Medicina Veterinaria

INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

Con el título de Medicina Veterinaria presentamos el tratado que los especialistas denominan Mulomedicina[1], escrito en lengua latina por Publio Vegecio Renato a principios del siglo V d. C. Se trata de una pequeña summa de los saberes veterinarios alcanzados por la cultura grecorromana, un libro que por esta cualidad tuvo ya fortuna en su época e influyó luego decisivamente en el renacimiento de la literatura veterinaria durante la Edad Media europea.

I. DATOS BIOGRÁFICOS DEL AUTOR

Muy poco se sabe de la vida de Vegecio. Ni siquiera conocemos su nombre con total seguridad, pues no aparece en los mejores manuscritos que transmiten la Mulomedicina, mientras que los menos fiables la atribuyen a Vegetius Renatus, a Publius Vegetius, o a Publius Vegetius Renatus. Al encontrarnos este último, podríamos creer que ya teníamos el nombre completo, pero surge la duda cuando se demuestra que el autor de la Mulomedicina escribió también el Epitoma rei militaris[2], de mayor fama, atribuido sin embargo por los códices a Flavius Vegetius Renatus[3]. Quizá la diferencia Publius/Flavius se explique por la moda de acumular varios nombres personales, vigente en la nobleza de la época tardía, no siendo extraño que nuestro autor se llamara Publius Flavius Vegetius Renatus o Flavius Publius Vegetius Renatus[4].

Desconocidas las fechas de su nacimiento y muerte, sólo cabe investigar la época en que vivió y se publicaron sus obras. Algunos pasajes de éstas permiten vislumbrar un escenario posterior a las grandes invasiones, con los bárbaros ya asentados dentro de las fronteras del imperio y que amenazan con introducir un cambio radical en la cría de caballos en muchos pueblos[5], como ya lo habían introducido en el armamento de la caballería[6].

Otros datos permiten delimitar más la época de composición del Epitoma. En esta obra hallamos una mención al emperador Graciano[7], a quien se asigna el título de «divus», con el significado de «difunto»: como su muerte ocurrió en el año 383, la obra fue escrita después de esa fecha. De otro lado, parece que debió de estar publicada no más tarde del 450, pues consta que fue revisada y corregida ese año por un tal Flavio Eutropio, lo cual supone que ya había estado en circulación durante algún tiempo. Pero incluso esta noticia de la revisión del Epitoma no es totalmente segura, pues procede de manuscritos de segunda clase.

Como están muy separados los límites entre esas dos fechas, los estudiosos han manejado otros argumentos en busca de mayor precisión, pero sin demasiado éxito. Se ha intentado sobre todo identificar al emperador destinatario del Epitoma, pero las cualidades que le atribuye Vegecio, su «destreza en disparar flechas, manejo y garbo en gobernar el caballo, ligereza en la carrera, arte de la esgrima»[8], parecen más bien obligadas lisonjas y no bastan para darle un nombre seguro[9]. Es verdad que el Epitoma aparece dedicado al emperador Teodosio en las subscriptiones de algunos códices[10], pero en otros[11] figura el nombre de Valentiniano, y, en cualquier caso, los datos procedentes de tales subscriptiones son siempre externos y no están plenamente garantizados.

En resumen, seguiremos manteniendo las fechas de 383 a 450 como la época en que escribió sus obras Vegecio[12].

Tampoco es conocida la patria del escritor. Algún estudioso[13] pretende basarse en ciertas apreciaciones que el autor hace sobre los bárbaros, para deducir que tenía buen conocimiento de aquellos pueblos y que por ello habría nacido en Austria o en una región oriental —las Panonias o Ilirias— fronteriza con Occidente[14]. La mayoría de los investigadores[15] se inclinan por el origen occidental de Vegecio. Un argumento quizá no despreciable a favor de esta hipótesis nos parece el manejo exclusivo de fuentes latinas para la composición de sus dos obras mencionadas.

¿Hizo alguna carrera administrativa o política? Todas las inscriptiones y subscriptiones[16] que han trasmitido el nombre de Vegecio —con las mencionadas reservas— le asignan el título de vir illustris, y alguna, el de comes.

Este último empezó a otorgarlo Constantino a personajes de su confianza, a los que concedía funciones excepcionales, como la reestructuración de los servicios administrativos o la vigilancia e inspección en provincias. Además, el grupo de comites[17] constituía una especie de Consejo restringido del emperador. Más tarde, este título llegó a ser puramente honorífico o quedó adscrito a ciertas funciones y ampliado hasta los médicos de Cámara del emperador, a los profesores egregios de la escuelas de Roma y Constantinopla y a los abogados de los más altos tribunales.

El título de vir illustris pertenece, en la época tardía, a los senadores de mayor rango, que al tiempo son los funcionarios superiores. Es decir, designa a las personas que ocupan la cumbre de la jerarquía social y administrativa[18].

Todos los manuscritos del Epitoma asignan a Vegecio el título de comes, pero uno de ellos[19] añade a comes el especificativo sacrum, palabra que puede interpretarse como abreviatura defectuosa de comes sacrarum (largitionum), según observó Schöner[20]. Si este dato fuera auténtico, Vegecio habría ocupado el cargo equivalente al antiguo procurator summarum (rationum), pero con funciones más amplias en la época del escritor. El comes sacrarum largitionum era entonces uno de los dos ministros de Hacienda: dirigía tanto la alta inspección financiera en la recaudación de los impuestos y la vigilancia de aduanas como la administración del tesoro estatal, almacenes, minas y fábricas, especialmente las de tejidos y tintes para la vestimenta militar.

Pero, con sólo un testimonio[21], es demasiado arriesgado sostener que Vegecio poseyó el título de comes sacrarum largitionum. W. Goffart[22], aún teniendo en cuenta datos internos del Epitoma, por ejemplo, diversos comentarios que el autor realiza sobre gastos militares, concluye que tampoco se requiere ningún rango ministerial para hacer tales observaciones. Y llega a sugerir que, si escribió la Mulomedicina, su cargo quizá fuera el de comes stabuli.

El citado Schöner opina que Vegecio no fue comes militaris ni tenía experiencia militar[23]. Otros le niegan conocimientos prácticos de veterinaria[24].

De sus creencias religiosas tampoco sabemos nada, aunque tal vez puede deducirse que era cristiano[25] por la época en que vive y por algunas expresiones en sus escritos[26]. Ya hemos dicho que Vegecio utiliza fuentes exclusivamente latinas para componer sus obras, lo cual no parece excluir que tuviera una formación amplia. Domina la retórica y utiliza abundantes recursos estilísticos en los prólogos, en los que cita a Virgilio y Salustio[27], pero sus lecturas preferidas parecen haber sido los tratados técnicos[28].

II. LA OBRA EN SU ÁMBITO CULTURAL

La dos obras de Vegecio, el Epitoma rei militaris y la Mulomedicina, no responden a una iniciativa editorial aislada o personal de este escritor, sino a un amplio movimiento cultural característico de la época.

En efecto, llegados al siglo IV d. C., asistimos al crecimiento de una larga nómina de eruditos, comentadores y divulgadores, que llevan a cabo un gigantesco inventario de los saberes patrimoniales del pasado. Éstos quedan desarticulados en múltiples secciones y plasmados en compendios de carácter manualístico, enciclopedias de carácter teórico[29] o pedagógico-práctico[30], y con menos frecuencia en tratados especializados[31], obras de fácil uso redactadas con el fin práctico de satisfacer la demanda cultural de grupos sociales emergentes y, en general, de quienes acudían por primera vez al mundo escolar buscando una preparación para las carreras burocráticas o para la mejor comprensión de los problemas específicos de su profesión: estudiantes, funcionarios, cortesanos y hombres de letras, nuevas generaciones de eruditos y vástagos de las familias nobles y de la nobleza provincial[32]. Estos manuales representan quizá la última invención formal de la cultura pagana, el último género «literario» o, mejor, el fin de todos los géneros[33].

1. Literatura veterinaria precedente

En el campo de la literatura veterinaria romana, no se publicó ningún tratado especializado antes del siglo IV d. C. Tal retraso contrasta con la antigüedad e importancia de la ciencia veterinaria en el mundo griego, si es fidedigno el testimonio de Varrón (siglo I a. C.) cuando cita más de cincuenta autores helénicos que habían escrito de cuestiones veterinarias[34]. Pero éstos se interesaban sólo por la hipiatría o medicina equina, y tal vez por ello sus escritos sólo empezaron a ser traducidos o imitados por los autores latinos cuando en Roma se empezó a sentir más la utilidad del caballo[35].

Es significativa la apreciación de Columela (s. I d. C.): «no hay duda de que, como dice Varrón, debe superar en honor a los demás animales el buey, sobre todo en Italia, cuyo nombre se cree que deriva del hecho de que los griegos antiguamente llamaban a los toros ítalos»[36]. Prescindiendo del argumento etimológico, es claro que la estima real del buey estaba ligada al valor predominante del trabajo agrícola, y desde esta perspectiva se comprende la subordinación de los saberes veterinarios —incluso los referentes a caballos y mulos— a otras disciplinas más generales, sobre todo a la agronomía. Tal era la concepción tradicional de la veterinaria romana, reflejada en todos los tratados agronómicos, desde el De agricultura, de Catón el Viejo (s. II a. C.) hasta el De re rustica de Columela (s. I d. C.), que necesariamente ofrecen escasa información sobre nuestra materia[37].

Entre los años 350 y 400 d. C., se publican los Commentaria artis veterinariae[38] de Pelagonio. Escasa es la originalidad de esta obra[39], que tanto en su estructura —de tipo epistolar—, como en el contenido, restringido a la veterinaria del ganado equino, imita a un tratado hipiátrico escrito en griego por Absirto[40]. Pero lo que representa una gran novedad, desde la perspectiva romana, es el estudio exclusivo e independiente de un tema de medicina animal, con lo que Pelagonio se constituye, sin pretenderlo quizá, en el fundador de una ars veterinaria latina como disciplina autónoma, liberada ya de antiguas dependencias. Por lo demás, el tratado de Pelagonio presentaba importantes lagunas de contenido: insistía sobre todo en la terapéutica (curae) y la farmacología (medicinae), descuidando partes esenciales como la semiótica y la etiología[41]. Y es que se destinaba a personas muy cultas (dissertissimi), poco interesadas sin duda en datos técnicos demasiado pormenorizados.

En torno al año 400 de nuestra era se publicó la denominada Mulomedicina Chironis, resultado de una traducción anónima de varias obras griegas, sobre todo las atribuidas al ya citado Absirto y a Quirón, autor éste de cuya personalidad también discuten los estudiosos[42]. Se trata de un manual de consulta que ofrece en diez libros un extenso conjunto de materiales desorganizados, de mucho interés desde el punto de vista técnico, pero expresados en ínfimo estilo. En la única versión que se ha conservado de esta obra[43] aparecen signos de alteración de su estructura originaria, pérdidas de bastantes prólogos y, sobre todo, resulta problemático el propio texto establecido en la ya anticuada edición príncipe[44].

Esta obra era un manual práctico para el uso diario. No obstante, en su prólogo I, pese a conservarse muy incompleto, ya se adivinan algunos principios teóricos, ausentes en Pelagonio: una leve reflexión sobre los dos momentos de la medicina, el diagnóstico (causarum rationem reddere) y el terapéutico (ipsa adiutoria medicinae docere), y sobre los fundamentos para la práctica correcta de la veterinaria, que ha de estar basada en el conocimiento[45].

Éstos son los manuales[46] que preceden al tratado de Vegecio y de los que volveremos a hablar más adelante en el apartado de las fuentes utilizadas por nuestro escritor. Ahora corresponde ya referirnos a las intenciones y objetivos del autor de la Mulomedicina en el marco de esta tradición.

2. Objetivos del autor

Desde la primera frase del prólogo[47] se deduce que el interés principal del autor no está en el objeto de la veterinaria, los animales[48], ni en la utilidad de la obra que escribe, sino en la disciplina veterinaria en sí misma, en la mulomedicina, un interés que, según expresa, ya han mostrado otros autores griegos y latinos antes que él[49]. Y es que, según afirma, el ars veterinaria debe ocupar el escalón inmediatamente inferior a la medicina humana, de acuerdo con el objeto de su estudio, los animales, y a semejanza de la jerarquía natural[50].

El escritor hace luego referencia al progresivo desprestigio de la profesión veterinaria en su época, con el doble efecto de que sólo la practiquen gentes de clase humilde y que se publiquen manuales puramente prácticos, de escasa calidad estilística, adaptados al bajo nivel cultural y social de los destinatarios, los mulomedici. Vegecio, pues, tratará de escribir una obra sin los defectos que halla en esa clase de manuales, cuyo modelo es el de Quirón y Absirto (la Mulomedicina Chironis), del que afirma que, si bien ofrece un material completo y de alto nivel científico, resulta pobre de estilo, de difícil manejo por su desordenada composición[51], y contiene además recetas demasiado caras.

Reconoce el autor que junto a tales manuales, escritos con fines exclusivamente utilitarios, existen obras de gran calidad estilística —cita, en concreto, las de Columela y Pelagonio—, pero en éstas, destinadas sólo a los doctissimi (es decir, ejemplos de manuales de «tipo literario»), encuentra graves defectos de otro orden: en Columela, la materia veterinaria no está tratada como autónoma[52] ni con suficiente amplitud. Al manual de veterinaria de Pelagonio le critica, con cierta injusticia, el olvido de partes tan fundamentales como la semiótica y la diagnóstica.

Es, pues, una insatisfacción editorial, la falta de un tratado completo y sin defectos, el motivo inmediato que impulsa a Vegecio a escribir la Mulomedicina. Añade el autor consideraciones económicas, es decir, quejas sobre el alto precio de los honorarios profesionales y de las medicinas, abusos que intentará atajar ofreciendo en su manual recetas más baratas. Y tampoco falta un motivo más personal: su gran afición desde pequeño a los caballos[53].

No se agota ahí la explicación de los motivos que impulsan al autor a escribir un tratado de veterinaria equina. Si con el De re militari pretendía fortalecer el ejército, desmoralizado y en crisis por sus derrotas ante los bárbaros, cabe sospechar que este alto funcionario compone la Mulomedicina inspirado por alguna preocupación de orden superior. Tal vez ambos temas, el militar y el veterinario, no son tan dispares, sino que confluyen en ellos intereses de Estado parecidos.

En el mundo romano, el caballo fue creciendo en aprecio y utilidad durante la etapa imperial, sobre todo como pieza básica del cursus publicus o Postas Imperiales, pero no había sido suficientemente explotado para el ejército, en el que la caballería seguía siendo un elemento auxiliar y secundario al lado de la sólida infantería[54].

En el siglo IV d. C. se reveló con mayor claridad que nunca la debilidad de las legiones frente a los ejércitos de bárbaros, compuestos exclusivamente de rápidos jinetes[55]. Obras como el anónimo De rebus bellicis o el Epitoma rei militaris, del propio Vegecio, responden a la preocupación por hallar remedio a la crisis. Y, pese a que este funcionario todavía no se percata bien del grave defecto de que adolecía el ejército romano y se limita a recomendar el fortalecimiento de la infantería y de la disciplina militaris, es decir, la vuelta a la tradición, sin embargo ya intuye que se está preparando un cambio trascendental cuando afirma: «aunque siguiendo el ejemplo de los godos, alanos y suevos, hayamos armado mucho nuestra caballería (…)»[56]. Estas circunstancias, que hicieron aumentar el valor y la utilidad del caballo en el siglo IV d. C., pueden estimarse como uno de los factores que en el mundo romano despertaron el interés por los tratados hipiátricos griegos, de tradición más antigua, e hicieron nacer por fin la ciencia veterinaria latina autónoma.

Al propio Vegecio no se le oculta que su proyecto de escribir un tratado de veterinaria equina sin los defectos de los preexistentes representa un reto tan ambicioso como arriesgado, pues ha de buscar un difícil equilibrio para satisfacer exigencias contrapuestas. Por una parte, pretende que sea accesible a unos lectores de bajo nivel cultural, entre los que se encuentran los mulomedici o profesionales de la veterinaria[57], el diligens paterfamilias[58] —que en esta época no estaba ya necesariamente educado en la cultura liberal— e incluso las personas que diariamente atienden a los animales[59]. Pero quiere también hallar buena acogida entre un público especialmente selecto, los nobles y cultos domini[60], los grandes propietarios, para quienes tener caballos sanos y de la mejor raza es título de gloria y motivo de alabanza. Y son estos destinatarios cultos los que más preocupan a Vegecio: a ellos les dedica la mayor parte del prólogo al libro I, tratando de desarraigar el prejuicio de que era indigno del hombre de alto rango (splendidus, honestissimus) poseer conocimientos teóricos de veterinaria[61]. El escritor se halla aquí ante una dificultad seria y nueva, no experimentada en el caso del Epitoma. Pues los destinatarios del manual de arte militar eran exclusivamente personas cultas y de la clase dirigente: el propio emperador —a quien se dedica el tratado[62]— y oficiales del ejército. Ahora, la propia materia veterinaria, y más aún su práctica[63], son demasiado innobles como para interesar en ellas a tan altos personajes. Pero la apuesta de Vegecio consiste justamente en superar estas dificultades.

La clara heterogeneidad de los destinatarios va a imponer al autor un manual relativamente original en el mundo romano, de carácter más polivalente[64] que los conocidos hasta entonces[65]. Será el típico manual de consulta que ofrezca un repertorio de informaciones recogidas de diversas fuentes, claro y ordenado, para uso cómodo de lectores que por sus ocupaciones carecen de tiempo para obtenerlas por sí mismos; por otra parte, deberá conseguir una elevación de rango de los propios contenidos hasta lograr que alcaneen la categoría de scientia[66]. En resumen, un manual completo, obra de reflexión teórica y a la vez de vulgarización, en un nivel estilístico que, según expresión del propio Vegecio, no desagrade a los scholastici («teóricos») y sea comprensible para los bubulci (boyeros) (IV, prol. 2). Para aquéllos, como era costumbre, adornará los prólogos, desplegando en ellos los más exquisitos recursos retóricos; para éstos, intentará expresarse en el cuerpo del tratado con unas formas de lengua de «uso común».

III. LA «MULOMEDICINA»

1. Estructura y contenido

Es habitual referirse a esta obra de Vegecio con el título de Mulomedicina, lo cual induce a pensar que comprende sólo veterinaria equina, pero, examinada con mayor detención, contiene dos tratados diferentes: el de la Mulomedicina propiamente dicha, en tres libros, que representa la obra concebida en primer lugar por Vegecio, más un opúsculo sobre veterinaria bovina, escrito con posterioridad e incorporado por la tradición manuscrita como cuarto libro[67].

Siguiendo la tradición de la literatura didáctica desde Lucrecio y Virgilio, el autor ofrece un prólogo para cada uno de los cuatro libros. De estos prólogos, el que precede al libro I es el más extenso y equivale a una introducción general del tratado de veterinaria equina. En él encontramos la información sobre los objetivos del escritor y los destinatarios de la obra, a los que ya nos hemos referido.

El libro I, de sesenta y cuatro capítulos, contiene la descripción de las enfermedades más graves para el caballo: el contagioso «maleus» o muermo, en sus variadas formas (caps. 1-20); las enfermedades que producen fiebre (caps. 29-36) y ciertas enfermedades del vientre (caps. 39-52). En los caps. 21-28 se exponen los más importantes remedios contra toda clase de enfermedades: la sangría y la cauterización, añadiéndose en los capítulos finales tratamientos generales preventivos (cap. 56) y, en especial, diversas clases de pociones curativas (caps. 57-60 y 64). En este libro el autor ha acertado a reunir y organizar de forma clara un material que encontraba disperso en tratados de veterinaria más antiguos.

El libro II es el más extenso y ofrece en ciento cuarenta y nueve capítulos la descripción de todas las demás enfermedades del caballo no comprendidas en el libro I. Una parte de esta materia (hasta el cap. 58) está distribuida según el ordo naturalis que se había convertido en canónico en los tratados de medicina, «a capite ad calcem»[68], es decir, comenzando por las enfermedades de la parte más noble, la cabeza, hasta las afecciones de las pezuñas. No resulta fácil descubrir qué ordenación preside los contenidos restantes[69].

El libro III, de veintisiete capítulos, comienza con la descripción anatómica del caballo (caps. 1-4) y de los rasgos que permiten descubrir su edad y su patria (caps. 5-6). Los restantes capítulos contienen remedios generales y específicos contra las enfermedades, en particular, diferentes clases de emplastos. Esta farmacopea se vio aumentada por un compilador anónimo que añadió en época posterior una extensa colección de remedios, incluidos ahora como capítulo 28.

El libro IV, según hemos dicho, constituye por sí solo un breve tratado de veterinaria del ganado vacuno y, en la forma que se ha conservado, contiene veintiocho capítulos[70]. La estructuración del libro es bastante coherente: tras la descripción de los cuidados preventivos (cap. 1), se recomienda la aplicación de remedios urgentes al declararse la más grave de las enfermedades, el contagioso máleo (cap. 2), que se manifiesta en diferentes especies (cap. 3). Los capítulos siguientes se dedican a las restantes enfermedades, sin que se observe ningún criterio especial de ordenación (caps. 4-24). El libro probablemente concluía en el cap. 25, en el que se describe el potro como instrumento de sujeción del animal enfermo, pero algún escriba anónimo añadió posteriormente tres capítulos más[71].

Respecto a la estructuración de cada capítulo, el autor suele mantener un orden que se hace sistemático cuando se trata del estudio de cada enfermedad: síntomas (signa), etiología (causae) y tratamiento (curae, remedia), reservando la amplitud mayor para este último.

Hay que observar, finalmente, que la propia división de los capítulos y sus títulos quizá no sean originales de Vegecio, sino incluidos posteriormente para facilitar la lectura. En cambio, hay mayor probabilidad de que el autor compusiera los índices generales que se presentan al comienzo de la obra.

2. Lengua y estilo

No parece oportuno detenerse mucho en la explicación de los aspectos lingüísticos de la obra de Vegecio, pues al lector no se le ofrecerá el texto latino para comprobar sus rasgos. Por otra parte, todavía no se ha llevado a cabo un estudio monográfico de la lengua y el estilo de la Mulomedicina, sino sólo alguno parcial[72] o indirecto, en trabajos sobre la Mulomedicina Chironis y para ilustrar por contraste los «vulgarismos» de ésta[73]. Con bases tan débiles es arriesgado proponer conclusiones y no resulta extraño que los estudiosos vacilen sobre la calificación de la lengua de Vegecio. Así, E. Lommatzsch[74] la define como «Umgangsprache seiner Zeit» (lengua corriente de su época) frente a la «beinahe unverständliche Sprache» (lengua casi incomprensible) de la Mulomedicina Chironis. Pero E. Löfstedt no está de acuerdo con dicha calificación, fijándose en la calidad de los prólogos y la supresión de los vulgarismos de la Mulomedina Chironis como prueba de que el tratado también se destina a lectores ilustrados[75].

Es evidente la diferencia entre el estilo mucho más artificioso de los prólogos de la Mulomedicina y el sencillo correspondiente al cuerpo del tratado, pero esto es frecuente en la mayoría de los manuales técnicos latinos. Los autores de esta clase de obras sólo en los prólogos tenían ocasión de mostrar su formación retórica y no la desaprovechan. Pero la dificultad está en valorar los aspectos lingüísticos del resto del tratado, sobre todo si se pretende alcanzar el detalle. Por una parte, no podemos estar siempre seguros de que no se hayan modificado acá y allá ciertas palabras y construcciones sintácticas en el proceso de la transmisión de la obra[76]. De otro lado, el propio método de composición de esta clase de tratados mediante la incorporación de frases o fragmentos íntegros de fuentes que pueden haber desaparecido, impide atribuir con certeza un determinado fenómeno lingüístico a Vegecio.

En el prólogo del libro IV, el autor define como pedestris sermo el estilo que va a utilizar, con el fin de que puedan leer la obra hasta los cuidadores de bueyes. Si hay alguna diferencia entre este pedestris sermo y el vilis sermo[77] que tanto desagradaba a Vegecio en la Mulomedicina Chironis, tal vez se manifieste en el compromiso de ser claro, exacto, técnico y a la vez comprensible para todos. En el plano léxico (lingua), evita vulgarismos, neologismos y el exceso de términos técnicos griegos. Para resolver la dificultad de traducir lo esotérico o la multiplicidad de acepciones de estas palabras griegas[78], recurre a las aproximaciones más o menos tautológicas o fórmulas de equivalencia (quod Graece dicitur…; quam Graeci nominant…), y a perífrasis explicativas. Por lo demás, se repiten los mismos rasgos de estilo que suelen verse en cualquier obra técnica: la ausencia de una terminología técnica claramente fija, junto con el imperfecto conocimiento de la enfermedad descrita, explican el recurso a una serie de sinónimos para intentar describir esa realidad oscura y mal definida, como ejemplo, al referirse a las enfermedades contagiosas: pestis, pestilentia, labes, morbus. Lo mismo ocurre con otras repeticiones y ciertas estructuras analíticas con giros preposicionales en vez del caso gramatical, que también pretenden explicar mejor los contenidos. Pero frente a estas estructuras de abundancia de medios expresivos, también aparece a menudo una economía de expresión en función de motivos diversos: relación de recetas, consejos sumarios, o poca atención al destinatario, dando por supuesto que todos los lectores son especialistas y sobran explicaciones[79].

IV. FUENTES DE LA MULOMEDICINA

El autor de la Mulomedicina manifiesta en el prólogo del libro I que ha recogido información de todos los tratados sobre el tema escritos en latín, y que también ha consultado a veterinarios e incluso a médicos[80]. Además, deja entender en un pasaje de la obra que él mismo tiene experiencia en la materia[81].

El propio Vegecio nos facilita el trabajo de investigar qué escritos le proporcionaron el material más abundante para su compilación, pues en el mismo prólogo al libro I hace referencia expresa a los tratados de Columela, Pelagonio, Quirón y Absirto. Menos útiles resultan las escasas citas de otras autoridades a lo largo de la Mulomedicina, ya que son casi siempre indirectas: así ocurre con la alusión a Fárnax (I 38, 10), que llega a Vegecio a través de un fragmento de la obra de Quirón[82], o la referencia a Celso (IV 15, 4), incorporada desde otro fragmento tomado de Columela.

1. Columela

Examinemos ahora, siguiendo el orden expresado por el autor, en qué grado utilizó el famoso tratado agronómico de Columela para la composición de la Mulomedicina. Cuando Vegecio nos habla de esta obra en el prólogo del libro I, alaba su calidad estilística, pero lamenta el escaso contenido que ocupa en ella el tema de la curación de los animales enfermos. Y es que, si el De re rustica del autor gaditano consta de doce libros, sólo interesa a la veterinaria uno de ellos, el VI, pero incluso en éste la atención está repartida entre los cuidados que requieren los bueyes (cap. 1-26), los caballos (27-35) y los mulos (36-38). Vegecio, pues, no encontraba en Columela material suficiente para escribir un manual completo de veterinaria exclusivamente equina. Este defecto de la obra de Columela le obligó a prescindir[83] de ella y a buscar material más específico y abundante en otros tratados.

Sólo más tarde, cuando el éxito de la publicación de los tres libros de veterinaria equina le animó a redactar un manual sobre veterinaria del ganado vacuno, recurrió a Columela, hasta tal punto que el libro IV[84] de la Mulomedicina es casi una copia literal de los capítulos del libro VI de la obra de aquél referidos al ganado vacuno (Veg., IV 4-25 = Col., VI 6-19). No se excluye que en pasajes de los libros I-III de la Mulomedicina también aparezcan lecturas coincidentes con textos del tratado de Columela, pero esto quizá se debe a que Vegecio los ha recibido a través de Pelagonio, recopilador de los contenidos de aquél. Así hallamos: Veg., II 45, 1-3 = Pelag., 43 = Col., VI 30, 6; Veg., II 79, 23 = Pelag., 162 = Col., VI 30, 4; Veg., II 122, 8 = Pelag., 108-109 = Col., VI 31, 1[85].

2. Pelagonio

Nuestro autor aprecia la buena calidad estilística de los textos de Pelagonio y, como no necesita aplicarles muchas correcciones, se apropia de ellos cuando lo necesita. Algunas veces lo cita expresamente, así Veg., I 17, 15 = Pelag., 18; Veg., III 13, 3 = Pelag., 390; Veg., III 14, 2 = Pelag., 491; Veg., III 27, 3 = Pelag., 423. Pero en más ocasiones Vegecio lo copia sin mencionar su nombre. En general, lo incorpora literalmente, y sólo en alguna ocasión lo resume o, por el contrario, lo explana.

3. Absirto y Quirón

Nuestro escritor menciona además otros tratados de veterinaria consultados por él: los de Absirto y Quirón. Ya hemos dicho que el manual de Absirto había sido la fuente principal y modelo del tratado de veterinaria del escritor latino Pelagonio. Es probable que Vegecio no utilizara la obra original de Absirto en lengua griega, sobre todo porque nuestro autor confiesa en el prólogo del libro I que sólo utiliza fuentes latinas. Vegecio conoce la obra de Absirto a través de una traducción al latín, una mala traducción sin duda, a la que achaca su «vilitatem sermonis et eloquentiae inopiam»[86]. Pero hay que añadir más: Vegecio quizá utilizó una compilación latina en la que estaban agregados o, menos probablemente, fundidos los tratados de Absirto y de Quirón.

Esta hipótesis estaba sugerida por las referencias de Vegecio a Quirón y Absirto como si estuvieran hermanados en una sola obra, atribuyendo a los dos juntos las mismas virtudes y defectos: Chiron vero et Apsyrtus diligentia cuncta rimati eloquentiae inopia et vilitate sordescunt (I pról., 3). Pero su confirmación llegó con el hallazgo en Múnich el año 1885 de la denominada Mulomedicina Chironis, a la que anteriormente hemos hecho referencia[87]. De esta Mulomedicina tomó Vegecio amplísimo material, en particular las explicaciones que no hallaba en el tratado de Pelagonio referentes a los signos y causas de las enfermedades. No es este el momento de reflejar aquí las lecturas coincidentes entre la Mulomedicina de Vegecio y la Mulomedicina Chironis, estudiadas con detalle por E. Lommatzsch[88], pero ya hemos señalado que el texto de ésta, conservado en un único manuscrito, presenta muchas corrupciones acumuladas durante la transmisión y quizá se diferencia bastante del que utilizó Vegecio como fuente.

4. Otras fuentes

Un estudio detenido de los materiales utilizados por el autor en el libro I para componer el pequeño tratado sobre la enfermedad contagiosa o máleo, revela que no coinciden con ninguna de las fuentes anteriores. En concreto, los capítulos referentes a los síntomas de los muermos subrenal y elefantiásico (I 8; 9, 1, 5-6) y a los tratamientos curativos de las siete especies de muermos (I 10, 1-5, 7a, 8-9; 11, 1-5, 6b-12; 12; 13, 1-4; 14, 1, 5; 15; 16, 1b-4; 17 1, 6, 9, 11, 13-14; 19; 20). La fuente desconocida que utilizó Vegecio no parece ser la postulada por J. N. Adams[89] para Quirón y Pelagonio o para este mismo y Eumelo, ya que la exposición sobre el máleo que hallamos en nuestro autor es más sistemática que la de cualquiera de aquéllos —aunque este trabajo organizativo podría deberse al propio Vegecio—, pero sobre todo es mucho más extensa y completa. Por ello, nos inclinamos a pensar que Vegecio tomó estos materiales de otra fuente, también perdida, a la que ya hizo referencia K. Hoppe[90].

En resumen, Vegecio utilizó como fuentes escritas para su Mulomedicina (libros I-III) casi exclusivamente el tratado de Pelagonio y una traducción latina de los hipiátricos griegos Quirón y Absirto, la llamada Mulomedicina Chironis. Y es tal la dependencia de Vegecio de estas fuentes que, si hay algún pasaje de esos tres libros que no coincide con textos de Pelagonio y la Mulomedicina Chironis, quizá se debe a que no han llegado hasta nosotros completas estas obras[91]. Finalmente ellibro IV tiene como fuente casi única el libro VI del tratado agronómico de Columela.

V. LA CONTRIBUCIÓN DE VEGECIO

Si, tal como acabamos de explicar al referimos a las fuentes de la Mulomedicina, casi todos sus contenidos proceden de obras ajenas[92], ¿cuál es el mérito de nuestro escritor?

Le pertenece, sobre todo, el trabajo de organización de esos materiales de forma más articulada y sistemática que sus predecesores, tarea que puede llevar a cabo porque posee un esquema conceptual más claro de los saberes que ha de comprender el ars veterinaria.

Tal claridad se refleja, por ejemplo, en el interés que muestra por las enfermedades contagiosas. A ellas destina la atención primera y más detallada, porque, según nos advierte, destruyen mayor número de animales y ocasionan mayores gastos a sus propietarios. Por eso Vegecio comienza su libro I describiendo la funesta enfermedad del máleo —nombre que, como posteriormente «muermo», designaba la enfermedad contagiosa en general—, y las siete especies en que se manifiesta. El autor nos proporciona en veinte capítulos todo un pequeño tratado en el que hallamos expuestos los conceptos antiguos sobre el tema. En este caso, la contribución específica de Vegecio consiste en haber incluido específicos tratamientos de las diversas formas del muermo, que, si no son originales de Vegecio, sólo han llegado hasta nosotros gracias a que fueron incorporados por él en esta obra.

Pero Vegecio no es siempre un mero recopilador. Justamente cuando trata de la enfermedad contagiosa en los caballos y los bueyes, manifiesta con mayor evidencia que nunca sus opiniones personales. Un mérito del autor es su preocupación por analizar especialmente las causas de las enfermedades, pero este interés se refleja sobre todo en el caso de la enfermedad contagiosa. No está Vegecio satisfecho con las explicaciones tradicionales sobre la etiología de esta enfermedad —la fatiga, las condiciones meteorológicas, la alimentación, etc.— (véase I 17, 4), y por eso avanza como causa desencadenante de la peste en los animales la teoría miasmática, es decir, de la corrupción del aire, recalentado por los vientos del Sur y del Sudeste (I 17, 5). Quizá su originalidad sólo consiste en haber aplicado a los animales una teoría que ya era tradicional en su época para explicar la causa de la «peste» en los hombres, pero en la historia de la veterinaria ese primer avance explicativo corresponde a Vegecio[93].

Hay que ponderar también la mentalidad racionalista del autor, equivalente a la «científica» de nuestros días, reflejada sobre todo en las exigencias de método curativo (curare rationabiliter)[94] y en la exclusión de ciertos ensalmos todavía presentes en los manuales de sus predecesores.

Por ejemplo, en Pelag., 283, se halla el remedio siguiente: «es bueno echar (al animal) por las fauces tierra de hormiguero con vino o frotar con ello las heridas, pero que no falten tampoco plegarias a los dioses, pues si se invoca al Sol —que es ante todo el Señor de los caballos—, viene a curarlo. Por eso, cuando empieces a coger la tierra de topera, lo invocarás así: (…)». Vegecio lo incorpora de esta forma en II 143, 1: «es un remedio común mezclar tierra de hormiguero con vino y dárselo a tragar o al menos frotar las heridas a menudo con esa tierra. También (…) se cree que puede ser eficaz la tierra de topera»[95].

En otras ocasiones critica a los veterinarios ignorantes[96], que «para curar esas dolencias (del vientre) recurren a ensalmos, al estilo de las vejezuelas, o a alguna especie de remedio natural» (I 39, 2). Contra éstos advierte: «pues sólo podrá curar con eficacia quien conozca los síntomas y las razones de las enfermedades internas» (I 39, 3). Y en otro pasaje: «hay bastantes personas que intentan la curación con ensalmos: tal impostura sólo de las vejezuelas ha de merecer estima, pues los animales, al igual que los hombres, se curan no con palabras hueras, sino con el arte infalible de la medicina» (II 108, 2).

Vegecio no es un teórico de la veterinaria, no conoce a fondo los principios de la medicina antigua, pero los aplica de forma natural, como expresión de una mentalidad cultivada: así, como ejemplo, la concepción hipocrática sobre la enfermedad como disarmonía de los cuatro humores constitutivos del cuerpo, a cuya luz hay que entender también las terapias que se proponen y hasta la propia composición de los fármacos. Vegecio no pertenece a escuelas médicas, ni es dogmático ni empírico, pero utiliza su formación cultural para extraer lo más provechoso de cada una. Y ni siquiera este eclecticismo es quizá propiamente suyo, sino incorporado de las fuentes.

El autor consigue los fines que se había propuesto: escribir la mejor summa o compendio de los saberes veterinarios acumulados en el mundo antiguo y elevar hasta la categoría de disciplina teórica o scientia, es decir, de conjunto bien organizado de conocimientos, un ars o técnica en la que predominaban hasta entonces los aspectos prácticos.

Con estas cualidades, la Mulomedicina de Vegecio eclipsó muy pronto los tratados de Pelagonio y de Quirón, hasta el punto de que cada uno de éstos sólo se ha conservado por milagro en una copia —y muy tardías ambas, de la segunda mitad del siglo XV—. No obstante, en nuestro tiempo, cuando todos estos tratados sólo son ruinas de arqueología veterinaria, la obra de Vegecio ha ocupado la vitrina menos llamativa, sin duda por su mayor modernidad. Hoy se prefiere el estudio de la Mulomedicina Chironis, que extrae su atractivo precisamente de sus arcaísmos e imperfecciones —de su latín «vulgan» o de los remedios «mágicos» que incluye[97]—. Pero antes de alcanzar esta última etapa, examinemos el largo período de florecimiento del tratado de Vegecio.

VI. PERVIVENCIA DE LA «MULOMEDICINA»

Si, como acabamos de decir, esta obra llegó a olvidarse en los tiempos modernos, se debió en parte a su carácter compilatorio de materiales que luego se descubrieron en algún tratado más antiguo. Sin embargo, lo que hoy se considera un defecto, en el pasado fue el factor determinante de su éxito y de su contribución al renacimiento de la literatura veterinaria en la Edad Media europea y a la formación teórica de un privilegiado sector de profesionales durante muchos siglos. El manual de Vegecio era el mejor resumen de los saberes veterinarios grecorromanos y por eso pervivió como testimonio casi único de ellos. Prueba de la autoridad de Vegecio y de su prestigio la constituye el esfuerzo por traducir su obra a lenguas nacionales, a pesar de la dificultad de la tarea, cuando ya los progresos de la veterinaria habían dejado obsoletos muchos contenidos de la Mulomedicina.

Dejando para otro apartado el recuento de estas traducciones y otras formas directas de perduración de la obra de Vegecio, recorremos aquí la vía indirecta, a través de su influencia en otros escritores posteriores.

Las invasiones bárbaras hicieron que el cultivo y la práctica de la ciencia veterinaria, como las demás ciencias, se refugiaran en la parte oriental del Imperio[98] (y más tarde entre los árabes). En Occidente, tras largos siglos de incultura y desinterés por esta disciplina, vemos renacer una importante literatura veterinaria en Italia durante el siglo XIII, sin duda gracias al redescubrimiento de la Mulomedicina, utilizada como fuente y autoridad por los escritores medievales[99].

Esta influencia se deja ya vislumbrar en el De medicina equorum (ca. 1250), de Giordano Ruffo, veterinario en la corte siciliana de Federico II Barbarroja. Pero la Mulomedicina de Vegecio aparece ya incorporada como fuente principal en un tratado que lleva también el título Mulomedicina (o Medela equorum), publicado en Bolonia en torno al año 1266 y escrito por Teoderico Borgognoni[100]. Este personaje, fraile dominico y obispo de Cervia, además fue un médico cirujano que, rompiendo la tradición medieval, se mostró interesado por la veterinaria como disciplina merecedora de estudio y cultivo al lado de la medicina humana. Escribe su obra en latín y copia en ella casi literalmente el prólogo de la Mulomedicina de Vegecio y muchos capítulos[101] sin hacer mención alguna de su autor[102].

Pero el «redescubrimiento» oficial de la Mulomedicina de Vegecio se debe al veterinario florentino Dino Dini (s. XIV). Con su tratado Mascalcia, escrito ya en lengua «vulgar» (el toscano), pretende justamente aclarar y comentar para los no entendidos la Mulomedicina de Vegecio, de la que traduce o resume capítulos enteros. Para él, Vegecio no es una fuente más, sino el «sommo Vegetio, auctore verissimo dell’arte».

Dini proporciona además otras informaciones reveladoras: al criticar la escasa formación de la mayoría de los veterinarios de su época en Italia, se consuela porque encuentra casos excepcionales. Menciona entre otros al Maestro Andrea[103], que se sabe de memoria la Mulomedicina de Vegecio y, en cuanto ve un caballo enfermo, señala inmediatamente qué capítulo de esta obra se ha de consultar. Ningún testimonio refleja mejor hasta qué punto el libro de Vegecio era utilizado, al menos por algún sector privilegiado de veterinarios, como manual de consulta en la Italia del s. XIV[104].

No hay que olvidar tampoco la obra famosa de C. Ruini, Dell’Anatomía e dell’Infirmitá del Cavallo, Bolonia, 1598, cuya sección de enfermedades se basa en Vegecio.

También en los manuales más antiguos de veterinaria escritos en castellano influyó la Mulomedicina de Vegecio, aunque sólo a través de la Mulomedicina del citado T. Borgognoni. Esta influencia se aprecia en el famoso tratado anónimo El libro de los caballos, de la segunda mitad del s. XIII, compilado quizá por orden de Alfonso X. A través de esta obra pervive también Vegecio en el Libro de Menescalcia e de Albeytería et física de las bestias, de Juan Álvarez de Salamielllas (s. XV) y en Lo libre de Menescalia, escrito en lengua catalana entre los años 1443-1450) por Manuel Díez de Calatayud, mayordomo del rey Alfonso V de Aragón y I de Nápoles.

VII. TRANSMISIÓN TEXTUAL

Comparada con las obras literarias antiguas, el tratado de Vegecio sólo tenía interés para círculos muy restringidos de lectores. Por ello la demanda de copias fue escasa y su transmisión presenta lagunas cronológicas. Además, parece que los manuscritos más antiguos estuvieron depositados en unos pocos monasterios, geográficamente muy próximos entre sí.

La lista de códices que trasmiten completo o en parte el texto vegeciano son los siguientes:

1.Gothanus B 145 (olim 175), s. XV (G).

2.Laur. lat. 45, 18, s. XV (M).

3.Laur. lat. 45, 19, s. XIV (F).

4.Leidensis Voss. lat. F: 71, a. 1537 (L).

5.Marc. lat. 7. 24, s. XIII (Ven.).

6.Paris, lat. 7018, s. XIV (P).

7.Sangallensis 908, s. VI, palims. (S).

8.Tolet. (Bibl. Cath.), 98, 10, s. XV (Y).

9.Tolet. (Bibl. Cath.), 98, 11, s. XV (T).

10.Vat. lat. 4438, s. XIV (A).

11.Vindob. lat. 115, s. XV (V).

Para la constitución del texto de la Mulomedicina es de escasa utilidad el ms. más antiguo de todos, el S, pues sólo contiene algunos fragmentos de la obra. En cuanto a L, es el códice más moderno —del siglo XVI— y, sin embargo, fue utilizado por E. Lommatzsch como base de su edición crítica, preparada para la colección teubneriana en el año 1903. La autoridad concedida a este ms. procede de que es copia de otro códice, el llamado Corbeiensis, muy antiguo y de gran calidad, que lamentablemente desapareció al poco tiempo de ser transcrito. Pero si las lecturas que el Corbeiensis ofrecía era de gran calidad, estaba muy mutilado, virtudes y defectos que se reproducen necesariamente en L. Por eso el editor, para subsanar tantas lagunas presentes en L, se vio obligado a recurrir a los mss. que contienen el texto íntegro de la Mulomedicina, AGFVen. TY, y a los mss. PMV, que transmiten un texto resumido de la obra[105].

No interesa aquí ofrecer más información sobre la calidad de estos mss., o sobre las relaciones de dependencia entre ellos, que se pueden encontrar detalladas[106] en el prólogo de la citada edición crítica, aunque recientemente se han propuesto nuevas valoraciones que dejan anticuada a aquélla[107].

Un aspecto de mayor interés para la historia del texto de Vegecio sería la investigación de los lugares de origen de esos manuscritos, pero ese estudio no ha sido realizado hasta la fecha para la mayoría de ellos. Los más antiguos (S y el modelo de L) se localizan en dos abadías, Saint-Gall (Suiza), y Corbie (Alta Alsacia), fundadas por monjes irlandeses y situadas en el radio de influjo del renacimiento carolingio. Los demás códices fueron copiados durante el renacimiento humanístico, la mayoría probablemente en Italia, aunque más tarde fueran trasladados a bibliotecas de otros países. Esto ocurrió, por ejemplo, con los códices TY, conservados en la Biblioteca de la Catedral de Toledo, que según mis investigaciones[108] fueron copiados en Florencia entre los años 1470-80[109]. De Italia llegaron a la ciudad castellanomanchega en el s. XVIII junto con un amplio fondo donado por un cardenal de la Curia Vaticana, Francisco Xavier Zelada (1717-1801), nacido en Roma de familia española.

Estos manuscritos humanísticos de procedencia italiana permiten deducir que hubo allí otros códices más antiguos de la Mulomedicina, desaparecidos posteriormente (sobre todo, ya hemos aludido al escritor del s. XIII, T. Borgognoni, que como fuente de su tratado debió de utilizar un códice con el texto íntegro de Vegecio).

VIII. EDICIONES

J. FABER, Artis Veterinariae, sive MuloMedicinae libri quatuor, iam primum typis in lucem aediti (sic), Basilea, 1528. Es la edición princeps.

J. SAMBUCUS, P. Vegetii de veterinaria medicina opus ante annos L mutilum corrupteque editum, nunc vero a se ex vv. cc. plurimis in locis emendatum ac restitutum, Basilea, 1574.

J. M. GESNER, Scriptores rei rusticae veteres latini II, págs. 1033-1170, Leipzig, 1735 (reed. 1774).

J. G. SCHNEIDER, Scriptorum rei rusticae veterum latinorum IV, Leipzig, 1797.

E. LOMMAZTSCH, P. Vegeti Renati digestorum artis mulomedicinae libri, Leipzig, Bibliotheca Teubneriana, 1903. Es la única edición crítica en sentido moderno.

IX. TRADUCCIONES

La pervivencia de Vegecio se manifiesta también en las traducciones de la Mulomedicina. Son las más abundantes y antiguas las realizadas en Italia desde el Renacimiento, manuscritas y anónimas en su mayoría[110].

De las traducciones manuscritas se conservan[111] las siguientes:

—Traducción en toscano del siglo XIV transmitida por tres códices (A 1540, 1541 y 1542, Bolonia)[112].

—Versión italiana de los siglos XIV-XVI, conservada en tres códices de la Biblioteca Nacional de Florencia[113].

—Versión italiana del s. XV conservada en un ms. de la Welcome Historical Medical Library de Londres[114].

—Traducción al italiano en un ms. del s. XVI, conservado en los Estados Unidos[115].

—Versión italiana que se conserva en el cod. Vat. Ross. 531, quizá realizada por Giovanni Brancati en Nápoles en torno al año 1470[116].

En cuanto a las traducciones impresas, sólo tenemos referencias de las siguientes, todas ellas relativamente antiguas[117]: una alemana, de 1532[118], una italiana, publicada en Venecia en el año 1544 por el editor Michele Tramizzino[119] y reeditada en Roma en 1624; las francesas de Bernard du Poy-Monclar (París, 1563) y de Saboureux de la Bonneterie (París, 1783)[120], y una inglesa editada en Londres en 1748.

X. NUESTRA TRADUCCIÓN

La versión que ofrecemos de la Mulomedicina está basada en la única edición crítica existente, la ya citada de E. Lommatzsch, Leipzig, 1903. El texto de Vegecio sufrió demasiadas corrupciones durante su transmisión manuscrita y, pese a los esfuerzos del editor por subsanarlas, resulta oscuro y casi ininteligible en algunos pasajes. He ahí el primer obstáculo serio con que tuvo que enfrentarse nuestro trabajo, y que aguarda también al lector.

De otra parte, la traducción de cualquier tratado técnico antiguo presenta dificultades específicas, porque el latinista suele ser lego en la materia que aquéllos explican. Este defecto, que también es mío, he tratado de enmendarlo buscando información en una selecta bibliografía y consultando a personas expertas en veterinaria.

Un inestimable apoyo hubiera podido esperar de alguna traducción anterior al castellano de la Mulomedicina, pero no existe ninguna. En cuanto a las versiones —todas demasiado antiguas— a otras lenguas, sólo he podido obtener y consultar la francesa de M. Saboureux de la Bonneterie (1783). Pero, tampoco me sirvió de especial ayuda, pues se basa en ediciones antiguas de Vegecio (Gesner, 1735/1774) y además me ha parecido errónea en demasiados casos.

La traducción de la Mulomedicina no tiene hoy ningún interés práctico, sino sólo científico o erudito, y va dirigida a un público culto que tenga especial curiosidad por acercarse a la veterinaria antigua, tal vez para mejor contrastar y entender los progresos alcanzados hasta su conversión en disciplina verdaderamente «científica».

Teniendo en cuenta este público, he preferido no acercar el texto al lector hasta el máximo grado posible, sino dejarlo con cierto sabor de antigüedad. Un caso extremo —y el más delicado en esta clase de textos— se ofrece en la terminología. Me ha parecido necesario mantener y transliterar los numerosos tecnicismos de origen griego empleados por el propio Vegecio para designar las enfermedades, porque eran ya de uso tradicional en los tratados de veterinaria. Pero además he conservado otros muchos tecnicimos latinos que aparecen en su obra, atendiendo en estos casos a que no tienen exacta correspondencia con términos científicos actuales y a que su traducción induciría probablemente a error. Ante tales riesgos, mejor es que los propios lectores completen su esfuerzo y traten siempre de comprender estos términos en sus valores antiguos.

No obstante, he procurado incluir ayuda en notas a pie de página, con abundantes explicaciones sobre ellos, tomadas de diccionarios o comentaristas acreditados. Especialmente útiles me han sido las anotaciones recogidas de K. D. Fischer, en su edición crítica: Pelagonii ars veterinaria, Leipzig, 1980, y de J. G. Schneider a la Mulomedicina de Vegecio (en Scriptores rei rusticae veterum Latinorum, IV, Leipzig, 1797). Citaré aquí también el Black’s Veterinary Dictionary y la obra de J. André, Vocabulaire latin de l’Anatomie, París, 1991.

Para los comentarios sobre muchos de los ingredientes utilizados en la farmacopea, he consultado sobre todo la obra de Dioscórides, Plantas y remedios medicinales (De materia medica), recientemente editada en esta misma colección. También he recogido algunos comentarios que A. Laguna incorpora a su versión de Dioscórides, en P. Dioscórides Anazarbeo, Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos (facsímil de la edición de Salamanca de 1566), Madrid, 1983. Finalmente, me ha sido muy útil la obra sobre términos botánicos de J. André, Les noms de plantes dans la Rome antique, París, 1985.

En esta versión del original latino me he tomado algunas licencias de escasa importancia, motivadas siempre por criterios de estilo: como ejemplo, ciertas frases latinas excesivamente largas y entramadas las he dividido para adaptarlas a los gustos actuales; o la traducción de la palabra iumenta —tan frecuente, como es de esperar, en un tratado de Mulomedicina— por «caballos», evitando casi siempre su versión por «bestias de carga» (la más genérica y literal) o «los équidos» o «caballerías». Asimismo, al referirme a las caballerías, me he permitido utilizar, por ejemplo, el término «pezuña», en vez del más técnico «uña», por variar la expresión o adaptarla al uso corriente.

Muy habitual en esta clase de tratados es el empleo del «tú» con valor indefinido en las recomendaciones hechas por el autor al veterinario o encargado de las curas. He procurado mantener este uso estilístico, dotado de gran fuerza expresiva, desviándome en ello de la práctica del Pseudo Celso, que en su versión de ciertos textos médicos griegos lo suprimía para evitar que el lector se sintiera próximo a la enfermedad y afectado en alguna forma por ella[121].

Finalmente, si nuestra traducción al castellano de la Mulomedicina puede esperar algún reconocimiento, éste al menos consistirá en que ha sido la primera y habrá allanado el camino a quienes en el futuro intenten mejorarla.

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