Resumen
Resumen
«La Historia de la Creación y la de este Mundo,
desde su principio hasta el tiempo presente, está
compuesta de siete capítulos. El capítulo séptimo no
ha sido escrito todavía».
T. Subba Row[516].
El primero de estos «siete capítulos» ha sido intentado, y está ahora concluido. Por muy incompleto y débil que sea como exposición, de todos modos se aproxima —hablando en sentido matemático— a lo que constituye la base más antigua de todas las cosmogonías subsiguientes. Atrevida es la tentativa de expresar en una lengua europea el gran panorama de la Ley que eterna y periódicamente se manifiesta; Ley impresa en las mentes plásticas de las primeras Razas dotadas de Conciencia, por quienes la reflejaban de la Mente Universal; es empresa atrevida, porque ningún lenguaje humano, salvo el sánscrito —que es el de los Dioses—, puede hacerlo con algún grado de exactitud. Pero teniendo en cuenta la intención, deben perdonarse a nuestra obra sus defectos.
Como conjunto, ni lo anterior ni lo que sigue se encontrará en su totalidad en parte alguna. No se enseña en ninguna de las seis escuelas indas de filosofía, puesto que pertenece a la síntesis de las mismas, a la séptima que es la Doctrina Oculta. No se halla trazado en ningún papiro egipcio carcomido ni grabado en ningún ladrillo, o muro de granito asirio. Los Libros de la Vedanta —la «última palabra del saber humano»— dan tan solo el aspecto metafísico de esta cosmogonía del mundo; y su tesoro inapreciable, los Upanishads —siendo Upa-ni-shad una palabra compuesta que significa el dominio de la ignorancia por la revelación del conocimiento secreto y espiritual— requieren hoy la posesión de una llave maestra, para que el estudiante pueda hacerse cargo de su significación plena. La razón de esto me aventuro a exponerla aquí, tal como la aprendí de mi Maestro.
El nombre Upanishad es traducido en general como «doctrina esotérica». Estos tratados forman parte del Shruti o Conocimiento «revelado», la Revelación, en resumen, y están generalmente unidos a la porción brâhmana de los Vedas, como su tercera división.
[Ahora bien] los Vedas poseen una significación distinta y doble: una expresada por el sentido literal de las palabras; la otra indicada por el metro y el svara (entonación), que son como la vida de los Vedas… Sabios pandits y filólogos niegan, por supuesto que el svara tenga nada que ver con la filosofía o las antiguas doctrinas esotéricas; pero la conexión misteriosa entre svara y luz es uno de sus secretos más profundos[517].
Existen 150 Upanishads enumerados por los orientalistas, que consideran a los más antiguos como escritos probablemente unos 600 años antes de nuestra Era; pero en cuanto a textos genuinos, no existen ni la quinta parte de aquel número. Los Upanishads son a los Vedas lo que la Kabalah es a la Biblia judía. Exponen y explican la significación secreta y mística de los textos védicos. Hablan del origen del Universo, de la naturaleza de la Deidad y del Espíritu y el Alma, así como también de la conexión metafísica entre la Mente y la Materia. En resumen: CONTIENEN el principio y el fin de todo Buddha. De no ser así, no podrían los Upanishads ser llamados esotéricos, desde el momento en que se encuentran hoy día bien a la vista, unidos a los Libros Sagrados brahmánicos; que en nuestros tiempos se han hecho accesibles, aun para los Mlechchhas (los sin casta) y para los orientalistas europeos. Una cosa hay en ellos —y se encuentra en todos los Upanishads—, la cual invariable y constantemente indica su antiguo origen, y prueba:
«Los grandes Maestros del Saber superior y los brahmanes son siempre representados como yendo a los reyes Kshatriyas [casta militar], para convertirse en sus discípulos». Según el profesor Cowell observa pertinentemente, los Upanishads «respiran un espíritu completamente diferente [de otros escritos brahmánicos]; una libertad de pensamiento desconocida en ninguna obra más antigua, excepto en los himnos mismos del Rig Veda». El segundo hecho se explica por una tradición registrada en uno de los manuscritos sobre la vida de Buddha. Dice que los Upanishads fueron originalmente unidos a sus brâhmanas desde el principio de una reforma que condujo al exclusivismo del presente de castas entre los brahmanes, pocos siglos después de la invasión de la India por los «Dos veces nacidos». En aquellos días estaban completos, y se empleaban para la instrucción de los Chelâs que estaban preparándose para la Iniciación.
Esto duró mientras los Vedas y los Brâhmanas permanecieron siendo única y exclusiva propiedad de los brahmanes del templo; mientras nadie más tenía el derecho de estudiarlos ni siquiera leerlos, fuera de la casta sagrada. Vino entonces Gautama, el Príncipe de Kapilavastu. Después de haber aprendido la totalidad de la sabiduría brahmánica en los Rahasya o los Upanishads, y visto que las enseñanzas diferían muy poco o nada de las de los «Maestros de la Vida» residentes en las nevadas cordilleras de los Himalayas[518], indignado el Discípulo de los brahmanes de que la Sabiduría Sagrada fuese negada a todos, menos a éstos, decidió salvar al mundo entero, popularizándola. Entonces fue cuando viendo los brahmanes que sus Conocimientos Sagrados y Sabiduría Oculta iban cayendo en manos de los mlechchhas, abreviaron los textos de los Upanishads, que contenían en su origen tres veces la materia de los Vedas y Brâhmanas juntos, sin alterar, sin embargo, una palabra de los textos. Arrancaron simplemente de los manuscritos las partes más importantes, que contenían la última palabra en lo referente al Misterio de la Existencia. Desde entonces, la clave del código secreto brahmánico quedó en posesión de los iniciados tan solo, y los brahmanes estuvieron así en situación de poder negar públicamente la exactitud de las enseñanzas de Buddha, apelando a sus Upanishads, acallados para siempre acerca de las cuestiones principales. Tal es la tradición esotérica, más allá de los Himalayas.
Sri Shankarâchârya, el más grande Iniciado viviente en los períodos históricos, escribió muchos Bhâshyas (Comentarios) acerca de los Upanishads. Pero sus tratados originales, como hay razones para suponer, no han caído todavía en manos de los filisteos; pues se hallan conservados con celo excesivo en sus monasterios (mathams). Y existen todavía razones mucho más importantes para hacernos creer que los inapreciables Bhâshyas acerca de la Doctrina Esotérica de los brahmanes, por el más grande de sus expositores, permanecerán siendo todavía, durante siglos, letra muerta para la mayor parte de los indos, excepto para los brahmanes Smârtava. Esta secta, fundada por Shankarâchârya, que es todavía muy poderosa en la India Meridional, en la actualidad es la única que produce estudiantes con los conocimientos suficientes para comprender la letra muerta de los Bhâshyas. La razón de esto es, según se me ha dicho, que ellos únicamente son los que tienen en ocasiones verdaderos iniciados a su cabeza, en sus mathams, como por ejemplo, en el Shringa-giri en los Ghâts occidentales de Mysore. Por otra parte, no existe ninguna secta en esa casta de los brahmanes tan desesperadamente exclusiva, que lo sea más que la Smârtava; y la reticencia de sus miembros en decir lo que saben, en cuanto a las ciencias ocultas y a la Doctrina Esotérica, es tan solo igualada por su altivez y conocimientos.
Por tanto, la escritora de estas afirmaciones tiene que hallarse preparada de antemano para encontrar gran oposición, y aun la denegación de lo que presenta en esta obra. No es que exista pretensión alguna a la infalibilidad o a la exactitud perfecta en todos los detalles de cuanto se dice en ella. Los hechos a la vista están, y difícilmente pueden ser negados. Pero, debido a las dificultades intrínsecas de las materias que se tratan y a las limitaciones casi insuperables de la lengua inglesa, como de todos los demás idiomas europeos, para la expresión de ciertas ideas, es más que probable que la autora no haya logrado presentar las explicaciones en su forma mejor y más clara; aunque todo cuanto podía hacerse, bajo las más adversas circunstancias, ha sido hecho, y esto es lo más que puede exigirse a cualquier escritor.
Recapitulemos y, por lo vasto de los asuntos expuestos, se demostrará cuán difícil, si no imposible, es hacerles plena justicia.
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Las Mónadas incipientes, no habiendo tenido aún cuerpos humanos, no pueden tener ningún sentimiento de personalidad o de Ego–ismo. Siendo lo que se pretende significar por «personalidad» una limitación y una relación, o como lo ha definido Coleridge, «la individualidad existente en sí misma, pero con una naturaleza como base»; la palabra no puede aplicarse, por supuesto, a entidades no humanas; pero como hecho acerca del cual insisten generaciones de Videntes, ninguno de estos seres, elevados, o ínfimos, posee individualidad o personalidad como Entidades separadas, o sea en el sentido en que el hombre dice «Yo soy yo y nadie más»; en otras palabras, no tienen conciencia de tan manifiesta separación como existe en la tierra entre los hombres y entre las cosas. La Individualidad es la característica de sus respectivas Jerarquías, no de sus unidades; y estas características varían tan solo con el grado del plano a que esas Jerarquías pertenecen: cuanto más próximo se halle a la región de la Homogeneidad y a lo Divino, tanto más pura y menos acentuada será la individualidad de aquella Jerarquía. Son finitas bajo todos sus aspectos, con la excepción de sus principios más elevados, las Chispas inmortales que reflejan la Llama Divina Universal, individualizadas y separadas tan solo en las esferas de la Ilusión por una diferenciación tan ilusoria como el resto. Ellas son «Los Vivientes» puesto que son las corrientes proyectadas desde la Vida Absoluta sobre el lienzo cósmico de la Ilusión; Seres en quienes la vida no puede quedar extinguida antes que el fuego de la ignorancia sea extinguido en aquellos que sienten estas «Vidas». Habiendo brotado a la existencia bajo el poder vivificante del Rayo increado —reflexión del gran Sol central que radia sobre las orillas del Río de la Vida—, el Principio Interno en ellos es lo que pertenece a las Aguas de la inmortalidad, al paso que su vestidura diferenciada es tan perecedera como el cuerpo del hombre. Por lo tanto, razón tenía Young al decir que:
Los ángeles son hombres de una especie superior…
Y nada más. No son los Ángeles «ministros» ni «protectores» ni son tampoco «Heraldos del Altísimo», y todavía menos los «Mensajeros de la Cólera» de ningún Dios, tal como los creados por la imaginación humana. Apelar a su protección es una necedad tan grande —como la de figurarse que se puede alcanzar su simpatía gracias a cualquier especie de propiciación; pues ellos, lo mismo que el hombre, son los esclavos y criaturas de la Ley Kármica Cósmica inmutable. La razón para ello es evidente. No poseyendo elemento alguno de personalidad en su esencia, no pueden estar dotados de cualidades personales ningunas, tales como las que los hombres, en sus religiones exotéricas, atribuyen a su Dios antropomórfico (un Dios celoso y exclusivo que se regocija y siente cólera, que se complace con sacrificios y que es más despótico en su vanidad que cualquier hombre frívolo y finito). El hombre, siendo un compuesto de las esencias de todas estas jerarquías celestiales, puede, como tal, lograr hacerse superior, en un sentido, a cualquier jerarquía o Clase, y hasta a una combinación de las mismas. «El hombre no puede ni propiciar ni mandar a los Devas» —se ha dicho—. Pero paralizando su personalidad inferior, y llegando con ello al pleno conocimiento de la no-separatividad de su Propio Superior y Absoluto SER, puede el hombre, aun durante su vida terrestre, llegar a ser como «Uno de Nosotros». Así, alimentándose del fruto del saber que disipa la ignorancia, es como el hombre se convierte en uno de los Elohim, o Dhyânis; y una vez en su plano, el Espíritu de Solidaridad y de Armonía perfecta que reina en cada jerarquía debe extenderse sobre él y protegerle en todos sentidos.
La dificultad principal que impide a los hombres de ciencia creer en los espíritus divinos, así como en los de la Naturaleza, es su materialismo. El principal obstáculo que ante sí encuentra el espiritista, y que le impide creer en lo mismo, conservando a la vez una creencia ciega en los «Espíritus» de los difuntos, es la ignorancia general en que se halla todo el mundo (excepto algunos ocultistas y kabalistas) respecto a la verdadera esencia y naturaleza de la Materia. En la aceptación o no aceptación de la teoría de la Unidad de todo en la Naturaleza, en su última Esencia, es en lo que principalmente se apoya la creencia o la incredulidad en la existencia en torno nuestro de otros seres conscientes, además de los Espíritus de los muertos. En la justa comprensión de la Evolución primitiva del Espíritu-Materia, y de su esencia real, es en lo que tiene el estudiante que apoyarse para la mejor dilucidación de la Cosmogonía Oculta, y para obtener la única clave segura que puede guiarle en sus estudios subsiguientes.
A la verdad, según se acaba de mostrar, cada uno de los llamados «Espíritus» es o bien un hombre descarnado o un hombre futuro. Así como desde el Arcángel más elevado (Dhyân Chohan) hasta el último Constructor consciente (la clase inferior de Entidades Espirituales), todos ellos son hombres que han vivido evos ha, durante otros Manvantaras, en esta o en otras Esferas; asimismo los Elementales inferiores, semiinteligentes y no inteligentes, son todos hombres futuros. El hecho tan solo de que un Espíritu se halle dotado de inteligencia, es una prueba para el ocultista de que aquel Ser debe haber sido un hombre, y adquirido su saber e inteligencia a través del ciclo humano. Solo existe una Omnisciencia e Inteligencia indivisible y absoluta en el Universo, y ésta vibra a través de cada uno de los átomos y de los puntos infinitesimales de todo el Kosmos, que carece de límites, y al que las gentes llaman Espacio, considerado independientemente de cualquiera de las cosas que en él se hallan contenidas. Pero la primera diferenciación de su reflexión en el Mundo manifestado es puramente Espiritual, y los Seres generados en la misma no se hallan dotados de una conciencia que tenga relación con aquella que nosotros concebimos. No pueden poseer conciencia o inteligencia humanas antes que la hayan adquirido personal e individualmente. Puede ser esto un misterio; sin embargo, es un hecho para la Filosofía Esotérica, y muy aparente por cierto.
Todo el orden de la Naturaleza demuestra una marcha progresiva hacia una vida superior. Existe designio en la acción de las fuerzas, al parecer más ciegas. La evolución completa con sus adaptaciones interminables, es una prueba de ello. Las leyes inmutables que hacen desaparecer a las especies débiles, para hacer lugar a las fuertes, y que aseguran la «supervivencia de los más aptos» aunque resulten tan crueles en su acción inmediata, obran todas en dirección de la gran meta final. El hecho mismo de que tienen lugar adaptaciones; de que los más aptos son los que sobreviven en la lucha por la existencia, demuestra que lo llamado «Naturaleza inconsciente» es, en realidad, un conjunto de fuerzas manipuladas por seres semiinteligentes (Elementales), guiados por Elevados Espíritus Planetarios (Dhyân Chohans), cuya agregación colectiva forma el Verbo manifestado del Logos Inmanifestado y constituye a la vez la Mente del Universo y su Ley inmutable.
La Naturaleza, tomada en su sentido abstracto, no puede ser «inconsciente»; pues es la emanación de la Conciencia Absoluta, y por tanto, un aspecto suyo en el plano de la manifestación. ¿Dónde está el atrevido que niegue a la vegetación y aun a los minerales una conciencia propia especial? Todo cuanto puede decir, es que esta conciencia se halla más allá de los límites de su comprensión.
Tres distintas representaciones del Universo, en sus tres distintos aspectos, imprime en nuestro pensamiento la Filosofía Esotérica: la Preexistente, desenvuelta de la Siempre existente, y la Fenomenal —el mundo de la ilusión, la reflexión, la sombra de la anterior. Durante el gran misterio y drama de la vida, conocido con el nombre de Manvantara, el Kosmos real es como los objetos colocados tras de un lienzo blanco, sobre el cual proyectan sombras. Las figuras y cosas verdaderas permanecen invisibles, mientras los hilos de la evolución son manejados por manos también invisibles. Los hombres y las cosas son, así, solo las reflexiones en el campo blanco de las realidades que se hallan tras las asechanzas de Mahâmâyâ o la Gran Ilusión. Esto era enseñado en toda filosofía y en toda religión, tanto antes como después del Diluvio, en la India y en la Caldea; tanto por los Sabios chinos como por los griegos. En los dos primeros países eran alegorizados estos tres Universos, en las enseñanzas exotéricas, por las tres Trinidades, emanando del Germen eterno central, y constituyendo con él una Unidad Suprema: la Tríada inicial, la manifestada y la creadora, o los Tres en Uno. La última es tan solo el símbolo, en su expresión concreta, de las dos primeras ideales. De aquí que la Filosofía Esotérica pase por encima de lo obligado de esta concepción puramente metafísica, y que llame solo a la primera la Siempre Existente. Esta es la opinión de cada una de las seis grandes escuelas de la filosofía inda; los seis principios de aquel cuerpo unido de la Sabiduría, del cual la Gnosis, el Saber oculto, es el séptimo.
Quien estas líneas escribe, espera que, por muy superficialmente que se hayan comentado las Siete Estancias, se ha dicho ya lo suficiente en esta parte cosmogónica de la obra para demostrar que las enseñanzas arcaicas son, en su propia esfera, más científicas (en el moderno sentido de la palabra) que cualquier otra de las antiguas Escrituras, consideradas y juzgadas por sus aspectos exotéricos. Sin embargo puesto que, como se ha declarado antes, la obra presente reserva mucho más que expone, se invita al estudiante a que emplee su propia intuición. Nuestro principal deseo es dilucidar lo que ya ha sido dado, y muy incorrectamente en ocasiones, lo cual deploramos; suplir con materias adicionales cuando y como sea posible, los conocimientos sugeridos antes, y proteger nuestras doctrinas de los ataques demasiado violentos del sectarismo moderno, y más especialmente del Materialismo de los últimos tiempos, con mucha frecuencia llamado erróneamente Ciencia, mientras que, en realidad, tan solo las palabras «sabios» y «semisabios» deberían asumir la responsabilidad de las muchas teorías ilógicas ofrecidas al mundo. En su gran ignorancia, el público, al paso que acepta ciegamente cada una de las cosas emanadas de «autoridades» y considera como un deber mirar cada dictum procedente de un hombre de ciencia como un hecho probado; al público, decimos, se le enseña a burlarse de todo cuanto se presenta como procedente de orígenes «paganos». Por lo tanto, como a los sabios materialistas solo puede combatírseles con sus propias armas (las de la controversia y el argumento), se incluye un Addendum a cada volumen, contrastando las respectivas opiniones, y demostrando cómo, hasta las grandes autoridades, pueden errar con frecuencia. Creemos que esto puede ser eficaz, haciendo ver los puntos débiles de nuestros contrarios, y probando que sus sofismas harto frecuentes, que se hacen pasar como dicta científica, son inexactos. Nosotros nos atenemos a Hermes y a su «Sabiduría», en su carácter universal; ellos, a Aristóteles, en contra de la intuición y de la experiencia de los tiempos, imaginando que la verdad es propiedad exclusiva del mundo occidental. De aquí la desavenencia. Como dice Hermes:
«El conocimiento difiere mucho del sentido; porque el sentido es de cosas que le sobrepujan; pero el conocimiento es el fin del sentido».
Esto es, de la ilusión de nuestro cerebro físico y de su inteligencia; marcando así fuertemente el contraste entre el saber laboriosamente adquirido de los sentidos y de la mente (Manas), y la omnisciencia intuitiva del Alma Espiritual y Divina (Buddhi).
Cualquiera que sea el destino que el porvenir remoto reserve a estos escritos, esperamos haber probado los hechos siguientes:
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Todos los kabalistas cristianos han comprendido bien la idea oriental fundamental. El Poder activo, el «Movimiento Perpetuo del gran Aliento» despierta el Cosmos a la aurora de cada nuevo Período, poniéndolo en movimiento por medio de las dos Fuerzas contrarías, la centrípeta y la centrífuga, que son lo masculino y lo femenino, positivo y negativo, físico y espiritual, constituyendo las dos la Fuerza Primordial una, y siendo de este modo causa de que se objetive en el plano de la Ilusión. En otras palabras, este movimiento doble transfiere el Cosmos desde el plano del Ideal eterno al de la manifestación finita, o desde lo Noumenal a lo Fenomenal. Todas las cosas que son, eran y serán, SON eternamente, hasta las mismas Formas innumerables, que son finitas y perecederas tan solo en su aspecto objetivo, pero no en su forma ideal. Ellas han existido como Ideas en la Eternidad, y cuando desaparezcan, existirán como reflexiones. El Ocultismo enseña que no puede darse a nada ninguna forma, sea por la Naturaleza o por el hombre, cuyo tipo ideal no exista ya en el plano subjetivo. Más aún: que ninguna forma o figura es posible que entre en la conciencia del hombre, o se desenvuelva en su imaginación, que no exista en prototipo, al menos como una aproximación. Ni la forma del hombre, ni la de ningún animal, planta o piedra, ha sido jamás «creada»; y tan solo en este nuestro plano es donde ha comenzado a «venir a ser», esto es, a objetivarse en su estado material presente o expansionarse de dentro hacia afuera: desde la esencia más sublimada y suprasensible, hasta su aspecto el más denso. Por lo tanto, nuestras formas humanas han existido en la Eternidad como prototipos astrales o etéreos: con arreglo a cuyos modelos, los Seres Espirituales o Dioses, cuyo deber era traerlas a la existencia objetiva y vida terrestre, desarrollaron las formas protoplásmicas de los Egos futuros, de su propia esencia. Después de lo cual, cuando este Upâdhi o molde fundamental humano estuvo dispuesto, las Fuerzas terrestres naturales comenzaron a actuar sobre aquellos moldes suprasensibles, que contenían, además de sus elementos propios, los de todas las formas pasadas vegetales y futuras animales de este Globo. Por lo tanto, la envoltura exterior del hombre ha pasado por cada uno de los cuerpos vegetales y animales, antes de asumir la forma humana. Como esto será plenamente descrito en los volúmenes III y IV, en los Comentarios, no es necesario hablar más aquí acerca de ello.
Según la filosofía hermético-kabalística de Paracelso, el Yliaster o protomateria primordial —el antecesor precisamente del Protilo recién nacido, introducido en la química por Mr. Crookes— es el que de sí mismo desenvolvió el Cosmos.
Cuando la creación [evolución] tuvo lugar, el Yliaster se dividió; se fundió y se disolvió, por decirlo así, desarrollando [de dentro] de sí mismo el Ideos o Caos (Misterium Magnum, Iliados, Limbus Mayor o Materia Primordial). Esta Esencia Primordial es de una naturaleza monística y se manifiesta no solo como actividad vital o fuerza espiritual, poder oculto incomprensible e indescriptible, sino también como materia vital de que se compone la substancia de los seres vivientes. En este Limbus o Ideos de materia primordial…, única matriz de todas las cosas creadas, hállase contenida la substancia de todas las cosas. Los antiguos la describen como el Caos… del cual surgió a la existencia el Macrocosmos, y después cada ser separadamente, por división y evolución en Mysteria Specialia[522]. Todas las cosas y todas las substancias elementales estaban contenidas en él, in potentia, pero no in actu[523].
Esto hace observar con justicia el traductor, Dr. F. Hartmann, que «parece como si Paracelso se hubiese anticipado al moderno descubrimiento de la “potencia de la materia” hace trescientos años».
Este Magnus Limbus o Yliaster de Paracelso es, pues, sencillamente, nuestro antiguo amigo «Padre-Madre», dentro, antes de que apareciese en el Espacio. Es la Matriz Universal del Cosmos, personificada en el carácter doble del Macrocosmos y Microcosmos, o el Universo y nuestro Globo[524], por Aditi-Prakriti, la Naturaleza espiritual y física. Pues vemos explicado en Paracelso que:
El magnus Limbus es el semillero del cual todas las criaturas se han desarrollado, del mismo modo que de una semilla diminuta se desarrolla un árbol; con la diferencia, sin embargo, de que el gran Limbus tiene su origen en la Palabra de Dios, al paso que el Limbus menor (la semilla o esperma terrestre) lo tiene en la tierra. El gran Limbus es el germen del cual todos los seres han procedido, y el pequeño Limbus es cada uno de los seres últimos en reproducir su forma, y que ha sido a su vez producido por el grande. El pequeño posee todas las cualidades del grande, en el mismo sentido que un hijo tiene una organización similar a la de su padre… Cuando… Yliaster se disolvió, Ares, el poder divisor, diferenciador e individualizador [Fohat, otro antiguo amigo]… comenzó a obrar. Toda producción tuvo lugar a consecuencia de la separación. Del Ideos fueron producidos los elementos del Fuego, Agua, Aire y Tierra, cuyo nacimiento, sin embargo, no tuvo lugar de un modo material o por simple separación, sino espiritual y dinámicamente (ni siquiera por combinaciones complejas, esto es, mezcla mecánica como opuesta a combinación química), así como puede brotar el fuego de un pedernal, o un árbol de una semilla, aunque no existan originalmente ni fuego en el guijarro, ni árbol en la semilla. «El Espíritu es viviente, y la “Vida es Espíritu”; y Vida y Espíritu [Prakriti-Purusha (?)] producen todas las cosas, pero son esencialmente uno y no dos…». Los elementos también tienen cada uno su propio Yliaster, porque toda la actividad de la materia en cada forma, es tan solo un efluvio de la misma fuente. Pero así como de la semilla se desarrollan las raíces con sus fibras, después el tronco con sus ramas y sus hojas, y por fin las flores y semillas; del mismo modo nacieron todos los seres de los Elementos, y se componen de substancias elementales, de la que otras formas pueden venir a la existencia, presentando los caracteres de sus padres[525]. Los elementos, como madres de todas las criaturas, son de una naturaleza invisible, espiritual, y tienen alma[526]. Brotan todos del Mysterium Magnum.
Compárese esto con el Vishnu Purâna:
De Pradhâna [la Substancia Primordial], presidida por Kshetrajna [«el espíritu encarnado» (?)], procede el desarrollo desigual [Evolución] de aquellas cualidades… Del gran Principio (Mahat) Inteligencia [Universal, o Mente]… procede el origen de los elementos sutiles y de los órganos del sentido…[527].
Puede demostrarse de este modo que todas las verdades capitales de la Naturaleza eran universales en la antigüedad; y que las ideas fundamentales referentes al Espíritu, a la Materia y al Universo, o acerca de Dios, de la Substancia y del Hombre, eran idénticas. Estudiando las dos filosofías religiosas más antiguas del mundo, el hinduismo y el hermetismo, en las escrituras de la India y de Egipto, se observa fácilmente la identidad de las dos.
Esto resulta claro para el que lea la última traducción y versión de los «Fragmentos Herméticos» antes mencionados por nuestra amiga la Dra. Anna Kingsford, cuya pérdida deploramos. Desfigurados y torturados como han sido, durante su paso por manos sectarias griegas y cristianas, la traductora, con mucho ingenio e intuición, ha tomado los puntos débiles y ha procurado remediarlos por medio de explicación y de notas. Dice ella:
«La creación del mundo visible por los “dioses activos” o Titanes, como agentes del Dios Supremo[528], es una idea completamente hermética, que se puede reconocer es todos los sistemas religiosos, y en armonía con las modernas investigaciones científicas (?), las cuales nos presentan en todas partes al Poder Divino operando por medio de las fuerzas naturales».
Y citando de la traducción:
Aquel Ser Universal que es y contiene todo, pone en movimiento el alma y el Mundo, todo cuanto la Naturaleza comprende. En la múltiple unidad de la vida universal, las individualidades innumerables distinguidas por sus variaciones, están, sin embargo, unidas de tal manera, que el conjunto es uno, y que todo procede de la Unidad[529].
Y de otra traducción, tomamos:
Dios no es una mente sino la causa de que la Mente exista; no un espíritu, sino la causa del Espíritu; no es luz sino la causa de la Luz[530].
Lo anterior demuestra claramente que el «Divino Pymander», por muy desfigurado que haya sido en algunos párrafos con «pulimentos» cristianos, fue, sin embargo, escrito por un filósofo, al paso que la mayor parte de los llamados «Fragmentos Herméticos» son producción de sectarios paganos, con tendencia hacia un Ser Supremo antropomórfico. Sin embargo, ambos son el eco de la Filosofía Esotérica y de los Purânas indos.
Compárense dos invocaciones, una al «Supremo Todo» hermético, la otra al «Supremo Todo» de los arios posteriores. Dice un Fragmento Hermético citado por Suidas:
Yo te imploro, ¡oh Cielo!, obra santa del gran Dios; yo te imploro, Voz del Padre pronunciada en el principio, cuando el mundo fue formado; yo te imploro por la Palabra, Hijo único del Padre, que sostiene todas las cosas; sé favorable, sé favorable[531].
Esto viene después de lo que sigue:
Así, la Luz Ideal era antes que la Luz Ideal, y la luminosa Inteligencia de la Inteligencia era siempre, y su unidad no era más que el Espíritu envolviendo al Universo. Fuera de Quien [del cual], no hay ni Dios, ni Ángeles, ni ningunos otros esenciales, porque Él [Ello] es el Señor de todas las cosas, y el Poder y la Luz; y todo depende de Él [Ello], y está en Él [Ello].
Esto se contradice por el mismo Trismegisto, a quien se hace decir:
Hablar de Dios es imposible. Pues lo corpóreo no puede expresar lo incorpóreo… Lo que no posee cuerpo ni apariencia, ni forma, ni materia, no puede ser comprendido por los sentidos. Yo comprendo, Tatios; comprendo, que lo imposible de definir, eso es Dios[532].
La contradicción entre ambos párrafos es evidente; y esto demuestra (a) que Hermes era un seudónimo genérico, usado por una serie de generaciones de místicos de toda especie; y (b) que es necesario gran discernimiento antes de aceptar un Fragmento como enseñanza esotérica, tan solo porque sea innegablemente antiguo. Comparemos lo anterior con la invocación parecida en las Escrituras indas —tan antiguas, indudablemente, si no mucho más que aquéllas—. Parâshara, el «Hermes» ario, instruye a Maitreya, el Asclepios indo, e invoca a Vishnu en su triple hipostasis:
Gloria al inmutable, al santo, al eterno y supremo Vishnu, de naturaleza universal, el poderoso sobre todo; a aquel que es Hiranyagarbha, Hari y Shankara [Brahmâ, Vishnu y Shiva], el creador, el conservador y el destructor del mundo; a Vâsudeva, el libertador (de sus adoradores); a aquel cuya esencia es a la vez simple y múltiple; que es a un tiempo sutil y corpóreo, continuo y discreto; a Vishnu, causa de la emancipación final; gloria a Vishnu, supremo, causa de la creación de la existencia y del fin de ese mundo; que es la raíz del mundo y que está formado por el mundo[533].
Ésta es una gran invocación, llena en el fondo de significación filosófica; pero, para las masas profanas, sugiere tanto un Ser antropomórfico como la oración hermética. Debemos respetar el sentimiento que ha dictado a las dos; pero no podemos menos de encontrarlas en completo desacuerdo con su significación interna, y hasta con lo que se halla en el mismo tratado hermético, en, que se dice:
Trismegisto: La Realidad no existe sobre la tierra, hijo mío, y no puede existir allí… Nada es real sobre la tierra; tan solo existen apariencias… El [Hombre] no es real, hijo mío, como hombre. Lo real consiste únicamente en sí mismo, y permanece lo que es… El hombre es transitorio; por lo tanto, no es real; él es tan solo apariencia y apariencia es la ilusión suprema.
Tatios: Entonces, ¿los mismos cuerpos celestes no son reales, padre mío, puesto que también varían?
Trismegisto: Lo sujeto a nacimiento y al cambio no es real…; existe en ellos cierta falsedad, porque también ellos son variables…
Tatios: ¿Y qué es, pues, la Realidad primordial, oh Padre mío?
Trismegisto: Quien [Lo que] es único y solo, ¡oh Tatios! Quien [Lo que] no está constituido por la materia, ni está en cuerpo alguno. Quien [Lo que] no tiene ni color ni forma, ni cambia, ni es transmitido, pero que siempre Es[534].
Esto está por completo conforme con las enseñanzas vedantinas. El pensamiento principal es oculto; y muchos son los párrafos en los Fragmentos Herméticos que pertenecen a la Doctrina Secreta.
Esta última enseña que todo el Universo está regido por Fuerzas y Poderes inteligentes y semiinteligentes, como se ha sentado desde el principio. La Teología cristiana admite y aun impone la creencia en ellos, pero establece entre los mismos una división arbitraria, llamándolos «Ángeles» y «Demonios». La Ciencia niega la existencia de ambos, y ridiculiza hasta la idea. Los espiritistas creen en los «Espíritus de los Muertos», y fuera de éstos, niegan la existencia de ninguna otra especie o clase de seres invisibles. Los ocultistas y kabalistas son, por lo tanto, los únicos expositores racionales de las antiguas tradiciones, que han culminado ahora en fe dogmática por una parte, y en negaciones dogmáticas, por la otra. Pues ambas, creencia e incredulidad, comprenden tan solo una pequeñísima parte de los horizontes infinitos de las manifestaciones espirituales y físicas; y por tanto ambas tienen razón desde sus puntos de vista respectivos, y ambas se hallan en el error al creer que pueden circunscribir la totalidad dentro de sus propios estrechos límites especiales, pues jamás podrán hacerlo. En este punto la Ciencia, la Teología y aun el Espiritismo muestran bien más poca sabiduría que el avestruz, cuando oculta la cabeza en la arena a sus pies, creyendo que nada puede existir más allá de su propio punto de observación y del área limitada que ocupa su estúpida cabeza.
Como las únicas obras que en la actualidad existen acerca del asunto en cuestión, al alcance del profano perteneciente a las razas «civilizadas» de Occidente, son los libros o más bien Fragmentos Herméticos anteriormente mencionados, podemos, en el caso presente, contrastarlos con las enseñanzas de la Filosofía Esotérica. Hacer otras citas con este objeto sería inútil, desde el momento que el público nada sabe acerca de las obras caldeas traducidas al árabe que se hallan en posesión de algunos Iniciados sufís. Por lo tanto, hay que recurrir, para la comparación, a las «Definiciones de Asclepios», tal como han sido últimamente compiladas y glosadas por Mrs. Anna Kingsford, M.S.T., algunas de cuyas sentencias coinciden de una manera notable con la Doctrina Esotérica oriental. Aunque no son pocos los párrafos que presentan la impresión marcada de una mano cristiana posterior, sin embargo en conjunto, las cualidades características de los Genios y de los Dioses son las de las enseñanzas orientales, aunque en lo referente a otras cosas existen párrafos que difieren ampliamente de nuestras doctrinas.
En cuanto a los Genios, los filósofos herméticos llamaban Theoi (Dioses), Genios y Daimones a aquellas entidades que nosotros llamamos Devas (Dioses), Dhyân Chohans, Chitkala (el Kwan-Yin de los buddhistas) y otros varios nombres. Los Daimones son (en el sentido socrático y aun en el sentido teológico, oriental y latino) los espíritus guardianes de la raza humana; «los que residen en la vecindad de los inmortales, velando desde allí sobre los asuntos humanos» —como dice Hermes—. Esotéricamente son llamados Chitkala, algunos de los cuales son los que han proporcionado al hombre sus Principios cuarto y quinto de su propia esencia, y otros son los llamados Pitris. Esto será explicado cuando lleguemos a la producción del hombre completo. La raíz del nombre es Chit, «aquello por lo cual las consecuencias de las acciones y las especies de conocimiento son elegidas para el uso del alma o conciencia, la voz interna en el hombre. Entre los Yogis, Chit es sinónimo de Mahat, la Inteligencia primera y divina; pero en la Filosofía Esotérica, Mahat es la raíz de Chit, su germen; y Chit es una cualidad de Manas en conjunción con Buddhi; una cualidad que atrae a sí, por afinidad espiritual, a un Chitkala, cuando se desarrolla suficientemente el hombre. Por esto se dice que Chit es una voz que adquiere vida mística y se convierte en Kwan-Yin».