La Mandrágora

Acto tercero

A

CTO TERCERO

E

SCENA PRIMERA

S

OSTRATA, MICER

N

ICIAS

, L

IGURIO

S

OSTRATA

. Siempre he oído decir que es propio del prudente escoger, de entre dos males, el menor. Si para tener hijos no tenéis otro remedio, pues habrá que aceptar éste; siempre, claro, que no grave vuestra conciencia.

M

ICER

N

ICIAS

. Claro.

L

IGURIO

. Vos id a ver a vuestra hija y micer Nicias y yo iremos a ver a fray Timoteo, su confesor, y le contaremos el caso, para que no tengáis vos que decírselo. Veréis lo que os dirá.

S

OSTRATA

. Así lo haré. Vuestro camino es ése, y yo voy a buscar a Lucrecia y la llevaré a hablar con el fraile cueste lo que cueste.

E

SCENA SEGUNDA

M

ICER

N

ICIAS

, L

IGURIO

M

ICER

N

ICIAS

. Te extrañas quizás, Ligurio, que haya que hacer tantas historias para persuadir a mi mujer, pero si lo supieras todo, no te extrañarías.

L

IGURIO

. Imagino que será porque todas las mujeres son desconfiadas.

M

ICER

N

ICIAS

. No es eso. Ella era la más dulce y tratable de todas las criaturas de este mundo, pero habiéndole dicho una vecina que si hacía voto de oír cuarenta mañanas la misa de los Siervos quedaría encinta, lo hizo y fue allí unas veinte mañanas. Pero uno de aquellos frailucos empezó a acosarla, de tal manera que ya no quiso volver. Es lamentable, creo, que aquellos que deberían darnos buen ejemplo se comporten así, ¿no os parece?

L

IGURIO

. Diablos, y tanto que es lamentable.

M

ICER

N

ICIAS

. Desde entonces aguza las orejas como una liebre, no se fía de nadie, y a la menor insinuación pone mil dificultades.

L

IGURIO

. No me extraña, pero ¿y el voto? ¿Cómo lo cumplió?

M

ICER

N

ICIAS

. Se hizo dispensar.

L

IGURIO

. Está bien. Pero dadme, si los tenéis, veinticinco ducados que en esos casos conviene gastar, para hacerse amigo del fraile y darle esperanzas de mayor recompensa.

M

ICER

N

ICIAS

. Ahí los tienes, que eso sí que no me importa; ya ahorraré por otro lado.

L

IGURIO

. Esos frailes son astutos y marrulleros, y es natural, porque saben nuestros pecados y los suyos; y el que no está acostumbrado a tratos con ellos podría equivocarse y no saber cómo sacarles lo que quiere. Por lo tanto, para no estropearlo todo, os ruego que no habléis; porque las gentes como vos, que pasan días enteros en su estudio, saben mucho de libros pero a menudo no saben nada de las cosas de este mundo. (Es tan imbécil que sería capaz de estropearlo todo.)

M

ICER

N

ICIAS

. Dime qué es lo que quieres que haga.

L

IGURIO

. Que me dejéis hablar a mí, y que no abráis la boca a menos que yo os lo indique.

M

ICER

N

ICIAS

. Conforme. ¿Cómo me lo indicarás?

L

IGURIO

. Guiñaré un ojo y me morderé los labios. Espera, no; hagamos otra cosa. ¿Cuánto tiempo hace que no habláis con este fraile?

M

ICER

N

ICIAS

. Más de diez años.

L

IGURIO

. Está bien, le diré que os habéis vuelto sordo y vos no responderéis ni diréis nada a menos que nos dirijamos a vos a gritos.

M

ICER

N

ICIAS

. Así lo haré.

L

IGURIO

. No os inquietéis si digo algo que os parezca contrario a lo que deseamos; porque todo cuadrará a nuestro propósito.

M

ICER

N

ICIAS

. Sea en buena hora.

E

SCENA TERCERA

F

RAY

T

IMOTEO, UNA MUJER

F

RAY

T

IMOTEO

. Si queréis confesaros estoy a vuestra disposición.

M

UJER

. Por hoy no, me esperan y me basta haberme desahogado un poco así, hablando sin ceremonias. ¿Habéis dicho las misas de Nuestra Señora?

F

RAY

T

IMOTEO

. Sí, señora.

M

UJER

. Tomad ahora este florín, y durante dos meses, cada lunes, diréis la misa de réquiem por el alma de mi difunto marido que aunque era un bruto, la carne tira, y cada vez que pienso en él siento una cosa… ¿Creéis que estará en el Purgatorio?

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Sin duda!

M

UJER

. No estoy tan segura. Vos sabéis bien lo que a veces me hacía. Oh, ¡cuántas veces me quejé de ello con vos! Yo me apartaba cuanto podía, pero ¡era tan insistente! ¡Oh, Dios Santo!

F

RAY

T

IMOTEO

. No dudéis, la clemencia de Dios es grande; si hay voluntad no ha de faltarle nunca al hombre tiempo para arrepentirse.

M

UJER

. ¿Creéis que el Turco invadirá Italia este año?

[27]

F

RAY

T

IMOTEO

. Si no rezáis, sí.

M

UJER

. A fe que lo haré. Dios nos ayude con esos diablos. ¡Me da un miedo eso del empalamiento

[28]

! Pero estoy viendo aquí en la iglesia a una mujer que tiene unos copos de lino míos para hilar. Voy a su encuentro. A los buenos días.

F

RAY

T

IMOTEO

. Dios os guarde.

E

SCENA CUARTA

F

RAY

T

IMOTEO

, L

IGURIO, MICER

N

ICIAS

F

RAY

T

IMOTEO

. No hay en el mundo nadie más caritativo que las mujeres, ¡ni más pesado tampoco! Quien las rehúye evita los dolores de cabeza pero pierde el provecho y quien las trata, en cambio, lo tiene todo, provecho y fastidio juntos. La verdad es que no hay miel sin moscas. ¿Qué os trae por aquí, señores? ¿No sois vos micer Nicias?

L

IGURIO

. Hablad más fuerte, que está últimamente tan sordo que no se entera de nada.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Bien venido, señor!

L

IGURIO

. ¡Más fuerte!

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Bien venido!

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Bien hallado, padre!

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Qué os trae por aquí?

M

ICER

N

ICIAS

. Muy bien.

L

IGURIO

. Al hablar dirigíos a mí, padre, porque para que os oyera tendríais que poner en tumulto la plaza entera.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Qué deseáis de mí?

L

IGURIO

. Aquí Micer Nicias y otro hombre de bien, del que luego hablaremos, tienen que distribuir en limosnas varios centenares de ducados.

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Así revientes!

[29]

L

IGURIO

. (¡Callad en mala hora, que no serán tantos!) No os extrañe, padre, lo que diga, que no oye, y a veces cree oír y contesta despropósitos.

F

RAY

T

IMOTEO

. Sigue, hijo, y déjale decir lo que quiera.

L

IGURIO

. De esos dineros yo traigo conmigo una parte, y han designado que seáis vos quien los distribuya.

F

RAY

T

IMOTEO

. De buen grado.

L

IGURIO

. Pero antes de hacer esta limosna, es necesario que nos ayudéis en un caso extraño acaecido a micer: y sólo vos podéis ayudar, que va en ello todo el honor de su casa.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿De qué se trata?

L

IGURIO

. No sé si vos conoceréis a Camilo Calfucci, sobrino de micer Nicias.

F

RAY

T

IMOTEO

. Sí, le conozco.

L

IGURIO

. Pues hará un año, más o menos, que ciertos asuntos le llevaron a Francia, y no teniendo mujer, que se le había muerto, dejó a una hija suya, casadera, en custodia en un convento, del que el nombre no hace al caso.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Y qué ha pasado?

L

IGURIO

. Pues ha pasado que, o por descuido de las monjas o por su propia ligereza, la muchacha está preñada de cuatro meses, de manera que si no se repara con prudencia, el doctor, las monjas, la muchacha, Camilo y toda la casa de los Calfucci quedarán deshonrados; y el doctor siente tanto esta vergüenza, que ha prometido, si no se descubre, dar trescientos ducados por el amor de Dios.

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Qué sarta de mentiras!

L

IGURIO

. (¡Quieto!) Y los dará por vuestra mano; que sólo vos y la abadesa podéis ayudarnos en este trance.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Cómo?

L

IGURIO

. Persuadiendo a la abadesa para que dé a la muchacha una pócima que la haga abortar.

F

RAY

T

IMOTEO

. Esto habría que pensarlo muy bien.

L

IGURIO

. Ved, haciendo eso, cuántos bienes resultarán de ello: preserváis incólume el honor del monasterio, de la joven y de sus parientes; devolvéis una hija al padre, satisfacéis a ese señor y a sus parientes, hacéis tantas limosnas cuantas se puedan hacer con estos 300 ducados; y por otra parte, total sólo ofendéis a un pedazo de carne no nata, sin sentido, expuesta a perderse antes de llegar a término de mil maneras distintas; y yo creo que es bueno lo que favorece a la mayoría

[30]

.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Sea en nombre de Dios! Hágase vuestra voluntad y que todo sea por Dios y por caridad. Decidme el convento, dadme la poción y si os parece, esos dineros, para poder empezar a hacer algún bien.

L

IGURIO

. Sois la clase de religioso que esperaba que fueseis. Sois como imaginaba. Tomad esos ducados. El monasterio es… Pero aguardad, que en la iglesia una mujer me hace señas; vuelvo enseguida, no os separéis de micer Nicias, son tan sólo dos palabras.

E

SCENA QUINTA

F

RAY

T

IMOTEO, MICER

N

ICIAS

F

RAY

T

IMOTEO

. Esa jovencita, ¿qué edad tiene?

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Yo me pongo malo!

F

RAY

T

IMOTEO

. Digo que ¿cuántos años tiene la muchacha?

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Mal año le dé Dios!

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Por qué?

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Para que lo tenga!

F

RAY

T

IMOTEO

. Me parece que me he metido en un buen lío. Me las tengo que haber con un loco y con un sordo. Uno me rehúye y el otro no oye. ¡Pero si esos

[31]

no son falsos ya los usaré yo mejor que ellos! Ahí vuelve Ligurio.

E

SCENA SEXTA

L

IGURIO, FRAY

T

IMOTEO, MICER

N

ICIAS

L

IGURIO

. Estaos quieto, micer. Oh, traigo la gran noticia, padre.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Cuál?

L

IGURIO

. Aquella mujer con la que he hablado, me ha dicho que la muchacha ha abortado por sí misma.

F

RAY

T

IMOTEO

. Bien, entonces la limosna irá a parar a la Grascia

[32]

.

L

IGURIO

. ¿Qué decís?

F

RAY

T

IMOTEO

. Digo que con mayor motivo tendréis que hacer ahora esa limosna.

L

IGURIO

. La limosna se hará cuando queráis, pero es menester que hagáis otra cosa en beneficio de ese doctor.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿De qué se trata?

L

IGURIO

. Es algo de menor calibre, de menos escándalo, mejor visto por todos y más útil para vos.

F

RAY

T

IMOTEO

. ¿Qué es? Ahora que ya me he comprometido y que os he cogido tanta confianza no hay nada que yo no hiciera por vos.

L

IGURIO

. Os lo diré en la iglesia, mi casa y la vuestra, y que el doctor nos espere ahí. Volvemos al momento.

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Dijo el sapo al rastrillo!

[33]

F

RAY

T

IMOTEO

. Vamos.

E

SCENA SÉPTIMA

M

ICER

N

ICIAS

(

solo

)

M

ICER

N

ICIAS

. ¿Es de día o de noche? ¿Estoy despierto o soñando? ¿Estoy borracho, sin haber bebido una gota en todo el día, con todo este jaleo? Quedamos en decir al fraile una cosa y ése le dice otra; quiso que me hiciera el sordo, y ojalá me hubiera embreado los oídos como el Danés

[34]

para no oír las locuras que ha dicho, y ¡Dios sabe con qué propósito! Me encuentro con 25 ducados menos, sin que se haya hablado de lo mío y ahora me dejan ahí plantado como un imbécil. Pero ya regresan… ¡en mala hora para ellos si no han discutido de lo que me interesa!

E

SCENA OCTAVA

F

RAY

T

IMOTEO

, L

IGURIO, MICER

N

ICIAS

F

RAY

T

IMOTEO

. Haced que vengan las mujeres. Yo sé lo que tengo que hacer y si de algo vale mi autoridad, todo se arreglará esta misma noche.

L

IGURIO

. Micer Nicias, Fray Timoteo está dispuesto a hacer lo que sea. Hay que procurar que vengan las mujeres.

M

ICER

N

ICIAS

. ¡Me devuelve la vida! ¿Será varón?

L

IGURIO

. Varón.

M

ICER

N

ICIAS

. Lloro de ternura.

F

RAY

T

IMOTEO

. Id a la iglesia, yo esperaré aquí a las mujeres. Poneos donde no os vean y tan pronto se vayan os comunicaré cuanto han dicho.

E

SCENA NOVENA

F

RAY

T

IMOTEO

(

solo

)

F

RAY

T

IMOTEO

. No sé quién ha engañado a quién. Ese astuto Ligurio me vino primero con aquel cuento, para tantearme; si yo hubiera puesto reparos no me habría hablado de esto, no descubriendo así sus propósitos sin asegurarse un buen resultado y luego habría dejado correr lo otro. Es verdad que me ha engañado, pero también es verdad que este engaño me beneficia. Micer Nicias y Callimaco son ricos, y de cada uno por diversos motivos, sacaré mucho partido. La cosa, es natural, ha de mantenerse en secreto, que interesa tan poco a ellos como a mí que se sepa. Sea como sea, yo no me arrepiento. La verdad es que temo encontrar dificultades, porque mi señora Lucrecia es prudente y honesta; pero yo lo lograré aprovechando precisamente su bondad. Las mujeres tienen todas poco seso, y como haya una que sepa decir dos palabras, todo el mundo se hace lenguas de ello, porque en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Ahí viene con su madre, ¡ésta sí que es una acémila!, que estoy seguro me ayudará a convencerla.

E

SCENA DÉCIMA

S

OSTRATA

, L

UCRECIA

S

OSTRATA

. Creo, querida hija, que debes estar convencida de que yo, más que nadie en este mundo, me preocupo de tu honor, y que no te aconsejaría hacer nada que pudiera comprometerte. Te he dicho, y vuelvo a decirte, que si fray Timoteo asegura que no hay nada en todo eso que pueda pesar sobre tu conciencia, que lo hagas sin pensarlo más.

L

UCRECIA

. Siempre he temido que los deseos que micer Nicias tiene de tener hijos nos lleven a cometer algún error; y por eso, siempre que me ha hablado de algo, he dudado y recelado, máxime después de sucederme lo que ya sabéis, por ir a los Siervos

[35]

. Pero de todo lo que se ha intentado, esto me parece lo más extraño, tener que someter mi cuerpo a tal ultraje, y ser causa de que un hombre muera por haberme ultrajado. Que no creería me fuera lícito recurrir a tal partido, aun suponiendo que me encontrara sola en este mundo y de mí dependiera la continuidad de la especie humana.

S

OSTRATA

. Yo no sé contestaros a todo eso, hija mía; habla con el fraile, ve qué te dice y haz lo que te aconseje, él, y todos cuantos te queremos bien.

L

UCRECIA

. Me dan sudores de muerte.

E

SCENA UNDÉCIMA

F

RAY

T

IMOTEO

, L

UCRECIA

, S

OSTRATA

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Sed bienvenidas! Sé lo que queréis consultarme porque micer Nicias ha hablado ya conmigo. En verdad, he pasado más de dos horas pegado a mis libros estudiando este caso y luego de un profundo examen he encontrado mucho que en particular y en general conviene a nuestro asunto.

L

UCRECIA

. ¿Habláis en serio o bromeáis?

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Ay, madonna Lucrecia!, ¿son esas cosas para tenerlas a broma? ¿No me conocéis bien?

L

UCRECIA

. Sí, Padre, pero eso me parece de lo más extraño.

F

RAY

T

IMOTEO

. Señora, os comprendo, pero no quiero que continuéis diciendo tal cosa. Hay un sinfín de cosas que de lejos parecen terribles, insoportables, extrañas, pero cuando te acercas a ellas, resultan humanas, soportables, familiares, por eso se dice que es mayor el ruido que las nueces; y ésa es una de ellas.

L

UCRECIA

. ¡Dios lo quiera!

F

RAY

T

IMOTEO

. Volvamos a lo que decía antes. Vos debéis, en lo que concierne a la conciencia, considerar este principio general; que cuando hay un bien seguro y un mal incierto, no se debe nunca renunciar al bien por miedo a aquel mal. Aquí hay un bien seguro, quedaréis encinta, ganaréis un alma para Nuestro Señor: el mal incierto es que aquel que yazga con vos, después que hayáis tomado la poción, muera; pero los hay que no mueren. Precisamente por lo dudoso del caso, es prudente que micer Nicias no corra tal peligro. En cuanto al acto, que sea pecado, es una patraña, porque es la voluntad la que peca, no el cuerpo; pecado es disgustar al marido y vos le complacéis; y obtener placer, a vos os disgusta. Además de esto, hay que tener en cuenta, en todo, el fin: vuestro fin es llenar una silla más en el paraíso, complacer a vuestro marido. Dice la Biblia que las hijas de Lot, creyendo ser las únicas mujeres supervivientes en el mundo, tuvieron uso carnal con el padre; y puesto que su intención fue buena, no pecaron

[36]

.

L

UCRECIA

. ¿De qué queréis convencerme?

S

OSTRATA

. Déjate convencer. ¿No ves que una mujer que no tiene hijos no tiene nada? Muere el marido y queda como una bestia abandonada por todos.

F

RAY

T

IMOTEO

. Os juro, mi señora, por este pecho consagrado, que tanto cargo de conciencia hay en plegaros al deseo de vuestro marido como en comer carne los miércoles, que es un pecado que se lava con agua bendita.

L

UCRECIA

. ¿A dónde queréis llevarme, padre?

F

RAY

T

IMOTEO

. Os llevo a hacer cosas por las que siempre tendréis motivos de rogar a Dios por mí, y que más os satisfarán dentro de un año que ahora.

S

OSTRATA

. Hará lo que digáis. Yo misma quiero meterla en la cama esta noche. ¿De qué tienes tú miedo, mocosa? Hay por lo menos en esta tierra cincuenta mujeres que darían gracias a Dios si se les propusiera eso.

L

UCRECIA

. Obedeceré, pero no creo que llegue viva a mañana.

F

RAY

T

IMOTEO

. No dudes, hija mía: rogaré a Dios por ti; rezaré la oración del ángel Rafael

[37]

para que te acompañe. Id en buena hora, y preparaos para ese misterio, que anochece.

S

OSTRATA

. Quedad con Dios, padre.

L

UCRECIA

. ¡Que Dios y nuestra Señora me ayuden y hagan que no acabe mal!

E

SCENA DUODÉCIMA

F

RAY

T

IMOTEO

, L

IGURIO, MICER

N

ICIAS

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Eh, Ligurio, acercaos!

L

IGURIO

. ¿Cómo va?

F

RAY

T

IMOTEO

. Bien. Fueron a casa dispuestas a hacer lo necesario; no habrá dificultades porque su madre irá con ella y la meterá en la cama.

M

ICER

N

ICIAS

. ¿De veras?

F

RAY

T

IMOTEO

. Vaya, ¡estáis curado de la sordera!

L

IGURIO

. Por la gracia de San Clemente

[38]

.

F

RAY

T

IMOTEO

. Pues habrá que ponerle un exvoto, para que la cosa se sepa y no seáis vos el único que saque provecho del milagro.

M

ICER

N

ICIAS

. Dejémonos de historias que ahora no cuentan. ¿Pondrá mi mujer dificultades en hacer lo que yo quiero?

F

RAY

T

IMOTEO

. No, os lo aseguro.

M

ICER

N

ICIAS

. Soy el hombre más feliz del mundo.

F

RAY

T

IMOTEO

. Lo creo. ¡Pescáis un hijo varón y los demás que se arreglen!

L

IGURIO

. Id, hermano, a vuestras oraciones, y si necesitamos algo más iremos a buscaros. Vos, señor, id junto a ella para mantenerla firme en lo acordado y yo iré a decir al maestro Callimaco que os mande la poción. Procurad verme dentro de una hora, que organizaremos lo que hay que hacer a las cuatro

[39]

.

M

ICER

N

ICIAS

. Bien dice, ¡adiós!

F

RAY

T

IMOTEO

. ¡Id en paz!

C

ANCIÓN

Tan suave es el engaño cuando conduce al deseado objeto que aquieta todo afán y hace dulce todo lo amargo. Oh sublime y raro remedio, tú a las almas errantes muestras el buen camino, tú con tu gran potencia al hacer felices a los demás enriqueces al Amor; tú vences, sólo con tus santos consejos, piedras, venenos y encantos.

Descargar Newt

Lleva La Mandrágora contigo