Isis Sin Velo - [Tomo IV]

Capítulo 10

ALEGORÍAS DEL APOCALIPSIS

El Apocalipsis, como el Libro de Job, es un alegórico relato de los Misterios y de la iniciación en ellos de un candidato, personificado en el mismo San Juan. Así lo comprenderán necesariamente los masones de grado superior, pues los números siete, doce y otros, tan cabalísticos como estos, bastan para esclarecer las tenebrosidades de dicho libro. Tal era también la opinión de Paracelso.

El siguiente pasaje desvanece toda duda sobre el particular:

Al vencedor daré yo maná escondido y le daré una piedrecita blanca y en la piedrecita un nuevo nombre escrito, que no sabe ninguno sino aquel que lo recibe (9).

¿Qué maestro masón titubeará en reconocer en esta inscripción la misma con que hemos epigrafiado el presente capítulo?

En los Misterios de Mithra, el neófito que triunfaba de las doce pruebas precedentes a la iniciación recibía una hostia de pan ázimo con figuras en ambas caras, que entre otros simbolismos tenía el del disco solar, y se la llamaba también “pan celeste” o “maná”. Rociaban después al candidato con la sangre de un cordero o de un toro sacrificado al efecto, como cuando la iniciación del emperador Juliano, y se le comunicaban las siete reglas misteriosas equivalentes a los siete sellos de que nos habla el evangelista Juan (10), quien indudablemente alude a esta ceremonia.

Los amuletos católicos (11) y las reliquias bendecidas por los pontífices romanos tienen el mismo origen que las piedras y pergaminos mágicos de Efeso, las filactrias (...) hebreas con versículos de la Escritura y los amuletos mahometanos con versículos del Corán. Todos sirven igualmente para proteger a quien cree en su eficacia y encima los lleva. Así es que cuando Epifanio reconviene a los maniqueos por el uso de amuletos (periapta), que califica de supersticiones y fraudes, debe incluir en la reconvención los amuletos de la Iglesia romana.

Pero la consecuencia es una virtud que la influencia jesuítica va debilitando más y más entre los clericales. El astuto, solapado, sagaz y terrible jesuitismo es como el alma de la Iglesia romana, de cuyo poder espiritual se apoderó por entero. Conviene, pues, comparar la moral jesuítica con la de los antiguos tanaímes y teurgos, para descubrir la íntima relación que con las sociedades secretas tienen los arteros enemigos de toda reforma. No hay en la antigüedad escuela ni asociación ni secta alguna que se parezca siquiera a la Compañía de Jesús, contra cuyas tendencias se levantaron generales protestas apenas nacida (12), pues a los quince años de su constitución se deshicieron de ella los gobiernos de Europa. Portugal y los Países Bajos expulsaron a los jesuitas en 1578; Francia en 1594; la república de Venecia en 1606; Nápoles en 1622; Rusia en 1820 (13).

Desde su adolescencia mostró la Compañía de Jesús las mañas que todo el mundo le reconoce, y que han causado más daños morales que las infernales huestes del mítico Satán. No le parecerá exagerada esta afirmación al lector cuando se entere de los principios, máximas y reglas de los jesuitas, entresacados de sus propios autores y de la obra mandada publicar por decreto del Parlamento francés (5 de Marzo de 1762) y revisada por la comisión que se nombró al efecto (14). Esta obra fue presentada al monarca para que, como hijo primogénito de la Iglesia, adviertiese la perversidad de (como dice textualmente el decreto del Parlamento) “una doctrina que permite el robo, el asesinato, el perjurio, la fornicación, el parricidio y el regicidio, y sobre las ruinas de la religión quiere erigir la superstición, la hechicería, la impiedad y la idolatría”.

Veamos primero las ideas sustentadas por los jesuitas respecto de la magia.

Dice Antonio Escobar:

Es lícito el uso del conocimiento adquirido por mediación del demonio, con tal que no se emplee en provecho del demonio, pues el conocimiento es bueno en sí mismo y se borró el pecado cometido al adquirirlo (15).

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