, retomó el trabajo en el laboratorio. Es más, como miembro del sistema académico francés, tomó parte activa en las asociaciones que pretendían reformar tales instituciones desde dentro. Se pretendía poner coto al corporativismo que cerraba el paso a investigadores brillantes que no habían estudiado en una Grande École, como le sucedió a él mismo.
Pero un día lluvioso de primavera, a la salida de una reunión de una asociación de profesores progresistas de la Sorbona, todos los dolores, ilusiones y frustraciones de Pierre fueron arrollados por un carro que transportaba pertrechos militares. Una de sus ruedas le destrozó el cráneo en la calle Dauphine, cerca del Pont Neuf, el 19 de abril de 1906.
LA VIUDA
Poco después de la muerte de Pierre, Marie empezó a escribir un diario que no se hizo público hasta finales del siglo pasado, cuya primera entrada, escrita el 30 de abril de 1906, estaba dedicada a su marido. En este diario Marie desnudó su pena en una interminable carta que no estaba destinada a nadie del mundo de los vivos.
«Querido Pierre, a quien nunca volveré a ver aquí, quiero hablarte en el silencio de este laboratorio, donde no pensaba que tendría que vivir sin ti».
—MARIE CURIE, DIARIO 1906-1907.
El desgarro que sufría por la ausencia de Pierre era tan grande como su decisión de no hacerlo público, y de hecho se guardó su pena para sí, teniendo estallidos de desesperación tan solo excepcionalmente. Uno de ellos se desató cuando Jacques, el hermano de Pierre, llegó de Montpellier para el entierro, y otro, en su habitación, a las pocas semanas de la muerte de Pierre, cuando Marie se decidió a abrir el paquete que tenía sus ropas ensangrentadas. Cogió la ropa, empezó a cortarla y se puso a besarla y a acariciarla hasta que Bronia se la quitó y la echó al fuego. Marie se derrumbó entonces llorando en brazos de su hermana. A partir de ese momento, se encerró en un mutismo inaccesible y pareció convertirse en una persona carente de sentimientos. La Marie cariñosa y vital pareció haberse ido a la tumba junto con la foto favorita de Pierre, la de la «pequeña estudiante» fotografiada en el balcón de los Dluski a poco de llegar a París, que Marie se encargó de meter en el ataúd.
Marie rechazó la pensión que le ofreció el Gobierno de la República —cuyo presidente había ido en persona a darle las condolencias por la muerte de Pierre—, alegando que era joven y podía mantenerse tanto a sí misma como a sus hijas. También rechazó las ceremonias grandilocuentes en memoria de Pierre que organizaron los que tantas veces le habían dado la espalda cuando estaba vivo. Rechazó «con repugnancia» las colectas que, con la mejor intención, pusieron en marcha los compañeros de Pierre. Rechazó la risa, rechazó la alegría. Rechazó a sus hijas, que le recordaban demasiado a su padre, y durante años fue incapaz de nombrarlo en su presencia.
El abuelo Eugène no solo tuvo que ocupar el papel del padre muerto, sino que además tuvo que dar a sus nietas la ternura que su madre, aparentemente transformada en una estatua de hielo, era incapaz de transmitir. Marie dejó la casa del bulevar Kellerman donde había vivido los últimos años con Pierre y se trasladó al pueblecito de Sceaux, donde vivía Pierre cuando lo conoció y donde podía acudir a visitar su tumba. Allí se instaló con el abuelo Eugène, las niñas y sus nodrizas polacas. Marie se encerró en el único sitio donde encontraba algo de sosiego: el laboratorio que había compartido con su marido. Se refugió de forma obsesiva en el trabajo, a pesar de lo doloroso que le resultaba no compartirlo con Pierre. Así, a las dos semanas de la muerte de Pierre, ya estaba contestando la correspondencia científica y, al mes, volvió a trabajar en el laboratorio y de nuevo surgieron en su cuaderno las ristras de números interminables que recogían los resultados de las medidas.
Lo único que Marie no rechazó fue la propuesta que, a instancias de varios compañeros de Pierre y colegas científicos, le hizo la Universidad de la Sorbona de ocupar la plaza de su marido. El 1 de mayo de 1906 fue nombrada profesora «encargada de curso» de la cátedra creada para Pierre, con un sueldo de 10 000 francos anuales y financiación adicional para seguir realizando sus trabajos de investigación. La prueba de fuego tuvo lugar el 5 de noviembre de 1906, cuando a la una y media comenzó su primera clase en un pequeño anfiteatro de la Sorbona. Estaba lleno a rebosar de un público variopinto que incluía desde damas de la alta sociedad tocadas con aparatosos sombreros hasta periodistas, pasando por curiosos, alumnas de Marie de la École Normale de Sèvres, profesores de la Sorbona, colegas y compañeros del laboratorio de Marie y Pierre, e incluso algunos alumnos. No hizo ninguna concesión a la emoción y no nombró a Pierre más que como un científico que había hecho contribuciones relevantes en el tema objeto de su clase. Cuando la clase terminó se fue tan silenciosamente como había entrado mientras en el anfiteatro atronaban los aplausos.