El misterioso Sr Brown

Prólogo

Prólogo

Eran las dos de la tarde del 7 de mayo de 1915. El Lusitania había sido alcanzado por dos torpedos y se empezaba a hundir rápidamente, mientras los botes salvavidas eran arriados a toda prisa. Las mujeres y niños se encontraban alineados aguardando su turno. Algunas seguían abrazadas con desesperación a sus esposos y padres; otras estrechaban a sus hijos contra sus pechos. Una muchacha estaba sola y algo apartada del resto. Era muy joven, no tendría más de dieciocho años. No parecía asustada. Sus ojos, de mirada firme y grave, miraban el vacío.

—Usted perdone.

La voz de un hombre detrás de ella la hizo sobresaltar y volverse. Era un pasajero al que recordaba haber visto en primera clase. Tenía algo misterioso que había despertado su imaginación. No hablaba con nadie y, si alguien le dirigía la palabra, se apresuraba a cortarlo en seco. Además, tenía el hábito de mirar nervioso por encima del hombro con una expresión de recelo.

Advirtió que ahora el hombre estaba muy excitado. Su frente estaba perlada de sudor. Evidentemente, parecía dominado por el miedo. ¡Sin embargo, no le daba la impresión de ser un hombre que tuviera miedo de enfrentarse a la muerte!

—¿Sí?

La joven le interrogó con la mirada.

Él la observaba como si se debatiera en una indecisión desesperada. ¡Debo hacerlo!, pensó.

Sí, es el único medio. Luego dijo en voz alta y con un tono brusco:

—¿Es usted norteamericana?

—Sí.

—¿Patriota?

La joven enrojeció.

—¡No tiene derecho a hacerme semejante pregunta! ¡Claro que lo soy!

—No se ofenda. No lo haría si supiera lo que está en juego. Pero tengo que confiar en alguien y tiene que ser una mujer.

—¿Por qué?

—Por eso de «las mujeres y los niños primero» —Miró en derredor y bajó la voz—. Llevo unos documentos de vital importancia. Pueden hacer que todo cambie para los aliados en la guerra. ¿Comprende? ¡Hay que salvarlos! Usted tiene más probabilidades de conseguirlo que yo. ¿Se atreverá a llevarlos consigo?

La muchacha alargó la mano.

—Espere. Primero debo advertirla de que puede que corra algún riesgo si me han seguido. No lo creo, pero nunca se sabe. De ser así, correría mucho peligro. ¿Cree que tiene el valor suficiente para seguir adelante?

La joven sonrió.

—Seguiré adelante. ¡Y me siento muy orgullosa de ser la escogida! ¿Qué debo hacer después?

—¡Preste atención a los periódicos! Pondré un anuncio en la columna personal de The Times que empezará con las palabras: «Compañero de viaje». Si el anuncio no aparece en tres días... bueno, es que habré muerto. Entonces lleve el paquete a la embajada norteamericana y entréguelo personalmente al embajador. ¿Está claro?

—Clarísimo.

—Entonces, prepárese. Ahora debo despedirme —Le estrechó la mano—. Adiós. Buena suerte —dijo en tono más alto.

Ella cerró su mano sobre el envoltorio impermeable que él le había puesto en la palma.

El Lusitania se escoró decididamente a estribor. Obedeciendo a una orden, la muchacha se adelantó para ocupar su puesto en uno de los botes.

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