Acto quinto
A
CTO QUINTO
E
SCENA PRIMERA
F
RAY
T
IMOTEO
(
solo
)
F
RAY
T
IMOTEO
. No he podido pegar ojo en toda la noche, tal es mi deseo de saber cómo se las han arreglado Callimaco y los otros. Para pasar el tiempo recé
maitines
, leí una
Vida de los Santos Padres
, fui a la iglesia, encendí una lámpara que estaba apagada y cambié el velo a una Virgen milagrosa. ¡La de veces que habré dicho a esos frailes que la mantengan limpia y arreglada! Y luego se maravillan de que haya menos devoción. Recuerdo los tiempos en que había al menos quinientos exvotos; ahora apenas habrá veinte; la culpa es nuestra por no saber mantener su fama de milagrera. Antes, cada noche después de completas solíamos ir a visitarla en procesión y cada sábado hacíamos cantar las letanías. Nosotros mismos nos preocupábamos de que hubiera siempre imágenes nuevas y en las confesiones aconsejábamos tanto a los hombres como a las mujeres que le tuvieran devoción y le consagraran exvotos. Ahora no se hace nada de eso, ¡y luego nos asombramos de que haya tibieza! ¡Qué poco seso tienen estos frailes míos!
[48]
Pero, calla, se oye mucho ruido en casa de micer Nicias. Ahí están; a fe mía, sacando el prisionero. Habré llegado justo a tiempo. Cómo se han entretenido, ¡han apurado hasta la última gota!
[49]
ya está clareando el alba. Quiero oír lo que dicen sin descubrirme.
E
SCENA SEGUNDA
M
ICER
N
ICIAS
, C
ALLIMACO
, L
IGURIO
, S
IRO
M
ICER
N
ICIAS
. Agárralo por ahí y yo por aquí y tú, Siro, lo sujetas por atrás, por la capilla.
C
ALLIMACO
. ¡No me hagáis daño!
L
IGURIO
. No tengas miedo, va, vete.
M
ICER
N
ICIAS
. No sigamos más.
L
IGURIO
. Decís bien, soltémosle aquí, dadle un par de vueltas para que no sepa de dónde ha salido. ¡Hazle girar, Siro!
S
IRO
. Ahí va.
M
ICER
N
ICIAS
. Dale otra vuelta.
S
IRO
. Ya está ¡hecho!
C
ALLIMACO
. ¡Mi laúd!
L
IGURIO
. Vete, pícaro, fuera de aquí. Si te oigo rechistar te corto el pescuezo.
M
ICER
N
ICIAS
. Ha escapado corriendo. Vamos a quitarnos estos disfraces. Que conviene que salgamos temprano de casa para que no se sepa que esta noche la hemos pasado todos en vela.
L
IGURIO
. Tenéis razón.
M
ICER
N
ICIAS
. Id con Siro a ver al maestro Callimaco y decidle que todo ha salido bien.
L
IGURIO
. ¿Y qué le podemos decir nosotros? No sabemos nada. Bien sabéis vos que en llegando a vuestra casa fuimos a la bodega a beber. Vos y la suegra os las entendisteis con él y no volvimos a veros hasta ahora, cuando nos llamasteis para echarle de vuestra casa.
M
ICER
N
ICIAS
. Es verdad. Oh, ¡os he de contar cosas bien divertidas! Mi mujer estaba en la cama, a oscuras. Sostrata me esperaba junto al fuego; yo llegué al fin con el mocetón y para que nada se me pasara por alto, le llevé a una despensa que tengo arriba, en la sala, en la que arde una lámpara de aceite aguado, que da muy poca luz, de manera que no pudiera ver mi cara.
L
IGURIO
. A eso se le llama ser prudente.
M
ICER
N
ICIAS
. Le hice desnudar: se resistía; me volví a él como perro rabioso, de manera que en un santiamén se quitó la ropa y quedó desnudo. Es feo de cara. ¡Tenía unas narizotas y la boca torcida! Pero ¡en la vida habéis visto carnes más bellas! Blanco, suave, pastoso, y de lo demás para qué hablar.
L
IGURIO
. No basta con hablar de ello. Habría que verlo todo, ¿no?
M
ICER
N
ICIAS
. ¿Bromeas? Ya que había puesto manos a la obra quise llegar hasta el final: quise asegurarme de que estaba sano, ¿te imaginas que hubiese tenido bubas, en que lío me metía? ¡Ya puedes decirlo, ya!
L
IGURIO
. Tenéis mucha razón.
M
ICER
N
ICIAS
. Cuando me convencí de que estaba sano, hice que me siguiera, y a oscuras le llevé a la alcoba, le metí en la cama y antes de salir quise ver, con mis propias manos como iba la cosa, que no estoy acostumbrado a que me dan gato por liebre.
L
IGURIO
. ¡Con qué gran prudencia habéis manejado todo este asunto!
M
ICER
N
ICIAS
. Una vez tocado y sentido todo, salí de la alcoba, cerré la puerta y me fui a reunir con mi suegra que estaba junto al hogar; y allí hemos aguardado, charlando, toda la noche.
L
IGURIO
. ¿Y de qué habéis hablado?
M
ICER
N
ICIAS
. De la tontería de Lucrecia, y de que más hubiera valido que sin tantos remilgos hubiese cedido desde el primer momento. Luego hablamos del niño, que me parece tenerlo ya en brazos ¡mi niño! ¡Mi alegría!; hasta que oí sonar la decimotercera hora
[50]
, y temiendo que nos sorprendiera el día fui a la alcoba. ¿Querréis creer que me costó trabajo sacar de la cama a aquel pícaro?
L
IGURIO
. ¡Lo creo!
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Le había tomado gusto! Pero se levantó, os llamé, y le echamos fuera.
L
IGURIO
. La cosa ha ido bien.
M
ICER
N
ICIAS
. Pues ¿qué dirás tú que me duele?
L
IGURIO
. ¿Qué?
M
ICER
N
ICIAS
. Que ese pobre chico tenga que morir tan pronto, y que esta noche le vaya a costar tan cara.
L
IGURIO
. Como si no tuvierais nada más en que pensar. ¡Que se las arregle como pueda!
M
ICER
N
ICIAS
. Tienes razón. No veo la hora de encontrar al maestro Callimaco y celebrar con él el éxito.
L
IGURIO
. Saldrá de casa dentro de un momento. Pero ya es de día: nosotros nos vamos a desnudar y vos ¿qué haréis?
M
ICER
N
ICIAS
. Iré yo también a casa a ponerme la ropa buena. Haré que la mujer se levante y se lave y la haré venir a la iglesia para la ceremonia de purificación. Quisiera que vos y Callimaco estuvieseis también allí para hablar con el fraile, darle las gracias y recompensarlo por el bien que nos ha hecho.
L
IGURIO
. De acuerdo, así se hará.
E
SCENA TERCERA
F
RAY
T
IMOTEO
(
solo
)
F
RAY
T
IMOTEO
. He oído lo que hablaban y me ha complacido considerando cuanta estulticia encierra ese doctor, pero la promesa de recompensa me ha deleitado sobremanera. Y ya que han de venir a verme a casa, no quiero perder más tiempo aquí, sino esperarles en la iglesia, donde mi mercancía ha de valer más. Pero ¿quién sale de esa casa? Me parece que es Ligurio y con él debe ir Callimaco. No quiero que me vean, por lo ya dicho; además, suponiendo que no vinieran a verme, siempre estaré a tiempo de ir a verles a ellos.
E
SCENA CUARTA
C
ALLIMACO
, L
IGURIO
C
ALLIMACO
. Como te he dicho, Ligurio mío, estuve de mala gana hasta la hora nona
[51]
, porque aún cuando sentía gran placer no me parecía bien. Pero luego que me hube dado a conocer y que le descubrí el amor que por ella sentía, y cuán fácilmente por la simpleza del marido podíamos vivir felices sin infamia alguna, prometiéndole casarme con ella cuando Dios dispusiera de la vida del marido; y cuando ella, además de estas razones comprendió la diferencia que existía entre yacer conmigo y con micer Nicias, y entre los besos de un amante joven y los de un marido viejo, después de unos cuantos suspiros dijo: «Ya que tu astucia, la estupidez de mi marido, la simpleza de mi madre, y la avaricia de mi confesor me han llevado a hacer algo que por mí misma nunca habría hecho, quiero creer que sea celeste disposición el que así haya sido, y que yo no soy quién para rehusar lo que el cielo quiere que acepte. Así que te tomo como señor, amo y guía: tú eres mi padre, tú mi defensor, y quiero que seas tú todo mi bien; y lo que mi marido ha querido para una noche quiero yo que lo tenga para siempre: te harás su compadre y vendrás esta mañana a la iglesia y de allí regresarás a casa a comer con nosotros; y quien decida si te vas o te quedas serás tú, y así podremos en cualquier momento y hora estar juntos sin infundir sospechas». Al oír estas palabras estuve a punto de morir de gusto. No pude responder ni la milésima parte de lo que hubiera querido. Así que soy el hombre más feliz y satisfecho de este mundo, y si no fuera que esta felicidad ha de tener fin o por muerte o con el tiempo, sería más bienaventurado que los bienaventurados, más santo que los santos.
L
IGURIO
. Me complace en gran manera toda tu felicidad y que te haya sucedido precisamente todo cuanto yo predije.
C
ALLIMACO
. Vayamos hacia la iglesia, que le prometí estar allí, donde han de acudir ella, la madre y el doctor.
L
IGURIO
. Oigo abrir la puerta: son ellas que salen, y el doctor va detrás.
C
ALLIMACO
. Encaminémonos hacia la iglesia y esperaremos allí.
E
SCENA QUINTA
M
ICER
N
ICIAS
, L
UCRECIA
, S
OSTRATA
M
ICER
N
ICIAS
. Lucrecia, creo que hay que hacer las cosas con temor a Dios y no a tontas y a locas.
L
UCRECIA
. ¿Y qué más hay que hacer ahora?
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Mira cómo contesta! ¡Parece un gallito!
S
OSTRATA
. No os extrañéis, está un poco alterada.
L
UCRECIA
. ¿Qué queréis decir?
M
ICER
N
ICIAS
. Digo que será bueno que me adelante a hablar con el fraile, y rogarle que se acerque a recibirte a la puerta de la iglesia para introducirte en el Santuario, porque esta mañana es como si volvieras a nacer.
L
UCRECIA
. ¿Y a qué esperáis?
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Muy atrevida estás tú esta mañana! Ayer parecía medio muerta.
L
UCRECIA
. ¡Es gracias a vos por lo que estoy así!
S
OSTRATA
. Id al encuentro del fraile. Pero no, no es menester, está ahí fuera.
M
ICER
N
ICIAS
. Es cierto.
E
SCENA SEXTA
F
RAY
T
IMOTEO, MICER
N
ICIAS
, L
UCRECIA
, C
ALLIMACO
, L
IGURIO
, S
OSTRATA
F
RAY
T
IMOTEO
. Salgo porque Callimaco y Ligurio me han dicho que el doctor y las mujeres están viniendo hacia aquí.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡
Bona dies
, padre!
F
RAY
T
IMOTEO
. ¡Sed bienvenidos, y buen provecho os haga, mi señora, y que Dios os conceda un hijo varón!
L
UCRECIA
. ¡Dios lo quiera!
F
RAY
T
IMOTEO
. ¡Seguro que lo querrá!
M
ICER
N
ICIAS
. ¿No son esos que están en la iglesia Ligurio y el maestro Callimaco?
M
ICER
N
ICIAS
. Haced señas para que se acerquen.
F
RAY
T
IMOTEO
. ¡Venid!
C
ALLIMACO
. ¡Dios os salve!
M
ICER
N
ICIAS
. Maestro, dad la mano a mi esposa.
C
ALLIMACO
. Con mucho gusto.
M
ICER
N
ICIAS
. Lucrecia, este es el hombre al que debemos el báculo que sostendrá nuestra vejez.
L
UCRECIA
. Mucho le estimo y creo que debería ser nuestro compadre.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Bendita seas! Y quiero que él y Ligurio vengan esta misma mañana a comer con nosotros.
L
UCRECIA
. Naturalmente.
M
ICER
N
ICIAS
. Y les daré la llave de la habitación del primer piso, la que está sobre la logia, para que vengan cuando gusten, que en casa no tienen mujeres que les cuiden y viven como bestias.
C
ALLIMACO
. La acepto, para usarla cuando la necesite.
F
RAY
T
IMOTEO
. ¿Se me dará el dinero de la limosna?
M
ICER
N
ICIAS
. Bien sabéis vos que sí, «domine», hoy mismo se os mandará.
L
IGURIO
. ¿Y de Siro, no hay nadie que se acuerde?
M
ICER
N
ICIAS
. Que pida, todo lo mío es suyo. Tú, Lucrecia, ¿cuántas gruesas tienes que darle al fraile para que te reciba en el templo?
L
UCRECIA
. Dadle diez.
M
ICER
N
ICIAS
. ¡Caray!
F
RAY
T
IMOTEO
. Vos, mi señora Sostrata, parece como si hubierais rejuvenecido.
S
OSTRATA
. ¿Y quién no estaría alegre, con todo esto?
F
RAY
T
IMOTEO
. Entremos todos en la iglesia, rezaremos la oración que dice al caso; luego después del oficio iréis a comer a vuestra casa. Vosotros, espectadores, no esperéis ya que volvamos a salir; el oficio es largo, yo permaneceré en la iglesia y estos se irán a casa por la puerta lateral.
[52]
¡Vale!