Isis Sin Velo - [Tomo IV]

Capítulo 23

CAPÍTULO IV

No pecar, hacer el bien y purificar la mente. Tal es la

enseñanza de quien ha despertado.

Más valioso que la soberanía de la tierra y que la gloria

del cielo y que el dominio de los mundos es el premio de

quien da el primer paso en el sendero de la santidad.

Dhammapada, 178 y 183.

Creador, ¿en dónde están los tribunales, en dónde juzgan

las audiencias y se reúnen los jurados a quienes el mortal ha

de dar cuenta de su alma?- Vendidad, XIX, 89.

¡Salve oh humano! que desde la región de lo transitorio

te elevaste a la de lo imperecedero.-Vendidad, VII, 136.

El verdadero creyente acoge la verdad doquiera la

halla, y ninguna doctrina le parece menos aceptable

ni menos verdadera porque la hayan expuesto Moisés

o Cristo, Buda o Lao Tse.-MAX MÜLLER.

Quienes desearon vindicar a la filosofía religiosa de Oriente no tuvieron feliz ocasión para ello, pues no parece sino que de algún tiempo a esta parte estén en secreta connivencia los eruditos del mundo oficial y los misioneros cristianos en países infieles, para desfigurar cautelosamente toda verdad que pugne con sus congruas. Además, es muy fácil acallar las voces de la conciencia cuando los gobiernos se apoyan en la religión del Estado, que cualquiera que sea tan útilmente explotan en su provecho. Tal es la diplomacia de la ciencia oficial.

En su Historia de Grecia compara Grote a los pitagóricos con los jesuitas, y dice que se prevalían de su confraternidad para fines políticos. Algunos historiadores se han apresurado a presentar a Pitágoras según le pinta la maledicencia de Heráclito y otros autores antiguos, esto es, como hombre astuto y hábil para el mal y de juicio desequilibrado, aunque de muy vasta erudición. El satírico Timón dice de Pitágoras que fue hombre de agradable elocuencia a propósito para cazar incautos; y si los detractores de la filosofía antigua no reparan en dar crédito a esta opinión, ¿cómo negárselo a lo que de Jesús nos dice Celso? La imparcialidad del historiador ha de sobreponerse a sus personales creencias, y tanta exige la posteridad respecto de unas como de otras doctrinas. La vida y hechos de Jesús no están apoyados en las pruebas de histórica valía que atestiguan la vida y hechos de Pitágoras; porque seguramente que nadie negará la autenticidad de los escritos de Celso, mientras que de los evangelistas dudan muchos si escribieron ni una línea de los relatos que respectivamente se les atribuyen. Además, Celso es un testimonio por lo menos tan valioso como Heráclito, y algunos Padres de la Iglesia reconocen que fue un neoplatónico de mucha erudición, mientras que la existencia de los cuatro evangelistas tiene por principal apoyo la ciega fe. Si Timón llamó farsante al ilustre filósofo de Samos, lo mismo dijo Celso de Jesús o más bien de quienes se abroquelaban tras su nombre. En una de sus obras apostrofa Celso a Jesús con estas palabras: “Aun concediento que obraras las maravillas que de ti se cuentan, ¿no hicieron otras tantas los juglares egipcios que en la plaza pública pedían el óbolo de las gentes?”.

Por otra parte, la acusación levantada contra Pitágoras de que era varón de grave palabra con propósito de “pescar hombres”, puede también recaer sobre Jesús si consideramos aquel pasaje que dice:

Venid en pos de mí y haré que vosotros seais pescadores de hombres (1).

No se vea en todo esto ni la más leve ofensa a los sentimientos religiosos, siempre respetables cuando sinceros, de quienes creen en la divinidad de Jesucristo, pues aunque por nuestra parte no le adoremos como Dios, le veneramos como hombre, y de este modo estamos seguros de tributarle mayor honra que si le reconociéramos la misma individualidad del supremio Dios y creyésemos que vino al mundo a representar el desairado papel que el fanatismo piadoso le señala, pues si bien se mira, la supuesta misión que trajo no ha tenido los resultados correspondientes a su dignidad, ya que al cabo de veinte siglos no forman los cristianos ni la quinta parte de la total población del globo ni es fácil que en el porvenir se propague a mayor número de gentes. Nuestro exclusivo ideal es la justicia estricta sin preferencias por determinada personalidad. nUestras reconvenciones van dirigidas a los que sin creer en Jesús ni en Pitágoras ni en Apolonio mueven los labios en oraciones que no nacen del corazón; a los que hablan del “Salvador” y de “Nuestro Señor” como si tuvieran más fe en el Cristo teológico que en el fabuloso Fo de la China.

IMPUTACIONES DE ATEÍSMO

Antiguamente no había ateos, incrédulos ni materialistas en el moderno concepto de estas denominaciones, así como tampoco había mojigatos de lengua detractora. Mala prueba de buen sentido crítico daría quien juzgase a algunos filósofos antiguos por el matiz aparentemente ateo de ciertas frases cuyo significado interno es preciso desentrañar para estimarlas en su verdadero valor. Así, por ejemplo, la doctrina de Pirro, que los comentadores superficiales diputan por inconcusamente racionalista, ha de interpretarse en cotejo y comparación con la primitiva filosofía índica que, desde Manú hasta el último esvabavica, tuvo por principal característica la afirmación de la realidad del espíritu prevaleciente contra el mundo objetivo de mudables, ilusorias y perecederas formas. Las numerosas escuelas fundadas por Kapila enseñaron las mismas doctrinas que más tarde había de exponer Timón, a quien Sexto Empírico llama el precursor de Pirro. Las ideas de este filósofo acerca del divino reposo del espíritu, la firmeza con que mantenía sus opiniones frente a las ajenas y su aversión al sofisma, denotan que estudió detenidamente a los gimnósofos y vaibasicas de la India. No es posible calificar de ateos a Pirro y sus discípulos por el solo hecho de que resumieron todas sus especulaciones en los puntos suspensivos de la perplejidad y la duda (2), como tampoco es justo tachar de ateos a filósofos como Vedavyasa (3), Kapila, Giordano Bruno y Spinoza. Estas enseñanzas filosóficas predominaban entre los pensadores del mundo precristiano, y a despecho de la enemiga concitada contra ellas por los dogmatizantes y de las deplorables tergiversaciones de mal intencionados expositores, todavía son la piedra angular de todas las religiones excepto el cristianismo (4).

La teología comparada es arma de dos filos. Por una parte, los apologistas del cristianismo dogmático, sin hacer caso de las pruebas en contrario, acusan de politeísta al induísmo y de ateo al budismo, en tanto que reservan exclusivamente para el cristianismo la creencia en un solo y único Dios omnipotente, de bondad infinita, representado en Jehovah, cuyos profetas son para los católicos el romano pontífice y para los protestantes Martín Lutero. Mas si miramos el arma por el otro filo, veremos que, no obstante las predicaciones de los misioneros y la influencia que en Oriente ejerció el cristianismo por las guerras y el comercio, nada descubren los llamados “idólatras y paganos” en las enseñanzas de Jesús, a pesar de lo sublime de algunas de ellas, que no les hayan dicho ya las de Krishna y Gautama. Así es que para mejor prosperar en su apostolado y mantener fieles a los pocos convertidos, no tienen los misioneros otro remedio que vestirse a la usanza de los sacerdotes del país y practicar los mismo ritos y ceremonias que tanto denigran en los indígenas.

ARTIMAÑAS DE LOS MISIONEROS

Según ya dijimos en otro lugar, los misioneros católicos de Siam y Birmania han adoptado el aspecto de los talapines, aunque no imitan sus virtudes. En la India meridional fueron acusados de superchería por su propio colega el abate Dubois (5), y aunque hubo quien le desmintió después, hay otros testimonios de la acusación, entre ellos el capitán O’Grady, quien dice a este propósito:

Los misioneros toman fingidas apariencias de mendicantes y simulan sentir repugnancia por los manjares de carne y bebidas espirituosas para predisponer a su favor al vulgo induísta... Pero un misionero a quien convidé, o mejor dicho que se convidó a comer en mi casa repetidas veces, no hizo remilgos a las lonjas de carne asada ni se abstuvo de beber copiosamente (6).

El mismo autor habla de los “Cristos de rostro negro”, de “Vírgenes con ruedas” y de las procesiones según el ritual romano, que “más tienen de diabólico que religioso”. Por nuestra parte hemos visto estas procesiones, que acompañadas de orquestas cingalesas con mucho bombo y platillos, resultaban por la variedad de colores y lo pintoresco de los trajes y lo aparatoso de la escena, mucho más solemnes y grandiosas que las saturnales cristianas. Los misioneros, con sus prelados al frente, aprovechan estas procesiones para recoger limosnas destinadas al dinero de San Pedro (7) y lucrar con el remedo de los brahmanes y bonzos. Entre los adoradores de Krishna y Cristo y los de Avany y María no hay tanta diferencia como entre vishnuístas y sivitas, pues para los conversos es Cristo el mismo Krishna con leves modificaciones (8). Tan serviles son los misioneros en la copia y tanto cuidado ponen en no lastimar las costumbres del país, que mantienen, aun entre los conversos, la distinción de castas, hasta el punto de que los de inferior no pueden entrar en las iglesias a que asisten los de superior (9).

Pocos escritores hay cuya valerosa sinceridad, de que tan hermoso ejemplo nos da Inman, les lleve a coincidir con éste en que tanto el induísmo como el budismo son filosóficamente superiores al cristianismo teológico, sin que nadie tenga fundado motivo de tildar al primero de fetichista y al segundo de ateo. Sobre el particular dice Inman:

A mi entender es de todo punto gratuita la afirmación de que Sakya no creía en Dios. Por el contrario, todo su sistema filosófico descansa en la creencia de que hay entidades superiores con potestad para castigar las culpas de los hombres, y aunque no le llamara Elohim ni Jah ni Jehovah ni Jahveh ni Adonai ni Ehieh ni Baalim ni Ashtoreth, creía en la existencia del Ser supremo (10).

El budismo cuenta con cuatro escuelas teológicas, una de ellas panteísta y las otras tres francamente monoteístas. Los investigadores modernos sólo tratan de la primera, y en cuanto a las otras tres, difieren únicamente en las externas modalidades de exposición.

Oigamos lo que un racionalista escéptico dice sobre el tantas veces comentado concepto del nirvana:

En las puertas de las pagodas interrogué a centenares de budistas, y todos sin excepción me respondieron que por medio de la austeridad de vida esperaban alcanzar la inmortalidad. Ninguno habló de la aniquilación final. Hay más de trescientos millones de budistas que ayunan, oran y se sujetan a toda clase de privaciones. Verdaderamente estarían locos o fueran imbéciles si tal hiciesen convencidos de antemano de que al fin había de aniquilarse su ser (11).

También por nuestra parte hemos inquirido entre induístas y budistas el verdadero espíritu de la filosofía oriental, y nos hemos convencido de que el concepto del apavarga es del todo opuesto al de aniquilación, pues entraña la identidad final con Dios, de cuya increada luz es refulgente chispa el espíritu del hombre. Todo budista, por ignorante que sea, alienta la esperanza de no perder jamás su individualidad, pues, como decía muy bien un amigo nuestro, si así no fuese parecería la vida terrena un divertido sainete para Dios y una mortal tragedia para el hombre.

RITO FUNERARIO DE LOS VEDAS

Otro tanto cabe decir de la doctrina de la metempsícosis, deplorablemente tergiversada por los orientalistas europeos; pero según vayan adelantando las investigaciones, se descubrirán nuevas bellezas metafísicas en las antiguas religiones.

Whitney (12) ha puesto de relieve en su traducción de los Vedas la mucha importancia que el rito funerario de los induístas concedía a los cadáveres de sus fieles, según denotan los siguientes pasajes de los himnos fúnebres:

¡Levántate y anda! Reúne todos los miembros de tu cuerpo (13) y no los dejes en abandono.

Partió tu espíritu. Síguele ahora. Doquiera te deleite él, ve allí.

Reúne todos tus miembros y con auxilio de los ritos yo te los modelaré.

Si Agni olvidó algún miembro al enviarte desde aquí al mundo de tus padres, yo te lo daré de nuevo para que con todos tus miembros te regocijes en el cielo entre tus padres (14).

La creencia en la inmortalidad del alma está expuesta en este otro pasaje del ritual funerario:

Los que permanecen estacionados en la esfera de la tierra; los que moran en los reinos de la dicha; los padres que por mansión tienen la tierra, la atmósfera y los cielos. Antecielo se llama el tercer cielo donde está el solio de los padres (15).

Visto el alto concepto que de Dios y de la inmortalidad del alma tiene el induísmo, no es extraño que resulten victoriosos los Vedas y el Código de Manú de su comparación con el mezquino e inespiritual Pentateuco, en cuyo texto no descubren los investigadores exotéricos prueba alguna de que los judíos creyeran en la eterna vida del espíritu ni que Moisés les enseñara esta doctrina. Sin embargo, algunos orientalistas eminentes apuntan la sospecha de que la letra muerta del Pentateuco encubre el vivificante significado. Así dice Whitney:

A medida que nos fijamos más detenidamente en los formulismos del moderno ritual induísta, aparece más definida la correspondencia entre la doctrina y la observancia, de suerte que no es posible explicar una sin la otra... Preciso es reconocer o que la India copió su ritual de algún otro pueblo y lo ha seguido practicando ciegamente sin darse cuenta de su verdadero significado, o que dicho ritual expresó desde un principio una antiquísima doctrina, y al degenerar ésta siguió incorporado a las tradiciones religiosas del pueblo (16).

Pero no se ha perdido esta antiquísima doctrina que los iniciados comprenden hoy tan filosóficamente como los de diez mil años atrás, aunque no han de esperar los científicos que se les revele a la primera intimación ni tampoco ha de serles posible descubrirla en el exotérico ritual de las religiones cultuales.

Los teólogos induístas y budistas no negarán en redondo el misterio de la Encarnación; pero en vez de entenderlo según el dogma cristiano, lo explicarán de conformidad con sus enseñanzas religiosas, cuya piedra angular es precisamente la creencia en los avatares o encarnaciones periódicas de la Divinidad, cada vez que el género humano se pervierte de modo que necesita el auxilio de una poderosa Entidad descendida a la terrena forma que elige por morada. El “Mensajero del Altísimo” se une a la dualidad cuerpo-alma y constituye la trina individualidad del Salvador que encamina al género humano por el sendero de la verdad y de la virtud.

Esta misma creencia predominó entre los primitivos cristianos cuya mente estaba embebida en las doctrinas religiosas de Oriente, pues de otro modo no hubieran definido en dogma de fe el segundo advenimiento de Cristo ni hubiesen forjado la fábula del Anticristo como astuta precaución contra las encarnaciones venideras. No se percataron los teólogos cristianos de que Melquisedek fue un avatar de Cristo ni advirtieron que Krishna le dice a Arjuna:

Cuando quiera que la rectitud desmaya, ¡oh Bhârata!, y cobra bríos la iniquidad, entonces renazco para proteger a los buenos, confundir a los malos y restaurar firmemente la justicia. De edad en edad renazco Yo con este intento (17).

LOS INSTRUCTORES DEL MUNDO

No es posible desdeñar la doctrina de los avatares al ver que de tiempo en tiempo han aparecido en el mundo personajes tan extraordinarios como Krishna, Sakya y Jesús, que fueron seres reales divinizados por sus adoradores con arreglo al sistema religioso de su respectiva época.

El redentor indo precede de algunos miles de años al redentor cristiano, y entre ambos se interpone Gautama, que por una parte es reflejo de Krishna y por otra ilumina la lejana figura de Jesús en que encarna el Cristo histórico. La misma leyenda ha engalanado con su poético ropaje a tres figuras de humana realidad, divinizadas por el instinto popular que presintió en ellas el místico carácter de su individualidad. Vox populi, vox Dei fue verdadero aforismo en otros tiempos, por falible que nos parezca en una época como la nuestra en que la plebe está dominada por el clero.

Kapila, Orfeo, Pitágoras, Platón, Bas-ilides, Marciano, Amonio y Plotino fundaron escuelas donde germinó la semilla de altos pensamientos y al desaparecer del mundo dejaron tras sí la refulgente estela de los semidioses; pero Krishna, Gautama y Jesús aparecieron en su respectiva época como verdaderos dioses y legaron a la humanidad tres religiones fundadas sobre la indestructible roca del tiempo. Ninguna culpa les cabe a estos tres nobilísimos reformadores que el fanatismo adulterara posteriormente sus enseñanzas, y más aún la cristiana, que está casi desconocida en nuestra época. La culpa recae en los clérigos que se titulan cultivadores de la viña del Señor. Si de los tres sistemas religiosos eliminamos la escoria de los humanos dogmas, hallaremos en los tres identidad de esencia. Aun el mismo San pablo, el honrado y sincero apóstol, o se dejó llevar del entusiasmo para torcer algún tanto la doctrina de su Maestro, o se han tergiversado sus escritos hasta el punto de no parecerse apenas al original. El Talmud reconoce los relevantes méritos de San Pablo como filósofo y teólogo, no obstante haber apostado del judaísmo (18), y dice en el Yerushalmi que corrompió la doctrina de aquel hombre (19).

Pero entretanto la ciencia imparcial y las generaciones futuras concilian estas tres grandes religiones, demos una ojeada a su respectivo desenvolvimiento.

LOS TRES SALVADORES

LEYENDA DE LOS TRES SALVADORES

KRISHNA

GAUTAMA

JESÚS

Aunque la ciencia europea no se atreve a computar el nacimiento de Krishna, la cronología induísta lo remonta a unos 5.000 años antes de J. C. Nace Krishna de estirpe real, pero le educan unos pastores que le dan el sobrenombre de Dios Pastor. Temerosos de las iras del rey Kansa, mantienen en secreto el nacimiento y origen de Krishna.

Se le consideró como encarnación de Vishnú, la segunda persona de la Trimurti. Fue adorado en Madura, situada a orillas del Jumna (20). Kansa, tirano de Madura, persigue a Krishna, quien se salva milagrosamente. Con propósito de matar al niño manda el rey degollar a todos los de su misma edad.

La madre de Krishna fue la inmaculada Virgen Devaki (23).

Desde el instante de su nacimiento es Krishna omnisciente, omnipotente y perfectamente bello. Opera milagros, sana a los para-líticos, da vista a los ciegos y expele demonios. Lava los pies a los brahmanes y desciende a los infiernos para libertar a los muertos y asciende al Vaicontha (30).

Es Krishna la encarnación de Vishnú.

Convierte los becerros en niños y los niños en becerros, y aplasta la cabeza de la serpiente (31).

Predica Krishna la unidad de Dios y la inmortalidad del alma. Reconviene al clero por su ambición e hipocresía y divulga los secretos del santuario. Según tradición, pereció Krishna víctima de las iras clericales y le abandonaron todos los discípulos menos Arjuna su predilecto.

Parece que murió clavado en una cruz por una flecha (35). Por fin, asciende a los cielos (swarga) y se convierte en nirguna.

Según los cálculos de la ciencia europea y los cómputos ceilaneses, nació Gautama hace 2.540 años.

Fue hijo de un rey, y eligió sus primeros discípulos entre mendigos y pastores.

Unos le consideran como encarnación de Vishnú, otros como la de uno de los Budas y algunos como la de la Sabiduría suprema (Ad’Buddha).

La leyenda cristiana presenta a Gautama bajo el nombre de San Josafat, hijo del rey de Kapilavastu, que asesinó a multitud de jóvenes cristianos (24).

La madre de Gautama fue Maya o Mayadeva, que no obstante su matrimonio, se mantuvo virgen inmaculada.

Está dotado Gautama de los mismos poderes y cualidades y opera prodigios análogos a los de Krishna. Pasa la vida acompañado de mendicantes. Dicen los budistas que Gautama fue distinto de los demás avatares, pues en estos sólo se infundió parte (ansa) de la Divinidad, al paso que en él se encarnó enteramente el espíritu de Buddha.

Gautama aplasta la cabeza de la serpiente, cuyo culto fetichista abroga en todas partes; pero como Jesús, da a la serpiente el emblema de la sabiduría divina.

Abole la idolatría, divulga los misterios de la unidad de Dios y del nirvana, cuyo verdadero significado tan sólo conocían hasta entonces los sacerdotes. Perseguido por sus enemigos, tuvo que huir del país para librarse de la muerte, y acompañáronle en la huída unos cuantos centenares de creyentes en su misión búdica.

Muere rodeado de sus discípulos, entre quienes está Ananda, el predilecto, primo suyo y cabeza de los demás. En muchas pagodas se le representa sentado sobre un árbol cruciforme (32), el “Árbol de la Vida”. Otras imágenes le representan con una cruz en el pecho, sentado sobre la Naga o reina de la serpiente (36). Gautama alcanza el Nirvana.

Se supone que Jesús nació hace 1.877 años. es de la estirpe real de David. Los pastores le adoran al nacer y se le da el sobrenombre de Buen Pastor (21).

Se mantienen secretos su nacimiento y alcurnia para despistar al tirano Herodes.

Es la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo (22).

Fugitivos de la persecución de Herodes, tetrarca de Jerusalén, le llevan sus padres por aviso de un ángel a Matarea o Madura de Egipto donde obra sus primeros milagros (25). Con propósito de matarle, ordena Herodes la degollación de los inocentes, cuyo número se calcula

La madre de Jesús fue Mariam o Miriam, que no obstante su matrimonio con José se mantuvo virgen, aunque concibió otros hijos.

Está dotado de las mismas cualidades y poderes que Krishna y Gautama (28).

Frecuenta el trato de publicanos y pecadores y expele demonios (29). Lava los pies a sus discípulos y después de su muerte desciende a los infiernos para sacar a las almas de los santos padres y sube a los cielos.

Aplasta la cabeza de la serpiente (33), transforma a los cabritos en niños y en niños a los cabritos (34).

Acusa Jesús de hipócritas y dogmatizantes a los rabinos, escribas y fariseos. Quebranta el precepto del sábado y trasgrede la letra de la ley mosaica. Divulga los secretos del santuario y los fariseos le acusan de blasfemo. De sus discípulos, Uno le niega, otro le traiciona, y al fin todos le abandonan menos Juan, el predilecto.

Muere en el árbol de la cruz (37) y asciende al Paraíso.

IDENTIDAD DE KRISHNA Y CRISTO

Tal es el esquema biográfico de los fundadores de estas tres religiones que parecen mallas de una misma cadena (38). Si los dogmatistas cristianos no hubiesen pasado más adelante, seguramente que no fueran tan desastrosas las consecuencias, pues no cabía derivar perniciosos sistemas religiosos de las sublimes enseñanzas de Krishna y Gautama; pero transpusieron todo límite y adulteraron la pureza del primitivo cristianismo con las fábulas exotéricas de Hércules, Orfeo y Baco. Así como los musulmanes niegan todo parentesco del Corán con la Biblia, así también los cristianos se resisten a reconocer que casi todo su dogmatismo está tomado de las religiones de la India. Sin embargo, la cronología demuestra evidentemente esta derivación, por más que algunos orientalistas traten inútilmente de atribuir la identidad característica de Krishna y Cristo al relato de los apócrifos Evangelios de la Infancia y de Santo Tomás, que, según dichos críticos, se difundieron copiosamente por la costa de Malabar, dando con ello motivo a que en la figura de Cristo se convirtiese Krishna (39). Sin embargo, lo cierto es que, inversamente, la figura de Krishna precedió a la de Cristo, pues cuando el apóstol Tomás halló en Malabar la creencia en Krishna, tuvo buen cuidado de incorporarla en todo y por todo a la figura de Cristo, y al efecto copió en su Evangelio los rasgos principales del avatar indo, y con ello introdujo la herejía cristiana en el induísmo. Quien conozca el temperamento de los brahmanes repugnará desde luego por ridícula la suposición de que fuesen capaces de copiar símbolo alguno de gentes extranjeras. Sus firmísimas creencias religiosas, que siglo tras siglo resisten el influjo occidental, no les consiente interpolar en sus libros sagrados alegóricos relatos de ajenas religiones.

No nos detendremos a examinar las íntimas analogías entre los rituales budista-lamaico y romano, cuya exposición tan cara le costó al abate Huc, sino que nos contraeremos a cotejar los puntos más importantes. De los textos budistas que de diversos idiomas orientales se han traducido a los europeos, merecen preferente mención el Dhammapada (Sendero de virtud), traducido del pali por el coronel Rogers (40), y la Rueda de la Ley (41), en cuya lectura halló Inman tan sorprendentes analogías, que le determinaron a decir:

Después de cuarenta años de convivencia entre los defensores y los adversarios del cristianismo, declaro con toda sinceridad que los segundos aventajan en virtud y pureza moral a los primeros. Conozco personalmente a muchos y muy piadosos cristianos cuya conducta admiro y me tendría por dichoso en imitar; pero que precisamente merecen esta loa por haber antepuesto a la doctrina de la fe la de las buenas obras... A mi modo de ver, los cristianos más puros que conozco son los budistas reformados, quienes seguramente no han oído hablar nunca de Siddartha (42).

Entre los dogmas y ceremonias de las religiones budistas-lamaica y romana hay cincuenta y un puntos de coincidencia y cuatro de discrepancia (43). Estos últimos son:

1.º Afirman los budistas que no puede ser enseñanza de Gautama cuanto contradiga a la sana razón.

Los católicos romanos admiten cualquier contrasentido que la Iglesia defina dogmáticamente.

2.ª Los budistas no adoran a la madre de Gautama (44).

Los católicos adoran a la madre de Jesús e impetran su protección y auxilio (45).

3.º Los budistas no tienen sacramentos.

Los católicos tienen siete.

4.º Los budistas creen que los pecados no quedan perdonados hasta reparar el mal causado por ellos.

Los católicos creen que la sangre de Cristo basta para lavar las culpas de todos los pecadores que confiesen la fe cristiana (46).

LA RUEDA DE LA LEY

Dice La Rueda de la Ley:

Creen los budistas que todo pensamiento, palabra y obra es causa de un efecto que reaccionará más o menos tarde. el efecto es de la misma naturaleza de la causa, y así toda buena acción producirá un bien y toda mala acción producirá un mal (47).

Tal es la estricta e imparcial justicia de una Potestad suprema que no puede equivocarse ni sentir ira ni compasión, sino que deriva de toda causa sus naturales efectos. Aquellas palabras de Jesús: “Pues con el juicio con que juzgareis seréis juzgados y con la medida con que midiereis os volverán a medir” (48) contrarían tanto en letra como en espíritu la idea de la salvación propia por merecimiento ajeno. La ira y la misericordia son sentimientos finitos e incompatibles por lo tanto con la infinidad de Dios, en quien sólo cabe inflexible justicia distributiva (49). En La Rueda de la Ley explica su sutor el concepto de Dios en el siguiente pasaje:

El budista cree en la existencia de un Dios sublimemente superior a todas las cualidades y atributos humanos, un Dios perfecto que trasciende el amor, el odio y los celos, que reposa tranquilamente en el seno de imperturbable dicha. El budista veneraría a este Dios sin propósito de agradarle ni temor de disgustarle, porque fuera de por sí digno de ser amado. Pero el budista no concibe un Dios con los mismos atributos y cualidades de los hombres; un Dios que siente amor, odio y cólera; un Dios que, según lo pintan los cristianos, musulmanes, judíos e induístas, resulta inferior a los hombres de mediana moralidad (50).

Muy extraños son los conceptos que de Dios y su justicia tienen los cristianos cuya razón está ofuscada por los prejuicios religiosos que el clero les imbuye. La doctrina de la redención es a todas luces ilógica y una de las más perniciosamente desmoralizadoras, sin otro resultado que subyugar más gravemente la conciencia de las gentes.

Según la moral eclesiástica de la Iglesia romana, la sangre derramada por Jesús en su voluntario sacrificio por la salvación del linaje humano tiene la suficiente eficacia para lavar todo pecado por enorme que sea, pues la misericordia de Dios es infinita y siempre dispuesta a abrir las puertas del Paraíso al pecador arrepentido, aunque se arrepienta en el último instante de su vida. Así lo hizo en la cruz el buen ladrón, y así pueden hacerlo según la Iglesia romana otros tan malvados como él.

CRÍTICA DEL PERDÓN

Pero si trasponiendo el estrecho círculo de la fe dogmática consideramos el universo como un todo equilibrado por la perfecta armonía de sus elementos constituyentes, el sano juicio y el más rudimentario sentimiento de justicia chocarán contra la doctrina del perdón de los pecados por merecimiento ajeno. sI el pecador sólo se perjudicase a sí mismo y por medio de un sincero arrepentimiento pudiese borrar su culpa de la memoria de los hombres y de los indelebles anales que ni el mismo Dios lograría torcer, tendría algún viso de justicia la doctrina de la redención; pero es absurdo sostener que quien perjudica a sus semejantes y perturba el equilibrio de la sociedad y el orden natural de las cosas, se conmueva al fin por el miedo, la esperanza o la violencia y alcance el perdón de sus crímenes gracias a los méritos de una sangre que lava las manchas de otra sangre. No es posible evitar las consecuencias de una culpa como se darían por evitadas con el perdón de los pecados (51). Los efectos de una causa trasponen los límites de una misma causa, y por lo tanto las consecuencias de un crimen no se contraen al ofensor y al ofendido, sino que repercuten en el universo entero como la piedra que conmueve toda la masa líquida al caer en un estanque y produce ondas cuyo número y rapidez dependen del tamaño de la piedra; pero aun el más diminuto grano de arena producirá efectos ondulatorios en el agua del estanque. El choque se transmite en todas direcciones, molécula por molécula de la masa líquida, hasta conmoverla toda. Pero no se detiene aquí la acción, sino que se dilata a las capas atmósfericas en contacto con la superficie del agua y se difunde por el espacio. Ha vibrado la materia y nadie es capaz de anular su vibración.

Lo mismo ocurre con las buenas o malas acciones, cuyos efectos perduran en el espacio y en el tiempo por instantánea que haya sido la causa. Cuando sea posible anular en el espacio y en el tiempo los efectos dinámicos de la piedra arrojada en el estanque, entonces y sólo entonces podremos admitir el dogma de la redención tal como lo entiende el clericalismo romano. Es verdaderamente incomprensible que un asesino cuya brutal acometida no dio tiempo a su víctima para arrepentirse ni de invocar a Jesús para que le lavara con su sangre y morir en estado de gracia (y por lo tanto fue causa de que se condenara, según el dogma), reciba poco antes de subir al cadalso los auxilios espirituales y obtenga por ellos el perdón del crimen cometido y con él la felicidad perdurable de los bienaventurados, mientras que su víctima ha de penar eternamente en el infierno (52). A no ser por el crimen no hubiera tenido el asesino ocasión de arrepentirse y salvarse.

Otro ejemplo nos ofrece el crimen de seducción, uno de los más frecuentes y de los que denotan mayor egoísmo y dureza de corazón. La sociedad rechaza de su seno a la víctima, que al verse despreciada busca remedio a su desgracia en el suicidio o, si teme a la muerte, se hunde en el vicio, expuesta a ser madre de criminales (53) que a su vez procreen toda una generación de malvados. ¿Podrá perdonar la divina justicia al causante de tan graves daños sociales y castigará únicamente a los engendros de su lujuria?

En Inglaterra y los Estados Unidos ha ido introduciendo el clero anglicano la confesión auricular, a estilo de la Iglesia romana, fundándose, lo mismo que ésta, en la potestad conferida por Jesús al apóstol San Pedro cuando le dijo:

Y a ti daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo que ligares sobre la tierra, ligado será en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos (54).

Sin embargo, queda invalidada esta alegación al considerar los cinco puntos siguientes:

1.º Que la divinidad de Jesucristo no se definió dogmáticamente hasta dos siglos después de la muerte del iniciado Jesús.

2.ª Que en consecuencia no tenía autoridad para conferir a Pedro el poder de perdonar los pecados.

3.º Que la palabra petra (roca) se refería a las verdades reveladas del Petroma y no al discípulo que había de negarle tres veces.

4.º Que la sucesión apostólica es una grosera y evidente superchería.

5.º Que el Evangelio llamado de San Mateo es amañada copia de un manuscrito enteramente distinto.

Resulta, por lo tanto, la confesión auricular una violencia que por igual se hace al sacerdote y al penitente. Por otra parte, si los titulados ministros de Dios recibieron la potestad de perdonar los pecados, ¿cómo no recibieron también el don de milagros para reparar los perjuicios resultantes del pecado contra cosas y personas?

Así lo demandarían las más rudimentarias nociones de justicia. Cuando resuciten al asesinado, devuelvan honra y hacienda a quienes por robadora mano las pierden y pongan en el fiel las balanzas de la justicia podremos creer en su potestad de atar y desatar en la tierra; pero hasta ahora sólo le han dado al mundo sofismas propios para alimentar la fe ciega, sin pruebas palpables de la justicia divina. Todos callan; nadie responde a estas objeciones y entretanto la inexorable e infalible ley de ponderación prosigue su camino, prescindiendo de creencias y confesiones religiosas y tratando por igual a paganos y cristianos. nO hay absolución capaz de escudar a estos cuando culpables, ni anatema bastante a confundir a aquéllos cuando inocentes.

Desechemos el insultante concepto que de la justicia divina mantienen los clérigos por su propia autoridad para regocijo de cobardes y criminales, pues contra la legión de doctores y teólogos que lo defienden se levanta con suprema autoridad la eterna ley de armonía y justicia.

SACRIFICIO DE JESÚS

Pero hay además otro argumento igualmente poderoso contra la tergiversada interpretación de la justicia divina. Si los cristianos creen como verdades reveladas las narraciones evangélicas, ¿en qué pasaje aparece que Jesús se ofreciera en voluntario sacrificio? Por el contrario, del texto se infiere que deseaba cumplir su misión y que murió al verse traicionado de modo que no podía llevarla a término. Antes de la entrega rehuía los peligros, haciéndose invisible por medio del mismo poder hipnótico sobre los circunstantes de que goza todo adepto oriental; pero cuando vio llegada su hora, sometióse a la ineludible ley del destino. En el huerto de Getsemaní le ruega al Padre que a ser posible aparte de él aquel cáliz y en su aflicción tremenda suda gotas de sangre. Desfallece en la lucha y ha de bajar del cielo un ángel para confortarle. Por fin dice: “Mas no se haga mi voluntad sino la tuya” (55). Ciertamente que ésta no es la figura de un mártir que de su propia voluntad se entrega al sacrificio.

Análogamente a este episodio de la vida de Cristo se nos ofrece en la de Krishna aquel otro en que clavado en un árbol por la flecha de un cazador, le responde a éste que implora perdón:

-Ve, ¡oh cazador!, por mediación mía a los cielos donde moran los dioses.- Y unido Krishna con su puro, imperecedero y nonato espíritu, idéntico al de Vasudeva, desechó su cuerpo mortal para convertirse en nirguna (56).

¿No se ve aquí el episodio del Calvario, cuando Cristo perdona al buen ladrón y le promete un lugar en el paraíso?

Sobre esto dice Lundy:

Semejantes ejemplos, muy anteriores al cristianismo, demandan que se investigue y compruebe su origen. El concepto de Krishna como pastor es a mi entender una figura profética de Cristo, mucho más antigua que el Evangelio de la infancia y el de San Juan (57).

Analogías como éstas dieron posteriormente pretexto para declarar apócrifas todas las obras que, como las Homilías, demostraban el primitivo origen y verdadero significado de la doctrina de la redención, no definida por autoridad alguna. Las Homilías difieren muy poco de los Evangelios, pero discrepan completamente del dogmatismo teológico.

Nada sabía de la redención el apóstol San Pedro, y su respeto hacia el mítico padre Adán no le hubiera consentido creer que este patriarca pecó y lo maldijo Dios. Las escuelas alejandrinas no conocieron este dogma, ni tampoco habla de él Tertuliano, ni lo discutieron los Padres de la Iglesia. Filo Judeo expone simbólicamente la caída del hombre y Orígenes y San Pablo la consideran como una alegoría (58).

El dogmatismo cristiano toma al pie de la letra el episodio del Paraíso en que la serpiente tienta a Eva.

Sobre esto dice San Agustín:

Por su libérrima voluntad elige Dios a cierto número de humanas criaturas sin tener en cuenta sus acciones y su fe, y las predestina a la salvación o a la condenación eterna (59).

CRUEL DOCTRINA DE CALVINO

También Calvino expone conceptos igualmente abominables acerca de la justicia divina, pues dice sobre el particular:

Corrompido el linaje humano por la caída de Adán, lleva en sí el estigma del pecado original que sólo pueden borrar los méritos de un Salvador encarnado para redimir a la humanidad. Sin embargo, del beneficio de la redención disfrutan únicamente las almas de antemano elegidas y predestinadas, a las que voluntariamente favorece Dios con su gracia, pues los demás hombres están predestinados a eterna condenación por decreto inmutable del plan divino. La justificación se obtiene por la fe, y la fe es un don de Dios.

De lo expuesto inferiremos cuánto y cuánto se ha blasfemado de la justicia divina, pues la propiciatoria eficacia de la sangre no es creencia originariamente cristiana, sino que la encontramos en los más antiguos ritos. Todos los pueblos ofrecían a los dioses sacrificios cruentos de víctimas animales y aun humanas, con la esperanza de aplacar su ira y tenerlos propicios de modo que les librasen de las públicas calamidades. La historia nos ofrece ejemplos de generales griegos y romanos que dieron su vida en sacrificio por la salvación del pueblo. Julio César observó la misma costumbre entre los galos y dice a este propósito:

Se entregan voluntariamente a la muerte, pues creen que los dioses inmortales sólo quedan satisfechos cuando se les ofrece vida por vida.

Los sacerdotes egipcios tenían la siguiente fórmula de invocación sacrificial:

Caiga sobre la cabeza de la víctima todo mal que amenace a los sacrificadores o al pueblo egipcio (60).

Por otra parte, oímos decir a Gautama:

Caigan sobre mí los pecados del mundo para que el mundo sea salvo.

Nadie se atreverá en nuestra época a decir que los egipcios remedaron a los israelitas (61), pues Bunsen, Lepsius y Champollión han demostrado con toda evidencia la mucha mayor antigüedad del pueblo egipcio respecto del hebreo, cuyos ritos religiosos son por lo tanto remedo de los de sus predecesores. El Nuevo Testamento (62) abunda en repeticiones y paráfrasis de El Libro de los muertos, y según las palabras que en boca de Jesús ponen los evangelistas, debió estar familiarizado el fundador del cristianismo con los himnos funerarios de los egipcios (63).

En el “Recinto de las dos verdades” el alma comparece ante Osiris, el “señor de la Verdad”, que está sentado en su trono con la cruz egipcia como emblema de la vida eterna y el cetro o la vara de la justicia (64) en la diestra. El alma invoca anhelosamente al dios y después procede a enumerar todas sus acciones que confirman o recusan los cuarenta y dos jueces en quienes están personificadas las buenas y malas acciones del declarante. Si logra justificarse le confieren los jueces el título de Osiris en significación de su divino origen, y le dicen estas palabras llenas de majestuosa justicia:

Abrid paso al Osiris. Ya veis que está sin mancha. Vivió en la verdad y se alimentó de la verdad. El dios le ha acogido benévolamente según deseaba, porque dio de comer al hambriento y de beber al sediento y vistió al desnudo. Con el sagrado manjar de los dioses alimentó a los espíritus.

OSIRIS Y JESÚS

Análogamente vemos que el Hijo del Hombre (65) sentado en el trono de su gloria juzgará a todas las gentes diciendo:

Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el establecimiento del mundo.

Porque tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber...; desnudo y me cubristeis (66).

Para mayor semejanza con Osiris tenemos que San Juan Bautista dice de Jesús:

Su bieldo en su mano está; y limpiará bien su era y recogerá su trigo en el granero... (67).

Las mismas analogías se advierten entre los relatos cristianos y los budistas. Ejemplo de ello tenemos en el siguiente pasaje:

Venid en pos de mí y haré que vosotros seais pescadores de hombres (68).

Este mismo concepto aparece en el símil aplicado por los textos budistas a un convertido “que había quedado preso en el anzuelo de la doctrina como el pez que muerde el cebo y con el sedal lo saca el pescador del agua” (69).

En las pagodas siamesas el futuro buda Maitreya está representado con una red en la mano, mientras que en las tibetanas lleva una especie de lazo. La explicación de la alegoría es como sigue:

Sobre el océano del nacimiento y la muerte esparce el Buddha la flor del Loto de la Buena Ley a manera de cebo puesto en el anzuelo de la devoción que jamás arroja en vano, pues siempre pesca hombres y se los lleva a la otra margen del río donde está el verdadero conocimiento (70).

Si Grabe, Parker y el erudito arzobispo Cave viviesen en estos nuestros tiempos de erudición orientalista a lo Max Müller, de seguro que no se esforzaran en dar autoridad canónica a las Epístolas de Jesucristo y Abgarus, rey de Edessa. Eusebio, obispo de Cesárea, fue el primero en mencionar estas Epístolas, como si se empeñara en aducir pruebas de las extravagantes fantasías de los dogmatistas. No sabemos si Eusebio conocía los idiomas cingalés, pahlavi, tibetano y otros; pero cierto es que de los textos budistas transcribió las Epístolas de Jesús y Abgarus con la leyenda del milagroso lienzo que reprodujo la faz de Cristo por la impresión del sudor. El mismo eusebio declara (71) que en los archivos de la ciudad de Edessa, donde reinaba Abgarus, encontró una Epístola de este rey escrita en siriaco. Recordemos sobre ello las palabras de Babrias:

El mito, ¡oh hijo del rey Alejandro!, es una antigua invención de los sirios que vivieron en otro tiempo bajo el dominio de Nino y Belo.

Edessa fue una de las ciudades sagradas de la antigüedad, que todavía tienen en mucha veneración los árabes, pues en ella se habla el idioma árabe en toda su pureza y la llaman Orfa. Antiguamente llevó el nombre de Arpha-Kasda (Arfajad) y fue sede de un colegio de magos, cuyo misionero, llamado Orfeo, introdujo en Tracia los misterios báquicos. Allí encontró Eusebio las narraciones que le sirvieron para entresacar la leyenda de Abgarus y del retrato que de Tathâgâta (72) habí obtenido en el lienzo el rey Bimbis*ara (73).

Análogamente, el gnóstico autor del cuarto Evangelio plagió la leyenda budista, según la cual, Ananda, el discípulo favorito de Gautama, encontró junto a un pozo a una mujer matangha, quien le responde al monje diciendo que era de casta inferior y ningún trato podía tener con él, a lo cual replica el discípulo:

No te pregunto, ¡oh hermana mía!, por tu casta y parentela. Tan sólo te pido si puedes darme agua.

Conmovida la mujer por estas palabras se deshace en lágrimas, y arrepentida de su licenciosa conducta se convierte a la religión budista y viste el hábito monacal de los mendicantes de Gautama.

EPISODIO DE LA SAMARITANA

Este episodio se ve reproducido en la escena de Jesús y la Samaritana junto al pozo (74) de donde esta mujer iba a sacar agua cuando el Maestro le pidió de beber. Las circunstancias del relato budista sirvieron a los autores cristianos para forjar las figuras de María Magdalena y otras santas y mártires del cristianismo.

Otra analogía advertimos en los siguientes pasajes:

Y todo el que diere a beber a uno de aquellos pequeñitos un vaso de agua fría tan solamente en nombre de discípulo, en verdad os digo que no perderá su galardón (75).

Quien con puro corazón ofrezca tan sólo un vaso de agua a la asamblea espiritual o apague la sed del pobre o de un animal silvestre, mantendrá durante muchas épocas el merecimiento de su acción (76).

Al nacer Gautama refiere la leyenda que hubo en el mundo treinta y dos millares de maravillas. Detuvieron las nubes su marcha y los ríos su curso; no florecieron las plantas; enmudecieron de asombro las aves; la Naturaleza toda quedó suspensa de admiración. Una luz celestial iluminó los espacios; los brutos apartaron su boca del sustento; los ciegos recobraron la vista y los mudos el habla y los lisiados el movimiento (77).

Análogamente dice un texto cristiano con relación al nacimiento de Jesús:

En el instante de la Natividad miró José al cielo y vio que las nubes suspendían su marcha y las aves detenían su vuelo y los cabritos que a orilla del río tocaban con la boca el agua sin beberla... Y vio los rebaños dispersos y, sin embargo, la oveja estaba allí...

Una refulgente nube se posó encima de la cueva iluminándola con tan viva claridad que ofuscaba la vista... Sanó Salomé de la mano que seca tenía... Los ciegos volvieron a ver y hablaron los mudos y anduvieron los lisiados (78).

Refieren los biógrafos de Gautama que en la escuela despuntó entre todos sus condiscípulos por su facilidad en aprender no sólo la lectura y la escritura sino también las matemáticas, metafísica y astronomía, de la propia suerte que venció en el pugilato y el manejo del arco. Fue tal su sabiduría que enseñó a sus propios maestros sesenta y cuatro distintas clases de escritura hasta entonces desconocidas (79). Mucha semejanza ofrece con este relato lo que los libros cristianos cuentan de la infancia de Jesús, diciendo:

Y doce años tenía Jesús cuando un muy principal rabino le preguntó si había leído libros, y un astrónomo si había estudiado astronomía. Y el señor Jesús les respondió explicándoles cosas que la razón humana no descubrió jamás, acerca de las esferas celestes y de la física y la metafísica y de la constitución del cuerpo humano y de la manera como el alma actúa en el cuerpo. Y a todo esto quedó tan sorprendido el rabino, que no pudo por menos de exclamar: Creo que este niño nació antes que Noé. Sabe más que todos los maestros (80).

Los preceptos de Hillel, que murió cuarenta años antes de nacer Jesús, están reproducidos en el Sermón de la Montaña, y esto corrobora la aseveración de que nada dijo Jesús que antes no hubiesen dicho otros maestros. El Sermón de la Montaña contiene preceptos budistas aceptados por los esenios, órficos, neoplatónicos y filohelénicos que, como Apolonio, vivían ascéticamente. Predica Jesús el desprecio de las riquezas terrenas, el amor al prójimo, la castidad, la resignación, la confianza en el Padre que ha de proveer a las necesidades del mañana (81). Promete la bienaventuranza a los pobres de espíritu, a los mansos, a los que han hambre y sed de justicia, a los misericordiosos y pacíficos, y como Gautama, representa a los ricos y soberbios la dificultad de entrar en el reino de los cielos.

Todo su Sermón es un eco de los preceptos del monaquismo budista (82). Para conocer al Jesús histórico es preciso prescindir completamente del Cristo mítico y considerar lo que de la humana figura del Maestro nazareno dice el Evangelio de San Mateo. En el Sermón de la Montaña encontramos resumidas sus enseñanzas, opiniones e ideales religiosos.

FRACASO DE LOS MISIONEROS

Por esta razón fracasan los misioneros en su intento de convertir a los induístas y budistas, quienes ven que las excelencias de la nueva religión ofrecida a su sentimiento, se contraen a especulaciones teóricas, mientras que, según su nativa fe, es indispensable corroborar con obras las palabras. Los misioneros cristianos no aciertan a comprender el espíritu de una religión basada en la doctrina de las emanaciones, tan contradictoria de la teología occidental; pero la lógica de los metafísicos budistas es tan rigurosa e inflexible que deja sin réplica a eruditos de la talla de Gutzlaff (83) y Judson, famoso misionero de la secta de los bautistas, quien confiesa el mucho embarazo en que se vio para redargüir a los teólogos budistas, de entre los cuales cita a uno llamado Uyan, y dice de él que su poderosa inteligencia abarcaba las más difíciles cuestiones y su palabra era suave como el aceite, dulce como la miel y aguda como filo de navaja, de suerte que no había medio de resistir a su poderosa dialéctica. Sin embargo, parece que más tarde advirtió el misionero Judson que no había comprendido rectamente la doctrina budista, pues confiesa que el ateísmo sospechado en ella es en último término un refinamiento conceptuoso de las Escrituras budistas, y advierte que en este sistema religioso, además del estado búdico, por cuya virtud pueden superar a las divinidades subalternas los hombres que lo alcanzan, hay también vislumbres de una suprema Divinidad, alma del mundo, anterior y superior a todos los budas (84).

De la propia suerte, los tan calumniados chinos creen en un solo y único Dios, supremo gobernador de los cielos, a quien llaman Yuh-Hwang-Shang-ti, cuyo nombre está grabado, sin otro alguno, en la tabla de oro del altar celeste en el grandioso templo T’Iantan, de Pekín. Sobre el particular dice Yule:

Según refiere el cronista de la embajada musulmana que el sha Rukh envió a China por los años 1421 de J. C., el soberano del celeste imperio se retira en algunas solemnes festividades a un altar del templo principal que no tiene ídolo ninguno, y allí adora al Dios del cielo.

Respecto del sabeísmo, que muchos asiriólogos tienen por idolatría, dice Chwolsohn que el erudito árabe Shahrastani decía ya en su tiempo:

Dios es demasiado grande y sublime para ocuparse direcamente en el gobierno de nuestro mundo, y por lo tanto ha delegado su potestad en los dioses, aunque reservándose los asuntos de capital importancia. Además, el hombre es muy insignificante para relacionarse directamente con el Altísimo, y así ha de elevar sus plegarias y ofrecer sus sacrificios a las divinidades subalternas a quienes Dios confió el gobierno de este mundo (86).

El misionero portugués P. Buri, que estuvo en Cochinchina en el siglo XVI, se lamenta de que todos los ritos, ceremonias, vestiduras, símbolos y ornamentos de la Iglesia romana hayan sido “remedados por el demonio” en aquel país. Cuando el misionero exhortó a los indígenas a que abandonaran el culto de los ídolos, le respondieron diciendo que eran imágenes representativas de hombres eminentes en virtud de sabiduría a quienes tributaban el mismo culto que los católicos a sus mártires y confesores (87), y aun así sólo les rendía esta veneración el ánimo del vulgo, pues la filosofía religiosa del budismo no admite ídolos ni fetiches. La robusta y potente vitalidad de esta filosofía dimana de su metafísico concepto del Yo humano, de la espiritual individualidad, no de la física y terrena, por donde serpentea el cauce del río nirvánico cuyo flujo conduce a la suprema felicidad. Las doctrinas budistas exhortan al hombre a imitar prácticamente el ejemplo de Gautama, y señalan especial importancia a las cualidades espirituales cuya educción es necesaria para operar milagros (meipos) en esta vida y conseguir ulteriormente el estado nirvánico.pero volvamos a tratar de las míticas analogías entre Krishna, Gautama y Cristo.

EL MISTERIO DE LA ANUNCIACIÓN

Las narraciones budistas nos dicen que Santusita (el Boddhisat) se le apareció a Mahâmâyâ, refulgente como nube en plenilunio, con un loto blanco en la mano. Venía del Norte, y anunció a la reina Mahâmâyâ el nacimiento de su hijo que del devaloka descendió a sus entrañas en el mundo de los hombres, en cuanto el ángel dio tres vueltas en torno del lecho de la reina (88). La analogía de este episodio con el de la aparición del arcángel Gabriel a la Virgen María para anunciarle la encarnación del Hijo de Dios en su seno, se advierte más claramente en las iluminaciones de los salterios medioevales (89).

Los anales budistas en idioma pali, y otros textos de esta religión, dicen que Mahâmâyâ (90) y cuantos la asistían estaban favorecidos con el don de ver la gestación del niño Bodhisatva en el seno materno, desde donde ya difundía sobre la humanidad el argentino resplandor de su futura misericordia (91).

Asimismo aparece en las narraciones budistas el episodio de la Visitación. Dicen los anales palis que estando Mahâmâyâ encinta de Gautama, fue a visitar a una prima suya (92) que estaba encinta de Ananda, el que después fue discípulo predilecto de Buda. Según el relato, los frutos de ambos vientres saltaron de gozo en los senos de sus respectivas madres cuando éstas se saludaron, y lo mismo se lee en los Evnagelios, según nos muestra el siguiente pasaje:

Y cuando Elisabeth oyó la salutación de María, la criatura dio saltos en su vientre (93).

ADVENIMIENTOS DE KRISHNA Y CRISTO

Comparemos ahora los pasajes de las Escrituras cristianas en que se profetiza la venida de Cristo con las profecías que referentes al advenimiento de Krishna encontramos en las ramatsariarianas tradiciones del Athârva, los Vedangas y Vedantas (94). Para la mejor comprensión de los textos, los cotejaremos sinópticamente:

TEXTO INDUÍSTA

TEXTO CRISTIANO

1. El Redentor vendrá coronado de luz, y el purísimo fluído que brote de su poderosa alma disipará las tinieblas (Atharva).

1. Pueblo que estaba sentado en tinieblas vio una gran luz (San Mateo, IV. 16)

El pueblo que andaba en tinieblas vio una grande luz (Isaías, IX, 2).

2. En los comienzos del Kali-yuga nacerá el hijo de la Virgen (Vedanta).

... He aquí que concebirá una Virgen y parirá un Hijo... (Isaías, VII, 14).

He aquí, la Virgen concebirá y parirá hijo... (San Mateo, I, 23).

3. Vendrá el Redentor, y los malditos rakhasas irán a refugiarse en lo más profundo del averno (Atharva).

3. He aquí que Jesús de Nazareth con el glorioso resplandor de su divinidad ahuyentó a las Potestades tenebrosas (Evangelio de Nicodemo).

4. Vendrá Él, y la vida desafiará a la muerte, porque Él reavivará la sangre de todos los cuerpos y purificará las almas.

4. Y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás (San Juan, X, 28).

5. Vendrá Él, y todos los seres animados, flores, plantas, hombres, mujeres, niños, esclavos, entonarán cánticos de alegría, porque Él es el Señor de todas las criaturas, es poder, sabiduría, belleza. Él lo es todo y está en todo (Atharva).

5. Regocíjate mucho, ¡oh hija de Sión!; canta, ¡oh hija de Jerusalén! Mira que tu Rey vendrá a ti justo y salvador...

Porque ¿cuál es el bien de Él y cuál es su hermosura, sino el trigo de los escogidos y el vino que engendra vírgenes? (Zacarías, IX, 9 y 17).

6. Vendrá Él. Es más dulce que mieles y ambrosía, más puro que cordero sin mancha (Atharva).

6. Y mirando a Jesús que pasaba dijo: He aquí el Cordero de Dios (San Juan, I, 36).

Él se ofreció porque Él mismo lo quiso y no abrió su boca. Como oveja será llevado al matadero, y como cordero, delante del que lo trasquila enmudecerá... (Isaías, 53, 7).

7. Feliz el bendito seno que lo ha de llevar (Atharva).

7. Bendita tú entre las mujeres. Bienaventurado el vientre que te trajo (San Lucas, I, 28; XI, 27).

8. Y Dios manifestará su gloria y resplandecerá su poder y se reconcilará con sus cristuras (Atharva).

8. Y la Vida fue manifestada (I Epístola de San Juan, I, 2).

Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo (San Pablo: II, Corintios, V, 19).

9. El rayo del esplendor divino recibirá forma humana en el seno de una virgen que parirá sin mancilla (Vedangas).

9. Lo que no sucedió jamás, una virgen parirá un hijo, parirá al Señor sin que contacto impuro la Mancille (Evangelio de María, III).

Por mucho que se exagere o no se exagere la antigüedad de los Vedas, siempre resultarán estas profecías anteriores al cristianismo con su cumplimiento en Krishna, que precedió a Cristo.

Una de las obras mejor documentadas sobre el particular es el Cristianismo monumental, de Lundy, cuya asombrosa erudición se ha valido de las esculturas de los templos, de monumentos antiquísimos, de inscripciones y otros testimonios infalibles que, salvados de la piqueta iconoclasta, del cañón de los fanáticos y de los estragos del tiempo, aseveran la precedencia de los más insignificantes símbolos cristianos en las religiones de Krishna, Buda y Osiris. Nos muestra Lundy a Krishna y Apolo en alegórica figura del Buen Pastor. A Krishna con el cruciforme chank, con el chakra, y crucificado en el espacio (95). Esta figura, tomada por Lundy del Panteón indo de Moor, no puede por menos de poner en perplejidad a los arqueólogos cristianos por su asombroso parecido con los crucifijos del arte iconográfico, pues no falta en ella ni el más leve rasgo característico, según la describe el mismo Moor en este pasaje:

Aunque esta imagen se parece muchísimo a un crucifijo cristiano, opino que es anterior al cristianismo. El trazado, la actitud, los estigmas de los clavos en manos y pies indican origen cristiano, mientras que la coronilla parthiana de siete puntas, los rayos de gloria en la parte superior y la falta del leño y del inri señalan al parecer origen distinto. ¿Será acaso la figura del hombre-víctima o el sacerdote-víctima que, según la mitología inda, se ofreció en sacrificio antes que los mundos existiesen? ¿Será la figura del segundo Dios de Platón que se imprimió en el universo con los brazos en cruz (96)? ¿O será la del hombre divino que quiso someterse al tormento de azotes, cadenas y muerte en cruz?

Para nosotros es todo esto y mucho más, porque la arcaica filosofía religiosa fue universal.

KRISHNA CRUCIFICADO

Pero aunque Lundy contradice a Moor y sostiene que la figura en cuestión es la de Wittoba, uno de los avatares de Vishnú, resulta ser la de Krishna y por lo tanto anterior al cristianismo. Incurre Lundy en notoria contradicción al afirmar, por una parte, que la figura no tiene relación alguna con Cristo y creer, por otra que equivale a una profecía del Cristo. Dice Lundy en apoyo de su opinión:

En el crucifijo cristiano la aureola surge siempre de la cabeza, y en la figura induísta nace de arriba, exteriormente a la cabeza de la imagen. De esto se inferiría que el Wittoba sería el Krishna crucificado, el dios pastor de Mathura, el Salvador, el Señor de la Alianza de cielos y tierra, en quien se unifican la pureza y la impureza, la luz y las tinieblas, el bien y el mal, la paz y la guerra, la mansedumbre y la ira, el sosiego y la turbulencia, la misericordia y la justicia. Sería un Dios entreverado de hombre, pero no el Cristo del evangelio.

Sin embargo, la descripción de Lundy lo mismo debiera convenir a Jesús que a Krishna, pues también fue hombre por parte de madre, aunque se le suponga Dios por generación; y pruebas de su entreverada naturaleza tenemos en que maldice a la higuera y unas veces predica la paz y otras la guerra. Desde luego que el Wittoba publicado por Moor no representó jamás a Jesús de Nazareth, sino que, como el citado autor declara de acuerdo con las Escrituras induístas, es la imagen de Brahmâ en el carácter de sacerdote-víctima que asume su hijo Krishna al morir en la tierra por la salvación del linaje humano, cumpliendo de esta suerte el solemne sacrificio del Sarvameda; pero con todo, la significación de Krishna es idéntica a la de Jesús, porque ambos se identificaron con su Chrestos.

De cuanto llevamos dicho se concluye que o hemos de admitir las encarnaciones periódicas de espíritus superiores y entidades poderosas o hemos de repudiar la génesis del cristianismo como la mayor impostura y el más desahogado plagio que vieron los siglos.

En cuanto a la cronología bíblica, cuyo cómputo se atribuye nada menos que al Espíritu Santo, únicamente puede aceptarla tal como está expuesta el fanatismo ciego del clericalismo católico (97). Si creyéramos sin otro examen el relato bíblico, resultaría que el año 2298 de la creación del mundo se asentó Jacob con sus hijos, nietos y iservos, hasta setenta personas, en la tierra de Gessén; y que en el año 2513, o sea 215 después, eran ya tan numerosos sus descendientes, que había entre ellos 600.000 hombres útiles para la guerra, sin contar mujeres y niños, pues de contarlos tendríamos una población de dos a tres millones de individuos. Verdaderamente que la biogenesia no conoce ejemplo de tan asombrosa fecundidad más que en los arenques; pero basta la muestra para que los misioneros cristianos no se burlen con razón de los cómputos cronológicos de la India.

Dice Bunsen:

Dichosos, aunque no envidiables, son quienes admiten sin reparo que al frente de más de dos millones de hebreos salió Moisés de Egipto después de haber levantado al pueblo contra el rey en la gloriosa época de la dinastía XVIII, y que más tarde conquistaron la tierra de Canaán al mando de Josué, precisamente cuando los egipcios guerreaban con formidable empuje en aquel mismo país. Los anales de Egipto y asiria, cotejados con la exégesis bíblica, demuestran que el éxodo de los israelitas ocurrió en tiempo de Menephthah, y que Josué no pudo cruzar el Jordán antes de la Pascua de 1280, pues la última campaña de Ramsés III en tierras de Canaán o Palestina, corresponde al año 1281 (98).

Reanudemos ahora nuestros comentarios sobre la personalidad de Gautama, quien jamás escribió (como tampoco Jesús) ni una tilde de sus enseñanzas, por lo que hemos de juzgarlas por el testimonio de sus discípulos en su valor puramente intrínseco. A pesar de la notable semejanza entre las doctrinas de Gautama y Jesús, los expositores de una y otra parten de principios diametralmente opuestos, y en las frecuentes discusiones entre los misioneros cristianos y los teólogos budistas (99) llevan estos siempre la mejor parte por la contundente lógica de su argumentación, aparte de la paciente serenidad con que responde a los insultos e injurias del adversario, cuya conducta desdice de sus predicaciones. El teólogo budista permanece fiel a las enseñanzas de su Maestro, al paso que el misionero cristiano desnaturaliza la doctrina evangélica y suplanta lo que Jesús enseñó con las absurdas y no pocas veces perniciosas interpretaciones de los hombres (100).

Contra los anatemas pontificios y las decisiones absolutas de los concilios, que siempre pospusieron la razón a la fe y la ciencia a la revelación, se levantan humanitarias y benévolas estas palabras de Gautama el Buda:

No creáis una cosa porque muchos hablen de ella ni penséis que esto la pruebe verdadera.

No creáis lo que leyereis porque os digan que lo escribió un sabio, pues aunque así fuere, no sabéis si el sabio revisó el texto que leéis.

No toméis por verdaderas las ideas que fuera de lo vulgar se os ocurran, figurándoos que algún deva o ser maravilloso os las inspira.

No deis por cierto lo dudoso ni por seguro lo conjeturado ni lo sentéis como premisa para inferir conclusiones. Antes de contar el dos, tres y cuatro, fijad bien el uno.

No apoyéis vuestra opinión en la autoridad de vuestros instructores y maestros ni tampoco habéis de obrar tan sólo por imitación y remedo, sino que por vosotros mismos debéis conocer lo que los sabios dicen que es malo y punible, pues si únicamente lo creéis os causará pesares sin ventaja alguna, y en cambio cuando por experiencia lo conozcáis sabréis evitarlo (101).

Oigamos ahora a Roberto Dale Owen que dice:

Más pernicioso es todavía el culto de las palabras que el de las imágenes. La gramatolatría es el peor fetichismo. Hemos llegado a una época en que el verbalismo sofoca la fe... La letra mata (102).

LA TRANSUBSTANCIACIÓN

Estas palabras convienen más que a otro alguno al dogma católico de la transubstanciación apoyado en las siguientes palabras atribuídas a Jesús:

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (103).

A esto responden los discípulos:

Duro es este razonamiento, ¿y quién lo puede oír? (104).

Y replica Jesús con sabiduría de iniciado:

¿Esto os escandaliza?

El espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha.

Las palabras (remata o expresiones misteriosas) que yo os he dicho, espíritu y vida son (105).

Sobre el dogma de la transubstanciación dice More:

Nos ocupamos con demasiado celo en cosas que nos parecen papistas, y en cambio escatimamos nuestra repugnancia a las que verdaderamente lo son, como por ejemplo aquel burdo, grosero y escandaloso absurdo de la transubstanciación, sin contar las diversas formas de abominable idolatría con sus nefandas supercherías, la deslealtad hacia los legítimos soberanos por mantenerse en supersticioso vasallaje a la tiranía espiritual del papa, y la bárbara y salvaje crueldad contra quienes no son ni tan bobos para creer en semejantes imposturas ni tan hipócritas y falsos que conociendo algo mejor finjan creerlas (106).

En los Misterios el vino era símbolo de Baco (107) y el pan de Ceres (108). El hierofante, antes de la iniciación final ofrecía al candidato el pan y el vino para que de ellos comiera y bebiera en señal de que el espíritu iba a vivificar la materia e infundirse en su cuerpo la sabiduría divina por medio de los conocimientos que se le iban a comunicar. Además, Jesús solía compararse con la vid (109), y al hierofante revelador del petroma se le daba el título de Padre. Así es que cuando Jesús dice: “Bebed, ésta es mi sangre”, se compara con la vid que produce la uva, cuyo zumo es el vino, su sangre, para significar que así como él había sido iniciado por su Padre, deseaba iniciar a otros. Su Padre es labrador, él la vid y sus discípulos los sarmientos; pero como los judíos no entendían la simbólica terminología de los Misterios y por otra parte les prohibía la ley de Moisés derramar sangre, natural era que les sorprendieran las palabras de Jesús al decirles que comieran su carne y bebieran su sangre.

CARÁCTER DE JESÚS

En los Evangelios canónicos hay suficientes indicios de que el inmenso y desinteresado amor de Jesús a la humanidad le movió a divulgar entre las multitudes los conocimientos que se reservaban unos cuantos, y así predica la existencia de un Dios puramente espiritual cuyo templo es el hombre, pues en nosotros vive y nosotros vivimos en Él. Este mismo concepto tenían de Dios los iniciados de la escuela de Hillel y los judíos cabalistas; pero los escribas o doctores de la ley se habían separado de los tanaímes o verdaderos instructores espirituales, para caer en el dogmatismo textual y perseguir por heterodoxos a los cabalistas. De aquí que Jesús truene contra ellos diciendo:

¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os alzasteis con las llaves de la ciencia! Vosotros no entrasteis y habéis prohibido a los que entraban (110).

Muy claro es el sentido de este pasaje. Los doctores de la ley se apoderaron de la clave sin provecho alguno, pues no sabían manejarla para descubrir el verdadero significado oculto en los textos. Ni Renán ni Strauss ni D’Amberley comprendieron rectamente las parábolas de Jesús ni el carácter del insigne iniciado galileo. Para Renán fue Jesús un rabino heterodoxo, el de más simpática y gallarda mentalidad entre todos los rabinos, a quien llama repetidas veces “doctor sublime” (111), sin afiliarle por ello a la escuela de Hillel ni otra alguna, sino que nos lo presenta como un sentimental y entusiasta joven salido de la plebe galilea, cuya imaginación forja en sus parábolas la figura de reyes cubiertos de púrpurra y pedrería como los que intervienen en los cuentos infantiles (112).

En cambio, el Jesús de Amberley es un idealista iconoclasta muy inferior en sutilezas lógicas a sus críticos y comentadores. Renán tiene a Jesús por semimaniático. Amberley lo mira desde el nivel de la aristocracia inglesa, y dice a propósito de la parábola del festín de bodas:

Nadie puede vituperar que una persona caritativa invite a su mesa a los lisiados, mendigos y menesterosos sin distinción de clases. Pero no cabe admitir que esta buena acción haya de ser obligatoria, y conviene en cambio que hagamos precisamente lo que Cristo parece prohibirnos, esto es, convidar a nuestros vecinos y recibir sus convites cuando lo requieran las circunstancias, pues en estos casos las personas cultas no piensan ni por asomo en recompensa alguna por el agasajo que a sus amigos dispensan. Jesús no tuvo en cuenta las prácticas sociales (113).

Esto demostrará por una parte que Jesús no andaba muy al corriente de las leyes reguladoras de la vida mundana en los círculos aristocráticos; pero también demuestra que es muy general la torcida interpretación de sus insinuantes parábolas.

Examinemos ahora otro punto de semejanza entre las doctrinas antiguas y las de Jesús.

El Bhagavad Gitâ (114) es un canto puramente metafísico y ético, de espíritu en cierto modo contrario al de los Vedas o por lo menos a las últimas interpretaciones brahmánicas de estas Escrituras. Sin embargo, no repudian los brahmanes el Bhagavad Gitâ por heterodoxo, sino que lo tienen en grandísima veneración, a pesar de que en él se expone la doctrina de la unidad de Dios en oposición al politeísmo del vulgo.

En caso análogo, la Iglesia cristiana hubiera entregado al fuego cuantos ejemplares hallara de la herética obra; pero los brahmanes se limitan a impedir que caiga en manos profanas, y así la ocultan a la vista de las gentes de toda casta menos la sacerdotal, aunque con ciertas restricciones. Efectivamente, el Bhagavad Gitâ contiene los principales misterios de la religión induísta, como as´´i lo reconocen los mismos budistas, quienes solventan según su particular juicio las dificultades dogmáticas con que al comentarlo tropiezan. De su doctrina moral nos da una muestra el Bhagavad Gitâ en los siguientes pasajes:

Mejor es, en verdad, la sabiduría que la práctica constante. Mejor que la sabiduría es la meditación y mejor que la meditación, la renuncia al fruto de las obras (115).

Yo lo genero todo. Todo de Mí procede. Los sabios que así lo comprenden Me adoran con transportada emoción (116).

Al que renuncia a las obras por el yoga... no le ligan las acciones (117).

Esta doctrina es idéntica a la de Gautama y coincide exactamente con la de Jesús, como se infiere de este pasaje:

No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre (118).

Esto equivale a que la fe por sí sola de nada sirve sin las buenas obras.

Respecto a las enseñanzas del Atharva Veda poco saben los orientalistas europeos, porque ninguno de ellos posee un ejemplar completo, según asegura el abate Dubois al decir:

De esta obra apenas quedan ejemplares, y aun hay quienes creen que han desaparecido todos. Lo cierto es que todavía los hay, pero que los brahmanes los ocultan cuidadosamente con objeto de que nadie sospeche que conocen los misterios mágicos que, según fama, enseña la obra (119).

LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA

Hubo candidato del último grado de iniciación que ignoró el modo de transmitirse la vida del hierofante al discípulo (120), de suerte que un adepto de superior categoría, mediante esta transmisión vital, puede vivir indefinidamente (121). Sin embargo, como sucede en la reencarnación de los dalailamas del Tíbet, es preciso emplear ciertos procedimientos alquímicos para mantener el vigor del cuerpo más allá de su ordinaria duración, y aun así no excede la vida corporal de 200 a 240 años, porque se desgasta el vehículo físico y el Ego ha de desecharlo y tomar otro cuerpo joven y sanamente henchido del principio vital.

Entre los orientales menudean, con fundamento o sin él, creencias de índole tanto o más sorprendente que las fantasías de Poe y Hoffmann. Estas creencias están connaturalizadas con el pueblo que les dio vida, y cuidadosamente depuradas de toda superstición se advierte que encierran la universal creencia en las vagabundas entidades astrales llamadas vampiros. El obispo armenio Yeznik, que floreció en el siglo V, cita algunos casos de esta clase en un manuscrito que treinta años atrás se conservaba todavía en la biblioteca del monasterio de Etchmeadzine, en la Armenia rusa, uno de los más antiguos de la cristiandad. En el mismo país subsiste una tradición del tiempo del paganismo, según la cual siempre que muere en el campo de batalla un héroe cuya vida es todavía necesaria en la tierra, los aralez (122) lamen las heridas del caído y soplan en ellas hasta infundirle nueva y vigorosa vida física. Reanímase el cuerpo del guerrero, cierra sus heridas sin dejar cicatriz en ellas, y vuelve a ocupar su puesto en el combate; pero desde entonces hasta el fin de sus días es como templo abandonado, porque el inmortal espíritu no se restituyó al resurrecto cuerpo.

Una vez iniciado el candidato en el profundo misterio de la transfusión de vida, que constituía el postrero y más pavoroso rito de la iniciación sacerdotal perteneciente a la teurgia superior, quedaba su espíritu enteramente libre y no podían dañarle los siete pecados capitales que hubieran querido destrozarle el corazón al atravesar las siete estancias y subir las siete escaleras, porque había cumplido las doce hazañas de la última iniciación, había triunfado de las doce purebas finales (123).

Tan sólo el sumo hierofante conocía el modo de infundir su propia vitalidad en el adepto elegido para sucederle, quien de esta suerte quedaba dotado de doble vida (124).

EL SEGUNDO NACIMIENTO

Dicen los Evangelios:

En verdad te digo que no puede ver el reino de Dios sino aquél que renaciese de nuevo (125).

Lo que nació de la carne, carne es; lo que ha nacido del espíritu, espíritu es (126).

El brahmana Satâpa nos explica esta alegoría diciendo que para conseguir la perfección espiritual ha de pasar el hombre por tres nacimientos: el físico, el religioso (127) y el espiritual (128). No ha de parecernos extraño encontrar en las márgenes del Ganges la interpretación de una enseñanza proclamada en las orillas del Jordán, pues aunque los judíos se asombraran al oír hablar a Jesús del segundo nacimiento, ya se había enseñado esta doctrina tres mil años antes del Profeta galileo, no solamente en la India, sino en todos los países donde se celebraban los sublimes misterios de la vida y la muerte. El arcano de los arcanos, o sea que el espíritu no está entretejido en la carne, tuvo su demostración práctica en los yoguis de la escuela de Kapila, que por haberse emancipado de la esclavitud de los sentidos y de la mente concreta (129) robustecieron su potencia espiritual y volitiva hasta el punto de comunicarse, aun en carne mortal, con los mundos superiores y operar los fenómenos impropiamente llamados milagros (130). Los hombres que en la vida terrena alcanzan el mukti son semidioses, y al desencarnar entran en el nirvana o moksha. Este es su segundo y espiritual nacimiento.

Tan explícitamente como Jesús, enseña Gautama la doctrina del nuevo nacimiento. Deseoso el reformador indo de difundir entre mayor número de gentes las verdades hasta entonces encubiertas en los Misterios, expone claramente su pensamiento, aunque manteniendo en sigilo determinadas enseñanzas. Dice a los que le oyen:

Algunos nacen de nuevo. Los malos van al infierno; los buenos van al cielo; los que están libres de todo deseo mundano entran en el nirvana (131).

En otro pasaje añade Gautama:

Bueno es creer en la futura vida de dicha o de infortunio, porque quien así lo crea amará la virtud y aborrecerá el pecado. pero aunque no hubiese otra vida, la conducta virtuosa es digna de loa y merece el respeto de las gentes. Por el contrario, quienes crean en la aniquilación después de la muerte, se encenagarán en el pecado, porque nada esperan en lo futuro (132).

Dice San Pablo:

Porque donde hay testamento, necesario es que intervenga la muerte del testador.

En donde entró por nosotros Jesús, nuestro precursor, constituido pontífice eternamente según el orden de Melquisedech.

El cual no fue hecho según la ley del mandamiento carnal, sino según la virtud de vida inmortal.

Así también Cristo no se glorificó a sí mismo para hacerse pontífice, sino aquél que le dijo: Tú eres mi hijo, yo hoy te he engendrado (133).

Esto demuestra evidentemente que a Jesús se le consideraba como sumo sacerdote, igual que a Melquisedech (134), y que en el momento de la iniciación por el bautismo de agua se había infundido en su cuerpo el espíritu que le transmutó en Hijo de Dios; pero sin haber nacido físicamente ya Dios ni haber sido engendrado por Dios. Todo candidato se transmutaba en la iniciación final en Hijo de Dios, y así lo demuestra la fórmula de ritual pronunciada por el hierofante Máximo de Éfeso, que inició al emperador Juliano en los misterios mítricos diciéndole:

PROPIEDADES MÁGICAS DE LA SANGRE

Esta sangre lava tus pecados. El Verbo del Altísimo se ha infundido en ti, y su espíritu reposará de hoy más en ti, el de nuevo nacido y ahora engendrado por el supremo Dios... Eres hijo de Mithra.

Análogamente, después del bautismo de Cristo, le dijeron los discípulos: “Eres el Hijo de Dios”. Cuando el apóstol San Pablo echa al fuego la víbora que se le había trabado en la mano sin dañarle con su ponzoña, los melitenses, en cuya presencia obró el prodigio, dijeron que era un dios (135). Por último, los discípulos de Simón el Mago le apellidaban: Hijo de Sios, el Hermoso y el gran poder de Dios.

El concepto de la Divinidad está condicionado en el hombre por sus limitaciones mentales. Cuanto más dilatado sea el campo de su percepción espiritual, tanto más grandioso y sublime será su concepto de Dios, cuya existencia no tiene mejor demostración que el hombre mismo con sus divinos poderes espirituales, potencialmente latentes en quien todavía no los haya educido. Sobre esto dice Wilder:

La sola posibilidad de las facultades taumatúrgicas, prueba su existencia... Por lo general, el crítico incrédulo es mental y espiritualmente inferior a la persona o materia que critica, y por lo tanto, raras veces juzga competentemente. Si hay imposturas, esto mismo demuestra que en alguna parte ha de estar el original auténtico (136).

Acerca de los ocultos efectos del derramamiento de sangre, conviene advertir que las emanaciones de este orgánico tejido líquido proporciona a las entidades astrales el plasma a propósito para materializarse temporáneamente, y por esto se dice que la sangre engendra fantasmas. Oigamos a Eliphas Levi sobre el particular:

La sangre es el plasma primario del fluido universal, la materialización de la luz vital. Su origen es maravilla de maravillas, pues procede de elementos en que no hay ni una gota de ella, y transmutándose incesantemente como universal Proteo, se metamorfosea en carne, huesos, lágrimas y sudor. Puede substraerse a la corrupción y a la muerte, pues aunque se descompone al morir el cuerpo, hay quien sabe magnetizar sus glóbulos de suerte que cobren nueva dia. Si la substancia universal con su doble acción es el gran arcano de la forma, la sangre es el gran arcano de la vida.

Por su parte, dice el filósofo indo Ramatsariar:

La sangre encubre el misterioso secreto de la existencia, pues no hay forma orgánica que pueda vivir sin ella.

Además, el legislador hebreo, en consonancia con la tradición universal, prohibió comer la sangre de las víctimas sacrificiales. Paracelso afirma que los magos negros se valen de los vapores de la sangre para evocar a las entidades astrales que en este elemento encuentran el plasma conveniente para materializarse. Los sacerdotes de Baal se herían en el cuerpo para provocar con la sangre apariciones tangibles. En Persia, cerca de las factorías rusas de Temerchan-Shura y Derbent, los adherentes de cierta secta religiosa celebran sus ceremonias en locales cerrados, sobre cuyo pavimento extienden una espesa capa de arena. Van estos fanáticos vestidos de blancas y flotantes túnicas, con la cabeza descubierta y cuidadosamente afeitada. Forman en círculo y giran rápidamente hasta llegar al frenesí mántico, y en este estado se hieren unos a otros con cuchillos que a prevención traen consigo, y muy luego quedan con los trajes ensangrentados y dejan la arena empapada en sangre. Entonces, cada uno de los circunstantes se ve acompañado en la danza por una entidad astral con pelos en la cabeza que la distinguen de sus inconscientes evocadores (137),

CREENCIAS DE LOS YAKUTES

Antiguamente, las hechiceras de Tesalia mezclaban sangre de cordero y de niño para evocar espectros, y también a los sacerdotes se les enseñaba la evocación de los espíritus, aunque no por hechicería. Aun hay en Siberia una tribu llamada de los yakutes (138) que practica la hechicería como en tiempos de las brujas de Tesalia. Las creencias religiosas de esta tribu son un extravagante amasijo de filosofía y superstición. Adoran a un Dios único y supremo llamado Aij-Taion, a quien atribuyen la superintendencia de la creación sin que nada haya creado por sí mismo. Reside en el noveno cielo, y sus ministros, los dioses subalternos, moran en el séptimo, desde donde se manifiestan a las criaturas. Según les han revelado a los yakutes las divinidades de inferior categoría (139), el noveno cielo tiene tres soles y tres lunas y en su suelo hay cuatro lagos (140), pero no de agua sino de “suavísimo aire” (141). Aunque no ofrecen sacrificios a la suprema Divinidad, porque dicen que para nada los necesita, procuran mantener propicias a las divinidades subalternas, benéficas o maléficas, a las que respectivamente llaman “dioses blancos” y “dioses negros”, sin considerarlos buenos o malos en sí mismos, sino que como todos están sujetos al supremo Aij-Taion y cada cual ha de cumplir el encargo que desde la eternidad le fue confiado, no son responsables del bien y el mal que ocasionen en este mundo.

Dan los yakutes una muy curiosa explicación de los sacrificios que a las divinidades subalternas ofrecen, diciendo que con ellos les facilitan el cumplimiento de su misión, y de esta suerte no puede por menos de quedar complacido el supremo Dios, pues siempre que un hombre ayuda a otro a cumplir su deber, contribuye con ello al mantenimiento de la justicia. Como quiera que los “dioses negros” están encargados de afligir a los hombres con enfermedades, desgracias y toda suerte decalamidades cuando transgreden la ley, les ofrecen sacrificios cruentos de víctimas animales, mientras que a los “dioses blancos” les dedican ofrendas puras, que suelen ser animales consagrados de propósito, cuya vida mantienen cuidadosamente.

Creen los yakutes que las almas de los muertos se convierten en sombras condenadas a vagar por la tierra hasta que se efectúa en ellas una mudanza favorable o adversa, cuyo proceso no saben ni pretenden explicar.

Las sombras de los buenos son luminosas y protegen y guardan a quienes amaron en la tierra. Las sombras de los malos son tenebrosas y gustan de dañar a quienes conocieron en vida, incitándoles al crimen y a las malas acciones. Reconocen los yakutes, como los antiguos caldeos, siete divinidades subalternas, que llaman sheitanes (142). Celebran los yakutes nocturnamente los sacrificios cruentos para evocar a las sombras tenebrosas y saber de ellas cómo aplacar su malignidad. Al efecto, necesitan derramar sangre sin cuyos vapores no podrían materializarse las sombras y aun fueran mucho más peligrosas, porque la sorberían de las personas vivas por medio de la transpiración (143). En cuanto a las sombras luminosas no sólo no hay necesidad de evocarlas, sino que les desagradaría la evocación, pues tienen la facultad de manifestarse sin ceremonia ni preparación alguna siempre que sea indispensable su presencia.

Aunque con diverso objeto, también se practica la evocación cruenta en algunos distritos de Bulgaria y Moldavia, especialmente en los lindantes con Turquía. La horrible esclavitud en que durante siglos han estado sujetos los cristianos de estos países acrecentó en ellos la superstición. El 7 de Mayo se celebra allí la Trizna o fiesta de los muertos. Al anochecer, multitud de personas de ambos sexos se encaminan procesionalmente cirio en mano al cementerio para rezar junto a las tumbas de sus deudos. Durante la dominación musulmana se celebraba esta fiesta todavía con mayor esplendor. Cada tumba tiene una especie de alhacena de medio metro de altura con cuatro estantes de piedra y dobles puertas de gozne, en donde se guarda el llamado ajuar del difunto, es decir, unos cuantos cirios y una lámpara de aceite que se enciende la noche de la fiesta y queda encendida hasta la misma hora del día siguiente. La lámpara de las tumbas pobres es de barro y la de las ricas de plata artísticamente repujada, con añadidura de imágenes muy adornadas de pedrería (144). Creen los búlgaros que todos los sábados del año y diariamente en las siete semanas que median entre la víspera de Pascua florida y la de la Trinidad vuelven a la tierra las almas de los muertos para comunicarse con los vivos, pedir perdón a quienes ofendieron y proteger a quienes amaron. Durante estas siete semanas arden las lámparas de las tumbas todos los sábados, y el 7 de Mayo, noche de la fiesta, derraman vino sobre las losas y queman incienso alrededor de ellas desde la puesta a la salida del sol.

NECROMANCIA ESLAVA

Esto por lo que toca a los habitantes de las ciudades, pues en los campesinos ofrece la fiesta señalados caracteres de evocación teúrgica. La víspera de la Ascensión acuden las campesinas búlgaras al cementerio de la aldea y encienden cirios, lámparas y fanales que colocan sobre trípodes junto a las tumbas y queman incienso cuyo perfume se difunde por algunas millas a la redonda. En honra y memoria de sus difuntos, cenan las familias en el mismo cementerio con sus amigos y reparten entre los pobres, según la posibilidad del donante, limosnas, raciones de vino y un aguardiente llamado raki. Al terminar la cena, se aproximan los convidados a la tumba y dan gracias al difunto por el obsequio. Cuando se marchan los extraños y sólo quedan los más parientes cercanos, se dice que la mujer más vieja de la familia procede a la ceremonia de la evocación. Tras fervorosas súplicas, insistentemente repetidas con el rostro pegado a la losa sepulcral, se pincha la mujer en el pecho izquierdo hasta que unas cuantas gotas de sangre saltan y caen lentamente sobre la tumba y dan a la entidad astral, errante por aquel paraje, el suficiente vigor para materializarse visiblemente durante algunos instantes y comunicarse con la teurga cristiana si tiene algo que decirle o si no limitarse a bendecirla, con lo que se desvanece la aparición hasta el año siguiente (145).

Bien pueden creer que en la naturaleza hay secretos terribles quienes como nosotros han presenciado casos análogos al del znachar ruso en que el mago no puede morir sin comunicar a su sucesor la palabra secreta, y así lo hacen los hierofantes de la magia blanca, pues parece como si la temible “Palabra de Poder” sólo pudiera confiarse en el supremo momento a un hombre de determinada región y categoría. En la antigüedad, cuando el brahmatma estaba a punto de aliviarse de la carga de la vida física, comunicaba el secreto a su inmediato sucesor, ya oralmente, ya por medio de un escrito encerrado herméticamente en un arca. Moisés posa sus manos en la cabeza de su discípulo Josué antes de morir en el monte Nebo. Aaron inicia a Eleazar en el monte Hor. Gautama promete a sus discípulos poco antes de morir infundirse en quien de ellos más lo mereciera, y en seguida abraza al predilecto Ananda, murmura algo a su oído y muere. El apóstol San Juan reclina la cabeza sobre el pecho de Jesús, quien le dice que ha de “esperar” hasta que Él vuelva. Como las hogueras encendidas en las cumbres dan aviso de una a otra comarca, así también desde los albores de la historia hasta nuestros días se ha ido transmitiendo de sabio en sabio la Palabra sagrada, que al relampaguear en los labios del que se va concede la visión al que le sucede. Y entretanto se destrozan las naciones en nombre de otra palabra sin sentido, superpuesta y torcidamente interpretada por cuantos la invocan.

PRÁCTICAS DE LOS YEZIDIS

Pocas sectas hay que verdaderamente practiquen la magia negra. Entre ellas se cuenta la de los yezidis, a quienes erróneamente a nuestro entender se les considera emparentados con los kurdos. Habitan en las montañosas y áridas comarcas de la Turquía asiática, Armenia, Siria y Mesopotamia en número de unos 200.000, y de sus tribus son las más peligrosas las de las cercanías de Bagdad, diseminadas por las montañas de Sindjar. El jefe de estas tribus tiene su residencia fija junto a la tumba de Adi, su profeta y reformador religioso, pero en cada tribu hay un jefe o cheique particular, elegido entre los más expertos en magia negra. El profeta Adi o Ad es personaje mítico sin realidad histórica, y equivale en concepto al Ab-ad de los parsis y al Adi-Buddha de los indos, aunque degenerativamente antropomorfizado.

Tienen fama los yezidis de adoradores del demonio, y no precisamente por ignorancia o preocupación practican el culto y establecen el trato con las más perniciosas entidades, tanto elementarias como elementales, sino que convencidos de su maldad y temerosos de ellas tratan de mantenerlas propicias. Dicen que si bien el jefe de los espíritus malignos está en perpetua querella con Alah, ha de llegar día en que se pongan en paz, y entonces sufrirán las consecuencias de su desvío quienes se lo hayan mostrado al espíritu negro, con lo que tendrán a los dos en contra suya (146).

Se han imaginado los yezidis todo un pandemonio (147), y recurren a los yakshas (espíritus del aire) y a los afrites (espíritus del desierto) para transmitir sus ruegos a Satán, el rey del averno. En sus asambleas cultuales se toman los yezides de las manos y forman amplísimos corros en cuyo centro se sitúa el cheique o sacerdote, quien manos en alto entona un himno en loor de Sheitan (Satán), mientras los del corro voltean y saltan y mutuamente se hieren con puñales hasta caer algunos exánimes, pues las heridas que se infieren son más profundas que las de los lamas y yoguis del Tíbet y la India. Durante la ceremonia suplican con grandes voces a Sheitan que se manifieste por medio de prodigios, y como celebran estas asambleas por la noche, suelen obtener algunas manifestaciones fenoménicas, entre ellas la de enormes globos de fuego que luego toman figura de extraños animales.

Según testimonio de un ockhal druso, la señora Ester Stanhope, verdadera autoridad en la masonería de Oriente, presenció disfrazada en traje de emir las ceremonias de los yezidis llamadas “misas negras”, y a pesar de sus animosos bríos se desmayó a la vista de aquel espectáculo y mucho trabajo hubo para volverla en su sentido (148).

Un periódico católico publicó recientemente un artículo sobre las prácticas del nagual y del obed, modalidades de magia negra, y dice que la república de Haití es el centro de sociedades secretas en cuyos abominables ritos de iniciación se sacrifican niños que después devoran los circunstantes. El articulista aduce por otra parte el testimonio del viajero francés Pirón, quien presenció en Cuba una terrible escena en casa de cierta señora de quien nadie hubiera sospechado que perteneciese a tan monstruosa secta. Actuaba de sacerdotisa una muchacha de raza blanca que enteramente desnuda se puso en frenesí mántico por medio de danzas y hechizos acompañadas del sacrificio de dos gallinas, respectivamente blanca y negra. Una serpiente domesticada al efecto se fue enroscando en el cuerpo de la muchacha al son de un instrumento músico, mientras parte de los fieles acompañaba a ésta en sus danzas y otra parte seguía atentamente todos sus movimientos y contorsiones, hasta que al fin cayó al suelo presa de un ataque epiléptico.

El articulista en cuestión deplora que ocurran semejantes escenas en países cristianos, y achaca a la natural depravación del corazón humano la tenaz persistencia en la demonolatría de los antepasados, por lo que excita el celo de los católicos para atajar tan grave mal.

Sin embargo, el articulista, que no repara en dar por cierta la paparrucha de la inmolación de niños en las referidas ceremonias de magia negra, olvida que precisamente de la fe brotan los héroes y los mártires de las creencias de un pueblo prevalecientes contra las más enconadas y sangrientas persecuciones, al paso que es un pueblo de apóstatas y renegados el que se convierte a religión distinta de la de sus antepasados. Una religión impuesta por violencia, forzosamente ha de fomentar la hipocresía.

En apoyo de esta verdad acude la respuesta que unos indos dieron al misionero Margil cuando éste les preguntó: “¿Cómo sois tan paganos después de haber sido tanto tiempo cristianos?”. A lo que respondieron los preguntados: “¿Qué haríais vos si los enemigos de vuestra fe invadieran vuestro país? ¿No esconderíais vuestros libros, ornamentos y símbolos religiosos en las más ocultas cuevas de las montañas? Pues así han hecho nuestros sacerdotes, profetas, adivinos y naguales”.

Si un católico respondiera de esta suerte a parecida pregunta de un cismático griego o de un hereje protestante, de seguro que se ganaría un lugar en el martirologio romano. Preferible a un cristianismo cuyos progresos exigen la desaparición de países enteros como barridos por tromba de fuego (149), es una religión como la japonesa sintoísta, que aunque la llamen pagana mereció de San Francisco Javier la opinión de que “en virtud y honradez aventajaban sus fieles a cuantas naciones había visto”.

La embriaguez y la inmoralidad en todas sus formas son las consecuencias inmediatas en los indos que apostatan de la fe de sus padres y se convierten a una religión formulista.

INFLUENCIA CLERICAL EN LA INDIA

Para saber lo que está haciendo el cristianismo en India, no necesitamos recurrir al testimonio de sus adversarios, pues un cristiano, el capitán O’Grady, que ha servido en la India, dice sobre el particular:

El gobierno británico comete una torpeza al consentir que los naturales del país se conviertan de sobrios en beodos. Las religiones induísta, budista y musulmana prohíben las bebidas espirituosas, y no obstante se va extendiendo cada día más el vicio de la embriaguez... La venta de licores, monopolizada por el gobierno al estilo del tabaco en España, ha ocasionado en la India males tan hondos como el comercio del opio fomentado en China por la codicia británica... Generalmente, los criados forasteros de las familias europeas son beodos incorregibles; pero los criados del país detestan la bebida y son, desde este punto de vista, más dignos de respeto que sus amos, pues allí todo el mundo bebe, sin exceptuar los clérigos de toda categoría y aun las colegialas de pocos años.

Estas son las bendiciones que el moderno cristianismo derrama en el país con sus biblias y catecismos. La embriaguez de los licores y de la lujuria estragan con su influencia el Indostán, la China y Tahití, con el agravante del mal ejemplo dado por la hipocresía religiosa y el escepticismo ateo, como si estos corrosivos de las naciones civilizadas fueran todo cuanto necesitaran los países sometidos al pesado yugo teológico, mientras que por otra parte se adultera deliberadamente, cuando no se niega sin escrúpulo todo cuanto de noble, elevado y espiritual alentó en la genuina religión cristiana.

Si leemos lo poco que de San Pablo queda en los escritos atribuidos a su mano, no encontraremos ni un pasaje en que el valiente, honrado y sincero apóstol dé a la palabra Cristo otro significado que el de la divinidad latente en el hombre. Según San Pablo, no es Cristo una persona sino la encarnación de una idea, y así dice:

Renovaos, pues, en el espíritu de vuestro entendimiento y vestíos del hombre nuevo (150).

Fue Pablo el único apóstol que comprendió el sentido esotérico de las enseñanzas de Jesús, aunque nunca estuvo en directo trato con él; pero era adepto, y decidido a iniciar una nueva y amplísima reforma que abarcara a la humanidad entera, antepuso este propósito a la sabiduría de los Misterios y de su epopteia o revelación final, por lo que, como acertadamente dice Wilder, el verdadero fundador del cristianismo no fue Jesús sino Pablo, y en Antioquía empezaron a llamarse cristianos los fieles de la nueva religión (151). Oigamos sobre el particular a Wilder:

Hombres como Ireneo, Epifanio y Eusebio son tristemente célebres por sus falsificaciones y deshonrosos procedimientos de impostura, y el corazón se encoge al escuchar el relato de los crímenes cometidos en aquella época... Cuando los musulmanes invadieron la Siria y el Asia Menor, recibiéronles los cristianos como a libertadores de la insoportable opresión en que les tenían las autoridades eclesiásticas (152).

Nunca divinizaron los musulmanes a Mahoma, y sin embargo, el prestigio de su nombre ha bastado para que millones de creyentes adoren al único Dios con fe incomparablemente más ardorosa que la de los cristianos, aunque desde la época del profeta hayan degenerado lastimosamente sus sentimientos religiosos. Al fin y al cabo esto es consecuencia del actual prevalecimiento de la materia sobre el espíritu en el mundo entero, y tanto como los musulmanes han degenerado los cristianos, porque bien debieran venerar la figura de Jesús (para ellos mil veces superior a la de Mahoma) siguiendo su ejemplo y practicando sus enseñanzas en vez de adorarle ciegamente como Dios, al estilo de ciertos budistas que echan a la suerte sus plegarias. Notoria es la esterilización de la fe cristiana, y así le cuadra el nombre de cristianismo tan siniestramente como cuadraría el de budismo al culto fetichista de los kalmucos.

CRISTO SEGÚN EL APÓSTOL PABLO

Sobre esto dice Wilder:

El cristinismo moderno no se parece a la religión predicada por Pablo, pues carece de su amplitud de miras, su severidad y sutilísima percepción espiritual. En cada país asume el moderno cristianismo la modalidad adecuada a las características étnicas, y así es el mismo en Italia y España, pero difiere completamente en Francia, Alemania, Holanda, Suecia, Inglaterra, Rusia, Armenia, Kurdistán y Abisinia.

Comparado con las religiones que le precedieron, ofrece el cristianismo más discrepancias externas que internas. Las gentes anochecieron paganas y amanecieron cristianas. En cuanto al Sermón de la Montaña, no hay país cristiano que obedezca sus preceptos, pues tan frecuentes como en tiempos del paganismo son hoy la opresión, la crueldad y la barbarie.

Contra el cristianismo de Pablo prevaleció el de Pedro, que a su vez quedó influido por las demás religiones del mundo. Cuando la humanidad adelante lo suficiente en su evolución espiritual y a las razas bárbaras sucedan otras de más nobles costumbres, entonces podrán concretarse en realidad los puros ideales del cristianismo.

El concepto que del Cristo tuvo Pablo ha sido un enigma muy costoso de descifrar, pues era algo más que el Jesús de los Evangelios, de cuyas genealogías prescindió por completo el apóstol de los gentiles. El autor del cuarto Evangelio, que indudablemente fue un gnóstico alejandrino, representa a Jesús como la encarnación del divino Espíritu. Es el Logos, la Emanación primaria, el Metratón. La madre de Jesús, como la princesa Maya y las vírgenes Danae y Periktioné, no concibió un hijo del amor humano, sino del amor divino. Ni los judíos ni los primitivos cristianos ni los mismos apóstoles habían tenido de Jesús este concepto. En cambio, Pablo habla de Cristo más bien como de un personaje que como de una persona. en las asambleas secretas solían representarse la bondad y verdad divinas en forma de un hombre asediado por las pasiones y apetitos de la carne, pero superior a ellos. Esta alegoría dio pretexto a los sacerdotes ignorantes y a gentes de mezquina mentalidad para forjar el dogma de la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo.

Entresacaremos ahora un pasaje de la obra que sobre el reino de Siam publicó en 1693 el señor de la Loubère, embajador del rey de Francia en aquel país, pues da en ella interesantes noticias de la religión siamesa y del redentor Sommona Cadom. Dice así:

Aunque los siameses diputan por prodigioso el nacimiento de su Salvador, le atribuyen padre y madre (153). Según los libros balis (152), fue su madre Maha-María, que me parece significa Gran María, ya que maha quiere decir grande. Esta coincidencia ha llamado la atención de los misioneros, y dio motivo a los siameses para creer que Jesús era hermano de Sommona-Cadom (pues también se lo representan como hijo de María); pero el hermano perverso, a quien ellos llaman Thevetat, y que por ello fue crucificado, padece en el infierno un suplicio semejante al de la cruz... Los siameses esperan el advenimiento de otro Salvador, tan prodigioso como Sommona-Cadom, a quien llaman Pronarote y de quien dicen fue profetizado por Sommona.

Mientras este último estuvo en la tierra, operó toda clase de prodigios y tuvo dos discípulos: Maglia y Scaribut, cuyas imágenes se ven respectivamente a la derecha y a la izquierda del ídolo de Sommona.

El padre del Salvador siamés era, según dicen los mismos libros balis, rey de Tevelanca como ellos llaman a Ceilán. Sin embargo, los libros balis no llevan fecha ni nombre de autor, y así no tienen más autoridad que la de cualquier otra tradición de origen desconocido (153).

Este último argumento es tan infantil como deleznable, pues si a comparar fuésemos no hay en el mundo obra tan dudosa respecto a fechas, autores y texto como la Biblia hebreo-cristiana. Desde este punto de vista, tanta razón tienen los siameses para creer en su milagroso Sommona-Cadom como los cristianos para creer en el prodigioso nacimiento de su Salvador. Además, no les asiste a los misioneros cristianos más valiosa razón para infundir sus creencias a los siameses o cualquier otro pueblo que la que les asistiría a los budistas para convertir al budismo a los franceses e ingleses a filo de espada. Aun en la librepensadora Unión Americana se expondría un misionero budista a continuos insultos, y en cambio los misioneros cristianos escarnecen públicamente la religión nacional de los países en que actúan, sin que ni brahmanes ni lamas ni bonzos tengan siempre libertad para replicarles. Ciertamente, no es así como se disipan las tinieblas del paganismo con la luz del cristianismo y de la civilización.

INSINUACIONES DE LOUBÈRE

Sin embargo, esta agresividad contra millones de hermanos nuestros que tan sólo desean que se les deje en paz, era la tónica fundamental de la propaganda religiosa en el siglo XVII, según se infiere de las jesuíticas observaciones apuntadas sobre el particular por el señor de la Loubère en su ya referida obra, donde dice:

De lo expuesto acerca de las creencias de los orientales, resulta fácil de comprender cuán magna es la empresa de convertirlos a la religión cristiana. De aquí la necesidad de que los misioneros conozcan perfectamente las costumbres y creencias religiosas de estos pueblos. Porque así como los apóstoles y primitivos cristianos, no obstante ver apoyada su predicación con tantos prodigios, no revelaron de una vez a los paganos los adorables misterios de nuestra religión, sino que por largo tiempo ocultaron aun a los mismos catecúmenos el conocimiento de todo cuanto pudiera escandalizarles, así también me parece muy puesto en razón que los misioneros, faltos del don de milagros, no descubran desde luego a los orientales ni todos los misterios ni todas las ceremonias del cristianismo.

Por ejemplo; sería conveniente, salvo mejor opinión, enseñarles con suma prudencia el culto de los santos, y por que toca al conocimiento de Jesucrito, no hablarles del misterio de la Encarnación hasta que estuviesen convencidos de la existencia de Dios. Porque ¿cómo persuadir a los siameses de que echen de sus altares a Sommona Cadom, Mogla y Scaribut para colocar a Jesús, Pedro y Pablo? Fuera conveniente no representarles la imagen de Cristo crucificado sin enseñarles antes la posibilidad de que un hombre sea inocente y sin embargo desgraciado, y que en virtud del principio por ellos mismos admitido de que el inocente puede asumir la responsabilidad del culpable, era necesario que Dios se hiciese hombre con objeto de que este Dios-hombre redimiese por el voluntario sacrificio en afrentosa muerte los pecados de todos los hombres; pero antes sería preciso sugerirles la idea del Dios creador justamente indignado contra los hombres. Así no escandalizaría a los siameses el sacramento de la Eucaristía, como escandalizó a los paganos europeos, tanto más por cuanto estos indígenas no creen que los talapines puedan comerse a la mujer e hijos de Sommona-Cadom.

Por el contrario, como los chinos respetan escrupulosamente a sus padres, no dudo de que si se les diera a leer el Evangelio, les escandalizaría aquel pasaje en que Jesús desdeña a su madre y hermanos, y les ofenderían aquellas otras palabras en que Jesús dice: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Sabidos son los reparos que los japoneses pusieron al dogma de la condenación eterna que les enseñaba San Francisco Javier, pues se resistían a creer que sus antepasados estuviesen condenados por no profesar el cristianismo del que jamás oyeron hablar.

Parece necesario, por lo tanto, imitar al insigne apóstol de las Indias estableciendo ante todo la idea de un Dios omnipotente, omnisciente, justo, autor de todo bien y único digno de adoración, por cuya voluntad hemos de respetar a los reyes, obispos, magistrados y padres.

Suficientes son estos ejemplos para representar la necesidad de predisponer cautelosamente el ánimo de los orientales a fin de que acepten sin repugnancia los dogmas de la fe cristiana (156).

Pero si prescindimos de la figura de Jesucristo, ¿qué les queda por predicar a los misioneros? Sin el Salvador desaparece la redención, la muerte en cruz por los pecados del mundo, el Evangelio entero, el dogma de la condenación eterna. Además, faltos del don de milagros, no tienen los misioneros jesuitas a su disposición más que el polvo de los santuarios paganos para cegar con él a los siameses. Cruel en verdad es el sarcasmo de borrar los rasgos característicos del cristianismo para que lo acepten unas gentes cuya moral religiosa no les consentiría aceptarlo íntegramente. Necesariamente ha de tener algo erróneo una religión que no puede resistir la crítica espontánea de un pueblo leal, honrado, piadoso, modelo de ternura filial y profundamente temeroso de Dios. Así lo va demostrando poco a poco el tiempo.

LA LEYENDA DE SAN JOSAFAT

En la expoliación que sufrió el budismo para nutrir la nueva religión cristiana, era de esperar que los expoliadores no descuidaran de aprovecharse de la figura de Gautama para llenar los huecos dejados en la legendaria historia de Jesús, después de servirse al mismo efecto de la de Krishna. Así es que incluyeron en el santoral romano y en la Leyenda de Oro al reformador indo con el nombre de San Josafat, digno compañero de impostura de los santos Longino, Anfíbolo, Aura y Plácida (157). Posteriormente trataron algunos hagiógrafos de dar autenticidad a este santo apócrifo, y una de las invenciones más curiosas fue la de convertirle en Josué, el hijo de Nun; pero por fin resolvieron copiar literalmente de los libros budistas la vida de Gautama para adscribírsela a San Josafat, sin más alteración que los nombres de los personajes (158).

El historiador Couto fue el primero en descubrir el plagio, aunque, según Müller, Laboulaye dio la primera noticia acerca de la identidad de ambas biografías (159). No nos detendremos a considerar estas insulseces clericales que dejaron perplejo a Dominico Valentyn, quien dice entre otras cosas:

Hay algunos que tienen a este Budhum por un judío fugitivo de Siria. Otros le creen discípulo del apóstol Santo Tomás, pero no se comprende cómo pueda ser esto si por otra parte fijan en 622 años antes de J. C. el nacimiento del supuesto santo. Diego de Couto opina que fue Josué, lo cual me parece todavía más absurdo.

Por su parte añade Yule:

La novela religiosa intitulada: Vidas de Barlaam y Josafat, fue durante algún tiempo una de las obras más populares de la cristiandad. Se tradujo a muchos idiomas europeos, entre ellos el escandinavo y el eslavo... Aparece por vez primera esta leyenda en las obras de San Juan Damasceno que floreció en la primera mitad del siglo VIII (160).

Aquí está ciertamente la explicación del enigma, pues San Juan Damasceno, antes de su conversión al cristianismo, desempeñó un elevado cargo en la corte del califa Abu-Jafar-Al-Manzor, en donde sin duda oiría esta leyenda y la acomodaría a las ortodoxas exigencias de la metamorfosis de Gautama en santo de la Iglesia romana.

El historiador Diego de Couto dice por su parte:

Los gentiles han dedicado a Buda magníficas pagodas por toda la India. Respecto a esta leyenda, hemos inquirido diligentemente si entre los escritos de aquellos paganos había alguna noticia de San Josafat que fue convertido a la fe por Barlaam, y era hijo de un poderoso rey de la India con todas las particularidades que de Buda se cuentan.

En mi viaje por la isla de Salsette fui a visitar la rara y admirable pagoda de Kânhari a que los portugueses llamamos Canará, edificada en la cumbre de una montaña con muchos recintos excavados en la roca viva. Le pregunté a un anciano quién había mandado construir tan soberbia obra, y me respondió que sin duda el padre de San Josafat para tenerle allí preso como en su vida se refiere. Y puesto nos dice esta su biografía que fue hijo de un poderoso rey de la India, bien pudiera ser el Buda de quien tantas maravillas se cuentan (161).

La leyenda cristiana está tomada en casi todos sus pormenores de la budista tradición ceilanesa, pues de Ceilán era rey el padre de Gautama, a quien recluyó en un soberbio palacio erigido al efecto con toda suerte de comodidades y placeres que le hiciesen apetecible la vida. Marco Polo refiere la historia de Buda tal como la oyó de labios de los ceilaneses, y hoy se ha echado de ver que el relato del intrépido navegante concuerda fielmente con los diversos textos budistas. Apunta ingenuamente Marco Polo que Gautama llevó tal vida de mortificaciones, abstinencias y santidad como si hubiese sido cristiano, y de serlo de seguro que tuviera en él Jesucristo uno de sus más ilustres santos por la bondad y pureza de su vida.

Añade a eso el coronel Yule que no es Marco Polo el único personaje de nota cuyo huicio se rinde ante la santidad de Gautama, pues sobre el particular dice Max Müller:

Sea cual sea el concepto que tengamos de la santidad, quien dudase del derecho de Buda a figurar entre los santos, lea la historia de su vida en los cánones budistas. Si vivió como allí se refiere, pocos santos tienen tanto derecho a este título como Buda, y ni griegos ni latinos deben arrepentirse de haber conferido a su memoria los honores de la santidad conferidos a San Josafat, el príncipe asceta.

LAMAÍSMO Y CATOLICISMO

Nunca como en el siglo XIII, durante el reinado del kan Kublai, tuvo la Iglesia romana tan favorable oportunidad de cristianizar la China, el Tíbet y la Tartaria, pues dicho monarca anduvo algún tiempo perplejo en escoger entre el cristianismo, el islamismo, el judaísmo y el budismo, y aunque parecía inclinarse al cristianismo, movido de la elocuencia de Marco Polo, fracasaron las gestiones de éste a consecuencia de haber muerto por entonces el pontífice Clemente IV y haber durado el interregno algunos meses, de modo que no fue posible enviar los misioneros pedidos por el kan Kublai. Para quienes creen en la Providencia que gobierna nuestro ínfimo mundo, fue indudablemente motivado aquel contratiempo, porque sin la oportuna muerte del pontífice de seguro hubiesen caído los budistas en el idolátrico formulismo romano. Esto demuestra que en los providenciales designios aventaja el budismo al cristianismo.

La religión budista ha degenerado en lamaísmo en la Tartaria y el Tíbet; pero aun con todos sus defectos de pura ceremonia, que escasamente afectan a la esencialidad de la doctrina, es muy superior al catolicismo romano.

El abate Huc no tardó en convencerse de ello y escribe sobre el caso:

A medida que con mi caravana me internaba en el país, me decían los naturales que cuanto más adelantase hacia Occidente, más puras y luminosas enseñanzas religiosas hallaría.

Lha-Ssa era el intenso foco de luz cuyos rayos se debilitaban al difundirse lejanamente. Cierto día le di a un lama tibetano un catecismo de la doctrina cristiana, y me maravillé de que no le pareciese extraño, pues dijo que tenía mucha semejanza con las creencias de los lamas del Tíbet, entre las cuales eché de ver maravillado los dogmas de la unidad de Dios, la Encarnación y la presencia real en la Eucaristía... Este desconocido aspecto de la religión budista me inclinó a esperar que encontraría entre los lamas del Tíbet un más puro sistema religioso (162).

Precisamente por estos encomios del lamaísmo retiró el Papa las licencias al abate Huc y puso su obra en el índice expurgatorio.

Preguntado más tarde el kan Kublai por qué no había elegido por religión oficial la cristiana, a pesar de parecerle la mejor de las cuatro, respondió:

¿Cómo queréis que me declare cristiano? Hay cuatro profetas mayormente venerados en todo el mundo. Los cristianos dicen que su Jesucristo es Dios. Los musulmanes veneran a Mahoma; los judíos a moisés; los budistas a Sogomon Borkan (163), que es el primer dios entre sus ídolos. Pues bien, yo adoro y venero a los cuatro, y ruego al mayor de ellos que me conceda su auxilio.

Podemos reírnos del cauteloso proceder del kan de Tartaria; pero no vituperarle por dejar a la Providencia el cuidado de resolver tan embarazoso conflicto ni tampoco por las razones siguientes que expuso a Marco Polo:

Tú ves que los cristianos de estos países son muy ignorantes y no saben hacer nada, al paso que los budistas hacen cuanto les place; y cuando me siento a la mesa vienen a mis labios las copas sin que nadie las toque y bebo de ellas. Dominan las tormentas de modo que las desvían a su arbitrio, reciben avisos y predicciones de boca de los ídolos y operan muchas otras maravillas. Por otra parte, si me convirtiese al cristianismo, mis nobles me preguntarían qué poderes he visto en los cristianos parra moverme a la conversión, pues ya sabes que los budistas atribuyen cuantos prodigios operan a la santidad de sus ídolos. A esta objeción no sabría yo qué responderles, y en vez de convertirlos les confirmaría en su error, y como son gente experta en artes milagrosas, tal vez maquinarían mi muerte. Así pues, vete a ver al sumo pontífice de tu religión y ruégale de mi parte que envíe por acá un centenar de varones versados en vuestra ley; con lo que si son capaces de rebatir frente a frente las prácticas de los budistas y demostrarles que también saben ellos, pero que no quieren, operar tales prodigios, porque se deben al valimiento del demonio y de los espíritus malignos. Si además son capaces de dominar en mi presencia a los budistas de modo que no puedan estos obrar maravilla alguna, entonces aboliré el culto de su religión, y yo y todos mis nobles recibiremos el bautismo, con lo que habría más cristianos en estos países que en los vuestros (164).

¿Por qué no aceptaron los cristianos tan razonable proposición? Moisés no vaciló en afrontar la misma prueba ante el Faraón contra los magos egipcios y salió airoso de ella. A nuestro entender, aquel inculto mogol discurría con admirable intuición e irrebatible lógica, pues echaba de ver que, ya fuese un hombre cristiano, musulmán, judío o budista, era indistintamente capaz de educir sus potencias espirituales y llegar por medio de su respectiva fe a la percepción de la verdad suprema. Por esto pedía una prueba evidente de la virtualidad de la religión que había de escoger para su pueblo.

Aunque tan sólo juzguemos a la India por sus prestidigitadores e ilusionistas, forzoso es reconocer que aventaja a las academias europeas en conocimientos físicoquímicos y psíquicosfísicos, sin contar los fenómenos de indudable autenticidad psíquica producidos por algunos fakires del sur del Indostán, los saberones del Tíbet y los hobilanos de Mongolia. La fenomenotecnia ha llegado en aquellos países a un punto de perfección que jamás alcanzó en otro alguno (165), y aunque la mayoría de los extranjeros que residen o viajan por la India se figuren que estos fenómenos son juegos de prestidigitación, no faltan europeos que han tenido la rara fortuna de situarse tras el velo de las pagodas y conocen, por lo tanto, la causa eficiente de los fenómenos operados en las asambleas secretas de la India. Algunos, aunque pocos europeos, han estado en el mahâdevas-sthanam (166) de las pagodas.

REFERENCIAS DE JACOLLIOT

No sabemos si el fecundo Jacolliot (167) pudo entrar en uno de estos recintos; pero lo dudamos en vista de las muchas fantasías que relata acerca de la inmoralidad de las ceremonias induístas, de los fakires y aun de los sacerdotes budistas, reservándose para sí el papel del casto José.

De todos modos, es evidente que los brahmanes no le descubrieron ningún secreto, pues al hablar de los prodigios operados por los fakires, dice:

Practican las ciencias ocultas en la soledad de las pagodas bajo la dirección de los brahmanes iniciados... Y nadie ha de sorprenderse de ello ni creer que las ciencias ocultas abren las puertas de lo sobrenatural, pues si bien hay fenómenos tan extraordinarios que desafían toda investigación, no hay ninguno que no pueda explicarse con arreglo a las leyes naturales.

Verdaderamente, todo brahmán iniciado sería capaz de explicar cualquiera de estos extraordinarios fenómenos; pero de seguro que rehusará explicarlos. En cambio, todavía esperamos que las profanas lumbreras de las ciencias físicas expliquen siquiera el más vulgar fenómeno de los producidos por un fakir adscrito a una pagoda.

Dice Jacolliot:

No me sería posible relatar cuantas maravillas he presenciado; pero baste decir que el magnetismo y espiritismo de los europeos está todavía en el abecé de las operaciones fenoménicas, mientras que los brahmanes han logrado efectos de todas veras sorprendentes. Al presenciar estas extrañas e innegables manifestaciones, cuya causa operante mantienen los brahmanes tan cuidadosamente oculta, se rinde la mente al vasallaje de lo maravilloso, y no hay otra solución que marcharse de allí para romper el hechizo.

La única explicación que pude obtener de un erudito brahmán amigo mío fue la siguiente: “Vosotros habéis estudiado la naturaleza física cuyas leyes han puesto en vuestras manos el vapor y la electricidad; pero hace más de veinte mil años que estudiamos nosotros las fuerzas mentales y hemos descubierto sus leyes de suerte que, bien por actuación independiente, bien en armonía con la materia, obtenemos resultados mucho más asombrosos que los vuestros”.

Por mi parte he visto cosas que no referiré por recelo de que el lector las dipute disparatadas, y verdaderamente se comprende al presenciarlas que los antiguos creyeran en los demonios obsesores y en el exorcismo (168).

Sin embargo, este irreconciliable enemigo de las supercherías religiosas de todos los países y del clero de toda confesión, incluso brahmanes, lamas y fakires, no deja de reconocer la superioridad de las ceremonias induístas y budistas respecto de las ridículas presunciones de la liturgia romana, y al describir las horribles torturas que se infligen los fakires, exclama en un momento de justa indignación:

MENDICANTES Y MENDIGOS

Estos brahmanes mendicantes, estos fakires, aparecen, sin embargo, magníficos en su martirio cuando se azotan, se arrancan trozos de carne y bañan el suelo con su sangre. Pero ¿qué hacéis vosotros, carmelitas, capuchinos y franciscanos, fanáticos sin fe y mártires sin tortura? ¿De qué os sirven los cordones de nudos, los pedernales, los cilicios, las disciplinas, los pies descalzos, sino de cómica mortificación para bañaros en agua de rosas? ¿No hay derecho de preguntaros si obedecéis la ley de Dios al encerraros en los muros conventuales para eludir la ley del trabajo que pesa sobre los demás hombres? ¡Atrás! Sois unos mendigos.

Pero basta ya. Demasiado nos hemos ocupado en ellos y su embrollada teología, sin que ni unos ni otra hayan resistido el repeso en las balanzas de la historia, de la lógica y de la verdad, pues incapaces sus sacerdotes de probar con obras que recibieron potestad divina fomentan el ateísmo, la desesperación y el crimen. Día feliz para la humanidad fuera el en que el clericalismo dogmático desapareciese de la faz de la tierra tan fácilmente como de la vista del lector. Entonces igualarían Nueva York y Londres en moralidad a las ciudades no intervenidas por cristianos, y París no correría pareja con la antigua Sodoma. Cuando los católicos y protestantes se convenzan, cual lo están induístas y budistas, de que toda mala acción ha de tener irremisiblemente su castigo y toda buena acción su recompensa, emplearán en convertir a los infieles de Occidente las cuantiosas sumas con que hoy subvencionan a los misioneros de Oriente, cuya efectiva misión es despertar en los países no cristianos el odio a la cristiandad.

En comprobación de la filosofía ocultista examinaremos como término de nuestra tarea algunos fenómenos de que en diversos países hemos sido oculares testigos y todo viajero puede corroborar personalmente. Desaparecieron los pueblos antiguos, pero subsiste la primieval sabiduría asequible para cuantos quieran, sepan y puedan mantenerla en sigilo.

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Lleva Isis Sin Velo - [Tomo IV] contigo