Elogio de Sir Isaac Newton
Elogio de Sir Isaac Newton
Elogio de Sir Isaac Newton
Monsieur Fontenelle
Sir Isaac Newton había nacido en Wolstrop, condado de Lincoln, el día de Navidad de 1642, descendiente de la antigua estirpe de la familia de Sir John Newton, Baronet, señor de Wolstrope. La hacienda de Wolstrop pertenecía a su familia desde hacía 200 años. Los Newton habían venido aquí desde Westby en el mismo condado, pero originariamente provenían de Newton en Lancashire. La madre de Sir Isaac, cuyo nombre de soltera fue Hannah Ascough, era también de una antigua familia: volvió a casarse después de la muerte de su primer marido, el padre de Newton.
Cuando su hijo tuvo doce años lo envió a la escuela pública de Grantham, de donde lo sacó algunos años después, para que fuera acostumbrándose poco a poco a dirigir sus asuntos y a valerse por sí mismo. Pero lo encontró tan despreocupado por tales cosas y tan metido por los libros, que lo envió de nuevo a Grantham para que libremente pudiera seguir sus inclinaciones, dándole licencia después de ir la Trinity College de Cambridge, donde fue admitido en 1660, cuando tenía dieciocho años.
En sus estudios de matemáticas no necesitó estudiar a Euclides, quien le parecía tan fácil y sencillo que no valía la pena perder en él su tiempo, pues lo comprendía casi sin leerlo y con solo una ojeada al contenido de los teoremas le bastaba para dominarlos perfectamente. Pasó enseguida a la Geometría de Descartes, a la Optica de Kepler, etcétera, hasta el punto de que podemos aplicarle lo que Lucano decía del Nilo, cuyo nacimiento era desconocido para los antiguos:
Arcanum Natura caput non prodidit ulli
Nec licuit populis parvum te, Nile, videre (Lucano, 1.X)
A nadie la naturaleza reveló el arcano origen
Ni te permitió a las gentes verte aún pequeño, Oh Nilo!
Ciertamente Sir Isaac hizo sus grandes descubrimientos en Geometría y encontró las bases de sus dos famosas obras, los Principia y los Optiks, en la época en que tenía veinticuatro años de edad. Si los seres sobrehumanos progresan de tal modo en el conocimiento es porque vuelan mientras nosotros caminamos a gatas y porque saltan sobre los mediums a través de los cuales avanzamos con dificultad desde una verdad a otra relacionada con ella.
Nicolás Mercátor, que había nacido en Holstein, pero que pasó la mayor parte de tu vida en Inglaterra, publicó en 1668 su Logarithmotechnia donde resuelve la cuadratura de la Hipérbola por medio de series infinitas. Esta fue la primera aparición en el mundo ilustrado de una serie de este tipo, basada en la particular naturaleza de una curva, y ello de un modo completamente nuevo y abstracto. El célebre Dr. Barrow, entonces en Cambridge donde también vivía Mr. Newton que a la sazón contaba 20 años, recordaba que se había encontrado con el mismo tema en los escritos del joven caballero, y no solo referido a la Hipérbola, sino extendido mediante fórmulas generales a toda clase de curvas, incluso las mecánicas, a sus cuadraturas, a sus rectificaciones y centros de gravedad, a los sólidos formados por sus rotaciones y a las superficies de tales sólidos; de manera que cuando era posible determinarlas, las series tenían un límite dado o, si no lo tenían al menos, sus sumas venían dadas por reglas establecidas. Pero, si su determinación era imposible, entonces incluso era posible aproximarlas infinitamente, lo que constituye el método más refinado de suplir la insuficiencia del conocimiento humano que el hombre pudiera imaginar. Ser un maestro en tan fructífera y general teoría era un mina de oro para un geómetra, y también era una gran gloria haber sido el descubridor de tan sorprendente e ingenioso sistema. Así que Sir Isaac, viendo por el libro de Mercátor que este se hallaba en el buen camino y que otros podían seguir sus pasos, debería naturalmente haberse adelantado a mostrar sus tesoros y a asegurar su propiedad que consistía en ser el descubridor. Pero se contentó con hallar el tesoro sin preocuparse de la gloria. Dice él mismo en una carta del Commercium Epistolicum «que pensó que Mercátor había descubierto completamente el secreto, o que otros lo podían descubrir antes de que él estuviese en edad de escribirlo». Sin ningún interés permitió que se aprovechasen de él, de algo que le podía reportar mucha gloria y colmarle con las más agradables esperanzas. Esperó con paciencia hasta alcanzar una edad adecuada para escribir o hasta hacerse un nombre conocido en el mundo, pese a ser ya capaz de grandes cosas.
Su manuscrito sobre las series infinitas solo fue comunicado a Mr. Collins y a Lord Brounker, ambos conocedores de estos temas. E incluso estos no lo recibieron, salvo por el Dr. Barrow, quien no le permitió una modestia mayor que la que hubiera deseado.
Salió este manuscrito del estudio del Autor en el año 1669, con el título de THE METHOD WICH I FOR MERLY FOUND OUT, etc., y suponiendo que este «for merly» signifique no más que tres años, pudo entonces haber descubierto esta admirable teoría de las series cuando aún no tenía veinticuatro años de edad; pero lo que es más todavía, este manuscrito contiene tanto el descubrimiento como el método de Fluxiones, o sea de cantidades infinitamente pequeñas, que dio lugar a una gran polémica entre él y Mr. Leibniz, o más bien entre Alemania e Inglaterra, polémica de la que he dado cuenta en 1716, en el Elogio de Mr. Leibniz, y aunque ello estaba en el Elogio de Mr. Leibniz, la imparcialidad de un historiador se hallaba tan escrupulosamente preservada allí que nada nuevo hay que decir ahora de Sir Isaac Newton. Se observaba allí de manera particular que «Sir Isaac fue sin duda el descubridor, que esta gloria era indudable, y que la única cuestión era si Mr. Leibniz había tomado esta noción de él». Toda Inglaterra está convencida de que efectivamente la tomó de él, aunque la Royal Society no lo declaró así en su Determinación, aunque tal vez podría haberlo sugerido. Sin embargo Sir Isaac Newton fue con certeza el primer descubridor y ello por varios años. Mr. Leibniz por otra parte fue el primero en publicar el método, y si lo hubiese tomado de Sir Isaac, al menos se parecería a Prometeo en los infiernos robándole el fuego a los dioses para dárselo a los hombres.
En 1687 Sir Isaac decidió destaparse y mostrar quién era, y en consecuencia apareció a la luz la obra Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Este libro, que ofrece por base la más profunda Geometría para un nuevo sistema de Filosofía, no alcanzó al principio toda la fama que merecía y que iba a adquirir después. Como está escrito con gran conocimiento, concebido en pocas palabras y las consecuencias frecuentemente extraídas de los principios de modo súbito, el lector se ve obligado a suplir por sí mismo las conexiones y se requiere tiempo para que el público llegue a dominarlo. Geómetras de prestigio no llegan a comprenderlo sin gran aplicación y los de menor nivel no lo comprendieron hasta que fueron provocados por el aplauso de los más competentes, pero a la postre cuando el libro ha llegado a ser suficientemente comprendido, todos estos aplausos que lentamente se ha ido ganando estallaron por todas partes y se unieron en una general admiración. Todos quedaron asombrados por ese original estilo, que brilla por toda la obra, por esa magistral genialidad que en todo el ámbito de este siglo feliz puede solo ser reconocido en tres o cuatro hombres distinguidos de entre las naciones más cultas.
Dos son las teorías que sobresalen en los Principia, la de las fuerzas Centrales y la de la Resistencia que los medios oponen al movimiento, las dos totalmente nuevas y tratadas de acuerdo con la sublime geometría del Autor. No podremos acercarnos a cualquiera de estos temas sin tener presente a Sir Isaac, sin repetir lo que él ha dicho o siguiendo sus patos, y si tratáremos de obviarlo, ¿qué astucia podría evitar que en ello reapareciera Sir Isaac Newton?
La relación entre las revoluciones de los cuerpos celestes y sus distancias del centro común de dichas revoluciones, establecida por Kepler, prevalece a través de todo el sistema celeste. Si, como es necesario, suponemos que una cierta fuerza impide a esos grandes cuerpos seguir en cada instante su movimiento natural según una línea recta de Oeste a Este y los empuja hacia un centro, se sigue por la regla de Kepler que esta fuerza que habría de ser central o centrípeta, actuará diferentemente sobre el mismo cuerpo según sus diferentes distancias de dicho centro, y esto en proporción inversa al cuadrado de estas distancias; esto es, por ejemplo, si un cuerpo está al doble de distancia del centro de su revolución, la acción de la fuerza central sobre él será cuatro veces menor. De aquí es de donde parece que parte Sir Isaac cuando aborda tu física del mundo en general: Podríamos suponer o imaginar que él consideró primero la Luna ya que la Tierra es el centro de su movimiento.
Si la Luna perdiese todo su impulso o tendencia a moverse de Oeste a Este en linea recta y no quedase nada más que la fuerza central que la empuja hacia el centro de la Tierra, no obedecería más que a esta fuerza, y se movería en línea recta hacia dicho centro. Conocida la velocidad de su movimiento, Sir Isaac demuestra a partir de dicho movimiento, que en el primer minuto de su caída recorrería 15 pies parisinos: su distancia de la Tierra es de 60 semidiámetros terrestres, y por tanto, cuando la Luna alcanzase la superficie terrestre, la acción de la fuerza que la empuja habría crecido como el cuadrado de 60, esto es, sería 3600 veces más fuerte, de suerte que la Luna en su último minuto habría recorrido en su caída 3600 veces 15 pies.
Si ahora suponemos que la fuerza que hubiese actuado sobre la Luna es la misma que llamamos Gravedad en los cuerpos terrestres, se seguiría del sistema de Galillo que la Luna, que había caído a la superficie de la Tierra a 3600 veces 15 pies, también debería haber caído a 15 pies en la primera sesentava parte, o primer segundo, de ese minuto. Ahora bien, es conocido por muchos experimentos, y estos solo pueden hacerse a pequeñas distancias de la superficie terrestre, que los cuerpos pesados caen 15 pies en el primer segundo de su caída: por tanto en lo tocante a la velocidad de sus caídas están exactamente en la misma condición, como si hubiesen realizado la misma revolución en torno a la Tierra que hace la Luna y a la misma distancia, vendrían a caer por la mera fuerza de su Gravedad; y si están en la misma condición que la Luna, la Luna está en la misma condición que ellos y en cada instante es movida hacia la Tierra por la misma Gravedad. Una coincidencia tan exacta de efectos, o mejor, esta perfecta identidad no puede proceder de otra cosa que de las mismas causas.
Verdad es que en el sistema de Galileo, aquí seguido, la gravedad es constante, mientras que la fuerza central de la Luna no lo es, incluso en la demostración que se acaba de ofrecer, si bien es posible que no se pueda descubrir fácilmente la desigualdad de la gravedad o más bien solo aparezca igual en todos nuestros experimentos debido a que la altura mayor desde la cual podemos observar la caída de cuerpos no es nada en comparación con las 1500 leguas, que es la distancia a que están del centro de la Tierra. Está demostrado que una bala de cañón lanzada horizontalmente describe, en la hipótesis de Gravedad constante, una línea parabólica que está limitada por el punto donde toca tierra, pero si ha sido lanzada desde una altura suficiente para hacer perceptible la no constancia de su Gravedad, describirá una Elipse en lugar de una Parábola, Elipse de la que el Centro de la Tierra será uno de los Focos, esto es, cumplirá exactamente lo que hace la Luna.
Si la Luna tiene Gravedad igual que los cuerpos terrestres, si se mueve hacia la Tierra impulsada por la misma fuerza, por la que lo hacen ellos, si, según las palabras de Sir Isaac, ella gravita hacia la Tierra, la misma causa actúa sobre todos los demás cuerpos de este maravilloso escenario celeste; pues toda la naturaleza es una y la misma y por todas partes se da siempre la misma disposición, donde quiera que los cuerpos describan Elipses sus movimientos estarán dirigidos hacia un cuerpo situado en uno de los focos. Los satélites de Júpiter gravitarán hacia Júpiter, como la Luna Gravita hacia la Tierra; los satélites de Saturno hacia Saturno y todos los planetas conjuntamente hacia el Sol.
No se sabe en qué consiste la Gravedad. El propio Sir Isaac lo ignoraba. Si la Gravedad actúa a modo de impulso podemos imaginar que un bloque de mármol que cae puede ser empujado hacia la Tierra sin que la Tierra sea empujada en modo alguno hacia él; y en suma todos los centros con los que tienen relación los movimientos causados por la Gravedad, pueden ser inmóviles. Pero si actúa por atracción, la Tierra no puede atraer al bloque de mármol a menos que el bloque de mármol atraiga a la Tierra de igual modo, ¿por qué entonces este poder de atracción estará en unos cuerpos más que en otros? Sir Isaac supone siempre que la acción de la Gravedad en todos los cuerpos es recíproca y proporcional solo a su masa, y por esto parece determinar que la Gravedad es en realidad una atracción. Él hace uso de esta palabra desde el principio para referirse a la fuerza activa de los cuerpos, fuerza no obstante desconocida y que no se propone explicar; pero si puede actuar igualmente por impulso: ¿Por qué no dar preferencia a este término más claro?, pues debemos estar de acuerdo en que no hay medio posible de usar ambos indistintamente dado que se oponen en tal medida. El uso continuo de la palabra Atracción, apoyado por la gran autoridad, y quizá también por la inclinación que Sir Isaac, según se cree, tuvo al propio tema, hace al lector familiarizarse al menos con una noción denostada por los Cartesianos y cuya condena ha sido ratificada por todos los demás filósofos; y habrá que tomar precauciones, no sea que imaginemos que hay algo real en ella, y nos expongamos así al peligro de creer que la comprendemos.
Todos los cuerpos, como quiera que sea, gravitan unos hacia otros, según Sir Isaac, o se atraen unos a otros en proporción a sus masas. Y cuando giran en torno a un centro común por el que consecuentemente son atraídos y al que ellos atraen, tus fuerzas atractivas están en proporción inversa al cuadrado de sus distancias del centro, y si todos ellos junto con su centro común a ellos y a otros, giran en torno a otro centro, esto producirá nuevas proporciones que pueden llegar a ser sumamente complejas. Así cada uno de los cinco satélites de Saturno gravita hacia los otros cuatro y los otros cuatro hacia él, todos los cinco hacia Saturno y Saturno hacia ellos, y todo el conjunto gravita hacia el Sol y el Sol a su vez hacia ellos. ¡Qué excelente geómetra ha debido de ser para desenredar semejante caos! El mero intento parece una temeridad y no podemos imaginar sin asombro que de una teoría tan abstracta, compuesta de tantas y tan distantes teorías, todas ellas difíciles de manejar, puedan obtenerse semejantes conclusiones necesarias y todas congruentes con los hechos aceptados de la Astronomía.
Algunas veces estas conclusiones también predicen eventos que los astrónomos no habían notado. Se ha sostenido, y más especialmente en Inglaterra, que cuando Júpiter y Saturno se hallan entre sí más cerca, que es a 165 millones de leguas de distancia, sus movimientos no tienen la misma regularidad que en el resto de su curso; el sistema de Sir Isaac da, desde luego, cuenta de ello, cuenta que no puede dar otro sistema cualquiera. Júpiter y Saturno se atraen uno a otro con gran fuerza por encontrarse cerca y por eso la regularidad del resto de su curso se ve perturbada muy sensiblemente. Y aún llega más lejos, hasta determinar la cuantía y límites de esta perturbación.
El movimiento de la Luna es el menos regular de cualquiera de los planetas, las tablas más exactas son a veces erróneas y se desvía algunas veces de su curso sin que se sepa porqué. El Dr. Halley, cuyo profundo conocimiento de las matemáticas no le ha impedido ser un buen poeta, dice en los versos latinos que antepuso a los Principia:
Discimus hinc tandem qua causa argentea phoebe
Passibus haud aequis graditur; cur subdita nulli
Hactenus Astronomo numerorum frena recuset.
Por fin sabemos ahora por qué la argentea Febo
camina con pasos desiguales; por qué, hasta ahora
rebelde al astrónomo, rechaza el rigor de los números
pero ahora al fin se halla sometida al nuevo sistema. Todas las irregularidades de su curso se muestra allí que proceden de una necesidad mediante la cual se pueden predecir. Es difícil imaginar que un sistema en que esto es así pudiera no ser más que una afortunada conjetura, sobre todo si consideramos que esto es solo una pequeña parte de una Teoría que comprende con el mismo éxito un infinito número de otras soluciones. Muestra de modo tan natural que el flujo y reflujo de las mareas proceden de la acción de la Luna combinada con la del Sol que la admiración que este fenómeno suele producirnos parece disminuida por ello.
La segunda de las dos grandes teorías sobre las que principalmente versan los Principia es la de la Resistencia de los medios al movimiento que obligadamente forma parte de la consideración de los principales fenómenos de la Naturaleza, tales como el movimiento de los cuerpos celestes, de la luz y del sonido. Mr. Newton, de acuerdo con su método usual, coloca sus fundamentos en las más sólidas pruebas geométricas, considera todas las causas de las que puede provenir la resistencia: la densidad del medio, el rápido movimiento del cuerpo que se mueve, la magnitud de su superficie, y de ello obtiene al menos conclusiones que destruyen por completo los Vórtices de Descartes y derrumban un ingente edificio celeste que podía parecer indestructible. Si los planetas giran en torno al Sol en un cierto medio, cualquiera que sea, en una materia aetherea que lo llena todo y cuyo ser extremadamente sutil no deja de ofrecer resistencia, como se ha demostrado, ¿cómo llegar entonces a que los movimientos de los planetas no sean ni continua ni aún instantáneamente retardados?, pero además, ¿cómo pueden los cometas atravesar estos Vórtices libremente por doquier, algunas veces con una dirección absolutamente opuesta a ellos y sin que sufran ninguna alteración sensible en sus movimientos, aunque fueren de larga duración?, ¿de dónde provendría el que estos inmensos torrentes haciendo remolinos con velocidades increíbles no absorben instantáneamente el movimiento particular de un cuerpo que no es más que un átomo comparado con ellos y por qué no le obligarían a seguir su curso?
Los cuerpos celestes se mueven, pues, en un enorme vacío, salvo sus exhalaciones y los rayos de luz con los que juntamente forman diferentes mezclas enrarecidas que deben incorporar una muy pequeña cantidad de materia con espacios inmateriales casi infinitos. Así la Atracción y el Vacío, desterrados de la Física por Descartes, y aparentemente para siempre, son ahora reintroducidos de nuevo por Sir Isaac Newton, dotados de una fuerza completamente nueva y de la que parecían incapaces, aunque tal vez disimulándolo un poco.
Estos dos grandes hombres, cuyos sistemas se oponen de tal modo, se parecían uno a otro en algunos aspectos; ambos eran genios de primer orden, ambos nacieron con inteligencia superior y dotados para fundar Imperios Científicos. Excelentes geómetras ambos vieron la necesidad de introducir la Geometría en la Física, ambos efectivamente fundaron sus Físicas en una Geometría, que casi puede decirse que solo a ellos mismos debían. Pero el uno remontándose intrépido directamente hacia la búsqueda de la Fuente de todas las cosas y mediante ideas claras y fundamentales llegar a la posesión de los primeros principios, de modo que solo tuviese después que descender a los fenómenos de la Naturaleza como a consecuencias necesarias, mientras el otro más cauto o, mejor, más modesto, comenzó por tomar pie en los fenómenos conocidos para subir hasta los principios desconocidos, resuelto a admitirlos solo en la medida en que pudieran ser alcanzados por una cadena de consecuencias. El primero parte de lo que comprende con claridad para hallar las causas de lo que ve; el segundo parte de lo que ve para establecer la causa, ya sea clara u oscura. Los principios evidentes del uno no siempre le llevan a las causas de los fenómenos como son, mientras los fenómenos no siempre llevan al otro a principios suficientemente evidentes. Los límites que detienen a estos dos hombres en sus intentos por vías diferentes no son límites de sus inteligencias, sino del mismo entendimiento humano.
Mientras Sir Isaac estaba escribiendo su gran obra, los Principia, tenía también entre manos otra no menos original y novedosa la cual, aunque por el título no parezca tan general, es de parecida amplitud a juzgar por el modo como trata este tema específico. Esta obra es su Opticks, or treatise of Light and Colours, que apareció por primera vez en 1704, después de haber efectuado los experimentos necesarios durante treinta años. No es frecuente el arte de hacer experimentos con exactitud. Cada hecho que se ofrece a nuestra consideración está complicado con muchos otros, que o se confunden con él o lo modifican, hasta el punto de que sin un derroche de ingenio no pueden separarse, e incluso sin una gran sagacidad difícilmente pueden adivinarse los diferentes elementos que entran en juego. Por tanto el hecho a considerar debe ser resuelto en otros distintos de los que está compuesto, mientras estos a tu vez están compuestos de otros, de tal modo que, si no seguimos la vía adecuada, nos podemos hallar a veces perdidos en laberintos inacabables. Los principios y elementos de las cotas parecen habérsenos ocultado por la Naturaleza con tanto cuidado como las causas, y cuando llegamos a descubrirlos es una visión totalmente nueva e inesperada.
Lo que inmediatamente te propone Mr. Newton mediante su Opticks es la anatomía de la luz; esta expresión no es demasiado atrevida puesto que no et más que llamar a las cosas por su nombre. En sus experimentos un pequeñísimo rayo de luz, introducido en una habitación oscura y tan pequeño como es posible aunque aún esté compuesto de otro infinito número de rayos, es dividido y diseccionado de tal modo que los rayos elementales de que está compuesto quedan separados unos de otros y se descubre en cada uno el particular color de que está dotado, color que después de la separación ya no se puede cambiar. El rayo entero antes de la disección es blanco y su blancura surge de todos los colores particulares de los rayos primitivos. Es tan difícil separar estos rayos que cuando Mariotte lo intentó sobre la base de las primeras noticias de los experimentos de Sir Isaac fracasó en el intento, y eso él que era un genio para los experimentos y había tenido éxito en otros diferentes temas.
Los primitivos rayos coloreados no podrían ser separados a no ser que fuesen tales por naturaleza que al pasar por el mismo medio o a través del mismo prisma de cristal fuesen refractados en ángulos distintos y separados por este medio para ser recibidos a las distancias adecuadas. Esta diferente refrangibilidad de los rayos, rojos, amarillos, verdes, azules, violetas y todos los demás infinitos colores, propiedad que ni siquiera había sido sospechada antes y a la que difícilmente uno podría llegar por conjeturas, es el principal descubrimiento de este tratado de Mr. Newton. La diferente refrangibilidad nos lleva a la diferente reflexividad. Pero hay algo más, pues lo rayos que inciden con un mismo ángulo sobre una superficie son refractados y reflejados alternativamente con un tipo de comportamiento distinguible solo para un ojo muy lince y bien asistido por el juicio del Observador. El único punto, la sola primera idea que no pertenece por entero a Sir Isaac Newton es la de que los rayos que pasan muy cerca de los extremos de un cuerpo sin tocarlo se apartan un poco de la línea recta lo cual se denomina inflexión. Pero todo el conjunto constituye un cuerpo de óptica tan completamente nuevo, que de aquí en adelante podemos contemplar esta ciencia como debida en su mayor parte a este Autor.
Para no reducir su actividad a estas vacías especulaciones que algunos califican injustamente de inútiles, nos ofreció también el diseño de un telescopio de reflexión que no ha sido por completo llevado a término hasta largo tiempo después. Se ha podido comprobar que uno de estos telescopios de dos pies y medio de largo, alcanza tan buen resultado como uno normal de ocho o nueve pies,[1] lo que es un avance extraordinario y cuyas ventajas totales serán probablemente mejor conocidas más tarde.
Uno de los logros de este libro, igual tal vez a muchos de los descubrimientos en que abunda, es que ofrece un excelente modelo de proceder en filosofía experimental. Cuando nos disponemos a indagar la naturaleza hemos de examinarla como Sir Isaac, es decir, de un modo exacto e insistente. El sabe cómo reducir a cálculo aquellas cosas que casi eluden nuestra investigación, aunque tales cálculos pudieran eludir la habilidad de los mejores geómetras sin esa destreza que le fue peculiar y el empleo que hace de su geometría es tan ingenioso como sublime es la propia geometría.
No terminó su Opticks debido a que varios experimentos necesarios se habían visto interrumpidos y no pudo empezarlos de nuevo. Las partes de esta construcción que dejó inacabadas no podrían ser proseguidas más que por manos tan capaces como las del primer Arquitecto: Sin embargo ha puesto en un camino adecuado a quienes se sienten inclinados a proseguir este trabajo y les ha esbozado una vía a seguir desde la Óptica para llegar a un cuerpo de Física, bajo la forma de Dudas o de Queries que proponen una gran cantidad de proyectos que van a ser de ayuda a los futuros filósofos o que, al menos, darán lugar a una interesante historia sobre las conjeturas de un gran filósofo.
La Atracción es el principal principio de este breve plan de Física; esta propiedad, a la que se denomina la Dureza de los cuerpos, es la Atracción mutua de sus partes la cual los hace compactos y si son de una figura tal que todas las superficies son capaces de mantenerse unidas por doquier sin dejar ningún espacio vacío, entonces los cuerpos son perfectamente duros. De este tipo no hay más que ciertos cuerpos pequeños que son primitivos e inalterables y que son los elementos de todos los demás. Las Fermentaciones o Efervescencias químicas, cuyo movimiento es tan violento que a veces es comparable a una tormenta, son los efectos de esta poderosa atracción que sobre los cuerpos pequeños solo actúa a distancias pequeñas.
En general piensa que la Atracción es el principio activo de todas las cosas de la naturaleza y la causa de todo movimiento.
Si Dios hubiese puesto al principio un cierto grado de movimiento en las cosas y después este movimiento solo se distribuyese por choque parece que iría decreciendo continuamente en su movimiento por el efecto de los choques contrarios sin ser capaz de recuperarlo nunca y que el universo caería muy pronto en tal estado de reposo que ello supondría la muerte del todo. La fuerza de Atracción que siempre subsiste y no se ve debilitada por su ejercicio es una fuente perpetua de acción y de vida. Puede suceder igualmente que los efectos de esta fuerza acaben por combinarse de tal manera que el sistema del universo llegue a desordenarse y requerir, para decirlo con las palabras de Sir Isaac, una mano que lo repare.
Declara con toda franqueza que reintroduce esta atracción solo como una causa que desconoce y cuyos efectos únicamente estudia, compara y calcula, mientras que para evitar el reproche de revivir las cualidades ocultas de los escolásticos dice que él solo establece cualidades manifiestas y bien visibles por sus fenómenos, pero que las causas de estas cualidades están sin duda ocultas y deja para otros filósofos la tarea de investigarlas, ¿pero no son propiamente las causas a las que los escolásticos llamaron cualidades ocultas, pese a que sus efectos están plenamente a la vista?; además, ¿puede pensar Sir Isaac que otros podrán descubrir esas cualidades ocultas que él no pudo descubrir?, ¿con qué esperanza de éxito pueden otros investigar después de él?
Al final de su Optica introdujo dos tratados de Geometría pura, uno relativo a la Cuadratura de Curvas y el otro a la Enumeración de Líneas que denomina de tercer orden, tratados que después suprimió debido a que su contenido era muy diferente del de la Optica y fueron impresos separadamente en 1711 con un Analysis by Infinite equations y el Differential method. Solo sería repetir el decir que a lo largo de estas obras aparece un sofisticado tipo de Geometría muy peculiar de él.
Pudiera parecer que, estando tan ocupado en estas especulaciones, no tendría ninguna inclinación por los negocios e incluso que sería incapaz de ello; pero cuando los privilegios de la Universidad de Cambridge, donde era profesor de matemáticas desde 1669 por renuncia en su favor del Dr. Barrow, fueron atacados por el Rey Jacobo II en 1687 (año en que se publicaron los Principia) fue sumamente diligente en su defensa y la Universidad lo designó como Delegado para la Alta Comisión de arbitraje. E igualmente fue uno de sus representantes en el Parlamento-Convención de 1688 donde permaneció hasta su disolución.
En 1696 el Conde de Hallifax que era Canciller del Exchequer y gran mecenas de hombres sabios (la Nobleza inglesa no hace cuestión de honor el menospreciarlos pues con frecuencia ellos lo son) obtuvo del Rey Guillermo para Sir Isaac el cargo de Inspector del «Mint» (Casa de la Moneda), empleo en el que fue sumamente eficaz en la gran reacuñación de la época. Tres años más tarde fue nombrado Presidente, un empleo de altos beneficios que disfrutó hasta su muerte.
Puede pensarse que este destino en el Mint era adecuado para él únicamente porque era un excelente geómetra y un gran experto en física; y efectivamente estos asuntos exigen cálculos muy difíciles y un gran número de experimentos químicos de gran habilidad de todo lo cual hállanse muchas pruebas en su Table of Essays of foreign Coins publicada al final del libro del Dr. Arbuthnot. Pero su genio alcanzaba igualmente a materias meramente políticas y en las que no había mezclas de ciencias especulativas, pues ante la convocatoria del Parlamento de 1701 fue de nuevo elegido representante de la Universidad de Cambridge. Después de todo tal vez sea un error contemplar como incompatibles a las ciencias y a los negocios sobre todo para hombres de cierto carácter. Los asuntos políticos, cuando se han comprendido bien, se reducen de modo natural a cálculos precisos y tienen una secuencialidad que quienes han utilizado sutiles especulaciones los comprenden con mayor facilidad y mayor seguridad una vez están familiarizados con los hechos y dotados de materiales adecuados.
Especial fue la felicidad de Sir Isaac en el disfrute del premio de sus méritos en esta vida, muy al contrario que Descartes, quien no recibió honor alguno hasta después de su muerte. Los ingleses no respetan menos a los grandes genios por haber nacido entre ellos y tan lejos están de empeñarse en minusvalorarlos mediante críticas malintencionadas y de aprobar las envidias que suscitan, que todos se coaligan para ensalzarlos, y toda la libertad que es ocasión de sus diferencias en los temas más importantes no es obstáculo para que estén unidos en esto. Todos son muy sensibles respecto a la medida en que la gloria de la Inteligencia debe ser valorada en un estado y quienquiera que pueda proporcionarla a su País llega a ser muy apreciado para ellos. Todos los sabios de una Nación que produce tantos colocaron a su cabeza a Sir Isaac mediante una suerte de aplauso unánime y lo reconocieron por su Jefe y Maestro; ni siquiera apareció una pizca de oposición y no hubieran admitido siquiera la de un tibio admirador. Su filosofía fue adoptada por toda Inglaterra, prevaleció en la Royal Society y en todas las excelentes realizaciones salidas de allí, como si en verdad hubiese sido consagrada por el respeto de una larga serie de generaciones. En suma que fue honrado en tal alto grado que la muerte no pudo procurarle nuevos honores y él mismo presenció su propia Apoteosis. Tácito que reprochó a los romanos su absoluta indiferencia para con los grandes hombres de su nación, hubiese atribuido a los ingleses con toda seguridad muy contraria condición. En vano se habrían excusado los romanos aduciendo que los grandes méritos no eran más que lo normal entre ellos. Tácito habría respondido que los grandes méritos nunca son comunes o que también nosotros debemos esforzarnos en, si es posible, hacerlo común por el honor que va en ello.
En 1703 Sir Isaac fue elegido presidente de la Royal Society y siguió en el cargo sin interrupción hasta su muerte por espacio de 23 años, caso singular y del cual no habrá que temer nocivas consecuencias para el futuro. La Reina Ana lo nombró Caballero en 1705, título honorífico que al menos sirve para mostrar que su nombre llegó hasta el Trono a donde los nombres más famosos no llegan siempre.
Fue más conocido incluso en la corte del Rey Jorge. La Princesa de Gales que es ahora Reina de Inglaterra tiene una inteligencia tan excelente y tantos conocimientos que era capaz de proponer cuestiones a tan gran hombre y recibir respuestas cumplidas solo de él. Ella ha dicho frecuentemente en público que cree que es una suerte vivir en su tiempo y tener trato con él. ¡En cuántos otros tiempos, en cuántas otras naciones podría haberse hallado sin encontrarse con otra Princesa semejante!
Compuso un Tratado de Cronología Antigua que nunca pensó publicar al cual la Princesa, a quien dio noticia de algunos de los puntos principales, consideró tan novedoso y lleno de ingenio que pidió un resumen de toda la obra, resumen que no compartiría con nadie y sería de su sola propiedad. Aún lo guarda junto con sus cosas más preciadas. Sin embargo se fugó una copia del mismo. La curiosidad suscitada por pieza tan particular de Sir Isaac difícilmente puede librarse del empleo de artimañas para llegar hasta semejante tesoro y en verdad habría que ser muy severos para condenar tal curiosidad. Esta copia fue traída a Francia por una persona afortunada que la consiguió y la estima que sentía por ella le impidió ser demasiado cuidadoso con la misma, así que fue conocida, traducida, y al final impresa.
El objetivo principal de este sistema cronológico de Sir Isaac, tal como aparece en el extracto que poseemos de él, es llegar a establecer, siguiendo con mucha sagacidad los datos, por débiles que sean, de la antigua astronomía griega la posición del Coluro de los Equinoccios con respecto a las estrellas fijas en el tiempo de Quirón el Centauro. Como se sabe ahora que estas estrellas tienen un movimiento longitudinal de un grado cada 72 años, si además se sabe que en tiempo de Quirón el Coluro pasó por ciertas estrellas fijas, puede saberse midiendo la distancia desde ellas hasta por donde pasa ahora, cuánto tiempo ha transcurrido desde Quirón hasta nuestros días. Quirón era uno de los que fueron con los argonautas en su famosa expedición; esto fijaría la época de esta expedición y, consecuentemente, después la de la guerra de Troya: dos grandes acontecimientos sobre los que se basa la cronología antigua. Sir Isaac los sitúa 500 años más cerca de Cristo de donde suelen ubicarlos otros cronologistas.
Este sistema ha sido objetado por dos sabios franceses quienes son objeto de censuras en Inglaterra por no haber tomado como base toda la obra y haberse precipitado en su crítica. ¿Pero su prisa no es acaso un honor para Sir Isaac? Se adscribieron tan pronto como fue posible a la gloria de tener semejante rival, y acabaron por hallar a otros en su lugar; pues el Dr. Halley principal astrónomo real de Gran Bretaña ya ha escrito en defensa de la parte astronómica del sistema y su amistad con el Gran Hombre difunto así como su gran habilidad en esta ciencia le convierten en un formidable adversario. Pero después de todo la cuestión no está totalmente determinada; el público, entendiendo por tal al que es capaz de juzgar sobre esto y que es poco numeroso, no lo ha hecho aún, y aunque sucediera que los argumentos más fuertes estuvieran de un lado y solo el nombre de Sir Isaac del otro, quizás el mundo seguiría algún tiempo en suspenso y quizás también con razón.
Tan pronto como la Academia de Ciencias mediante su Reglamento de 1669 pudo elegir entre el número de sus asociados a extranjeros, no dejó de hacer a Sir Isaac Newton uno de ellos. Desde el principio mantuvo correspondencia con ellos enviándoles todo aquello que publicaba. Consistió esto en algunas de sus primeras obras que, o bien hizo que se reimprimieran, o bien publicaba ahora por primera vez. Pero después de estar empleado en el Mint, en donde había estado durante algún tiempo, no se dedicó ya más a una tarea demasiado nueva ni en matemáticas ni en filosofía. Pues, aunque su solución del famoso problema de la Trayectoria propuesto a los ingleses a modo de desafío por Leibniz durante su contienda con ellos que tan buscada fue tanto por su perplejidad como por su dificultad, puede ser considerada un intento difícil, apenas fue más que una diversión para Sir Isaac Newton. Recibió el problema a las cuatro de la tarde cuando regresaba muy fatigado del Mint y no se acostó hasta que lo dejó resuelto.
Después de haber prestado tantos servicios en ciencias especulativas a toda la cultura europea se dedicó de lleno al servicio de su país en asuntos que eran más directa y visiblemente ventajosos para el mismo, cosa que era un gran placer para todo buen súbdito; pero todo su tiempo libre se lo dedicó a la curiosidad de su mente; creía que todo tipo de conocimiento merecía su consideración y sabía cómo sacar partido de todo. Después de su muerte se encontraron entre sus papeles varios escritos sobre la antigüedad, la historia y hasta la propia Divinidad, temas todos ellos distintos de aquellas ciencias en las que tanto se distinguió. Nunca soportó estar sin hacer nada y nunca empleó su tiempo en bagatelas ni dispersó su atención de lo que estaba haciendo.
Disfrutó siempre de buena y constante salud hasta que tuvo ochenta años, circunstancia esencial de la extraordinaria felicidad de que gozó. Le sobrevino entonces una incontinencia urinaria, e incluso los cinco años siguientes que precedieron a su muerte, disfrutó de largos intervalos de salud o al menos estuvo tolerablemente bien gracias a la regularidad de su dieta o teniendo un cuidado de sí mismo que hasta entonces no había tenido ocasión de tener. Entonces se vio obligado a ponerse en manos de Mr. Conduit, que se había casado con su sobrina, para que le resolviera sus asuntos en el Mint, cosa que no hubiera hecho de no haber tenido la seguridad de que dejaba en buenas manos un asunto de naturaleza tan delicada e importante; y su opinión se ha visto confirmada después de su muerte por la elección del Rey que ha dado este puesto a Mr. Conduit. Sir Isaac Newton no sufrió mucho hasta los últimos veinte días de su vida momento en que se vio que tenía una piedra en la vejiga y que no podría recuperarse. En esos ataques de dolor, tan violento que las gotas de sudor caían de su cara, nunca gritó ni mostró la menor señal de impaciencia, y tan pronto como tenía un momento de alivio sonreía y hablaba con su buen humor habitual. Hasta ese momento había leído y escrito varias horas al día. Leyó el periódico el sábado 18 de marzo por la mañana y habló un gran rato con el famoso médico Dr. Mead, y gozó de plena lucidez sensorial y mental pero por la noche la perdió por completo y no la recobró más; como si las facultades de su alma estuviesen destinadas únicamente a la extinción total y no a la disminución gradual. Murió el lunes siguiente día veinte de marzo a sus 85 años.
Su cuerpo fue depositado en capilla ardiente en Jerusalem Chamber, desde donde personas de la mayor distinción y hasta testas coronadas lo llevaron hasta su tumba. Fue enterrado en la Abadía de Westminster, portando el palio el Presidente de la Cámara de los Lores, los Duques de Montrose y de Roxburgh y los Condes de Pembroke, Sessex y Macclesfield. Por esos seis pares del Reino no es difícil juzgar la cantidad de personas distinguidas que asistieron a su funeral. El Obispo de Rorhester (como Deán de Westminster) ofició el funeral asistido de todos los clérigos pertenecientes a la Abadía y su cuerpo fue enterrado justo a la entrada del coro. Tendríamos que mirar a los antiguos griegos para encontrar ejemplos de tan extraordinaria veneración por el saber.
Su familia imitó a los griegos tanto como fue posible mediante un monumento encargado para él y que supondrá una considerable suma de dinero y el Deán y Cabildo de Westminster lo han autorizado para ser erigido en un lugar de la Abadía que frecuentemente no ha sido concedido a la Nobleza de primera clase. Tanto la familia como su patria se distinguieron en el reconocimiento hacia su figura como si por una opción voluntaria las hubiera hecho elegido.
Era de mediana estatura con tendencia a la obesidad en la última etapa de tu vida, tenía unos ojos muy vivos y penetrantes, su semblante era agradable y a la vez venerable, especialmente cuando se quitaba la peluca y mostraba su blanca y tupida cabellera. Nunca usó lentes y no perdió más que un diente en toda su vida. Su nombre es un motivo suficiente para dar cuenta de estos minuciosos detalles.
Tenía por nacimiento tendencia a la mansedumbre e inclinación a la tranquilidad. Hubiera podido haber elegido permanecer en la oscuridad en vez de haber visto perturbada la calma de su vida por aquellas tormentas literarias que se ciernen sobre aquellos que llegan a asumir un valor demasiado grande. Sabemos por una de sus cartas en el Commercium Epistolicum que, estando su tratado de Optica listo para la imprenta, surgieron ciertas dudas inoportunas que le hicieron relegar este proyecto por entonces. «Me reproché a mí mismo, dice, mi imprudencia por arriesgar una realidad como la tranquilidad para correr tras una sombra». Pero a la postre esta sombra tampoco se le escapó. No le costó la tranquilidad que tanto apreciaba y demostró tener tanta realidad para él como la propia tranquilidad.
Una tendencia a la mansedumbre conlleva modestia y se dice que la suya se vio siempre preservada sin cambio alguno, aun cuando el mundo entero conspiraba contra ella. Nunca hablaba de sí mismo o con desprecio de otros y nunca dio motivo alguno ni siquiera al más malicioso observador de sospechar en él el menor atisbo de vanidad. En realidad apenas necesitaba de la preocupación del autoelogio, ¿pero cuántos otros hay que no hayan omitido este detalle, echándolo con gusto sobre ellos mismos y no dejando esto al cuidado de los demás? ¡Cuántos grandes hombres que gozan de una estima universal han echado a perder el concierto de sus alabanzas mezclando en él sus propias voces!
Tenía un natural afable y llano y se colocaba a la altura de cada persona. Los genios de primer rango nunca desprecian a aquellos que están por debajo de ellos, mientras que otros desprecian incluso a los que están por encima. No se creía dispensado, ni por su mérito ni por su fama, de ninguno de los deberes de la vida, no tenía ninguna rareza natural o afectada y cuando se requería sabía de qué manera no ser más que uno entre los otros.
Aunque pertenecía a la Iglesia Anglicana no era partidario de perseguir a los no-conformistas para que se conviniesen. Juzgaba a los hombres por sus costumbres y los verdaderos no-conformistas eran para él los viciosos y los malvados. No es que confiara solo en la religión natural, pues estaba persuadido de la Revelación, y entre las diversas clases de libros que tenía siempre en sus manos el que más constantemente leía era la Biblia.
La holgura de que disfrutaba tanto por patrimonio como por sus empleos, que aun se vio incrementada por la sabia simplicidad de su forma de vivir, le dio oportunidades de hacer el bien, oportunidades que no dejó escapar. No creía que dar mediante testamento fuese dar y por ello no hizo testamento; se despojaba a sí mismo siempre que realizaba un acto de generosidad bien para con sus amigos bien para aquellos a los que creía necesitados. Las buenas acciones que realizó en ambos sentidos no fueron ni pocas ni poco considerables. Cuando el decoro le exigía en ciertas ocasiones hacer gastos y ostentación se mostraba generoso de manera despreocupada y graciosa. En otras ocasiones toda esta pompa que parece considerable solo a gente de escaso genio, fue dejada de lado y los gastos reservados para ocasiones más importantes. Hubiera sido realmente un prodigio para una mente dedicada a la reflexión y alimentada como lo estaba con el razonamiento que estuviera al mismo tiempo aficionada a esta vaga magnificencia.
Nunca se casó y tal vez nunca tuvo tiempo de pensar en ello; inmerso en profundos y continuos estudios durante sus primeros años y luego dedicado a un cargo de gran importancia junto con su intensa aplicación nunca tuvo sensación de vacío en su vida o de que tuviera ocasión para la vida doméstica.
Dejó a su muerte alrededor de 32 000£ en bienes muebles. Su rival, Mr. Leibniz, murió también en buena posición aunque no tan rico: pero dejó una considerable suma de dinero que había ahorrado. Parece que estos dos extraordinarios ejemplos, ambos de extranjeros, merecen nuestro recuerdo.