Isis Sin Velo - [Tomo IV]

Capítulo 14

EL HOMBRE SEGÚN LOS EGIPCIOS

Sabido que Moisés era sacerdote egipcio, o por lo menos que estaba iniciado en la doctrina esotérica, no es maravilla que dijese:

Y el señor me dio dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios (63).

Y dio el Señor a Moisés las dos tablas del testimonio, que eran de piedra, escritas con el dedo de Dios (64).

La filosofía religiosa de los egipcios consideraba en el hombre tres principios fundamentales: cuerpo, alma y espíritu; pero además lo consideraban formado de seis elementos componentes, conviene a saber: kha, cuerpo físico; khaba, cuerpo astral; ka, principio de vida o alma animal; akh, mente concreta; ba, alma superior; sah, principio cuyas funciones no comenzaban hasta después de la muerte física.

Durante el período de purificación, el alma visita con frecuencia el momificado cadáver de su cuerpo físico, hasta que, ya purificada del todo, se absorbe en el Alma del mundo, convirtiéndose en un dios menor subordinado al dios mayor Phtah (65), el Demiurgo egipcio o Creador del mundo material, equivalente al Elohim bíblico. Según el Ritual egipcio, el alma purificada y unida al superior e increado espíritu, queda más o menos expuesta a la tenebrosa influencia del dragón Apofis. Si alcanzó el conocimiento final de los misterios celestiales e infernales, es decir, la gnosis consiguiente a su perfecta identidad con el espíritu, triunfará de sus enemigos; de lo contrario, ha de quedar sujeta a la segunda muerte (66).

De conformidad con esta doctrina, dice alegóricamente el evangelista San Juan:

Y el diablo que los engañaba fue metido en el estanque de fuego y azufre... Y el infierno y la muerte fueron arrojados en el estanque del fuego. Ésta es la muerte segunda (67).

Esta segunda muerte es la desintegración paulatina del cuerpo astral, cuya materia se restituye a su originario elemento, según hemos expuesto ya repetidamente; pero puede eludirse tan terrible experiencia por el conocimiento del Nombre misterioso, llamado la Palabra por los cabalistas (68).

Pero ¿qué castigo llevaba aparejada la negligencia en el conocimiento de la Palabra? El hombre de pura y virtuosa vida no ha de temer castigo alguno, pues tan sólo queda sujeto a una detención en el mundo astral, hasta que esté bastante purificado para recibir la Palabra de su Señor espiritual, perteneciente a la poderosa Hueste; pero si durante la vida prevalece la naturaleza animal, queda el alma más o menos inconsciente del espíritu, según el grado de sensibilidad cerebral y nerviosa, hasta que más o menos tarde acaba por olvidarse de su divina misión en la tierra. Porque si a manera del vurdalak o vampiro de la leyenda servia, el cerebro se nutre y vigoriza a expensas del espíritu, la ya semi-inconsciente alma queda embriagada con los vapores de la vida terrena, pierde toda esperanza de redención y es incapaz de vislumbrar el brillo del espíritu y de oír las admoniciones de su “ángel custodio”, de su “dios”. Entonces convierte el alma sus anhelos a la mayor plenitud de la vida terrestre, con lo que únicamente puede descubrir los misterios de la naturaleza física. Todas sus penas y alegrías, esperanzas y temores se contraen a las vicisitudes de la vida mundana y rechaza cuanto no puede percibir por sus órganos de actuación sensoria. Poco a poco va muriendo el alma hasta su completa aniquilación, lo cual ocurre a veces muchos años antes de morir el cuerpo físico, en cuyo principio vital ha quedado ya absorbida el alma cuando llega la hora de la muerte. El único residuo de la entidad humana en semejantes circunstancias es un cadáver astral a manera de bruto o idiota, que impotente para elevarse a más altas regiones, se disuelve en los elementos de la atmósfera terrestre.

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