Una digresión
Una digresión
Con esta Sloka termina la parte de las Estancias que se refiere a la Cosmogonía del Universo después del último Mahâpralaya o Disolución Universal, que, cuando llega, arrebata del Espacio todas las cosas diferenciadas, tanto Dioses como átomos, a manera de otras tantas hojas secas. Desde este versículo en adelante, las Estancias se hallan relacionadas tan solo con nuestro Sistema Solar en general, con las Cadenas Planetarias del mismo como consecuencia, y especialmente con la historia de nuestro Globo (el Cuarto y su Cadena). Todos los versículos que siguen en este volumen, se refieren únicamente a la evolución de nuestra Tierra, y en ella. Con respecto a esta última, se afirma un principio extraño —extraño, por supuesto, tan solo desde el punto de vista científico moderno— que debemos dar a conocer.
Pero antes de presentar al lector teorías nuevas y algún tanto alarmantes, éstas tienen que ser precedidas de algunas palabras de explicación. Esto es en absoluto necesario, puesto que estas teorías no solo chocan con la ciencia moderna, sino que contradicen además, en ciertos puntos, algunas afirmaciones anteriores hechas por otros teósofos, que pretenden fundar sus explicaciones y exposiciones de estas enseñanzas en la misma autoridad que nosotros[366].
Esto puede dar origen a la idea de que existe una contradicción decidida entre los expositores de la misma doctrina; mientras que la diferencia procede, en realidad, de lo incompleto de los informes que se dieron a los escritores anteriores, quienes dedujeron, por este motivo, algunas conclusiones erróneas, y se permitieron especulaciones prematuras, al tratar de presentar al público un sistema completo. Así es que el lector ya iniciado en Teosofía no debe sorprenderse si encuentra en estas páginas la rectificación de ciertas afirmaciones hechas en varias obras teosóficas, y también la explicación de ciertos puntos aún obscuros, puesto que se les dejó necesariamente incompletos. Muchas son las cuestiones que no ha tocado siquiera el autor del Esoteric Buddhism, con ser esta obra la mejor y la más esmerada de todas las de su clase. Por otra parte, hasta él mismo ha introducido varias nociones erróneas que han de presentarse ahora en su verdadera luz mística, hasta el punto en que quien estas líneas escribe sea capaz de verificarlo.
Hagamos, pues, una breve interrupción entre las Slokas justamente explicadas y las que seguirán después; pues los períodos cósmicos que las separan son de una duración inmensa. Esto nos dará tiempo suficiente para echar una ojeada sobre algunos puntos pertenecientes a la Doctrina Secreta, que han sido presentados al público bajo una luz más o menos dudosa y algunas veces errónea.
Algunos conceptos primitivos erróneos referentes a los planetas, a las rondas y al hombre
Entre las once Estancias omitidas, existe una que hace la descripción completa de la formación sucesiva de las Cadenas Planetarias, después de haber comenzado la primera diferenciación cósmica y atómica en el Acosmismo primitivo. Inútil es hablar de «leyes que aparecen cuando la Deidad se prepara para crear»; pues las «leyes», o más bien la Ley, es eterna e increada; y además, la Deidad es la Ley, y viceversa. Por otra parte, la eterna Ley una desenvuelve todas las cosas en la Naturaleza que ha de manifestarse, con arreglo a un principio séptuple; y entre otras, las innumerables Cadenas circulares de Mundos, compuestas de siete Globos graduados en los cuatro planos inferiores del Mundo de Formación, perteneciendo los otros tres al Universo Arquetipo. De estos siete Globos, tan solo uno, el inferior y el más material de todos, se halla dentro de nuestro plano o al alcance de nuestros medios de percepción, permaneciendo los otros seis fuera del mismo y siendo por lo tanto invisibles al ojo terrestre. Cada una de tales Cadenas de Mundos es el producto y la creación de otra, inferior, y muerta: es su reencarnación, por decirlo así. Para aclararlo más: se nos enseña que cada planeta —de los cuales siete únicamente eran llamados sagrados, por estar regidos por los Dioses o Regentes más elevados, y no porque los antiguos no supiesen nada de los demás[367]— ya sea conocido o desconocido, es septenario, como también lo es la Cadena a que la Tierra pertenece. Por ejemplo, todos los planetas tales como Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, etc., nuestra Tierra, son tan visibles para nosotros, como lo es probablemente nuestro Globo a los habitantes, si los hay, de los demás planetas, puesto que se encuentran todos en el mismo plano; mientras que los globos superiores y compañeros de estos planetas están en otros planos por completo fuera del de nuestros sentidos terrestres. Como su posición relativa se representa más adelante, así como también en el diagrama añadido a los Comentarios sobre la Sloka 6 de la Estancia VI, algunas palabras de explicación es todo cuanto se necesita por ahora. Estos compañeros invisibles corresponden de modo singular a lo que nosotros llamamos los «principios» del Hombre. Los siete están en tres planos materiales y uno espiritual, respondiendo a los tres Upâdhis (bases materiales) y un vehículo espiritual (Vâhana), de nuestros siete Principios en la división humana. Si, con objeto de lograr un concepto más claro, imaginamos a los principios humanos dispuestos con arreglo al plan que sigue, obtendremos el diagrama de correspondencias siguiente:
DIAGRAMA I
Como procedemos aquí de Universales a Particulares, en lugar de emplear el método inductivo o de Aristóteles, los números están invertidos. El Espíritu se enumera el primero en lugar del séptimo, como usualmente se hace, aunque, en realidad, no debiera hacerse.
Los Principios, según se les llama generalmente con arreglo al Esoteric Buddhism y otras obras, son: 1, Âtmâ; 2, Buddhi (Alma Espiritual); 3, Manas (Alma Humana); 4, Kâma Rûpa (Vehículo de los Deseos y Pasiones); 5, Prâna; 6, Linga Sharira; 7, Sthûla Sharira.
Las líneas negras horizontales de los Globos inferiores son los Upâdhis en el caso de los Principios humanos, y los planos en el caso de la Cadena Planetaria. Por supuesto, en lo referente a los Principios humanos, el diagrama no los coloca por completo en orden; aunque hace ver la correspondencia y la analogía hacia la cual se llama ahora la atención. Como verá el lector, se trata del descenso del Espíritu en la materia, el ajuste (tanto en el sentido místico como en el físico) de los dos, y su entremezcla para la venidera gran «lucha por la existencia» que aguarda a ambas Entidades. Se pensará, quizás, que «Entidad» es un término extraño para emplearlo con referencia a un Globo; pero los antiguos filósofos, que veían en la Tierra un enorme «animal», eran más sabios en su generación que en la actual nuestros modernos geólogos; y Plinio, que llamaba a la Tierra nuestra buena nodriza y madre, y el único elemento que no es enemigo del hombre, hablaba con más verdad que Watts, que imaginaba ver en ella el escabel de Dios. Pues la Tierra no es más que el escabel del hombre en su ascenso a regiones más elevadas, el vestíbulo
… De gloriosas mansiones,
donde se agita siempre multitud compacta.
Pero esto tan solo muestra cuán admirablemente relaciona la Filosofía Oculta cada una de las cosas de la Naturaleza, y cuánto más lógicos son sus principios que las especulaciones hipotéticas y sin vida de la ciencia física.
Habiendo aprendido todo esto, el místico se encontrará mejor preparado para comprender la enseñanza oculta, si bien los que estudian la ciencia moderna pueden (y probablemente lo harán) considerarla absurda y sin sentido. El ocultista, sin embargo, sostiene que la teoría ahora discutida es mucho más filosófica y probable que cualquiera otra. Es más lógica, de todos modos, que la recientemente promulgada, según la cual la Luna es la proyección de una parte de nuestra Tierra, expelida cuando esta última era tan solo un globo en fusión, una masa plástica fundida.
El autor de Modern Science and Modern Thought, Mr. Samuel Laing, dice:
Las conclusiones astronómicas son teorías fundadas en datos tan inciertos, que mientras en algunos casos dan resultado de una brevedad increíble, como el de 15 millones de años para todo el pasado proceso de formación del sistema solar, en otros dan resultados de una extensión de tiempo casi increíble, como el suponer que la Luna fue lanzada desde la Tierra, cuando ésta giraba en tres horas, mientras que el máximo retraso observado exigiría 600 millones de años para hacerla girar en veintitrés horas, en lugar de veinticuatro[368].
Y si los físicos persisten en tales especulaciones, ¿por qué han de reírse de la cronología de los indos, tachándola de exagerada?
Se dice, además, que las Cadenas Planetarias tienen sus Días y sus Noches, o sea períodos de actividad o vida, y de inercia o muerte; y se conducen en los cielos como los hombres en la tierra; engendran a sus semejantes, envejecen y quedan personalmente extinguidas, viviendo tan solo en su prole sus principios espirituales, a manera de supervivencia propia.
Sin intentar la dificilísima tarea de explicar todo el proceso con todos sus cósmicos detalles, puede decirse lo suficiente para dar una idea aproximada de él. Cuando una Cadena Planetaria se encuentra en su última Ronda, su Globo A, antes de morir por completo, envía toda su energía y principios a un centro neutral de fuerza latente, un centro laya, dando con ello vida a un nuevo núcleo de substancia o materia no diferenciada; esto es, lo despierta a la actividad o le da vida. Supongamos que una evolución semejante haya tenido lugar en la Cadena Lunar Planetaria; supongamos además, en gracia del argumento, que la Luna es mucho más vieja que la Tierra (aunque la teoría de Mr. Darwin citada antes, ha sido últimamente echada abajo, y a pesar de que el hecho no ha sido todavía determinado por el cálculo matemático). Imaginemos que evos antes de desenvolverse el primer Globo de los siete nuestros, permanecían los seis Globos compañeros de la Luna, justamente en la misma posición con relación unos a otros que la que ocupan en la actualidad los Globos de nuestra cadena con respecto a nuestra Tierra[369]. Y ahora será fácil imaginar al Globo extremo A de la Cadena Lunar dando vida al Globo A de la Cadena Terrestre, y muriendo; luego al Globo B de la primera transmitiendo su energía al Globo B de la nueva Cadena; después al Globo C de la Cadena Lunar, creando su producción, la esfera C de la Cadena Terrestre; luego a la Luna (nuestro Satélite) lanzando toda su vida, energía y poderes al Globo más inferior de nuestro anillo planetario, al Globo D, nuestra Tierra; y habiéndolos transferido a un nuevo centro, se convierte virtualmente en un planeta muerto, en el cual la rotación ha casi cesado desde el nacimiento de nuestro Globo. Es innegable que la Luna es el satélite de la Tierra; pero esto no invalida la teoría de que ha dado todo a ésta menos su cadáver. Para que la teoría de Darwin se mantenga en pie, excepto la hipótesis justamente destruida, han tenido que ser inventadas otras especulaciones todavía más incongruentes. De la Luna se dice que se ha enfriado cerca de seis veces más rápidamente que la Tierra[370]. «Si han pasado desde la consolidación de la tierra catorce millones de años, la Luna tiene tan solo once millones y dos tercios de años desde aquel estado…», etc. Y si nuestra Luna es solo una salpicadura de nuestra Tierra, ¿por qué no puede establecerse una consecuencia semejante para las Lunas de otros planetas? Los astrónomos dicen, «no lo sabemos». ¿Por qué no tienen satélites Venus ni Mercurio, y, cuando existen, qué es lo que los formó? Los astrónomos no lo saben porque, decimos nosotros, la Ciencia tiene tan solo una clave (la clave de la materia) para abrir los misterios de la Naturaleza, mientras que la Filosofía Oculta posee siete claves, y explica lo que la Ciencia no logra ver. Mercurio y Venus no tienen satélites, pero sí «padres», precisamente como los tiene la Tierra. Ambos son mucho más antiguos que la Tierra, y antes de que ésta llegue a su Séptima Ronda, su madre, la Luna, se habrá disuelto en aire sutil, como sucederá o no, según el caso, con las «Lunas» de los demás planetas, puesto que existen planetas que poseen varias lunas; misterio que aún no ha resuelto ningún Edipo de la Astronomía.
La Luna es ahora el frío residuo, la sombra, arrastrada tras el nuevo cuerpo adonde han pasado, por transfusión, sus poderes y principios de vida. Se halla ahora condenada a estar persiguiendo a la Tierra durante largas edades; a ser atraída por ella y a atraer a su vez a su hija. Constantemente vampirizada por su hija, se venga penetrándola por todas partes con la influencia maligna, invisible y emponzoñada, que emana del lado oculto de su naturaleza. Pues es un cuerpo muerto, y sin embargo, vive. Las partículas de su cuerpo corrupto hállanse llenas de vida activa y destructora, a pesar de que el cuerpo antes animado por ellas, carece de alma y de vida. Por lo tanto, sus emanaciones son al mismo tiempo benéficas y maléficas; encontrando esta circunstancia su paralelo en la tierra, en el hecho de que en ninguna parte las hierbas y las plantas en general tienen tanto jugo ni medran tanto como en las sepulturas; siendo al mismo tiempo perniciosas sus emanaciones cadavéricas de cementerio, las cuales pueden matar. Lo mismo que los vampiros, la Luna es amiga de los brujos y enemiga del incauto. Desde las épocas arcaicas y los últimos tiempos de las hechiceras de Tesalia, hasta algunos de los actuales tântrikas de Bengala, su naturaleza y propiedades han sido conocidas por todos los ocultistas; pero han permanecido como libro cerrado para los físicos.
Tal es la Luna considerada desde los puntos de vista astronómico, geológico y físico. En cuanto a su naturaleza metafísica y psíquica, debe continuar siendo un secreto oculto en esta obra como lo fue en el volumen llamado Esoteric Buddhism, no obstante la confiada afirmación que allí se hace de que «ahora no existe ya mucho misterio respecto al enigma de la octava esfera»[371]. A la verdad, son cuestiones éstas «acerca de las cuales los Adeptos se muestran muy reservados en sus comunicaciones a discípulos no iniciados»; y puesto que por otro lado nunca han sancionado o permitido la publicación de ninguna clase de especulaciones sobre ellas, cuanto menos se diga, tanto mejor.
Sin embargo, sin entrar en el terreno prohibido de la «octava esfera», puede ser útil citar algunos hechos más respecto a las ex mónadas de la Cadena Lunar (los «Antecesores Lunares»), pues desempeñan un papel importante en la Antropogénesis, que viene después. Esto nos lleva directamente a la constitución septenaria del hombre; y como últimamente la cuestión de cuál es la mejor clasificación que debe adoptarse para la división de la entidad microcósmica, ha originado alguna discusión, se han añadido dos sistemas, con objeto de que la comparación sea más fácil. El corto artículo que viene a continuación procede de la pluma de Mr. T. Subba Row, sabio vedantino. Él prefiere la división brahmánica del Râja Yoga, y mirando las cosas desde un punto de vista metafísico, tiene razón por completo. Pero como es asunto de simple elección y conveniencia, adoptamos en esta obra la clasificación transhimaláyica, sancionada por el tiempo, de la «Escuela Esotérica Arhat». La siguiente tabla y su texto explicativo han sido copiados de The Theosophist de Madras, y también figuran en Five Years of Theosophy[372].
División septenaria en diferentes sistemas indos
A continuación damos en forma tabular las clasificaciones de los principios del hombre, adoptadas por los instructores Buddhistas y Vedantinos.
Annamayakosha[373]
Sthûlopâdhi[374]
Prâna[375]
El vehículo de Prâna[376]
Alma espiritual[377]
En la tabla anterior se verá que el tercer principio en la clasificación buddhista no se menciona separadamente en la división vedantina, pues es meramente el vehículo de Prâna. Se verá también que el cuarto principio está incluido en el tercer Kosha (Envoltura), pues el mismo principio es tan solo el vehículo del poder volitivo, que no es sino una energía mental. Debe también observarse que el Vijnânamayakosha es considerado como distinto del Mânomayakosha; pues después de la muerte tiene lugar una división entre la porción inferior de la mente, que posee mayor afinidad con el cuarto principio que con el sexto, y su porción superior, la cual se une a este último, y es, de hecho, la base para la individualidad espiritual más elevada en el hombre.
También podemos indicar aquí a nuestros lectores que la clasificación mencionada en la última columna es la mejor y la más sencilla en todas las cuestiones prácticas relacionadas con el Râja Yoga. Aunque existen siete principios en el hombre, son tan solo tres los Upâdhis (bases) distintos, en cada uno de los cuales, su Âtmâ puede operar independientemente del resto. Estos tres Upâdhis pueden ser separados por un Adepto, sin peligro de matarse; pero no puede separar los siete principios sin destruir su constitución.
El lector se encontrará ahora mejor preparado para ver que entre los tres Upâdhis del Râja Yoga y su Âtmâ, y nuestros tres Upâdhis Âtmâ, y las tres divisiones adicionales, no existe en realidad más que una pequeñísima diferencia. Además, como todo Adepto en la India, de un lado u otro de los Himalayas, de las escuelas de Patanjali, de Âryâsanga o de la Mahâyâna, tiene que convertirse en un Râja Yogi, debe, por tanto, aceptar la clasificación Târaka Râja en principio y en teoría, cualquiera que sea aquella a que recurra para propósitos prácticos y ocultos. Así es que importa muy poco que se hable de los tres Upâdhis con sus tres aspectos y Âtmâ, la síntesis eterna e inmortal, o que se les llame los «Siete Principios».
En beneficio de aquellos que pueden no haber leído, o si lo han hecho pueden no haber comprendido claramente, en los escritos teosóficos, la doctrina referente a las Cadenas septenarias de Mundos en el Kosmos Solar, exponemos las enseñanzas, que en resumen son las siguientes:
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
Pero las dos obras ya citadas que se ocupan de asuntos referentes a la doctrina ocultista, necesitan mención especial. El Esoteric Buddhism es harto conocido en los círculos teosóficos, y aun por el público en general, para que sea necesario detenernos en lo referente a sus méritos. Es un libro excelente, y más lo han sido todavía los efectos que ha producido. Pero esto no desvirtúa el hecho de que contiene algunas nociones erróneas, y de que haya hecho formar conceptos equivocados, en lo referente a las Doctrinas Secretas, a muchos teósofos y lectores profanos. Además, parece quizás un tanto materialista.
El libro Man (Hombre), que se publicó después, fue una tentativa para presentar la doctrina arcaica desde un punto de vista más ideal, así como para interpretar algunas visiones de la Luz Astral, y dar forma a algunas enseñanzas parcialmente recogidas de los pensamientos de un Maestro, pero desgraciadamente mal comprendidas. Esta obra habla también de la evolución de las primitivas Razas de hombres en la Tierra, y contiene algunas páginas excelentes de carácter filosófico. Pero después de todo, no pasa de ser un pequeño e interesante poema místico. Ha fracasado en su misión, por faltar las condiciones requeridas para la interpretación correcta de aquellas visiones. De aquí que no deba maravillarse el lector si nuestros volúmenes contradicen en diversos puntos estas primeras descripciones.
La cosmogonía esotérica en general, y especialmente la evolución de la Mónada humana, difieren de un modo tan esencial en estos dos libros y en otras obras teosóficas escritas independientemente por principiantes, que es imposible seguir adelante en la obra presente, sin hacer mención especial de estos dos volúmenes primeros; pues ambos tienen bastantes admiradores, especialmente Esoteric Buddhism. Ha llegado ya el momento de la explicación de algunos puntos en este sentido. Los errores tienen que ser ahora confrontados con las enseñanzas originales, y corregidos. Si una de dichas obras está escrita con propensión por demás pronunciada hacia la ciencia materialista, la otra es decididamente demasiado idealista, y a veces fantástica.
Las primeras perplejidades y conceptos erróneos, nacieron a consecuencia de la doctrina (incomprensible más que otra cosa para las inteligencias occidentales) que se ocupa de las Obscuraciones periódicas y de las Rondas sucesivas de los Globos, a lo largo de sus Cadenas circulares. Uno de estos conceptos se refiere a los «hombres de la Quinta Ronda» y hasta a los de la «Sexta». Los que sabían que una Ronda era precedida y seguida de un largo Pralaya, período de reposo, que crea un abismo infranqueable entre dos Rondas hasta que llega el tiempo para un nuevo ciclo de vida, no podían comprender el «sofisma» de hablar de «hombres de la Quinta y Sexta Ronda», en la nuestra, la Cuarta. Se sostenía que Gautama Buddha era un hombre de la «Sexta Ronda»; Platón y otros grandes filósofos y genios, de la «Quinta». ¿Cómo podía ser esto? Un Maestro enseñaba y sostenía que aún ahora existían en la Tierra hombres de la «Quinta Ronda»; y aunque se comprendió que decía que la humanidad todavía se hallaba «en la Cuarta Ronda», en otro lugar parecía decir que nos hallábamos en la Quinta. A esto, otro Maestro contestó con una «respuesta apocalíptica». «Unas pocas gotas de lluvia no constituyen una estación lluviosa, si bien la presagian…», «No; no nos hallamos ahora en la Quinta Ronda; pero hombres pertenecientes a la misma, pueden haber venido durante los últimos miles de años». ¡Esto era peor que el enigma de la Esfinge! Los estudiantes de Ocultismo sometieron sus cerebros a las especulaciones más arduas. Durante un tiempo considerable trataron de sobrepujar a Edipo y reconciliar las dos afirmaciones. Y como los Maestros se mantenían tan silenciosos como la misma esfinge de piedra, fueron acusados de «inconsecuencia», de «contradicción» y de «discrepancias». Pero lo que hacían era pura y sencillamente dejar a las especulaciones que siguiesen su curso, con objeto de dar una lección que desgraciadamente necesita la mente occidental. En su presunción y arrogancia, tanto como en su costumbre de materializar todos los conceptos y términos metafísicos, sin conceder lugar alguno a la metáfora y la alegoría oriental, los orientalistas han hecho un embrollo de la filosofía indo exotérica, y los teósofos hacían entonces lo mismo con respecto a las enseñanzas esotéricas. Es evidente que hasta hoy día, estos últimos no han llegado a comprender el significado de la expresión «Hombres de las Rondas Quinta y Sexta». Pero es sencillamente lo siguiente: Cada Ronda lleva consigo un desenvolvimiento nuevo y hasta un cambio completo en la constitución mental, psíquica, espiritual y física del hombre; evolucionando todos estos principios en una escala siempre ascendente. De aquí se deduce que los hombres, como Confucio y Platón, que pertenecían psíquica, mental y espiritualmente a planos más elevados de evolución, eran en nuestra Cuarta Ronda como la generalidad de los hombres en la Quinta Ronda, cuya humanidad se halla destinada a encontrarse inmensamente más elevada, en esta escala de la evolución, que nuestra humanidad presente. Del mismo modo, Gautama Buddha (la Sabiduría encarnada) era aún más elevado y más grande que todos los hombres que hemos mencionado, a quienes se llama de la Quinta Ronda; por lo que, alegóricamente, a Buddha y a Shankarâchârya se les llama «Hombres de la Sexta Ronda». De aquí también la sabiduría oculta de la observación, calificada entonces como «evasiva, —de que unas pocas gotas de lluvia no constituyen una estación lluviosa—, si bien la presagian».
Y ahora se verá bien clara la verdad de la observación hecha en el Esoteric Buddhism:
Cuando los hechos complicados de una ciencia por completo desconocida se exponen por vez primera a inteligencias no preparadas, es imposible presentarlos con todas sus modificaciones apropiadas… y desarrollos anormales… Tenemos que contentarnos en un principio con las reglas generales, y ocuparnos después de las excepciones; y éste es especialmente el caso en un estudio cuyos métodos de enseñanza tradicional, generalmente seguidos, van encaminados a imprimir en la memoria ideas nuevas, provocando la perplejidad de la que luego se sale.
Como el autor de la observación era, según él mismo dice, «una inteligencia no educada en el Ocultismo», sus propias deducciones y su conocimiento más completo de las modernas especulaciones astronómicas que de las doctrinas arcaicas, le condujeron, de modo muy natural e inconsciente para él, a cometer algunos errores más bien de detalle que no de «regla general». Uno de éstos se citará ahora. Es de poca importancia, pero, sin embargo, a propósito para conducir a muchos principiantes a conceptos erróneos; y como los errores de las primeras ediciones fueron corregidos en las notas de la quinta edición, del mismo modo podrá ser la sexta revisada y perfeccionada. Existían varias causas para tales errores. Fueron debidos a la necesidad en que se encontraban los Maestros de dar las supuestas «contestaciones evasivas»; siendo las preguntas demasiado insistentes, no podía dejárselas pasar desapercibidas; mientras que por otro lado solo podían ser contestadas en parte. No obstante esta situación, la confesión de que «medio pan es preferible a ninguno», fue con demasiada frecuencia mal comprendida y apenas apreciada como debía serlo. En consecuencia de ello, los chelas laicos europeos se permitieron algunas veces especulaciones gratuitas. Entre éstas tenemos el «Misterio de la Octava Esfera», en su relación con la Luna; y la afirmación errónea de que dos de los Globos superiores de la Cadena terrestre eran dos de nuestros conocidos planetas: «además de la Tierra… existen únicamente otros dos mundos de nuestra cadena que sean visibles… Marte y Mercurio…»[381].
Ésta fue una gran equivocación; pero fue causada, tanto por lo vago e incompleto de la contestación del Maestro, como por la pregunta misma, igualmente vaga e indefinida.
Se preguntó lo siguiente: «¿Qué planetas, de entre los conocidos por la ciencia ordinaria, además de Mercurio, pertenecen a nuestro sistema de mundos?». Ahora bien: si por «sistema de mundos se pretendía significar nuestra Cadena o Cordón» Terrestre, por el que hacía la pregunta, en lugar del «Sistema Solar de Mundos, —como debería haber sido, entonces, desde luego—, la respuesta era muy probable resultase mal comprendida. —Porque la contestación fue—: Marte, etc., y cuatro planetas más acerca de los cuales la astronomía nada sabe. Ni A, B ni Y, Z son conocidos ni pueden ser vistos por medios físicos, por perfeccionados que sean. Esto es claro: (a) La Astronomía nada conoce todavía en realidad de los planetas, ni respecto de los antiguos ni respecto de los descubiertos en los tiempos modernos, (b) Ningún planeta compañero de A a Z, esto es, ninguno de los Globos superiores de cualquiera Cadena del Sistema Solar puede ser visto, a excepción, por supuesto, de todos los planetas que son los cuartos en el orden numérico, como nuestra Tierra, la Luna, etc., etc. En cuanto a Marte, Mercurio y “los otros cuatro planetas”, están en una relación con la Tierra acerca de la cual ningún Maestro ni ocultista elevado hablará jamás, ni mucho menos explicará la naturaleza».
En esta misma carta se expresa claramente tal imposibilidad, por uno de los Maestros, al autor del Esoteric Buddhism: «Haceos cargo de que me estáis haciendo preguntas que pertenecen a la Iniciación más elevada; que (solo) os puedo dar una idea general, pero que ni me atrevo, ni quiero entrar en detalles…» Copias de todas cuantas cartas fueron recibidas o enviadas, excepto unas pocas particulares «en las que no existía enseñanza alguna», según dice el Maestro, las tiene la autora. Como era su deber, en el principio, contestar y explicar ciertos puntos que no habían sido tocados, es más que probable que no obstante las muchas notas en aquellas copias, la escritora, en su ignorancia del inglés, y por temor a decir demasiado, haya podido confundir las noticias dadas. Ella asume la responsabilidad de ello en todos los casos. Pero le es imposible consentir que los que estudian permanezcan por más tiempo bajo impresiones erróneas, o que crean que la falta es del sistema esotérico.
Permítaseme afirmar ahora de modo explícito, que la teoría expuesta es imposible, con o sin evidencia adicional proporcionada por la Astronomía moderna. La ciencia física puede proporcionar evidencia corroborativa, si bien todavía muy incierta; pero únicamente en lo referente a los cuerpos celestes que estén en el mismo plano de materia que nuestro Universo objetivo. Marte y Mercurio, Venus y Júpiter, así como cada uno de los planetas descubiertos hasta la fecha, o los que están por descubrir, son todos, per se, los representantes en nuestro plano de tales Cadenas. Como claramente afirma una de las numerosas cartas del Maestro de Mr. Sinnett: «existen otras innumerables Cadenas manvantáricas de Globos habitadas por Seres inteligentes, tanto dentro como fuera de nuestro Sistema Solar». Pero ni Marte ni Mercurio pertenecen a nuestra cadena. Son, lo mismo que los demás planetas, Unidades septenarias en la gran hueste de Cadenas de nuestro sistema, y todos ellos tan visibles como son invisibles sus Globos superiores.
Si todavía se objeta que ciertas expresiones en las cartas del Maestro eran a propósito para inducir al error, la contestación es: Amén; así eran. El autor del Esoteric Buddhism lo comprendió bien, puesto que escribió que tales son «los métodos tradicionales de enseñanza…, provocando la perplejidad» de la que ellos sacan o no sacan, según los casos. De todos modos, si se pretende que esto podía haber sido enseñado en un principio, y explicada como ahora la naturaleza verdadera de los planetas, la contestación es que no se consideró conveniente hacerlo así entonces, pues hubiera abierto el camino a una serie de otras preguntas que jamás hubieran podido contestarse en razón de su naturaleza esotérica, y solo hubieran servido de embarazo. Se ha declarado desde un principio, y repetido muchas veces desde entonces, que:
- 1
- 2
Cuando se empezó la obra presente, teniendo la autora la seguridad de que la especulación sobre Marte y Mercurio era errónea, dirigióse a los Maestros por escrito, pidiéndoles una explicación y una versión autorizada. Ambas llegaron a su debido tiempo, y a continuación se dan extractos de ellas al pie de la letra.
«… Es por completo correcto que Marte se halla ahora en un estado de obscuración, y que Mercurio comienza justamente a salir del mismo. Podéis añadir que Venus se halla en su última Ronda… Si ni Mercurio ni Venus tienen satélites, es por las razones».
… Y también porque Marte posee dos satélites a que no tiene derecho
… Phobos, el supuesto satélite «interno», no es tal satélite. Así, lo observado largo tiempo ha por Laplace y ahora por Faye, no concuerda; como veis (leed «Comptes Rendus», tomo XC, pág. 569), Phobos posee un tiempo periódico demasiado corto, y por lo tanto, «debe existir algún defecto en la idea madre de la teoría», como Faye justamente observa… Además, ambos [Marte y Mercurio] son Cadenas septenarias tan independientes de los señores y superiores siderales de la Tierra, como vos sois independiente de los «principios» de Däumling [Tomasito del Pulgar o Pulgarcillo], los cuales eran quizás sus seis hermanos, con o sin gorros de noche
… «La satisfacción de la curiosidad es, para algunos hombres, el fin del conocimiento», dijo Bacon, quien estaba tan en lo justo al formular este aforismo como los que se hallaban familiarizados con ello antes que él, lo estaban al separar a la SABIDURÍA del Conocimiento, y al trazar límites a lo que puede darse en un tiempo determinado… Recordad:
………………………………El conocimiento reside
En cabezas repletas con pensamientos de otros hombres.
La Sabiduría, en mentes atentas así mismas…
«Jamás lograréis imprimirlo demasiado profundamente en las mentes de aquellos a quienes comunicáis algunas de las enseñanzas esotéricas».
Además, he aquí más extractos de otra carta escrita por la misma autoridad. Esta vez fue en contestación a algunas objeciones presentadas ante los Maestros. Se fundaban en razonamientos tan extremadamente científicos como fútiles, acerca de la conveniencia de tratar de conciliar las teorías esotéricas con las especulaciones de la ciencia moderna, y fueron escritas por un joven teósofo a modo de prevención contra la «Doctrina Secreta» y con referencia al mismo asunto. Él había declarado que si existían semejantes Tierras compañeras, «debían ser tan solo un poco menos materiales que nuestro globo»; ¿cómo, pues, no podían ser vistas? La contestación fue:
«… Si las enseñanzas psíquicas y espirituales fuesen mejor comprendidas, sería casi imposible hasta imaginar una incongruencia semejante. A menos que no haya tanto deseo de reconciliar lo irreconciliable (o sea las ciencias metafísicas y espirituales con la filosofía física o natural; siendo lo “natural” sinónimo para ellos [los hombres de ciencia] de la materia que cae bajo la percepción de sus sentidos corporales), ningún progreso puede realmente alcanzarse. Nuestro Globo, como se ha enseñado desde un principio, está en el fondo del arco de descenso, donde la materia de nuestras percepciones se manifiesta en su forma más grosera».
… De aquí que sea racional que estén en planos superiores al de nuestra tierra, los Globos que la dominan. En resumen: como Globos, están en COADUNACIÓN, pero no en CONSUBSTANCIALIDAD con nuestra Tierra, y por lo tanto, pertenecen a otro estado de conciencia por completo distinto. Nuestro plan planeta (lo mismo que todo cuanto vemos) está adaptado al estado peculiar de su población humana, estado que nos permite contemplar a simple vista los cuerpos siderales coesenciales con nuestro plano y substancia terrenos, del mismo modo que sus habitantes respectivos, los de Júpiter, los de Marte y otros, suelen percibir nuestro pequeño mundo; porque nuestros planos de conciencia, diferenciándose como se diferencian en grado, pero siendo los mismos en especie, se hallan en el mismo estado de materia diferenciada
… Lo que yo escribí fue: «El Pralaya menor se refiere tan solo a nuestros pequeños Cordones de Globos. (En aquellos días de verbal confusión, a las Cadenas las llamábamos “Cordones”…) “A un tal Cordón pertenece nuestra Tierra”. Esto debía haber mostrado claramente que los demás planetas eran también “Cordones” o CADENAS».
… «Para que él [refiriéndose al objetante] percibiese siquiera la silueta vaga de uno de tales “planetas” en los planos superiores, tiene primero que desembarazarse hasta de las sutiles nubes de materia astral que se interponen entre él y el plano próximo…».
Con esto se hace patente por qué no podemos percibir, ni aun con el auxilio de los mejores telescopios, lo que se halla fuera de nuestro mundo de materia. Únicamente los llamados Adeptos, que saben cómo dirigir su visión mental y cómo transferir su conciencia, tanto física como psíquica a otros planos de existencia, pueden hablar con autoridad acerca de tales asuntos. Ellos nos dicen bien claramente:
«Llevad la vida necesaria para la adquisición de semejante conocimiento y poderes, y la Sabiduría vendrá a vosotros naturalmente. Cuándo seáis capaces de poner a tono vuestra conciencia con cualquiera de las siete cuerdas de la “Conciencia Universal”, con aquellas cuerdas que se hallan en tensión sobre la caja sonora del Kosmos, vibrando de una Eternidad a otra; cuando hayáis estudiado por completo la “Música de las Esferas”, entonces únicamente tendréis libertad completa para compartir vuestro saber con aquellos con quienes esto pueda hacerse sin temor. Mientras tanto, sed prudentes. No deis a nuestra generación presente las grandes Verdades que constituyen la herencia de las Razas futuras. No intentéis quitar los velos del secreto del Ser y del No-Ser, para quienes son incapaces de ver la significación oculta de la Heptacorde de Apolo, la lira del dios radiante, en cada una de cuyas siete cuerdas reside el Espíritu, el Alma y el Cuerpo Astral del Kosmos, cuya cáscara tan solo es lo que ha caído ahora en manos de la Ciencia moderna… Sed prudentes, decimos, prudentes y sabios, y sobre todo, tened cuidado con lo que crean aquellos a quienes enseñáis; no sea que engañándose a sí mismos engañen a otros… pues tal es el destino de todas las verdades con que los hombres no están aún familiarizados… Dejad más bien que las Cadenas Planetarias y otros misterios supercósmicos y subcósmicos continúen siendo cosas soñadas para todos aquellos que ni pueden ver, ni creen que otros vean…».
Es sensible que pocos de entre nosotros hayan seguido este sabio consejo; y que muchas perlas inapreciables, muchas joyas de sabiduría, hayan sido arrojadas a un enemigo incapaz de apreciar su valor, y que volviéndose en contra nuestra nos ha desgarrado.
«Imaginémonos —escribe el mismo Maestro a sus “dos chelas laicos”» como Él llamaba al autor del Esoteric Buddhism y a otro caballero, su condiscípulo durante algún tiempo—, imaginémonos que nuestra tierra es uno de un grupo de siete planetas o mundos habitados por hombres
… [Los «Siete planetas» son los planetas sagrados de la antigüedad, y todos son septenarios]. Ahora bien; el impulso de vida llega a A, o más bien a aquello que está destinado a convertirse en A, y que en este sentido es tan solo polvo cósmico [un centro laya]…, etc.
En estas cartas primeras en que los términos tenían que inventarse y que acuñarse las palabras, los «Anillos» se convertían con frecuencia en «Rondas», y las «Rondas» en «Ciclos de Vida», y viceversa. A uno que escribió llamando a una «Ronda» un «Anillo de Mundos, —contestó el Maestro—: Creo que esto conducirá a mayor confusión. Hemos convenido en llamar una Ronda al paso de una Mónada del Globo A al Globo G o Z… El “Anillo de Mundos”» es correcto.
… «Advierta muy eficazmente a Mr… que convenga en una nomenclatura antes de pasar más adelante…»
No obstante tal acuerdo, muchos errores, debidos a esta confusión, se deslizaron en las primitivas enseñanzas. Hasta las mismas «Razas» eran en ocasiones confundidas con las «Rondas» y «Anillos», lo que condujo a errores semejantes en el libro Man: Fragments of Forgotten Truth. Desde un principio había escrito el Maestro:
«No siéndome permitido comunicar a usted toda la verdad o divulgar el número de fracciones aisladas… no puedo satisfacerle».
Esto fue en contestación a las preguntas: «Si estamos en lo cierto, entonces la existencia total anterior al período del hombre es 637», etc. A todas las preguntas —referentes a números, la contestación fue: «Tratad de resolver el problema de 777 encarnaciones… Aunque estoy obligado a reservar explicaciones…, sin embargo, si no resolvéis el problema por vos mismo, será mi deber el decíroslo».
Pero nunca fue resuelto, y solo resultaron perplejidades y errores incesantes.
La enseñanza misma acerca de la constitución septenaria de los cuerpos siderales y del macrocosmos, de la que procede la división septenaria del microcosmos u hombre, ha sido de las más esotéricas hasta ahora. En los tiempos antiguos se acostumbraba participarla solo en la Iniciación, juntamente con los números más sagrados de los ciclos. Como se ha dicho en una de las revistas teosóficas[382], no se pensó en revelar ahora todo el sistema de cosmogonía, ni por un instante se consideró la cosa posible, en el momento en que unas pocas explicaciones fueron dadas con parsimonia en contestación a cartas, escritas por el autor del Esoteric Buddhism, haciendo infinidad de preguntas. Entre éstas las había referentes a problemas tales, que ningún MAESTRO, por elevado e independiente que sea, tendría derecho a contestar, divulgando así al mundo los misterios más arcaicos y venerados a través de los tiempos, en las antiguas instituciones de los templos. De aquí que tan solo unas pocas de las doctrinas fueran reveladas en sus líneas generales, mientras que los detalles fueron siempre reservados; y todos los esfuerzos hechos para adquirir más noticias en lo referente a los mismos, fueron desde el principio sistemáticamente eludidos. Esto era perfectamente natural. De los cuatro Vidyâs, de las siete ramas del Conocimiento mencionadas en los Purânas, a saber: Yajna-Vidyâ, la práctica de ritos religiosos, con objeto de producir ciertos resultados; Mahâ-Vidyâ, el gran saber (mágico) degenerado ahora en el culto Tântrika; Guhya-Vidyâ, la ciencia de los Mantras y de su verdadero ritmo o canto, de las encantaciones místicas, etc.; Âtmâ-Vidyâ, o la Sabiduría Divina y verdaderamente Espiritual; tan solo esta última es la que puede lanzar luz final y absoluta sobre las enseñanzas de las tres primeramente citadas. Sin el auxilio de Âtmâ-Vidyâ, las otras tres no son más que ciencias superficiales, cual magnitudes geométricas con largo y ancho, pero sin ningún espesor. Son a manera del alma, miembros y mente de un hombre que duerme, capaz de movimientos mecánicos, de sueños caóticos y aun de andar como sonámbulo, de producir efectos visibles, pero estimulados solo por causas instintivas, no intelectuales, y menos todavía por impulsos espirituales plenamente conscientes. Gran parte de las tres ciencias primeramente nombradas puede publicarse y explicarse. Pero a menos que Âtmâ-Vidyâ proporcione la clave para sus enseñanzas, permanecerán por siempre a manera de fragmentos de un libro de texto mutilado, con esbozos de grandes verdades, vagamente percibidas por los más espirituales, pero desnaturalizadas fuera de toda proporción, por aquellos que quisieran clavar a cada sombra en la pared.
Originóse también entonces una gran perplejidad en las mentes de los que estudiaban por la exposición incompleta de la doctrina de la evolución de las Mónadas. Para hacerse bien cargo, tanto de esta evolución como del proceso del nacimiento de los Globos, deben examinarse ambos mucho más, bajo su aspecto metafísico, que desde un punto de vista en cierto modo estadístico; comprendiendo figuras y números que raras veces es permitido emplear con amplitud. Desgraciadamente, son pocos los que se sienten inclinados a ocuparse de estas doctrinas tan solo en el sentido metafísico. Hasta el mejor escritor occidental de nuestras doctrinas declara en su obra, al hablar de la evolución de las Mónadas, que «en semejante metafísica pura, no estamos ahora empeñados»[383]. Y en tal caso, como observa el Maestro en una carta que le dirige: «¿Por qué esta predicación de nuestras doctrinas, y todo este trabajo penoso, y este nadar “in adversum flumen”? ¿Por qué el Occidente ha de… aprender… del Oriente… aquello que jamás puede satisfacer las exigencias de las gustos especiales de los estéticos?». Y llama la atención de aquel a quien escribe acerca de «las formidables dificultades con que tropezamos [los Adeptos] a cada tentativa para explicar nuestra metafísica a la inteligencia occidental».
Y bien puede decirlo; pues fuera de la metafísica, no es posible la Filosofía Ocultista ni el Esoterismo. Es lo mismo que tratar de explicar las aspiraciones y los afectos, el amor y el odio, lo más íntimo y sagrado de las operaciones del alma y la inteligencia del hombre viviente, por medio de una descripción anatómica del pecho y del cerebro de su cadáver.
Examinemos ahora dos principios mencionados antes, a los que apenas se ha hecho alusión en el Esoteric Buddhism, y que ampliaremos ahora todo cuanto podamos.
Hechos y explicaciones adicionales referentes a los globos y las mónadas
Hay que tener en cuenta dos declaraciones que se hacen en el Esoteric Buddhism, debiendo citarse también las opiniones del autor. La primera de aquéllas es como sigue:
Las Mónadas espirituales… no completan del todo su existencia mineral en el Globo A, la completan después en el Globo B, y así sucesivamente. Pasan varias veces en torno de todo el círculo como minerales, después varias veces más circulan como vegetales, y varias veces como animales. De propósito nos abstenemos por ahora de entrar en lo referente a números, etc.[384].
Ésta era una conducta prudente en vista del gran secreto mantenido respecto a números y cifras. Esta reticencia se abandona parcialmente ahora; pero hubiera sido quizás preferible que los números verdaderos, en lo concerniente a las Rondas y a los giros evolucionarios, hubiesen sido entonces o divulgados del todo, o reservados por completo. Mr. Sinnett comprendió bien esta dificultad al decir:
Por razones no fáciles de adivinar por un extraño, los poseedores del saber oculto se retraen de un modo especial de comunicar verdades numéricas referentes a la cosmogonía, a pesar de que es difícil para el no iniciado, el comprender por qué deben ser reservadas[385].
Que semejantes razones existían, es evidente. Sin embargo, a ésta reticencia son debidas la mayor parte de las ideas confusas de algunos discípulos, tanto orientales como occidentales. Las dificultades que se interponían para la aceptación de los principios de que se trata parecían grandes, justamente a causa de la carencia de datos en que fundarse. Pero ahí estaba la cuestión. Pues como los Maestros lo han declarado a menudo, las cifras pertenecientes a los cálculos ocultos no pueden comunicarse fuera del círculo de chelas comprometidos, y ni aun éstos pueden quebrantar las reglas.
Para aclarar más las cosas, sin tocar a los aspectos matemáticos de la doctrina, pueden ampliarse las enseñanzas dadas y ponerse en claro algunos puntos obscuros. Como la evolución de los Globos y la de las Mónadas están tan íntimamente entrelazadas, haremos una de las dos enseñanzas. Respecto a las Mónadas, se ruega al lector tenga presente que la filosofía oriental rechaza el dogma teológico occidental de un alma, nuevamente creada para cada recién nacido, dogma tan antifilosófico como imposible en la economía de la Naturaleza. Debe existir un número limitado de Mónadas que evolucionan y van siendo más y más perfectas, por medio de la asimilación de muchas personalidades sucesivas, en cada nuevo Manvantara. Esto es en absoluto necesario en vista de las doctrinas del Renacimiento y del Karma, y de la vuelta gradual de la Mónada humana a su origen —la Deidad Absoluta—. Así pues, aunque las huestes de Mónadas, en mayor o menor progreso, sean casi incalculables, son, sin embargo, finitas, como lo es todo en este Universo de diferenciación y finitud.
Como se ha demostrado en el diagrama doble de los Principios humanos[386] y de los Globos ascendentes de las cadenas de mundos, existe una concatenación eterna de causas y efectos, y una analogía perfecta que corre de uno a otro extremo y une juntamente todas las líneas de la evolución. Lo uno engendra lo otro: lo mismo los Globos que las Personalidades. Pero empecemos por el principio.
Hemos hecho el bosquejo general de la evolución, mediante el cual se forman las Cadenas Planetarias sucesivas. Para prevenir errores futuros, pueden exponerse algunos detalles más que arrojarán también luz sobre la historia de la humanidad en nuestra propia Cadena, la hija de la Luna.
En el diagrama que sigue, la Fig. 1.ª representa la Cadena Lunar de siete Globos en el comienzo de su séptima y última Ronda; mientras que la Fig. 2.ª representa la Cadena Terrestre que será, pero que todavía no existe. Los siete Globos de cada Cadena se distinguen en su orden cíclico por las letras A a G, estando además marcados los Globos de la Cadena de la Tierra con una cruz (+), símbolo de la Tierra.
DIAGRAMA II
Ahora bien; debe tenerse presente que las Mónadas que circulan en torno de cualquier Cadena septenaria, se hallan divididas en siete Clases o Jerarquías, según sus respectivos grados de evolución, conciencia y mérito. Sigamos, pues, el orden de su aparición en el Globo A, en la primera Ronda. Los espacios de tiempo que median entre las apariciones de estas jerarquías en cualquier Globo, están ajustados de tal modo, que cuando la clase 7, la última, aparece en el Globo A, la clase 1, la primera, ha pasado justamente al Globo B, y, así sucesivamente, paso a paso, en torno de toda la Cadena.
De igual modo, en la Séptima Ronda de la Cadena Lunar, cuando la clase 7, la última, abandona al Globo A, éste, en lugar de sumirse en sueño, como ha hecho en las Rondas previas, comienza a morir (a entrar en su Pralaya Planetario)[387]; y al morir, transfiere sucesivamente, como se ha dicho ya, sus principios o elementos de vida y energía, etc., uno tras otro, a un nuevo centro laya, en el cual comienza la formación del Globo A de la Cadena Terrestre. Un proceso semejante tiene lugar para cada Globo de al Globo B, y así sucesivamente, paso a paso, en torno de toda la Cadena de la Cadena Terrestre.
Nuestra Luna era el cuarto Globo de la serie, y estaba en el mismo plano de percepción que nuestra Tierra. Pero el Globo A de la Cadena Lunar no «muere» por completo hasta que las primeras Mónadas de la primera Clase hayan pasado del Globo G o Z, el último de la Cadena Lunar, el Nirvâna que las aguarda entre las dos Cadenas; y lo mismo pasa con respecto a los demás Globos, según se ha dicho ya, dando cada uno de ellos nacimiento al Globo correspondiente de la Cadena Terrestre.
Luego, cuando el Globo A de la nueva Cadena está dispuesto, la primera Clase o Jerarquía de Mónadas de la Cadena Lunar se encarnan en él en el reino inferior, y así sucesivamente. El resultado de esto es que la primera Clase de Mónadas es únicamente la que alcanza el estado de desarrollo humano durante la primera Ronda, puesto que la segunda Clase en cada Globo, llegando después, no tiene tiempo de alcanzar aquel estado. Así, las Mónadas de la Clase 2.ª logran el plano humano incipiente tan solo durante la Segunda Ronda, y así sucesivamente hasta la mitad de la Cuarta Ronda. Pero en este punto y en esta Cuarta Ronda, en la que el estado humano quedará desarrollado por completo, ciérrase la «puerta» que da entrada al reino humano; y desde entonces el número de Mónadas «humanas», o sean Mónadas en el grado de desarrollo humano, está completo. Pues las Mónadas que no hayan alcanzado el estado humano en este punto, se encontrarán tan atrás a causa de la evolución misma de la humanidad, que tan solo alcanzarán el estado humano a la conclusión de la Ronda Séptima y última. No serán, por lo tanto, hombres en esta cadena, sino que formarán la humanidad de un Manvantara futuro, y serán recompensadas convirtiéndose en «hombres» en una Cadena superior en todo, recibiendo así su compensación Kármica. A esto únicamente hay una sola excepción, fundada en buenas razones, de la cual hablaremos después. Esto explica las diferencias existentes entre las Razas.
Así se ve cuán perfecta es la analogía entre las evoluciones de la Naturaleza en el cosmos y en el hombre individual. Este último vive durante su ciclo de vida, y muere. Sus principios superiores, que corresponden en el desarrollo de una Cadena Planetaria a las Mónadas que circulan en ella, pasan al Devachan, que corresponde al Nirvâna y a los estados de reposo entre dos Cadenas. Los principios inferiores del Hombre se desintegran con el tiempo, y son empleados de nuevo por la Naturaleza para la formación de nuevos principios humanos, teniendo lugar el mismo proceso en la desintegración y formación de Mundos. La Analogía es, por lo tanto, el guía más seguro para la comprensión de las enseñanzas ocultas.
Este es uno de los «siete misterios de la Luna», y ahora es revelado. Los siete «misterios» son llamados por los Yama-booshis japoneses —los místicos de la secta de Lao-Tse y los monjes ascetas de Kioto, los Dzenodoo— las «Siete joyas»; solo que, los ascetas e iniciados buddhistas japoneses, y chinos se resisten más si cabe que los indos, a comunicar sus «Conocimientos».
Pero no debemos permitir que el lector pierda de vista las Mónadas, sino que tenemos que ilustrarle en cuanto a su naturaleza hasta el punto en que podamos hacerlo, sin entrar en el terreno de los misterios más elevados, acerca de los cuales no pretende en manera alguna la escritora conocer la última palabra.
La Hueste Monádica puede ser dividida, en términos generales, en tres grandes clases:
- 1
- 2
- 3
Nos vemos obligados a emplear aquí la palabra inadecuada «hombre», siendo ésta una prueba evidente de cuán poco aptas son las lenguas europeas para expresar estas diferencias sutiles.
Claro está que estos «hombres» no se parecían a los hombres de hoy día, ni en forma ni en naturaleza. ¿Por qué, pues, llamarles «hombres»? —puede preguntarse—. Porque no existe ningún otro término en ninguna lengua occidental, que aproximadamente exprese la idea que se pretende. La palabra «hombres» indica por lo menos que estos seres eran «Manus», entidades pensantes, por mucho que se diferenciasen de nosotros en forma y en inteligencia. Pero en realidad eran, con respecto a la espiritualidad y a la inteligencia, más bien «dioses» que «hombres».
La misma dificultad, debida al idioma, se encuentra para describir los «estados», a través de los cuales pasa la Mónada. Metafísicamente hablando es, por supuesto, absurdo hablar del «desenvolvimiento» de una Mónada, o decir que se convierte en «hombre». Pero cualquier intento para conservar la exactitud metafísica del lenguaje, usando una lengua tal como la inglesa, exigiría por lo menos tres volúmenes más en esta obra, y llevaría consigo una cantidad tal de repeticiones verbales, que la harían fatigosa en alto grado. Es de razón que una Mónada no puede ni progresar ni desarrollarse, ni siquiera ser afectada por los cambios de estado a través de los cuales pasa. No es ella de este mundo o plano, y puede ser comparada tan solo a una estrella indestructible de luz y fuego divinos, arrojada a nuestra tierra, como tabla de salvación para las personalidades en las cuales reside. A estas últimas les toca asirse a ella; y participando así de su naturaleza divina, obtener la inmortalidad. Abandonada a sí misma, la Mónada no se uniría a nadie; pero, lo mismo que la tabla, es arrastrada a otra encarnación por la corriente incesante de la evolución.
Ahora bien; la evolución de la forma externa o cuerpo en torno del astral, es producida por las fuerzas terrestres, lo mismo que en el caso de los reinos inferiores; pero la evolución del Hombre interno o real, es puramente espiritual. Ya no es el paso de la Mónada impersonal a través de muchas y variadas formas de materia —dotadas todo lo más con instinto y conciencia en un plano por completo diferente—, como en el caso de la evolución externa; es un viaje del «Alma-Peregrino» a través de estados diversos, no solo de materia, sino de conciencia y percepción propias, o de percepción desde la conciencia del conocimiento interno.
La Mónada emerge de su estado de inconsciencia espiritual e intelectual; y saltando los dos planos primeros (demasiado próximos a lo Absoluto para que sea posible correlación alguna con nada perteneciente a un plano inferior), se lanza directamente al plano de la Mentalidad. Pero no existe en el Universo entero ningún plano con margen más amplio, o con un campo de acción más vasto, en sus gradaciones casi interminables de cualidades perceptivas y de percepción del conocimiento interno; que este plano, el cual posee a su vez un plano apropiado más pequeño para cada «forma», desde la Mónada Mineral, hasta que llega el tiempo en que esa Mónada florece, gracias a la evolución, en la Mónada Divina. Pero durante todo el transcurso del tiempo es, sin embargo, una y la misma Mónada, diferenciándose solamente en sus encarnaciones a través de sus ciclos, que continuamente se suceden, de obscuración parcial o total del espíritu, o de obscuración parcial o total de la materia —dos antítesis polares— según asciende a los reinos de la espiritualidad mental, o desciende a los abismos de la materia.
Volvamos al Esoteric Buddhism. La segunda declaración se refiere al enorme período existente entre la época mineral en el Globo A y la época del hombre; la frase «época del hombre» empleándose aquí a causa de la necesidad de dar un nombre a aquel cuarto reino que sigue al del animal; aunque a la verdad, el «hombre» en el Globo A, durante la Primera Ronda, no es ningún hombre, sino tan solo su prototipo, o imagen sin dimensiones, de las regiones astrales. Lo que se declara es lo siguiente:
El pleno desarrollo de la época mineral en el Globo A, prepara el camino para el desenvolvimiento vegetal; y tan pronto como éste empieza, el impulso de vida mineral rebosa e inunda al Globo B. Después, cuando el desarrollo vegetal en el Globo A es completo, y el desarrollo animal comienza, el impulso de vida vegetal pasa al Globo B, y el impulso mineral al Globo C. Luego, por último, llega al Globo A el impulso de vida humana[388].
Y así él continúa durante tres Rondas, en que disminuye y se detiene finalmente al umbral de nuestro Globo, en la Cuarta Ronda; porque se ha llegado entonces al período humano (del verdadero hombre físico que va a ser), el séptimo. Esto es evidente, pues como se ha dicho:
… Existen modos de evolución que preceden al reino mineral, y así es que, una ola de evolución, mejor dicho, varias olas de evolución, preceden a la ola mineral en su progreso en torno de las esferas[389].
Y ahora tenemos que citar parte de otro artículo «La Mónada Mineral», de Five Years of Theosophy:
Existen siete reinos. El primer grupo comprende tres grados de centros elementales, o nacientes, de fuerza —desde el primer estado de diferenciación de [desde] Mûlaprakriti [o más bien Pradhâna, materia primordial homogénea] hasta su tercer grado—; esto es, desde la plena inconsciencia a la semipercepción; el segundo grupo más elevado comprende los reinos desde el vegetal al hombre; formando así el reino universal el punto central o de giro en los grados de la «Esencia Monádica» considerada como una energía que se despliega. Tres estados [subfísicos] en lo elemental; el reino mineral; tres estados en el reino de lo objetivo físico[390]; éstos son los siete eslabones [primeros o preliminares] de la cadena evolucionaria[391].
«Preliminares» porque son preparatorios, y aunque pertenecientes de hecho a la evolución natural, estarían más correctamente descritos como la evolución subnatural. Este proceso hace un alto en sus etapas en el tercer período, en los umbrales del cuarto, cuando se convierte, en el plano de la evolución natural, en el estado primero que conduce al humano realmente, formando así con los tres reinos elementales, el diez, el número Sephirotal. En este punto empieza:
Un descenso del espíritu a la materia, equivalente a un ascenso en la evolución física; un reascenso desde los más profundos abismos de la materia (el mineral) —hacia su statu quo ante, con una disipación correspondiente de organismos concretos— hasta el Nirvâna, el punto de desvanecimiento de la materia diferenciada[392].
Por lo tanto, es evidente por qué lo que se llama pertinentemente en el Esoteric Buddhism «oleada de evolución» e «impulso mineral, vegetal, animal y humano», se detiene a la entrada de nuestro Globo en su Cuarto Ciclo o Ronda. En este punto es donde la Mónada Cósmica (Buddhi) se enlaza al Rayo Âtmico y se convierte en su vehículo; o sea que Buddhi despierta a un conocimiento interno de aquél (Âtman), entrando así en el primer peldaño de la escala septenaria de evolución, que le conducirá eventualmente al décimo, contando desde el más inferior hacia arriba, del árbol Sephirotal, la Corona.
Todas las cosas en el Universo siguen la ley de analogía. «Como es arriba así es abajo»; el Hombre es el microcosmos del Universo. Lo que tiene lugar en el plano espiritual, se repite en el plano cósmico. La concreción sigue las líneas de la abstracción; lo más inferior debe corresponder a lo superior; lo material a lo espiritual. Así, correspondiendo a la Corona Sephirotal o Tríada Superior, existen los tres reinos elementales que preceden al mineral[393], y que, empleando el lenguaje de los kabalistas, responden en la diferenciación cósmica a los mundos de la Forma y la Materia, desde el SuperEspiritual al Arquetipo.
Ahora bien: ¿qué es una Mónada? ¿Qué relación tiene con un Átomo? La contestación que sigue se funda en las explicaciones dadas acerca de estas cuestiones en el artículo antes citado «La Mónada Mineral», escrito por la autora. A la segunda pregunta se ha contestado:
No tiene relación de ninguna clase con el átomo o molécula tal como ésta se comprende actualmente por la ciencia. Ni puede ser comparada con los organismos microscópicos, en un tiempo clasificados entre los infusorios poligástricos, hoy considerados como vegetales y colocados entre las algas; ni es tampoco del todo la monas de los peripatéticos. Física o constitucionalmente, la mónada mineral difiere, por supuesto, de la mónada humana, que no es física, ni puede expresarse su constitución por medio de símbolos químicos y elementos[394].
En resumen: así como la Mónada Espiritual es Una, Universal, Ilimitada e Indivisa, cuyos Rayos, sin embargo, forman lo que nosotros en nuestra ignorancia llamamos «Mónadas Individuales» de los hombres, del mismo modo la Mónada Mineral (hallándose en la curva opuesta del círculo) es también Una; y de ella han procedido los innumerables átomos físicos, que la Ciencia empieza a considerar como individualizados.
De otra manera, ¿cómo pueden concebirse y explicarse matemáticamente los progresos evolutivos y en espiral de los cuatro reinos? La «Mónada» es la combinación de los dos últimos principios en el hombre, el sexto y séptimo, y propiamente hablando, el término «Mónada Humana» se aplica exclusivamente al Alma Dual (Âtmâ-Buddhi), y notan solo a su principio más elevado, espiritual y vivificador, Âtmâ. Pero como el Alma Espiritual, divorciada del último (Âtmâ) no puede tener existencia ni modo de ser alguno, por esto, ha sido llamada así… Ahora bien; la Esencia Monádica, o más bien Cósmica, si se permite tal término en el mineral, vegetal y animal, aunque la misma a través de la serie de los ciclos, desde el elemental más inferior hasta el reino Deva, difiere, sin embargo, en la escala de progresión. Sería muy erróneo imaginar una Mónada como una Entidad separada, discurriendo lentamente por un sendero definido a través de los reinos inferiores, y floreciendo en un ser humano después de una serie incalculable de transformaciones; en resumen, suponer que la Mónada de un Humboldt data de la Mónada de un átomo de greda. En lugar de decir una «Mónada Mineral» la fraseología más correcta en la ciencia física, que diferencia cada átomo, habría sido, por de contado, llamarla «la Mónada manifestándose en aquella forma de Prakriti llamada el Reino Mineral». El átomo, tal como se representa en las hipótesis científicas ordinarias, no es una partícula de algo, animada por un algo psíquico, destinada a florecer después de largas épocas en un hombre. Pero es una manifestación concreta de la Energía Universal, todavía no individualizada; una manifestación serial de la única Universal Mónada. El Océano de la Materia no se divide en sus gotas potenciales y constituyentes hasta que la corriente del impulso de vida llega al estado de evolución del nacimiento del hombre. La tendencia hacia la segregación en Mónadas individuales es gradual, y alcanza casi este punto en los animales superiores. Los peripatéticos aplicaban la palabra Monas al Kosmos entero, en el sentido panteísta, y los ocultistas, si bien por conveniencia aceptan esta idea, distinguen de lo abstracto los grados progresivos de evolución de lo concreto, por medio de términos como «Mónada Mineral, Vegetal, Animal», etc. El término significa meramente que la oleada de la marca de la evolución espiritual está pasando por aquel arco de su circuito. La «Esencia Monádica» comienza a diferenciarse imperceptiblemente hacia la conciencia individual, en el reino vegetal. Como las Mónadas son cosas no compuestas, como correctamente las define Leibnitz, la esencia espiritual que las vivifica en sus diversos grados de diferenciación, es lo que propiamente constituye la Mónada —no la agregación atómica que no es más que el vehículo y la substancia. A través de la cual penetran los distintos grados de inteligencia, así inferiores como superiores[395].
Leibnitz concibió las Mónadas como unidades elementales e indestructibles, dotadas con el poder de dar y de recibir con respecto a otras unidades, y de determinar así todos los fenómenos espirituales y físicos. Él es quien inventó la palabra apercepción[396] la cual, no con la percepción, sino más bien con la sensación del nervio, expresa el estado de la conciencia Monádica a través de todos los reinos hasta el hombre.
Así es que puede ser erróneo en sentido estrictamente metafísico, el llamar a Âtmâ-Buddhi una Mónada, puesto que desde un punto de vista materialista es dual, y, por consiguiente, compuesta. Pero como la Materia es Espíritu y viceversa, así como el Universo y la Deidad que le anima son inconcebibles separados el uno de la otra, lo mismo sucede en el caso de Âtmâ-Buddhi. Siendo el último el vehículo del primero, Buddhi se halla en la misma relación con respecto a Âtmâ, como Adam-Kadmon, el Logos kabalístico, con respecto a Ain Suph, o como Mûlaprakriti con referencia a Parabrahman.
Y ahora unas pocas palabras más sobre la Luna.
¿Qué son —puede preguntarse— las «Mónadas Lunares», de las cuales se acaba de hablar? La descripción de las siete Clases de Pitris vendrá después; pero ahora pueden darse algunas explicaciones generales. Claro debe resultar para todos que son Mónadas que habiendo terminado su Ciclo de la Vida en la Cadena Lunar, que es inferior a la Cadena Terrestre, se han encarnado en esta última. Pero pueden añadirse algunos detalles más, aun cuando se hallan demasiado cerca del terreno prohibido para poder ser explicados por completo. La última palabra del misterio es tan solo divulgada a los Adeptos; pero puede decirse que nuestro satélite es tan solo el cuerpo grosero de sus principios invisibles. Si consideramos, pues, que existen siete Tierras, del mismo modo deben existir siete Lunas, de las cuales tan solo la última es visible; lo mismo sucede con el Sol, a cuyo cuerpo visible se le llama un Mâyâ, una reflexión, justamente como lo es el cuerpo del hombre. «El verdadero Sol y la Luna verdadera son tan invisibles como el hombre real» —dice una máxima oculta.
Y puede hacerse observar, de pasada, que los antiguos que emitieron por vez primera la idea de las «Siete Lunas», no eran tan necios después de todo. Pues aunque este concepto es ahora tomado únicamente como medida astronómica del tiempo, en una forma muy materializada, sin embargo, bajo la corteza pueden reconocerse las huellas de una idea profundamente filosófica.
En realidad, la Luna es el satélite de la Tierra solo en un sentido, o sea en el de que la Luna gira en torno de la Tierra. Pero en cada uno de los demás aspectos, es la Tierra el satélite de la Luna y no viceversa. Por sorprendente que parezca esta declaración, no dejan de confirmarla los conocimientos científicos. Son evidencias en favor de ello las mareas, los cambios cíclicos en muchas formas de enfermedades que coinciden con las fases lunares; puede observarse en el desarrollo de las plantas, y es muy marcada su influencia en los fenómenos de la concepción y gestación humanas. La importancia de la Luna y su influencia sobre la Tierra eran reconocidas por todas las antiguas religiones, especialmente por la judía, y han sido notadas por muchos observadores de fenómenos psíquicos y físicos. Pero, según todo cuanto la Ciencia conoce, la acción de la Tierra sobre la Luna hállase limitada a la atracción física, que es causa de que gire en su órbita. Y si alguien persistiese en objetar que este hecho constituye por sí solo una prueba suficiente de que la Luna es verdaderamente el satélite de la Tierra en otros planos de acción, puede contestársele preguntando si una madre que pasea en torno de la cuna de su niño velando por él, está subordinada a su hijo o si depende de él. Aun cuando en un sentido ella es su satélite, sin embargo es ciertamente superior en años y en desarrollo al niño por quien vela.
La Luna es, pues, quien representa el papel principal y de mayor importancia, tanto en la formación de la Tierra misma, como en lo referente a poblarla de seres humanos. Las Mónadas Lunares o Pitris, los antecesores del hombre, se convierten en realidad en el hombre mismo. Son las Mónadas que entran en el ciclo de evolución en el Globo A, y que pasando en torno de la Cadena de Globos, desenvuelven la forma humana, tal como se ha demostrado antes. Al principio del estado humano de la Cuarta Ronda en este Globo, ellos «exudan» sus dobles astrales, de las formas «parecidas al mono» que han desarrollado en la Ronda III. Y esta forma sutil, más delicada, es la que sirve como modelo, en torno del cual, la Naturaleza construye al hombre físico. Estas Mónadas, o Chispas Divinas, son así los Antepasados Lunares, los Pitris mismos; pues estos Espíritus Lunares tienen que convertirse en «hombres», con objeto de que sus Mónadas puedan alcanzar un plano más elevado de actividad y de conciencia propia, o sea el plano de los Mânasa-Putras, los que dotan de «mente» a las envolturas «inconscientes», creadas y animadas por los Pitris, en el último período de la Tercera Raza-Raíz.
Del mismo modo, las Mónadas o Egos de los hombres de la Séptima Ronda de nuestra Tierra, después que nuestros propios Globos A, B, C, D, etcétera, separándose de su energía vital, hayan animado, y con ello evocado a la vida, a otros centros laya, destinados a vivir y a actuar en un plano de existencia superior; de la misma manera, los Antecesores Terrenos crearán a los que se han de convertir en sus superiores.
Claro se ve ahora, que existe en la Naturaleza un triple esquema evolucionario, para la formación de los tres Upâdhis periódicos; o más bien tres esquemas separados de evolución, que en nuestro sistema se hallan confundidos y entrelazados por todas partes. Éstos son la evolución Monádica (o Espiritual), la Intelectual y la Física. Las tres son los aspectos finitos, o las reflexiones en el campo de la Ilusión Cósmica, de Âtmâ, el séptimo, la Realidad única.
- 1
- 2
- 3
Cada uno de estos tres sistemas posee sus leyes propias, y es regido y guiado por grupos diferentes de los más elevados Dhyânis o Logoi. Cada uno de ellos se halla representado en la constitución del hombre, el Microcosmos del gran Macrocosmos; y la unión de estas tres corrientes en él, es lo que de él hace el ser complejo que es en la actualidad.
La Naturaleza, el Poder físico evolucionario, no podía nunca desarrollar la inteligencia, sin ayuda; ella puede únicamente crear «formas sin sentido» como se verá en nuestra Antropogénesis. Las Mónadas Lunares no pueden progresar, porque no han tenido aún el suficiente contacto con las formas creadas por la «Naturaleza» para obtener por su medio la acumulación de experiencias. Los Mânasa-Dhyânis son los que llenan este vacío, y los que representan el poder evolucionario de la Inteligencia y de la Mente; el lazo de unión entre el Espíritu y la Materia, en esta Ronda.
También debe tenerse presente que las Mónadas que entran en el ciclo de evolución en el Globo A, de la primera Ronda, se hallan en distintos grados de desarrollo. De aquí que el asunto se complique algo. Recapitulemos.
Las más desarrolladas, las Mónadas lunares, alcanzan el estado humano germinal en la Primera Ronda; se convierten en seres humanos terrestres, aunque muy etéreos, hacia el final de la Tercera Ronda, permaneciendo en el Globo, durante el período de «obscuración» como, gérmenes para la humanidad futura de la Cuarta Ronda, convirtiéndose así en los precursores de la humanidad al principiar ésta, la presente Cuarta Ronda. Otras alcanzan el estado humano tan solo durante las siguientes Rondas, o sea en la segunda, en la tercera o en la primera mitad de la Cuarta Ronda. Y, finalmente, las más atrasadas de todas, o sean las que ocupan todavía formas animales después de pasado el punto medio de vuelta de la Cuarta Ronda, no llegarán a ser hombres durante todo este Manvantara. Llegarán a la frontera de la humanidad tan solo a la conclusión de la Séptima Ronda, para ser, a su vez, introducidas en una nueva Cadena, después del Pralaya, por los viajeros más antiguos, los progenitores de la Humanidad o Germen Humano (Shishta), esto es, los hombres que se hallarán a la cabeza de todos al final de estas Rondas.
Escasamente necesita ya el estudiante de ninguna otra explicación con respecto al papel representado por el Cuarto Globo y la Cuarta Ronda en el esquema de la evolución.
Por los diagramas precedentes, que son aplicables, mutatis mutandis, a las Rondas, los Globos o las Razas, se verá que el cuarto miembro de una serie ocupa una posición única. Al contrario de los demás, el cuarto no posee ningún Globo «hermano» en el mismo plano que él, y forma así el fiel de la «balanza» representada por la Cadena entera. Es la esfera de los ajustes evolucionarios finales, el mundo de las balanzas Kármicas, el Recinto de la Justicia en donde se determina el curso futuro de la Mónada durante el resto de sus encarnaciones en el Ciclo. Y por lo tanto sucede que, después de pasado este punto central de vuelta en el Gran Ciclo (o sea después del punto medio de la Cuarta Raza de la Cuarta Ronda en nuestro Globo), no pueden entrar más Mónadas en el reino humano. La puerta queda cerrada para este Ciclo, y la balanza nivelada. Porque si fuese de otra manera (si para cada uno de los innumerables millares de millones de seres humanos que han desaparecido hubiese habido necesidad de un alma nueva y no hubiese tenido lugar reencarnación alguna) sería a la verdad difícil encontrar lugar para los «espíritus» desencarnados; ni podrían nunca explicarse el origen y las causas del sufrimiento. La ignorancia de los principios ocultos y la imposición de conceptos falsos bajo el disfraz de la educación religiosa, es lo que ha dado lugar al materialismo y al ateísmo, como protesta contra el supuesto orden divino de las cosas.
Las únicas excepciones a la regla ya citada, son las «razas mudas», cuyas Mónadas se hallan ya dentro del estado humano, en virtud del hecho de que estos «animales» son posteriores al hombre y semidescendientes del mismo; siendo los últimos descendientes de estos animales, el antropoide y otros monos. Estas «presentaciones humanas» son, a la verdad, tan solo copias desnaturalizadas de la humanidad primitiva. Pero de esto nos ocuparemos de lleno en el volumen siguiente.
El Comentario dice, en líneas generales, lo que sigue:
1.º Cada Forma en la tierra, y cada Punto [átomo] en el Espacio, trabaja en sus esfuerzos hacia la propia formación, por seguir el modelo colocado para él en el «Hombre Celestial»… Su (del átomo) involución y evolución, su desenvolvimiento y desarrollo externo e interno, tienen uno y el mismo objeto, el Hombre; el Hombre como la forma física más elevada y última en esta Tierra; la «Mónada» en su totalidad absoluta y condición despierta —como culminación de las encarnaciones divinas en la Tierra.
2.º Los Dhyânis [Pitris] son los que han desenvuelto sus Bhûta, [Dobles] de sí mismos, cuyo Rûpa [Forma] se ha convertido en el vehículo de Mónadas [principios Séptimo y Sexto] que habían completado sus ciclos de transmigración en los tres Kalpas [Rondas] precedentes. Entonces se convierten ellos [los Dobles Astrales] en hombres de la primera Raza Humana de la Ronda. Pero no estaban completos y se hallaban privados de razón.
Esto será explicado más adelante. Por ahora, basta decir que el hombre, o más bien su Mónada, ha existido en la Tierra desde el principio mismo de esta Ronda. Pero hasta nuestra propia Quinta Raza, las formas externas que cubrían a estos Dobles Astrales divinos, han sufrido cambios y se han consolidado con cada subraza; a la vez que cambiaba la forma y estructura física de la fauna, pues tenían que adaptarse a las condiciones siempre mutables de la vida en este Globo, durante los períodos geológicos de su ciclo de formación. Y así continuarán cambiando con cada Raza Raíz, y con cada subraza principal, hasta la última de la Séptima en esta Ronda.
3.º El hombre interno, ahora oculto, era entonces [en los comienzos] el hombre externo. Él era la producción de los Dhyânis [Pitris]; el «hijo parecido a su padre». A manera del loto, cuya forma externa asume gradualmente la figura del modelo dentro de sí, de igual modo se desenvolvió la forma del hombre en un principio, de dentro hacia fuera. Después, en el ciclo en que comenzó el hombre a procrear sus especies, del mundo que tiene lugar en el presente reino animal, sucedió lo contrario. El feto humano sigue ahora en sus transformaciones todas las formas que la estructura física del hombre ha asumido a través de los tres Kalpas [Rondas] durante las tentativas para la formación plástica en torno de la Mónada, verificadas por la materia sin sentido, por ser imperfecta, en sus ciegos tanteos. En la época presente, el embrión físico es una planta, un reptil, un animal, antes que finalmente se convierta en un hombre, desenvolviendo, a su vez, de dentro de sí mismo, su propio duplicado etéreo. En el principio fue aquel duplicado [el hombre astral] lo que, careciendo de razón, quedó aprisionado en las mallas de la materia.
Pero este «hombre» pertenece a la Cuarta Ronda. Como se ha hecho ver, la Mónada había pasado, viajado y sido aprisionada en todas las formas transitorias de cada uno de los reinos de la Naturaleza, durante las tres Rondas precedentes. Pero la Mónada que se convierte en humana, no es el Hombre. En esta Ronda —con la excepción de los mamíferos más elevados después del hombre, los antropoides destinados, a extinguirse en esta nuestra raza, cuando sus Mónadas sean libertadas y pasen a las formas astrales humanas, o elementos superiores, de las Razas Sexta y Séptima, y después a las formas humanas más inferiores en la Quinta Ronda— ninguna unidad de reino alguno es ya animada por Mónadas destinadas a convertirse en humanas en su próximo estado, y sí tan solo por los elementales inferiores de sus reinos respectivos. Estos «elementales» se convertirán a su vez en Mónadas humanas, solamente en el próximo gran Manvantara planetario.
De hecho, la última Mónada humana encarnó antes del principio de la Quinta Raza-Raíz. La Naturaleza jamás se repite a sí misma; por lo tanto, los antropoides de nuestros días no han existido en ningún tiempo hasta mediados del período Mioceno, cuando, como todos los cruzamientos, comenzaron a mostrar una tendencia más y más marcada, a medida que transcurría el tiempo, a volver al tipo de su primer padre, el gigantesco Lemuro-Atlante, amarillo y negro. Buscar el «eslabón perdido» es inútil. A los sabios de la conclusión de la Sexta Raza-Raíz, dentro de millones y millones de años, nuestras modernas razas, o más bien sus fósiles, les parecerán como de monos pequeños e insignificantes —una variedad extinguida del genus homo.
Semejantes antropoides constituyen una excepción; pues no fueron deseados por la Naturaleza, sino que son el producto directo y la creación del hombre «sin razón». Los indos conceden un origen divino a los monos, porque los hombres de la Tercera Raza eran dioses de otro plano, que se habían convertido en mortales «sin razón». Este asunto ha sido tratado ya en Isis sin Velo, hace doce años, con toda la claridad que era entonces posible; y allí se dice al lector que consulte a los brahmanes, si quiere saber la razón de la consideración que guardan a los monos.
El lector aprendería, quizás —si el brahmán le consideraba digno de una explicación— que el indo ve en el mono, lo que Manu deseaba que viese: la transformación de especies más directamente relacionadas con la de la familia humana; una rama bastarda injertada en su propio tronco antes de la perfección final de este último. Podría aprender, además, que ante los ojos de los «paganos» ilustrados, el hombre espiritual o interno es una cosa, y su envoltura física y terrestre es otra. Que la naturaleza física, esa gran combinación de correlaciones de fuerzas físicas, siempre dirigiéndose hacia la perfección, tiene que valerse de los materiales que encuentra a mano; ella modela y remodela a medida que procede, y coronando su obra con el hombre, le presenta a él únicamente como tabernáculo apropiado para la protección del Espíritu Divino[397].
Además, en una nota al pie de la misma página, se hace mención de la obra de un sabio alemán. Dice así:
Un sabio hanoveriano ha publicado recientemente un libro titulado Ueber die Auflösung der Arten durch natürliche Zuchtwahl, en el que hace ver, con gran ingeniosidad, que Darwin se equivocó por completo al hacer descender al hombre del mono. Sostiene, por el contrario, que es el mono el que procede del hombre. Demuestra que en el principio la humanidad era, moral y físicamente, el tipo y prototipo de nuestra raza presente y de nuestra dignidad humana, por su belleza de forma, regularidad de facciones, desarrollo craneal, nobleza de sentimientos, impulsos heroicos y grandeza en sus concepciones ideales. Esto es pura doctrina brahmánica, buddhista y kabalista. El libro hállase profusamente ilustrado con diagramas, tablas, etc. Asegura que la decadencia y degradación graduales del hombre, tanto moral como física, puede ser fácilmente trazada a través de las transformaciones etnológicas hasta nuestros tiempos. Y así como una porción ya ha degenerado en monos, del mismo modo el hombre civilizado del día presente será sucedido al fin por descendientes semejantes, bajo la acción de la ley inevitable de la necesidad. Si hemos de juzgar el futuro por el actual presente, parece a la verdad posible que una razón tan antiespiritual y materialista termine más bien como simia que como de Serafines.
Pero aunque los monos descienden del hombre, no es ciertamente un hecho que la Mónada humana, que ya ha alcanzado el nivel de la humanidad, vuelva a reencarnarse de nuevo bajo la forma de un animal.
El círculo de «metempsicosis» para la Mónada humana está cerrado, puesto que nos encontramos en la Cuarta Ronda y en la Quinta Raza-Raíz. Tiene que hacerse cargo el lector, por lo menos el que conoce el Esoteric Buddhism, que las Estancias que siguen en este volumen y en el siguiente, se ocupan tan solo de la evolución de nuestra Cuarta Ronda. Esta última es el ciclo del punto de giro, después del cual, habiendo llegado la materia a sus abismos más profundos, comienza su lucha hacia lo alto, espiritualizándose con cada nueva raza y con cada nuevo ciclo. Por lo tanto, el estudiante debe tener cuidado de no ver una contradicción donde no existe; pues en el Esoteric Buddhism se habla de las Rondas en general, mientras que aquí no se trata más que de la Cuarta, o sea nuestra Ronda presente. Entonces tenía lugar el trabajo de formación: ahora el de reforma y de perfección evolucionaria.
Finalmente, para concluir esta digresión, que se ocupa de errores varios, pero inevitables, debemos hacer referencia a una afirmación del Esoteric Buddhism, que ha producido una impresión fatal en muchos teósofos. Se cita constantemente una desdichada frase de la obra mencionada, como prueba del materialismo de la doctrina. En la pág. 48 dice el autor, refiriéndose a los progresos de los organismos en los Globos:
El reino mineral no desenvolverá más al vegetal… que la Tierra fue capaz de desenvolver al hombre del mono, hasta que recibió un impulso.
Si esta sentencia expresa literalmente el pensamiento de su autor, o si es tan solo, como creemos, un lapsus calami, es cuestión que está por decidir.
Realmente con sorpresa nos hemos enterado del hecho de que el Esoteric Buddhism era tan poco comprendido por algunos teósofos, que llegaron a creer que por completo apoyaba la evolución de Darwin, y en especial la teoría del descenso del hombre desde un antecesor pitecoide. Un miembro escribe: «Supongo se hace usted cargo del hecho de que las tres cuartas partes de los teósofos, y aun de los que no lo son, se imaginan que en todo lo referente a la evolución del hombre, el darwinismo y la Teosofía marchan juntos». Nada de esto se ha pretendido jamás, ni existe gran fundamento para ello en el Esoteric Buddhism, por lo menos en lo que le nos alcanza. Repetidas veces se ha dicho que la evolución, según la enseñaban Manu y Kapila, era la base de las modernas enseñanzas; pero ni el Ocultismo ni la Teosofía han sostenido jamás las teorías desatinadas de los darwinistas presentes, y mucho menos la del descenso del hombre del mono. Acerca de esto nos ocuparemos con mayor extensión más adelante. Pero no hay más que dirigirse a la pág. 47 de la obra mencionada, para leer allí que:
El Hombre pertenece a un reino claramente separado del de los animales.
Con una afirmación tan clara e inequívoca, es muy extraño que estudiantes cuidadosos hayan sido inducidos a semejante error, a menos que estén dispuestos a acusar a su autor de contradicción grosera.
Cada Ronda repite en una escala superior el trabajo evolucionario de la Ronda precedente. Con la excepción de algunos antropoides superiores, de que hemos hablado, el influjo monádico o evolución interna ha concluido hasta el Manvantara siguiente. Nunca se repetirá demasiado que las Mónadas humanas en pleno desarrollo tienen que pasar a otras esferas de acción, antes que la nueva masa de candidatos aparezca en este Globo al principio del ciclo próximo. Así es que tiene lugar un período de calma; y por esto es por lo que, durante la Cuarta Ronda, aparece el hombre en la Tierra antes que ninguna creación animal, como se explicará.
Pero se insiste, a pesar de esto, en que el autor del Esoteric Buddhism ha «predicado darwinismo». Ciertos párrafos parecen indudablemente dar motivos para esta deducción; además de lo cual, los ocultistas mismos están dispuestos a conceder alguna exactitud a la hipótesis darwinista, en lo referente a detalles, a leves secundarias de evolución y después del punto medio de la Cuarta Raza. En cuanto a lo que ha tenido lugar, la ciencia física no puede en realidad saber nada, puesto que semejantes materias permanecen por completo fuera de su esfera de investigación. Pero lo que los ocultistas no han admitido jamás, ni admitirán nunca, es que el hombre haya sido un mono en esta o en cualquier otra Ronda, o que pueda jamás convertirse en tal, por mucho que haya sido su «parecido con el mono». Esto se halla confirmado por la misma autoridad de quien obtuvo sus noticias el autor del Esoteric Buddhism.
Así para todos aquellos que ponen ante los ocultistas estas líneas del volumen citado:
Ello es lo suficiente para demostrar que podemos racionalmente —y que debemos, si queremos hablar de estas materias, después de todo— concebir un impulso de vida dando origen a la forma mineral, como perteneciendo a la misma especie de impulso, cuya función es elevar una raza de monos a una raza de hombres rudimentarios.
A aquellos que citan este párrafo, como demostrando «decidido darwinismo», contestan los ocultistas indicándoles la explicación del Maestro de Mr. Sinnett, que hubiera contradicho estas líneas, a estar escritas en el espíritu que se les atribuye. A la autora fue enviada una copia de esta carta, juntamente con otras, hace dos años (1886), con observaciones adicionadas al margen, para ser citadas en la Doctrina Secreta.
Empieza por considerar la dificultad experimentada por el estudiante occidental, para reconciliar algunos hechos dados previamente a conocer con la evolución del hombre desde el animal, o sea desde los reinos mineral, vegetal y animal; y advierte al estudiante que se guíe siempre por la doctrina de las analogías y de las correspondencias. Después dice algo referente al misterio de los Devas y aun de los Dioses, que tienen que pasar por estados que se ha convenido en llamar de «inmetalización, inherbación, inzoonización, y finalmente, de encarnación»; y explica esto indicando la necesidad de que tengan lugar fracasos aun entre las razas etéreas de Dhyân Chohans. Con referencia a esto dice:
«Estos “fracasos” están demasiado desarrollados y espiritualizados para que puedan ser forzosamente lanzados atrás desde el estado Dhyân Chohánico, al torbellino de una nueva evolución primordial a través de los reinos inferiores…».
Después de lo cual, tan solo se hace una leve alusión acerca del misterio contenido en la alegoría de los Asuras caídos, la cual será ampliada y explicada en los volúmenes III y IV. Cuando el Karma les ha alcanzado en el plano de la evolución humana:
«Tendrán que beber hasta la última gota de la amarga copa de retribución. Entonces se convierten en una Fuerza activa y se mezclan con los Elementales, las entidades desarrolladas del reino animal puro, para desenvolver poco a poco el tipo perfecto de la humanidad».
Estos Dhyân Chohans, como vemos, no pasan a través de los tres reinos como los Pitris inferiores, ni se encarnan en el hombre hasta la Tercera Raza-Raíz. Véase lo que dicen las enseñanzas:
«Ronda I. El Hombre en la Primera Ronda y en la Primera Raza en el Globo D, nuestra Tierra, era un ser etéreo (un Dhyâni Lunar, como hombre), no inteligente, sino superespiritual, y correspondiendo en la ley de analogía a la Primera Raza de la Cuarta Ronda. En cada una de las razas y subrazas subsiguientes… se desarrolla más y más como ser revestido o encarnado, pero todavía preponderantemente etéreo… Carece de sexo, y como los animales y vegetales, desarrolla cuerpos monstruosos correspondientes a lo grosero de todo cuanto le rodea».
«Ronda II. Es todavía el hombre gigantesco y etéreo, pero su cuerpo aumenta en firmeza y se condensa más; es un hombre más físico, pero, sin embargo, todavía menos inteligente que espiritual*, porque la evolución de la mente es más lenta y más difícil que la de la estructura física…».
«Ronda III. Posee ahora un cuerpo perfectamente concreto o compacto; al principio la forma de un mono gigantesco, más inteligente, o más bien más astuto, que espiritual. Pues, en el arco descendente, ha llegado ahora a un punto en el cual su espiritualidad primordial es eclipsada y oscurecida por la mentalidad naciente**. En la última mitad de la Tercera Ronda, su estatura gigantesca decrece, su cuerpo mejora en contextura y se convierte en un ser más racional, si bien es todavía más un mono que un Deva… [Todo esto se repite casi exactamente en la tercera Raza-Raíz de la Cuarta Ronda]».
«Ronda IV. El intelecto tiene en esta Ronda un enorme desarrollo. Las razas [hasta entonces] mudas, adquieren nuestro [actual] lenguaje humano en este Globo, en el cual, desde la Cuarta Raza, el lenguaje se perfecciona y el saber aumenta. En este punto medio de la Cuarta Ronda [como de la Cuarta Raza-Raíz o Atlante], pasa la humanidad por el punto axial del ciclo manvantárico menor… rebasando el mundo con los resultados debidos a la actividad intelectual y a la disminución de la espiritualidad…»
Esto es de la carta auténtica; lo que sigue son observaciones posteriores y explicaciones adicionales trazadas por la misma mano en forma de notas:
«*…La carta original contenía enseñanzas generales —una exposición a vista de pájaro— y no particularizaba nada… El hablar del hombre físico, limitando la afirmación a las primeras Rondas, equivaldría a retroceder a los milagrosos e instantáneos “trajes de piel”».
… Lo que se pretendía significar era: la primera «Naturaleza», el primer «cuerpo», la primera «mente» en el primer plano de percepción, en el primer Globo, en la primera Ronda. Porque Karma y la evolución han:
«… concentrando en nuestra constitución tan extraños extremos de Naturaleza diferentes[398] maravillosamente mezclados…».
«** Interpretad: ha alcanzado ahora el punto [por analogía, y como en la Tercera Raza-Raíz, en la Cuarta Ronda] en que su [del hombre-ángel] espiritualidad primordial es eclipsada y oscurecida por la naciente mentalidad humana, y tendrá usted la verdadera versión».
Éstas son las palabras del Maestro; texto, palabras y sentencias entre paréntesis y notas aclaratorias. Es de razón que debe de existir una enorme diferencia entre términos tales como «objetividad» y «subjetividad», «materialidad» y «espiritualidad», cuando los mismos términos son aplicados a planos diferentes de existencia y de percepción. Todo esto debe ser tomado en su sentido relativo; y por lo tanto, no hay que maravillarse de que un autor abandonado a sus propias especulaciones, por grande que haya sido su aplicación al estudio, pero todavía sin la menor experiencia respecto de estas enseñanzas abstrusas, haya caído en un error. Ni tampoco en las cartas recibidas se hallaba suficientemente determinada la diferencia entre «Rondas» y «Razas» puesto que no se había establecido nada sobre el particular anteriormente, y cualquier discípulo oriental habría visto la diferencia en un momento. Además, dice una carta del Maestro:
«Las enseñanzas fueron comunicadas bajo protesta… Eran, por decirlo así, géneros de contrabando… y cuando me quedé solo con uno de los corresponsales, el otro, Mr.… había confundido de tal modo todas las cartas que poco era lo que pudiera decirse, sin infringir la ley».
Los teósofos «a quienes esto pueda concernir» comprenderán a qué se refiere.
La consecuencia de todo esto, es que nada ha sido dicho jamás en las cartas que justifique la seguridad de que la doctrina oculta haya enseñado alguna vez, o creído algún Adepto, a menos que sea metafóricamente, en la teoría trastrocada moderna del descenso del hombre de un antecesor común con el mono —un antropoide de la actual especie animal. Hasta hoy día existen en el mundo muchos más hombres parecidos a monos, que en los bosques monos parecidos a hombres. El mono es sagrado en la India porque su origen es bien conocido por los Iniciados, aunque esté oculto bajo el denso velo de la alegoría. Hanumâna es el hijo de Pavana (Vâyu, «el Dios del viento»), por Anjanâ, mujer de un monstruo llamado Kesari, si bien su genealogía varía. El lector que tenga esto presente encontrará en los volúmenes III y IV, passim, la explicación completa de esta ingeniosa alegoría. Los «hombres» de la Tercera Raza (los que se separaron) eran «Dioses» por su espiritualidad y su pureza, si bien carecían de sentido, y como hombres, estaban aún desprovistos de razón.
Estos «hombres» de la Tercera Raza, los antepasados de los Atlantes, eran precisamente unos gigantes tan parecidos a monos y tan sin sentido intelectualmente, como aquellos seres que durante la Tercera Ronda representaron a la humanidad. Estos «hombres» de la Tercera Raza, moralmente irresponsables, fueron los que por conexión promiscua con especies animales inferiores a ellos, dieron origen a aquel eslabón perdido, que en épocas posteriores (en el período terciario tan solo) se convirtió en el antecesor remoto del verdadero mono, tal como lo encontramos ahora en la familia pitecoide. Si se encuentra que esto choca con la afirmación que presenta al animal después que al hombre, entonces se pide al lector reflexione que tan solo se hace referencia a los mamíferos placentarios. En aquellos días existían animales con los que ni siquiera hoy sueña la zoología; y los modos de reproducción no eran idénticos a las nociones que la fisiología moderna posee acerca del asunto. No es conveniente ocuparse de semejantes cuestiones en público, pero no existe contradicción ni imposibilidad ninguna en esto, sea cual fuere.
Así es que las primeras enseñanzas, por poco satisfactorias, vagas y fragmentarias que hayan sido, no exponen la evolución del «hombre» desde el «mono», ni el autor del Esoteric Buddhism lo asegura con semejantes palabras en ninguna parte de su obra; pero, debido a su inclinación a la ciencia moderna, emplea un lenguaje que puede justificar quizás tal deducción. El hombre que precedió a la Cuarta Raza, la Atlante, por grande que haya sido su semejanza física con un «mono gigantesco» —remedo del hombre que no posee la vida humana—, era ya, sin embargo, un hombre que hablaba y que pensaba. La raza «Lemuro-Atlante» era altamente civilizada; y si se acepta la tradición, que como historia es superior a la ficción especulativa que hoy pasa como historia, aquella raza alcanzó un estado superior al nuestro, a pesar de todas nuestras ciencias y de la civilización degradada del día; de todos modos, así era el Lemuro-Atlante, a la conclusión de la Tercera Raza.
Y ahora podemos volver a las Estancias.