Carta 19: Necesidad del retiro y preparación del equipaje
19
Necesidad del retiro y preparación del equipaje
1
Salto de puro contento cada vez que recibo carta tuya, pues ellas me colman de buena esperanza y me aportan, no ya promesas de ti, sino verdaderas garantías. Hazlo así: te lo suplico y te exhorto a ello (¿qué mejor puedo suplicar a un amigo que aquello que le suplico por su bien?); si puedes sustráete a tantas ocupaciones, y si no, arráncate de ellas. Bastante tiempo has malbaratado; viejos como somos, comenzamos a recoger nuestro equipaje.
2
¿Es que por ventura podemos despertar en alguien envidia? Hemos vivido en agitación, morimos en el puerto. Pero tampoco te aconsejaría que te crearas fama de ocioso. El ocio no lo has de esconder, pero tampoco tienes que jactarte de él. Jamás, en mi condenación de las locuras del linaje humano, te reduciré a un escondrijo a buscar el olvido; procede de manera que tu ocio no sea ostentoso, sino solamente visible.
3
Aquellos que aún pueden elegir, que no han contraído compromiso alguno, pueden considerar si quieren pasar la vida en la oscuridad; tú ya careces de opción. El vigor de tu talento, la elegancia de tus escritos, tus ilustres y nobles amistades, te han puesto a la vista de todos; la fama te ha invadido por entero, y por mucho que quieras hundirte en lo más profundo y te hagas tan invisible como puedas, siempre tus hechos anteriores te pondrán de manifiesto.
4
Ya no puedes rodearte de tinieblas; una gran parte de la luz anterior te seguirá dondequiera que vayas; lo que puedes hacer es defender tu reposo sin molestia para nadie, sin añoranza alguna, sin remordimiento en tu alma. Pues, ¿qué abandonarás que puedas decir que lo has abandonado a la fuerza? ¿Los clientes? Ninguno de ellos va tras de ti por ti mismo, todos van tras de alguna cosa tuya. Antes se buscaba la amistad; hoy, la presa. Si los viejos solitarios cambian el testamento, sus aduladores llamarán a otra puerta. Una cosa grande no puede resultar a poco precio; es menester que ponderes bien si prefieres abandonarte o abandonar alguna cosa tuya.
5
¡Ojalá que te hubieren destinado a envejecer en la modestia de tu nacimiento y que la fortuna no te hubiese colocado tan alto! Tan arriba que no pudieses otear ya una vida saludable te condujo una rápida prosperidad, y el gobierno de una provincia, y una intendencia, y cuanto estos cargos implican; cargos más importantes ocuparás más adelante, y tras éstos, otros aún.
6
¿Cuál será el resultado? ¿Por qué andas aguardando que no te quede nada por desear? Nunca llegará la hora. Tal como dicen que es la serie de las causas de las que aparece tejido el hado, asimismo las de los apetitos: una causa nace del acabamiento de otra. Andas sumergido en una vida que jamás pone fin a la miseria o a la esclavitud. Libera tu cabeza del yugo que la oprime; sería preferible que te la cortasen de una vez que sentirla maltratada a cada momento.
7
Si te retiras a la vida privada tus bienes serán más pequeños, pero te llenarán lo suficiente, cosa que no consiguen tantos bienes mayores como a ti afluyen de todas partes. ¿Preferirás, pues, a la pobreza que sacia, la riqueza que nos hace hambrientos? La prosperidad es ambiciosa y está expuesta a las ambiciones de los demás; mientras tú no encuentres nada que te baste, no bastarás a los otros.
8
Pero ¿cómo salirme de ello? Por donde quieras. Piensa en cuántas temeridades incurriste por amor al dinero, cuántos trabajos soportaste por amor a los honores. Bien puedes intentar algo por el ocio; por otra parte, en medio de los afanes del gobierno de provincias y de las magistraturas ciudadanas, envejecerás entre el tumulto y la agitación siempre renovados, que ninguna templanza podrá evitar, ni suavidad alguna del vivir. Pues, ¿qué importa que quieras reposo? Tu fortuna no lo quiere. ¿Y qué acontecerá si le permites crecer más aún? Cuanto más se avecina a los éxitos, tanto más se avecina a los temores.
9
Quiero referirte aquí una frase de Mecenas, quien, entre los tormentos de la grandeza, manifestó esta verdad: «La propia altura atruena las cimas». Si quieres saber en qué libro lo dijo, te comunicaré que fue en el que lleva por título Prometeo. Con esa frase quiso significar que las cimas están expuestas a las tempestades. ¿Es que existe en el mundo un poder lo bastante valioso para que puedas entregarte a una tal embriaguez de lenguaje? Mecenas fue, en verdad, hombre de genio, que habría podido ofrecer a Roma un gran modelo de elocuencia de no haber sido enervado por la felicidad, la cual casi puede decirse que le castró. Este resultado es el que te aguarda si no arrías pronto tu vela, si no buscas pronto la orilla, cosa que aquél intentó hacer tardíamente.
10
Tras esta sentencia de Mecenas podría quedar en paz contigo; pero me moverías guerra, harto te conozco, pues lo que te debo sólo quieres recibirlo en moneda legítima y de buen cuño. Como la cosa viene rodada, es Epicuro quien aportará el importe. «Primero —dice— es menester considerar con quién comes y bebes, antes de considerar lo que comes y bebes, pues comer y beber sin un amigo es vivir como los leones y los lobos.»
11
Ello sólo lo conseguirás retirándote, pues de otro modo tendrás que soportar comensales escogidos de entre la turba de los aduladores por el nomenclátor. Y se equivoca quien busca un amigo en el atrio y lo prueba en la mesa. El hombre atareado y agobiado por sus bienes no hallará peor mal que el de creer amigos suyos aquellos de los cuales él no es amigo; o el de creer que sus beneficios le sirven para ganarse los corazones, cuando, en realidad, muchos le odian tanto más cuanto más le deben. Una deuda ligera hace un deudor; una deuda importante, un enemigo.
12
«Pues, ¿qué? ¿Por ventura los favores no procuran amistades?» Procuran amistades si hemos podido escoger los favorecidos. Si en lugar de facilitarlos a voleo los colocamos. Así, mientras comienzas a pertenecerte, aprovecha este consejo de los sabios: conceder mayor importancia a quién es el favorecido que a la índole e importancia del favor.