La Mandrágora

Acto cuarto

A

CTO CUARTO

E

SCENA PRIMERA

C

ALLIMACO

(

solo

)

C

ALLIMACO

. Quisiera saber lo que ésos han hecho. ¿Será posible que no vuelva a ver a Ligurio? Que no han pasado dos horas, ¡sino veinticuatro! ¡En qué angustia de ánimo he estado y estoy! Verdad es que fortuna y naturaleza se equilibran: no hay nunca beneficio sin perjuicio. Al ir creciendo mi esperanza, creció también mi temor. ¡Mísero de mí! ¿Será posible que viva con tantos afanes, perturbado por estos temores y esperanzas? Soy como nave sacudida por vientos contrarios, cuyo temor acrecienta la proximidad del puerto. La simpleza de micer Nicias me da esperanzas; la discreción y dureza de Lucrecia me dan miedo. ¡Ay de mí, que no encuentro paz en ningún sitio! A veces intento vencerme a mí mismo, me reprocho ese furor y me digo: ¡Qué haces!, ¿te has vuelto loco? Cuando lo hayas conseguido, ¿qué? ¿Comprenderás tu error, te arrepentirás de las fatigas y preocupaciones habidas? ¿Ignoras acaso la gran diferencia que hay entre lo que se desea y lo que se obtiene? Por otra parte, lo peor que puede sucederte es morir e ir al infierno. ¡Tantos otros han muerto! Y ¡hay en el infierno tantos hombres de bien! ¿Vas a avergonzarte de ir tú también? Encárate con la suerte; huye el mal y no pudiendo huirle sopórtalo como un hombre, no te dejes vencer, no te acobardes como una mujer. Y así me doy ánimos, pero dura poco, porque me asaltan tantos deseos de yacer aunque sea una sola vez con ella que me siento alterado de los pies a la cabeza: me tiemblan las piernas, mis entrañas se estremecen, el corazón me salta del pecho, los brazos caen en abandono, la lengua enmudece, los ojos se ciegan y el cerebro me da vueltas. Si al menos encontrara a Ligurio tendría con quien desahogarme. Pero helo aquí que viene hacia mí a toda prisa. Lo que me diga me hará vivir aún unos instantes o morir al momento.

E

SCENA SEGUNDA

L

IGURIO

, C

ALLIMACO

L

IGURIO

. Nunca ansié tanto encontrar a Callimaco y nunca pené tanto por hallarle. Si le llevara malas noticias, lo habría encontrado a la primera. He estado en su casa, en la Plaza, en el Mercado, en el banco de los Spini, en la Loggia de los Tornaquinci, y no le he encontrado. Estos enamorados tienen azogue bajo los pies y no pueden estarse quietos.

C

ALLIMACO

. Pero ¿qué hago que no le llamo? Y parece que está alegre. Eh, ¡Ligurio! ¡Ligurio!

L

IGURIO

. Oh, Callimaco, ¿dónde estuviste?

C

ALLIMACO

. ¿Qué noticias?

L

IGURIO

. Buenas.

C

ALLIMACO

. ¿Buenas de verdad?

L

IGURIO

. Óptimas.

C

ALLIMACO

. ¿Está Lucrecia de acuerdo?

L

IGURIO

. Sí.

C

ALLIMACO

. ¿Hizo el fraile lo que debía?

L

IGURIO

. Hízolo.

C

ALLIMACO

. ¡Oh, bendito fraile! Rogaré siempre a Dios por él.

L

IGURIO

. ¡Ésta sí que es buena! Como si la gracia de Dios cayera lo mismo sobre los malos que sobre los buenos. El fraile querrá algo más que oraciones.

C

ALLIMACO

. ¿Qué querrá?

L

IGURIO

. ¡Dinero!

C

ALLIMACO

. Se lo daremos. ¿Cuánto le has prometido?

L

IGURIO

. 300 ducados.

C

ALLIMACO

. Has hecho bien.

L

IGURIO

. El doctor le ha soltado ya 25.

C

ALLIMACO

. ¿Cómo?

L

IGURIO

. Bástete saber que los ha desembolsado.

C

ALLIMACO

. ¿Qué ha hecho la madre de Lucrecia?

L

IGURIO

. Casi todo. Tan pronto supo que su hija iba a tener esa buena noche sin pecado, no dejó de rogar, mandar y animar a Lucrecia hasta que la llevó a ver al fraile, y allí continuó de manera que la joven consintió.

C

ALLIMACO

. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué he hecho yo para merecer todo esto? Voy a morir de alegría.

L

IGURIO

. ¡Qué tipo más extraño! Está empeñado en morir, ya sea de alegría o de dolor. ¿Tienes la poción a punto?

C

ALLIMACO

. Sí.

L

IGURIO

. ¿Qué le mandarás?

C

ALLIMACO

. Un vaso de

hypocrás

[40]

que asienta el estómago y alegra el cerebro. ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Estoy perdido!

L

IGURIO

. ¿Qué tienes? ¿Qué sucede?

C

ALLIMACO

. No hay remedio.

L

IGURIO

. Pero ¿qué diablos ocurre?

C

ALLIMACO

. Es como si no hubiéramos hecho nada, me he cerrado todos los caminos.

L

IGURIO

. ¿Por qué? Dilo de una vez. Sácate las manos de la cara.

C

ALLIMACO

. ¿No recuerdas que dije a micer Nicias que tú, él, Siro y yo prenderíamos a uno para acostarle con su mujer?

L

IGURIO

. Sí, ¿y qué?

C

ALLIMACO

. Cómo que y qué, si yo voy con vosotros no podré ser el prendido; y si no voy con vosotros advertirá el engaño.

L

IGURIO

. Tienes razón, pero ¿no habrá algún remedio?

C

ALLIMACO

. No, me temo que no.

L

IGURIO

. Sí, sí lo habrá.

C

ALLIMACO

. ¿Cuál?

L

IGURIO

. Déjame pensar un poco.

C

ALLIMACO

. ¡Qué bien! ¡Pues estamos frescos si tienes que pensarlo ahora!

L

IGURIO

. ¡Ya lo tengo!

C

ALLIMACO

. ¿De qué se trata?

L

IGURIO

. Haré que el fraile, que nos ha ayudado hasta aquí, haga el resto.

C

ALLIMACO

. ¿De qué manera?

L

IGURIO

. Nosotros tenemos todos que disfrazarnos. Haré que el fraile se disfrace: contrahaga la voz, el gesto, los ademanes, y diré al doctor que eres tú y él lo creerá.

C

ALLIMACO

. Pero yo, ¿qué haré?

L

IGURIO

. Te pondrás una capa, y con un laúd en la mano saldrás de la esquina de su casa, cantando una canción.

C

ALLIMACO

. ¿A cara descubierta?

L

IGURIO

. Sí, porque si llevaras antifaz sería sospechoso.

C

ALLIMACO

. Me reconocerá.

L

IGURIO

. No, no lo hará si, como quiero, tuerces la cara, abres, sacas o tuerces los labios y cierras un ojo. Prueba a ver.

C

ALLIMACO

. ¿Así?

L

IGURIO

. No.

C

ALLIMACO

. ¿Y así?

L

IGURIO

. No basta.

C

ALLIMACO

. ¿Y de este modo?

L

IGURIO

. Sí, sí, recuerda este visaje. Tengo en casa una nariz postiza; quiero que te la pongas.

C

ALLIMACO

. Está bien, y luego, ¿qué pasará?

L

IGURIO

. Cuando aparezcas en la esquina, saltaremos sobre ti, te arrancaremos el laúd, te daremos unas vueltas para desorientarte, te llevaremos a la casa y te meteremos en la cama. ¡Del resto tendrás que encargarte tú!

C

ALLIMACO

. Falta llegar a buen término.

L

IGURIO

. Llegarás, pero el que puedas volver allí depende de ti y no de nosotros.

C

ALLIMACO

. ¿Qué quieres decir?

L

IGURIO

. Que te la ganes esta noche, y que antes de partir te des a conocer, le descubras el engaño, le muestres el amor que le tienes y le digas cuánto la quieres; y como sin infamia puede ser tu amiga y, con gran deshonra de su parte, tu enemiga. Es imposible que ella no esté de acuerdo contigo y que deje que esta noche sea única.

C

ALLIMACO

. ¿Lo crees así?

L

IGURIO

. Estoy seguro. Pero no perdamos más tiempo: son ya las dos

[41]

. Llama a Siro, manda la poción a micer Nicias y espérame en casa. Iré por el fraile, le haré disfrazar, le traeré aquí, nos reuniremos con el doctor y haremos lo que haya que hacer.

C

ALLIMACO

. Dices bien. Vete inmediatamente.

E

SCENA TERCERA

C

ALLIMACO

, S

IRO

C

ALLIMACO

. Eh, Siro.

S

IRO

. ¡Señor!

C

ALLIMACO

. Ven acá.

S

IRO

. Aquí estoy.

C

ALLIMACO

. Coge aquella copa de plata que hay en el armario de la habitación y tráemela cubierta con un paño, sin derramarla por el camino.

S

IRO

. Ahora mismo.

C

ALLIMACO

. Lleva diez años conmigo y siempre me ha servido fielmente. Creo que también ahora puedo confiar en él; y aun cuando no le he hablado de lo que tramamos, se lo huele, que es muy listo y por lo que veo se acomoda a ello.

S

IRO

. Tened.

C

ALLIMACO

. Está bien. Anda, ve a casa de micer Nicias y dile que ésta es la medicina que ha de tomar su mujer inmediatamente después de cenar, y cuanto antes cene mejor será, y que estaremos en la esquina a la hora convenida, que procuraré ser puntual. Date prisa.

S

IRO

. Voy.

C

ALLIMACO

. Oye, si quiere que le esperes, espérale y vuelves con él; si no quiere, cuando le hayas dado la poción y dicho lo que te he mandado decir vuelves aquí.

S

IRO

. Muy bien, señor.

E

SCENA CUARTA

C

ALLIMACO

(

solo

)

C

ALLIMACO

. Espero que Ligurio regrese con el fraile, cuánta razón tiene quien dice que el que espera desespera; por cada hora que pasa pierdo diez libras, pensando dónde estoy ahora y dónde puede que esté dentro de dos horas, temiendo que no surja algún contratiempo que estropee mi plan. Si así fuese ésta sería la última noche de mi vida, porque me arrojaría al Arno o me colgaría o me tiraría desde aquella ventana o me mataría con un cuchillo delante de su misma puerta. Lo que fuera con tal de no vivir. Pero ¿no es Ligurio? Sí es él, le acompaña uno que parece jorobado, cojo, seguro que es el fraile disfrazado. Oh, ¡frailes!, ¡frailes! Conocido uno, conocidos todos. ¿Quién será aquel otro que se les ha acercado? Me parece Siro que ya habrá hecho el encargo; sí, es él, les esperaré aquí para unirme a ellos.

E

SCENA QUINTA

S

IRO

, L

IGURIO, FRAILE DISFRAZADO

, C

ALLIMACO

S

IRO

. ¿Quién está contigo, Ligurio?

L

IGURIO

. Un hombre de bien.

S

IRO

. ¿Es cojo o lo hace ver?

L

IGURIO

. Déjalo estar.

S

IRO

. ¡Oh! ¡Tiene la cara de un gran bellaco, pícaro, sinvergüenza!

L

IGURIO

. Basta, cállate, que nos estás fastidiando. ¿Dónde está Callimaco?

C

ALLIMACO

. Estoy aquí. ¡Sed bienvenidos!

L

IGURIO

. Oh, Callimaco, procura hacer callar a este insensato de Siro; ha dicho ya mil locuras.

C

ALLIMACO

. Oye, Siro, esta noche harás todo cuanto te diga Ligurio; haz cuenta que quien te manda soy yo y todo cuanto veas, sientas u oigas, lo has de mantener secreto, si estimas en algo mis bienes, mi honor, mi vida y tu bienestar.

S

IRO

. Así se hará.

C

ALLIMACO

. ¿Diste la copa al doctor?

S

IRO

. Sí, señor.

C

ALLIMACO

. ¿Y qué dijo?

S

IRO

. Que se ocuparía de todo.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Es este Callimaco?

C

ALLIMACO

. Lo soy para lo que mandéis. Entre nosotros la oferta está en pie, podéis disponer de mí y de mi fortuna como vos mismo.

F

RAY

T

IMOTEO

. Lo sé y así lo creo, que he hecho por ti lo que no habría hecho nadie en este mundo.

C

ALLIMACO

. No habréis perdido el tiempo.

F

RAY

T

IMOTEO

. Me basta con vuestro agradecimiento.

L

IGURIO

. Dejémonos de ceremonias. Nosotros, Siro y yo iremos a disfrazarnos. Tú, Callimaco, ven con nosotros para ir a lo tuyo. El fraile nos esperará aquí, nosotros volveremos enseguida e iremos al encuentro de micer Nicias.

C

ALLIMACO

. Dices bien, vayamos.

F

RAY

T

IMOTEO

. O

S

aguardo.

E

SCENA SEXTA

F

RAILE DISFRAZADO

(

solo

)

F

RAY

T

IMOTEO

. Dicen bien quienes afirman que las malas compañías llevan a los hombres a la horca, y a menudo se acaba mal, tanto por ser demasiado bueno y condescendiente como por ser demasiado malo. Dios sabe que no pensaba yo en perjudicar a nadie, que estaba en mi celda, decía mis oficios, pasaba el rato con mis feligreses. Y he aquí que ese diablo de Ligurio se planta delante de mí, me hace mojar el dedo en un pecado, en el que he metido yo luego el brazo y todo el cuerpo y no sé aún bien dónde iré a parar. Sin embargo, me consuelo pensando que cuando una cosa interesa a muchos, muchos han de ser los que procuren que llegue a buen fin. Ahí regresan Ligurio y el criado.

E

SCENA SÉPTIMA

F

RAY

T

IMOTEO

, L

IGURIO

, S

IRO

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡En paz volvéis!

L

IGURIO

. ¿Estamos bien?

F

RAY

T

IMOTEO

. Perfectos.

L

IGURIO

. Falta el doctor; vayamos hacia su casa que ya son más de las tres

[42]

. ¡Andando!

S

IRO

. ¿Quién nos abre la puerta? ¿Su criado?

L

IGURIO

. No, él mismo, ja, ja, ja.

S

IRO

. ¿Ríes?

L

IGURIO

. ¿Y quién no se reiría? Lleva un sayo que no le tapa el trasero. ¿Y qué diablos lleva en la cabeza? Parece uno de esos rapaces canónigos y un espadachín a la vez, ja, ja, y no sé qué va mascullando. Apartémonos y oiremos alguna tribulación de su mujer.

E

SCENA OCTAVA

M

ICER

N

ICIAS DISFRAZADO

(

solo

)

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Cuántos remilgos no ha hecho esta loca! Ha mandado a las criadas a casa de la madre y al criado al campo. Esto se lo alabo; lo que no apruebo es que haya hecho tantas historias antes de decidirse a ir a la cama. «No quiero… ¿Qué voy a hacer? ¿Qué me obligáis a hacer? Dios mío… Madre mía». Y si su madre no le hubiese dicho cuatro verdades, ésa no se mete en la cama. ¡Que el diablo se la lleve! Me parece bien que las mujeres se hagan de rogar, pero no tanto; ¡que por poco nos vuelve locos! ¡Sesos de gata! A quien dijera: «Sea ahorcada la mujer más discreta de Florencia» le replicaría: «¿Y qué te he hecho yo?» Sé que la Pasquina entrará en Arezzo

[43]

y antes de abandonar el juego podré decir como Monna Ghinga: «Yo he visto con mis manos» (

mirándose

), ¡mira que estoy bien! ¿Quién me reconocería? Parezco más alto, más joven, más delgado, ninguna mujer me pediría dinero por compartir su cama. Pero ¿dónde voy a encontrar a ésos?

E

SCENA NOVENA

L

IGURIO, MICER

N

ICIAS, FRAILE DISFRAZADO

, S

IRO

L

IGURIO

. Buenas noches, micer.

M

ICER

N

ICIAS

(

asustado

). Oh, eh, eh.

L

IGURIO

. No os asustéis, somos nosotros.

M

ICER

N

ICIAS

. Oh, estáis todos aquí. Si no os llego a reconocer al momento, ¡menuda estocada os habría dado! ¿Tú eres Ligurio? ¿Y tú Siro? ¿Y este otro el maestro? ¡Ah!

L

IGURIO

. Sí, señor.

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Toma! Oh, está tan bien disfrazado que no le hubiera reconocido ni Va-qua-tu

[44]

.

L

IGURIO

. Le he hecho meter dos nueces en la boca, para que no se le reconozca la voz.

M

ICER

N

ICIAS

. Eres un ignorante.

L

IGURIO

. ¿Por qué?

M

ICER

N

ICIAS

. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Yo me habría puesto otras dos, que también a mí me importa no ser reconocido por el habla.

L

IGURIO

. Tomad, meteos eso en la boca.

M

ICER

N

ICIAS

. ¿Qué es?

L

IGURIO

. Una bola de cera.

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Dame, ca, puh, ca, co, cu, cu, spu! ¡Así te quedes seco, pedazo de bribón!

L

IGURIO

. Perdonad, que os di una cosa por otra sin darme cuenta.

M

ICER

N

ICIAS

. Ca, ca, puah, ¿de qué, qué, qué era?

L

IGURIO

. De aloe.

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Mal rayo te parta! Spu, spu, maestro, ¿no decís nada?

F

RAY

T

IMOTEO

. Ligurio me ha hecho enfadar.

M

ICER

N

ICIAS

. Oh, ¡qué bien contraéis la voz!

L

IGURIO

. No perdamos más tiempo aquí. Quiero ser el capitán y organizar el ejército para la batalla. Formaréis una media luna. En el cuerno de la derecha colocaremos a Callimaco, en el izquierdo yo, y entre ambos cuernos se colocará aquí el doctor. Siro me mantendrá en la retaguardia para ayudar al lado que flaquease

[45]

. El santo y seña será San Cucú.

M

ICER

N

ICIAS

. ¿Quién es San Cucú?

L

IGURIO

. El santo más venerado en toda Francia

[46]

. Vamos. Pongámonos al acecho en esta esquina. Escuchad, oigo un laúd.

M

ICER

N

ICIAS

. Es verdad, ¿qué vamos a hacer?

L

IGURIO

. ¿Os parece que mandemos por delante un explorador que averigüe quién es, y obremos según lo que nos diga?

M

ICER

N

ICIAS

. ¿Quién va?

L

IGURIO

. Ve tú, Siro. Sabes lo que hay que hacer. Considera, examina, vuelve pronto y refiérenos.

S

IRO

. Voy.

M

ICER

N

ICIAS

. No vayamos a cometer algún error, cogiendo un viejo débil o enfermizo; y mañana por la noche tengamos que repetir la broma.

L

IGURIO

. No temáis, Siro es un hombre prudente. Ahí regresa. ¿Qué te parece, Siro?

S

IRO

. ¡Es el más hermoso muchachote que jamás hayáis visto! No tendrá veinticinco años, y viene solo envuelto en una pobre capa tocando el laúd.

M

ICER

N

ICIAS

. Ni que pintado, si dices la verdad; pero cuidado que si te equivocas te las cargarás todas tú.

S

IRO

. Es tal como os he dicho.

L

IGURIO

. Esperemos que doble la esquina y nos lanzaremos sobre él.

M

ICER

N

ICIAS

. Llegaos acá, maestro; ¡parecéis de madera! Ahí está.

C

ALLIMACO

(

cantando

) «¡Que el diablo se meta en tu cama ya que no puedo hacerlo yo!»

L

IGURIO

. Tente quieto, dame el laúd.

C

ALLIMACO

. ¡Ay de mí! ¿Qué es lo que he hecho?

M

ICER

N

ICIAS

. Ya lo verás. Cúbrele la cabeza. Amordázale.

L

IGURIO

. Dadle unas cuantas vueltas.

M

ICER

N

ICIAS

. Dale otra vuelta, ¡otra! ¡Metedlo en casa!

F

RAY

T

IMOTEO

. Micer Nicias, yo iré a descansar, que muero de dolor de cabeza. Y si no es necesario ya no volveré mañana.

E

SCENA DÉCIMA

F

RAY

T

IMOTEO

(

solo

)

F

RAY

T

IMOTEO

. Se han metido en casa y yo regresaré al convento, y vosotros, espectadores, no nos reprendáis; que esta noche nadie dormirá, y así los Actos no cortarán la acción

[47]

. Todo continuará. Yo diré mi oficio. Ligurio y Siro cenarán, que no han probado bocado en todo el día, el doctor dará vueltas por la casa inspeccionándolo todo. Callimaco y madonna Lucrecia no dormirán, que estoy convencido de que si yo fuese él y vosotros ella, no dormiríamos.

C

ANCIÓN

¡Oh, dulce noche! Oh, santas y quietas horas nocturnas, que acompañáis a los afanosos amantes; se reúnen en vos tantas delicias que sois capaces, vosotras solas, de hacer felices a las mortales almas. Vos, justos premios dais, a las amorosas multitudes por sus largas fatigas. ¡Vos hacéis, oh felices horas, arder de amor todo helado pecho!

Descargar Newt

Lleva La Mandrágora contigo