Fragmento III Los siete portales
Fragmento III Los siete portales
«UPÂDHYÂYA[107], la elección está hecha; estoy sediento de Sabiduría. Ahora has rasgado el velo puesto ante el Sendero secreto, y has enseñado el Yâna[108] mayor. He aquí tu siervo, dispuesto para que le guíes».
Bien está, Srâvaka[109]. Prepárate, porque tendrás que viajar solo. El Maestro no puede hacer más que indicarte el camino. El Sendero es uno para todos; los medios para llegar a la meta han de variar según los Peregrinos.
¿Qué escogerás, oh tú, de corazón intrépido? ¿El Samtan[110] de la «Doctrina del Ojo», la cuádruple Dhyâna, o bien seguirás tu camino a través de las Pâramitâs[111], seis en número, nobles puertas de virtud que conducen a Bodhi y a Prajnâ, el séptimo escalón de la Sabiduría?
El escabroso Sendero de la cuádruple Dhyâna serpentea cuesta arriba. Tres veces grande es aquel que asciende hasta la elevada cima.
Las cumbres Pâramitas se entrecruzan con un sendero más escarpado todavía. Tienes que abrirte paso a través de siete Portales, siete fortalezas guardadas por astutos y crueles Poderes, las pasiones encarnadas.
Sé optimista, Discípulo; ten presente la regla de oro. Una vez hayas pasado la puerta Srôtâpatti[112], «el que ha entrado en la corriente»; una vez que tus pies hayan hollado el lecho de la corriente Nirvânica, en ésta o en alguna vida futura, no tienes más que otros siete nacimientos ante ti, oh tú, de Voluntad inquebrantable.
Mira: ¿qué ves ante tus ojos, oh aspirante a la Sabiduría Divina?
«El manto de la oscuridad cubre las profundidades de la materia; entre sus pliegues me abro paso con dificultad. Bajo la penetración de mi mirada el velo se hace más espeso, Señor; se disipa agitando tu mano. Una sombra avanza, reptando como una serpiente enroscada que se despereza… crece, se dilata, y desaparece en la oscuridad».
Es la sombra de ti mismo ajena al SENDERO, fundida en la oscuridad de tus pecados.
«Sí, Señor; veo el SENDERO; con su base en el cieno y su cima perdida en la gloriosa luz Nirvánica. Y ahora contemplo los portales cada vez más angostos en el duro y espinoso camino hacia Gnyana[113]».
Tú ves bien, Lanú. Estos Portales conducen al aspirante, a través de las aguas, «a la otra orilla[114]». Cada Portal tiene una llave de oro que abre su puerta; esas llaves son:
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
Tales son las llaves de oro de los Portales.
Antes de que puedas acercarte al último, oh forjador de tu libertad, tienes que hacerte dueño de estas Pâramitâs de perfección, las virtudes trascendentales, en número de seis y diez, a lo largo del fatigoso Sendero.
Porque, oh Discípulo, antes de que estuvieras preparado para encontrarte con tu Preceptor cara a cara, con tu MAESTRO, luz ante luz, ¿qué es lo que se te dijo?
Antes que puedas aproximarte a la primera puerta, tienes que aprender a separar tu cuerpo de tu mente, a disipar la sombra, y a vivir en lo eterno. Para esto, tienes que vivir y respirar en todo como todo lo que percibes respira en ti; tienes que sentirte morando en todas las cosas, y a todas las cosas morando en el YO.
No permitirás que tus sentidos hagan de tu mente un campo de juego.
No separarás tu ser del SER y de los otros seres; sino que sumergirás el Océano en la gota, y la gota en el Océano.
Así estarás en perfecta armonía con todo lo que vive; amarás a los hombres como si todos ellos fueran tus compañeros y hermanos, discípulos de un mismo Maestro, los hijos de una misma tierna madre.
De instructores hay muchos; el ALMA-MAESTRO[116] es una Âlaya, el Alma Universal. Vive en ese MAESTRO, como SU rayo vive en ti. Vive en tus compañeros, como viven ellos en ÉL.
Antes de que puedas poner los pies en el umbral del Sendero; antes de que cruces la primera Puerta, tienes que fundir los dos en el UNO y sacrificar el yo personal al YO impersonal, destruyendo así el «sendero» que hay entre los dos, el Antaskarana[117].
Tienes que estar preparado para responder al Dharma, la ley inflexible, cuya voz te preguntará al dar tu primer paso, tu paso inicial:
«¿Has observado todas las reglas, oh tú, de esperanzas sublimes?».
«¿Has armonizado tu corazón y tu mente, con la gran mente y el gran corazón de toda la humanidad? Porque, así como la rugiente voz del Río sagrado por medio de la cual todos los sonidos de la Naturaleza[118] devuelven el eco, así el corazón de aquel que quiere entrar en la corriente tiene que vibrar en respuesta a cada suspiro y a cada pensamiento de todo lo que vive y alienta».
*
Los Discípulos pueden compararse a las cuerdas de la Vînâ, eco del alma; la humanidad, a su caja armónica; la mano que la pulsa, al soplo melodioso de la GRAN ALMA DEL MUNDO. La cuerda que no responde a la pulsación del Maestro, en dulce armonía con todas las demás, se rompe y se tira. Así deben ser las mentes colectivas de los Lanus-Srâvakas. Tienen que estar armonizadas con la mente del Upadhyaya, una con la Super-Alma, o separarse.
Esto hacen los «Hermanos de la Sombra», los destructores de sus Almas, el horrible clan de los Dad-Dugpa[119].
¿Has armonizado tu ser con el gran dolor de la Humanidad, oh candidato a la Luz?
¿Sí?… Entonces puedes entrar. Pero, antes de poner el pie en el triste Sendero de Dolor, es bueno que conozcas primero las asechanzas dispuestas en tu camino.
*
Armado con la llave de la Caridad, del amor y de la tierna compasión[120], estás seguro ante la puerta de Dhâna, la puerta que hay a la entrada del SENDERO.
¡Mira, oh peregrino feliz! El portal que tienes ante ti es alto y amplio, parece de fácil acceso. El camino que lo cruza es recto, liso y lleno de verde frescor. Es como un claro de sol en las sombrías profundidades de la selva, un punto de la tierra reflejo del paraíso de Amitâbha[121]. Allí, los Ruiseñores de la esperanza y los pájaros de irisado plumaje cantan posados en las verdes enramadas, entonando el canto de la victoria a los intrépidos Peregrinos. Cantan las cinco virtudes de los Bodhisattvas, la quíntuple fuente del poder Bodhi y de los siete escalones del Conocimiento.
¡Sigue adelante! Porque tú has traído la llave; tú estás seguro.
Y ante la segunda puerta el camino también es de fresco verdor. Pero es muy empinado y termina en la cima de la colina; sí, hasta su rocosa cima. Nieblas grises se cernerán sobre su áspera y peñascosa cumbre, y más allá todo es oscuro. A medida que asciendes la canción de la esperanza suena más débil en el corazón del peregrino. El estremecimiento de la duda amenaza apoderarse de él; su paso se hace cada vez más débil.
¡Cuidado con esto, oh Candidato! Guárdate del temor que va extendiéndose, a semejanza de las negras y silenciosas alas del murciélago de la medianoche, entre el claro de luna de tu Alma y tu grandiosa meta, que allá en lontananza se vislumbra.
El temor, oh discípulo, mata la voluntad y paraliza toda acción. Si de la virtud Shîla[122] está faltado, el peregrino tropieza y los guijarros Kármicos lastiman sus pies en el pedregoso sendero.
Asegura tus pies, oh Candidato. Baña tu Alma en la esencia de Kshânti[123], porque ahora te acercas al portal de ese nombre, la puerta de la fortaleza y la paciencia.
No cierres tus ojos, no apartes tu mirada del Dorje[124]; las saetas de Mâra hieren siempre al hombre que no ha alcanzado Virâgya[125].
No tiembles. Si alienta el temor la llave de Kshânti; se va enmoheciendo; la llave oxidada no sirve para abrir.
Cuanto más avances, tantos más lazos encontrarán tus pies. El Sendero que a la meta conduce está iluminado por una luz única, la luz del arrojo, que arde en el corazón. Cuanto más se atreve uno, más obtendrá. Cuanto más teme, más palidecerá esa luz, y solo ella puede guiarle. Porque, así como el último rayo de sol que resplandece en la cumbre de una gran montaña, al desvanecerse va seguido de la negra noche, otro tanto acontece con la luz del corazón. Cuando ésta se extinga, una oscura y amenazadora sombra caerá desde tu propio corazón hasta el sendero, y tus pies quedarán clavados por el terror, en el sitio.
Precávete, Discípulo, contra esa sombra letal. Ninguna luz irradiada del Espíritu puede disipar las tinieblas del Alma inferior, a menos que de ella haya desaparecido todo pensamiento egoísta, y que el peregrino diga: «He renunciado a esta forma pasajera; he destruido la causa; las sombras proyectadas, como efectos que son, no pueden seguir existiendo». Porque ahora ha estallado la última gran lucha, la lucha final entre el YO Superior y el Yo inferior. Mira, el mismo campo de batalla se halla ahora sumido en la gran guerra, y ya no existe.
Pero una vez que has pasado la puerta de Kshânti, está dado ya el tercer paso. Tu cuerpo es tu esclavo. Ahora, prepárate para el cuarto, el Portal de las tentaciones que tiende lazos al hombre interno.
Antes de que puedas aproximarte a la meta, antes de que tu mano se alce para levantar la aldaba de la cuarta puerta, tienes que haber dominado en tu Yo todos los cambios mentales y tienes que haber matado al ejército de las impresiones mentales, que, sutiles e insidiosas, se deslicen furtivamente dentro del radiante santuario del alma.
Si tú no quieres que ellas te maten, entonces tienes que neutralizar y hacer inoperantes tus propias creaciones, las hijas de tus pensamientos, invisibles, intangibles, que pululan entorno del género humano, progenie y herederos del hombre y de sus despojos terrenales. Has de considerar la vacuidad de lo aparentemente lleno, la plenitud de lo aparentemente vacío. Oh, intrépido aspirante, profundiza en el interior más recóndito de tu propio corazón, y responde: ¿Conoces los poderes del Yo, tú que percibes las sombras exteriores?
De no ser así, entonces, estás perdido.
Porque, en el cuarto Sendero, la más leve brisa de pasión o de deseo agitará la luz tranquila sobre los muros blancos y límpidos del Alma. El más ligero signo de añoranza o de lamentación por los dones ilusorios de Mâyâ, a lo largo del Antaskarana, el sendero que hay entre tu Espíritu y tu Yo, el elevado sendero de las sensaciones, las fuertes incitaciones del Ahankâra[126], un pensamiento, tan raudo como la luz de un rayo, te hará perder tus tres premios, los premios que has ganado.
Pues has de saber que lo ETERNO no conoce cambio alguno.
«Abandona para siempre las ocho abrumadoras aflicciones. De no hacerlo, con seguridad que no puedes llegar a la sabiduría, ni tampoco a la liberación», dice el gran Señor, el Tathâgata de perfección a «aquel que ha seguido las huellas de sus predecesores[127]».
Rígida y exigente es la virtud de Virâgya. Si quieres dominar el Sendero, debes mantener tu mente y tus percepciones mucho más libres que antes de matar la acción.
Tienes que saturarte de pura Âlaya, llegar a identificarte con el Alma-Pensamiento de la Naturaleza. Unido a ella, eres invencible; separado, te conviertes en el campo de juego del Samvriti[128], origen de todas las ilusiones del mundo.
Todo es impermanente en el hombre, excepto la pura y brillante esencia de Âlaya. El hombre es su rayo cristalino; un rayo de luz inmaculada en lo interior, una forma de barro material en la superficie inferior. Ese rayo es el guía de tu vida y tu verdadero YO, el Vigilante y Pensador silencioso, la víctima de tu Yo inferior. Tu alma no puede ser herida sino a través de tu cuerpo sujeto al error; controla y domina a los dos y podrás cruzar seguro la cercana «Puerta del Equilibrio».
Ten buen ánimo, osado peregrino que «a la otra orilla» te diriges. No prestes atención a los susurros de las huestes de Mâra; ahuyenta a los tentadores, los aviesos espíritus, los envidiosos Lhamayin[129] del espacio sin límites.
¡Mantente firme! Te acercas ya al Portal del centro, la puerta de la Angustia, con sus diez mil asechanzas.
Controla tus pensamientos, tú que luchas por la perfección, si quieres cruzar el umbral.
Controla tu Alma, tú que buscas las verdades inmortales si quieres llegar a la meta.
Concentra la mirada de tu Alma en la Luz Una y Pura, en la Luz que está exenta de afección, y haz uso de tu Llave de oro.
*
La pesada tarea ha concluido. Tu labor casi ha concluido. El amplio abismo que te impedía llegar al otro lado casi ha sido salvado.
*
Ya has cruzado el foso que rodea la puerta de las pasiones humanas. Ya has vencido a Mâra y a sus furiosas huestes.
Has eliminado de tu corazón la corrupción y le has arrancado los deseos impuros. Pero, oh, glorioso combatiente, tu tarea todavía no ha terminado. Construye alto, Lanú, el muro que circundará la Isla Santa[130], el dique que protegerá tu mente del orgullo y de la satisfacción de pensamientos sobre la gran hazaña realizada.
Un sentimiento de orgullo echaría a perder la obra. Para siempre jamás, constrúyelo fuerte para que la furiosa embestida del batir de las olas, en ese ascender y azotar las orillas del gran Mundo del océano de Maya, no se trague el peregrino y la isla, incluso, aun cuando se haya logrado la victoria.
Tu «Isla» es el ciervo, tus pensamientos los perros que le acosan y le fatigan en su progreso hacia la corriente de Vida.
¡Ay del ciervo que es alcanzado por los fieros ladridos antes de alcanzar el Valle del Refugio, Dhyâna-Mârga[131], llamado el «sendero del Conocimiento puro»!
Antes que puedas asentarte en el Dhyâna-Mârga y llamarlo tuyo, tiene que llegar a ser tu Alma como el mango maduro, tan dulce y suave como su dorada y brillante pulpa para los dolores ajenos, tan dura como el hueso del fruto para tus propias angustias e infortunios, oh Conquistador de la Felicidad y la Desgracia.
Fortalece tu Alma contra las asechanzas del Yo, hazla merecedora del nombre de «Alma-Diamante[132]».
Porque, así como el diamante profundamente sepultado en el palpitante corazón de la tierra, jamás puede reflejar las luces terrenales, lo mismo pasa con tu mente y tu Alma; sumergidas en el Dhyâna-Mârga, no deben reflejar cosa alguna del reino ilusorio de Mâyâ.
Cuando has alcanzado ese estado, los Portales que has de conquistar en el Sendero abren de par en par sus puertas para dejarte franco el paso, y los más formidables poderes de la Naturaleza no tienen fuerza ninguna para detener tu curso. Tú serás dueño del séptuple Sendero; pero no hasta entonces, oh Candidato a pruebas que van más allá de las palabras.
Hasta entonces, te espera un trabajo mucho más arduo todavía: tienes que sentirte a ti mismo TODO PENSAMIENTO, y, sin embargo, tienes que desterrar todos los pensamientos de tu alma.
Has de alcanzar aquella fijeza de mente en la que ninguna brisa, por fuerte que sea, pueda llevar en sí un pensamiento terrenal. Así purificado, el santuario debe estar vacío de toda acción, sonido o luz mundanales; así como la mariposa atrapada por la helada cae sin vida en el umbral —así deben caer muertos todos los pensamientos terrenales ante el santuario.
Míralo escrito:
«Antes que la llama dorada pueda arder con luz inalterable, la lámpara ha de permanecer bien guardada en un lugar al abrigo de todo viento[133]». Expuesto a la variable brisa, el haz luminoso oscilará, y la trémula llama proyectará sombras engañosas, oscuras y siempre cambiantes, sobre el blanco santuario del alma.
Y entonces, oh tú, perseguidor de la Verdad, tu Mente-Alma vendrá a ser a manera de un elefante loco que ruge en la selva. Tomando los árboles del bosque por enemigos vivientes, perece al intentar destruir las sombras siempre mudables que danzan en el muro de rocas que el sol ilumina.
Ten cuidado, no sea que, en su solicitud por el YO, tu Alma resbale en el suelo del conocimiento Dévico.
Ten cuidado, no sea que, olvidando al YO tu Alma pierda el dominio sobre su temblorosa mente y con ello el derecho al legítimo goce de sus conquistas.
¡Ten cuidado con el cambio! Porque el cambio es tu gran enemigo. Este cambio te vencerá por completo, y te echará hacia atrás fuera del Sendero que recorres, hundiéndote en las viscosas ciénagas de la duda.
Prepárate, y está prevenido con tiempo. Si lo has intentado y has fracasado, oh intrépido luchador, no pierdas el valor por eso: sigue luchando, y vuelve a la carga una y otra vez.
El intrépido luchador, escurriéndose la sangre de su preciosa vida por sus grandes y abiertas heridas, arremeterá todavía contra el enemigo, le arrojará de su fortaleza, y le vencerá antes que él mismo expire. Obrad, pues, y actuad como él, todos vosotros, los que caéis y sufrís, y de la fortaleza de vuestra Alma arrojad todos vuestros enemigos, ambición, cólera, odio y hasta la sombra misma del deseo, aun cuando hayáis fracasado…
No olvides, tú que luchas por la liberación del hombre[134], que cada fracaso es un éxito, y que cada esfuerzo sincero alcanza con el tiempo su recompensa. Los sagrados gérmenes que germinan y se desarrollan invisibles en el alma del discípulo, sus tallos se robustecen en cada nueva prueba, se doblan como juncos, pero jamás se rompen, ni pueden echarse a perder. Antes bien, florecen cuando llega la hora[135].
*
Pero si tú viniste preparado, entonces no temas nada.
*
De aquí en adelante tu camino es claro y recto a través de la puerta Vîrya, el quinto de los siete Portales. Ahora estás en el camino que conduce al puerto de Dhyâna, el sexto, el Portal Bodhi.
La puerta Dhyâna es como un vaso de alabastro, blanco y diáfano; en su interior arde un áureo fuego inalterable, la llama de Prajnâ, que emana de Âtmân.
Tú eres ese vaso.
Tú mismo te has apartado de los objetos de los sentidos; tú has viajado por el «Sendero de visión», por el «Sendero de audición», y te encuentras en la luz del Conocimiento. Tú has llegado ya al estado de Titikshâ[136].
Oh, Narjol, tú estás a salvo.
*
Has de saber, Vencedor de Pecados, que en cuanto un Sowanî[137] ha cruzado el séptimo Sendero, la Naturaleza entera vibra con gozosa y reverente admiración, y se siente subyugada. La estrella argentina comunica con su centelleo la feliz nueva a las flores nocturnas; el riachuelo, con sus murmullos, transmite la noticia a los guijarros; las oscuras olas del océano lo comunicarán a las rocas batidas por el oleaje; las perfumadas brisas lo cantarán a los valles, y los majestuosos pinos susurrarán misteriosamente: «Ha aparecido un Maestro, un MAESTRO DEL DÍA[138]».
Él se yergue ahora como blanco pilar hacia Occidente, y sobre su faz el Sol naciente del pensamiento eterno derrama sus primeras y más gloriosas oleadas. Su mente, como un mar tranquilo y sin orillas, se extiende por el espacio sin límites. En su potente diestra sostiene la vida y la muerte.
Sí, Él es poderoso. El poder viviente se ha liberado en él, ese poder que es ÉL MISMO, puede elevar el tabernáculo de la ilusión por encima de los dioses, por encima del gran Brahma e Indra. ¡Ahora alcanzará con seguridad su gran recompensa!
¿No empleará, acaso, los dones que ésta le confiere, para su propio reposo y bienaventuranza, sus bien ganadas felicidad y gloria, él, el vencedor de la gran Ilusión?
¡No, en modo alguno, oh tú, candidato al oculto saber de la Naturaleza! Si se quieren seguir las huellas del santo Tathâgata, esos dones y poderes no son para uno mismo.
¿Pretenderás acaso poner un dique a las aguas nacidas en el Sumeru[139]? ¿Torcerás la corriente en tu propio beneficio, o la harás retroceder a su fuente primitiva, a lo largo de las cimas de los ciclos?
Si deseas tener ese caudal de conocimiento duramente adquirido, de esa Sabiduría nacida del cielo, mantente en las aguas que fluyen dulcemente, no has de permitir que se convierta en cenagosa charca.
Has de saber, que, si quieres llegar a convertirte en cooperador de Amitâbha, la «Edad sin fin», debes, a manera de los Bodhisattvas-gemelos[140], difundir la luz adquirida sobre toda la extensión de los tres mundos[141].
Has de saber que la corriente del conocimiento superhumano y de la Sabiduría Dévica que has adquirido, debe derramarse desde ti, el canal de Âlaya, hasta otro cauce.
Has de saber, oh, Narjol, tú que estás en el Sendero secreto: que sus frescas y puras aguas tienen que servir para endulzar las olas amargas del Océano, ese poderoso mar de sufrimiento formado de lágrimas humanas.
¡Qué lástima! que una vez te hayas convertido en una estrella fija en el más elevado de los cielos, esa brillante esfera celestial tenga que irradiar desde las profundidades del espacio para todos, menos para ti; dales luz a todos, pero no tomes nada para ti.
¡Qué lástima! que cuando has llegado a ser como la nieve pura de los valles de las montañas, fría e insensible al toque, cálida y protectora para la semilla que duerme profundamente en su seno, ahora es esta nieve la que ha de recibir la cortante helada, las ráfagas del norte, protegiendo así de sus afilados y crueles dientes la tierra que guarda la esperada cosecha que saciará el hambre.
Condenado por ti mismo a vivir durante los Kalpas[142] venideros, sin tener el reconocimiento de los hombres y pasando inadvertido; encajado como una piedra con otras innumerables piedras que forman el «Muro Guardián[143]», ese es tu porvenir si pasas la séptima puerta. Construido por las manos de muchos Maestros de Compasión, levantado con sus tormentos, cimentado con su sangre, protege a la humanidad desde que el hombre es hombre, escudándole contra nuevas miserias y sufrimientos mucho mayores.
Con todo, el hombre no lo ve, ni lo percibirá, ni escuchará la palabra de la Sabiduría… porque lo desconoce.
Pero tú has oído, tú lo sabes todo, oh tú de Alma ansiosa y sincera… y tú has de escoger. Por lo tanto, presta atención de nuevo.
En el Sendero de Sowan, oh Srôtâpatti[144], tú estás seguro. Sí, en ese Mârga[145] en donde el fatigado peregrino no encuentra más que tinieblas, en donde, desgarradas por los espinos y abrojos, las manos gotean sangre, los pies son heridos por agudos y duros pedernales, y en donde Mâra esgrime sus más poderosas armas, allí hay un gran galardón, en el inmediato futuro.
Tranquilo e impasible, el peregrino se desliza siguiendo la corriente que conduce al Nirvâna. Sabe que cuanto más sangren sus pies, tanto más limpio y purificado quedará. Sabe bien que después de siete nacimientos breves y pasajeros, el Nirvâna será suyo…
Ese es el Sendero de Dhyâna, el puerto del Yogui, la gloriosa meta anhelada por los Srôtâpattis.
No es así cuando él ha cruzado y conquistado el Sendero Aryahata[146].
Allí Klesha[147] queda destruido para siempre y las raíces de Tanha[148] arrancadas. Pero espera, Discípulo… Una palabra todavía. ¿Puedes tú aniquilar la COMPASIÓN divina? La compasión no es un atributo. Es la LEY de LEYES —la Armonía eterna, el YO de Âlaya; una esencia universal e infinita, la luz de la eterna Justicia y el concierto de todas las cosas, la ley del Amor eterno.
Cuanto más te identifiques con ella, fundiendo tu ser en su SER, cuanto más se una tu Alma con aquello que ES, tanto más te convertirás en COMPASIÓN ABSOLUTA[149].
Ese es el Sendero Ârya, el Sendero de los Buddhas de perfección.
Sin embargo, ¿cuál es el significado de los rollos de la Escritura sagrada, que te hacen decir las siguientes palabras?:
«¡OM! Yo creo que no todos los Arhats logran la dulce fruición del Sendero Nirvánico».
«¡OM! Yo creo que no todos los Buddhas[150] entran en el Nirvâna-Dharma[151]».
«Sí; en el Sendero Ârya tú no eres ya un Srôtâpatti; eres un Bodhisattva[152]. La corriente ha sido cruzada. Es verdad que tú tienes derecho a la vestidura Dharmakâya; pero el Sambhogakâya es más grande que el Nirvánico, y más grande aún es el Nirmânakâya, el Buddha de Compasión[153]».
Ahora inclina la cabeza, y escucha atentamente, oh Bodhisattva, habla la Compasión y dice: «¿Puede haber bienaventuranza cuando todo lo que vive ha de sufrir? ¿Te salvarás tú, y oirás gemir al mundo entero?».
Ya has oído lo que se ha dicho.
Llegarás al séptimo escalón, y cruzarás la puerta del conocimiento final, pero será tan solo para desposarte con el dolor, si deseas ser Tathâgata, sigue las huellas de tu predecesor, muéstrate lleno de abnegación hasta el fin interminable.
Ya estás iluminado, elige tu camino.
*
Contempla la suave luz que inunda el cielo de Oriente. Como símbolo de oración, ambos, el cielo y la tierra, unidos. Y
de los cuádruples Poderes manifestados, se eleva un canto de amor, así del Fuego flamígero, como del Agua que fluye, y así del suave perfume de la Tierra, como del raudo viento.
¡Escucha!… Desde el vórtice profundo e insondable de aquella áurea luz en la que el Vencedor se baña, la voz sin palabras de la NATURALEZA ENTERA, con mil acentos, se levanta para proclamar:
REGOCIJAOS, HOMBRES DE MYALBA[154].
UN PEREGRINO HA REGRESADO «DE LA OTRA ORILLA».
UN NUEVO ARHAN HA NACIDO[155]…
PAZ A TODOS LOS SERES[156].