Vida de Descartes
VIDA DE DESCARTES
Nació Renato Descartes en La Haye, aldea de la Touraine, el 31 de marzo de 1596. Era de familia de magistrados, nobleza de toga. Su padre fue consejero en el Parlamento de Rennes, y el amor a las letras era tradicional en la familia. «Desde niño —cuenta Descartes en el DISCURSO DEL MÉTODO— fui criado en el cultivo de las letras.» Efectivamente, muy niño entró en el colegio de La Fleche, que dirigían los jesuítas. Allí, recibió una sólida educación clásica y filosófica, cuyo valor y utilidad ha reconocido Descartes en varias ocasiones. Habiéndole preguntado cierto amigo suyo si no sería bueno elegir alguna universidad holandesa para los estudios filosóficos de su hijo, contestóle Descartes: "Aun cuando no es mi opinión que todo lo que en filosofía se enseña sea tan verdadero como el Evangelio, sin embargo, siendo esa ciencia la clave y base de las demás, creo que es muy útil haber estudiado el curso entero de filosofía como lo enseñan los jesuítas, antes de disponerse a levantar el propio ingenio por encima de la pedantería y hacerse sabio de la buena especie. Debo confesar, en honor de mis maestros, que no hay lugar en el mundo donde se enseñe mejor que en La Fleche.. El curso de filosofía duraba tres años. El primero se dedicaba al estudio de la LÓGICA de Aristóteles. Leíanse y comentábanse la INTRODUCCIÓN de Porfirio, las CATEGORÍAS, el TRATADO DE LA INTERPRETACIÓN, los cinco primeros capítulos de los PRIMEROS ANALÍTICOS, los ocho libros de los TÓPICOS, los ÚLTIMOS ANALÍTICOS, que servían de base a un largo desarrollo de la teoría de la demostración y, por último los diez libros de la MORAL. En el segundo año estudiábanse la FÍSICA y las MATEMÁTICAS. En el tercer año se daba la METAFÍSICA de Aristóteles. Las lecciones se dividían en dos partes: primero el maestro dictaba y explicaba Aristóteles o Santo Tomás; luego el maestro proponía ciertas quæstiones sacadas del autor y susceptibles de diferentes interpretaciones. Aislaba la quæstio y la definía claramente, la dividía en partes, y la desenvolvía en un magno silogismo, cuya mayor y menor iba probando sucesivamente. Los ejercicios que hacían los alumnos consistían en argumentaciones o disputas. Al final del año algunos de estos certámenes eran públicos.
Sabemos el nombre del profesor de filosofía que tuvo Descartes en La Fleche. Fue el padre Francisco Verón. Pero en realidad, la enseñanza era totalmente objetiva e impersonal. Las normas de estos estudios estaban minuciosamente establecidas en órdenes y estatutos de la Compañía… «Cuiden muy bien los maestros de no apartarse de Aristóteles, a no ser en lo que haya de contrario a la fe o a las doctrinas universalmente recibidas… Nada se defienda ni se enseñe que sea contrario, distinto o poco favorable a la fe, tanto en filosofía como en teología. Nada se defienda que vaya contra los axiomas recibidos por los filósofos, como son que sólo hay cuatro géneros de causas, que sólo hay cuatro elementos, etc., etc.»[1].
Semejante enseñanza filosófica no podía por menos de despertar el anhelo de la libertad en un espíritu de suyo deseoso de regirse por propias convicciones. Descartes, en el DISCURSO DEL MÉTODO, nos da claramente la sensación de que ya en el colegio sus trabajos filosóficos no iban sin ciertas e íntimas reservas mentales. Su juicio sobre la filosofía escolástica, que aprendió, como se ha visto, en toda su pureza y rigidez, es por una parte benévolo y por otra radicalmente condenatorio. Concede a esta educación filosófica el mérito de aguzar el ingenio y proporcionar agilidad al intelecto, pero le niega, en cambio, toda eficacia científica; no nos enseña a descubrir la verdad, sino sólo a defender verosímilmente todas las proposiciones.
Salió Descartes de La Fleche, terminados sus estudios, en 1612, con un vago, pero firme, propósito de buscar en sí mismo lo que en el estudio no había podido encontrar. Éste es el rasgo renacentista que, desde el primer momento, mantiene y sustenta toda la pecualiaridad de su pensar. Hallar en el propio entendimiento, en el yo, las razones últimas y únicas de sus principios, tal es lo que Descartes se propone. Toda su psicología de investigador está encerrada en estas frases del DISCURSO DEL MÉTODO: «Y no me precio tampoco de ser el primer inventor de mis opiniones, sino solamente de no haberlas admitido ni porque la dijeran otros ni porque no las dijeran, sino sólo porque la razón me convenció de su verdad.».
Después de pasar ocioso unos años en París, deseó recorrer el mundo y ver de cerca las comedias que en él se representan, pero «más como espectador que como actor». Entró al servicio del príncipe Mauricio de Nassau y comenzaron los que pudiéramos llamar sus años de peregrinación. Guerreó en Alemania y Holanda; sirvió bajo el duque de Baviera; recorrió los Países Bajos, Suecia, Dinamarca. Refiérenos en el DISCURSO DEL MÉTODO cómo en uno de sus viajes comenzó a comprender los fundamentos del nuevo método de filosofar. Su naturaleza, poco propicia a la exaltación y al exceso sentimentales, debió, sin embargo, de sufrir en estos meses un ataque agudo de entusiasmo.
Llegó a Estocolmo en 1649. Fue recibido con los mayores honores. La corte toda se reunía en la biblioteca para oírle disertar sobre temas filosóficos de física o de matemáticas. Poco tiempo gozó Descartes de esta brillante y tranquila situación. En 1650, al año de su llegada a Suecia, murió, acaso por no haber podido resistir su delicada constitución los rigores de un clima tan rudo. Tenía cincuenta y tres años.
En 1667 sus restos fueron trasladados a París y enterrados en la iglesia de Sainte Geneviéve du Mont. Comenzó entonces una fuerte persecución contra el cartesianismo. El día del entierro disponíase el padre Lallemand, canciller de la Universidad, a pronunciar el elogio fúnebre del filósofo cuando llegó una orden superior prohibiendo que se dijera una palabra. Los libros de Descartes fueron incluidos en el Índice, si bien con la reserva de donec corrigantur. Los jesuítas excitaron a la Sorbona contra Descartes y pidieron al Parlamento la proscripción de su filosofía. Algunos conocidos clérigos hubieron de sufrir no poco por su adhesión a las ideas cartesianas. Durante bastante tiempo fue crimen en Francia declararse cartesiano.
Después de la muerte del filósofo, publicáronse: EL MUNDO O TRATADOS DE LA LUZ (París, 1 667). CARTAS DE RENATO DESCARTES SOBRE DIFERENTES TEMAS, por Clerselier (París, 1667). En la edición de las obras péstumas de Amsterdam (1701) se publicó por primera vez el tratado inacabado: REGULAE AD DIRECTIONEM INGENII, importantísimo para el conocimiento del método[2].
La mejor edición de Descartes es la de Ch. Adam y P. Tannery, París, 1897-1909.
Sobre Descartes, además de las historias de la filosofía, pueden leerse en francés:
L. Liard, DESCARTES. París, 1881, 2.a edic. 1903.
A. Pouillée, DESCARTES. París, 1893.
O. Hamelin, LE SYSTÉME DE DESCARTES. París, 1910.
J. Wahl, DU ROLE DE L’IDÉE DE L’INSTANT DANS LA PHILOSOPHIE DE DESCARTES. París, 1920.
J. Chevalier, DESCARTES. París, 1921.
M. Leroy, DESCARTES, LE PHILOSOPHE AU MASQUE. P arís, 1929.
En alemán:
A. Hoffmann, R. DESCARTES (Fromanns Klassiker der Philosophie). Stuttgart, 1905. 2.a edic. 1923.
M. Frischeisen-Köler, DESCARTES (en el tomo «Grosse Denker» —grandes pensadores— publicado por E. V. Áster. Leipzig, 1912, 2.a edic. 1923). Traducción española en «Revista de Occidente».
A. Koyre, DESCARTES UND DIE SCHOLASTIK. Bonn, 1923.
En inglés:
P. Mohafíy, DESCARTES (Phyosophical Classic for engl. Readers). Edimb. London, 1880.
E. S. Haldane, DESCARTES, HIS LIFE AND TIMES. London, 1905.