Cumbres borrascosas

Introducción. Emily Brontë: la tragedia gótica

INTRODUCCIÓN

[0]

EMILY BRONTË: LA TRAGEDIA GÓTICA

Antonio José Navarro

«En mi vida, he tenido sueños que se han quedado conmigo para siempre y han transformado mis ideas, han penetrado muy hondo en mí y, como el vino en el agua, han cambiado el color de mi mente».

Emily Brontë

1. Ya ha transcurrido algo más de un siglo y medio desde la publicación —en 1847 exactamente— de

Cumbres Borrascosas

(

Wuthering Heights

), única novela y prueba fehaciente del notable talento literario de Emily Brontë. No obstante, ni el tiempo ni todo lo que su paso trae consigo, han logrado alterar, ni tan siquiera mitigar, la morbosa fascinación ejercida por la obra en renovadas generaciones de lectores. Según argumentaba H.P. Lovecratf en

Supernatural Horror in Literature

, interesantísimo —y polémico— ensayo sobre literatura fantástica,

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está «totalmente aparte como novela y como obra literaria de terror (…), con sus enloquecidos paisajes —los páramos desolados de Yorkshire— y las vidas violentas y atormentadas que en ellos se desarrollan. Aunque se trata ante todo de un relato sobre la vida, y sobre las pasiones humanas en conflicto y agonía, su marco épicamente cósmico da cabida a un horror de lo más espiritual. Heathcliff, variante del héroe malvado byroniano, es un niño raro y huraño al que encuentran en la calle de pequeño; sólo habla una especie de extraño galimatías, y es adoptado por la familia a la que al final arruina. Se insinúa repetidamente que se trata de un espíritu diabólico, más que de un ser humano; pero lo irreal se hace aún más patente cuando el visitante se encuentra con el espíritu lastimero de un niño en una ventana superior arañada por las ramas. Entre Heathcliff y Catherine Earnshaw nace un vínculo más profundo y terrible que el amor humano. Después de la muerte de ella, él turba su sepultura dos veces, y es atormentado por una presencia implacable que no puede ser otra que la del espíritu de Catherine. Este espíritu se va introduciendo en su existencia cada vez más, hasta que finalmente adquiere la convicción de que muy pronto se unirán místicamente. Dice que siente acercarse un extraño cambio y deja de tomar alimento. Por las noches sale a pasear o abre la ventana que tiene junto a la cama. Cuando muere, la lluvia bate las hojas de la ventana, aún abierta, y una extraña sonrisa inunda su rostro rígido. Le entierran en una sepultura junto al montículo que él ha visitado durante dieciocho años, y los pastorcillos dicen que aún pasea con su Catherine por el cementerio y por los páramos cuando llueve. Sus rostros se ven a veces, también, detrás de esa ventana superior de

Wuthering Heights

en las noches de lluvia. El misterioso terror de Emily Brontë no es un mero eco gótico, sino la tensa expresión de la reacción estremecida del hombre ante lo desconocido. En este sentido,

Cumbres Borrascosas

se convierte en símbolo de una transición literaria, y marca el crecimiento de una escuela nueva y más vigorosa

[1]

».

Quizás la atrevida reflexión de H.P. Lovecraft contenga varias de las razones por las cuales aún hoy la novela de Emily Brontë cautiva al lector.

Cumbres Borrascosas

representa la rebelión del Mal contra el Bien, y aún más, la rebelión del Maldito, del Paria, hacia una sociedad, hacia un universo que lo ha condenado arbitrariamente a la infelicidad más absoluta. Heathcliff, al serle negado lo único que habría hecho de él un ser humano —el amor de Catherine—, se convierte en un ser

demoníaco

—«lo que no puede explicarse ni por la inteligencia ni por la razón», según comentó el poeta y dramaturgo alemán J. W. Goethe a su secretario personal, Johann Peter Eckermann—, cuyo furor no puede contener ninguna ley, fuerza, convención o piedad de este mundo. Odia a la humanidad y la bondad sólo despierta en él sarcasmo y repugnancia. Sin ir más lejos, cuando descubre que la cuñada de Catherine está enamorada de él, la desposa inmediatamente para, de este modo, herir al marido de su amada, el mediocre Edgar Linton. Y, una vez instalado en el hogar conyugal, Heathcliff se apresura a repudiar a su mujer, para destruirla moral y físicamente. No en vano, Jacques Blondel

[2]

trazaba un singular paralelismo entre algunos (anti)héroes de Sade —concretamente, el Saint-Florent de

Justine

(1787)— y el mismísimo Heathcliff. El Divino Marqués hacía exclamar al infame libertino: «¡Qué voluptuosidad la de destruir! No conozco nada que acaricie más delicadamente»; por su parte, Emily Brontë pone en labios de su héroe demoníaco la siguiente reflexión; «Si hubiera nacido en un país donde las leyes fueran menos rigurosas y los gustos menos delicados me daría el placer de proceder a la vivisección de esos dos seres, para pasar la velada entretenido». De ahí que no sorprenda en absoluto que Catherine —evidente

alter ego

de Emily Brontë, por lo que Heathcliff ilustraría una singular ensoñación erótica de su autora— llegue a revelar, en un pasaje del relato: «I am Heathcliff» (Yo soy Heathcliff).

Cabe considerar, pues,

Cumbres Borrascosas

como una tragedia gótica, ya que, como apuntaba Georges Bataille en un excelente ensayo sobre la obra de Emily Brontë, «el asunto de esta novela es la transgresión trágica de la ley», y aunque «el autor estaba de acuerdo con la ley cuya transgresión describía, fundaba la emoción en la simpatía que él experimentaba —y comunicaba— por el transgresor de la ley. La expiación —prosigue Bataille—, en los dos casos, está implícita en la transgresión. Heathcliff conoce antes de morir, mientras muere, una extraña beatitud, pero esta beatitud sobrecoge; es trágica. Catherine, que ama a Heathcliff, muere por haber infringido, si no en su carne sí en su espíritu, la ley de la fidelidad; y la muerte de Catherine es el “perpetuo tormento” que, por su violencia, soporta Heathcliff

[3]

».

No obstante, la transgresión a la que alude George Bataille, presente en todas y cada una de las páginas de

Cumbres Borrascosas

, culmina —como no podía ser de otra manera en una novela gótica— en el más allá, en ese mundo intangible y oscuro donde el alma puede alcanzar definitivamente la felicidad que en vida le ha estado prohibida. Al final de

Cumbres Borrascosas

, los fantasmas de ambos amantes, Catherine y Heathcliff, son vistos por un pastor deambulando por los desolados páramos que cobijaron su amor. Un final «feliz» que sustituye la moral cristiana tradicional por una

amoralidad

(sobre)natural, que encuentra su máxima realización fuera del mundo físico, de la naturaleza y de la tierra. Volviendo a Bataille, el mundo de

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es un mundo tenebroso y hostil. Pero también es el de la expiación. Y una vez la expiación se ha realizado, se vislumbra la felicidad, que es sinónimo de vida.

2. La vida de Emily Brontë está indisolublemente unida a la de su familia y, muy especialmente, a la de tres de sus hermanos: Charlotte (1816-1855), Patrick Branwell (1817-1848) y Anne (1820-1849), cuyos avatares personales y artísticos podrían haber inspirado perfectamente el argumento de una novela romántica

[4]

; vidas y obras que, lógicamente, han sido objeto de estudio por parte de numerosos biógrafos e historiadores

[5]

. Pero, sobre todo, Emily se sentía unida a los páramos de Yorkshire, cuyo poderoso carácter simbólico y telúrico, que sugiere un gótico universo polarizado entre el bien y el mal, entre lo terreno y lo sobrenatural, enmarca y espolea los deseos más desmedidos y salvajes, en nítida contraposición con los más rígidos cánones culturales y morales de la sociedad que la rodeaba. Como no podía ser de otra manera, Emily Brontë situó su novela en ese espacio lejano, abierto, terrible y provocativo, apartado del hastío causado por una convencional vida burguesa. Los páramos de Yorkshire atesoraron un vínculo vital con Emily que iba más allá de lo puramente físico, pues constituían el espacio de su libertad espiritual. Hasta qué punto Emily Brontë necesitaba sus paramos queda reflejado en un pasaje de

Memoirs of Emily Brontë by Charlotte Brontë

, escritas por su hermana: «Emily amaba los páramos. Para ella en los brezales más sombríos brotaban flores más brillantes que las rosas. De un tenebroso hueco en la lívida ladera de una colina, su espíritu podía hacer un Edén. Encontraba en los desolados campos solitarios muchos y gratos placeres, y no el menor ni el menos querido era el de la libertad

[6]

».

Emily Jane Brontë nació en Thornton, Inglaterra, el 30 de julio de 1818. Dos años más tarde, su padre, Patrick Brontë, fue nombrado rector de Haworth, un pueblo situado en los páramos de Yorkshire, lugar al que desde entonces quedó ligada toda su familia. Patrick Brontë, quien en realidad se llamaba Patrick Brunty, era un irlandés de grandes inquietudes vitales e intelectuales, que trabajó como herrero, aprendiz de tejedor, maestro de escuela de su localidad natal, Drumballerony y, finalmente, clérigo. Patrick también demostró sus aptitudes literarias publicando dos libros:

The Cottage in the Woods

(1815) y

The Maid of Killarney, or Albion and Flora

(1818), así como poesías, folletos y sermones. Así pues, Emily y sus hermanos crecieron en un ambiente donde la imaginación desbordada de su progenitor —durante sus estudios de teología cambió su apellido por Brontë, palabra derivada del griego y que significa «trueno»—, unida a su notable sed de conocimientos, contribuyó a que la infancia de Emily fuese un lugar maravilloso poblado por libros, arte, leyendas y juegos, por medio de los cuales la niña se evadía de la realidad cotidiana.

Al morir su madre, Mary Branwell, en 1824, a causa de un cáncer de estómago, Charlotte y Emily fueron enviadas junto con sus hermanas mayores, Mary (1814-1825) y Elizabeth (1815-1825), a un colegio en Cowan Bridge (Lancashire, noroeste de Inglaterra), un centro especial para hijas de clérigos cuyo fundador, el reverendo William Carus Wilson, gozaba de gran respeto y admiración entre todos los cristianos británicos de la época. Sin embargo, sus ideas docentes eran bastante turbias: para salvar el alma de sus alumnos y extirpar de ellos cualquier tentación pecaminosa, en Cowan Bridge se castigaba sus cuerpos haciéndoles pasar hambre y frío, aplicándose además severos castigos físicos. Debido a las infames condiciones de vida del internado, Mary y Elisabeth enfermaron de tuberculosis, y tras regresar al hogar familiar de Haworth con pronóstico de extrema gravedad, fallecieron meses después. Emily y Charlotte resistieron los rigores de la educación impartida por el reverendo, pero a consecuencia de su estancia en el colegio Emily siempre tuvo una salud frágil, hostigada por una latente tuberculosis que, al final, acabaría también con su vida. Buena parte de la espantosa experiencia que las hermanas Brontë vivieron en Cowan Bridge fue recogida por Charlotte en su novela Jane

Eyre

, a la hora de retratar Lowood y su pavoroso propietario, Mr. Blocklehurst, alter ego literario del reverendo Carus Wilson.

Rescatadas por su padre, Charlotte y Emily regresaron a Haworth, junto a Anne y P. Branwell, lo cual estrechó aún más sus lazos afectivos. Para divertirse —«por residir en una región apartada en la que la cultura no estaba muy extendida y en la que, en consecuencia, no teníamos ningún estímulo que nos hiciera relacionarnos fuera de nuestro círculo doméstico», escribió Charlotte, «lo cual nos hacía depender de nuestra propia compañía, de los libros y del estudio, a la hora de buscar distracción y ocupación para nuestras vidas

[7]

»—, los hermanos Brontë leían revistas de contenido político y literario como

Blackwood Magazine, Edimburgh Review

o

Fraser’s Magazine

, publicaciones donde igualmente podían leerse relatos de terror y misterio, así como poemas e historias folclóricas sobre casas encantadas y fenómenos

extraños

. Los hermanos Brontë también escribieron una serie de relatos sobre el reino imaginario de Anglia —propiedad de Charlotte y P. Branwell, gobernado por el duque de Zamorna y su malvado padrastro Northangerland—, y el de Gondal —tutelado por Emily y Anne, sobre el que reinaba una heroína irresistible por su belleza y virtud llamada Augusta Geraldine Almeda—. Todavía se guardan cerca de un centenar de cuadernos —escritos a mano y comenzados en 1829— de las crónicas de Anglia, pero ninguno de la saga de Gondal, iniciados en 1334, a excepción de algunos poemas de Emily.

En 1831 Charlotte ingresó como pupila en la escuela local de Roe Head y, de inmediato, se convirtió en la tutora de sus hermanas menores, ayudada por su tía Miss Elizabeth Branwell. A los veinte años trabajó un tiempo como profesora en el mismo Roe Head —con su sueldo financió los estudios de arte de su hermano P. Branwell—, llevándose consigo a Emily, pues parte del acuerdo con la directora del centro, Miss Margaret Wooler, consistía en que una de sus hermanas podría educarse allí. Pero Emily no pudo adaptarse, tal y como explica su hermana: «La libertad era el aliento de Emily; sin ella moría. El cambio de su casa a la escuela, de su propio modo de vida, silencioso, apartado, pero sin ataduras artificiales, a otro de rutina disciplinada —aunque bajo los más sensibles auspicios— era lo que no podía soportar (…) Cada mañana al despertar, la visión de su casa y de los páramos le asaltaban para ensombrecer y entristecer el día que daba comienzo. Ninguno conocía su mal, excepto yo (…) En esta lucha su salud empezó a quebrarse: la palidez de su rostro, su delgadez (…) Creí que moriría si no volvía a casa y con esta convicción conseguí que la hicieran regresar

[8]

».

En 1842, Charlotte y Emily viajaron a Bélgica con el propósito de perfeccionar en el Pensionnat Heger de Bruselas sus conocimientos de francés y alemán. Allí, el mismísimo profesor Heger descubrió el enorme talento de Emily —y su volcánica personalidad—, que luego quedaría plasmado en su novela y poemas: «Emily tenía una mente lógica, y una capacidad de abstracción rara en un hombre, y de veras poco común en una mujer (…) La fuerza de este don se veía disminuida por el tesón de su obstinada fuerza de voluntad, que la hacía obtusa a todo razonamiento que afectase a sus propios deseos o a su sentido de lo que era correcto

[9]

». Pero la muerte de la tía Elizabeth, encargada de la educación de sus sobrinos, las obligó a volver a Inglaterra. Tras el funeral, Charlotte regresó al Pensionnat Heger como maestra, mientras que Emily se quedó como administradora de la casa junto a Anne y P. Branwell, quien había fracasado primero como retratista y después como empleado del ferrocarril. P. Branwell intentó de nuevo emanciparse en 1845, cuando fue contratado como tutor de los hijos del reverendo Thorp Green, pero fue despedido acusado de haberse enamorado de la esposa de su patrón, tras lo cual se derrumbó moralmente, recurriendo cada vez más al opio y a la bebida. A pesar de todo, Emily siempre tuvo en gran estima a su hermano e intentó siempre que pudo aliviar su desventura.

En otoño de 1845, Charlotte descubre fortuitamente los poemas de Emily y decide publicarlos, junto a sus rimas y a las compuestas por Anne, en un volumen titulado

Poemas por Currer, Ellis y Acton Bell

(1846) —cada una de las autoras utilizó las iniciales de su nombre para inventar sus pseudónimos; así, Emily firmó como Ellis Bell, sobrenombre que también empleó para publicar

Cumbres Borrascosas

—. Los gastos de impresión fueron costeados por las hermanas, pero sólo lograron vender dos ejemplares. La poesía de Emily Brontë ha sido posteriormente reconocida como una de las mejores de ese siglo, y sigue siendo admirada por su originalidad, su lírica y sus imaginativas referencias personales, que ponían de manifiesto su vida interior, apasionada y violenta, no exenta de ese misticismo turbiamente sobrenatural que veía Lovecraft en Cumbres Borrascosas, presente en poemas como «Vendré a ti»:

Vendré a ti,

cuando estés muy triste,

en la soledad de la habitación oscura,

cuando el alegre y loco día hayan huido,

y la sonrisa feliz se haya borrado

por la tristeza de la noche fría.

Vendré a ti,

cuando el verdadero sentir de tu corazón

reine imparcial y absoluto,

y mi influencia silenciosa,

ahondado el dolor; helada la alegría,

sin demora con tu alma se alzara.

¡Escucha! Es la hora,

el momento por ti tan temido.

¿No sientes el fluir en tu pecho

del río de una sensación extraña,

precursora de un poder más fuerte

que a quien anuncia es a mí

[10]

?

Tras esta primera aventura editorial, Charlotte, Anne y Emily Brontë asumieron un nuevo reto: la escritura de una novela. Aunque las tres hermanas publicaron sus respectivos manuscritos en 1847, el primero en llegar a las librerías fue el de Charlotte, Jane

Eyre

, un melodrama gótico que obtuvo un éxito inmediato —fue considerada la mejor novela de la temporada en los selectos círculos literarios londinenses—.

Agnes Grey

, escrita por Anne, y

Cumbres Borrascosas

, por Emily, se editaron unos meses más tarde, pero la crítica no les dispensó una acogida tan favorable. Durante mucho tiempo,

Cumbres Borrascosas

fue descalificada por su lenguaje violento y su ruptura con la moral victoriana imperante. Revistas como

Athenaeum

o

Spectator

la tildaron de «ruda», «extraña», «inconexa» y «confusa», a pesar de su «mucha fuerza y talento, a pesar de su autenticidad», así como de la ejecución del tema, «enérgica y vivaz». Incluso Charlotte Brontë, a quien el personaje de Heathcliff desagradaba profundamente, escribió: «Apenas fue reconocida la inmadura, pero auténtica fuerza que se revela en

Cumbres Borrascosas

no se entendió su significado y naturaleza; se equivocaron respecto a la identidad del autor; se dijo que era un intento primerizo y más tosco de la pluma de la que había salido Jane

Eyre

. ¡Injusto y lamentable error!»

[11]

. La especulación alrededor de la verdadera identidad de las autoras de

Agnes Grey

y

Cumbres Borrascosas

—atribuidas ambas a Charlotteno cesó hasta que Anne y Emily visitaron Londres un año más tarde y se dieron a conocer a sus editores.

A su regreso a Haworth, las hermanas Brontë viven la agonía de P. Branwell, cuya salud se ha deteriorado irreversiblemente. El 24 de septiembre de 1848 el joven muere; una muerte precoz que traerá consigo nuevas desgracias para la familia. Ya en el entierro de su hermano, Emily coge frío y enferma de gravedad. Al principio se niega a recibir ayuda médica y se obstina en proseguir con sus ocupaciones domésticas, pero la tisis merma sus fuerzas y, finalmente, causa su muerte la mañana del 19 de diciembre de 1848, mientras Charlotte recogía en los páramos de Haworth las ramitas de brezo que tanto agradaban a su hermana. Emily sólo tenía treinta años. Cinco meses más tarde, el 28 de mayo de 1849, fallecía Anne Brontë en Scarborough —lugar al que se desplazó voluntariamente para pasar sus últimos días, acompañada de Charlotte y de una amiga de ésta, Ellen Nussey, ya que Anne guardaba un grato recuerdo de allí desde la época en que trabajó como institutriz—. Charlotte murió, también víctima de la tuberculosis, en el invierno de 1855; la escritora había enfermado a raíz de un enfriamiento, contraído mientras paseaba por los páramos. Solamente un año antes, Charlotte había logrado superar la soledad de Haworth casándose en junio de 1854 con el coadjutor del reverendo Patrick Brontë, el clérigo Arthur Bell Nicholls.

Las hermanas Brontë, sus circunstancias vitales, sus muertes prematuras y sus sorprendentes logros literarios han fascinado a las nuevas generaciones de lectores. La obra maestra trascendental de las Brontë es casi con toda seguridad la novela de Emily,

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, una historia de amor apasionado en la que los principios irreconciliables de la fuerza y la calma terminan por armonizarse. Emily Brontë fue una mística, como lo demuestra su poesía, y

Cumbres Borrascosas

dramatiza su percepción intuitiva de la naturaleza de la vida.

3. Hasta aquí la corta biografía de una escritora con fama de poseer un carácter hosco y melancólico, y cuya breve existencia no fue óbice para que publicara un puñado de excelentes poemas que han vencido el paso de los años —revelándola mejor poetisa que sus hermanas—, y de una sola novela cuya calidad no admite discusión. Emily Brontë superó incluso en reconocimiento a Charlotte, quien en su momento pareció acaparar el triunfo completo con Jane

Eyre

, mientras que Anne terminó relegada a un discreto segundo plano, a la sombra de las obras de sus hermanas. Pese a todo, merece destacarse su novela

The Tenant of Wildfill Hall

[12]

. Basada en un personaje alcohólico —que le permitió plasmar parte de la desdichada experiencia de su hermano P. Branwell—, no deja de ser una obra original y avanzada a su tiempo; la crítica juzgó el argumento inapropiado para ser desarrollado por una mujer, e incluso Charlotte le dedicó este poco afortunado comentario: «la elección del tema ha sido un completo error».

En 1850 Charlotte Brontë preparó una reedición revisada de

Cumbres Borrascosas

, que acompañó de una selección de poemas de Emily y de una biografía de su hermana

[13]

. Una reedición que planteaba un dilema: ¿hasta qué punto Charlotte fue fiel a la memoria de Emily? Todo parece indicar que la mayor de las Brontë revisó la novela original —de la que se permitió incluso cambiar la puntuación—, recortando algunos fragmentos con el fin de que

Cumbres Borrascosas

se pudiera publicar en un solo volumen en lugar de los tres originales; así pues, los recortes pudieron obedecer a razones de espacio bajo las cuales, al mismo tiempo, pueden intuirse motivaciones pecuniarias. A partir de ese instante, la versión que circuló del famoso manuscrito, y que fue objeto de numerosas traducciones, además de sus ediciones en inglés, fue la de Charlotte. Sin embargo, en 1963 el editor William M. Sale Jr., de Nueva York, bajo el sello W.W. Norton & Company, recuperó el texto original de Emily, completado por diversos ensayos y críticas alrededor de la obra

[14]

.

A menudo se ha rumoreado que Charlotte Brontë envidiaba secretamente a su hermana Emily, aunque no existen pruebas concluyentes sobre tan embarazoso asunto. Seguramente, la «revisión» que Charlotte hizo de

Cumbres Borrascosas

no tuvo la malignidad que sus detractores le atribuyen, intentando arreglar el texto a su manera, de igual modo que hacía con los suyos. Empero, pecó de excesivamente modosa, desvirtuando el ímpetu romántico del original. Esto se nota, por ejemplo, en la pasión devoradora de Catherine y Heathcliff, muy suavizada por Charlotte, y que algunos críticos y eruditos han interpretado como el intento de la autora de

Jane Eyre

por ocultar la versión dramatizada de unos inconfesados amores incestuosos entre Emily y su hermano P. Branwell. ¿Existió realmente alguna relación escandalosa entre ambos hermanos? Puesto que Emily murió soltera —y probablemente virgen—, la historia de los amantes que crecen como hermanos y que nunca consuman su amor —ya que siempre hay algo que lo impide, llámese Destino o Fatalidad—, forjó en la mente de algunos estudiosos semejante hipótesis, subrayada por el hecho de que Emily murió pocas semanas después que su hermano.

4. La popularidad de

Cumbres Borrascosas

entre el gran público se percibe en las numerosas reediciones de las que ha sido objeto, tanto en Gran Bretaña y EEUU —y en España, pues desde su primera traducción al castellano en 1921

[15]

, y según fuentes del Ministerio de Cultura, desde 1972 se contabilizan unas 94 ediciones…—, así como en su impacto cultural. Por ejemplo, el músico Bernard Herrmann (1911-1975), popular entre los cinéfilos gracias a sus excelentes columnas sonoras para films de Alfred Hitchcock —

De entre los muertos (Vertigo,

1958),

Con la muerte en los talones (North by Northwest

, 1959) o

Psicosis (Psycho

, 1960)—, William Dieterle —

El retrato de Jennie (Portrait of Jennie

, 1948)—, John Brahm —

Concierto macabro (Hangover Square,

1945)—, J. Lee Thompson —

El cabo del terror (Cape Fear

, 1962)—, Brian de Palma —

Hermanas (Sisters

, 1973),

Fascinación (Obsession,

1976)— y Martin Scorsese —

Taxi Driver

(id., 1975)—, compuso entre abril de 1949 y junio de 1951 la ópera

Wuthering Heights

[16]

, de la que utilizó algunos temas para la banda sonora de

El fantasma y la Sra. Muir (The Ghost and Mrs. Muir

, Joseph L. Mankiewicz, 1947). A su vez, la cantante pop Kate Bush, en su LP

The Kick Inside

, aparecido en 1978, interpretaba un tema titulado «Wuthering Heights», que recogía todo el aliento tenebroso y melodramático de la novela de Emily Brontë

[17]

. Y, por si estos ejemplos no resultaran suficientes, en 1999, en Broadway, se estrenó

Wuthering Heights: A Romantic Musical

, con música y canciones de Paul Dick, dirigido y coreografiado por David Leidholdt y dirección orquestal de Peter C. Mills.

Pero es el cine el que ha contribuido más a la popularidad de

Cumbres Borrascosas

, con una docena de versiones fílmicas de la novela de Emily Brontë. La primera,

Wuthering Heights

(1920), es una producción británica dirigida por A.V. Bramble y escrita por un tal Elliot Stannard, en cuyos principales papeles encontramos a dos actores muy poco conocidos, Colette Brettel (Catherine) y Milton Rosmer (Heathcliff). Un joven Charlton Heston encarnó al trágico protagonista en un dramático televisivo

in live

de 1950, de cincuenta minutos de duración, producido por la compañía norteamericana Westinghouse’s Studio One y dirigido por Paul’ Nickell; una miniserie televisiva de 1978, compuesta de cinco capítulos de una hora, producida por la BBC y realizada por Peter Hammond, con Kay Adshead (Catherine) y Ken Hutchison (Heathcliff), es otra de las adaptaciones del clásico de Brontë. Más

exóticas

son las versiones

Hurlevent

(1985), dirigida por el realizador francés Jacques Rivette, con libreto de Pascal Bonitzer, Suzanne Schiffman y el propio Rivette —quienes únicamente se basaron en el capítulo primero de la novela, con Fabienne Babe (Catherine) y Lucas Belvaux (Heathcliff, que aquí responde al nombre de Roch)—, o una alumbrada por el cine japonés,

Arashi ga oka

(1988), dirigida por Yoshishige Yoshida e interpretada por Yûko Tanaka (Kinu/Catherine) y Yusaku Matsuda (Onimaru/Heathcliff). Más recientemente, en 2003, la MTV, en coproducción con Puerto Rico (¡), se atrevió a financiar una versión juvenil y musical del tema, con Erika Christensen (Cate) y Mike Vogel (Heath); Suri Krishnamma fue el realizador elegido en esta ocasión.

No obstante, tres han sido los títulos que han ofrecido unas interesantes aproximaciones al texto de Emily Brontë, a pesar de las variaciones, transgresiones y/o perversiones infligidas. Se trata de

Cumbres Borrascosas (Wuthering Heights

, 1939), de William Wyler —con guión de Ben Hetch y Charles McCarthur, dos habituales de la comedia hollywoodiense gracias a films como

La comedia de la vida (Twentieth Century

, 1934) y

Luna nueva (His Girl Friday

, 1940), ambas dirigidas por Howard Hawks—,

Abismos de pasión

(1954), una de las más celebradas películas mexicanas de Luis Buñuel, y

Cumbres Borrascosas (Emily Brontë’s Wuthering Heights)

, una lujosa producción inglesa de 1992 dirigida por Peter Kosminsky, con Juliette Binoche y Ralph Fiennes.

De la versión de William Wyler, típica producción hollywoodiense de

qualité

, cabe citar aquí el notable análisis de Pablo Pérez Rubio en su libro

El cine melodramático

: «El cine de Hollywood no se dejó extraviar con facilidad en devaneos románticos; cuando lo hizo, fue de hecho en intentos de asimilación académica y domesticadora (…) Si en la novela original de Emily Brontë se recreaba con todo el ímpetu romántico el conflicto entre la naturaleza salvaje y la sociedad, esta película reconduce el tono hacia un conflicto de clases entre el chico de la caballeriza y el hacendado, que se disputan el amor de la protagonista. Ello provoca un abandono de la expresividad desaforada en beneficio de una estilización melodramática

[18]

». Algo que no ocurriría con

Abismos de pasión

, pues Luis Buñuel, según declaraciones propias, entendía que el nervio de la novela de Emily Brontë era la interacción entre

Eros y Thanatos

—«El amor de Alejandro (Heathcliff) por Catalina es un sentimiento feroz que sólo podrá culminarse con la muerte», explicó el cineasta aragonés—. Violencia, pasión e impulsos irracionales vertebran la película de Buñuel, quien utiliza la música que Richard Wagner compuso para

Tristán e Isolda

de forma tan brillante como subversiva, para acompañar —que no ilustrar— este drama desmedido y brillante, que alcanza su cenit paroxístico en la imagen de Alejandro abrazado al cadáver de su amada, mientras el espíritu de ésta, que se le aparece tras haber sido invocada por él, regresa para llevárselo, tal como Alejandro le había suplicado,

al infierno

.

Por el contrario, la versión de Peter Kosminsky arranca con unas imágenes épicamente cósmicas: una jauría de oscuras nubes nimbosas, con perezoso ademán, surcan el cielo cerniéndose amenazantes sobre los ondulantes paramos, un embravecido mar de piedra, polvo y hierba, estremecido ante el insistente azote del viento. Sólo una desafiante mansión de tortuosas formas costrosos muros, a modo Y de impío bajel fantasma embarrancado en el horizonte de esta tierra yerma e inabarcable, desgarra la aterradora armonía del paisaje. A su lado, paseando por el exterior de sus muros, una frágil, casi insignificante figura humana. Ya en el interior, contemplamos a una joven de ojos lánguidos, soñadores, imaginando la historia de las personas que un día dieron vida a las ahora moribundas ruinas…

El atormentado paraje, extraído de algún lienzo de Caspar Friedrich o de Turner, es el espacio romántico donde la guionista Anne Devlin y el realizador Peter Kosminsky invocan a la mismísima Emil Brontë —encarnada por la cantante irlandesa Sinéad O’Connor— para que nos relate su novela. Ésta es la única infidelidad que se permite

Cumbres Borrascosas

según Kosminsky —en el texto original, es el ama de llaves, la señora Dean, quien rememora el romance de Catherine y Heathcliff—, curiosamente, en un film cuyo norte es la minuciosa ilustración de la obra literaria en que se basa. No es casual que, secundando la nefasta moda —a tenor de los resultados, se entiende— de las adaptaciones literarias «fieles» que invadía el cine de la época —

Bram Stoker’s Dracula, Mary Shelley’s Frankenstein

…—, los responsables de la película intentaran ahondar en esta tendencia. Y ése es el mayor defecto del film, su carácter de aplicado subrayado visual de una novela que requiere y rebosa pasión, así como cierto grado de locura. Kosminsky compone bellos planos pictóricos, gracias a los buenos oficios de su diseñador de producción —Brian Morris—, del de vestuario —James Achenson— y de su director de fotografía —Mike Southon—. Pero no va más allá del hueco decorativismo de las imágenes, cuando una atropellada planificación de primeros planos no lo impide. La frialdad de la cinta es evidente, pese a lo notable de su factura técnica, erigiéndose en un espectáculo sin corazón.

Empero, queda para el recuerdo, como la mejor encarnación para la pantalla del personaje de Heathcliff, el trabajo interpretativo de Ralph Fiennes. Su rostro afilado, su mirada penetrante y punitiva, dan la medida exacta del malvado byroniano ideado por Emily Brontë, ese

demoníaco

amante en cuyo interior se agita, como insinúa la novela, un espíritu atormentado y perverso. Fiennes, que a buen seguro comprendió íntimamente la esencia del personaje, es capaz de fundir toda la violencia, odio, compasión y dolor que genera/despierta Heathcliff en un solo gesto. Su talento suple, en la medida de lo posible y dentro de las lógicas limitaciones de su cometido, las carencias creativas de Kosminsky. Sin duda, Emily Brontë se habría sentido muy satisfecha de su labor.

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