Estancia VII Los padres del hombre en la tierra
Estancia VII Los padres del hombre en la tierra
1. HE AQUÍ EL PRINCIPIO DE LA VIDA INFORME SENCIENTE, (a). PRIMERO, EL DIVION (b)[438], EL UNO, QUE PROCEDE DEL ESPÍRITU DE LA MADRE[439]; DESPUÉS, EL ESPIRITUAL[440]; (c)[441] LOS TRES EMANANDO DEL UNO (d), LOS CUATRO EMANANDO DEL UNO (e), Y LOS CINCO (f), DE LOS CUALES PROCEDEN LOS TRES, LOS CINCO Y LOS SIETE (g). ÉSTOS SON LOS TRIPLES Y LOS CUÁDRUPLES HACIA ABAJO; LOS HIJOS NACIDOS DE LA MENTE DEL PRIMER SEÑOR[442], LOS SIETE RESPLANDECIENTES[443]. ELLOS SON TÚ, YO, ÉL, ¡OH, LANÚ!, LOS QUE VELAN SOBRE TI Y TU MADRE, BHÛMI[444].
(a) La jerarquía de los Poderes Creadores está dividida esotéricamente en Siete (cuatro y tres), dentro de los Doce grandes órdenes, que recuerdan los doce signos del Zodiaco; estando los siete de la escala en manifestación, relacionados además con los Siete Planetas. Todos éstos se hallan subdivididos en grupos innumerables de Seres divinos espirituales, semiespirituales y etéreos.
Las principales Jerarquías entre éstas, se hallan ligeramente apuntadas en el Gran Cuaternario o los «cuatro cuerpos y las tres facultades», exotéricamente, de Brahmâ, y el Panchâsya, los cinco Brahmâs, o los cinco Dhyâni-Buddhas en el sistema buddhista.
El grupo más elevado hállase compuesto por aquellas a que se da el nombre de las Llamas Divinas, de las cuales se habla también como de los «Leones de Fuego» y de los «Leones de Vida», cuyo esoterismo hállase con seguridad oculto en el signo zodiacal de Leo. Son el nucléolo del Mundo superior Divino. Son los Soplos ígneos Informes, idénticos en un aspecto a la Tríada Sephirotal superior, que los kabalistas colocan en el Mundo Arquetipo.
La misma Jerarquía, con los mismos números, se encuentra en el sistema japonés, en los «Principios», tal como lo enseñan las sectas shinto y buddhista. En este sistema, la Antropogénesis precede a la Cosmogénesis; pues lo Divino se sumerge en lo humano, y crea —a mitad de camino en su descenso en la materia— el Universo visible. Los personajes legendarios, observa reverentemente Omoie, «tienen que ser comprendidos como la encarnación estereotipada de la doctrina superior [secreta], y de sus verdades sublimes». El exponer este antiguo sistema por completo, nos quitaría mucha parte del espacio de que disponemos; pero unas pocas palabras con referencia al mismo no estarán fuera de lugar. Lo siguiente es un breve compendio de esta Antropo-Cosmogénesis, y nos demuestra de qué modo tan fiel las naciones más apartadas repetían la misma enseñanza arcaica.
Cuando todo era aún Caos (Kon-ton), tres seres espirituales aparecieron en el plano de la creación futura:
- 1
- 2
- 3
Aquellos seres carecían de forma o de substancia —nuestra Tríada Arûpa—, pues ni la substancia celeste ni la terrestre se habían diferenciado todavía, «ni la esencia de las cosas había sido formada».
(b) En el Zohar —el cual, tal como se halla hoy día arreglado y reeditado por Moisés de León, en el siglo XIII, con el auxilio de cristianos gnósticos de Siria y de Caldea, y corregido y revisado después por muchas manos cristianas, es tan solo un poco menos exotérico que la Biblia misma—, este «Divino [Vehículo]» ya no se presenta como en el Libro de los Números caldeo. A la verdad, Ain Suph, la No-cosa Sin Límites Absoluta, usa también la forma del Uno, el «Hombre Celeste» manifestado (la Primera Causa), como su Carro (Mercabah en hebreo, Vâhana en sánscrito) o Vehículo, para descender y manifestarse en el mundo de los fenómenos. Pero los kabalistas ni dicen claro cómo puede lo Absoluto hacer uso de algo o ejercitar atributo alguno, desde el momento en que, como Absoluto, hállase desprovisto de atributos; ni explican lo que en realidad sea la Primera Causa (el Logos de Platón), la idea original y eterna, que se manifiesta por medio de Adam Kadmon, el Segundo Logos, por decirlo así. En el Libro de los Números se explica que Ain (En, o Aiôr) es lo único existente por sí mismo, mientras que su «Océano», el Bythos de los gnósticos, llamado Propatôr, es tan solo periódico. El último es Brahmâ, como diferenciado de Brahman o Parabrahman. Es el Abismo, el Origen de la Luz o Propatôr, que es el Logos Inmanifestado o la idea abstracta, y no Ain Suph, cuyo Rayo emplea Adam Kadmon («macho, y hembra») o el Logos Manifestado, el Universo objetivo, a manera de Carro con el cual ha de manifestarse. Pero en el Zohar leemos la siguiente incongruencia: «Senior occultatus est, et absconditus; Microprosopus manifestus est, et non manifestus»[445]. Esto es una falacia, desde el momento en que Microprosopus, o el Microcosmos, puede tan solo existir durante sus manifestaciones, y es destruido durante los Mahâpralayas. La Kabalah de Rosenroth no sirve de guía; antes bien, con mucha frecuencia es origen de confusión.
El Primer Orden es el Divino. Lo mismo que en el sistema japonés, en el egipcio y en cada una de las antiguas cosmogonías, en esta Llama divina, el «Uno», se encienden los Tres Grupos descendentes. Teniendo su existencia potencial en el Grupo superior, se convierten ahora en Entidades determinadas y separadas. Se les llama las Vírgenes de la Vida, la Gran Ilusión, etc., y colectivamente la estrella de seis puntas. Esta última, en casi todas las religiones, es el símbolo del Logos como emanación primera. Es el signo de Vishnu en la India, el Chakra, o Rueda; y el emblema del Tetragrammaton, «El de las Cuatro Letras, —en la Kabalah, o metafóricamente—, los Miembros del Microposopus» que son diez, y seis, respectivamente.
Los últimos kabalistas, y en especial los místicos cristianos, han destrozado de una manera lastimosa este magnífico símbolo. A la verdad, el Microprosopus —que es, filosóficamente hablando, completamente distinto del Logos inmanifestado y eterno «uno, con el Padre»—, después de siglos de esfuerzos incesantes, de sofismas y de paradojas, ha llegado finalmente a ser considerado como uno con Jehovah, el Dios uno viviente (!), al paso que Jehová no es, después de todo, más que Binah, un Sephira femenino. Nunca se repetirá bastante este hecho, para que el lector se fije bien en ello. Pues los «Diez Miembros» del Hombre Celestial son los diez Sephiroth; pero el primer Hombre Celestial es el Espíritu Inmanifestado del Universo, y jamás debió de ser degradado en el Microprosopus, la Faz o Aspecto Menor, el prototipo del hombre en el plano terrestre. El Microprosopus es, como se ha dicho, el Logos manifestado, y de éstos hay muchos. Acerca de esto nos ocuparemos después. La estrella de seis puntas se refiere a las seis Fuerzas o Poderes de la Naturaleza, a los seis planos, principios, etc., todos sintetizados por el séptimo o punto central en la Estrella. Todos éstos, incluyendo las Jerarquías superiores e inferiores, emanan de la Virgen de los Cielos o Celeste, la Gran Madre en todas las religiones, el Andrógino, el Sephira Adam Kadmon. Sephira es la Corona, Kether, en el principio abstracto únicamente, como una x matemática, la cantidad desconocida. En el plano de la Naturaleza diferenciada, ella es la imagen femenina de Adam Kadmon, el primer Andrógino. La Kabalah enseña que las palabras «Fiat Lux»[446] se referían a la formación y evolución de los Sephiroth, y no a la luz como oposición a las tinieblas. El rabino Simeón dice:
¡Oh, compañeros, compañeros! El hombre como emanación, era a la par hombre y mujer, Adam Kadmon verdaderamente, y éste es el sentido de las palabras «Hágase la Luz, y la Luz fue hecha». Y éste es el hombre doble[447].
En esta Unidad, la Luz Primordial es el principio séptimo o más elevado; Daiviprakriti, la Luz del Logos Inmanifestado. Pero en esta diferenciación se convierte en Fohat o los «Siete Hijos». La primera se halla simbolizada por el punto Central en el Triángulo Doble; el segundo, por el exágono mismo, o los «Seis Miembros» del Microprosopus; siendo el séptimo Malkuth, la «Desposada» de los kabalistas cristianos o nuestra Tierra. De aquí las expresiones:
El primero después del Uno, es el Fuego Divino; el segundo, el Fuego y el Éter; el tercero está compuesto de Fuego, Éter y Agua; el cuarto, de Fuego, Éter Agua y Aire. El Uno no se halla relacionado con los Globos poblados de hombres, sino con las Esferas internas invisibles. El Primogénito es la VIDA, el Corazón y el Pulso del Universo; el Segundo es su MENTE o Conciencia.
Estos elementos, Fuego, Agua, etc., no son nuestros elementos compuestos, y esta «Conciencia» no tiene relación con nuestra conciencia. La conciencia del «Uno manifestado», si no absoluta, es todavía incondicionada. Mahat, la Mente Universal, es la primera producción del Brahmâ Creador, y también de Pradhâna, la Materia no diferenciada.
(c) El Segundo Orden de Seres Celestiales, los del Fuego y el Éter, correspondientes al Espíritu y el Alma, o Âtmâ-Buddhi, cuyos nombres son legión, carecen todavía de forma, pero son más definidamente «substanciales». Constituyen la primera diferenciación en la Evolución Secundaria o «Creación», que es una palabra engañosa. Como el nombre lo indica, ellos son los prototipos de las Jîvas o Mónadas que se encarnan, y están constituidos por el Espíritu ígneo de la Vida. A través de éstos pasa, a manera de luz pura, el Rayo que ellos suministran con su vehículo futuro, el Alma Divina, Buddhi. Se hallan directamente relacionados con las Huestes del Mundo superior de nuestro sistema. De estas Unidades Dobles emanan las «Triples».
En la cosmogonía del Japón, cuando saliendo de la masa caótica aparece un núcleo a manera de huevo, que contiene el germen y la potencia de toda vida, tanto universal como terrestre, es lo Triple ahora citado lo que se diferencia. El principio (Yo) masculino etéreo asciende; y el principio femenino más grosero o más material (In) se precipita en el universo de substancia, cuando tiene lugar una separación entre lo celestial y lo terrestre. De éste, el femenino, la Madre, nace el primer ser objetivo y rudimentario. Es etéreo, sin forma ni sexo, y sin embargo, de éste y de la Madre nacen los Siete Espíritus Divinos, de quienes emanarán las siete «creaciones»; exactamente del mismo modo que en el Codex Nazarœus, de Karabtanos y de la Madre Spiritus, nacen los siete espíritus de «mala disposición» (materiales). Sería demasiado largo dar aquí los nombres japoneses; pero una vez traducidos figuran en este orden:
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
Fue la séptima «creación» como en los Purânas, en donde el hombre es la séptima creación de Brahmâ.
Estos Tsanagi-Tsanami descendieron al Universo por el Puente Celestial, la Vía Láctea; y percibiendo «Tsanagi a grande profundidad una masa caótica de nubes y agua, arrojó a los océanos su lanza cubierta de piedras preciosas, y la tierra seca apareció. Después separáronse los dos para explorar a Onokoro, el mundo-isla nuevamente creado». (Omoie).
Tales son las fábulas exotéricas japonesas; la corteza que oculta el núcleo de la misma verdad que la Doctrina Secreta.
(d) El Tercer Orden corresponde a Âtmâ-Buddhi-Manas: Espíritu, Alma e Inteligencia, y es llamado las «Tríadas».
(e) El Cuarto Orden lo forman Entidades substanciales. Éste es el grupo más elevado entre los Rûpas (Formas Atómicas). Es el plantel de las Almas humanas, conscientes y espirituales. Son llamados los «Jîvas Imperecederos», y constituyen, a través del orden inferior al suyo, el primer Grupo de la primera Hueste Septenaria —el gran misterio del Ser humano consciente e intelectual. Pues este último es el campo donde yace oculto, en su privación, el Germen que caerá en la generación. Este Germen se convertirá en la potencia espiritual, en la célula física que guía el desenvolvimiento del embrión, y que es la causa de la transmisión de las facultades hereditarias, y todas las cualidades inherentes en el hombre. La teoría darwinista, sin embargo, acerca de la transmisión de las facultades adquiridas, no es enseñada ni aceptada en Ocultismo. Para este último, la evolución procede en líneas por completo distintas; lo físico, según la enseñanza esotérica, se desenvuelve gradualmente de lo espiritual, mental y psíquico. Esta alma interna de la célula física —el «plasma espiritual» que domina al plasma germinal— es la llave que debe abrir un día las puertas de la terra incognita del biólogo, llamada ahora el obscuro misterio de la Embriología.
Es digno de observarse que mientras la química moderna rechaza como una superstición del Ocultismo y también de la Religión la teoría de los Seres substanciales e invisibles llamados Ángeles, Elementales, etc. (sin haberse fijado, por supuesto, en la filosofía de estas Entidades incorpóreas, o meditado acerca de las mismas), se haya visto obligada inconscientemente, gracias a la observación y a los descubrimientos, a adoptar y reconocer la misma razón de progresión y de orden en la evolución de los átomos químicos que el Ocultismo acepta, tanto para sus Dhyânis como para su Átomos —siendo la analogía su primera ley—. Como se ha visto antes, el mismo Grupo primero de los Ángeles Rûpa es cuaternario, añadiéndose un elemento a cada uno de ellos en el orden descendente. De igual modo son los átomos, adoptando la nomenclatura química monoatómicos, diatómicos, triatómicos, tetratómicos, etc., al progresar hacia abajo.
Téngase presente que el Fuego, el Agua y el Aire del Ocultismo, o los llamados «Elementos de la Creación primaria» no son los elementos compuestos que figuran en la tierra, sino Elementos noumenales homogéneos: los Espíritus de aquéllos. Siguen después los Grupos o Huestes Septenarias. Colocados en un diagrama, en líneas paralelas con los átomos, se verá que las naturalezas de estos Seres corresponden de una manera matemáticamente idéntica, en cuanto a analogía, en su escala de progresión hacia abajo, a los elementos compuestos. Esto se refiere tan solo, a diagramas hechos por ocultistas; pues si la escala de Seres Angélicos fuese colocada paralelamente con la escala de los átomos químicos de la Ciencia —desde el hipotético helio hasta el uranio— se las encontraría desde luego diferentes. Porque en el Plano Astral, los últimos tienen como correspondientes, solo los cuatro órdenes inferiores; siendo los tres principios más elevados en el átomo, o más bien la molécula o elemento químico, perceptibles únicamente al ojo del Dangma iniciado. Pero si la química desease encontrarse en el camino recto, tendría que corregir su arreglo tabular con arreglo al de los ocultistas, lo cual rehusaría hacer. En la Filosofía Esotérica, cada partícula física corresponde y depende de su nóumeno superior, el Ser a cuya esencia pertenece; y, arriba como abajo, lo Espiritual se desenvuelve de lo Divino, lo Psicomental de lo Espiritual —viciado en su plano inferior por lo astral—, desplegándose toda la Naturaleza animada y la (al parecer) inanimada en líneas paralelas, y diseñando sus atributos tanto de arriba como de abajo.
El número siete, aplicado al término Hueste Septenaria, arriba mencionado, no implica tan solo siete Entidades, sino siete Grupos o Huestes, como se ha explicado antes. El Grupo más elevado, los Asuras nacidos en el primer cuerpo de Brahmâ, que se convirtió en «Noche» son septenarios; esto es, están divididos, como los Pitris; en siete clases, tres de las cuales son Arûpa (sin cuerpo) y cuatro con cuerpo[448]. Son, de hecho más bien nuestros Pitris (Antepasados), que los Pitris que proyectaron el primer hombre físico.
(f) El Quinto Orden es muy misterioso, pues se halla relacionado con el Pentágono microcósmico, la estrella de cinco puntas, que representa al hombre. En la India y en Egipto, estos Dhyânis estaban relacionados con el Cocodrilo, y su mansión está en Capricornio. Pero estos términos son transmutables en la astrología inda; pues el décimo signo del Zodiaco, que es llamado Makara, se ha traducido libremente por «Cocodrilo». La palabra misma es interpretada de varias maneras en Ocultismo, como se hará ver más adelante. En Egipto, el difunto —cuyo símbolo es el pentágono o la estrella de cinco puntas que representan los miembros de un hombre— era presentado emblemáticamente transformado en un cocodrilo. Sebekh, o Sevekh (o «Séptimo»), como dice Mr. Gerald Massey, mostrando que es el tipo de la inteligencia, es en realidad, un dragón, no un cocodrilo. Es el «Dragón de la Sabiduría» o Manas, el Alma Humana, la Mente, el Principio Inteligente, llamado en nuestra filosofía esotérica el Quinto Principio.
Dice el difunto «Osirificado», en el Libro de los Muertos o Ritual, bajo el emblema de un Dios multiforme con cabeza de cocodrilo:
Yo soy el cocodrilo que preside en el temor. Yo soy el Dios-cocodrilo a la llegada de su Alma entre los hombres. Yo soy el Dios-cocodrilo traído para la destrucción.
Alusión a la destrucción de la pureza espiritual divina, cuando el hombre adquiere el conocimiento del bien y del mal; y también a los Dioses o ángeles el «caídos» de todas las teogonías.
Yo soy el pez del gran Horus [como Makara es el «Cocodrilo» el vehículo de Varuna]. Yo estoy sumergido en Sekhem[449].
Esta última sentencia corrobora y repite la doctrina del «Buddhismo Esotérico», puesto que alude directamente al Quinto Principio (Manas), o más bien a la porción más espiritual de su esencia, que se sumerge en Âtmâ-Buddhi, es absorbida y se identifica con él después de la muerte del hombre. Pues Sekhem es la residencia, o Loka, del dios Khem (Horus-Osiris, o Padre e Hijo); de aquí el Devachan de Âtmâ-Buddhi. En el Libro de los Muertos se ve al Difunto entrando en Sekhem con Horus-Thot, y «saliendo del mismo como espíritu puro». Así el difunto dice:
Yo veo las formas de [mí mismo, como varios] hombres transformándose eternamente… Yo conozco este [capítulo]. Aquel que lo conoce… asume toda clase de formas vivientes[450].
Y dirigiéndose con fórmula mágica a lo que en el esoterismo egipcio se conoce por el «corazón hereditario» o el principio que reencarna, el Yo permanente, dice el Difunto:
¡Oh, corazón mío, mi corazón hereditario, preciso para mis transformaciones… no te separes de mí ante el guardián de las balanzas! Tú eres mi personalidad dentro de mi pecho, compañero divino que velas sobre mis carnes [cuerpo][451].
En Sekhem es en donde reside oculta la «Faz Misteriosa», o sea el hombre real bajo la falsa personalidad, el triple cocodrilo de Egipto, el símbolo de la Trinidad superior o Tríada humana: Âtmâ Buddhi y Manas.
Una de las explicaciones del verdadero significado oculto de este emblema religioso egipcio, es fácil. El cocodrilo es el primero en esperar y recibir los fuegos ardientes del sol de la mañana y muy pronto llegó a personificar el calor solar. Al salir el sol, era como la llegada a la tierra y entre los hombres «del alma divina que anima a los Dioses». De ahí el extraño simbolismo. La momia se revestía con la cabeza de un cocodrilo, para mostrar que era un Alma que llegaba de la tierra.
En todos los antiguos papiros, se llama al cocodrilo Sebekh (Séptimo) el agua simboliza también, esotéricamente, el quinto principio; y como ya se ha dicho, Mr. Gerard Massey demuestra que el cocodrilo era la «Séptima Alma, la suprema de las siete, el Vidente invisible». Aun esotéricamente, Sekhem es la residencia del Dios Khem, y Khem es Horus vengando la muerte de su padre Osiris; por tanto, castigando los pecados del hombre cuando éste se convierte en un Alma desencarnada. Así el difunto «osirificado» se convierte en el Dios Khem, que «espiga el campo del Aanroo» o sea que recoge su premio o su castigo; pues aquel campo es la región celestial (Devachan) en donde al difunto se le da trigo, el alimento de la justicia divina. El Quinto Grupo de los Seres Celestiales se supone que contiene en sí mismo los dobles atributos de ambos aspectos del Universo, el espiritual y el físico; los dos polos, por decirlo así, de Mahat, la Inteligencia Universal, y la doble naturaleza del hombre, la espiritual y la física. De aquí que su número Cinco, duplicado y convertido en Diez, lo relaciona con Makara, el décimo signo del Zodiaco.
(g) Los órdenes Sexto y Séptimo participan de las cualidades inferiores del Cuaternario. Son Entidades conscientes y etéreas, tan invisibles como el Éter, que brotan a manera de los renuevos de un árbol, del primer Grupo central de los Cuatro, y a su vez hacen brotar de sí innumerables Grupos secundarios, de los cuales, los inferiores son los Espíritus de la Naturaleza o Elementales, de especies y variedades infinitas; desde los informes e insubstanciales —los Pensamientos ideales de sus creadores— hasta los atómicos, organismos invisibles para la percepción humana. Estos últimos son considerados como los «espíritus de átomos», pues constituyen el primer escalón (hacia atrás) desde el átomo físico (criaturas sencientes, si no inteligentes). Todos ellos se hallan sujetos al Karma, y tienen que agotarlo en cada ciclo. Pues, según la Doctrina enseña, no existen seres privilegiados en el Universo, sea en el nuestro o en otros sistemas, sea en los mundos externos o internos[452], tales como los Ángeles de la religión occidental y de la judaica. Un Dhyân Chohan tiene que llegar a serlo; no puede nacer o aparecer súbitamente en el plano de la vida como un Ángel en pleno desarrollo. La Jerarquía Celestial del Manvantara presente se encontrará transportada en el siguiente ciclo de vida a Mundos superiores más elevados, y hará lugar para una nueva Jerarquía compuesta de los elegidos de nuestra humanidad. La existencia es un ciclo interminable dentro de la Eternidad Absoluta, en que se mueven innumerables ciclos internos, finitos y condicionados. Dioses creados como tales, no demostrarían mérito personal alguno al ser Dioses. Una clase semejante de Seres (perfectos únicamente en virtud de la naturaleza especial e inmaculada inherente en ellos), a la faz de una humanidad que sufre y lucha, y aun de la creación inferior, sería el símbolo de una injusticia eterna de carácter por completo satánico, un crimen siempre presente. Es una anomalía y una imposibilidad en la Naturaleza. Por lo tanto, los «Cuatro» y los «Tres» tienen que encarnarse lo mismo que todos los demás seres. Este Sexto Grupo, por otra parte, permanece casi inseparable del hombre, que deriva de él todos sus principios, a excepción del más elevado y del inferior, o su espíritu y cuerpo, siendo los cinco principios humanos intermedios la esencia misma de estos Dhyânis. Paracelso los llama los Flagæ; los cristianos, los Ángeles Custodios; los ocultistas, los Antepasados, los Pitris. Ellos son los Dhyân Chohans Séxtuples, que poseen en la composición de sus cuerpos los seis Elementos espirituales; es decir, hombres de hecho menos el cuerpo físico.
Solamente el Rayo Divino, el Âtman, procede directamente del Uno. Cuando se pregunta: ¿cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible concebir que estos «Dioses» o Ángeles sean a un mismo tiempo sus propias emanaciones y sus mismas personalidades? ¿Es en el mismo sentido que en el mundo material, donde el hijo es (en cierto modo) su padre, puesto que es su sangre el hueso de sus huesos y la carne de su carne? A esto los Maestros contestan: así es, en verdad. Pero ha de haberse penetrado profundamente en el misterio del Ser, antes que pueda comprenderse por completo esta verdad.
2. EL RAYO ÚNICO MULTIPLICA LOS RAYOS MENORES, LA VIDA PRECEDE A LA FORMA, Y LA VIDA SOBREVIVE AL ÚLTIMO ÁTOMO[453]. A TRAVÉS DE LOS RAYOS INNUMERABLES EL RAYO DE VIDA, EL UNO, PARECIDO A UN HILO QUE ENSARTA MUCHAS CUENTAS[454].
Esta Sloka expresa el concepto —puramente vedantino, como ya se ha explicado en otra parte— de un Hilo de Vida, Sûtrâtmâ, prosiguiendo a través de generaciones sucesivas. ¿Cómo, pues, habrá de explicarse esto? Recurriendo a un símil, a una ilustración familiar, si bien necesariamente imperfecta, como tienen que serlo todas nuestras analogías. Antes de recurrir a ella, sin embargo, preguntaré si parece a cualquiera de nosotros antinatural, menos aun «sobrenatural», el crecimiento y desarrollo de un feto hasta ser un niño sano, pesando varias libras. ¿De qué se desenvuelve? ¡De la segmentación de un óvulo infinitamente pequeño y de un espermatozoo! ¡Y luego vemos que el niño se desarrolla hasta ser un hombre de gran estatura! Esto se refiere a la expansión atómica y física, desde lo microscópicamente pequeño hasta algo muy grande; de lo invisible a simple vista a lo visible y objetivo. La Ciencia tiene contestación para todo esto, y me atrevo a decir que sus teorías embriológicas, biológicas y fisiológicas son bastante correctas en lo que se refiere a lo que puede alcanzar la observación exacta de lo material. Sin embargo, las dos dificultades principales de la ciencia embriológica (a saber: cuáles son las fuerzas que obran en la formación del feto, y cuál es la causa de la «transmisión hereditaria» del parecido físico, moral o mental) no han sido resueltas nunca de un modo apropiado; ni lo serán hasta el día en que los sabios condesciendan a aceptar las teorías ocultas. Pero si este fenómeno físico no asombra a nadie, excepto en lo que confunden a los embriólogos, ¿por qué nuestro desarrollo intelectual e interno, la evolución de lo Humano-Espiritual a lo Divino-Espiritual, ha de considerarse o ha de parecer más imposible que el otro?
Mal aconsejados estarían los materialistas y evolucionistas de la escuela de Darwin si aceptasen las recientes teorías ideadas por el profesor Weissmann, el autor de Beiträge zur Descendenzlehre, respecto a uno de los dos misterios de la embriología, tal como antes se han especificado, que él cree haber resuelto; pues cuando tenga la solución completa, habrá entrado ya la Ciencia en los dominios de lo verdaderamente Oculto, y se habrá salido para siempre de la región del transformismo, tal como lo enseña Darwin. Las dos teorías son irreconciliables, desde el punto de vista del materialismo. Considerada desde el de los ocultistas, la nueva teoría, sin embargo, resuelve todos estos misterios. Los que no están enterados del descubrimiento del profesor Weissmann —en un tiempo darwinista ferviente— deben apresurarse a hacerlo. El filósofo-embriólogo alemán hace ver —pasando sobre los juicios de los griegos Hipócrates y Aristóteles, en línea recta hasta las enseñanzas de los antiguos arios— una célula infinitesimal, entre millones de otras, trabajando para la formación de un organismo; determinando sola y sin auxilio alguno, por medio de la segmentación y multiplicación constante, la imagen correcta del hombre o animal futuro, con sus características físicas, mentales y psíquicas. Esta célula es la que imprime en la faz y en la forma del nuevo individuo los rasgos de los padres o de algún antecesor distante; esta célula es también la que le transmite las idiosincrasias intelectuales y mentales de sus padres, y así sucesivamente. Este Plasma es la porción inmortal de nuestros cuerpos, desarrollándose por medio de un proceso de asimilaciones sucesivas. La teoría de Darwin, que considera a la célula embriológica como la esencia o el extracto de todas las demás células, se da de lado; es incapaz de explicar la transmisión hereditaria. Solo existen dos medios para explicar el misterio de la herencia: o bien la substancia de la célula germinal se halla dotada de la facultad de cruzar todo el ciclo de transformaciones que conducen a la construcción de un organismo separado, y después a la reproducción de células germinales idénticas, o bien estas células germinales no tienen en modo alguno su génesis en el cuerpo del individuo, sino que proceden directamente de la célula germinal hereditaria, transmitida de padre a hijo, a través de largas generaciones. Esta última hipótesis es la que Weissmann ha aceptado y desarrollado; y a esta célula es a la que atribuye la porción inmortal del hombre. Hasta aquí, bien: y cuando esta teoría casi correcta sea aceptada, ¿cómo explicarán los biólogos la aparición primera de esta célula eterna? A menos que el hombre «crezca» como el inmortal «Topsy», y no haya nacido, sino caído de las nubes, ¿cómo nació en él aquella célula embriológica?
Completad el Plasma Físico mencionado arriba, la «Célula Germinal» del hombre con todas sus potencialidades materiales, con el «Plasma Espiritual», por decirlo así, o el fluido que contiene los cinco principios inferiores del Dhyâni de Seis principios, y tenéis el secreto, si sois lo suficiente espirituales para comprenderlo.
Ahora expongamos el símil prometido.
Cuando la semilla del hombre animal es lanzada en el terreno abonado de la mujer animal, no puede germinar, a menos que haya sido fructificada por las cinco virtudes [el fluido o emanación de los principios] del Hombre Séxtuple Celestial. Ésta es la razón por que el Microcosmos es representado como un Pentágono dentro del Exágono en forma de estrella, el Macrocosmos[455].
Las funciones de Jîva en esta Tierra son de un carácter quíntuple. En el átomo mineral se halla relacionado con los principios inferiores de los Espíritus de la Tierra (los Séxtuples Dhyânis); en la partícula vegetal, con el segundo de los mismos, el Prana (Vida); en el animal, con los anteriores más el tercero y el cuarto; en el hombre, debe el germen recibir la fructificación de todos los cinco. De otra manera no nacerá superior a un animal[456].
Así es que tan solo en el hombre está Jîva completo. En cuanto a su séptimo principio, es tan solo uno de los Rayos del Sol Universal; pues cada criatura racional recibe únicamente el préstamo temporal de aquello que tiene que devolver a su origen. Respecto a su cuerpo físico, está formado por las Vidas terrestres más inferiores a través de la evolución física, química, y fisiológica; «los Bienaventurados nada tienen que ver con las depuraciones de la materia» —dice la Kabalah en el Libro de los Números caldeo.
Viene a ser lo siguiente: la Humanidad en su primera forma prototípica y de sombra, es la producción de los Elohim de Vida o Pitris; en su aspecto cualitativo y físico, es la producción directa de los «Antepasados», los Dhyâni más inferiores, o Espíritus de la Tierra; y en cuanto a su naturaleza moral, psíquica y espiritual, la debe a un grupo de Seres divinos, cuyo nombre y cualidades características se darán en los volúmenes III y IV. Colectivamente, son los hombres la obra manual de Huestes de espíritus varios; distributivamente son el tabernáculo de estas Huestes; y en ocasiones, e individualmente, los vehículos de alguno de ellos. En nuestra Quinta Raza presente, por completo materializada, el Espíritu terreno de la Cuarta es todavía fuerte en nosotros; pero estamos aproximándonos a los tiempos en que el péndulo de la evolución dirigirá decididamente su propensión hacia arriba, conduciendo a la humanidad al nivel espiritual de la primitiva Tercera Raza-Raíz. Durante su niñez hallábase la humanidad constituida por completo por aquella Hueste Angélica, los Espíritus que residían y que animaban a los monstruosos y gigantescos tabernáculos de barro de la Cuarta Raza, construidos y compuestos de millares incontables de Vidas, como lo son ahora nuestros cuerpos también. Esto será explicado después en el Comentario presente. La ciencia, percibiendo vagamente la verdad, puede encontrar bacterias y otros animales microscópicos en el cuerpo humano, y ver en ellos tan solo visitantes casuales y anormales, a quienes se atribuyen las enfermedades. El Ocultismo —que distingue una Vida en cada átomo y molécula, sea en el cuerpo humano o en el mineral, en el aire, en el fuego y en el agua— afirma que nuestro cuerpo entero se halla construido por tales Vidas; siendo, comparativamente en tamaño, la más diminuta bacteria visible al microscopio, como un elefante respecto al más pequeño infusorio.
Los «tabernáculos» antes mencionados han mejorado en contextura y en simetría de forma, creciendo y desarrollándose con el Globo que los lleva; pero el perfeccionamiento físico ha tenido lugar a expensas del Hombre Interno espiritual y de la Naturaleza. Los tres principios medios en la tierra y en el hombre se hicieron más materiales con cada Raza, retrocediendo el Alma para hacer lugar a la Inteligencia Física; y convirtiéndose la esencia de los Elementos, en los elementos materiales y compuestos que hoy conocemos.
El hombre no es, ni podría nunca ser, el producto completo del «Señor Dios»; pero es el hijo de los Elohim, tan arbitrariamente puestos en el género masculino y en el número singular. Los primeros Dhyânis, comisionados para «crear» el hombre a su imagen, podían únicamente proyectar sus sombras a manera de un modelo delicado, sobre el cual pudiesen trabajar los Espíritus naturales de la materia. Sin duda alguna, el hombre se halla formado físicamente por el polvo de la Tierra, pero sus creadores y formadores fueron muchos. Ni puede tampoco decirse que el «Señor Dios infundió en sus narices el Soplo de Vida», a menos de que Dios sea identificado con la «Vida Una», omnipresente, aunque invisible; y a menos que la misma operación sea atribuida a «Dios», con referencia a cada «Alma Viviente», la cual es el Alma Vital (Nephesh), y no el Espíritu Divino (Ruach) que solo al hombre asegura un grado divino de inmortalidad, que ningún animal como tal puede alcanzar en este ciclo de encarnación. Si el «Soplo de Vida» ha sido confundido con el «Espíritu» inmortal, se debe a lo inadecuado de las expresiones empleadas por los judíos y ahora por nuestros metafísicos occidentales, los cuales son incapaces de comprender y, por lo tanto, de aceptar más que un hombre trino y uno: Espíritu, Alma y Cuerpo. Esto se aplica también directamente a los teólogos protestantes, que al traducir cierto versículo del Cuarto Evangelio[457], han pervertido por completo su significado. Esta errónea traducción dice: «el viento sopla en donde se le oye», en lugar de «el espíritu va a donde quiere», como en el original y también en la traducción de la Iglesia griega oriental.
El ilustrado y filosófico autor de News Aspects of Life trata de sugerir a sus lectores que el Nephesh Chiah (Alma Viviente), según los hebreos:
Procedió o fue producido por la infusión del Espíritu o Aliento de Vida en el cuerpo en desarrollo del hombre, y tuvo que invalidar y substituir a aquel Espíritu en el Yo así constituido; de modo que el Espíritu entró, se perdió de vista y desapareció en el Alma Viviente.
El cuerpo humano, según aquel autor piensa, tiene que ser considerado como una matriz en la cual y de la cual, el Alma, que él parece colocar en lugar más elevado que el Espíritu, se desarrolla. Considerada funcionalmente, y desde el punto de vista de la actividad, es innegable que el Alma está más elevada, en este mundo de Mâyâ finito y condicionado. El Alma —dice él— «es últimamente producida del cuerpo animado del hombre». Así es que el autor identifica el «Espíritu» (Âtmâ) simplemente con el «Soplo de Vida». Los ocultistas orientales harán objeciones a esta afirmación, pues está fundada en el erróneo concepto de que Prâna y Âtmâ o Jîvâtmâ son una misma cosa. El autor apoya el argumento mostrando que entre los antiguos hebreos, griegos y aun latinos, Ruach, Pneuma y Spiritus significaban Viento —entre los judíos indudablemente, y muy probablemente entre los griegos y romanos; existiendo una relación sospechosa entre la palabra griega anemos (viento) y la latina animus (alma).
Esto es muy traído por los cabellos. Pero es difícil encontrar un campo de batalla a propósito para zanjar esta cuestión, desde el momento en que, según parece, el Dr. Pratt es un metafísico práctico, una especie de kabalista positivista, mientras que los metafísicos orientales, en especial los vedantinos, son todos idealistas. Los ocultistas son también de la escuela esotérica vedantina extrema; y aunque llaman a la Vida Una (Parabrahman), el Gran Hálito y el Torbellino, separan el séptimo principio por completo de la materia, y niegan que tenga relación o conexión alguna con ella.
Así es que en la filosofía de las relaciones entre lo psíquico, espiritual y mental, y las funciones físicas en el hombre, reina una confusión casi inextricable. Ni la antigua psicología aria ni la egipcia son en la actualidad comprendidas de un modo apropiado; ni pueden ser asimiladas, sin aceptar el septenario esotérico, o por lo menos, la quíntuple división vedantina de los principios humanos internos. Faltando esto, será siempre imposible comprender las relaciones metafísicas y las puramente psíquicas y aun fisiológicas entre los Dhyân Chohans o Ángeles en un plano, y la humanidad en el otro. Obras esotéricas orientales (arias) no han sido hasta la fecha publicadas; pero tenemos los papiros egipcios que hablan claramente de los siete principios o de las «Siete Almas del Hombre». El Libro de los Muertos da una lista completa de las «transformaciones» que cada Difunto sufre mientras va despojándose uno por uno de todos aquellos principios (materializados, para mayor claridad, en entidades o cuerpos etéreos). Debemos recordar además a todos los que pretenden probar que los antiguos egipcios no enseñaban la Reencarnación, que el «Alma» (el Ego o Yo) del Difunto, se dice que vive en la Eternidad; que es inmortal, «coetánea con la Barca Solar», o sea con el Ciclo de Necesidad, con la que desaparece. Esta «Alma» surge del Tiaou, el Reino de la Causa de la Vida, y se une con los vivientes en la Tierra durante el día, para volver al Tiaou cada noche. Esto expresa las existencias periódicas del Ego[458].
La sombra, la Forma astral, es aniquilada, «devorada por el Uræus»[459], los Manes serán aniquilados; los dos Gemelos (los principios Cuarto y Quinto) serán disipados; pero el Alma-Pájaro, «la Golondrina Divina y el Uræus de Llama» (manas y Âtmâ-Buddhi) vivirán en la eternidad, pues son los maridos de su madre.
Otra analogía significativa entre el esoterismo ario o brahmánico y el egipcio, es que el primero llama a los Pitris los «Antepasados Lunares» de los hombres, y los egipcios hacían del Dios-Luna, Taht-Esmun, el primer antecesor humano.
Este Dios Luna «expresaba los Siete poderes de la naturaleza, que eran anteriores a él y que se hallaban en él sintetizados como sus siete almas, de las cuales era él el expositor como el Octavo. [De aquí la octava esfera]. Los siete rayos del Heptakis o Iao… caldeo en las piedras gnósticas, indican el mismo septenario de almas… La primera forma del místico Siete, se la veía figurada en el cielo por las siete grandes estrellas de la Osa Mayor, la constelación asignada por los egipcios a la Madre del Tiempo, y de los siete “Poderes Elementales”»[460].
Como sabe muy bien todo indo, esta misma constelación representa en la India los Siete Rishis, y es llamada Riksha y Chitrashikandin.
Cada cosa produce únicamente su semejante. La Tierra da al Hombre su cuerpo, los Dioses (Dhyânis), sus cinco principios internos, la sombra psíquica, del cual con frecuencia aquellos Dioses son el principio animador. El Espíritu (Âtman) es uno e indistinto. No está en el Tiaou.
Pero ¿qué es el Tiaou? La alusión frecuente al mismo en el Libro de los Muertos contiene un misterio. Tiaou es el camino del Sol nocturno; el hemisferio inferior o la región infernal de los egipcios, colocada por ellos en el lado oculto de la Luna. En su Esoterismo, el ser humano salía de la Luna —un triple misterio astronómico, fisiológico y psíquico a un tiempo—, cruzaba el ciclo entero de la existencia, y volvía después al lugar de su nacimiento antes de salir de él otra vez. Por eso se presenta al Difunto llegando al Occidente, siendo juzgado ante Osiris, resucitando como el Dios Horus y describiendo círculos en torno de los cielos siderales, lo cual es una asimilación alegórica a Ra, el Sol; habiendo entonces cruzado el Nut, el Abismo Celestial, vuelve una vez más a Tiaou; a semejanza de Osiris, el cual, como el Dios de la vida y de la reproducción, reside en la Luna. Plutarco[461] presenta a los egipcios celebrando una fiesta llamada «El Ingreso de Osiris en la Luna». En el Ritual[462] es prometida la vida después de la muerte; y la renovación de la vida es colocada bajo el patrocinio de Osiris-Lunus, porque la Luna era el símbolo de las renovaciones de la vida o reencarnaciones, debido a su crecimiento, mengua, muerte y reaparición cada mes. En el Dankmoe[463] se dice: «¡Oh, Osiris-Lunus!, aquello te renueva tu renovación. —Y Sabekh dice a Seti[464]—: Tú te renuevas a ti mismo como el Dios Lunus cuando niño». Esto se halla todavía mejor explicado en un papiro del Louvre[465]. «Apareamientos y concepciones abundan cuando [Osiris-Lunus] es visto en los cielos en aquel día. —Osiris dice—: ¡Oh, rayo único y resplandeciente de la Luna! Yo salgo de las multitudes [de estrellas] que describen círculos… Ábreme el Tiaou, por Osiris N. Yo saldré de día y haré lo que tengo que hacer entre los vivientes»[466], o sea dar lugar a concepciones.
Osiris era «Dios manifestado en la generación» porque los antiguos conocían mucho mejor que los modernos las verdaderas influencias ocultas del cuerpo lunar sobre los misterios de la concepción. En los sistemas más antiguos nos encontramos siempre a la Luna con género masculino. Así, Soma, según los indos, es una especie de Don Juan sideral, un «Rey» y el padre, aunque ilegítimo, de Buddha —la Sabiduría. Esto se refiere al Conocimiento Oculto, la sabiduría adquirida gracias a un conocimiento completo de los misterios lunares, incluyendo los de la generación sexual. Posteriormente, cuando la Luna fue relacionada con Diosas femeninas, con Diana, Isis, Artemisa, Juno, etcétera, aquella conexión fue debida también a un conocimiento completo de la fisiología y de la naturaleza femenina, tanto física como psíquica.
Si en lugar de enseñar en las escuelas dominicales inútiles lecciones de la Biblia a las multitudes de harapientos y mendigos, se les enseñase astrología —por lo menos en lo referente a las propiedades ocultas de la Luna y a sus influencias con respecto a la generación—, entonces habría poca necesidad de temer el aumento de población, ni habría que recurrir a la cuestionable literatura de los Malthusianos para detenerlo. Porque la Luna y sus conjunciones es lo que regula las concepciones, y todo astrólogo en la India lo sabe. Durante las Razas anteriores, y por lo menos al principio de la presente, los que se permitían relaciones maritales durante ciertas fases lunares que las hacían estériles, eran considerados como hechiceros y pecadores. Pero ahora mismo, estos pecados de la antigüedad, que originaba el abuso del conocimiento oculto, serían preferibles a los crímenes de hoy día, que son perpetrados a causa de la completa ignorancia de tales influencias ocultas.
Pero en un principio, el Sol y la Luna eran las únicas deidades visibles, y por sus efectos, por decirlo así, tangibles, psíquicas y fisiológicas —el Padre y el Hijo—, al paso que el Espacio o el Aire en general, o aquella expansión de los Cielos llamada Nut por los egipcios, era el Espíritu oculto o Aliento de los dos. El Padre y el Hijo alternaban en sus funciones, y obraban juntos armónicamente en sus efectos sobre la naturaleza terrestre y la humanidad; de aquí que fueran considerados como uno, aunque siendo dos como Entidades personificadas. Los dos eran masculinos, y ambos poseían su función distinta, si bien colaboradora en la causal generación de la humanidad. Todo esto con referencia a los puntos de vista astronómico y cósmico considerados y expresados en lenguaje simbólico, el cual se ha convertido en teológico y dogmático en nuestras últimas razas. Pero tras de este velo de símbolos cósmicos y astrológicos, se hallaban los misterios ocultos de la antropografía y de la primitiva génesis del hombre. Y en cuanto a esto, ningún conocimiento de símbolos, ni siquiera el de la clave del lenguaje simbólico postdiluviano de los judíos, podrá servirnos de auxilio, si no es con nado en las escrituras nacionales para usos exotéricos; todo lo cual, por muy hábilmente velado que estuviera, era tan solo la mínima parte de la historia real y primitiva de cada pueblo, refiriéndose con frecuencia, además, como en las escrituras hebreas, meramente a la vida humana terrestre de aquella nación, y no a su vida divina. Aquel elemento psíquico y espiritual pertenecía al MISTERIO y a la INICIACIÓN. Existían cosas que jamás eran consignadas en papiros o pergaminos, sino grabadas en rocas y en criptas subterráneas, como en Asia Central.
Sin embargo, hubo un tiempo en que el mundo entero solo tenía «una lengua y un conocimiento» y entonces sabía más el hombre, en lo referente a su origen, que ahora; y sabía que el Sol y la Luna, por muy grande que sea el papel que representen en la constitución, crecimiento y desarrollo del cuerpo humano, no eran los agentes directos de su aparición en la Tierra; pues estos agentes, a la verdad, son los Poderes vivos e inteligentes que los ocultistas llaman Dhyân Chohans.
Respecto a esto, un admirador muy ilustrado del esoterismo judaico, nos dice que:
La Kabalah dice expresamente que Elohim es una «abstracción general»; lo que llamamos en matemáticas «un coeficiente constante» o «una función general» no particular, y que entra en toda construcción; esto es, por la razón general de 1 a 31 415 las cifras Elohísticas [y astro Dhyânicas].
A esto contesta el ocultismo oriental: Conforme; son una abstracción para nuestros sentidos físicos. Para nuestras percepciones espirituales, sin embargo, y para nuestro ojo espiritual interno, los Elohim o Dhânis no son más abstracción que para nosotros nuestra alma y nuestro espíritu. Desechad lo uno y tendréis que desechar lo otro, puesto que lo que constituye en nosotros la Entidad que sobrevive, es en particular la emanación directa de aquellas Entidades celestiales, y en parte también ellas mismas.
Una cosa es cierta; los judíos conocían perfectamente la hechicería y varias fuerzas maléficas; pero, a excepción de algunos de sus grandes profetas y videntes, como Daniel y Ezequiel —perteneciendo Enoch a una raza demasiado distante y no a ninguna nación, sino a todas, como un carácter genérico—, conocían muy poco el Ocultismo realmente divino, ni hubieran querido usarlo; siendo su carácter nacional contrario a todo cuanto no estuviera directamente relacionado con sus propios beneficios étnicos de tribu e individuales, como lo atestiguan sus propios profetas, y las maldiciones por ellos lanzadas sobre la «raza dura de cerviz». Pero aun la Kabalah muestra claramente la relación directa entre los Sephiroth, o Elohim, y los hombres.
Por lo tanto, cuando se nos demuestre que la identificación kabalística de Jehovah con Binah, un Sephira femenino, posee todavía en sí otra significación suboculta, entonces, y solo entonces, estarán dispuestos los ocultistas a entregar la palma de la perfección al kabalista. Mientras tanto, se sostiene que, como Jehovah es, en el sentido abstracto de «un Dios viviente» un número sencillo, una ficción metafísica, y únicamente una realidad cuando se le coloca en su lugar apropiado como emanación y como Sephira, tenernos el derecho de afirmar que el Zohar, según de ello es testigo en todo caso el Libro de los Números, expresaba en su origen, antes que los kabalistas cristianos lo hubiesen desfigurado, y expresa todavía, la misma doctrina que nosotros; o sea la de que el Hombre emana, no de un Hombre celeste, sino de un Grupo Septenario de Hombres Celestes o Ángeles, lo mismo que en Pymander, el Pensamiento Divino.
3. CUANDO EL UNO SE CONVIERTE EN DOS, APARECE EL TRIPLE (a), Y LOS TRES[467] SON UNO; Y ÉSTE ES NUESTRO HILO ¡OH, LANÚ!, EL CORAZÓN DEL HOMBRE-PLANTA, LLAMADO SAPTAPARNA (b).
(a) «Cuando el Uno se convierte en Dos, el Triple aparece»; o sea cuando el Uno Eterno lanza su reflejo en la región de la Manifestación, aquel reflejo, el Rayo, diferencia al Agua del Espacio, o según las palabras del Libro de los Muertos: «El Caos cesa gracias al fulgor del Rayo de Luz Primordial disipando la total oscuridad, con el auxilio del gran poder mágico de la Palabra del Sol [Central]». El Caos se convierte en andrógino; el Agua es incubada por la Luz, y el Ser Triple brota como su «Primogénito». «Ra [Osiris-Ptah] crea sus propios miembros [como Brahmâ], creando los Dioses destinados a personificar sus fases durante el Ciclo»[468]. El Ra egipcio, saliendo del Abismo, es el Alma Divina Universal en su aspecto manifestado, y lo mismo es Nârâyana, el Purusha «oculto en el Âkâsha, y presente en el Éter».
Ésta es la explicación metafísica, y se refiere al principio mismo de la Evolución, o como diríamos más bien, de la Teogonía. El significado de la Estancia, cuando se explica desde otro punto de vista, en su referencia al misterio del hombre y su origen, es todavía más difícil de comprender. Con objeto de formar un concepto claro de lo que significa el Uno convirtiéndose en Dos y transformándose después en el Triple, tiene el estudiante que enterarse primero perfectamente de lo que nosotros llamamos Rondas. Si se dirige al Esoteric Buddhism (primera tentativa para trazar un bosquejo aproximado de la Cosmogonía arcaica), verá que se entiende por Ronda la evolución en serie de la Naturaleza material naciente, de los siete Globos de nuestra Cadena[469] con sus reinos mineral, vegetal y animal, estando el hombre incluido en el último y a la cabeza del mismo, durante el período entero de un Ciclo de Vida, al que más tarde llamarían los brahmanes un «Día de Brahmâ». Es, en resumen, una revolución de la «Rueda» (nuestra Cadena Planetaria), la cual está compuesta de siete Globos o siete «Ruedas» separadas, esta vez en otro sentido. Cuando la evolución ha descendido en la materia desde el Globo A al Globo G o Z, esto es una Ronda. O la mitad de la Cuarta revolución, en la cual nuestra Ronda presente «la evolución ha alcanzado el colmo de su desenvolvimiento físico, ha coronado su obra con el hombre físico perfecto y, desde este punto, comienza su vuelta hacia el espíritu». Todo esto casi no necesita repetirse; pues se halla bien explicado en el Esoteric Buddhism. De lo que en él apenas se trataba, y lo poco que en él se dice ha conducido a muchos al error, es del origen del hombre, y respecto de este punto puede hacerse ahora un poco más de luz, lo suficiente para hacer más comprensible la Estancia; pues el asunto no será explicado de un modo completo más que en su lugar debido, en los volúmenes III y IV.
Ahora bien; cada Ronda en el arco descendente, es tan solo una repetición en forma más concreta de la precedente; así como cada Globo hasta nuestra Cuarta Esfera, la Tierra actual, es una copia más corpórea y densa de la Esfera menos material que la precede, en su orden sucesivo en los tres planos superiores[470]. En su camino hacia arriba por el arco ascendente, la Evolución espiritualiza y etereíza, por decirlo así, la naturaleza general de todo, llevándolo a un nivel con el plano en que se halla colocado en el arco opuesto el Globo gemelo; siendo el resultado que cuando se llega al séptimo Globo en cualquier Ronda, la naturaleza de todo lo que evoluciona, vuelve a la condición en que se hallaba en su punto de partida, con la adición, cada vez, de un grado nuevo y superior en los estados de conciencia. Así resulta claro que el llamado «origen del hombre» en esta nuestra Ronda presente, o Ciclo de Vida en este Planeta, debe ocupar el mismo lugar en el mismo orden —salvo detalles fundados en condiciones locales y de tiempo— que en la Ronda precedente. Además, debe explicarse y recordarse que, así como la obra de cada Ronda se dice que corresponde a un Grupo diferente de los llamados Creadores, o Arquitectos, lo mismo sucede con cada Globo, o sea que se halla bajo la vigilancia y dirección de Constructores y Vigilantes especiales: los diferentes Dhyân Chohans.
Creadores es una palabra incorrecta; pues ninguna religión, ni siquiera la secta de los Visishthadvaitîs en la India (que antropomorfiza a Parabrahman mismo), cree en la creación ex-nihilo, como los cristianos y judíos, sino en la evolución de materiales preexistentes.
El Grupo de la Jerarquía a cuyo cargo se halla la «creación» de los hombres es, pues, un Grupo especial; y desenvolvió el hombre-tipo en este Ciclo; precisamente como un Grupo todavía más elevado y espiritual, lo desenvolvió en la Tercera Ronda. Pero como es el sexto, en la escala descendente de Espiritualidad (siendo el último y séptimo el de los Espíritus terrestres [Elementales], que forman, construyen y condensan gradualmente su cuerpo físico), este Sexto Grupo no desenvuelve más que la forma-sombra del hombre futuro, una copia de sí mismo, sutil, transparente, apenas visible. A la Quinta Jerarquía (los seres misteriosos que presiden sobre la constelación de Capricornio, Makara o «el Cocodrilo», en la India y en Egipto) corresponde la obra de animar a la forma animal, vacía y etérea, y hacer de ella el Hombre Racional. Éste es uno de los asuntos de que muy poco puede decirse al público en general. Es un misterio verdaderamente; pero tan solo para quien se halla preparado a desechar la existencia de Seres Espirituales, conscientes e intelectuales en el Universo, limitando la Conciencia plena solo al hombre, y esto únicamente como una «función del cerebro». Muchas son aquellas de las Entidades Espirituales que se han encarnado corporalmente en el hombre, desde el principio de su aparición, y que, sin embargo, existen tan independientes como antes en lo infinito del Espacio.
Para decirlo con mayor claridad, una Entidad invisible semejante, puede estar corporalmente presente en la tierra sin abandonar, sin embargo, su estado y funciones en las regiones suprasensibles. Si esto necesita explicación, nada mejor podemos hacer que recordar al lector casos análogos en lo llamado «Espiritismo», si bien son muy raros, al menos en lo referente a la naturaleza de la Entidad que se encarna o toma posesión temporalmente de un médium. Pues los llamados «espíritus» que pueden en ocasiones apoderarse de los cuerpos de los médiums, no son las Mónadas o Principios Superiores de personalidades desencarnadas. Semejantes «espíritus» pueden ser tan solo Elementarios, o Nirmânakâyas. Precisamente, así como ciertas personas, sea en virtud de una organización peculiar, o gracias al poder del saber místico adquirido, pueden ser vistas en su «doble» en un sitio, mientras su cuerpo se halla a muchas millas de distancia; del mismo modo puede suceder un hecho análogo, tratándose de Seres superiores.
El hombre, filosóficamente considerado, es, en su forma exterior, sencillamente un animal, apenas más perfecto que su antecesor, parecido al pitecoide, de la Tercera Ronda. Es un Cuerpo vivo, no un Ser viviente, puesto que para darse cuenta de la existencia, el «Ego Sum» necesita conciencia de sí mismo; y un animal puede poseer tan solo conciencia directa, o instinto. Tan bien comprendido era esto por los antiguos, que hasta el kabalista ha considerado al alma y al cuerpo como dos vidas, independientes una de otra. En New Aspects of Life, el autor expone esta enseñanza kabalística:
Sostienen ellos que, funcionalmente, Espíritu y Materia, de correspondiente opacidad, tendieron a unirse; y que los Espíritus creados resultantes estaban constituidos, en el estado desencarnado, por una gama en que se hallaban reproducidas las diferentes opacidades y transparencias del Espíritu elemental o increado. Y que estos Espíritus, en estado desencarnado, atrajeron, se apropiaron, dirigieron y asimilaron el Espíritu elemental y la Materia elemental, cuya condición se hallaba en conformidad con la suya propia… Ellos enseñan, por tanto, que existía una gran diferencia en la condición de los Espíritus creados; y que en la íntima asociación entre el mundo del Espíritu y el mundo de la Materia, los Espíritus más opacos, en el estado desencarnado, eran arrastrados hacia las partes más densas del mundo material, y tendían por lo tanto, hacia el centro de la Tierra, en donde encontraban condiciones más apropiadas a su estado; al paso que los Espíritus más transparentes pasaban al aura que rodea al planeta, encontrando los más enrarecidos su residencia en el satélite de aquél[471].
Esto se refiere exclusivamente a nuestros Espíritus Elementales, y nada tiene que ver con las Fuerzas Inteligentes Planetarias, Siderales, Cósmicas o interetéricas, o «Ángeles» como les llama la Iglesia Romana. Los kabalistas judíos, en especial los ocultistas prácticos que se ocupan de magia ceremonial, tan solo han tenido en cuenta los Espíritus de los Planetas y los llamados «Elementales». Por lo tanto, lo expuesto abarca solo una parte de las enseñanzas esotéricas.
El Alma, cuyo vehículo corpóreo es la envoltura astral, etéreo-substancial, puede morir, y sin embargo, continuar el hombre viviendo en la tierra. Esto es, puede el alma libertarse del tabernáculo y abandonarlo por varias razones, tales como la locura, la depravación espiritual y física, etc. La posibilidad de que el Alma (es decir, el Ego Espiritual eterno) resida en los mundos invisibles, mientras su cuerpo vive en la Tierra, es una doctrina eminentemente oculta, en especial en la filosofía buddhista y china. Muchos son los hombres sin alma entre nosotros; pues este caso se sabe que tiene lugar entre los extremadamente materializados y perversos, así como entre personas «que adelantan en santidad y no vuelven más».
Por tanto, lo que los hombres vivientes (Iniciados) pueden hacer, más fácilmente lo pueden verificar los Dhyânis, quienes se hallan libres de todo cuerpo físico que les estorbe. Ésta era la creencia de los antediluvianos, y hoy gana rápidamente terreno también en la moderna sociedad inteligente, entre los «espiritistas», así como en las Iglesias griega y romana, las cuales enseñan la ubicuidad de sus Ángeles. Los zoroastrianos consideraban a sus Amshaspends como entidades dobles (Ferouers), aplicando este dualismo —en filosofía esotérica por lo menos— a todos los habitantes espirituales e invisibles de los mundos, innumerables en el espacio, visibles para nuestros ojos. En una nota de Damascio (siglo VI) acerca de los oráculos caldeos, tenemos una amplia evidencia de la universalidad de esta doctrina, pues dice: «En estos oráculos, los siete Cosmocratores del Mundo [“Las Columnas del Mundo”], mencionados igualmente por San Pablo, son dobles; una serie estaba designada para regir los mundos superiores, espirituales y siderales, y la otra para vigilar y guiar los mundos materiales». Tal es también la opinión de Jámblico, quien establece una distinción evidente entre los Arcángeles y los Archontes[472].
Lo que antecede puede aplicarse, por supuesto, a la distinción hecha entre los grados u órdenes de los Seres Espirituales, y en este sentido, la Iglesia Católica Romana trata de interpretar y de enseñar la diferencia; porque, al paso que los Arcángeles son, según sus enseñanzas, divinos y santos, sus «Dobles» son denunciados por ella como Demonios. Pero la palabra Ferouer no ha de comprenderse en este sentido, pues significa sencillamente el reverso o el lado opuesto de algún atributo o cualidad. Así es que, cuando el ocultista dice que el «Demonio es lo inverso de Dios» —el mal, el reverso de la medalla—, no pretende significar dos realidades separadas, sino los dos aspectos o facetas de la misma Unidad. Ahora bien: el mejor de los hombres vivientes, puesto al lado de un Arcángel (tal como los describe la Teología), aparecería como ente infernal. De aquí que haya cierta razón para rebajar a un «doble» inferior, que se halla mucho más profundamente sumido en la materia que su original. Pero, sin embargo, existe bien poco motivo para considerarles como demonios, y esto es precisamente lo que los católicos romanos hacen contra toda razón y lógica.
Esta identidad entre el Espíritu y su «Doble» material —en el hombre es el reverso— explica todavía mejor la confusión, a que ya se ha aludido en esta obra, en los nombres e individualidades, así como en los números, de los Rishis y los Prajâpatis, especialmente entre los del Período del Satya Yuga y el período Mahâbhâratiano. También arroja más luz sobre lo que enseña la Doctrina Secreta con respecto a los Manus-Raíz y los Manus-Semilla. Se nos enseña que no solamente estos Progenitores de nuestra humanidad poseen su prototipo en las Esferas Espirituales, sino también cada ser humano, cuyo prototipo es la esencia más elevada de su Séptimo Principio. Así los siete Manus se convierten en catorce, el «Manu-Raíz» siendo la Causa Primera y el Manu-Semilla su efecto; y desde el Satya Yuga (el primer período) hasta el Período Heroico, estos Manus o Rishis se convierten en veintiuno en número.
(b) La sentencia final de esta Sloka demuestra cuán antiguas son la creencia y la doctrina de que el hombre es séptuple en su constitución. El «Hilo» del Ser que anima al hombre y que pasa a través de todas sus personalidades o renacimientos en esta Tierra —alusión a Sûtrâtmâ—, el Hilo, además, en el cual todos sus «Espíritus» se hallan engarzados, ha sido hilado de la esencia del Triple, del Cuádruple y del Quíntuple, que contienen todo lo precedente. Panchâshikha, según el Padma Purâna[473] es uno de los siete Kumâras que van a Shveta-Dvipa a adorar a Vishnu. Veremos más adelante qué conexión existe entre los «célibes» y castos Hijos de Brahmâ, que se niegan a «multiplicar» y los mortales terrestres. Entretanto, es evidente que «el Hombre-Planta, Saptaparna», se refiere de este modo a los siete principios, y que el hombre es comparado a esta planta de siete hojas, tan sagrada para los buddhistas.
La alegoría egipcia en el Libro de los Muertos, que se refiere al «premio, del Alma», es tan significativa respecto de nuestra Doctrina Septenaria, como poética. Concédese al Difunto un lote de tierra en el campo de Aanroo, donde los Manes, las sombras divinizadas de los muertos, recogen, como cosecha de las acciones que han sembrado en vida, el trigo de siete codos de alto, que crece en un territorio dividido en catorce y siete porciones. Este trigo es el alimento con que vivirán y prosperarán, o que les matará en el Amenti, un reino del cual el campo de Aanroo, es solo un dominio. Porque, como se dice en el himno[474], el Difunto allí, o bien es destruido, o se convierte en un espíritu puro para la Eternidad, a consecuencia de las «siete veces setenta y siete vidas» pasadas o por pasar en la Tierra. La idea del trigo, cosechado como «fruto de nuestras acciones» es muy gráfica.
4. ÉL ES LA RAÍZ QUE JAMÁS PERECE; LA LLAMA DE TRES LENGUAS Y DE CUATRO PABILOS (a). LOS PABILOS SON LAS CHISPAS QUE PARTEN DE LA LLAMA DE TRES LENGUAS[475] PROYECTADA POR LOS SIETE —DE QUIENES ES LA LLAMA— RAYOS DE LUZ Y CHISPAS DE UNA LUNA QUE SE REFLEJA EN LAS MOVIENTES ONDAS DE TODOS LOS RÍOS DE LA TIERRA (b)[476].
(a) La «Llama de Tres lenguas que jamás muere» es la Tríada espiritual inmortal: el Âtmâ-Buddhi y Manas, o más bien el fruto del último asimilado por los dos primeros, después de cada vida terrestre. Los «Cuatro Pabilos» que salen y se extinguen, son el Cuaternario, los cuatro principios inferiores, incluyendo al cuerpo.
«Yo soy la Llama de Tres Pabilos y mis Pabilos son inmortales» dice el Difunto. «Yo entro en el dominio de Sekhem [el Dios cuya mano siembra la semilla de la acción producida por el alma desencarnada], y entro en la región de las Llamas que han destruido a sus adversarios [o sea que se han desembarazado de los Cuatro Pabilos creadores de pecado]»[477].
«La Llama Trilingüe de los Cuatro Pabilos» corresponde a las cuatro Unidades y los tres binarios del árbol sephirothal.
(b) Así como millares de destellos resplandecientes cabrillean en las aguas de un océano en cuya superficie resplandece una misma luna, del mismo modo nuestras efímeras personalidades —las envolturas ilusorias del inmortal Ego-Mónada— danzan y chispean en las ondas de Mâyâ. Aparecen y duran, a manera de los millares de centelleos producidos por los rayos de la luna, tan solo mientras la Reina de la Noche radia su resplandor sobre las «Aguas Corrientes» de la Vida, el período de un Manvantara; y después desaparecen, sobreviviendo solo los «Rayos» —símbolos de nuestros Egos eternos espirituales— que han vuelto a la Fuente-Madre y tornan a ser, como antes eran, unos con ella.
5. LA CHISPA PENDE DE LA LLAMA POR EL MÁS TENUE HILO DE FOHAT. ELLA VIAJA A TRAVÉS DE LOS SIETE MUNDOS DE MÂYÂ (a). SE DETIENE EN EL PRIMERO[478], Y ES UN METAL Y UNA PIEDRA; PASA AL SEGUNDO[479], Y HELA HECHA UNA PLANTA; LA PLANTA GIRA A TRAVÉS DE SIETE CAMBIOS, Y VIENE A SER UN ANIMAL SAGRADO (b)[480]. DE LOS ATRIBUTOS COMBINADOS DE TODOS ELLOS, SE FORMA MANU[481], EL PENSADOR. ¿QUIÉN LO FORMA? LAS SIETE VIDAS Y LA VIDA UNA (c). ¿QUIÉN LO COMPLETA? EL QUINTUPLE LHA. ¿Y QUIÉN PERFECCIONA EL ÚLTIMO CUERPO? PEZ, PECADO Y SOMA… (d)[482].
(a) La frase «a través de los siete Mundos de Mâyâ» se refiere aquí a los siete Globos de la Cadena planetaria y a las siete Rondas, o las cuarenta y nueve estaciones de existencia activa que se encuentran ante la «Chispa» o Mónada al principio de cada Gran Ciclo de Vida o Manvantara. El «Hilo de Fohat» es el Hilo de Vida de que se ha hecho mención anteriormente.
Esto se refiere al más grande de los problemas filosóficos; a la naturaleza física y sustancial de la Vida, cuya naturaleza independiente es negada por la ciencia moderna por ser incapaz de comprenderla. Los reencarnacionistas y los creyentes en el Karma son los únicos que perciben vagamente que todo el secreto de la vida yace en la serie ininterrumpida de sus manifestaciones, sea en el cuerpo físico o aparte de él. Porque aun si:
La vida, a manera de cúpula de cristales de múltiples colores,
colora la blanca radiación de la Eternidad.
Shelley —(Adonais).
Es, sin embargo, ella misma parte y partícula de aquella Eternidad; pues únicamente la Vida puede comprender a la Vida.
¿Qué es aquella «Chispa» que «pende de la Llama»? Es Jîva, la Mónada en conjunción con Manas, o Más bien su aroma, aquello que queda de cada Personalidad cuando es meritoria, y que pende de Âtmâ Buddhi, la Llama, por el Hilo de Vida. De cualquier manera que se interprete, y sea cual fuere el número de principios en que se divida al ser humano, fácilmente puede demostrarse que esta doctrina es sostenida por todas las antiguas religiones, desde la védica hasta la egipcia, desde la de Zoroastro hasta la judía. En el caso de esta última, las obras kabalísticas nos ofrecen pruebas abundantes de tal afirmación. Todo el sistema de los números kabalísticos está fundado en el Septenario divino, pendiente de la Tríada, formando así la Década, y sus permutaciones 7, 5, 4 y 3, que, finalmente, se sumen todos en el Uno mismo; un Círculo interminable y sin límites.
El Zohar dice:
La Deidad [la Presencia siempre invisible] se manifiesta por medio de los diez Sephiroths, que son testigos radiantes. Es la Deidad a manera del Mar, del cual rebosa una corriente llamada Sabiduría, cuyas aguas caen en un lago que se llama Inteligencia. De este recipiente salen, a manera de siete canales los Siete Sephiroths… Porque diez es igual a siete; la Década contiene cuatro Unidades y tres Binarios.
Los Diez Sephiroths corresponden a los miembros del Hombre.
Cuando yo [los Elohim] formé a Adam Kadmon, el Espíritu del Eterno salió lanzado de su Cuerpo, a manera de relámpago, y, radió a un mismo tiempo sobre las ondulaciones de los Siete millones de cielos, y mis diez Esplendores fueron sus Miembros.
Pero ni la Cabeza ni los Hombros de Adam Kadmon pueden ser vistos; por lo tanto, leemos en el Siphra Dzenioutha, el «Libro del Misterio Oculto»:
En el principio del Tiempo, después que los Elohim [los «Hijos de Luz y de Vida», o los Constructores], hubieron formado de la Esencia eterna los Cielos y la Tierra, formaron los mundos de seis en seis.
Siendo el séptimo Malkuth, el cual es nuestra Tierra[483] en su plano, el más inferior de todos los estados de existencia consciente, El Libro de los Números caldeo contiene una explicación muy detallada de todo esto.
La primera tríada del Cuerpo de Adam Kadmon [los tres Planos superiores de los Siete][484] no puede ser vista antes que el alma se encuentre en la presencia del Anciano de los Días.
Los Sephiroths de esta Tríada superior son: lº «Kether (la Corona), representada por la frente del Macroprosopus; 2.º Chokmah (la Sabiduría, Principio masculino), representado por su hombro derecho; y 3.º, Binah (la Inteligencia, Principio femenino), por el hombro izquierdo». Vienen luego los siete Miembros, o Sephiroths, en los planos de la manifestación, estando representada la totalidad de estos cuatro planos por Microprosopus, la Faz Menor o Tetragrammaton, el Misterio de «cuatro letras». «Los siete Miembros manifestados y los tres ocultos constituyen el Cuerpo de la Deidad».
Así nuestra Tierra, Malkuth, es a la par el Mundo séptimo y el cuarto. Es lo primero cuando se cuenta desde el primer Globo de arriba, y lo segundo si se cuenta por los planos. Es generado por el sexto Globo o Sephira, llamado Yezud, «Fundación» o como se dice en el Libro de los Números, «por medio de Yezud, Él (Adam Kadmon) fecunda a la Heva primitiva [Eva o nuestra Tierra]». Expresada en lenguaje místico, es ésta la explicación de por qué Malkuth, llamado la Madre Inferior, Matrona, Reina, y el Reino de la Fundación, es presentado como la desposada del Tetragrammaton o Microprosopus (el Segundo Logos), el Hombre Celestial. Cuando se libre de toda impureza, se unirá con el Logos Espiritual, o sea en la Séptima Raza de la Séptima Ronda, después de la regeneración, el día del «Sábado». Pues el «Día Séptimo» posee además una significación oculta en que no sueñan nuestros teólogos.
Cuando Matronitha, la Madre, es separada y traída cara a cara con el Rey en la excelencia del Sábado, todas las cosas se convierten en un cuerpo[485].
Convertirse en un cuerpo, significa que todo es reabsorbido una vez más en el Elemento Uno, convirtiéndose los espíritus de los hombres en Nirvânîs, y volviendo otra vez los elementos de todas las cosas a lo que eran antes: al Protilo o Sustancia no diferenciada. «Sábado» significa Reposo, o Nirvâna. No es el «séptimo día» después de seis días, sino un período cuya duración iguala al de los siete «días» o a cualquier período constituido de siete porciones. Así, un Pralaya es de duración igual a un Manvantara, o bien una Noche de Brahmâ es igual a su Día. Si los cristianos quieren seguir las costumbres judías, deben adoptar el espíritu y no la letra muerta de las mismas. Deberían trabajar durante una semana de siete días, y descansar siete días. Que la palabra «Sábado» ha poseído una significación mística, lo demuestra el desprecio de Jesús hacia el día del Sábado, y por lo que se dice en Lucas[486], el Sábado se entiende allí por la semana entera. Véase el texto griego en que a la semana se la llama «Sábado. —Literalmente—: Yo ayuno dos veces en el Sábado». Pablo, un Iniciado, lo sabía bien cuando se refería como al Sábado, al reposo y felicidad eterna en los ciclos[487]: «y su felicidad será eterna, pues ellos serán siempre [uno] con el Señor, y gozarán un Sábado eterno»[488].
La diferencia entre la Kabalah y la Vidyâ Esotérica arcaica —tomando la Kabalah tal como se halla contenida en el Libro de los Números caldeo, y no falsificada según está en su copia desfigurada, la Kabalah de los místicos cristianos— es muy pequeña a la verdad, estando limitada a divergencias de forma y de expresión poco importantes. Así el Ocultismo oriental se refiere a nuestra Tierra como al Cuarto Mundo, el inferior de los de la Cadena, encima del cual se lanzan hacia arriba en ambas curvas los seis Globos, tres en cada lado. El Zohar, por otra parte, llama a la Tierra el inferior o el séptimo; añadiendo que de los seis dependen todas las cosas que se hallan en él (el Microprosopus). La «Faz Menor [menor por ser manifestada y finita], está formada de seis Sephiroths» —dice la misma obra—. «Siete Reyes vienen y mueren en el Mundo tres veces destruido [Malkuth, nuestra Tierra, destruida después de cada una de las Tres Rondas por las que ha pasado]; y su reino [el de los Siete Reyes] será quebrantado»[489]. Esto se refiere a las Siete Razas, cinco de las cuales han aparecido ya, y dos más que tienen todavía que aparecer en esta Ronda.
Las narraciones alegóricas Shinto, acerca de la cosmogonía y el origen del hombre, en el Japón, aluden a la misma creencia.
El capitán C. Pfoundes, que estudió cerca de nueve años, en los monasterios del Japón, la religión que existe bajo las distintas sectas del país, dice:
La idea Shinto de creación, es como sigue: Saliendo del Caos (Kon-ton) la Tierra (In) era el sedimento precipitado, y los Cielos (Yo), las esencias etéreas que han ascendido: el Hombre (Jim) apareció entre los dos. El primer hombre fue llamado Kuni —to tatchino-mikoto, y se le dieron otros cinco nombres, y entonces la raza humana apareció, varón y hembra. Isanagi e Isanami engendraron a Tenshoko doijin, el primero de los cinco Dioses de la Tierra.
Estos «Dioses» son sencillamente nuestras Cinco Razas, siendo Isanagi e Isanami las dos clases de «Antecesores», las dos Razas precedentes que dieron nacimiento al hombre animal y al racional.
En los volúmenes III y IV se demostrará que el número siete, lo mismo que la doctrina de la constitución septenaria del hombre, ha sido preeminente en todos los sistemas secretos, y desempeña un papel tan importante en la Kabalah occidental, como en el Ocultismo oriental. Eliphas Lévi llama al número siete «la clave de la creación mosaica y de los símbolos de toda religión». Presenta a la Kabalah siguiendo fielmente la misma división septenaria del hombre; pues el diagrama que él da en su Clef des Grands Mystères[490] es septenario. Puede verse esto con solo una ojeada, por muy hábilmente que se halle velada la idea exacta. Es preciso también mirar el diagrama, «la formación del Alma». En la Kabbalah Unveiled de Mathers[491], de la mencionada obra de Lévi, para encontrar lo mismo, si bien con interpretación diferente.
He aquí cómo aparece con los nombres kabalísticos y con los ocultos:
DIAGRAMA IV
LA TRIADA SUPERIOR
Lo Inmortal[492]
EL CUATERNARIO
INFERIOR
Lo Transitorio y Moral
Lévi llama Nephesh a lo que nosotros llamamos Manas, y viceversa. Nephesh es el Soplo de Vida (animal) en el hombre, el Soplo de Vida instintivo en el animal; y Manas es la Tercer Alma —humana en su aspecto luminoso, y animal en su relación con Samaël o Kâma—. Nephesh es, en realidad, el «Soplo, de Vida» (animal) insuflado en Adán, el Hombre de Barro; por consiguiente, es la Chispa Vital, el Elemento animador. Sin Manas, el «Alma Razonadora» o Mente —la cual, en el diagrama de Lévi, es llamada erróneamente Nephesh—, Âtmâ-Buddhi es irracional en este plano, y no puede actuar. Buddhi es el Mediador Plástico; y no Manas, el medio inteligente entre la Tríada Superior y el Cuaternario Inferior. Pero muchas son las transformaciones extrañas y curiosas que se encuentran en las obras kabalísticas; prueba convincente de que esta literatura se ha convertido en un deplorable embrollo. Nosotros no aceptamos la clasificación, sino solo en su relación, para mostrar los puntos de acuerdo.
Vamos ahora a exponer en forma tabular lo que el muy cauto Eliphas Lévi dice en explicación de su Diagrama, y lo que la Doctrina Esotérica enseña; comparando ambas cosas. Lévi hace también una distinción entre la Pneumática oculta y la kabalística.
Dice Eliphas Lévi, el kabalista:
PNEUMÁTICA KABALÍSTICA
Dicen los teósofos:
PNEUMÁTICA ESOTÉRICA
1. El Alma (o Ego) es una luz velada, y esta luz es triple
1. Lo mismo: porque es Âtmâ-Buddhi-Manas
2. Neshamah. —El Espíritu puro.
2. Lo mismo[493].
3. Ruach. —El Alma o Espíritu.
3. El Alma Espiritual
4. Nephesh. —El Mediador Plástico[494].
4. El Mediador entre el Espíritu y el Hombre, el Asiento de la Razón, la Mente, en el hombre.
5. La vestidura del Alma es la corteza [cuerpo] de la Imagen [Alma Astral].
5. Exacto.
6. La imagen es doble, porque refleja el bien y el mal.
6. Esto es inútilmente demasiado apocalíptico. ¿Por qué no decir que lo astral refleja lo mismo al hombre bueno que al malo; al hombre que o bien siempre tiende hacia la Tríada superior, o si no, desaparece con el Cuaternario?
7. [Imagen; Cuerpo].
7. La Imagen Terrestre.
PNEUMÁTICA OCULTA (Según Eliphas Lévi)
PNEUMÁTICA OCULTA (Según los ocultistas)
1. Nephesh es inmortal, pues renueva su vida por la destrucción de las formas. [Pero Nephesh, el «Soplo de Vida», es un nombre erróneo y una confusión inútil para el estudiante].
1. Manas es inmortal, porque después de cada nueva encarnación, añade a Âtmâ-Buddhi algo de sí mismo; y así, asimilándose a la Mónada, participa de su inmortalidad.
2. Ruach progresa por la evolución de las ideas (!?).
2. Buddhi se convierte en consciente, por lo que se asimila de Manas, a la muerte del hombre, después de cada nueva encarnación.
3. Neshamah es progresivo, sin olvido ni destrucción.
3. Âtmâ ni progresa, ni olvida, ni recuerda. No pertenece a este plano: es tan solo el Rayo de Luz eterna que brilla y atraviesa las tinieblas de la materia, cuando esta última se inclina a ello.
4. El Alma posee tres mansiones.
4. El Alma —colectivamente como Tríada Superior— vive en tres planos, además del cuarto, la esfera terrestre; y existe eternamente en el más elevado de los tres.
5. Estas mansiones son: el Plano de los Mortales, el Edén Superior y el Edén Inferior.
5. Estas mansiones son: la Tierra para el hombre físico, o Alma animal; Kâma-Loka (Hades, el Limbo) para el hombre desencarnado, o su envoltura; el Devachán, para la Tríada Superior.
6. La Imagen [el hombre] es una esfinge que presenta el enigma del nacimiento.
6. Exacto.
7. La Imagen fatal [la Astral] dota a Nephesh con sus aptitudes; pero Ruach es capaz de sustituirla con la Imagen conquistada con arreglo a las inspiraciones de Neshamah.
7. El Astral, por medio de Kâma (el Deseo), arrastra de continuo a Manas a la esfera de las pasiones y deseos materiales. Pero si el Hombre mejor, o Manas, procura escapar a la atracción fatal, y dirige sus aspiraciones a Âtmâ (Neshamah), entonces Buddhi (Ruach) vence, y se lleva consigo a Manas al —reino del eterno Espíritu.
Es evidente que el kabalista francés, o bien no conocía lo bastante la verdadera doctrina, o la desnaturalizó por razones particulares y para el objeto que se proponía. Así que, ocupándose del mismo asunto, dice lo que sigue; a lo que nosotros ocultistas contestamos al difunto kabalista y a sus admiradores lo que en contraposición exponemos.
1. El cuerpo es el molde de Nephesh; Nephesh, el molde de Ruach; Ruach, el molde de las «vestiduras» de Neshamah.
1. El cuerpo sigue los impulsos, buenos o malos, de Manas; Manas trata de seguir la Luz de Buddhi, pero con frecuencia fracasa. Buddhi es el molde de las vestiduras de Âtmâ pues Âtmâ no es cuerpo alguno, ni forma, ni cosa, y Buddhi es tan solo su vehículo en sentido figurado.
2. La Luz [el Alma] se personifica revistiéndose [con un cuerpo]; y la personalidad posee duración únicamente cuando la vestidura es perfecta.
2. La Mónada se convierte en un Ego personal cuando se encarna; y algo queda de aquella personalidad por medio de Manas, cuando este último es lo suficientemente perfecto para asimilar Buddhi.
3. Los Ángeles aspiran a convertirse en hombres; un Hombre perfecto, un Hombre Dios, se halla por encima de todos los Ángeles.
3. Exacto.
4. Cada 14 000 años el alma se rejuvenece, y reposa en el sueño o jubileo del olvido.
4. En un gran período o Día de Brahmâ reinan 14 Manus; después de lo cual viene el Pralaya cuando todas las Almas (Egos) reposan en Nirvâna.
Tales son las copias desnaturalizadas de la Doctrina Esotérica en la Kabalah. Pero volvamos ahora a la Sloka 5 de la Estancia VII.
(b) El bien conocido aforismo kabalístico dice: «Una piedra se convierte en una planta; una planta en un animal; el animal en un hombre; el hombre en un espíritu, y el espíritu en un dios». La «Chispa» anima a todos los reinos por turno, antes de penetrar y animar al hombre divino, entre quien y su predecesor, el hombre animal, existe una diferencia radical. El Génesis comienza su antropología por el extremo erróneo —evidentemente para velar la verdad— y no conduce a ninguna parte. Los capítulos primeros del Génesis jamás han pretendido representar ni la más remota alegoría de la creación de nuestra Tierra. Marcan un concepto metafísico de algún período indefinido en la eternidad, cuando la ley de evolución lleva a efecto intentos sucesivos para la formación de universos. La idea se halla claramente expresada en el Zohar:
Hubo antiguos mundos que perecieron tan pronto como entraron en la existencia; eran informes y se los llamaba Chispas. Del mismo modo, cuando el herrero golpea al hierro, saltan las chispas en todas direcciones. Las Chispas son los mundos primordiales, los cuales no podían continuar, porque el Sagrado Anciano (Sephira) no había asumido todavía su forma (de andrógino, o de sexos opuestos) de Rey y Reina (Sephira y Kadmon); y el Maestro no se había puesto todavía a la obra[495].
Si el Génesis hubiera comenzado como debía, encontraríamos en él, primero el Logos Celestial, el «Hombre Celeste», que se desenvuelve como una Unidad Múltiple de Logos, cuyos Logos aparecen en su totalidad —Como el primer «Andrógino» o Adam Kadmon, el «Fiat Lux» de la Biblia, como ya hemos visto— después de su sueño praláyico, sueño que reúne en Uno a todos los Números esparcidos en el plan mâyâvico, a manera de los glóbulos de mercurio que en un plato se confunden en una sola masa. Pero esta transformación no tuvo lugar en nuestra Tierra ni en ningún plano material, sino en los abismos del Espacio, en donde se efectúa la diferenciación primera de la Materia original eterna. En nuestro Globo naciente, las cosas han procedido de distinto modo. La Mónada o Jîva, como se dice en Isis sin Velo[496] es, ante todo, precipitada por la Ley de Evolución en la forma más inferior de la materia: el mineral. Después de un séptuple giro, encerrada en la piedra o en lo que se convertirá en mineral y en piedra en la Cuarta Ronda, se desliza fuera de la misma, por decirlo así, como un liquen. Pasando desde allí, al través de todas las formas de materia vegetal, a lo que se llama materia animal, ha llegado ahora al punto en que debe convertirse en el germen, digámoslo así, del animal que se transformará en hombre físico, Todo eso, hasta la Tercera Ronda, es informe, como materia, e insensible como conciencia. Pues la Mónada o Jîva, per se, no puede ser llamada ni siquiera espíritu; es un Rayo de luz, un Soplo de lo Absoluto, o más bien de LA ABSOLUTIDAD[497]; y no teniendo la Homogeneidad Absoluta relación ninguna con lo finito, condicionado y relativo, es inconsciente en nuestro plano. Por lo tanto, además del material que necesita para su futura forma humana, requiere la Mónada:
El Adán de polvo necesita le sea inspirada el Alma de Vida: los dos principios medios, que son la vida senciente del animal irracional y el Alma Humana, pues la primera es irracional sin esta última. Solo cuando de andrógino potencial se ha convertido el hombre en varón y hembra, será dotado con esta Alma consciente, racional e individual (Manas), «el principio, o la inteligencia, de los Elohim», para cuya recepción tiene que comer el fruto de la Ciencia del Árbol del Bien y del Mal. ¿Cómo ha de obtener todo esto? La Doctrina Oculta enseña que, mientras desciende la Mónada en su ciclo hacia la materia, estos mismos Elohim, o Pitris —los Dhyân Chohans inferiores— están desenvolviéndose pari passu con ella, en un plano más elevado y más espiritual, descendiendo también relativamente a la materia en su propio plano de conciencia, hasta llegar a un cierto punto donde se encontrarán con la mónada insensible encarnante, sumida en la materia más ínfima; y enlazándose las dos potencias, Espíritu y Materia, producirá su unión aquel símbolo terrestre del «Hombre Celestial» en el espacio, el HOMBRE PERFECTO. En la filosofía Sânkhya se habla de Purusha (el Espíritu) como de algo impotente, a menos de subir sobre los hombros de Prakriti (Materia), la cual, abandonada a sí misma, es insensible. Pero en la Filosofía Secreta se les considera como separados por grados diversos. El Espíritu y la Materia, si bien una y misma cosa en su origen, una vez en el plano de diferenciación, comienzan sus progresos evolucionarios en direcciones contrarias: el Espíritu, cayendo gradualmente en la materia, y la última ascendiendo a su condición original, la de una Substancia espiritual y pura. Ambos son inseparables, y sin embargo, siempre separados. En el plano físico, dos polos iguales se rechazarán siempre uno a otro, al paso que el negativo y el positivo se atraen mutuamente; en la misma situación se encuentran el Espíritu y la Materia, los dos polos de la misma Substancia homogénea, el Principio Raíz del Universo.
Por lo tanto, cuando suena para Purusha la hora de subir sobre los hombros de Prakriti para la formación del Hombre Perfecto —el Hombre rudimentario de las dos y media Razas primeras, siendo tan solo el primero, que se desenvuelve gradualmente hacia el más perfecto de los mamíferos—, los Antecesores Celestiales (Entidades de Mundos anteriores, llamados en la India los Shishta) entran en este nuestro plano y encarnan en el hombre físico o animal, del mismo modo que los Pitris habían entrado antes que ellos para la formación del último. Así es que ambos desarrollos para las dos creaciones (la del hombre animal y la del divino) difieren en gran manera. Los Pitris lanzan de sí mismos sus cuerpos etéreos como semejanzas suyas aun más etéreas y espectrales que ellos, o lo que llamaríamos ahora «dobles» o «formas astrales» a su propia imagen[498]. Esto proporciona a la Mónada su primera residencia, y a la materia ciega un modelo sobre el que construir en lo sucesivo. Pero el Hombre es todavía incompleto. En todas las escrituras arcaicas, esta doctrina ha dejado sus huellas desde Svâyambhuva Manu[499] de quien descendieron los siete Manus o Prajâpatis primitivos, cada uno de los cuales dio origen a una Raza primitiva de hombres, hasta el Codex Nasarœus, en el cual Karabtanos, o Fetahil (la materia ciega concupiscente), engendra en su Madre, Spiritus, siete Figuras, representando cada una el progenitor de una de las siete razas primitivas.
«¿Quién forma a Manu [el Hombre], y quién forma su cuerpo? La Vida y las Vidas. Pecado[500] y la Luna». Aquí Manu representa al hombre espiritual y celeste, al Ego real que no muere en nosotros, el cual es la emanación directa de la «Vida Una» o la Deidad Absoluta. En cuanto a nuestros cuerpos físicos exteriores, la mansión o tabernáculo del Alma, enseña la Doctrina una extraña lección; tan extraña, que aunque se explique por completo y se la comprenda como es debido, tan solo la Ciencia exacta del porvenir vindicará la plenitud de la teoría.
Ya se ha dicho antes que el Ocultismo no acepta nada inorgánico en el Kosmos. La expresión «substancia inorgánica» empleada por la Ciencia significa simplemente que la vida latente, durmiendo en las moléculas de la llamada «materia inerte» es incognoscible. TODO ES VIDA, y cada átomo, aunque sea de polvo mineral, es una VIDA, si bien se halla fuera de nuestra comprensión y percepción, puesto que está fuera del límite de las leyes conocidas por quienes desechan el Ocultismo. Los «Átomos mismos —dice Tyndall— poseen al parecer un instinto del deseo de vida». ¿De dónde, pues —preguntaríamos nosotros—, procede la tendencia «a lanzarse hacia la forma orgánica»? ¿Acaso resulta esto explicable de algún otro modo que según las enseñanzas de la Ciencia Oculta?
Los mundos, para el profano, están construidos con los Elementos conocidos. Según el concepto de un Arhat, estos Elementos son, colectivamente, una Vida Divina; distributivamente, en el plano de las manifestaciones, son los innumerables e incontables crores de vidas. El Fuego solamente es UNO, en el plano de la Realidad única; en el de la Existencia manifestada, y por lo tanto ilusoria, sus partículas son Vidas ígneas, que viven y existen a expensas de cada una de las demás Vidas que consumen. Por lo tanto, se las llama los «DEVORADORES»… Cada cosa visible en este Universo, se halla constituida por semejantes VIDAS, desde el hombre primordial, divino y consciente, hasta los agentes inconscientes que elaboran la materia… De la VIDA UNA informe e increada, procede el Universo de Vidas. Primero manifestóse del Abismo [Caos] el Fuego frío y luminoso [¿luz gaseosa?], el cual formó los Coágulos en el Espacio [¿nebulosas irresolubles, quizás?]… Éstos combatieron, y un gran calor se desarrolló a causa de los encuentros y colisiones, lo cual produjo la rotación. Vino entonces el primer Fuego MATERIAL manifestado, las Llamas ardientes, los Vagabundos en los Cielos [Cometas]. El calor genera vapor húmedo; aquél forma agua sólida [?], después niebla seca, luego niebla líquida, acuosa, que apaga el luminoso resplandor de los Peregrinos [¿Cometas], y forma Ruedas sólidas, acuosas [Globos de MATERIA]. Bhûmi [la Tierra] aparece con seis hermanas. Éstas producen con su movimiento continuo el fuego inferior, el calor y una niebla acuosa, que da lugar al tercer Elemento del Mundo —el AGUA; y del aliento de todo nace el AIRE [atmosférico]. Estos cuatro son las cuatro Vidas de los cuatro primeros Períodos [Rondas] del Manvantara. Los últimos tres seguirán.
El Comentario habla primeramente de los «innumerables e incontables crores de Vida». ¿Estará, entonces, Pasteur dando inconscientemente el primer paso hacia la Conciencia Oculta, al declarar que, si se atreviese a expresar por completo su idea acerca del asunto, diría que las células orgánicas se hallan dotadas de una potencia vital que no cesa su actividad al acabarse la corriente de oxígeno que se les lanza, y por esta razón no rompe sus relaciones con la vida misma, la cual se halla sostenida por la influencia de aquel gas? «Añadiría yo —continúa diciendo Pasteur— que la evolución del germen se verifica por medio de fenómenos complicados entre los cuales tenemos que incluir procesos de fermentación»; y la vida, según Claudio Bernard y Pasteur, no es más que una fermentación. Que existen en la Naturaleza Seres o Vidas, pudiendo vivir y desarrollarse sin aire, aun en nuestro globo, ha sido demostrado por los mismos hombres de ciencia. Pasteur ha encontrado que muchas de las vidas inferiores, tales como vibriones y otros microbios y bacterias, pueden existir sin aire, el cual, por el contrario, los mata. Derivan el oxígeno necesario para su multiplicación, de las substancias diversas que les rodean. Él les llama aerobios, que viven de los tejidos de nuestra materia, cuando esta última ha cesado de formar una parte de un todo integral y viviente (llamado en este caso por la Ciencia, y de un modo muy anticientífico, «materia muerta»), y anaerobios. Los primeros se apoderan del oxígeno, y en gran manera contribuyen a la destrucción de la vida animal y de los tejidos vegetales, proporcionando a la atmósfera materiales que entran después en la constitución de otros organismos; los segundos destruyen, o más bien, aniquilan finalmente a las llamadas substancias orgánicas, siendo imposible la decadencia postrera sin su participación. Ciertas células-gérmenes, tales como las de la levadura de cerveza, se desarrollan y multiplican en el aire; pero cuando privadas de él, se adaptan por sí mismas a la vida sin aire y se convierten en fermentos, absorbiendo oxígeno de las substancias que con ellos le ponen en contacto, y con esto destruyéndolas. Las células en los frutos, cuando les falta el oxígeno necesario, obran como fermentos y estimulan la fermentación. «Por tanto, la célula vegetal manifiesta en este caso su vida como un ser anaerobio. ¿Por qué, pues, debe en este caso ser una excepción la célula orgánica?» —pregunta el profesor Bogolubof. Pasteur hace ver que en las substancias de nuestros tejidos y órganos, la célula, no encontrando oxígeno suficiente para sí misma, estimula la fermentación del mismo modo que la célula del fruto; y Claudio Bernard cree que la idea de Pasteur, acerca de la formación de fermentos, ha encontrado su aplicación y corroboración en el hecho de que la urea aumenta en la sangre durante la estrangulación; la VIDA hállase, por lo tanto, en todas partes en el Universo, y según enseña el Ocultismo, también existe en el átomo.
«Bhûmi aparece con seis hermanas» —dice el Comentario. Es una enseñanza védica que «existen tres Tierras correspondientes a tres Cielos, y nuestra Tierra [la cuarta] es llamada Bhûmi». Ésta es la explicación dada por nuestros orientalistas occidentales exotéricos. Pero la significación esotérica y la alusión a la misma en los Vedas, es que se refiere a nuestra Cadena Planetaria: «tres Tierras» en el arco descendente, y «tres Cielos», que son tres Tierras o Globos también, pero mucho más etéreos, en el arco ascendente o espiritual. Por los tres primeros descendemos a la materia, por los otros tres ascendemos al Espíritu; constituyendo el inferior Bhûmi, nuestra Tierra, el punto de giro, por decirlo así, y conteniendo potencialmente tanto Espíritu como Materia. De esto nos ocuparemos después.
La enseñanza general del Comentario es, pues, que cada nueva Ronda desarrolla uno de los Elementos compuestos, como los conoce ahora la Ciencia, la cual desecha la primitiva nomenclatura, prefiriendo subdividirlos en constituyentes. Si la Naturaleza en el plano manifestado es el «Eterno venir a ser», en este caso aquellos Elementos tienen que ser considerados desde el mismo punto de vista: tienen que desenvolverse, progresar y aumentar hasta, el final manvantárico.
Así, según se nos enseña, la Primera Ronda desplegó tan solo un Elemento, una naturaleza y una humanidad, en lo que puede llamarse un aspecto de la Naturaleza; denominado por algunos, de modo muy anticientífico, aunque puede ser así de hecho, «espacio de una dimensión».
La Segunda Ronda manifestó y desarrolló dos elementos, el Fuego y la Tierra; y su humanidad adaptada a esta condición de la Naturaleza (si es que podemos dar el nombre de humanidad a seres viviendo bajo condiciones desconocidas para los hombres), era «una especie de dos dimensiones», usando de nuevo una frase familiar en un sentido estrictamente figurado, único medio de poderla emplear correctamente.
El curso de desarrollo natural que estamos ahora considerando, dilucidará de un modo completo, y desacreditará la costumbre de especular acerca de los atributos del espacio de dos, tres y cuatro o más dimensiones; pero aunque sea de paso, merece la pena indicar el significado real de la intuición verdadera, pero incompleta, que ha sugerido (entre los espiritistas, teósofos y varios grandes hombres de ciencia, en esta cuestión)[501], el empleo de la expresión moderna, «la cuarta dimensión del espacio». Para principiar, no tiene, por supuesto, importancia alguna el absurdo superficial de que el Espacio pueda ser medido en ningún sentido. Esta frase familiar puede tan solo ser una abreviación de la más completa, la «Cuarta dimensión de la materia en el Espacio»[502]. Pero aun en esta forma es una expresión desdichada, puesto que, si bien es perfectamente cierto que el progreso de la evolución puede hacernos conocer nuevas cualidades características de la materia, aquellas con que nos hallamos ya familiarizados son, en realidad, más numerosas que las correspondientes a las tres dimensiones. Las facultades, o quizás en términos más propios, las cualidades características de la materia, deben siempre tener una relación directa y clara con los sentidos del hombre. La materia posee extensión, color, movimiento (movimiento molecular), sabor y olor, que corresponden a los sentidos existentes en el hombre, y la próxima cualidad que desarrolle, que llamaremos por el momento “Permeabilidad”, corresponderá al próximo sentido en el hombre, que podremos llamar “Clarividencia Normal”. Así es que cuando algunos audaces pensadores han estado anhelando una cuarta dimensión para explicar el paso de la materia a través de la materia, y la producción de nudos en una cuerda sin fin, lo que realmente les faltaba era una sexta cualidad característica de la materia. Las tres dimensiones pertenecen en realidad tan solo a un atributo o cualidad de la materia, a la extensión; y el sentido común popular, con justicia se rebela contra la idea de que, bajo cualquier condición de las cosas, puedan existir más de tres dimensiones semejantes a la longitud, anchura y espesor. Estos términos, y la misma palabra “dimensión” pertenecen a un estado de pensamiento, a un grado de evolución, a una cualidad característica de la materia. Mientras existan unidades de medida entre los recursos del cosmos, para ser aplicadas a la materia, no será posible medirla más que de tres modos y nada más; lo mismo que desde los tiempos en que la idea de medida por vez primera ocupó el entendimiento humano, no ha sido posible aplicar las medidas más que en tres sentidos. Pero estas consideraciones no militan en manera alguna en contra de la certeza de que, en el progreso del tiempo, a medida que las facultades de la humanidad se multipliquen, se multiplicarán también las características de la materia. Por lo demás, la expresión es todavía mucho más incorrecta que la familiar de que el Sol «sale» o se «pone».
Volvamos ahora a considerar la evolución material a través de las Rondas. La materia en la Segunda Ronda, como ya se ha dicho, puede en sentido figurado ser considerada como de dos dimensiones. Pero hay que advertir aquí otra cosa. Aquella expresión libre y figurada puede considerarse —en cierto modo, según hemos visto— como equivalente a la segunda característica de la materia, y correspondiendo a la segunda facultad perceptiva o sentido en el hombre. Pero estas dos escalas enlazadas de la evolución, hállanse relacionadas con los procesos corrientes dentro de los límites de una sola Ronda. La sucesión de los aspectos primarios de la Naturaleza, con que la sucesión de las Rondas se halla relacionada, tiene que ver, como ya se ha indicado, con el desarrollo de los Elementos (en el sentido oculto): Fuego, Aire, Agua, Tierra. Nos encontramos tan solo en la Cuarta Ronda, y nuestro catálogo no pasa de este punto. El orden en que estos elementos se mencionan en la anterior enumeración, es el exacto para fines esotéricos y en las Enseñanzas Secretas. Milton estaba en lo justo al hablar de los «Poderes del Fuego, del Aire, del Agua y de la Tierra»; la Tierra, tal como la conocemos nosotros ahora, no existía antes de la Cuarta Ronda, hace centenares de millones de años, al principio de nuestra Tierra Geológica. El Globo era, dice el Comentario, «ígneo, frío y radiante, lo mismo que sus hombres y animales etéreos, durante la Primera Ronda» (expresando una contradicción o paradoja, según la opinión de nuestra ciencia presente): «luminoso y más denso y pesado durante la Ronda Segunda; acuoso durante la Tercera». Así pues, están los Elementos trastrocados.
Los centros de conciencia de la Tercera Ronda destinados a desarrollarse en la humanidad, tal como la conocemos nosotros, llegaron a la percepción del tercer Elemento, el Agua. Si tuviéramos que deducir nuestras conclusiones con arreglo a los datos que los geólogos nos suministran, diríamos entonces que no existía verdadera agua, ni aun durante el período carbonífero. Se nos dice que masas gigantescas de carbono, en los primeros tiempos difundidas en la atmósfera como ácido carbónico, fueron absorbidas por las plantas, mientras que una gran parte de aquel gas estaba mezclada con el agua. Ahora bien; si esto es así, y si debemos creer que todo el ácido carbónico que pasó a formar parte de aquellas plantas que formaron el carbón bituminoso, el lignito y demás, y que contribuyó a la formación de las calizas, etc.; que todo esto se hallaba en aquel período en la atmósfera en forma gaseosa, ¡deben de haber existido, entonces, mares y océanos de ácido carbónico líquido! Pero ¿cómo pudo entonces ser precedido el período carbonífero por los períodos devoniano y siluriano —los de los Peces y Moluscos—, dada aquella teoría? Además, la presión barométrica debe de haber sido entonces varios centenares de veces superior a la presión de nuestra atmósfera presente. ¿Cómo podían resistirla organismos tan sencillos como los de ciertos peces y moluscos? Existe una obra curiosa de Blanchard, acerca del Origen de la Vida, en la cual hace ver algunas extrañas contradicciones y confusiones en las teorías de sus colegas, y la recomendamos a la atención del lector.
Los de la Cuarta Ronda han añadido la Tierra como estado de materia, a los otros tres elementos en su transformación presente.
En resumen, ninguno de los llamados Elementos era como son ahora, en las tres Rondas precedentes. En lo que se nos alcanza, el FUEGO puede haber sido puro Âkâsha, la Primera Materia del «Magnum Opus» de los Creadores y Constructores, aquella Luz Astral a la que el paradójico Eliphas Lévi llama a un mismo tiempo «Cuerpo del Espíritu Santo», y a continuación «Baphomet», el «Andrógino cabrío de Mendes»; el AIRE simplemente nitrógeno, el «Aliento de los Sostenedores de la Cúpula Celestial», como le llaman los místicos mahometanos; el AGUA, aquel fluido primordial que fue requerido, según Moisés, para constituir un «Alma Viviente». Y esto puede explicar las discrepancias flagrantes y las aserciones anticientíficas que se encuentran en el Génesis. Sepárese el primer capítulo del segundo; léase el primero como escritura de los elohístas, y el segundo como de los jehovistas, muy posteriores a aquéllos; y, sin embargo, si uno lee entre líneas, encuentra el mismo orden en que las cosas creadas aparecieron; a saber, Fuego (Luz), Aire, Agua y Hombre (o Tierra). Pues la sentencia del primer capítulo (el elohístico): «En el principio, Dios creó los cielos y la tierra» es una falsa traducción; no son los cielos y la tierra, sino el Cielo duplicado o doble, los Cielos superior e inferior, o sea la separación de la Substancia Primordial, que era luminosa en su porción superior y obscura en la inferior (el Universo manifestado), en su dualidad de lo invisible (para los sentidos), y lo visible para nuestras percepciones. «Dios separó la luz de las tinieblas» y después hizo el firmamento (Aire). «Hágase un firmamento en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas, —o sea—, las aguas que estaban bajo el firmamento [nuestro Universo manifestado visible] de las aguas sobre el firmamento» [los planos de existencia invisibles, para nosotros]. En el capítulo segundo (el jehovístico), las plantas y las hierbas son creadas antes que el agua, lo mismo que en el primero, la luz es producida antes que el sol. «Dios hizo la tierra y los cielos y todas las plantas del campo, antes que las hubiese en la tierra, y cada hierba del campo antes que creciera, pues el Señor Dios [los Elohim] no había hecho que lloviese sobre la tierra, etc.» —un absurdo a menos que se acepte la explicación esotérica—. Las plantas fueron creadas antes de haberlas en tierra, porque entonces no existía tierra alguna tal como es ahora; y la hierba del campo existía antes que creciera tal como lo hace ahora, en la Cuarta Ronda.
Discutiendo y explicando la naturaleza de los Elementos invisibles y del «Fuego Primordial» mencionado antes, Eliphas Lévi le llama invariablemente la «Luz Astral»; para él es el «Grand Agent Magique». Indudablemente que lo es, pero tan solo en lo referente a la Magia Negra y a los planos más inferiores de lo que nosotros llamamos el Éter, cuyo nóumeno es el Âkâsha; y aun esto sería considerado como inexacto por los ocultistas ortodoxos. La «Luz Astral» es, simplemente, la más antigua «Luz Sideral» de Paracelso; y el decir que «todo cuanto existe ha sido desenvuelto de la misma, y que conserva y reproduce todas las formas» como él escribe, es enunciar la verdad tan solo en lo referente a la segunda proposición. La primera es errónea; porque, si todo cuanto existe fue desenvuelto por medio (o por vía) de ellos, esto no es la Luz Astral, puesto que esta última no es la que contiene todas las cosas, sino a lo sumo, el reflector de este todo. Eliphas Lévi la presenta, con mucha razón, como «una fuerza de la Naturaleza —por medio de la cual—, un hombre solo que la dominase…, podría sumir al mundo en confusión y transformar su faz»; pues es el «Gran Arcano de la Magia trascendente» Al citar lo dicho por el gran kabalista occidental en la forma en que se ha traducido[503], podemos quizás explicarlo mejor con la adición eventual de una palabra o dos, para hacer ver la diferencia entre las explicaciones occidentales y las orientales del mismo asunto. Dice el autor, en lo referente al gran Agente Mágico:
Este fluido ambiente y omnipenetrante, este rayo destacado del esplendor del Sol [Central o Espiritual]… fijado por el peso de la atmósfera (?!) y por el poder de la atracción central… la Luz Astral, este éter electromagnético, este calórico vital y luminoso, es representado en los antiguos monumentos por el cinturón de Isis que se enrosca alrededor de dos polos…, y en las antiguas teogonías por la serpiente devorando su propia cola, emblema de la prudencia y de Saturno [emblema del infinito, de la inmortalidad y de Kronos —el Tiempo—, no el Dios o el planeta Saturno]. Es el dragón alado de Medea, la serpiente doble del caduceo y el tentador del Génesis; pero es también la culebra de bronce de Moisés rodeando la Tau…; por último, es el diablo del dogmatismo exotérico, y es realmente la fuerza ciega [no es ciega y Lévi lo sabía], que debe vencer las almas para desprenderse de las cadenas de la Tierra; porque de no hacerlo, serán absorbidas por el mismo poder que primero las produjo, y volverán al fuego central y eterno.
Este gran Archaeus ha sido ahora públicamente descubierto por y para un solo hombre (J.W. Keeley, de Filadelfia). Para otros, está, sin embargo, descubierto, aunque debe permanecer casi inútil. «Hasta aquí llegarás…».
Todo lo anterior es tan práctico como exacto, salvo un error, que ya hemos explicado. Eliphas Lévi comete una gran equivocación al identificar siempre la Luz Astral con lo que nosotros llamamos Âkâsha. Lo que es realmente, se explicará en el volumen IV.
Eliphas Lévi escribe más adelante:
El gran Agente Mágico es la cuarta emanación del principio de vida [nosotros decimos es la primera en el Universo interno, y la segunda en el externo (el nuestro)]. Del cual el Sol es la tercera forma… porque el astro del día [el Sol] es tan solo la reflexión y sombra material del Sol Central de verdad, el cual ilumina al mundo intelectual [invisible] del Espíritu, siendo él mismo solo un fulgor prestado de lo Absoluto.
Hasta aquí es bastante exacto. Pero cuando la gran autoridad de los kabalistas occidentales añade que, sin embargo, «no es el Espíritu inmortal como han imaginado los Hierofantes indos», contestamos nosotros que calumnia a dichos Hierofantes, porque no han dicho semejante cosa; pues hasta las mismas escrituras puránicas exotéricas contradicen por completo el aserto. Jamás indo alguno ha confundido a Prakriti con el «Espíritu inmortal»; la Luz Astral está tan solo por encima del plano inferior de Prakriti, el Kosmos Material. Prakriti es siempre llamado Mâyâ, Ilusión, y se halla condenado a desaparecer con el resto, incluso los Dioses, a la hora del Pralaya. Como se ha hecho ver, Âkâsha no es ni siquiera el Éter, y por tanto, menos todavía, como podemos imaginar, puede ser la Luz Astral. Los incapaces de penetrar más allá de la letra muerta de los Purânas, han confundido en ocasiones a Âkâsha con Prakriti, con el Éter, y hasta con el cielo visible. Cierto es también que aquellos que han traducido invariablemente la palabra Âkâsha por «Éter» —Wilson, por ejemplo—, viendo que se le llamaba «la causa material del sonido», poseyendo, además, esta única y sola propiedad han imaginado, en su ignorancia, que era «material» en el sentido físico. Cierto, además, que si las cualidades características tienen que ser aceptadas literalmente, entonces, desde el momento en que nada material o físico, y, por lo tanto, condicionado y temporal, puede ser inmortal (según la metafísica y la filosofía), la consecuencia sería que Âkâsha no es ni infinito ni inmortal. Pero todo esto es erróneo, puesto que Pradhâna, la Materia Primordial, y el Sonido, como propiedad, han sido mal comprendidos; siendo el primer término (Pradhâna) ciertamente sinónimo de Mûlaprakriti y de Âkâsha, y el segundo (el Sonido), sinónimo del Verbo, la Palabra o el Logos. Esto es fácil de demostrar, pues se ve en las frases siguientes del Vishnu Purâna[504]: «No existía ni día ni noche, ni cielo ni tierra, ni tinieblas, ni luz, ni ninguna otra cosa, sino tan solo Una, inapreciable para la inteligencia o aquello que es Brahman y Pums [Espíritu] y Pradhâna [Materia Primordial]…».
Ahora bien, ¿qué es Pradhâna, si no es Mûlaprakriti, la Raíz de Todo bajo otro aspecto? Pues aunque se dice después que Pradhâna se sumerge en la Deidad, como todas las cosas, para dejar tan solo al Uno absoluto durante el Pralaya, es, sin embargo, considerado como infinito e inmortal. La traducción literal se da como sigue: «Un Espíritu Brahma Prâdhânika: AQUELLO era»; y el comentarista interpreta la palabra compuesta como sustantivo, y no como una palabra derivada, empleada atributivamente, o sea como «algo unido a Pradhâna». Debe tenerse en cuenta, además, que el sistema puránico es dualista, no evolucionario; y que con respecto a esto, se encontrará mucho más desde un punto de vista esotérico, en el Sânkhya, y hasta en el Mânava-Dharma-Shâstra, por mucho que este último difiera del primero. Por tanto, Pradhâna, hasta en los Purânas, es un aspecto de Parabrahman, no una evolución, y debe ser lo mismo que el Mûlaprakriti vedantino. «Prakriti, en su estado primario, es Âkâsha» —dice un sabio vedantino[505]—. Es casi Naturaleza abstracta.
Âkâsha, pues, es Pradhâna en otra forma, y como tal, no puede ser el Éter, el agente siempre invisible, cortejado hasta por la misma ciencia física. Ni es la Luz Astral. Es, como se ha dicho, el nóumeno del séptuple Prakriti diferenciado[506], la siempre inmaculada «Madre» del «Hijo» huérfano de padre, que se convierte en «Padre» en el plano inferior manifestado. Pues Mahat es el primer producto de Pradhâna o Âkâsha; y Mahat —la Inteligencia Universal, «cuya propiedad característica es Buddhi»— no es otro que el Logos, puesto que se le llama Ishvara, Brahmâ, Bhâva, etc.[507]. Él es, en resumen, el «Creador» o la Mente Divina en operación creativa, «la Causa de todas las cosas». Él es el «Primogénito», de quien nos dicen los Purânas, que «la Tierra y Mahat son las fronteras externa e interna del Universo», o en nuestro lenguaje, los polos positivo y negativo de la Naturaleza dual (abstracta y concreta); pues el Purâna añade:
De esta manera —como fueron las siete formas [principios] de Prakriti contadas desde Mahat a la Tierra—, así en la disolución (elemental) (pratyâhára), estas siete vuelven a entrar sucesivamente una en otra. El Huevo de Brahmâ (Surva-mandala) se disuelve con sus siete zonas (dvîpa), siete océanos, siete regiones, etc.[508].
Éstas son las razones por las que los ocultistas rehúsan dar el nombre de Luz Astral al Âkâsha, o llamarle Éter. «En la casa de mi Padre hay muchas moradas, —puede ser puesto en parangón con el proverbio ocultista—: En casa de nuestra Madre existen siete mansiones» o planos, el inferior de los cuales está por encima y en torno de nosotros: la Luz Astral.
Los elementos, sean simples o compuestos, no pueden haber permanecido los mismos desde el principio de la evolución de nuestra cadena. Todas las cosas en el Universo progresan constantemente durante el Gran Ciclo, al mismo tiempo que van de un modo incesante arriba y abajo en los ciclos menores. La Naturaleza jamás permanece estacionaria durante el Manvantara, pues siempre está viniendo a ser[509], no simplemente siendo; y las vidas mineral, vegetal y humana siempre están adaptando sus organismos a los Elementos reinantes a la sazón y, por lo tanto, aquellos Elementos eran entonces apropiados para ellas, como lo son ahora para la vida de la humanidad presente. Tan solo en la próxima Ronda, la Quinta, será cuando el quinto Elemento, el Éter, el cuerpo grosero del Âkâsha (si es que aun así puede llamársele), se convertirá en un hecho familiar de la Naturaleza para todos los hombres, como el aire nos es familiar a nosotros ahora, y cesará de ser como al presente, hipotético, y un «agente» para tantas cosas. Y tan solo durante aquella Ronda serán susceptibles de completa expansión los sentidos más elevados, cuyo desarrollo y evolución favorece el Âkâsha. Como ya se ha indicado, puede esperarse, en el período apropiado durante esta Ronda, el desarrollo de un conocimiento familiar parcial de la propiedad característica de la materia —Permeabilidad—, cuyo desarrollo se debe verificar a la par que el sexto sentido. Pero con el siguiente Elemento añadido a nuestros recursos, en la Ronda próxima la Permeabilidad se convertirá en una característica tan manifiesta de la materia, que las formas más densas de esta Ronda no aparecerán más obstructoras a las percepciones del hombre, que hoy una espesa niebla.
Volvamos ahora al Ciclo de Vida. Sin extendernos mucho en la descripción dada de las VIDAS Superiores, debemos dirigir ahora nuestra atención sencillamente a los Seres terrenos y a la Tierra misma. Esta última, se nos dice, es construida para la Primera Ronda por los «Devoradores», que desintegran y diferencian los gérmenes de otras Vidas en los Elementos; y puede suponerse lo verifican de un modo muy parecido a como lo hacen en el estado presente del mundo, los aerobios cuando minan y desorganizan la estructura química de un organismo, transformando la materia animal y generando substancias que varían en sus constituciones. Así considera el Ocultismo a la llamada edad azoica por la Ciencia, pues muestra que jamás en ninguna época ha permanecido la Tierra sin vida sobre ella. En dondequiera que exista un átomo de materia, una partícula o una molécula, aun en su condición más gaseosa, allí hay vida, por latente e inconsciente que sea.
Cualquiera cosa que abandone el Estado Laya se convierte en Vida activa; ella es arrastrada al torbellino del MOVIMIENTO [el Disolvente Alquímico de la Vida]; Espíritu y Materia son los dos Estados del UNO, que no es ni Espíritu ni Materia, siendo ambos la Vida Absoluta, latente… El Espíritu es la primera diferenciación de [y en] el ESPACIO; y la Materia, la primera diferenciación del Espíritu. Lo que no es ni Espíritu ni Materia, es ELLO —la CAUSA sin Causa del Espíritu y de la Materia, que son la Causa del Kosmos. Y a AQUELLO lo llamamos la VIDA UNA o el Aliento Intracósmico[510].
Una vez más decimos: cada cosa debe producir su semejante. La Vida Absoluta no puede producir un átomo inorgánico, sea simple o complejo; y aun en Laya existe la vida, del mismo modo precisamente que un hombre sumido en un estado profundamente cataléptico, es un ser viviente, aunque muestre todas las apariencias de un cadáver.
Cuando los «Devoradores» —en los que los hombres de ciencia son invitados a ver, con algún asomo de razón, átomos de la Niebla de Fuego, a lo cual no opondría el ocultista objeción alguna—, cuando los Devoradores, decimos, han diferenciado «los Átomos de Fuego», por un proceso peculiar de segmentación, estos últimos se convierten en Gérmenes de Vida, que se agregan con arreglo a las leyes de la cohesión y de la afinidad. Entonces los Gérmenes de Vida producen Vidas de otra clase, que actúan sobre la estructura de nuestros Globos.
Así, en la Primera Ronda, habiendo sido el Globo construido por las primitivas Vidas de Fuego (o sea formado en esfera), no poseía solidez, ni cualidades, salvo un resplandor frío, sin forma, sin color; tan solo hacia el final de la Primera Ronda desarrolla un Elemento, el cual, de Esencia simple, y por decirlo así, inorgánica, se ha convertido ahora, en nuestra Ronda, en el fuego que conocemos en todo el Sistema. La tierra estaba en su primer Rûpa, cuya esencia es el Principio âkâshico, llamado ***, que ahora se conoce por Luz Astral (denominación completamente errónea), a la cual Eliphas Lévi llama «Imaginación de la Naturaleza», probablemente rehuyendo darle su verdadero nombre, como hacen otros.
Hablando de ella, en su Prefacio a la Histoire de la Magie, Eliphas Lévi dice:
Por medio de esta fuerza, todos los centros nerviosos comunican secretamente entre sí; de ella nacen la simpatía y la antipatía; de ella provienen nuestros sueños, y tienen lugar los fenómenos de la segunda vista y las visiones extranaturales… La Luz Astral [obrando bajo el impulso de voluntades poderosas]… destruye, coagula, separa, quebranta y se acumula en todas las cosas… Dios la creó aquel día en que dijo «Fiat lux»… Es dirigida por los Egrégores, o sean, los jefes de las almas, que son los espíritus de la energía y de la acción[511].
Eliphas Lévi debió haber añadido, que la Luz Astral, o Substancia Primordial, si es materia alguna, es lo que, llamado Luz, Lux explicado esotéricamente, es el cuerpo de aquellos Espíritus mismos y su misma esencia. Nuestra luz física es la manifestación en nuestro plano, y la radiación reflejada, de la Luz Divina que emana del cuerpo colectivo de los que son llamados las «Luces» y las «Llamas». Pero ningún otro kabalista ha poseído como Eliphas Lévi el talento de amontonar una contradicción sobre otra, y de hacer que en una misma frase se contradiga una paradoja a la otra con tal fluidez de lenguaje. Él conduce al lector a través de los valles más bellos, para dejarle, después de todo, en una roca estéril y desierta.
Dice el Comentario:
Por medio de las radiaciones de los siete Cuerpos de los siete Órdenes de Dhyânis, nacen las siete Cantidades Discretas [Elementos], cuyo movimiento y unión armoniosa producen el Universo manifestado de la Materia.
La Segunda Ronda hace que se manifieste el segundo Elemento —el AIRE—, cuya pureza aseguraría la vida continua a quien de él hiciese uso. Solo han existido en Europa dos ocultistas que lo hayan descubierto, y aun en parte aplicado a la práctica, si bien su composición ha sido conocida siempre entre los más elevados Iniciados orientales. El ozono de los químicos modernos es veneno comparado con el verdadero Disolvente Universal, acerca del que jamás se hubiera podido pensar, a menos de existir en la Naturaleza.
Desde la segunda Ronda, la Tierra —hasta entonces un feto en la matriz del Espacio— comenzó su existencia real: ella había desarrollado ya la Vida individual senciente, su segundo Principio. El segundo corresponde al sexto [Principio]; el segundo es Vida continua; el otro, temporal.
La Tercera Ronda desarrolló el tercer Principio —el AGUA—, al paso que la Cuarta transformó la forma plástica gaseoso-fluídica de nuestro Globo, en la esfera groseramente material, dura e incrustada, en la cual vivimos ahora. «Bhûmi» ha obtenido su cuarto Principio. A esto puede objetarse que queda quebrantada la ley de analogía, acerca de la cual tanto se insiste. Nada de eso. La Tierra alcanzará su forma verdaderamente postrera —su cuerpo concha—, a la inversa en esto del hombre, tan solo hacia el final del Manvantara, después de la Séptima Ronda. Tenía razón Eugenio Philalethes al asegurar a sus lectores, «bajo su palabra de honor», que nadie había visto todavía la «Tierra», esto es, la Materia en su forma esencial. Nuestro Globo se halla hasta la fecha en su estado Kâmarûpico, el Cuerpo Astral de Deseos del Ahamkâra, el ciego Egotismo, la producción de Mahat, en el plano inferior.
No es la materia constituida molecularmente, y menos todavía el cuerpo humano Sthûla Sharîra, el más grosero de todos nuestros «Principios», sino en realidad el Principio medio, el verdadero centro animal; al paso que nuestro cuerpo es tan solo su envoltura, el factor e instrumento irresponsable, por medio del cual actúa la bestia en nosotros. Todo teósofo inteligente comprenderá lo que quiero decir. Así es que la idea de que el tabernáculo humano está construido por Vidas innumerables lo mismo precisamente que la corteza rocosa de nuestra Tierra, no tiene nada de repulsiva en sí para el místico verdadero. No puede la Ciencia oponerse a la enseñanza ocultista pues no porque el microscopio no logre jamás descubrir la vida última o el último átomo viviente, puede rechazar la doctrina.
(c) Nos enseña la Ciencia que en los organismos del hombre y del animal, lo mismo vivos que muertos, hormiguean las bacterias de un centenar de diversas especies; que nos vemos amenazados desde fuera con la invasión de microbios a cada una de nuestras inspiraciones, y de dentro por leucomaínas, aerobios, anaerobios y muchas más cosas. Pero la Ciencia no ha ido todavía tan lejos como la doctrina oculta, la cual asegura que nuestros cuerpos, lo mismo que los de los animales, plantas y piedras, están por completo construidos de semejantes seres, a los que, exceptuando sus mayores especies, ningún microscopio puede observar. En lo que se refiere a las porciones puramente animal y material en el hombre, hállase la Ciencia en camino de descubrimientos, que irán muy lejos, corroborando esta teoría. La Química y la Fisiología son los dos grandes magos del futuro, que están destinados a abrir los ojos de la humanidad a las grandes verdades físicas. Cada día se demuestra más y más claramente la identidad entre el animal y el hombre físico, entre la planta y el hombre, y aun entre el reptil y su madriguera, la roca, y el hombre. Una vez comprobada la identidad de los constituyentes físicos y químicos de todos los seres, puede muy bien decir la ciencia química que no existe diferencia alguna entre la materia de que se forma un buey y la que forma al hombre. Pero la doctrina oculta es mucho más explícita. Ella dice: No solamente los constituyentes químicos son los mismos, sino que las mismas Vidas invisibles infinitesimales forman los átomos de los cuerpos de la montaña y de la margarita, del hombre y de la hormiga, del elefante y del árbol que le resguarda del sol. Toda partícula (ya la llamen orgánica o inorgánica) es una Vida. Todo átomo y molécula en el Universo es a la par dador de vida y dador de muerte para las formas, por cuanto construye por agregación universos, y los efímeros vehículos dispuestos para recibir el alma que transmigra; así como del mismo modo destruye y cambia eternamente las formas, y expele las almas de sus mansiones temporales. Crea y mata; genera y destruye por sí; trae a la existencia, y aniquila, a ese misterio de los misterios, el cuerpo viviente del hombre, animal o planta, a cada segundo en el tiempo y en el espacio; genera igualmente la vida y la muerte, la belleza y la fealdad, el bien y el mal, y aun las sensaciones agradables y desagradables, las benéficas y las maléficas. Es esa VIDA misteriosa, representada colectivamente por millones innumerables de Vidas, la que sigue, en su camino propio y esporádico, la ley del atavismo hasta el presente incomprensible; la que copia parecidos de familia, como asimismo los que encuentra impresos en el aura de los generadores de cada ser humano futuro; un misterio, en resumen, al cual se concederá mayor atención en otra parte. Por ahora, puede citarse un ejemplo como ilustración. La ciencia moderna empieza a descubrir que la tomaína, el alcaloide venenoso generado por la materia en descomposición y por los cadáveres —una vida también—, extraído con auxilio del éter volátil, produce un olor tan fuerte como el de las más lozanas flores de azahar; y que privados de oxígeno, estos alcaloides, o bien producen el más repugnante y desagradable de los olores, o el más agradable de los aromas, que recuerda el de las flores más delicadas; y se sospecha que esas flores deben su agradable perfume a la venenosa tomaína. La esencia ponzoñosa de ciertos hongos es casi idéntica al veneno de la cobra de la India, la más mortífera de las serpientes. Los sabios franceses Arnaud, Gautier y Villiers han encontrado en la saliva de hombres vivos el mismo alcaloide venenoso que en la del sapo, la salamandra, la cobra y el trigonocéfalo de Portugal. Se ha probado que el veneno más mortal, llámese tomaína, leucomaína o alcaloide, es generado por los hombres, animales y plantas vivas. El mismo sabio Gautier ha descubierto un alcaloide en la carne fresca y en los sesos de un buey, y un veneno al cual llama xanthocreatinina, semejante a la sustancia extraída de la saliva venenosa de los reptiles. Los tejidos musculares, los órganos más activos en la economía animal, se sospecha que son los generadores o factores de venenos que tienen la misma importancia que el ácido carbónico y la urea en las funciones de la vida, y son los productos postreros de la combustión interna. Y aunque no se ha determinado todavía por completo si los venenos pueden ser generados por el sistema animal de los seres vivientes, sin la participación e intervención de los microbios, se ha visto, sin embargo, que el animal produce sustancias venenosas en su estado fisiológico o vivo.
Así, habiendo descubierto los efectos, tiene la Ciencia que buscar sus causas primarias, y jamás podrá encontrarlas sin el auxilio de las antiguas ciencias, la alquimia, la física y la botánica ocultas. A nosotros se nos enseña que cada cambio fisiológico, además de los fenómenos patológicos, enfermedades (aun más, la vida misma, o más bien los fenómenos objetivos de la vida, producidos por ciertas condiciones y cambios en los tejidos del cuerpo, que permiten y fuerzan a la vida a que actúe en aquel cuerpo), que todo esto es debido a esos invisibles «Creadores» y «Destructores» llamados microbios de un modo tan vago y general. Pudiera suponerse que estas Vidas Ígneas y los microbios de la ciencia son idénticos. Esto no es verdad. Las Vidas Ígneas constituyen la séptima y más elevada subdivisión del plano de la materia, y corresponden en el individuo a la Vida Una del Universo, si bien únicamente en aquel plano de materia. Los microbios de la Ciencia son la subdivisión primera y más inferior en el segundo plano, el del Prâna material o Vida. El cuerpo físico del hombre sufre un completo cambio de estructura cada siete años, y su destrucción y conservación son debidas a las funciones alternadas de las Vidas Ígneas, como Destructores y Constructores. Son Constructores sacrificándose ellas mismas, en forma de vitalidad, para contener la influencia destructora de los microbios; y proporcionando a éstos lo que es necesario, les obligan bajo esa restricción a construir el cuerpo material y sus células. También son ellas Destructoras, cuando aquella restricción desaparece; y faltándoles a los microbios la energía vital constructora, quedan en libertad para convertirse en agentes destructores. Así, durante la primera mitad de la vida del hombre, los primeros cinco períodos de siete años, hállanse las Vidas Ígneas indirectamente dedicadas a construir el cuerpo material del hombre; la Vida se halla en una escala ascendente, y se emplea la fuerza en la construcción y el aumento. Después de pasado este período, principia la edad de retroceso, y agotando su energía, la obra de las Vidas Ígneas, comienza también la obra de la destrucción y de la decadencia.
Puede encontrarse aquí una analogía entre los sucesos cósmicos en el descenso del Espíritu hacia la materia, durante la primera mitad de un Manvantara (lo mismo planetario que humano), y su ascenso, a expensas de la materia, en la segunda mitad. Estas consideraciones tienen que ver tan solo con el plano de la materia; pero la influencia restrictiva de las Vidas Ígneas en la subdivisión más inferior del segundo plano (los microbios) es confirmada por el hecho descrito en la teoría de Pasteur antes mencionada de que las células de los órganos, cuando no encuentran el oxígeno suficiente para sí mismas, se adaptan a aquella condición y forman fermentos, los cuales, absorbiendo oxígeno de las sustancias con que se ponen en contacto, las destruyen. Así comienza el proceso de destrucción por la célula que priva a su vecina de la fuente de su vitalidad cuando es insuficiente el suministro; y una vez comenzada la ruina de este modo, progresa constantemente.
Experimentadores tales como Pasteur son los mejores amigos y auxiliares de los Destructores, y los peores enemigos de los Creadores, si los últimos no fuesen al mismo tiempo destructores también. Sea como fuese, una cosa hay cierta en esto: el conocimiento de estas causas primarias y de la última esencia de cada Elemento, de sus Vidas, sus funciones, propiedades y condiciones de cambio, constituyen la base de la MAGIA. Paracelso ha sido, quizás, el único ocultista en Europa, durante los últimos siglos de la Era Cristiana, que estaba versado en este misterio. Si una mano criminal no hubiese puesto fin a su vida años antes del tiempo que la Naturaleza le había concedido, la Magia fisiológica tendría muchos menos secretos para el mundo civilizado, que los que ahora tiene.
(d) Pero ¿qué tiene que ver la Luna con todo esto? —se nos puede preguntar—. ¿Qué tienen que hacer, en compañía de los microbios de vida, «Pez, Pecado y Soma (la Luna)» en la frase apocalíptica de la Estancia? Con los microbios nada, excepto que éstos se sirven del tabernáculo de barro preparado por ellos; con el Hombre perfecto divino, todo, puesto que «Pez, Pecado y Luna» constituyen unidos los tres símbolos del Ser inmortal.
Esto es todo cuanto puede darse. Ni pretende la autora saber más acerca de este extraño símbolo, que lo que puede inferirse sobre ellos de las religiones exotéricas [del misterio quizás existente bajo el Avatâra Matsya (Pez) de Vishnu, el Oannes caldeo, el Hombre-Pez, representado en el signo imperecedero del Zodiaco, Piscis, que se encuentra en los dos Testamentos en la persona de Josué, «Hijo de Num (el Pez)» y Jesús; del alegórico «Pecado» o Caída del Espíritu en la Materia; y de la Luna], en lo que se refiere a su relación con los Antecesores Lunares, los Pitris.
Por ahora, puede convenir recordar al lector que, al paso que las Diosas Lunares se hallaban relacionadas en todas las mitologías, especialmente en la griega, con los nacimientos, a causa de la influencia de la Luna sobre las mujeres y la concepción, la conexión real y oculta de nuestro satélite con la fecundación, es hoy día por completo desconocida para la fisiología, que considera como supersticiones groseras a todas las prácticas populares relacionadas con la misma. Como es inútil discutirlas en todos sus detalles, lo único que podemos hacer como de paso será tan solo presentar el simbolismo lunar, para mostrar que dicha superstición pertenece a las más antiguas creencias, y aun al judaísmo —base del Cristianismo—. Para los israelitas, la principal función de Jehovah era la de conceder hijos; y el esoterismo de la Biblia, interpretado kabalísticamente, muestra de un modo indudable que el «Sanctasantórum», en el Templo, era sencillamente el símbolo de la matriz. Esto se halla demostrado hoy día, fuera de toda duda, por la lectura numérica de la Biblia en general, y la del Génesis especialmente. Esta idea debieron de tomarla a todas luces los judíos de los egipcios e indos, cuyo «Sanctasantórum» está simbolizado por la Cámara del Rey en la Gran Pirámide, y por los símbolos Yoni del hinduismo exotérico. Para dar mayor claridad al asunto, y para mostrar al mismo tiempo la enorme diferencia existente entre el espíritu de la interpretación y el significado original de los mismos símbolos entre los antiguos ocultistas orientales y los kabalistas judíos, remitimos al lector a la Sección de «El Sanctasantórum», en el IV volumen.
El culto fálico desarrollóse tan solo con la pérdida de las claves de la significación verdadera de los símbolos. Fue la última y más fatal desviación del camino real de la verdad y del saber divino, hacia el sendero lateral de la ficción, elevada a la categoría de dogma merced a la falsificación humana y a la ambición jerárquica.
6. DESDE EL PRIMER NACIDO[512], EL HILO ENTRE EL SILENCIOSO VIGILANTE Y SU SOMBRA SE HACE MÁS Y MÁS FUERTE Y RADIANTE A CADA CAMBIO[513]. LA LUZ DEL SOL DE LA MAÑANA SE HA CAMBIADO EN LA GLORIA DEL MEDIODÍA…
Esta frase: «El Hilo entre el Silencioso Vigilante y su Sombra [el Hombre] se hace más y más fuerte a cada Cambio», es otro misterio psicológico que encontrará su explicación en los volúmenes III y IV. Por ahora bastará decir que el «Vigilante» y sus «Sombras» (éstas en el mismo número que reencarnaciones tenga la Mónada), son uno. El Vigilante, o el Divino Prototipo, hállase en el peldaño superior de la Escala del Ser: la sombra, en el inferior. Por otra parte, la Mónada de cada ser viviente, a menos que la depravación moral de éste quebrante la conexión y se precipite perdido por el «Sendero Lunar» —empleando la expresión oculta—, es un Dhyân Chohan individual, distinto de los demás, y con una especie de individualidad espiritual propia, durante un Manvantara especial. Su Primario, el Espíritu (Âtman), es uno, por supuesto, con el Espíritu Universal único (Paramâtma); pero el Vehículo (Vâhan), que es su tabernáculo, el Buddhi, es parte y componente de aquella Esencia Dhyân-Chohânica; y en esto es en lo que radica el misterio de aquella ubicuidad, que ha sido discutida unas cuantas páginas atrás. «Mi Padre que está en los cielos y yo, somos uno» —dice la Escritura Cristiana; y en esto es, de todos modos, el eco fiel del dogma esotérico.
7. «ÉSTA ES TU RUEDA ACTUAL» —DIJO LA LLAMA A LA CHISPA—. «TÚ ERES YO MISMA MI IMAGEN Y MI SOMBRA». YO ME HE REVESTIDO DE TI, Y TÚ ERES MI VÂHAN[514], HASTA EL DÍA «SÉ CON NOSOTROS, EN QUE HAS DE VOLVER A SER YO MISMA Y OTROS, TÚ MISMA Y YO (a)». ENTONCES LOS CONSTRUCTORES, TERMINADA SU PRIMERA VESTIDURA, DESCIENDEN SOBRE LA RADIANTE TIERRA, Y REINAN SOBRE LOS HOMBRES, QUE SON ELLOS MISMOS… (b).
(a) El día en que la Chispa se vuelva a convertir en la Llama; cuando el hombre se confunda con su Dhyân Chohan, «yo mismo y otros, tú mismo y yo», como dice la Estancia, significa que en Paranirvâna (cuando el Pralaya haya reducido no solo los cuerpos materiales y psíquicos, sino aun los mismos Egos espirituales, a su principio original), las Pasadas, las Presentes y aun las Futuras Humanidades, así como todas las cosas, serán uno y lo mismo. Todo habrá reingresado en el Gran Aliento. En otras palabras: «todo será sumergido en Brahman» o la Divina Unidad.
¿Es esto la aniquilación como algunos piensan? ¿Es ateísmo como otros críticos —los adoradores de una deidad personal y creyentes en un paraíso antifilosófico— se inclinan a creer? Ni lo uno ni lo otro. Es más que inútil volver a la cuestión de un supuesto ateísmo en lo que es espiritualismo del carácter más refinado. El ver aniquilación en el Nirvâna, equivale a decir también que es aniquilado un hombre sumido en sueño, profundo, sin ensueños, que no deja impresión ninguna ni en la memoria ni en el cerebro físico, por hallarse entonces el «Yo Superior» del durmiente en su estado original de Conciencia Absoluta. Pero este ejemplo responde tan solo a un aspecto de la cuestión —el más material; puesto que reabsorción no es, en manera alguna, tal «sueño sin ensueños» sino al contrario, Existencia Absoluta; una unidad incondicionada o un estado, para cuya descripción es el lenguaje humano absoluta y desesperadamente inadecuado. La única aproximación a algo parecido a un concepto del mismo, puede intentarse únicamente en las visiones panorámicas del Alma, a través de las ideaciones espirituales de la Mónada divina. Ni se pierde la Individualidad, ni siquiera la esencia de la Personalidad, si es que queda alguna, por ser reabsorbida. Pues por ilimitado que sea, con arreglo al concepto humano, el estado paranirvânico, tiene, sin embargo, un límite en la Eternidad. Una vez alcanzado, la misma Mónada resurgirá de allí como un ser todavía más perfecto, en un plano mucho más elevado, para volver a comenzar su ciclo de actividad perfeccionada. La mente humana no puede, en su estado actual de desarrollo, trascender y apenas puede alcanzar a estas alturas de pensamiento. Vacila ante el borde de lo Absoluto y de la Eternidad incomprensibles.
(b) Los «Vigilantes» reinan sobre los hombres durante todo el período del Satya Yuga y los Yugas subsiguientes menores, hasta el principio de la Tercera Raza-Raíz; después de la cual lo verifican los Patriarcas, los Héroes y los Manes, como en las Dinastías egipcias enumeradas por los sacerdotes a Solón, los Dhyânis encarnados de un orden inferior, hasta el Rey Menes y los reyes humanos de otras naciones. Todos estaban cuidadosamente anotados. En opinión de los simbologistas, esta edad mito— poética debe, por supuesto, considerarse tan solo como un cuento de hadas. Pero desde el momento en que las tradiciones y aun las crónicas de semejantes dinastías de Reyes Divinos, de los Dioses reinando sobre los hombres, seguidos por dinastías de Héroes o Gigantes, existen en los anales de todas las naciones, es difícil comprender cómo todos los pueblos que existen bajo el sol, algunos de los cuales están separados por vastos Océanos y pertenecen a diferentes hemisferios, tales como los antiguos peruanos y mexicanos, así como los caldeos, pueden haber compuesto los mismos «cuentos de hadas», con igual orden en los sucesos[515]. Sea como fuere, como quiera que la Doctrina Secreta enseña historia —la cual, no por ser esotérica y tradicional, deja de ser menos digna de fe que la historia profana—, tenemos tantos títulos a nuestras creencias como el que más, sea religioso o escéptico. Y aquella Doctrina dice que los Dhyâni-Buddhas de los dos Grupos superiores, a saber, los Vigilantes o los Arquitectos, proporcionan a las múltiples y diversas Razas, reyes y jefes divinos. Estos últimos son los que enseñaron a la humanidad sus artes y ciencias, y los primeros los que revelaron las grandes verdades espirituales de los mundos trascendentes a las Mónadas encarnadas que acababan de desprenderse de sus Vehículos pertenecientes a los Reinos inferiores, y que habían, por lo tanto, perdido todo recuerdo de su origen divino, las grandes verdades espirituales de los Mundos trascendentes.
De este modo, como se expresa en la Estancia, «descienden los Vigilantes sobre la radiante Tierra y reinan sobre los hombres, que son ellos mismos». Los Reyes reinantes terminaron su ciclo en la Tierra y en otros Mundos, en las Rondas precedentes. En los Manvantaras futuros, ascenderán ellos a Sistemas más elevados que nuestro Mundo planetario; y los Elegidos de nuestra humanidad, los Precursores en el duro y difícil camino del Progreso, son los que ocuparán el lugar de sus predecesores. El próximo gran Manvantara contemplará a los hombres de nuestro propio Ciclo de Vida, convertidos en los instructores y guías de una humanidad cuyas Mónadas puede que se hallen ahora aprisionadas —semiconscientes— en lo más inteligente del reino animal, al paso que sus principios inferiores estarán animando, quizás, a los ejemplares más elevados del mundo vegetal.
Así han procedido los ciclos de la evolución septenaria, en la Naturaleza Séptuple: la espiritual o divina; la psíquica o semidivina; la intelectual, la pasional, la instintiva o cognicional; la semicorporal y la puramente material o física. Todas éstas se desenvuelven y progresan cíclicamente, pasando de una a otra, en un doble sentido, centrífugo y centrípeto, uno en su esencia última y siete en sus aspectos. El más inferior es, por supuesto, el que depende de nuestros cinco sentidos, y que se halla sujeto a los mismos, los cuales verdaderamente son siete, como se demostrará más adelante, con la autoridad de los Upanishads más antiguos. Esto en lo referente a las vidas individual, humana, senciente, animal y vegetal, cada una de ellas microcosmos de su macrocosmos superior. Lo mismo en cuanto al Universo, el cual manifiesta periódicamente al objeto de los progresos colectivos de las Vidas innumerables, las expiraciones de la Vida Una; a fin de que, por medio del constante Volver a ser, cada átomo cósmico en este Universo infinito, pasando de lo informe y lo intangible, a través de las naturalezas complejas de lo semiterrestre, a la materia en plena generación, y volviendo después atrás, reascendiendo a cada nuevo período a estados más elevados y más próximos a la meta final; a fin de que, repetimos, pueda cada átomo alcanzar, por medio de esfuerzos y méritos individuales, aquel estado en que vuelve a convertirse en el TODO UNO e Incondicionado. Pero entre el Alfa y la Omega discurre el «Camino» abrumador, bordeado de espinas, que primero se dirige hacia abajo, y después:
… Serpentea el sendero hacia lo alto del collado;
Sí, hasta la misma cumbre.
Partiendo inmaculado para el largo viaje, descendiendo más y más en la materia pecadora, y habiéndose relacionado con cada uno de los átomos del Espacio manifestado, el Peregrino (después de haber luchado y sufrido a través de cada una de las formas de vida y de existencia), tan solo en el fondo del valle de la materia, y a la mitad de su ciclo es cuando llega a identificarse con la humanidad colectiva. Ésta, la ha hecho según su propia imagen. A fin de progresar hacia lo alto y hacia su patria, tiene el «Dios» ahora que ascender el sendero fatigoso y escarpado del Gólgota de la Vida. Es el martirio de la existencia consciente de sí misma. Como Vishvakarman, tiene que sacrificarse a sí mismo para redimir a todas las criaturas para resucitar de entre las Muchas a la Vida Una. Entonces asciende, en verdad, a los cielos; en donde, sumido en la incomprensible Existencia y Bienaventuranza Absolutas del Paranirvâna, reina incondicionalmente, y de donde volverá a descender en el próximo «Advenimiento» que una porción de la humanidad espera, según el sentido de la letra muerta, como el «segundo Advenimiento», y la otra como el último «Kalki Avatâra».