Carta 13: Evitar los males imaginarios
13
Evitar los males imaginarios. Procurar no ser desgraciado antes de tiempo
1
Sé que tienes un ánimo esforzado: pues incluso antes de haberte armado con aquellos preceptos saludables, vencedores de las pruebas más duras, ya tenías bastante seguridad de ti mismo ante la fortuna, y mucho más cuando hubiste luchado con ella y probado tus fuerzas, las cuales sólo pudieron inspirar confianza cuando hubieron dejado tras de sí, en una y otra parte, numerosas dificultades que alguna vez habían atacado de muy cerca. Así es como se pone a prueba aquella verdadera valentía, la que no se somete fácilmente a la voluntad ajena, y esto significa su piedra de toque.
2
No puede acudir al combate con mucho valor el atleta que no ha recibido jamás algún daño; en cambio, aquel que ha visto correr su propia sangre y ha sentido crujir sus dientes bajo el puñetazo; aquel que, caído en tierra, ha tenido que soportar el peso del adversario tendido encima de él, que ha sido derribado sin perder el coraje; aquel que cada vez que ha caído se ha alzado de nuevo con mayor pertinacia, éste desciende al combate animado de una esperanza inmensa.
3
Asimismo, siguiendo con tal comparación, cabe decir que la fortuna te ha tenido muchas veces bajo su pie, y que tú, a pesar de todo, no te diste por vencido, antes bien, de un salto, volviste a levantarte y te le opusiste otra vez con redoblada valentía: a fuerza de golpes, crece en gran manera la virtud. Pese a todo ello, si te parece bien, acepta de mis manos otros auxilios con que fortalecerte más aún.
4
Más numerosas son, Lucilio, las cosas que nos asustan que las que verdaderamente nos atormentan, pues a menudo nos hace sufrir más la aprensión que la realidad. Y no te hablo en un lenguaje estoico, sino en otro más suave. Ya que nosotros, los estoicos, andamos diciendo que todas aquellas cosas que nos arrancan gemidos y lamentos son leves y despreciables; dejamos de lado esta gran palabrería, con todo, ¡oh dioses clementes!, verdadera. Lo que sí te recomiendo es que no te hagas desgraciado antes de tiempo, ya que tal vez no lleguen nunca aquellos males que has tenido por inminentes, y la realidad es que aún no han llegado.
5
Hay cosas que nos angustian más de lo debido, y las hay que nos angustian sin absolutamente ninguna razón. O nos exageramos el dolor, o nos lo forjamos, o nos lo anticipamos. Por lo que atañe al primer punto, estando todavía sometido a controversia, indeciso el pleito, podemos aplazarlo por ahora. Lo que yo juzgaré liviano, tú lo tendrás por muy pesado; harto sé que los hay que ríen bajo los azotes y otros que gimen por un simple bofetón. Después veremos si estos males reciben su fuerza de ellos mismos o de nuestra flaqueza.
6
Otórgame tan sólo, cada vez que te rodeen para persuadirte que eres desgraciado, el no hacer caso de lo que oyes, sino de cómo te encuentras, el consultar con tu resistencia al sufrimiento, el preguntarte a ti mismo, que te conoces mejor que nadie: ¿Por qué me tiene que compadecer esa gente? ¿Qué es lo que les hace temblar, qué les hace temer hasta mi contacto, como si la tribulación pudiese contagiarse? ¿Hay en mi tribulación algún mal, o es que esta cosa puede tenerse más por mal vista que por mala en sí misma? Pregúntatelo tú mismo: ¿No puede resultar que me atormente y me aflija sin motivo, que convierta en mal aquello que tal vez no lo es?
7
«¿Cómo conoceré —puedes decirme— cuándo mis angustias tienen un fundamento real o son fantásticas?» He aquí la regla: o nos atormentamos por las cosas presentes, o por las futuras, o por unas y otras. Por lo que se refiere a las presentes, el juicio es fácil: si tu cuerpo goza de libertad y de salud y no sientes el aguijón de injuria alguna, ya veremos lo que acontece mañana, pues por hoy no sentimos ninguna inquietud.
8
«Pero llegará.» Primeramente, examina si son ciertos los indicios del mal que tiene que venir, pues las más veces sufrimos de opresiones, engañados por la fama, que a menudo destruye ejércitos enteros, cuanto más a un simple individuo. Así es, querido Lucilio. Pronto nos allanamos a la opinión; nunca ponemos a discusión las cosas que nos inspiran temor, no las sometemos a examen alguno; no hacemos sino temblar y huir como soldados que pone en fuga la polvareda que levanta un rebaño en desbandada, o al que llena de pánico una falsa alarma de origen desconocido.
9
No sé qué sucede, pero los males quiméricos alarman más, tal vez porque los verdaderos tienen medida; todo cuanto proviene de lo incierto queda a merced de conjeturas y fantasías del alma atemorizada. Por tal razón no existen terrores tan perniciosos e irremediables como los terrores pánicos, ya que los otros nos arrebatan la reflexión, pero los primeros aun la misma razón.
10
Investiguemos, pues, la cosa con toda diligencia. Es probable que no sobrevenga un mal: pero no por esta razón es seguro. ¡Cuántos males han caído sobre nosotros sin que los hayamos aguardado! ¡Cuántos que eran esperados no han llegado jamás! ¡Y aunque un mal deba venir, no veo por qué precisa que le salgamos al encuentro! Cuando haya llegado, bien presto te darás cuenta de ello; mientras, prométete cosas mejores.
11
¿Qué ganarás con ello? Tiempo. Numerosos accidentes pueden determinar que el peligro más próximo, el más inminente, se detenga, o cese, o vaya a caer sobre otro: un incendio ha abierto paso a la fuga, el hundimiento de una casa ha dejado a algunos suavemente en tierra, el cuchillo se ha retirado algunas veces cuando ya rozaba la garganta, no ha faltado quien sobreviviese a su verdugo. También el infortunio es voluble. Tal vez será, tal vez no será: pero de momento no es. Piensa lo mejor.
12
A veces, sin ninguna señal que anuncie la desgracia, el espíritu se forja imágenes falsas; o presta el peor sentido a una palabra dudosa, o se convierte en más grave de lo que realmente era una ofensa recibida mientras se piensa, no en la ira que dominaba al ofensor, sino a dónde alcanzaba su poder. La vida no tendría ya ningún valor, ni las desventuras medida alguna, si tuviéramos cuanto se puede tener; préstanos en ello ayuda la prudencia; con la energía del espíritu combate el miedo del mal, hasta cuando sea claramente justificado, y por lo menos atempera el temor con la esperanza, combatiendo un defecto con otro defecto. Por ciertos que sean los motivos de nuestro temor, lo es más aún que muchas cosas temidas se desvanecen, y que muchas cosas esperadas decepcionan.
13
Pondera, pues, la esperanza y el miedo, y siempre que el resultado sea dudoso, inclínate a lo más favorable, cree aquello que prefieras. Si el temor tiene mayores probabilidades, a pesar de todo, inclínate a favor tuyo y abandona la preocupación: no eches en olvido que la mayoría de los mortales, cuando no padecen desgracia alguna ni ninguna ceguera les amenaza, se atormentan y agitan. No hay quien pueda, una vez puesto en marcha, resistirse a sí mismo ni que sepa reducir su temor a términos justos. Nadie dice: «Es una vana autoridad, es un insensato quien lo ha inventado y quien lo crea». Nos dejamos arrastrar, tememos las cosas dudosas como ciertas, no guardamos la medida natural, al punto la sospecha se torna temor.
14
Me avergüenza hablarte en un lenguaje parecido y de tratar de fortalecerte con tan endebles medicinas. Que otro diga: «Tal vez no será». Tú tienes que decir: «Y si es, ¿qué? Veremos quién vencerá; tal vez será para mí un bien, acaso sea la muerte que honrará toda mi vida». La cicuta hizo grande a Sócrates. Arrebata a Catón la espada vindicadora de la libertad y le dejarás sin una gran parte de su gloria.
15
Quizá te estoy exhortando con demasiada extensión, ya que, a ti, más que un exhorto te conviene un aviso. No te llevamos en un sentido contrario a tu naturaleza: has nacido para estas cosas que andamos diciendo. Pero tanto más has de procurar aumentar y embellecer estos bienes tuyos.
16
Pondré fin a esta carta marcando en ella el sello, o sea confiándole alguna magnífica sentencia: «Entre otros males, cuenta también este hombre con la zafiedad de comenzar siempre a vivir». Reflexiona bien, ¡oh Lucilio!, el mejor de los hombres, lo que quiere decir esta sentencia y llegarás a comprender toda la fealdad que significa la ligereza de los hombres que ponen cada día nuevos fundamentos a sus vidas, que cada día conciben nuevas esperanzas, hasta en la hora de la muerte.
17
Contémplalos en derredor tuyo; vendrás a dar con ancianos que se preparan aún para la intriga política, para los largos viajes, para los negocios. ¿Hay algo más vergonzoso que un anciano que comienza a vivir? No añadiría a esa sentencia el nombre de su autor si no fuese porque es poco conocido y no consta entre aquellas sentencias de Epicuro ya divulgadas que yo me he permitido alabar y adoptar como mías.