Capítulo II. Facultades mentales del hombre y de los animales inferiores
Capítulo II. Facultades mentales del hombre y de los animales inferiores
En la conformacion corporal del hombre se descubren señales evidentes
de su procedencia de una forma inferior; pero se puede objetar que esta
afirmacion debe ser errónea, dado que el hombre difiere en alto grado
del resto de los animales por la potencia de sus facultades mentales.
Efectivamente, considerado bajo este aspecto, la diferencia es inmensa,
aunque escojamos por términos de comparacion un salvaje del órden más
inferior (cuyo lenguaje no tiene palabras para expresar números mayores
de cuatro, ni términos abstractos para traducir los afectos) y un mono
organizado privilegiadamente. La diferencia no seria ménos inmensa, aun
para un mono superior, civilizado como lo está el perro, si se le
comparase á su forma tronco, el lobo ó el chacal. Los habitantes de la
tierra del Fuego figuran entre los salvajes más inferiores; pero quedéme
sorprendido al ver á bordo del Beagle cómo tres de ellos, que
habian vivido unos cuantos años en Inglaterra y hablaban algo el inglés,
se parecian á nosotros por su disposicion y por casi todas nuestras
facultades mentales. Si ningún sér organizado, excepto el hombre,
hubiese poseido estas facultades, ó si fuesen en el hombre distintas de
lo que son en los animales, nunca nos hubiéramos podido convencer de que
pudiesen resultar de un desarrollo gradual. Pero es fácil demostrar
claramente que no existe, entre las del hombre y las de los animales,
ninguna diferencia fundamental de esta clase. Tambien debemos admitir
que entre la actividad mental de un pez de órden inferior y la de uno de
los monos superiores, media una distancia infinitamente mayor que entre
la de estos y la del hombre; distancia en la que puede haber
innumerables gradaciones.
La diferencia en la disposicion moral no es tampoco tan ténue entre
el bárbaro que, por una leve falta, estrella un tierno hijo contra unas
peñas, y un Howard ó un Clarkson; y respecto á la inteligencia, entre el
salvaje que no emplea ninguna palabra abstracta, y un Newton ó un
Shakespeare. Las diferencias de este género que existen entre los
hombres más eminentes de las razas elevadas y los salvajes más
embrutecidos, están enlazadas por una série de gradaciones delicadas.
Es, pues, posible que pasen y se desarrollen de unas á otras.
Mi principal objeto en este capítulo se reduce á probar que no hay
ninguna diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos más
elevados, por lo que á las facultades mentales se refiere. Buscar cómo
se han desarrollado estas primitivamente en los animales inferiores
seria tan inútil como buscar el orígen de la vida. Problemas son ambos
reservados á una época muy lejana todavía, si es que alguna vez puede
llegar el hombre á resolverlos.
Poseyendo el hombre los mismos sentidos que los animales, sus
intuiciones fundamentales deben de ser las mismas. Tienen uno y otros
algunos instintos que les son comunes, tales como el de la propia
conservacion, el amor sexual, el amor de la madre á sus hijos recien
nacidos, y otros muchos. Con todo, el número de instintos del hombre es
tal vez menor que el de los que poseen los animales á él inmediatos, en
la série zoológica. El orangután y el chimpanzé construyen plataformas
sobre las que duermen; teniendo ambas especies la misma costumbre, se
puede deducir que es un acto instintivo, pero no podemos estar seguros
de que no sea un resultado de idénticas necesidades, sentidas por dos
especies dotadas de igual raciocinio. Estos monos no tocan los muchos
frutos venenosos de los trópicos, al paso que el hombre los desconoce;
pero como nuestros animales domésticos, trasladados á países lejanos,
comen á menudo al principio yerbas venenosas que luego rechazan, tampoco
podemos negar en absoluto que los monos hayan aprendido, por
experiencia propia ó hereditaria, á conocer los frutos que debian
escoger. Con todo, es positivo que los monos sienten un terror
instintivo en presencia de la serpiente, y probablemente, de otros
animales venenosos.
Los instintos de los animales superiores son pocos y simples cuando
se comparan con los de los animales inferiores. Los insectos que poseen
instintos más notables son ciertamente los más inteligentes. Los
individuos ménos inteligentes de la série de los vertebrados, tales como
los peces y anfibios, no tienen instintos complicados, y entre los
mamíferos, el animal más notable por los suyos, el castor, posee una
gran inteligencia.
Aunque, segun dice Spencer en sus Principios de Psicología,
los primeros albores de la inteligencia se hayan desarrollado por la
multiplicacion y coordinacion de actos reflexos, y por más que pasando
gradualmente muchos instintos simples á ser actos de aquella clase, no
puedan casi distinguirse de ellos, los instintos más complicados parecen
haberse formado independientemente del raciocinio. No se crea por esto
que trato de negar que las acciones instintivas puedan perder su
carácter fijo, siendo reemplazadas por otras emanadas de la libre
voluntad. Por otra parte, ciertos actos inteligentes, como el de las
aves de las islas oceánicas que aprenden á huir del hombre, pueden
convertirse en instintos hereditarios despues de haber sido practicados
por muchas generaciones. Entonces puede decirse que tienen un carácter
de inferioridad, ya que, no los hace realizar la razon ni la
experiencia. A pesar de todo, la mayor parte de los instintos más
complexos parecen haber sido adquiridos por una seleccion natural de las
variaciones de actos instintivos más simples. Semejantes variaciones
podrian resultar de las mismas causas desconocidas que, ocasionando
ligeras mudanzas en las otras partes del cuerpo, obran tambien sobre la
organizacion cerebral, y determinan de este modo cambios que, en nuestra
ignorancia, consideramos como espontáneos. Poco es lo que sabemos de
las funciones del cerebro, pero podemos notar que á medida que las
facultades intelectuales se desarrollan, las diversas partes del cerebro
deben estar en las más complexas relaciones de comunicacion, y que, por
consiguiente, cada parte distinta ha de propender á perder su aptitud
para responder de una manera definitiva y uniforme, es decir,
instintiva, á sensaciones particulares ó asociadas.
He creido necesaria esta digresion, porque podria suceder que por
inadvertencia no valuáramos en lo debido la actividad mental de los
animales superiores, y sobre todo, del hombre, cuando comparamos sus
actos de memoria, prevision é imaginacion, con otros muy parecidos
efectuados instintivamente por animales inferiores; en este último caso,
la aptitud para efectuar estos actos habrá sido adquirida, poco á poco,
por la variabilidad de los órganos mentales y la seleccion natural, sin
que haya contribuido á ello la conciencia inteligente del animal en
cada generacion. No cabe duda alguna, como lo indicó Wallace, de que una
gran parte del trabajo inteligente efectuado por el hombre se debe á la
imitacion y no á la razón; pero media entre sus actos y los de los
animales inferiores la gran diferencia de que el hombre no puede, con
sus solos hábitos de imitacion, hacer de una vez, por ejemplo, una hacha
de piedra ó una piragua: es preciso que aprenda á ejecutar su obra
mediante la práctica; en cambio, un castor puede construir su dique á un
canal, y una ave su nido, tan perfectamente la primera vez que lo
intenta como en su edad más avanzada.
Volviendo á nuestro principal objeto: los animales inferiores, lo
propio que el hombre, sienten evidentemente el placer y el dolor, la
dicha y la desventura. Seria imposible contemplar otra expresion más
aparente de gozo que la que presentan los perros, gatos y otros animales
en su infancia, cuando, como nuestros niños, juegan entre sí. Hasta los
mismos insectos parecen gozar, como lo ha descrito P. Huber, quien ha
visto retozar mútuamente á las hormigas como los perrillos en sus
primeros meses.
Tan conocido me parece el hecho de que los animales pueden ser
excitados por las mismas emociones que nosotros, que no quiero
importunar sobre este punto á mis lectores con numerosos detalles.
Influye en ellos el terror lo mismo que en nosotros: causa en ambos
temblor en los músculos, palpitaciones en el corazon, una relajacion en
los esfínteres y el erizamiento de los pelos. La desconfianza, engendro
del miedo, caracteriza eminentemente los animales salvajes. Las
cualidades de valor ó de timidez son sumamente variables en los
individuos de la misma especie, como claramente se nota en nuestros
perros. Todos sabemos cuán propensos son los animales á encolerizarse
furiosamente, manifestándolo á las claras. Se han publicado numerosas
anécdotas sobre las venganza hábiles y muchas veces aplazadas mucho
tiempo por los animales. La amistad del perro hácia su dueño es notoria;
hásele visto acariciarle durante su agonía. Como acertadamente hace
notar Whewell «cuando se leen esos ejemplos conmovedores de amor
maternal, que tan á menudo se cuentan de mujeres de todas las naciones y
hembras de todos los animales, ¿quién puede dudar de que el móvil que á
unas y á otras impulsa no sea el mismo en ambos casos?
El amor maternal se manifiesta hasta en los detalles más
insignificantes. Rengger ha visto un mono americano (Cebus) ahuyentar
con cuidado las moscas que molestaban á su cachorro; Duvancel vió un
hilobato que lavaba la cara de los suyos en un arroyo; las hembras de
los monos experimentan tal tristeza cuando pierden sus cachorros, que
Brehm las ha visto (en algunas especies que observó cautivas en el
África del Norte) morir á consecuencia del dolor. Los monos huérfanos
son siempre adoptados y criados cuidadosamente por los otros monos,
tanto machos como hembras. Una hembra de babuino, notable por su buen
corazon, no solo adoptaba los pequeños monos de otras especies, sino que
hacia extensivo su compasivo celo hasta á los perros y gatos de poca
edad. No llegaba, con todo, su ternura á partir con ellos su alimento,
cosa que sorprendió á Brehm, ya que estos monos lo distribuyen lealmente
lodo entre sus propios cachorros. En cierta ocasion arañó un gatito al
mono que lo habla prohijado, y este, sorprendido, dió una prueba de
inteligencia cortándole las uñas con los dientes. Algunos monos de Brehm
se complacian en incomodar, por toda clase de medios ingeniosos, á un
perro viejo que detestaban, lo propio que á otros animales.
La mayor parte de las emociones más complexas son comunes á los
animales superiores y al hombre. Todos hemos visto cuán celoso es el
perro del cariño de su dueño, cuando este último acaricia á algun otro
sér; yo he observado lo mismo entre los monos. Esto prueba que los
animales no solo aman, sino que tambien desean ser amados. Sin duda
experimentan el sentimiento de la emulacion. Gastan de la aprobacion y
la lisonja, y un perro á quien su amo hace llevar la cesta se manifiesta
en alto grado orgulloso y satisfecho. A mi entender, no es dudoso que
el perro sienta vergüenza, distinta del miedo, y cierto sentimiento muy
parecido á la modestia, cuando mendiga su comida con sobrada frecuencia.
Un perro grande responde con el desprecio al gruñido del gozquillo;
acto que podríamos calificar de magnanimidad. Muchos observadores han
atestiguado que á los monos no les gusta de ningun modo el que se burlen
de ellos, y á menudo suponen que se les hacen ofensas, de las que se
irritan.
Pasemos ahora á las facultades y emociones más intelectuales, que
tienen una gran importancia, dado que constituyen las bases del
desarrollo de las aptitudes mentales más elevadas. Los animales
manifiestan muy evidentemente que la excitacion les agrada y el fastidio
les hace sufrir; así se observa en los perros, y, segun Rengger, en los
monos. Todos los animales experimentan la sorpresa y muchos dan pruebas de curiosidad.
Esta última aptitud les es algunas veces perjudicial, como cuando el
cazador los atrae con diferentes reclamos. Yo lo he observado en el
ciervo. Lo mismo pasa con el receloso gamo y algunas especies de patos
silvestres. Brehm hace una curiosa relacion del terror instintivo que se
apoderaba de sus monos á la vista de las serpientes; con todo su
curiosidad era tanta, que no podian contenerse y se cercioraban de la
verdad de su horror de una manera muy racional: levantando la tapa de la
caja que encerraba las serpientes. Sorprendido yo por este relato,
quise convencerme por mí mismo de su veracidad, y transporté una
serpiente disecada al cercado de los monos del Jardin zoológico, entre
los que excitó una efervescencia cuyo espectáculo fué uno de los más
curiosos que he podido presenciar. Los más alarmados fueron tres
especies de Cercopitecos, que se refugiaron rápidamente en sus jaulas,
dando la señal de alarma con sus agudos chillidos, que fueron
comprendidos por los demás monos. Algunos jóvenes, y un viejo Anubis, no
pararon su atencion en la serpiente. Entonces yo coloqué el reptil
relleno de paja dentro de uno de los grandes compartimientos. Al cabo de
un rato todos los monos se habian reunido, formando un compacto círculo
al rededor del objeto que miraban fijamente, y presentando el aspecto
más cómico que imaginarse pueda. Pusiéronse sumamente nerviosos, en
términos de que bastó dar un ligero movimiento á una bola de madera
medio escondida entre la paja y con la que estaban familiarizados que
les servia de juguete habitual, para que emprendiesen instantáneamente
una precipitada fuga. Estos monos se portaban de un modo completamente
distinto cuando se introducia en sus jaulas un pez muerto, un raton ú
otros objetos nuevos; en tal caso, aunque asustados en el primer
momento, no tardaban mucho en aproximarse á ellos para examinarlos y
manosearlos. En seguida metí una serpiente viva dentro un saco de papel
mal cerrado, y la puse en uno de los mayores compartimientos. Una de las
monas se acercó inmediatamente al saco, le abrió un poco con cuidado,
echó una mirada al interior, y se escapó velozmente. Entonces fui
testigo de lo que describe Brehm, porque todos, unos tras otros, alta la
cabeza y recelosamente inclinada á un lado, no pudieron resistir á la
tentacion de querer ver lo que habia en el interior del saco, en cuyo
fondo permanecia tranquila la serpiente.
El principio de imitacion es poderoso en el hombre, sobre todo
en su estado salvaje. Desor hace notar que ningun animal imita
voluntariamente un acto efectuado por el hombre hasta que remontando la
escala zoológica se llega á los monos, cuyas disposiciones y facultades
de cómica imitacion son de todos conocidas. A pesar de ello, los
animales pueden remedar unos á otros: ciertas especies de lobos que
nunca habian estado entre perros habian aprendido á ladrar, como á veces
sucede con el chacal; falta saber si aquel acto puede llamarse de
imitacion voluntaria. Las aves imitan el canto de sus ascendientes y á
menudo el de otras aves, y los loros son notoriamente imitadores de
todos los sonidos que oyen con frecuencia.
Casi no hay facultad más importante para el progreso intelectual del hombre que la de la atencion.
Esta se manifiesta claramente entre los animales, como cuando un perro
se pone en acecho cerca de un agujero para arrojarse sobre su presa.
Cuando los animales salvajes acechan algo, llegan á estar tan absortos
en su atencion, que cualquiera se puede acercar impunemente á ellos. M.
Bartell me ha proporcionado una curiosa prueba de la variabilidad de
esta facultad en los monos. Un individuo que adiestraba monos para
hacerlos trabajar en público, tenia la costumbre de comprar á la
Sociedad Zoológica cuadrumanos de especies comunes á 125 francos uno;
pero ofrecia doble precio si le permitian llevarse tres ó cuatro por
algunos dias, para escoger entre ellos. Interrogado sobre el hecho de
poder apreciar en tan poco tiempo las facultades imitativas de un mono,
contestó que esto dependia enteramente de su fuerza de atencion. Si
mientras explicaba algo á un mono, este se distraia fácilmente con una
mosca ó cualquier otro objeto, era preciso renunciar á adiestrarlo. Si
trataba de hacerlo á pesar de ello, castigando sus faltas de atencion,
sacaba peor resultado. Y al contrario, siempre lograba hacer un actor
cómico del mono que estaba atento á sus lecciones.
Casi es supérfluo recordar que los animales están dotados de una excelente memoria
con relacion á las personas y los lugares. Sir Andrew Smith me asegura
que un babuino lo habia reconocido alegremente en el cabo de Buena
Esperanza despues de una ausencia de nueve meses. Yo tengo un perro muy
arisco y que muestra aversion á toda persona desconocida; en cierta
ocasion puse expresamente á prueba su memoria después de estar cinco
años y dos dias ausente de su vista. Me acerqué á la cuadra en que se
encontraba y le llamé segun mi antigua costumbre; el perro no manifestó
ninguna alegría ruidosa, pero me siguió inmediatamente, obedeciéndome,
como si le hubiese dejado quince minutos antes. Por lo tanto habíase
instantámente despertado en su espíritu una serie de antiguas
asociaciones dormidas durante cinco años. P. Huber ha probado claramente
que las hormigas pueden, despues de una separacion de cuatro meses,
reconocer á sus camaradas de la misma comunidad. Sin duda los animales
apreciarán por algunos medios los intervalos de tiempo, pasados entre
sucesos que se representan.
Una de las más elevadas prerogativas del hombre es la imaginacion,
facultad por la cual reune, sin mediar la voluntad, antíguas imágenes é
ideas, creando de este modo resultados brillantes y nuevos, como lo
hace notar Juan Pablo Richter: «Un poeta que ha de reflexionar si hará
decir sí ó nó á un personaje, váyase al diablo; es solo un
estúpido cadáver.» El sueño nos dá perfecta idea de esta facultad, y,
como dice tambien el mismo poeta, «el sueño es un arte poética
involuntaria.» No hay para qué decir que el valor de las creaciones de
nuestra imaginacion depende del número, de la precision y de la lucidez
de nuestras impresiones; del juicio ó del gusto mediante el cual
admitimos ó desechamos las combinaciones involuntarias, y, hasta cierto
punto, de nuestra aptitud para combinarlas voluntariamente. Como los
perros, gatos, caballos, probablemente todos los animales superiores, y
aun las aves, están sujetos á tener ensueños, segun lo han patentizado
autores de toda confianza, y conforme lo prueban sus movimientos y
gritos, debemos creer que están dotados tambien de alguna fuerza de
imaginacion.
Nadie podrá negar, en mi concepto, que la razon se halla en la
cúspide de todas las facultades del espíritu humano. Pocas personas
dudan de que los animales poseen alguna aptitud para el raciocinio.
Véseles constantemente hacer pausas, deliberar y resolver. Es por demás
significativa la circunstancia de que cuanto mejor conoce el
naturalista, merced al estudio, las costumbres de un animal determinado,
mayor importancia dá al raciocinio que al instinto de este. El doctor
Hayes hace notar muchas veces en su obra sobre el Mar polar abierto,
que cuando sus perros llegaban á correr, remolcando sus trineos, por
una capa de hielo de poco espesor, en lugar de seguir marchando unidos
en masa compacta, se separaban unos de otros, para repartir el peso de
sus cuerpos sobre una superficie más extensa. Esta maniobra venia á ser
para los viajeros un aviso de que disminuyendo la profundidad del hielo,
era la marcha más peligrosa. Ahora bien, los perros ¿obraban de tal
modo á consecuencia de su experiencia individual; imitaban el ejemplo de
otros más prácticos, ó lo hacian en virtud de un hábito hereditario, es
decir, de un instinto? Tal vez este instinto se remontaria á la época,
ya antigua, en que los naturales empezaron á usar perros para arrastrar
sus trineos; y quizá tambien los lobos árticos, tronco del perro
esquimal, pueden haber adquirido este instinto que les guiaba á no
correr en compactos grupos sobre las capas delgadas de hielo. Con todo,
es difícil resolver problemas de este género.
En diversas obras se han recogido tantos datos probando que hay algun
grado de raciocinio en los animales, que me limitaré aquí á citar dos ó
tres casos señalados por Rengger, y relativos á monos americanos, de
órden muy inferior. Cuenta este autor que sus monos rompieron con tan
poco acierto los primeros huevos que les dió, que se perdió una gran
parte de su contenido; pero después aprendieron á golpear suavemente uno
de sus extremos sobre un cuerpo duro, separando con los dedos los
fragmentos de la cáscara. Cuando por casualidad se lastimaban con un
instrumento cortante, no se atrevian á tocarlo más, ó si acaso, lo
hacian con el mayor cuidado. Con frecuencia les daban terrones de azúcar
envueltos en un papel, y habiendo Rengger puesto cierto dia en lugar
del terron una avispa viva, picóles esta al desenvolver el papel
confiadamente: desde entonces tomaron la precaucion de llevarse á la
oreja el envoltorio para observar si se percibia algun ruido en su
interior. Si semejantes casos (y todos los podemos observar parecidos en
el perro) no bastan para convencer á cualquiera de que el animal puede
raciocinar, inútil será que los amplie con otros más convincentes. A
pesar de ello, citaré aun un caso relativo al perro, porque se apoya en
la observacion de dos personas distintas, y al mismo tiempo porque no
puede depender mucho de la modificacion de ningún instinto. Habiendo
herido M. Colquhoun en las alas á dos patos silvestres, estos cayeron á
la orilla opuesta de un arroyo, desde donde su perro trató de llevarle
ambos de una vez, sin conseguirlo. El animal, que jamás habia magullado
una sola pluma, se decidió por matar una de las aves: llevó la viva á su
dueño y se volvió en seguida á buscar la muerta. El coronel Hutchinsson
refiere el caso de dos perdices, alcanzadas por un mismo tiro, que mató
á una é hirió á la otra; esta quiso huir, pero alcanzóla el perro, el
cual, al volver con ella, encontró en su camino á la muerta y se detuvo
evidentemente perplejo; después de una ó dos tentativas, viendo que no
podia coger la muerta sin riesgo de perder la viva, mató á esta
resueltamente, y llevóse á las dos. Este fué el único caso conocido en
que aquel perro mató la caza.» Aquí vemos un ejemplo de raciocinio,
aunque imperfecto, porque el perro, como el del caso precedente, hubiera
podido llevarse la viva y luego volver á buscar la muerta.
Los arrieros de la América del Sud dicen: «No quiero daros la mula de mejor trote, sino la más racional;»
á lo cual añade Humboldt; «Esta expresion popular, dictada por una
larga experiencia, combate el sistema de las máquinas animadas, mejor
tal vez que todos los argumentos de la filosofía especulativa.»
Creo haber demostrado ya que el hombre y los animales superiores,
especialmente los primates, tienen algunos instintos comunes. Todos
poseen los mismos sentidos, intuiciones y sensaciones; pasiones, afectos
y sentimientos, aun los más complejos, los tienen parecidos.
Experimentan la sorpresa y la curiosidad; poseen las mismas facultades
de imitacion, de atencion, de memoria, de imaginacion y de raciocinio,
aunque en grados muy distintos.
Muchos autores, á pesar de lo afirmado, persisten tenazmente en la
idea de que las facultades mentales del hombre levantan, entre él y los
animales inferiores, una barrera que nunca se puede salvar. Hace ya
tiempo que tengo recogidos unos veinte aforismos de este género; pero no
creo que valgan la pena de indicarlos aquí, ya que su número y grandes
diferencias prueban la dificultad, cuando no la imposibilidad, de
traducirlos á la práctica. Se ha afirmado que solo el hombre es capaz de
un mejoramiento progresivo; que solo él hace uso de las herramientas ó
del fuego, domestica los otros animales, conoce la propiedad, ó se vale
del lenguaje; que ningun otro animal tiene conciencia propia, ni goza de
la facultad de la abstraccion, ni posee ideas generales; que el hombre,
y solo el hombre, tiene el sentimiento de lo bello, está sujeto á
caprichos, conoce la gratitud, se siente atraido por lo misterioso,
etc.; cree en Dios ó está dotado de una conciencia. Aventuraré algunas
opiniones sobre los más importantes y de mayor interés de todos estos
puntos.
El arzobispo Summer sostuvo que solo el hombre es susceptible de un
perfeccionamiento progresivo. Por lo que atañe al animal, y en primer
lugar al individuo, todos los que tienen experiencia en la caza con lazo
ó trampa, saben que los animales jóvenes caen en ellos más fácilmente
que los viejos, y aun con menos cuidado se les puede acercar el cazador.
Respecto á los animales de más edad, es tan imposible coger muchos en
un mismo sitio y con una misma trampa, como exterminarlos con un mismo
veneno; y, con todo, es indudable que no todos ellos habrán probado este
último, ó caido en aquel lazo. El ejemplo de sus semejantes cautivos ó
envenenados les enseña seguramente á ser cautos.
Si pasamos á considerar en vez del individuo aislado las generaciones
sucesivas, ó la raza, no creemos dudoso que las aves y otros animales
adquieran y pierdan, á las veces y gradualmente, la prudencia ante el
hombre y demás enemigos; y esta prevision que, de seguro, es en gran
parte un hábito ó instinto transmitido por herencia, es tambien un
resultado parcial de la experiencia del individuo. Un buen observador,
Leroy, ha probado que allí donde se persigue mucho al zorro, los
cachorros son incontestablemente más recelosos que los de las regiones
en que no se dedican tanto á su caza.
Nuestros perros domésticos descienden de los lobos y chacales, y
aunque no les aventajen en astucia y tengan tal vez menos prudencia y
recelo, han progresado en ciertas cualidades morales, tales como el
cariño, la confianza, y, probablemente, la inteligencia general. La rata
comun ha derrotado á muchas especies afines á ella en algunas comarcas
de la América del Norte, en Nueva-Zelanda y recientemente en Formosa. M.
Swinhoe, describiendo estos últimos casos, atribuye la victoria de la
rata comun sobre la enorme, Mus caninga, á su sagacidad más
desarrollada, cualidad que se puede atribuir al empleo y ejercicio
habitual de todas sus facultades para librarse de la persecucion del
hombre, y la destruccion continua que hace de todas las especies ménos
inteligentes y astutas. Querer sostener sin pruebas directas que, en el
transcurso del tiempo, ningun animal ha progresado en inteligencia ó en
otras facultades mentales, es suponer lo que se discute en la evolucion
de la especie. Más adelante veremos que, segun Lartet, hay en la
actualidad mamíferos pertenecientes á muchos órdenes, que tienen el
cerebro más desarrollado que sus antiguos prototipos terciarios.
Se ha dicho con frecuencia que ningun animal se sirve de
herramientas; pero, aun en su estado de naturaleza, el chimpanzé sabe
recurrir á una piedra para romper un fruto indígena de cáscara dura,
parecido á una nuez. Habiendo enseñado Rengger á un mono á abrir de este
modo una clase de nueces, se valia éste luego del mismo medio para
hacerlo con otras clases, así como con las cajas. Del mismo modo
arrancaba la delgada piel del fruto, cuyo gusto le desagradaba. Otro
mono, al que habian enseñado á abrir la tapa de una gran caja con un
baston, se servia después del baston como de una palanca para mover los
objetos pesados, y yo mismo he visto un orangután de escasa edad, hincar
un palo en una grieta, y después, cogiéndole por el otro extremo,
convertirlo en una palanca tambien. Las piedras y palos que sirven de
herramientas en los casos citados, hacen tambien en ciertos casos las
veces de armas.
Brehm asegura, fundándose en lo dicho por el viajero Schimper, que cuando en Abisinia, los babuinos de la especie C. gelada comun en Abisinia bajan de las montañas á merodear en la llanura, encuentran á veces manadas de C. hamadryas, con las que traban encarnizadas luchas. Los primeros desprenden del
monte gruesas piedras que caen rodando y de las que huyen los segundos;
después las dos especies se precipitan furiosamente una sobre otra,
produciendo una confusion y batahola terribles. Brehm, acompañando al
duque de Coburgo-Gotha, tomó parte en un ataque dado con armas de fuego á
un tropel de babuinos, en el paso de Mensa, en Abisinia. Estos
contestaron al ataque haciendo rodar por las laderas de la montaña tal
cantidad de piedras que los cazadores hubieron de batirse en retirada,
sin que su caravana pudiese, en algun tiempo, atravesar el paso. Un mono
del Jardin zoológico de Lóndres, cuyos dientes eran flojos, rompia las
avellanas con una piedra, y, segun me dijeron los guardianes, el animal
despues de haberse servido de la piedra, tenia la costumbre de
esconderla entre la paja, y se oponia á que los otros monos la tocasen.
Vése en esto una nocion de la propiedad, que hallamos tambien en el
perro cuando tiene un hueso, y en la mayor parte de las aves que poseen
un nido.
El duque de Argyll hace notar que el hecho de construir un
instrumento ó herramienta con un fin particular es absolutamente
peculiar del hombre, y lo considera en cuanto establece entre él y los
animales una diferencia inmensa. La distincion es importante sin duda,
pero me parece que hay mucha verdad en el aserto de Sir J. Lubbock, el
cual afirma que cuando el hombre primitivo empezó á valerse de
pedernales para un uso cualquiera, pudo haberlos hecho pedazos
accidentalmente, y sacado entonces partido de su reluciente filo. Dado
este paso, fácil es llegar al de romperlos con intencion, y tampoco es
difícil lograr darles una forma tosca. Con todo, este último progreso
puede haber necesitado para su realizacion un largo período, á juzgar
por el inmenso espacio de tiempo que ha debido trascurrir antes de que
los hombres del periodo neolítico hayan pulimentado sus herramientas de
piedra. Lubbock hace observar tambien que rompiendo el pedernal han
podido saltar chispas, y, utilizando este descubrimiento, desprender de
ellas calor: «hé aquí el origen probable de los dos métodos usuales para
procurarse fuego.» También puede haberse conocido la naturaleza de este
elemento en las numerosas regiones volcánicas en que la lava llega á
invadir á veces los bosques. Sabido es que el orangután se tapa por la
noche con hojas de pandanus, y Brehm ha visto uno de sus babuinos
que tenia la costumbre de resguardarse del calor solar poniéndose una
estera en la cabeza. Los monos antropomorfos, guiados probablemente por
el instinto, se construyen plataformas transitorias. En las costumbres
de esta clase podemos ver un paso dado hácia algunas de las artes más
sencillas, principalmente la de los trajes y arquitectura elemental,
tales como han debido aparecer entre los primitivos antepasados del
hombre.
Lenguaje. Con razon se ha considerado esta facultad como una
de las principales distinciones que existen entre el hombre y los
animales. Pero, como observa un juez competente, el arzobispo Whately:
«No es el hombre el único animal que se sirve del lenguaje para expresar
lo que pasa en su ánimo, ni el solo que pueda comprender más ó menos lo
que otro exprese.»
El Cebus Azaræ del Paraguay puede, cuando está excitado,
emitir cuando menos seis sonidos distintos, que producen en los otros
emociones parecidas. Notable es asimismo que el perro, desde que ha sido
domesticado, ha aprendido á ladrar en cuatro ó cinco tonos distintos. A
pesar de esto, no cabe dudar que las especies salvajes, progenitoras
del perro, hayan expresado sus sentimientos con gritos de varias clases.
En el perro doméstico tenemos el ladrido de impaciencia, en la caza; el
de cólera cuando aúlla y dá alaridos de desesperacion, si está
encerrado; el de gozo cuando sale á paseo, y el grito de súplica con que
pide que le abran la puerta ó la ventana.
No obstante, el lenguaje articulado es propio del hombre, por más
que, como los otros animales, pueda expresar sus intenciones con gritos
inarticulados, acompañados de gestos y ademanes, sobre todo cuando
quiere manifestar los sentimientos más simples y más intensos, que
tienen pocas relaciones con nuestra inteligencia superior. Nuestras
interjecciones de dolor, miedo, sorpresa, ira, juntamente con las
gesticulaciones apropiadas al caso, el murmullo de la madre al acariciar
á su hijo pequeño, son más expresivos que las palabras. No es
simplemente la facultad de articular lo que distingue al hombre de los
demás animales, porque todos sabemos que el loro puede hablar; sino su
notable disposicion para aplicar á ideas definidas sonidos determinados,
disposicion que depende evidentemente del desarrollo de sus facultades
mentales.
Los sonidos que emiten las aves ofrecen, por muchos conceptos, la
mayor analogía con el lenguaje, porque todos los miembros de una misma
especie expresan sus emociones con los mismos gritos instintivos, y
todos los séres que cantan ejercen instintivamente esta facultad; pero
el canto efectivo, y aun las notas para llamarse unas á otras, las
aprenden de sus ascendientes. Estos sonidos, como lo ha probado Daines
Barrington, «son tan innatos en las aves, como el lenguaje en el
hombre.» Sus primeros ensayos de canto pueden compararse á las
imperfectas tentativas que constituyen la media lengua, como suele
llamarse, de los niños. Los machos jóvenes continúan ejercitándose en el
canto, ó, como dicen las personas que se dedican á su cria, estudian,
durante diez ú once meses. En sus ensayos primeros apenas se podrian
reconocer los rudimentos del futuro canto; pero, á medida que crecen en
edad, se conoce ya lo que tratan de saber, y acaban por cantarlo de una
manera completa. Las aves que han aprendido el canto de una especie
distinta, como los canarios que se crian en el Tirol, enseñan y
trasmiten el nuevo canto á sus propios descendientes. Las naturales y
leves diferencias de canto en una misma especie que habita diversas
regiones, pueden acertadamente compararse, como indica Barrington, «á
dialectos provinciales,» y los cantos de especies inmediatas, pero
distintas, á las lenguas de las diferentes razas humanas. Me he detenido
en los detalles que preceden para probar que la propension instintiva á
adquirir un arte no es en modo alguno privilegio exclusivo del hombre.
Por lo que hace al orígen del lenguaje articulado, después de haber
leido, por una parte, las interesantes obras de Hensleigh, Wedgwood,
Farrar y Schleicher, y, por otra, las célebres lecturas de Max Müller,
no me cabe duda de que el lenguaje debe su orígen á la imitacion y á la
modificacion, auxiliada por señas y gestos, de diversos sonidos
naturales, de las voces de otros animales, y de los gritos instintivos
del hombre mismo. Al tratar de la seleccion sexual veremos que los
hombres primitivos, ó mejor dicho, algun antiguo progenitor del hombre,
ha hecho probablemente un gran uso de su voz para emitir verdaderas
cadencias musicales, como aun lo hace un mono del género de los gibones.
Podemos deducir de analogías bastante comunes que esta facultad se ha
ejercido especialmente en la época de la reproduccion, para expresar las
distintas emociones del amor, los celos, el triunfo, y el reto á los
rivales. La imitacion de gritos musicales por medio de sonidos
articulados ha podido ser el origen de palabras expresivas de diversas
emociones complejas. Por la relacion que tiene con el principio de
imitacion, debemos hacer notar la gran propension que se advierte en las
formas más próximas al hombre (monos, idiotas, microcéfalos, y razas
bárbaras de la humanidad), á imitar cuanto llega á su oido.
Comprendiendo sin duda alguna los monos gran parte de lo que el hombre
les dice, y, pudiendo en su estado de naturaleza, lanzar gritos que
indiquen un peligro á sus camaradas, no me parece increible que algun
animal simio, más sabio, haya tenido la idea de imitar los aullidos de
un animal feroz para avisar á sus semejantes, precisando el género de
riesgo que les amenazaba. En un hecho de esta naturaleza se tendria un
primer paso hacia la formacion de un lenguaje.
Ejercitada cada vez más la voz, los órganos vocales se habrán
robustecido y perfeccionado en virtud del principio de los efectos
hereditarios del uso; lo que á su vez habrá influido en la potencia de
la palabra. Verdad es que, bajo este punto de vista, la conexion entre
el uso contínuo del lenguaje y el desarrollo del cerebro, tiene una
importancia mucho mayor. Las aptitudes mentales han debido hallarse más
desarrolladas en el primitivo progenitor del hombre que en ningun mono
de los hoy existentes, aun antes de estar en uso alguna forma de
lenguaje, por imperfecta que se la suponga. Pero podemos admitir con
seguridad que el uso contínuo y el perfeccionamiento de esta facultad,
han debido influir á su vez en la inteligencia, permitiéndole y
facilitándole el enlace de una série más extensa de ideas. Nadie puede
emitir una sucesion prolongada y compleja de pensamientos sin el auxilio
de palabras, habladas ó nó, de la misma manera que no se puede hacer un
cálculo importante sin tener signos ó valerse del álgebra. También
parece que hasta la ilacion de las ideas ordinarias necesita alguna
forma de lenguaje, porque se ha observado que cuando dormia Laura
Bridgman, joven sordo-muda y ciega, hacia señas con los dedos. Esto no
obstante puede cruzar por la imaginacion una larga serie de ideas vivas,
y mútuamente dependientes, sin el concurso de ninguna especie de
lenguaje, hecho que podemos inferir de los prolongados ensueños que se
observan en los perros. Hemos visto que los de caza pueden razonar en
cierto modo, lo que evidentemente hacen sin servirse de lenguaje alguno.
Las íntimas conexiones que existen entre el cerebro y la facultad del
lenguaje, tal como está desarrollada en el hombre, resaltan claramente
de esas curiosas afecciones cerebrales que atacan especialmente la
articulacion de los sonidos y en las que desaparece el poder de recordar
los sustantivos, mientras subsiste intacta la memoria de otros nombres.
Tan probable es que los efectos del uso contínuo de los órganos de la
voz y de la inteligencia hayan llegado á ser hereditarios, como que la
escritura, que depende simultáneamente de la estructura de la mano y de
la disposicion del ánimo, sea hereditaria tambien; hecho completamente
cierto.
Fácil es comprender por qué los órganos que sirven actualmente para
el lenguaje, han sido en su orígen perfeccionados con este objeto, con
preferencia á otros. Las hormigas se comunican recíprocamente sus
impresiones por medio de sus antenas. Nosotros hubiéramos podido
servirnos de los dedos como instrumentos eficaces, ya que, con la
costumbre, puede trasmitirse á un sordo-mudo un discurso pronunciado en
público, palabra por palabra; pero entonces la pérdida de las manos
hubiera sido un grave inconveniente. Teniendo todos los mamíferos
superiores los órganos vocales construidos por el mismo estilo que los
nuestros, y sirviéndoles de medio de comunicacion, es probable que, si
este último debia progresar, se hubieran debido desarrollar
preferentemente los mismo órganos; y esto es lo que se ha efectuado con
la ayuda de partes bien ajustadas y adaptadas, tales como la lengua y
los lábios. El que los monos superiores no se sirvan de sus órganos
vocales para hablar, depende sin duda de que su inteligencia no está
suficientemente desarrollada. Un caso semejante se observa en muchas
aves que, aunque dotadas de órganos propios para el canto, no cantan
jamás. Así vemos que aunque los órganos vocales del ruiseñor y del
cuervo presenta una construccion muy parecida, producen en el primero
los más variados cantos, y en el segundo un simple graznido.
La formacion de las especies diferentes y de las lenguas distintas, y
las pruebas de que ambas se han desarrollado siguiendo una marcha
gradual, son curiosamente las mismas. En lenguas distintas encontramos
homologías sorprendentes debidas á la comunidad de descendencia, y
analogías dependientes de un procedimiento de formacion semejante. La
manera como ciertas letras ó sonidos se cambian por otros, recuerda la
correlacion del crecimiento. La presencia frecuente de rudimentos, tanto
en las lenguas como en las especies, es más notable todavía. En la
ortografía de las palabras se conservan á menudo letras que representan
los rudimentos de antiguos modos de pronunciacion, las lenguas, lo mismo
que los séres orgánicos, pueden clasificarse por grupos subordinados,
ya naturalmente segun su derivacion, ya artificialmente segun otros
caracteres. Lenguas y dialectos dominantes se propagan á grandes
distancias y contribuyen á la extincion de otras lenguas. La lengua,
como la especie, una vez extinguida, no reaparece nunca, segun observa
Lyell. Un mismo lenguaje no nace nunca en dos puntos á la vez, y lenguas
distintas pueden mezclarse y hasta amalgamarse. Vemos en todas ellas la
variabilidad, asimilándose contínuamente nuevas expresiones; pero, como
la memoria es limitada, hay nombres adquiridos y aun lenguas enteras
que se extinguen poco á poco. Según la excelente observacion de Max
Müller: «En cada lengua se nota una lucha incesante por la vida, entre
los nombres y las formas gramaticales. Las formas mejores, más breves y
más fáciles, tienden constantemente á supeditar á las demás y deben el
triunfo á su valor inherente y propio.» A mi modo de ver se puede
agregar á estas causas, la del amor á la novedad que tiene en todas las
cosas el espíritu humano. Esta perpetuidad y conservacion de ciertas
palabras y formas victoriosas en la lacha por la existencia, es una
seleccion natural.
La construccion regular y por demás complexa de las lenguas de muchas
naciones bárbaras, ha sido para algunos una prueba, ó de su origen
divino, ó de la elevacion del arte y de la antigua civilizacion de sus
fundadores. Así escribe F. von Schiegel; «A menudo observamos que la
estructura gramatical de esas lenguas, que parecen ocupar el grado más
inferior de cultura intelectual, está elaborada hasta un grado máximo.
Esto sucede con el vascuence.» Pero es á todas luces inexacto el
considerar una lengua como un arte, en el sentido de que hubiese podido
ser elaborada y formada metódicamente. Los filólogos admiten hoy
generalmente que las conjugaciones y declinaciones eran en su orígen
distintos nombres, que se unieron después, y como este género de
nombres, así compuestos, expresa las más claras relaciones entre los
objetos y las personas, no es cosa rara el que se hayan usado por casi
todas las razas de las edades primitivas. El ejemplo siguiente nos dará
una idea exacta de lo mucho que podemos engañarnos en lo que toca á la
perfeccion. Muchas veces un Crinoideo consta lo ménos de ciento
cincuenta mil piezas, todas ellas colocadas con perfecta simetría y en
líneas cuadradas; pero el naturalista no por esto considera á un animal
de esta clase más perfecto que otro del tipo bilateral, formado de
partes ménos numerosas y que sólo se parecen entre sí en los lados
opuestos del cuerpo. Considera, con motivo, que el criterio de la
perfeccion se encuentra en la distincion y especial modo de ser de los
órganos. Lo mismo pasa con las lenguas, la más simétrica complicada de
las cuales jamás debe considerarse superior á otras más irregulares,
lacónicas y cruzadas, que han tomado nombres expresivos y útiles formas
de construccion de las distintas razas conquistadoras, conquistadas ó
inmigrantes.
De estas observaciones, aunque pocas é incompletas, deduzco que la
construccion compleja y regular de gran número de lenguas bárbaras no
constituye en ningún modo una prueba de que sea debido su orígen á un
acto especial de creacion. Tampoco la facultad del lenguaje articulado
es una objecion irrebatible á la creencia de que el hombre se haya
desarrollado procediendo de una forma inferior.
Conciencia, personalidad, abstraccion, ideas generales,
etc.—Ocioso seria emprender la discusion de estas facultades elevadas,
que, segun muchos autores modernos, constituyen la única y más completa
distincion entre el hombre y los animales; seria ocioso, decimos, porque
no hay dos autores cuyas definiciones convengan entre sí. Unas
facultades de orden tan superior como estas no podian en modo alguno
desenvolverse plenamente en el hombre, antes de que sus aptitudes
mentales hubiesen llegado á un nivel superior; lo que implica el uso de
una lengua completa. No hay quien suponga que un animal inferior
reflexione sobre la vida y la muerte, ni sobre otros asuntos parecidos;
pero ¿estamos bien seguros de que un perro viejo, dotado de excelente
memoria y de alguna imaginacion, como lo prueban sus ensueños, no
reflexione jamás sobre sus antiguos placeres de caza? Esto ya seria una
forma de la conciencia de sí mismo. Por otra parte, como observa
Büchner: ¡cuán poco podrá ejercer esta conciencia y reflexionar sobre la
naturaleza de su propia vida, la infeliz esposa de un salvaje de la
Australia, degradado, que casi no usa nombres abstractos y no sabe
contar sino hasta cuatro!.
Es incontestable el hecho de que los animales conservan su
personalidad. Cuando, en un ejemplo mencionado anteriormente, mi voz
evoca en mi perro toda una série de antiguas ideas, es prueba de que ha
de haber conservado su individualidad mental, por más que cada átomo de
su cerebro haya debido renovarse más de una vez en el intervalo de cinco
años.
Sentimiento de lo bello.—Se ha afirmado que este sentimiento
era tambien peculiar al hombre; pero cuando vemos aves machos que
despliegan ante, las hembras sus plumajes de espléndidos colores,
mientras que otros, que no pueden ostentar tales adornos, no hacen
ninguna demostracion semejante, no podemos poner en duda el hecho de que
las hembras admiren la hermosura de sus compañeros. Su belleza como
objeto de ornamentacion no puede negarse, ya que las mismas mujeres se
sirven de las plumas de las aves para su tocado. Al propio tiempo, las
dulces melodías del canto de los machos durante la época de la
reproduccion, son objeto de la admiracion ostensible de las hembras.
Porque, en efecto, si estas fuesen incapaces de apreciar los magníficos
colores, los adornos y la voz de sus machos, todo el cuidado y anhelo
que estos ponen en hacer gala de sus encantos, serian inútiles, lo cual
no puede admitirse. No creo que podamos explicar más satisfactoriamente
el porqué ciertos sonidos y colores nos causan placer cuando son
armoniosos, que el porqué ciertos sabores y perfumes nos parecen gratos,
pero es lo cierto que muchos animales inferiores admiran con nosotros
los mismos colores y los mismos sonidos.
El amor á lo bello, por lo menos en lo que respecta á la belleza
femenina, no tiene en el espíritu humano un carácter especial, ya que
difiere mucho en las diferentes razas, y ni aun es idéntico en las
distintas naciones de una raza misma. A juzgar por los repugnantes
adornos y la música atroz que admira la mayoría de los salvajes, podria
afirmarse que sus facultades estéticas están ménos desarrolladas en
ellos que en muchos animales, tales como las aves. Es muy cierto que
ningun animal es capaz de admirar la pureza del cielo en la noche, un
paisaje bello ó una música estudiada; pero tampoco los saben admirar los
salvajes, ó las personas que carecen de educacion, ya que estos gustos
dependen de la cultura de asociaciones de ideas muy complexas.
Muchas facultades que han contribuido útilmente al progreso del
hombre, tales como la imaginacion, la sorpresa, la curiosidad, el
sentimiento indefinido de la belleza, la tendencia á la imitacion, el
amor de la novedad, etc., han debido encaminarle á introducir
caprichosas mudanzas en sus usos y costumbres. Menciono este punto
porque recientemente un escritor sienta la afirmacion de que el capricho
es «una de las diferencias típicas más notables entre los salvajes y
los animales.» Es cierto que el hombre es caprichoso en alto grado, pero
tambien lo es que los animales inferiores demuestran frecuentemente sus
caprichos en sus afectos, odios y sentimientos de belleza. Hay
igualmente muchas razones para sospechar que aman la novedad en sí
misma.
Creencia en Dios.—Religion.—No existe ninguna prueba de
que el hombre haya estado dotado primitivamente de la creencia en la
existencia de un Dios omnipotente. Por el contrario, hay demostraciones
convincentes suministradas, no por viajeros, sino por hombres que han
vivido mucho tiempo con salvajes, de que ha habido y hay aún numerosas
razas que no tienen ninguna idea de la Divinidad, ni poseen palabra que
la exprese en su lenguaje.
Creo ocioso consignar que esta cuestion es completamente distinta de
otra de órden más elevado: la de saber si existe un Creador y Director
del Universo, cuestion resuella ya afirmativamente por las más
privilegiadas inteligencias que ha habido en el mundo.
Si por la palabra religion comprendemos la creencia en agentes
invisibles ó espirituales, entonces todo cambia de aspecto, porque este
sentimiento parece ser universal en todas las razas menos civilizadas.
No es difícil comprender su orígen. Tan luego como las importantes
facultades de la imaginacion, la sorpresa y la curiosidad, unidas á
alguna fuerza de raciocinio, han llegado á desarrollarse parcialmente,
el hombre habrá tratado de comprender cuanto se ofrecia á su vista, y de
filosofar vagamente sobre su propia existencia. Como observa M.
M'Lennan: «el hombre debe inventar por sí mismo alguna explicacion de
los fenómenos de la vida; y, á juzgar por su universalidad, la hipótesis
más sencilla y que primeramente se presenta á su imaginacion, parece
haber sido la de atribuir los fenómenos naturales á la presencia en los
animales, en las plantas, en los objetos y en las fuerzas de la
naturaleza, de espíritus que causan efectos parecidos á los que el
hombre cree poseer. «Es probable, como indica M. Tylor, que la primera
idea de la existencia de los espíritus haya tenido su origen en el
sueño, ya que los salvajes no distinguen fácilmente las impresiones
subjetivas de las objetivas. Para los salvajes, las visiones que se les
aparecen en sueños vienen de largas distancias y se mantienen sobre
ellos, ó bien el alma del que sueña ha emprendido un viaje y vuelve con
el recuerdo de lo que ha visto. Pero los sueños del hombre no bastaban
para inspirarle tal creencia, como no bastan al perro los suyos, y ha
sido preciso que antes se hayan desarrollado suficientemente en aquel
las facultades citadas; imaginacion, curiosidad, sorpresa, etc.
La propension que tienen los salvajes á imaginarse que los objetos ó
agentes naturales están animados por esencias espirituales ó vivientes,
halla su explicacion en un hecho que he tenido ocasion de observar en un
perro mio. Este animal, adulto y muy sensible, estaba tendido sobre el
césped, un dia muy cálido, á alguna distancia de un quitasol, sobre el
que no habria fijado la atencion si alguien hubiese estado cerca de
aquel objeto. Pero la ligera brisa que soplaba agitaba el quitasol á
menudo, y á cada movimiento el perro prorumpia en ladridos. A mi modo de
ver, debia formarse la idea, de una manera rápida y consciente, de que
aquellos movimientos sin aparente causa, indicaban la presencia de
álguien que los produjese, y que no tenia ningún derecho á andar por
aquellos sitios.
La creencia en los agentes espirituales conviértese con facilidad en
la de la existencia de uno ó muchos dioses. Los salvajes atribuyen á
los espíritus las mismas pasiones, la misma sed de venganza, ó las más
elementales formas de justicia, y los mismos afectos que ellos han
experimentado.
El sentimiento de la devocion religiosa es muy complejo; compónese de
amor, de una sumision completa á un superior misterioso y elevado, de
un gran sentimiento de dependencia, de miedo, de reverencia, de
gratitud, de esperanza para el porvenir, y quizás tambien de otros
sentimientos. Ningún sér que no hubiese alcanzado cierta superioridad de
facultades morales é intelectuales podria sentir emocion tan compleja.
Con todo, advertimos alguna semejanza con este estado del espíritu, en
el amor profundo que tiene el perro á su dueño, junto con su sumision
completa, algun temor, y otros sentimientos ménos definidos. La conducta
del perro que tras una larga ausencia encuentra á su dueño, la del mono
enjaulado respecto á su guardian, son muy distintas de las que observan
con sus congéneres. Con estos parecen ménos vivos sus arrebatos de
entusiasmo, y manifiéstanse sus sentimientos con mayor uniformidad. El
profesor Branbach llega á decir que el perro mira á su dueño como á un
dios.
Las mismas altas facultades mentales que han impulsado al hombre á
creer primero en influencias espirituales invisibles; luego en el
fetiquismo, en el politeismo, y finalmente en el monoteismo, le han
hecho tambien adquirir distintas costumbres y supersticiones extrañas,
mientras ha tenido poco desarrollada su fuerza de raciocinio. Ha habido
supersticiones terribles: los sacrificios humanos ofrecidos á un dios
sanguinario; las pruebas bárbaras del agua y del fuego á que eran
sometidas personas inocentes; la brujería, etc...—Util es reflexionar
algunas veces en estas supersticiones, ya que nos enseñan la inmensa
gratitud que debemos á los progresos de nuestra razon, á la ciencia, y á
todos nuestros conocimientos acumulados. Conforme ha observado
acertadamente Sir J. Lubbock, no es exagerado decir que: «el horror
terrible del mal desconocido está suspendido sobre la vida salvaje como
una espesa nube, y acibara todos sus placeres.» Estas consecuencias
miserables é indirectas de nuestras más distinguidas facultades pueden
ponerse al lado de los errores incidentales de los instintos de los
animales inferiores.