Capítulo 33 - Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente
Capítulo 33 Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente
«En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia
que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos
y principales, y tan amigos que, por excelencia y antonomasia, de
todos los que los conocían los dos amigos eran llamados. Eran
solteros, mozos de una misma edad y de unas mismas costumbres; todo
lo cual era bastante causa a que los dos con recíproca amistad se
correspondiesen. Bien es verdad que el Anselmo era algo más
inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual
llevaban tras sí los de la caza; pero, cuando se ofrecía, dejaba
Anselmo de acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario
dejaba los suyos por acudir a los de Anselmo; y, desta manera,
andaban tan a una sus voluntades, que no había concertado reloj que
así lo anduviese.
»Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y
hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena
ella por sí, que se determinó, con el parecer de su amigo Lotario,
sin el cual ninguna cosa hacía, de pedilla por esposa a sus padres,
y así lo puso en ejecución; y el que llevó la embajada fue Lotario,
y el que concluyó el negocio tan a gusto de su amigo, que en breve
tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, y Camila tan
contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de
dar gracias al cielo, y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le
había venido.
»Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres,
continuó Lotario, como solía, la casa de su amigo Anselmo,
procurando honralle, festejalle y regocijalle con todo aquello que
a él le fue posible; pero, acabadas las bodas y sosegada ya la
frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a
descuidarse con cuidado de las idas en casa de Anselmo, por
parecerle a él -como es razón que parezca a todos los que fueren
discretos-que no se han de visitar ni continuar las casas de los
amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros; porque,
aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser
sospechosa en nada, con todo esto, es tan delicada la honra del
casado, que parece que se puede ofender aun de los mesmos hermanos,
cuanto más de los amigos.
»Notó Anselmo la remisión de Lotario, y formó dél quejas
grandes, diciéndole que si él supiera que el casarse había de ser
parte para no comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho, y
que si, por la buena correspondencia que los dos tenían mientras él
fue soltero, habían alcanzado tan dulce nombre como el de ser
llamados los dos amigos, que no permitiese, por querer hacer del
circunspecto, sin otra ocasión alguna, que tan famoso y tan
agradable nombre se perdiese; y que así, le suplicaba, si era
lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese
a ser señor de su casa, y a entrar y salir en ella como de antes,
asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra
voluntad que la que él quería que tuviese, y que, por haber sabido
ella con cuántas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en
él tanta esquiveza.
»A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario
para persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario
con tanta prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó
satisfecho de la buena intención de su amigo, y quedaron de
concierto que dos días en la semana y las fiestas fuese Lotario a
comer con él; y, aunque esto quedó así concertado entre los dos,
propuso Lotario de no hacer más de aquello que viese que más
convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito estimaba en más que
el suyo proprio. Decía él, y decía bien, que el casado a quien el
cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener
qué amigos llevaba a su casa como en mirar con qué amigas su mujer
conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni
en los templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones -cosas
que no todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres-, se
concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más
satisfación se tiene.
»También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener
cada uno algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su
proceder hiciese, porque suele acontecer que con el mucho amor que
el marido a la mujer tiene, o no le advierte o no le dice, por no
enojalla, que haga o deje de hacer algunas cosas, que el hacellas o
no, le sería de honra o de vituperio; de lo cual, siendo del amigo
advertido, fácilmente pondría remedio en todo. Pero, ¿dónde se
hallará amigo tan discreto y tan leal y verdadero como aquí Lotario
le pide? No lo sé yo, por cierto; sólo Lotario era éste, que con
toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su amigo y
procuraba dezmar, frisar y acortar los días del concierto del ir a
su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos
vagabundos y maliciosos la entrada de un mozo rico, gentilhombre y
bien nacido, y de las buenas partes que él pensaba que tenía, en la
casa de una mujer tan hermosa como Camila; que, puesto que su
bondad y valor podía poner freno a toda maldiciente lengua, todavía
no quería poner en duda su crédito ni el de su amigo, y por esto
los más de los días del concierto los ocupaba y entretenía en otras
cosas, que él daba a entender ser inexcusables. Así que, en quejas
del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y partes del
día.
»Sucedió, pues, que uno que los dos se andaban paseando por un
prado fuera de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las semejantes
razones:
»-Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha
hecho en hacerme hijo de tales padres como fueron los míos y al
darme, no con mano escasa, los bienes, así los que llaman de
naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con
agradecimiento que llegue al bien recebido, y sobre al que me hizo
en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria: dos prendas
que las estimo, si no en el grado que debo, en el que puedo.
Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los
hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado
y el más desabrido hombre de todo el universo mundo; porque no sé
qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño, y
tan fuera del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo,
y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrirlo de
mis proprios pensamientos; y así me ha sido posible salir con este
secreto como si de industria procurara decillo a todo el mundo. Y,
pues que, en efeto, él ha de salir a plaza,quiero que sea en la del
archivo de tu secreto, confiado que, con él y con la diligencia que
pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré presto
libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu
solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
»Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en
qué había de parar tan larga prevención o preámbulo; y, aunque iba
revolviendo en su imaginación qué deseo podría ser aquel que a su
amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la
verdad; y, por salir presto de la agonía que le causaba aquella
suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su mucha amistad en
andar buscando rodeos para decirle sus más encubiertos
pensamientos, pues tenía cierto que se podía prometer dél, o ya
consejos para entretenellos, o ya remedio para cumplillos.
»-Así es la verdad -respondió Anselmo-, y con esa confianza te
hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si
Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfeta como yo pienso; y no
puedo enterarme en esta verdad, si no es probándola de manera que
la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego
muestra los del oro. Porque yo tengo para mí, ¡oh amigo!, que no es
una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella
sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, a las
lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos
amantes.
Porque, ¿qué hay que agradecer -decía él-que una mujer sea
buena, si nadie le dice que sea mala? ¿Qué mucho que esté recogida
y temerosa la que no le dan ocasión para que se suelte, y la que
sabe que tiene marido que, en cogiéndola en la primera
desenvoltura, la ha de quitar la vida? Ansí que, la que es buena
por temor, o por falta de lugar, yo no la quiero tener en aquella
estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la
corona del vencimiento. De modo que, por estas razones y por otras
muchas que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión
que tengo, deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades
y se acrisole y quilate en el fuego de verse requerida y
solicitada, y de quien tenga valor para poner en ella sus deseos; y
si ella sale, como creo que saldrá, con la palma desta batalla,
tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que está colmo
el vacío de mis deseos; diré que me cupo en suerte la mujer fuerte,
de quien el Sabio dice que ¿quién la hallará? Y, cuando esto suceda
al revés de lo que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi
opinión, llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan
costosa experiencia.
Y, prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra
de mi deseo ha de ser de algún provecho para dejar de ponerle por
la obra, quiero, ¡oh amigo Lotario!, que te dispongas a ser el
instrumento que labre aquesta obra de mi gusto; que yo te daré
lugar para que lo hagas, sin faltarte todo aquello que yo viere ser
necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida y
desinteresada. Y muéveme, entre otras cosas, a fiar de ti esta tan
ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de
llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo a tener
por hecho lo que se ha de hacer, por buen respeto; y así, no
quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria quedará
escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me
tocare ha de ser eterno como el de la muerte. Así que, si quieres
que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de
entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con
el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que
nuestra amistad me asegura.
ȃstas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas
las cuales estuvo tan atento, que si no fueron las que quedan
escritas que le dijo, no desplegó sus labios hasta que hubo
acabado; y, viendo que no decía más, después que le estuvo mirando
un buen espacio, como si mirara otra cosa que jamás hubiera visto,
que le causara admiración y espanto, le dijo:
»-No me puedo persuadir, ¡oh amigo Anselmo!, a que no sean
burlas las cosas que me has dicho; que, a pensar que de veras las
decías, no consintiera que tan adelante pasaras, porque con no
escucharte previniera tu larga arenga. Sin duda imagino, o que no
me conoces, o que yo no te conozco. Pero no; que bien sé que eres
Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario; el daño está en que yo
pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber
pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser, porque las
cosas que me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las
que me pides se han de pedir a aquel Lotario que tú conoces; porque
los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse dellos, como
dijo un poeta, usque ad aras; que quiso decir que no se habían de
valer de su amistad en cosas que fuesen contra Dios. Pues, si esto
sintió un gentil de la amistad, ¿cuánto mejor es que lo sienta el
cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la amistad
divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra que pusiese aparte
los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser
por cosas ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya
la honra y la vida de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo: ¿cuál
destas dos cosas tienes en peligro para que yo me aventure a
complacerte y a hacer una cosa tan detestable como me pides?
Ninguna, por cierto; antes, me pides, según yo entiendo, que
procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela a mí
juntamente. Porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro
está que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un
muerto; y, siendo yo el instrumento, como tú quieres que lo sea, de
tanto mal tuyo, ¿no vengo a quedar deshonrado, y, por el mesmo
consiguiente, sin vida?
Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta
que acabe de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha
pedido tu deseo; que tiempo quedará para que tú me repliques y yo
te escuche.
»-Que me place -dijo Anselmo-: di lo que quisieres.
»Y Lotario prosiguió diciendo:
»-Paréceme, ¡oh Anselmo!, que tienes tú ahora el ingenio como el
que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a
entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa
Escritura, ni con razones que consistan en especulación del
entendimiento, ni que vayan fundadas en artículos de fe, sino que
les han de traer ejemplos palpables, fáciles, intelegibles,
demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no
se pueden negar, como cuando dicen: "Si de dos partes iguales
quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y,
cuando esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo
entienden, háseles de mostrar con las manos y ponérselo delante de
los ojos, y, aun con todo esto, no basta nadie con ellos a
persuadirles las verdades de mi sacra religión. Y este mesmo
término y modo me convendrá usar contigo, porque el deseo que en ti
ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello que tenga
sombra de razonable, que me parece que ha de ser tiempo gastado el
que ocupare en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le
quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino, en
pena de tu mal deseo; mas no me deja usar deste rigor la amistad
que te tengo, la cual no consiente que te deje puesto en tan
manifiesto peligro de perderte.
Y, porque claro lo veas, dime, Anselmo: ¿tú no me has dicho que
tengo de solicitar a una retirada, persuadir a una honesta, ofrecer
a una desinteresada, servir a una prudente? Sí que me lo has dicho.
Pues si tú sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada
y prudente, ¿qué buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha
de salir vencedora, como saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos
piensas darle después que los que ahora tiene, o qué será más
después de lo que es ahora? O es que tú no la tienes por la que
dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo que
dices, ¿para qué quieres probarla, sino, como a mala, hacer della
lo que más te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees,
impertinente cosa será hacer experiencia de la mesma verdad, pues,
después de hecha, se ha de quedar con la estimación que primero
tenía. Así que, es razón concluyente que el intentar las cosas de
las cuales antes nos puede suceder daño que provecho es de juicios
sin discurso y temerarios, y más cuando quieren intentar aquellas a
que no son forzados ni compelidos, y que de muy lejos traen
descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas
dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos
a dos: las que se acometen por Dios son las que acometieron los
santos, acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos; las
que se acometen por respeto del mundo son las de aquellos que pasan
tanta infinidad de agua, tanta diversidad de climas, tanta
estrañeza de gentes, por adquirir estos que llaman bienes de
fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el mundo juntamente
son aquellas de los valerosos soldados, que apenas veen en el
contrario muro abierto tanto espacio cuanto es el que pudo hacer
una redonda bala de artillería, cuando, puesto aparte todo temor,
sin hacer discurso ni advertir al manifiesto peligro que les
amenaza, llevados en vuelo de las alas del deseo de volver por su
fe, por su nación y por su rey, se arrojan intrépidamente por la
mitad de mil contrapuestas muertes que los esperan. Estas cosas son
las que suelen intentarse, y es honra, gloria y provecho
intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y peligros. Pero
la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, ni te ha de
alcanzar gloria de Dios, bienes de la fortuna, ni fama con los
hombres; porque, puesto que salgas con ella como deseas, no has de
quedar ni más ufano, ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y
si no sales, te has de ver en la mayor miseria que imaginarse
pueda, porque no te ha de aprovechar pensar entonces que no sabe
nadie la desgracia que te ha sucedido, porque bastará para
afligirte y deshacerte que la sepas tú mesmo.
Y, para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia
que hizo el famoso poeta Luis Tansilo, en el fin de su primera
parte de Las lágrimas de San Pedro, que dice así:
Crece el dolor y crece la vergüenza en Pedro, cuando el día se ha mostrado; y, aunque allí no ve a nadie, se avergüenza de sí mesmo, por ver que había pecado: que a un magnánimo pecho a haber vergüenza no sólo ha de moverle el ser mirado; que de sí se avergüenza cuando yerra, si bien otro no vee que cielo y tierra.
Así que, no escusarás con el secreto tu dolor; antes, tendrás
que llorar contino, si no lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre
del corazón, como las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta
nos cuenta que hizo la prueba del vaso, que, con mejor discurso, se
escusó de hacerla el prudente Reinaldos; que, puesto que aquello
sea ficción poética, tiene en sí encerrados secretos morales dignos
de ser advertidos y entendidos e imitados. Cuanto más que, con lo
que ahora pienso decirte, acabarás de venir en conocimiento del
grande error que quieres cometer. Dime, Anselmo, si el cielo, o la
suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un
finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos
cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de común
parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto
se podía estender la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo
creyeses así, sin saber otra cosa en contrario, ¿sería justo que te
viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle entre un
ayunque y un martillo, y allí, a pura fuerza de golpes y brazos,
probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si lo pusieses
por obra; que, puesto caso que la piedra hiciese resistencia a tan
necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si
se rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdería todo? Sí, por
cierto, dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por
simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es fínisimo
diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón
ponerla en contingencia de que se quiebre, pues, aunque se quede
con su entereza, no puede subir a más valor del que ahora tiene; y
si faltase y no resistiese, considera desde ahora cuál quedarías
sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti mesmo, por
haber sido causa de su perdición y la tuya. Mira que no hay joya en
el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo
el honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se
tiene; y, pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de
bondad que sabes, ¿para qué quieres poner esta verdad en duda?
Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han
de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y
despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin
pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta, que
consiste en el ser virtuosa. Cuentan los naturales que el arminio
es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando
quieren cazarle, los cazadores usan deste artificio: que, sabiendo
las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y
después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el
arminio llega al lodo, se está quedo y se deja prender y cautivar,
a trueco de no pasar por el cieno y perder y ensuciar su blancura,
que la estima en más que la libertad y la vida. La honesta y casta
mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la virtud de
la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la guarde
y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio
se tiene, porque no le han de poner delante el cieno de los regalos
y servicios de los importunos amantes, porque quizá, y aun sin
quizá, no tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por sí
mesma atropellar y pasar por aquellos embarazos, y es necesario
quitárselos y ponerle delante la limpieza de la virtud y la belleza
que encierra en sí la buena fama. Es asimesmo la buena mujer como
espejo de cristal luciente y claro; pero está sujeto a empañarse y
escurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase de usar con
la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y no
tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena como se guarda y
estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo
dueño no consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde
lejos, y por entre las verjas de hierro, gocen de su fragrancia y
hermosura. Finalmente, quiero decirte unos versos que se me han
venido a la memoria, que los oí en una comedia moderna, que me
parece que hacen al propósito de lo que vamos tratando. Aconsejaba
un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que la recogiese,
guardase y encerrase, y entre otras razones, le dijo éstas:
Es de vidrio la mujer; pero no se ha de probar si se puede o no quebrar, porque todo podría ser. Y es más fácil el quebrarse, y no es cordura ponerse a peligro de romperse lo que no puede soldarse. Y en esta opinión estén todos, y en razón la fundo: que si hay Dánaes en el mundo, hay pluvias de oro también.
Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡oh Anselmo!, ha sido por lo que
a ti te toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me
conviene; y si fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el
laberinto donde te has entrado y de donde quieres que yo te saque.
Tú me tienes por amigo y quieres quitarme la honra, cosa que es
contra toda amistad; y aun no sólo pretendes esto, sino que
procuras que yo te la quite a ti. Que me la quieres quitar a mí
está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, como me
pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal
mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el
ser quien soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la
quite a ti no hay duda, porque, viendo Camila que yo la solicito,
ha de pensar que yo he visto en ella alguna liviandad que me dio
atrevimiento a descubrirle mi mal deseo; y, teniéndose por
deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su mesma deshonra. Y de
aquí nace lo que comúnmente se platica: que el marido de la mujer
adúltera, puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para que su
mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su
descuido y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le llaman y
le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le
miran, los que la maldad de su mujer saben, con ojos de
menosprecio, en cambio de mirarle con los de lástima, viendo que no
por su culpa, sino por el gusto de su mala compañera, está en
aquella desventura. Pero quiérote decir la causa por que con justa
razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa
que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión,
para que ella lo sea. Y no te canses de oírme, que todo ha de
redundar en tu provecho. Cuando Dios crió a nuestro primero padre
en el Paraíso terrenal, dice la Divina Escritura que infundió Dios
sueño en Adán, y que, estando durmiendo, le sacó una costilla del
lado siniestro, de la cual formó a nuestra madre Eva; y, así como
Adán despertó y la miró, dijo: Ésta es carne de mi carne y
hueso de mis huesos. Y Dios dijo: Por ésta dejará el
hombre a su padre y madre, y serán dos en una carne misma. Y
entonces fue instituido el divino sacramento del matrimonio, con
tales lazos que sola la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta
fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace que dos
diferentes personas sean una mesma carne; y aún hace más en los
buenos casados, que, aunque tienen dos almas, no tienen más de una
voluntad. Y de aquí viene que, como la carne de la esposa sea una
mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los
defectos que se procura, redundan en la carne del marido, aunque él
no haya dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño. Porque,
así como el dolor del pie o de cualquier miembro del cuerpo humano
le siente todo el cuerpo, por ser todo de una carne mesma, y la
cabeza siente el daño del tobillo, sin que ella se le haya causado,
así el marido es participante de la deshonra de la mujer, por ser
una mesma cosa con ella. Y como las honras y deshonras del mundo
sean todas y nazcan de carne y sangre, y las de la mujer mala sean
deste género, es forzoso que al marido le quepa parte dellas, y sea
tenido por deshonrado sin que él lo sepa. Mira, pues, ¡oh Anselmo!,
al peligro que te pones en querer turbar el sosiego en que tu buena
esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres
revolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu
casta esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que
lo que perderás será tanto que lo dejaré en su punto, porque me
faltan palabras para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no
basta a moverte de tu mal propósito, bien puedes buscar otro
instrumento de tu deshonra y desventura, que yo no pienso serlo,
aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor pérdida que
imaginar puedo.
»Calló, en diciendo esto, el virtuoso y prudente Lotario, y
Anselmo quedó tan confuso y pensativo que por un buen espacio no le
pudo responder palabra; pero, en fin, le dijo:
»-Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo,
cuanto has querido decirme, y en tus razones, ejemplos y
comparaciones he visto la mucha discreción que tienes y el estremo
de la verdadera amistad que alcanzas; y ansimesmo veo y confieso
que si no sigo tu parecer y me voy tras el mío, voy huyendo del
bien y corriendo tras el mal. Prosupuesto esto, has de considerar
que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener algunas
mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas
peores, aun asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse; así
que, es menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto
se podía hacer con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia
y fingidamente, a solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan
tierna que a los primeros encuentros dé con su honestidad por
tierra; y con solo este principio quedaré contento y tú habrás
cumplido con lo que debes a nuestra amistad, no solamente dándome
la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra. Y estás
obligado a hacer esto por una razón sola; y es que, estando yo,
como estoy, determinado de poner en plática esta prueba, no has tú
de consentir que yo dé cuenta de mi desatino a otra persona, con
que pondría en aventura el honor que tú procuras que no pierda; y,
cuando el tuyo no esté en el punto que debe en la intención de
Camila en tanto que la solicitares, importa poco o nada, pues con
brevedad, viendo en ella la entereza que esperamos, le podrás decir
la pura verdad de nuestro artificio, con que volverá tu crédito al
ser primero. Y, pues tan poco aventuras y tanto contento me puedes
dar aventurándote, no lo dejes de hacer, aunque más inconvenientes
se te pongan delante, pues, como ya he dicho, con sólo que
comiences daré por concluida la causa.
»Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo
qué más ejemplos traerle ni qué más razones mostrarle para que no
la siguiese, y viendo que le amenazaba que daría a otro cuenta de
su mal deseo, por evitar mayor mal, determinó de contentarle y
hacer lo que le pedía, con propósito e intención de guiar aquel
negocio de modo que, sin alterar los pensamientos de Camila,
quedase Anselmo satisfecho; y así, le respondió que no comunicase
su pensamiento con otro alguno, que él tomaba a su cargo aquella
empresa, la cual comenzaría cuando a él le diese más gusto.
Abrazóle Anselmo tierna y amorosamente, y agradecióle su
ofrecimiento, como si alguna grande merced le hubiera hecho; y
quedaron de acuerdo entre los dos que desde otro día siguiente se
comenzase la obra; que él le daría lugar y tiempo como a sus solas
pudiese hablar a Camila, y asimesmo le daría dineros y joyas que
darla y que ofrecerla. Aconsejóle que le diese músicas, que
escribiese versos en su alabanza, y que, cuando él no quisiese
tomar trabajo de hacerlos, él mesmo los haría. A todo se ofreció
Lotario, bien con diferente intención que Anselmo pensaba.
»Y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo, donde
hallaron a Camila con ansia y cuidado, esperando a su esposo,
porque aquel día tardaba en venir más de lo acostumbrado.
»Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya, tan
contento como Lotario fue pensativo, no sabiendo qué traza dar para
salir bien de aquel impertinente negocio. Pero aquella noche pensó
el modo que tendría para engañar a Anselmo, sin ofender a Camila; y
otro día vino a comer con su amigo, y fue bien recebido de Camila,
la cual le recebía y regalaba con mucha voluntad, por entender la
buena que su esposo le tenía.
»Acabaron de comer, levantaron los manteles y Anselmo dijo a
Lotario que se quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un
negocio forzoso, que dentro de hora y media volvería. Rogóle Camila
que no se fuese y Lotario se ofreció a hacerle compañía, más nada
aprovechó con Anselmo; antes, importunó a Lotario que se quedase y
le aguardase, porque tenía que tratar con él una cosa de mucha
importancia. Dijo también a Camila que no dejase solo a Lotario en
tanto que él volviese. En efeto, él supo tan bien fingir la
necesidad, o necedad, de su ausencia, que nadie pudiera entender
que era fingida. Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y
Lotario, porque la demás gente de casa toda se había ido a comer.
Viose Lotario puesto en la estacada que su amigo deseaba y con el
enemigo delante, que pudiera vencer con sola su hermosura a un
escuadrón de caballeros armados: mirad si era razón que le temiera
Lotario.
»Pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla y
la mano abierta en la mejilla, y, pidiendo perdón a Camila del mal
comedimiento, dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo
volvía. Camila le respondió que mejor reposaría en el estrado que
en la silla, y así, le rogó se entrase a dormir en él. No quiso
Lotario, y allí se quedó dormido hasta que volvió Anselmo, el cual,
como halló a Camila en su aposento y a Lotario durmiendo, creyó
que, como se había tardado tanto, ya habrían tenido los dos lugar
para hablar, y aun para dormir, y no vio la hora en que Lotario
despertase, para volverse con él fuera y preguntarle de su
ventura.
»Todo le sucedió como él quiso: Lotario despertó, y luego
salieron los dos de casa, y así, le preguntó lo que deseaba, y le
respondió Lotario que no le había parecido ser bien que la primera
vez se descubriese del todo; y así, no había hecho otra cosa que
alabar a Camila de hermosa, diciéndole que en toda la ciudad no se
trataba de otra cosa que de su hermosura y discreción, y que éste
le había parecido buen principio para entrar ganando la voluntad, y
disponiéndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando en esto
del artificio que el demonio usa cuando quiere engañar a alguno que
está puesto en atalaya de mirar por sí: que se transforma en ángel
de luz, siéndolo él de tinieblas, y, poniéndole delante apariencias
buenas, al cabo descubre quién es y sale con su intención, si a los
principios no es descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho
a Anselmo, y dijo que cada día daría el mesmo lugar, aunque no
saliese de casa, porque en ella se ocuparía en cosas que Camila no
pudiese venir en conocimiento de su artificio.
»Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin decir
Lotario palabra a Camila, respondía a Anselmo que la hablaba y
jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna
cosa que mala fuese, ni aun dar una señal de sombra de esperanza;
antes, decía que le amenazaba que si de aquel mal pensamiento no se
quitaba, que lo había de decir a su esposo.
»-Bien está -dijo Anselmo-. Hasta aquí ha resistido Camila a las
palabras; es menester ver cómo resiste a las obras: yo os daré
mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcáis, y aun se
los deis, y otros tantos para que compréis joyas con que cebarla;
que las mujeres suelen ser aficionadas, y más si son hermosas, por
más castas que sean, a esto de traerse bien y andar galanas; y si
ella resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y no os daré
más pesadumbre.
»Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría
hasta el fin aquella empresa, puesto que entendía salir della
cansado y vencido. Otro día recibió los cuatro mil escudos, y con
ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué decirse para
mentir de nuevo; pero, en efeto, determinó de decirle que Camila
estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las palabras, y
que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se
gastaba en balde.
»Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó
que, habiendo dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras
veces solía, él se encerró en un aposento y por los agujeros de la
cerradura estuvo mirando y escuchando lo que los dos trataban, y
vio que en más de media hora Lotario no habló palabra a Camila, ni
se la hablara si allí estuviera un siglo, y cayó en la cuenta de
que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas de Camila todo
era ficción y mentira. Y, para ver si esto era ansí, salió del
aposento, y, llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas
había y de qué temple estaba Camila. Lotario le respondió que no
pensaba más darle puntada en aquel negocio, porque respondía tan
áspera y desabridamente, que no tendría ánimo para volver a decirle
cosa alguna.
»-¡Ah! -dijo Anselmo-, Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes
a lo que me debes y a lo mucho que de ti confío! Ahora te he estado
mirando por el lugar que concede la entrada desta llave, y he visto
que no has dicho palabra a Camila, por donde me doy a entender que
aun las primeras le tienes por decir; y si esto es así, como sin
duda lo es, ¿para qué me engañas, o por qué quieres quitarme con tu
industria los medios que yo podría hallar para conseguir mi
deseo?
»No dijo más Anselmo, pero bastó lo que había dicho para dejar
corrido y confuso a Lotario; el cual, casi como tomando por punto
de honra el haber sido hallado en mentira, juró a Anselmo que desde
aquel momento tomaba tan a su cargo el contentalle y no mentille,
cual lo vería si con curiosidad lo espiaba; cuanto más, que no
sería menester usar de ninguna diligencia, porque la que él pensaba
poner en satisfacelle le quitaría de toda sospecha. Creyóle
Anselmo, y para dalle comodidad más segura y menos sobresaltada,
determinó de hacer ausencia de su casa por ocho días, yéndose a la
de un amigo suyo, que estaba en una aldea, no lejos de la ciudad,
con el cual amigo concertó que le enviase a llamar con muchas
veras, para tener ocasión con Camila de su partida.
»¡Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo! ¿Qué es lo que
haces? ¿Qué es lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que
haces contra ti mismo, trazando tu deshonra y ordenando tu
perdición. Buena es tu esposa Camila, quieta y sosegadamente la
posees, nadie sobresalta tu gusto, sus pensamientos no salen de las
paredes de su casa, tú eres su cielo en la tierra, el blanco de sus
deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida por donde mide su
voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del cielo. Pues
si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te da
sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene y tú puedes desear,
¿para qué quieres ahondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo
y nunca visto tesoro, poniéndote a peligro que toda venga abajo,
pues, en fin, se sustenta sobre los débiles arrimos de su flaca
naturaleza? Mira que el que busca lo imposible es justo que lo
posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta, diciendo:
Busco en la muerte la vida, salud en la enfermedad, en la prisión libertad, en lo cerrado salida y en el traidor lealtad. Pero mi suerte, de quien jamás espero algún bien, con el cielo ha estatuido que, pues lo imposible pido, lo posible aun no me den.
»Fuese otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que
el tiempo que él estuviese ausente vendría Lotario a mirar por su
casa y a comer con ella; que tuviese cuidado de tratalle como a su
mesma persona. Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de
la orden que su marido le dejaba, y díjole que advirtiese que no
estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa, y
que si lo hacía por no tener confianza que ella sabría gobernar su
casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia como
para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que aquél
era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y
obedecelle. Camila dijo que ansí lo haría, aunque contra su
voluntad.
»Partióse Anselmo, y otro día vino a su casa Lotario, donde fue
rescebido de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual
jamás se puso en parte donde Lotario la viese a solas, porque
siempre andaba rodeada de sus criados y criadas, especialmente de
una doncella suya, llamada Leonela, a quien ella mucho quería, por
haberse criado desde niñas las dos juntas en casa de los padres de
Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo consigo.
»En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque
pudiera, cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a
comer con mucha priesa, porque así se lo tenía mandado Camila. Y
aun tenía orden Leonela que comiese primero que Camila, y que de su
lado jamás se quitase; mas ella, que en otras cosas de su gusto
tenía puesto el pensamiento y había menester aquellas horas y aquel
lugar para ocuparle en sus contentos, no cumplía todas veces el
mandamiento de su señora; antes, los dejaba solos, como si aquello
le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la
gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que
ponía freno a la lengua de Lotario.
»Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron,
poniendo silencio en la lengua de Lotario, redundó más en daño de
los dos, porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría y
tenía lugar de contemplar, parte por parte, todos los estremos de
bondad y de hermosura que Camila tenía, bastantes a enamorar una
estatua de mármol, no que un corazón de carne.
»Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y
consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración
comenzó poco a poco a dar asaltos a los respectos que a Anselmo
tenía, y mil veces quiso ausentarse de la ciudad y irse donde jamás
Anselmo le viese a él, ni él viese a Camila; mas ya le hacía
impedimento y detenía el gusto que hallaba en mirarla. Hacíase
fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir el contento
que le llevaba a mirar a Camila. Culpábase a solas de su desatino,
llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y
comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más
había sido la locura y confianza de Anselmo que su poca fidelidad,
y que si así tuviera disculpa para con Dios como para con los
hombres de lo que pensaba hacer, que no temiera pena por su
culpa.
»En efecto, la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con
la ocasión que el ignorante marido le había puesto en las manos,
dieron con la lealtad de Lotario en tierra. Y, sin mirar a otra
cosa que aquella a que su gusto le inclinaba, al cabo de tres días
de la ausencia de Anselmo, en los cuales estuvo en continua batalla
por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a Camila, con tanta
turbación y con tan amorosas razones que Camila quedó suspensa, y
no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse a su
aposento, sin respondelle palabra alguna. Mas no por esta sequedad
se desmayó en Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con
el amor; antes, tuvo en más a Camila. La cual, habiendo visto en
Lotario lo que jamás pensara, no sabía qué hacerse. Y, pareciéndole
no ser cosa segura ni bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra
vez la hablase, determinó de enviar aquella mesma noche, como lo
hizo, a un criado suyo con un billete a Anselmo, donde le escribió
estas razones: