Acto segundo
A
CTO SEGUNDO
E
SCENA PRIMERA
L
IGURIO
, M
ICER
N
ICIAS
, S
IRO
L
IGURIO
. Tal como os he dicho, creo que Dios nos ha mandado a este hombre para que vos podáis cumplir vuestro deseo. Ha adquirido en París gran experiencia y no os extrañéis de que en Florencia no haya practicado su arte, primero porque es rico, y segundo porque piensa regresar a París de un día para otro.
M
ICER
N
ICIAS
. Pues sí, hermano, sí, esto es importante; pues no quisiera que me metiera en algún enredo y luego me dejara empantanado.
L
IGURIO
. No dudéis de él; temed más bien que no quiera ocuparse del asunto, pero si acepta no os dejará antes de lograr su empeño.
M
ICER
N
ICIAS
. En cuanto a eso me fío de ti; pero de su ciencia ya sabré yo decirte, después de haberle hablado, si es o no hombre de doctrina; porque a mí no me dará gato por liebre.
L
IGURIO
. Precisamente porque os conozco os llevo a su casa para que le habléis; y si cuando le hayáis hablado no os parece por su aspecto, por su doctrina, o por su modo de hablar, hombre digno de confianza, podréis decir que me he vuelto loco.
M
ICER
N
ICIAS
. Está bien, que el Santo Ángel de la Guarda nos proteja. Vamos, pero ¿dónde vive?
L
IGURIO
. Ahí en esta plaza, en la casa que está justo frente a vos.
M
ICER
N
ICIAS
. Sea en buena hora.
L
IGURIO
. Ya está hecho.
S
IRO
. ¿Quién es?
L
IGURIO
. ¿Está Callimaco?
S
IRO
. Sí.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Cómo! ¿No le llamas Maestro Callimaco?
L
IGURIO
. No le importan estas nimiedades.
M
ICER
N
ICIAS
. No digas eso, tú dale el título debido y si no le gusta, ¡que se aguante!
E
SCENA SEGUNDA
C
ALLIMACO
, M
ICER
N
ICIAS
, L
IGURIO
C
ALLIMACO
. ¿Quién pregunta por mí?
M
ICER
N
ICIAS
.
Bona dies, domine magister
.
C
ALLIMACO
.
Et vobis bona, domine doctor
.
L
IGURIO
. ¿Qué os parece?
M
ICER
N
ICIAS
. Bien, ¡por los Santos Evangelios!
L
IGURIO
. Si queréis que me quede aquí con vos hablad de manera que os entienda, de lo contrario no nos pondremos de acuerdo.
C
ALLIMACO
. ¿Y qué buen viento os trae por aquí?
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Qué sé yo! Voy buscando dos cosas que quizás otros evitarían: esto es, dolores de cabeza para mí y para los demás. No tengo hijos y quisiera tenerlos, y para tener esta preocupación vengo a importunaros.
C
ALLIMACO
. No ha de ser nunca para mí enojoso complaceros, a vos y a todo hombre de bien y virtuoso como vos; y si me he sacrificado todos estos años estudiando en París no ha sido sino para servir a los hombres de vuestra condición.
M
ICER
N
ICIAS
. Agradezco vuestra cortesía y siempre que tengáis necesidad de mis conocimientos os serviré gustoso. Pero volvamos
ad rem nostram
. ¿Habéis pensado ya qué baños serían buenos para facilitar la preñez de mi mujer? Que ya sé que Ligurio os ha dicho lo que os ha dicho.
C
ALLIMACO
. Así es. Pero para poder satisfacer vuestros deseos es necesario saber cuáles son las causas de la esterilidad de vuestra esposa, porque pueden ser varias.
Nam causae sterilitatis sunt: aut in semine, aut in matrice, aut in strumentis seminariis, aut in virga, aut in causa extrinseca
[15]
.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Este hombre es sin duda el mejor que podíamos haber encontrado!
C
ALLIMACO
. Podría además esta esterilidad proceder de vos, por impotencia; y si así fuese no habría ningún remedio.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Impotente yo? ¡Oh, no me hagáis reír! No creo que haya en toda Florencia hombre más robusto ni viril que yo.
C
ALLIMACO
. Siendo así, estad tranquilo, que ya encontraremos algún remedio.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Habría algún otro remedio además de los baños? Porque a mí me molesta tanto trastorno, y a mi mujer tampoco le entusiasma eso de salir de Florencia.
L
IGURIO
. Sí que lo hay. Puedo responder yo. Callimaco es tan cauto que a veces es demasiado. ¿No me habéis dicho que sabéis preparar ciertas pociones que sin lugar a duda provocan el embarazo?
C
ALLIMACO
. Sí, pero voy con cuidado delante de los desconocidos, porque no quisiera que me tomaran por un charlatán.
M
ICER
N
ICIAS
. No dudéis de mí, que me habéis maravillado en tal manera que no hay nada que no creyera o hiciera por indicación vuestra.
L
IGURIO
. Creo que es necesario que examinéis los orines.
C
ALLIMACO
. Sin duda, es imprescindible.
L
IGURIO
. Llama a Siro, que vaya con el doctor a su casa por ello y regrese aquí, que le esperaréis.
C
ALLIMACO
. ¡Siro! Ve con él. Y si os parece, señor, regresad inmediatamente y pensaremos en alguna buena solución.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Cómo que si me parece? Estaré de vuelta en un instante, que tengo más fe en vos que los húngaros en las espadas
[16]
.
E
SCENA TERCERA
M
ICER
N
ICIAS
, S
IRO
M
ICER
N
ICIAS
. Este amo tuyo es un gran hombre.
S
IRO
. Más de lo que creéis.
M
ICER
N
ICIAS
. El rey de Francia debe considerarlo mucho.
S
IRO
. Mucho.
M
ICER
N
ICIAS
. Por eso permanece tanto tiempo en Francia.
S
IRO
. Así creo.
M
ICER
N
ICIAS
. Y hace bien. Aquí no hay más que avaros que no saben apreciar ningún mérito. Si viviera aquí, nadie le haría caso. Sé muy bien lo que me digo, que he sudado sangre para aprender cuatro leyes y si hubiera de vivir de mi ciencia, estaría fresco, ¡te lo puedo jurar!
S
IRO
. ¿Ganáis al año cien ducados?
M
ICER
N
ICIAS
. Ni cien liras, ni cien chavos, ¡qué va! Y eso porque aquí en esta tierra un doctor en leyes que no tenga un puesto público, no encuentra quien le haga caso
[17]
; y no servimos sino para andar de velatorio o bodas o para pasarnos todo el santo día en los bancos de la Audiencia perdiendo tontamente el tiempo. Aunque a mí eso no me preocupa, que no necesito a nadie; ¡ya quisieran muchos llorar con mis ojos! Pero no me gustaría que estas palabras mías se repitieran por ahí, no vayan a caerme encima nuevos impuestos o algún enredo que me haga sudar.
S
IRO
. No tengáis miedo.
M
ICER
N
ICIAS
. Ya estamos en casa; espérame aquí, ahora mismo vuelvo.
S
IRO
. Id con Dios.
E
SCENA CUARTA
S
IRO
(
solo
)
S
IRO
. Si los demás doctores fueran como éste podríamos hacer verdaderos milagros. Este embaucador de Ligurio y el enloquecido de mi amo le están preparando una buena trampa. Y, la verdad, no me molesta, siempre, claro, que no venga a saberse, porque sabiéndose peligra mi vida. Ya se ha convertido en médico; no sé yo cuáles sean sus planes ni a dónde vaya a parar con todo ese enredo. Pero, ahí viene el doctor con un orinal en la mano, y ¿quién no se reiría viendo a ese pajarraco?
E
SCENA QUINTA
M
ICER
N
ICIAS
, S
IRO
M
ICER
N
ICIAS
. Siempre he hecho las cosas a tu modo, ahora quiero que esto lo hagas al mío. Si hubiera sabido que no iba a tener hijos, me hubiera casado con una aldeana
[18]
. Qué, ¿estás ahí, Siro? ¡Sígueme! ¡Lo que he sudado para que esa tonta de mi mujer me diera esta muestra! Y no se puede decir que no quiera tener hijos, que tiene aún más ganas que yo; pero basta que yo quiera que haga algo, que todo son historias.
S
IRO
. Tened paciencia: a las mujeres se las lleva a donde uno quiere sólo con buenas palabras.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Buenas palabras! Me tiene frito. Ve rápido; di al maestro y a Ligurio que estoy aquí.
S
IRO
. Ahí vienen.
E
SCENA SEXTA
L
IGURIO
, C
ALLIMACO, MICER
N
ICIAS
L
IGURIO
. El doctor es fácil de persuadir, la dificultad está en la mujer; pero ya encontraremos algo.
C
ALLIMACO
. ¿Tenéis la muestra?
M
ICER
N
ICIAS
. La lleva Siro bajo la capa.
C
ALLIMACO
. Trae aquí. ¡Oh! Esta orina muestra una gran flojedad de riñones.
M
ICER
N
ICIAS
. Un poco turbia me parece, y eso que acaba de hacerla ahora mismo.
C
ALLIMACO
. No os sorprenda.
Nam mulieris urinae sunt semper maioreis grossitiei et minoris pulchritudinis, quam virorum. Huius autem, in caetera causa est amplitudo canalium, mixtio eorum quae ex matrice exeunt cum urina
[19]
.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Oh, oh, por el coño de San Puccio!
[20]
Cuanto mejor le conozco más inteligente me parece, ¡y qué bien habla!
C
ALLIMACO
. Temo que vuestra esposa, de noche, no esté bien cubierta
[21]
y por eso tiene la orina turbia.
M
ICER
N
ICIAS
. Pues tiene una buena manta para taparse, pero como se está cuatro horas de rodillas enfilando padrenuestros, antes de meterse en la cama, ¡y es un animal aguantando el frío!
C
ALLIMACO
. En fin, doctor, ¿tenéis o no fe en mí? ¿Creéis o no que voy a daros un buen remedio? Yo os aseguro que os lo daré. Y si confiáis en mí lo tomaréis y si de hoy en un año vuestra mujer no tiene un hijo en brazos me comprometo a daros dos mil ducados.
M
ICER
N
ICIAS
. Hablad, por favor, que estoy dispuesto a hacer todo cuanto digáis y a dar más fe a vuestras palabras que a las de mi confesor.
C
ALLIMACO
. Tenéis que saber que no hay nada mejor para dejar preñada a una mujer que hacerle beber una poción de mandrágora. Es una cura experimentada por mí varias veces y siempre ha dado buen resultado. De no ser por eso, la reina de Francia sería estéril y como ella una infinidad de princesas de aquel estado.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Será posible?
C
ALLIMACO
. Tal como os lo digo. Y la fortuna os favorece tanto que he traído conmigo todos los ingredientes de la poción y puedo hacérosla cuando gustéis.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Cuándo tendría que tomarla?
C
ALLIMACO
. Esta noche después de cenar, que la luna nos es favorable y el tiempo no puede ser más apropiado.
M
ICER
N
ICIAS
. No hay problemas. Preparadla, que yo haré que la tome.
C
ALLIMACO
. Pero tenemos que pensar ahora en otra cosa: Que el primer hombre que yazga con ella, luego que ha bebido esa poción, morirá dentro de los ocho días siguientes, sin que exista en este mundo remedio alguno contra eso.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Mierda y remierda
[22]
! No quiero esa porquería. ¡A mí no me la pegas! ¡Pues sí que me has ciscado bien!
C
ALLIMACO
. Estad tranquilo, que hay remedio.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Cuál?
C
ALLIMACO
. Poner en su cama a otro que hacia sí atraiga, pasando con ella una noche, toda la infección de la mandrágora, con lo que luego vos podréis yacer con ella sin peligro.
M
ICER
N
ICIAS
. No haré tal cosa.
C
ALLIMACO
. ¿Por qué?
M
ICER
N
ICIAS
. Porque no quiero hacer de mi mujer una puta y de mí un cabrón.
C
ALLIMACO
. Pero ¿qué decís, doctor? ¡Oh! Ya veo que no sois tan listo como creía; ¿así que dudáis en hacer lo que ha hecho el rey de Francia y tantos otros señores de su corte?
M
ICER
N
ICIAS
. Pero ¿quién queréis que encuentre dispuesto a hacer tal locura? Si le cuento el riesgo que corre no querrá, si no se lo digo le traiciono; y además eso cae bajo la jurisdicción de los
Ocho
[23]
, y no quiero caer en tales manos.
C
ALLIMACO
. Si sólo os preocupa eso, dejad que yo lo resuelva.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Y qué haréis?
C
ALLIMACO
. Os lo diré: os daré la poción esta noche después de cenar; se la daréis a beber y rápidamente la meteréis en la cama; todo eso unas cuatro horas después
[24]
de anochecido. Luego nos disfrazaremos vos, Ligurio, Siro y yo e iremos buscando por el Mercado Nuevo, por el Mercado Viejo y por esos rincones; y al primer mozo desocupado que encontremos le amordazaremos y a ritmo de palo, a oscuras, le llevaremos a casa y a vuestra alcoba. Allí le meteremos en cama, le diremos lo que tiene que hacer y que no ponga dificultades. Luego, por la mañana, lo despacharéis antes de que claree, haréis que vuestra mujer se lave y estaréis con ella a placer y sin ningún riesgo.
M
ICER
N
ICIAS
. Bien, estoy de acuerdo ya que dices que reyes, príncipes y señores lo han hecho así; pero, sobre todo, que no se sepa, ¡por el amor de los Ocho!
C
ALLIMACO
. ¿Y quién queréis que lo diga?
M
ICER
N
ICIAS
. Nos queda por resolver una cosa y de importancia.
C
ALLIMACO
. ¿Cuál?
M
ICER
N
ICIAS
. Lograr que mi mujer consienta, a lo que no creo que esté muy predispuesta.
C
ALLIMACO
. Decís bien, pero yo no me consideraría un verdadero marido si no fuera capaz de disponer a mi mujer para que hiciera mi voluntad.
L
IGURIO
. He encontrado la manera.
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Cómo? ¿Cuál?
L
IGURIO
. La intervención del confesor.
C
ALLIMACO
. ¿Y quién persuadirá al confesor?
L
IGURIO
. Tú, yo, el dinero, nuestra malicia y la de ellos
[25]
.
M
ICER
N
ICIAS
. De todas maneras dudo que quiera ir a ver al confesor, sobre todo si se lo pido yo.
L
IGURIO
. También esto tiene remedio.
C
ALLIMACO
. ¡Dime cuál!
L
IGURIO
. Que la lleve su madre.
M
ICER
N
ICIAS
. A ella sí que la escucha.
L
IGURIO
. Yo sé que la madre es de nuestra opinión. Vamos, démonos prisa, que se hace de noche. Ve, Callimaco, pasea un poco y haz que dentro de dos horas te encontremos en casa con la poción a punto. Nosotros, el doctor y yo, iremos a casa de la madre, a predisponerla a nuestro favor; es una vieja amiga mía. Luego iremos a ver al fraile y os informaremos de cuanto hayamos hecho.
C
ALLIMACO
. Por Dios, no me dejes solo.
L
IGURIO
. Te veo muy inquieto.
C
ALLIMACO
. ¿Y a dónde quieres que vaya ahora?
L
IGURIO
. Por aquí, por allá, por esa calle, por la otra ¡es tan grande Florencia!
[26]
C
ALLIMACO
. Muerto soy.
C
ANCIÓN
Cuán feliz es, según se ve, el que nace bobo y todo lo cree. La ambición no le acosa ni le mueve el temor, que suele ser semilla de enojo y dolor. Éste vuestro doctor, deseando tener hijos, creería que los asnos vuelan y deja todo lo demás en olvido y sólo en esto ha puesto su deseo.