Cartas a Lucilio

Carta 122: Contra los trasnochadores y los que invierten el orden natural

122

Contra los trasnochadores y los que invierten el orden natural. Prolonguemos la vida: su razón de ser es la acción

1

Ya el día disminuye, ya ha retrocedido bastante, pero, con todo, aún queda un buen espacio para aquel que, por decirlo así, se levanta con el día. Mejor y más diligente es el que lo aguarda despierto, arrancando a la noche la primera luz; vergonzoso quien yace medio dormido cuando el sol está ya muy alto y su vela comienza al mediodía. Y aun para muchos esta hora es antes del alba.

2

Ciertas gentes invierten las tareas del día y de la noche y no abren los ojos fatigados por la velada crapulosa antes que la noche vuelva a aparecer. Con la condición de aquellos hombres que la Naturaleza, como dice Virgilio, ha puesto bajo nuestros pies, en el lado opuesto de la Tierra, que, «cuando los resoplantes corceles de la Aurora alientan para nosotros, para ellos el Crepúsculo rojizo enciende los astros», la de éstos es contraria a la de todo el mundo, no por la situación geográfica, sino por la vida.

3

Dentro de la misma ciudad existen antípodas, los cuales, como dice M. Catón, no han visto nunca salir ni ponerse el sol. ¿Pensáis que saben cómo se tiene que vivir estos hombres que no saben cuándo? ¿Y éstos temen la muerte habiéndose acogido a ella en vida? Son de mal augurio, como las aves nocturnas. Aunque pasen sus noches en el vino y los perfumes, aunque consuman su vela en hartazgos desmesurados y servicios de cocina, estos hombres no banquetean, sino que celebran sus ágapes funerarios. Y aun a los mismos muertos las honras fúnebres les son dedicadas de día. Pero, ¡por Hércules!, para el hombre trabajador no hay ningún día largo. Hagamos más extensa la vida que tiene en la actividad su deber y su manifestación.

4

Las aves criadas para los banquetes son mantenidas en lugares oscuros a fin de que en la inmovilidad engorden más fácilmente; privadas así de todo ejercicio, la blandura invade su corazón perezoso, y en un rincón sombrío les va creciendo una grasa fofa. Así también los cuerpos de los que se han consagrado a las tinieblas tienen un aspecto repulsivo. Su color, en verdad, es más sospechoso que el de los que han palidecido por una dolencia; tienen una lividez lánguida y fría, cuerpos vivos en carne cadavérica. Y aun diría que éste es el menor de sus males. ¡Cuántas más tinieblas moran en sus almas, que embotadas y torpes parecen tener envidia de los ciegos! Porque ¿quién ha existido que haya tenido ojos para las tinieblas?

5

¿Me preguntas cómo nace esta depravación del alma, de sentir aversión por el día, de transportar toda la vida a la noche? Todos los vicios luchan con la Naturaleza, todos abandonan el orden debido: el prurito de la lujuria es el de gozar las cosas trastornándolas, y no sólo apartarse de la rectitud, antes bien, alejarse de ella lo más posible hasta llegar al extremo contrario.

6

¿No te parece que viven contra natura los que beben el vino en ayunas, recibiéndolo en las venas vacías y sentándose a la mesa embriagados? Y con todo, es éste un vicio frecuente en los jóvenes que cultivan la fuerza muscular, los cuales, casi en el mismo dintel de los baños, beben y aun se embriagan entre hombres desnudos y con frecuencia se secan el sudor que han provocado con la abundancia de bebidas hirvientes. Beber después de comer o de cenar es cosa que hace el hombre ordinario. Esto lo hacen los padres de familia rústicos, desconocedores del verdadero placer: el vino que delecta es el que no hace sobrenadar los alimentos, sino que penetra libremente en los nervios; la embriaguez deleitosa es la que encuentra vacío el organismo.

7

¿No te parece que viven contra la naturaleza los que truecan los vestidos con las mujeres, los que aguardan que la mocedad mantenga su esplendor más allá del tiempo debido? ¿Qué podría hacerse más cruel y más miserable? ¿No será nunca hombre para poder ser mucho tiempo víctima de las pasiones de otro hombre, y habiéndole podido librar el sexo de un ultraje, no le librará de esto ni la edad?

8

¿No viven contra la naturaleza los que desean rosas en invierno, los que, por medio de aguas calientes y del cambio oportuno de lugar, arrancan al invierno el lirio primaveral? ¿No viven contra la naturaleza los que plantan jardines en lo alto de las torres y poseen arboledas que se cimbrean en los terrados y cimborrios de sus casas, que hunden sus raíces donde sus copas difícilmente alcanzarían? ¿No viven contra la naturaleza los que asientan los cimientos de sus termas en el mar, y creen que no pueden nadar voluptuosamente si sus estanques de agua caliente no son batidos por el oleaje y la tempestad?

9

Habiéndose propuesto querer todas las cosas contra el orden de la Naturaleza, acaban poniéndose en oposición completa. «¿Apunta el alba? Es hora, pues, de dormir. ¿Todo reposa? Venga ahora, el ejercicio, la litera, la comida. ¿Ya se acerca la aurora? Es hora de cenar. Es menester apartarse de lo que hace el pueblo: es cosa baja y vulgar vivir a la manera corriente y acostumbrada. Dejemos el día para la gente común: hagámonos una mañana propia y exclusiva para nosotros.»

10

Para mí estos hombres son como muertos; porque ¿qué distancia separa del entierro, y aun del prematuro,11 a esos que pasan la vida entre antorchas y velas? Recuerdo que esta vida llevaban muchos hombres en unos mismos tiempos, entre ellos el pretor Acilio Buta, el cual, habiendo consumido un gran patrimonio y confesado su pobreza a Tiberio, hubo de oír de éste: «Te has despertado tarde».

17

No es menester que te admires de encontrar tantas formas particulares de vicios: son muy variados, muestran innumerables rostros, no es posible abarcar todas sus especies. La atención que reclama la rectitud es sencilla; la de la perversidad es múltiple y comprende toda suerte de desviaciones, hasta las más nuevas. Igual acontece con las costumbres: las de los que siguen a la Naturaleza son fáciles, expeditas y no muy diferentes entre ellas; empero, los hombres de costumbres extraviadas ofrecen entre sí grandes diferencias, tal como con los demás.

18

Pero la causa principal de esos errores es, a mi entender, el menosprecio de la vida que se acostumbra llevar entre los hombres. Así como se separan de los demás por el vestido, por la delicadeza de la mesa, por el lujo de los vehículos, quieren separarse también de ellos por la distribución del tiempo. No se contenta con pecados vulgares quien, como recompensa del pecado, busca el escándalo, aspiración de todos aquellos que, por decirlo así, viven al revés.

19

Por esto, querido Lucilio, es menester que sigamos la vía que nos ha prescrito la Naturaleza, sin apartarnos nunca de ella. Para los que la siguen, toda cosa es fácil y expedita; para los que se obstinan en ir contra ella, la vida no es otra cosa que remar contra la corriente del agua.

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