Isis Sin Velo - [Tomo IV]

Capítulo 24

CAPÍTULO II

Todas las cosas están gobernadas en el seno de esta

Tríada.- LIDO: De Mensibus, 20.

Tres veces giran los cielos en su eterno eje.

OVIDIO: Fast, IV.

Y dijo Balaam a Balak: Edifícame aquí siete altares y

prepara siete becerros y siete carneros.

Números, XXIII, i.

Todas las criaturas que me han ofendido quedarán anegadas

en siete días por un diluvio; pero tú te salvarás en un arca

milagrosamente construida. Así, toma siete varones justos

con sus mujeres y parejas de todos los animales, y entra en

el arca sin temor, porque entonces verás a Dios cara a cara

y obtendrán respuesta todas tus preguntas.

Bagavâta Purâna.

Raeré del haz de la tierra al hombre... y estableceré

mi alianza contigo... Entra tú y toda tu casa en el arca...

Porque pasados aún siete días yo lloveré sobre la tierra.

Génesis, VI, 7 y 18; VII, 1 y 4.

La Tetraktys no sólo era venerada por contener en sí

todas las sinfonías, sino porque en ella radica la naturaleza

de todas las cosas.- THEOS DE ESMIRNA: Mathem, 147.

Mal cumpliríamos nuestra labor si en el curso de esta obra no hubiésemos demostrado la identidad de mitos cósmicos, símbolos y alegorías en que se basan el judaísmo, gnosticismo, cristianismo y masonería cristiana, pero cuyo significado tan sólo pueden comprender acabadamente quienes posean la clave original.

Demostremos ahora cuán erróneamente interpretaron estos símbolos, mitos y alegorías los especuladores que de ellos se valieron para componer sus, en la forma distintos y en el fondo idénticos, sistemas. Esta demostración no sólo aprovechará al lector, sino que vindicará a los antiguos, cuyo genio merece el respeto del linaje humano. Procedamos, pues, a cotejar los mitos bíblicos con los de las sagradas Escrituras de otras naciones para distinguir entre los originales y las copias.

Tan sólo hay dos sistemas que debidamente explicados sirvan a nuestro propósito. Estos sistemas son: el induísta expuesto en los Vedas y el hebreo resumido en la Kábala. Los Vedas ofrecen mitos más grandiosa y filosóficamente concebidos, al paso que la Kábala los remeda de los persas y caldeos, aunque adaptándolos al carácter de la nación hebrea, cuya filosofía quedaba tan subyacente en el mito de absurda apariencia, que únicamente los iniciados podían descubrirla. Pero los traductores cristianos de la Biblia trastrocaron los mitos en groseras supersticiones, cual jamás imaginarán los filósofos de quienes los cristianos tomaron sus conocimientos. Las quiméricas ficciones del vulgo antiguo, envueltas en fluctuantes sombras y vagarosas imágenes, quedaron plasmadas en personajes vivos por mano de los teólogos cristianos. La fábula alegórica se convirtió en historia sagrada, y el mito pagano se transmutó en revelación divina.

Dice Horacio (1) que “los mitos han sido compuestos por los sabios para dar fuerza a las leyes y enseñar verdades morales”, al paso que en opinión de Euhemereo entrañan la historia de reyes y héroes divinizados posteriormente por la admiración de las gentes. Este último criterio prevaleció en el dogmatismo cristiano al representar los mitos en personajes de carne y hueso. Sin embargo, se muestran contrarios a esta personificación los filósofos más insignes de la antigüedad, entre ellos Platón, Sócrates, Empédocles, Plotino, Porfirio, Proclo, Orígenes y aun el mismo Aristóteles, quien afirma que la antiquísima tradición transmitida a la posteridad en forma de mitos, nos enseña que las fuerzas naturales pueden considerarse como potestades divinas, puesto que la Divinidad anima la Naturaleza toda; pero que todo lo demás se superpuso posteriormente para dárselo a entender al vulgo, muchas veces con el siniestro propósito de mantener leyes favorecedoras de intereses bastardos, los cuentos de hadas no están únicamente en labios de abuelas y nodrizas. La humanidad en peso, con excepción de los pocos que en toda época comprendieron su verdadero significado, escuchó infantilmente estos cuentos para transformarlos después en símbolos sagrados de que derivaron las religiones culturales.

EL MISTERIO DEL NÚMERO SIETE

Pero procedamos en este asunto con todo el orden que consientan los sucesivos cotejos, y empecemos por el Génesis, de cuyos mitos nos darán el verdadero significado las tradiciones induístas y hebreas.

Según la historia sagrada, Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. De aquí el precepto de la santificación del séptimo día, cuya rígida observancia tomaron los cristianos del sábado induísta, aunque alterando el día de descanso que fue el primero en vez del último de la semana.

Todos los sistemas místico-religiosos están basados en números. Según Pitágoras, la Mónada o unidad engendra la duada, y con ella forma primero la tríada y después el cuaternario Arba-il, cuyo místico conjunto constituye el número siete. Los números sagrados principian en el UNO y terminan en el cero, símbolo del infinito e ilimitado círculo del universo. Todos los números intermedios, sea cual sea su combinación y multiplicación, representan ideas filosóficas, desde el impreciso bosquejo hasta la acabada definición de los fenómenos físicos y morales. Son los números la clave de los antiguos conceptos cosmogónicos en su más amplio sentido, esto es, que comprenden la evolución integral de la especie humana y de todos los seres de la Naturaleza.

El número siete es indudablemente de origen indo, y siempre se le tuvo por el más sagrado. Los filósofos arios subordinaron hechos, ideas y lugares al número siete, y así tienen:

Los siete rishis o sabios que simbolizan las siete primitivas razas diluvianas, llamadas por algunos postdiluvianas.

Los siete lokas o mundos, entre superiores e inferiores, de donde procedieron respectivamente los siete rishis y a donde volvieron antes de alcanzar la bienaventuranza final (moksha) (2).

Los siete kulas o castas (3).

Las siete ciudades santas (sapta puras).

Las siete islas sagradas (sapta dwipa).

Los siete mares sagrados (sapta samudra).

Las siete montañas sagradas (sapta parvata).

Los siete desiertos (sapta arania).

Los siete árboles sagrados (sapta vruksha).

En la magia caldea ocupa el número siete tan preferente lugar como entre los indos y se le considera bajo dos aspectos, benéfico o maléfico, según las condiciones. Así vemos en las tablillas asirias, tan fielmente interpretadas hoy día, el siguiente conjuro:

Tarde de mal agüero, región del cielo que produces desgracias...

Mensajero de peste.

Deprecantes de Ninkigal.

Los siete dioses del vasto cielo.

Los siete dioses de la vasta tierra.

Los siete dioses de las refulgentes esferas.

Los siete dioses de la legión celeste.

Los siete dioses maléficos.

Los siete fantasmas dañinos.

Los siete fantasmas de llamas maléficas.

Demonio dañino; dañino alal; dañino gigim; dañino telal...; dañino dios; dañino maskim.

Recuerda, espíritu de los siete cielos... Recuerda, espíritu de las siete tierras.

Encontramos también el número siete en casi todas las páginas del Génesis y en los demás libros del Pentateuco, así como en el Libro de Job y en la Kábala caldea. Si tan fácilmente lo adoptaron los hebreos no sería a ciegas, sino con completo conocimiento de su oculto significado, y de aquí que también adoptaran las doctrinas de sus vecinos paganos. Por lo tanto, lógico es que indaguemos en la filosofía pagana la significación del número siete que reaparece en el cristianismo aplicado a los siete sacramentos, las siete iglesias del Asia menor, los siete pecados capitales, las siete virtudes contrarias, las otras siete entre teologales y cardinales, etc.

SIGNIFICADO DEL ARCO IRIS

¿Tenían los siete colores del arco iris visto por Noé otro significado además de la alianza entre Dios y el patriarca? Al menos para el cabalista tenían un significado inseparablemente unido al de las siete pruebas mágicas, las siete esferas superiores, las siete notas de la escala musical, los siete números de Pitágoras, las siete maravillas del mundo, las siete épocas y los siete peldaños masónicos que daban acceso al Sancta Sanctorum después de atravesar los pasos perdidos de tres y cinco. ¿Qué es, pues, este frecuente número que encontramos en todas las páginas de las Escrituras hebreas y en cada estrofa y dístico de los textos induístas y budistas? ¿De dónde proceden estos números que animan el pensamiento de Pitágoras y Platón y que ningún orientalista profano ni comentador bíblico es capaz de desentrañar? Aunque poseyeran la clave no sabrían utilizarla. En parte alguna como en la India se comprende tan bien el místico valor del lenguaje humano y su influencia en las acciones, ni nadie lo explica mejor que los autores de los Brâhamanas, donde no obstante su remota antigüedad exponen más concretamente las metafísicas y abstractas especulaciones de sus antecesores.

El profundo respeto de los brahmanes por los sacrificios religiosos les mueve a decir que el universo surgió a la existencia a causa de una “palabra sacrificial” pronunciada por la Causa Primera. Esta palabra es el Nombre inefable de los cabalistas, sobre el que ya hemos discurrido precedentemente.

El secreto de los Vedas, el “conocimiento sagrado”, es impenetrable sin auxilio de los Brâhmanas. La parte de los Vedas escrita en verso está constituida por los mantras, himnos o plegtarias mágicas, cuya clave está en los Brâhmanas, escritos en prosa. Los mantras son puramente sacros, mientras que los Brâhmanas contienen la exégesis teológica con las interpretaciones sacerdotales. Los orientalistas europeos no progresarán substancialmente en la comprensión de la literatura védica hasta tanto que pongan su atención en obras hoy desdeñadas, como los Brâhmanas titulados: Aitareya y Kausîhtaki, correspondientes al Rig Veda.

A Zoroastro se le llamó manthran o cantor de mantras, y según Haug, una de las primeras denominaciones de las Escrituras parsis fue la de Mânthraspenta. El poder y valía del brahmán que oficia en el sacrificio del Soma deriva de su pleno conocimiento del lenguaje sagrado (Vâch), personificado en Sarasvâti, esposa de Brahmâ y diosa del “conocimiento secreto”. Se la representa generalmente montada en un pavo real, de cola en abanico, los ojos de cuyas plumas simbolizan la perpetua vigilancia que ve todas las cosas, es decir, que quien anhele llegar a ser adepto de la “Doctrina Secreta” ha de tener los cien ojos de Argos para ver y entender todas las cosas.

Tal es la razón por qué creemos imposible resolver los abstrusos problemas subyacentes en los textos induístas y budistas sin la previa comprensión del significado esotérico de los números pitagóricos. La eficacia del lenguaje sagrado (Vâch) depende de la entonación dada a los mantras por el oficiante, según el número de sílabas, acentuación y metro del verso sagrado. Si lo pronuncia lentamente y con determinado ritmo, producirá un efecto muy distinto del que produzca si lo pronuncia rápidamente y con diverso ritmo. dice Haug sobre el particular:

Cada metro poético de los mantras ejerce su respectiva influencia en determinada cosa del mundo visible, a la que, por decirlo así, sirve de exponente ideal. La significativa valía del lenguaje métrico depende del número de sílabas de cada verso, porque todas las cosas (según enseña el sistema pitagórico) están sujetas a determinada proporción numérica. Los metros (chhandas), estomas y pristas son tan divinos y eternos como las palabras que contienen. Los primitivos teólogos indos no sólo creyeron en la revelación de la palabra sagrada, sino también en la de las formas fonéticas que habían de asumir estas palabras. Estas formas, en que se encierran las sempiternas palabras védicas, son símbolos expresivos de las cosas del mundo invisible y ofrecen varios puntos de semejanza con las ideas platónicas.

Este pasaje de un autor que no milita en nuestro campo atestigua una vez más la identidad fundamental de la doctrina subyacente en todas las religiones. Por ejemplo, el metro gâyatri consta de veinticuatro sílabas en tres cesuras de ocho y se lee considera como el más sagrado metro. Es el metro de Agni, dios del fuego, y suele simbolizar al mismo Brahmâ, el supremo Creador que hizo al hombre a su imagen y semejanza.

EL ESPÍRITU DE LOS MANTRAS

Dice Pitágoras:

El número ocho, por otro nombre octada, es el cubo primordial, es decir, que está cuadrado por todas sus caras como un dado, de cuya base proceden dos y aun siete números. Así es el hombre un cuadrado cuádruple o cuadrado perfecto (4).

Claro está que excepto los pitagóricos y cabalistas, nadie comprenderá del todo esta idea, pero a su comprensión puede auxiliar el íntimo parentesco entre los números y los himnos védicos. Los más importantes problemas teológicos están ocultos bajo la alegoría del fuego y el cambiante lengüeteo de sus llamas. La zarza ardiente de la Biblia, el fuego sagrado del mazdeísmo y otras religiones, el alma universal de Platón, el aura ígnea de los rosacruces y el inmortal e inteligente elemento (5) que penetra todas las cosas, tienen el mismo significado.

Los Brâhmanas están silábicamente dispuestos de modo que se corresponden con los números; y según ha demostrado Haug, cada forma fonética es el arquetipo de otra visible en la tierra, de buenos o malos efectos. El lenguaje sagrado puede salvar la vida, pero también dar la muerte, y sus virtudes son tan sólo conocidas del adepto (dikshita) iniciado en los misterios religiosos, que ya nació del todo a la vida espiritual. El Vâch o espíritu de los mantras es una energía fonética cuyas vibraciones levantan otras análogas, de mayor y más oculta energía. Cada una de estas potestades fonéticas está personificada por su correspondiente entidad en el mundo de los espíritus, y según se ponga en actuación, responderán a ella los espíritus benignos (dioses) o los espíritus malignos (rakshasas). Con arreglo a las creencias induístas y budistas, una maldición, una bendición, un voto, un deseo, un mal pensamiento pueden asumir forma visible y manifestarse objetivamente a la vista de su autor o de aquél a quien vayan dirigidos. Toda culpa se encarna, por decirlo así, para convertirse en entidad acosadora de su perpetrador.

Palabras hay cuyas sílabas entrañan tan destructora energía como los proyectiles objetivos, porque cada vibración despierta su correlativa en el invisible mundo del espíritu, con el consiguiente buen o mal efecto. El ritmo armonioso y la dulce melodía de suaves vibraciones establecen un ambiente de benéfica influencia que actúa potísimamente en la naturaleza, así psíquica como física de todo ser viviente, y aun reacciona en los que llamamos inanimados, porque la materia es en esencia espíritu, aunque nuestros groseros sentidos no sean capaces de percibirlo.

Lo mismo ocurre con los números. Doquiera que posemos la atención, desde los profetas al Apocalipsis, vemos que los autores bíblicos emplean constantemente los números tres, cuatro, siete y doce.

¡Y aun hay quien sostiene que los Vedas están copiados de la Biblia! (6). Dicen Max Müller y otros orientalistas que el sánscrito, idioma de los Vedas, tenía ya su estructura gramatical completamente establecida mucho antes de que la poderosa corriente emigratoria lo llevase a Occidente; y por lo tanto, de la literatura védica hubieron de derivar los sistemas filosóficos e instituciones religiosas desenvueltas con el tiempo entre los semitas. Precisamente, los números con mayor frecuencia repetidos en esos sublimes cantos a la creación, a la unidad de Dios y a las innumerables manifestaciones de su poder, que se llaman himnos védicos, son el uno, el tres y el siete.

Escuchemos lo que dice el himno de Dirghatamas:

LOS NÚMEROS UNO, TRES Y SIETE

Al que representa todos los dioses. El Dios aquí presente, nuestro bendito patrón, nuestro sacrificador, tiene un hermano que se extiende en pleno aire. Hay un tercer hermano a quien rociamos con nuestras libaciones... le hemos visto dueño de los hombres y armado de siete rayos (7).

Siete bridas sirven para guiar un carro de una sola rueda del que tira un solo caballo que refulge con siete rayos. La rueda tiene tres llantas. Es una rueda indestructible, que jamás se desgasta, de la cual penden los mundos.

Algunas veces siete caballos arrastran un carro de siete ruedas en el que montan siete personajes, acompañados por siete fecundas ninfas acuáticas.

De un himno al dios Agni entresacamos este otro pasaje:

Surge siempre uno, aunque se manifieste en tres formas de doble naturaleza (8). Los sacerdotes en el acto del sacrificio ofrecen a Dios sus plegarias que llegan al cielo llevadas por Agni.

Esto denota claramente que Agni es para los induístas un espíritu subordinado al único Dios.

La repetición de los números uno, tres y siete en todas las Escrituras, ¿es mera coincidencia o, como la razón nos dicta, resultado de la derivación de las diversas religiones cultuales de una sola y primitiva religión? La respuesta es un misterio para el profano; mas para el iniciado es la solución del más sublime problema psiquicofísico, pues exacta y verdaderamente le revela la divinidad del individual espíritu del hombre, que no sólo es emanación del único y supremo Dios, sino que es el único Dios asequible a la débil y desamparada comprensión del hombre, el único Dios que el hombre puede sentir dentro de sí mismo. Esta verdad expone claramente el poeta védico al decir:

El Señor dueño del universo y lleno de sabiduría ha entrado en mí, flaco e ignorante, y me ha formado de Sí mismo en este lugar (9), donde con la ayuda de la ciencia obtienen los espíritus el pacífico goce del fruto dulce como ambrosía.

No importa que a este fruto del Árbol del Conocimiento le llamemos manzana o pippala, como lo llama el poeta védico, pues simboliza el fruto de la sabiduría esotérica. Nuestro propósito es demostrar que el sistema religioso de la India es miles de años anterior a las exotéricas fábulas del Edén y del diluvio universal. De aquí la identidad de doctrinas, pues los iniciados en la primitiva fueron con el tiempo fundadores de las escuelas filosóficas de Occidente.

Pero escuchemos otro himno:

Pippala, dulce fruto del árbol donde se posan los espíritus amadores de la ciencia y en el que los dioses obran maravillas. Éste es el misterio para quien no conoce al Padre del mundo.

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El título de estas estancias anuncia que están consagradas a los Viswadévas (10). El que no conozca al Ser a quien canto en todas sus manifestaciones, no comprenderá nada de mis versos; pero los que Le conocen no son extraños a esta unión (11).

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El Ser inmortal está en la cuna del mortal ser. Los dos espíritus coeternos van y vienen por doquiera. Tan sólo algunos hombres conocen a uno sin conocer al otro (12).

¿Qué orientalista cuidó de inquirir el verdadero sentido de los precedentes pasajes a pesar de su claridad? ¿Quién será capaz de formar concepto exacto de aquel de quien el Rig Veda dice: “Al Único le da el sabio diversidad de nombres”? los himnos védicos cantan todas las manifestaciones del Único en la Naturaleza, y los libros sagrados califican de “puerilidad e insensatez” enseñar el modo de que los seres de sabiduría acudan a instruirnos según se nos antoje. Porfirio dice que “enseñan la liberación de cuanto se relaciona con la tierra... como un vuelo del solo al SOLO”.

MÁSCARAS SIN CÓMICOS

Max Müller, cuyos discípulos admiten cuanto dice cual si fuera el evangelio de la filología, tiene razón hasta cierto punto cuando al determinar la índole de las divinidades induístas las califica de “máscaras sin cómico..., nombres sin seres y no seres sin nombres”(13). Sin embargo, con esto demuestra Müller el monoteísmo de la religión védica, y mucha duda cabe de que ni él ni sus discípulos lleguen a desentrañar el pensamiento de los arios (14) sin previo y detenido estudio de esas “máscaras”, que les parecerán fantasmas vanos a los materialistas o científicos empeñados en la imposible tarea de conciliar los hechos históricos con sus personales opiniones o con la letra de la Biblia. Pero estas autoridades, de indudable prestigio en la ciencia experimental, son y han sido siempre recusables, como inseguros guías, en cualquier otro orden de investigaciones. Los patriarcas bíblicos son tan “máscaras sin cómicos” como los prajâpatis induístas; y sin embargo, cada supuesto personaje simboliza una idea de la filosofía antigua (15). Por lo tanto, ¿quién más a propósito para desentrañar el sentido oculto que los mismos brahmanes y cabalistas?

Negar en redondo la filosofía subyacente en el Rig Veda, equivale a desconocer la religión madre en que late el íntimo pensamiento de los filósofos anteriores a la composición de los Brâhmanas. Si las divinidades induístas son para Müller vanas máscaras, también debe suponer que los autores védicos no serían capaces de descubrir a los actores, y entonces no sólo los tres Vedas, que según Müller no merecen este nombre, sino el mismo Rig Veda resulta una baraúnda de palabras sin sentido, porque ningún científico moderno, por erudito que sea, podrá inquirir los significados que no hubiese podido inquirir la sutil y universalmente reconocida sagacidad de los antiguos sabios de la India. Tenía razón Taylor al decir que “la filología no es filosofía”.

Resulta muy contrario a la lógica admitir primero un pensamiento subyacente en la obra literaria de una raza, tal vez étnicamente distinta de la nuestra, y negarle después significado filosófico a este mismo pensamiento, tan sólo porque no nos consiente comprenderlo la diversa orientación de nuestro desenvolvimiento mental. Esto es precisamente lo que hacen Müller y su escuela, dicho sea con todo el respeto debido a su erudición. Dice el ilustre orientalista a este propósito:

Nos vemos cara a cara y mente a mente con hombres cuyas ideas no comprendemos todavía a pesar de haber desechado todo prejuicio. No siempre estaremos afortunados en la interpretación, pues muchas palabras, versos y aun himnos enteros del Rig Veda son y han de ser letra muerta para nosotros... Porque, con raras excepciones..., la ideología védica está tan allá de nuestro horizonte mental, que en vez de traducir, sólo nos cabe suponer y conjeturar (16).

Esto equivale a decir que, si bien con cautela y fatiga, podemos seguir las huellas de los autores védicos.

Por otra parte, sólo reconoce Müller verdadero valor al Rig Veda, del que afirma que “es el único importante, el único Veda auténtico”, y repudia los otros tres por indignos de atención seria, porque contienen “fórmulas de sacrificios, hechizos y conjuros” (17). Para Müller, los otros tres Vedas merecen tanto este nombre como el de Biblia el Talmud.

Pero se nos ocurre una pregunta muy natural sobre este punto. ¿Conoce algún erudito el oculto significado de las en apariencia absurdas fórmulas de sacrificios, hechizos, conjuros y demás quimeras mágicas del Atharva Veda?

Cabe responder que no, si nos apoyamos en la poco antes citada declaración de Max Müller, pues si la ideología védica (18) cae tan allá del horizonte mental de los eruditos, que en vez de traducir tan sólo les cabe suponer y conjeturar; si los otros tres Vedas, aparte del Rig, son “puerilidades y tonterías” (19), y si los Brâhmanas, los Sutras Yâska y Sâyana, aunque de época más próxima al Rig, se prestan a muy frívolas y erróneas interpretaciones, no es posible que ni Müller ni erudito alguno juzguen acertadamente la literatura induísta. Además, si los autores de los Brâhamanas (cuya fecha es la más cercana a la del Rig) hubiesen sido, como se les supone, incapaces de otra cosa que de “erróneas interpretaciones”, ¿en qué época, en dónde y quiénes compusieron estos grandiosos poemas cuyo místico sentido perdieron las generaciones posteriores? Por lo tanto, si los textos sagrados de Egipto eran ya ininteligibles (20) para los escribas sacerdotales de hace cuatro mil años, y si los Brâhmanas no son ni más ni menos que pueriles y frívolas interpretaciones del Rig Veda, resultarían los sistemas religiosos de la India y Egipto incalculablemente más antiguos de lo que los mitólogos suponen cautelosamente, y hubieran estado en lo cierto los sacerdotes egipcios, como lo están los brahmanes contemporáneos, al asignar a sus libros remotísima antigüedad.

LA CLAVE DEL RIG VEDA

Jamás admitiremos que los otros tres Vedas sean menos valiosos que el Rig, ni que el Talmud y la Kábala sean inferiores a la Biblia. El mismo título de Vedas (21) denota que los compusieron aquellos hombres llamados sabios en toda época y país. Si prescindiéramos del Talmud y de su antecesora la Kábala, nos sería imposible interpretar acertadamente ni una sola palabra de esa Biblia tan encomiada a sus expensas. Pero esto es tal vez los que se proponen sus defensores. Repudiar los Brâhmanas equivale a perder la clave del Rig Veda. La interpretación literal de la Biblia ha dado ya sus frutos. También los dará la de las Escrituras induístas, con la diferencia de que la absurda interpretación de la Biblia ha logrado con el tiempo lugar preeminente en los dominios del ridículo, con defensores ciegos a toda luz y refractarios a toda prueba. En cuanto a la literatura llamada pagana, después de algunos años más de inútiles tentativas para descubrir su religioso significado, quedará relegada al limbo de reprobables supersticiones, para que las gentes no oigan hablar más de ellas.

Quisiéramos que se nos comprendiera con toda claridad antes de reconvenirnos por las precedentes observaciones. Ni aun sus propios adversarios dudan de la vasta erudición del famoso catedrático de la universidad de Oxford. Sin embargo, deploramos que tan a la ligera condene lo que, según confesión propia, está más allá de su horizonte mental, pues lo que en los Brâhmanas diputa por ridículos errores, otros eruditos lo diputarán contrariamente.

Dice un antiguo rishi en el Rig Veda:

¿Quién es el supremo entre los dioses? ¿Quién ha de ser el primer loado en nuestros cantos?

Pero Müller toma equivocadamente el interrogativo pronombre personal “¿Quién?” por el nombre de una divinidad, y exclama:

En las invocaciones sacrificiales se le asigna un lugar al dios Quién, y se le entonan unos himnos llamados quienescos.

¿Fuera menos natural designar a Dios con el pronombre quién que llamarle Yo soy con sus correspondientes salmos? ¿Y quién podría asegurar que esto sea error y no expresión premeditada? ¿No sería posible que tan extraño término derivase del reverente temor que impidió al poeta dar nombre propio y concreto a Dios, suprema abstracción de todo ideal metafísico? ¿O no cabe también suponer que el mismo temeroso sentimiento determinara tiempo después a los comentadores a dejar en manos de la futura humanidad la tarea de antropomorfizar al Desconocido, al Quién?

El mismo Müller dice sobre el particular:

Aquellos poetas primitivos pensaban más por sí mismos que por los demás. En su lenguaje procuraban más bien ser fieles a su propio pensamiento que halagar la imaginación de sus oyentes (22).

Desgraciadamente, este pensamiento no despierta vibración alguna en las mentes de nuestros filólogos.

Añade Müller en otro pasaje, refiriéndose a los estudiantes del Rig Veda:

Que estudien los comentarios, los Sûtras, los Brâhamanas y otras obras posteriores a fin de beber en todas las fuentes de información... No deben desdeñar las tradiciones de los brahmanes aun cuando les parezcan evidentes sus errores... No han de dejar inexplorado ni un rincón de los Brâhmanas ni de los Sûtras Yâsha y Sâyana antes de que intenten traducirlos... Cuando el investigador haya terminado su obra, deben acabarla y pulirla el poeta y el filósofo (23).

SABIOS INDOS Y EUROPEOS

¡Mal año para el filósofo que haya de seguir los pasos de un filólogo para enmendar sus errores! Curioso fuera ver cómo acogerían los intelectuales europeos a un sabio entre los sabios indos, que tratara de corregir los errores cometidos por cualquier exégeta al deslindar lo aceptable y lo repudiable, lo admisible y lo absurdo en los libros sagrados de la India. Lo que el cónclave de científicos europeos (24) declarase “errores brahmánicos”, seguiría siendo para los teólogos induístas de Benarés y Ceilán tan verdad como para los judíos la interpretación de las Escrituras de Maimónides y Filo Judeo contra las sofistificaciones de Eusebio e Ireneo sancionadas por los concilios. Un teólogo, un filósofo indo, ¿no conocerán la religión e idioma de sus antepasados muchísimo mejor que un erudito inglés o alemán? ¿No tiene un hermeneuta indo la misma autoridad para interpretar las Escrituras induístas que los rabinos las hebreas? Los traductores y comentadores indígenas son seguramente más fidedignos que los exóticos. Sin embargo, cabe la esperanza de que el incierto porvenir nos reserve algún erudito europeo que interprete los libros de la religión de sabiduría con acierto bastante para que ningún colega le contradiga.

Entretanto, prescindamos de toda presunta autoridad y estudiemos algunos mitos antiguos, apoyándonos en la interpretación popular y valiéndonos del misterioso número siete, linterna mágica de Trismegisto, para alumbrar nuestro camino. Alguna razón debe de haber para que universalmente haya servido este número de cómputo místico. Todos los pueblos de la antigüedad colocaron sobre el séptimo cielo la morada del Demiurgo. Así dice el cabalista emperador Juliano:

Si huybiese de hablar de la iniciación en nuestros sagrados Misterios, que los caldeos consagraron al dios de los siete rayos cuya veneración exaltaba las almas, diría cosas desconocidas, muy desconocidas del vulgo, pero que saben bien los benditos teurgos (25).

Por su parte expone Lido:

Los caldeos dan a Dios el nombre de Iao, y algunas veces el de Sabaoth. Al que está sobre las siete órbitas (26) le llaman Demiurgo (27).

Es preciso consultar los autores pitagóricos y cabalistas para percatarse de la potencialidad del número siete. Los siete rayos del espectro solar están representados exotéricamente en el dios Heptaktis (el de los siete rayos), y se resumen en tres rayos primarios rojo, azul y amarillo, que forman la trinidad solar y tipifican respectivamente el espíritu-materia y el espíritu-esencia (28).

Los pitagóricos llamaban al número siete vehículo de vida, como si estuviese dotado de cuerpo y alma; pues, según ellos, el cuerpo humano se compone de cuatro elementos y el alma de tres, conviene a saber: razón, pasión y deseo. Colocaban los griegos la Palabra inefable en el séptimo y más alto lugar, sobre sus siete substitutas o sucedáneas, correspondientes a los grados de iniciación. Los judíos tomaron el precepto del sábado de los antiguos, que tenían este día por nefasto y estaba consagrado a Saturno. En India, Arabia, Siria y Egipto figuraba ya en los cómputos del tiempo la semana de siete días, que los romanos se asimilaron al conquistar estos países, aunque hasta el siglo IV no quedó del todo substituido por el hebdomadario el cómputo de calendas, nonas e idus. Los nombres astronómicos de los días (29) prueban que no derivó de los hebreos la semana de siete días. Pero antes de analizar cabalísticamente este número, conviene examinarlo desde el punto de vista del sábado judaico-cristiano.

El Shabbath o Yom-shaba instituido por Moisés en memoria del descanso del Señor Dios, tras la obra de la creación, era tan sólo, como dice el Zohar, un velo para encubrir el verdadero significado. Entonces contaban los judíos y siguen contando ahora numeralmente los días de la semana de esta manera:

Yom-ahad; yom-sheni; yom-shelisho; yom rebis; yom-shamishi; yom-shishi; y yom-shaba. Que equivalen a día primero; día segundo; día tercero; día cuarto; día quinto; día sexto; día séptimo.

La palabra hebrea ....., consta de las tres letras: s, b, o, y tiene varias acepciones. En primer lugar significa época o ciclo (shab-ang). La voz ... (sábado) quiere decir época antigua y también descanso en idioma copto. Sabe significa sabiduría, erudición. Los arqueólogos modernos han descubierto que el término hebreo ... (sab) quiere decir asimismo cabeza gris, y por lo tanto, el día de saba era aquel en que los “hombres de cabeza gris”, o sea los ancianos de una tribu, se reunían para celebrar los sacrificios (30).

EL DOMINGO CRISTIANO

Así que la semana de siete días es el antiquísimo período Saba o Sapta. Las fiestas lunares de la India demuestran que también en este país se celebraban asambleas semanales. Así como cada fase de la luna determina alteraciones atmosféricas, también ocurren mudanzas en el universo entero, de las que las meteorológicas son las menos importantes. El día séptimo, el más poderoso día prismático, se congregan los adeptos de la ciencia secreta, como se congregaban hace miles de años, para actuar de agentes de las ocultas fuerzas naturales (emanaciones del Dios operante) y comunicarse con los mundos invisibles. Los antiguos sabios santificaban el séptimo día, no porque creyeran en el divino descanso, sino porque conocían su oculta influencia. De esto deriva la profunda veneración en que los antiguos filósofos tenían el número siete, que calificaban de “sagrado” y “venerable”. La Tetraktis pitagórica, tan respetada por los platónicos, se representaba en forma del cuadrado debajo del triángulo, símbolo este último de la Trinidad comprensiva de la invisible Mónada o Unidad; pero el nombre de la Tetraktis, por lo sacratísimo, sólo podía pronunciarse en el santuario.

La austera observancia del sábado (31) por los protestantes tiene mucho de tiranía religiosa y su daño excede al beneficio, pues con toda seguridad que no estuvo jamás en el pensamiento de Jesús distinguir dicho día de los otros seis, como así lo demostró con hechos y palabras, aparte de que los primitivos cristianos no guardaban este precepto (32).

Cuando el judío Trifón reconviene a los cristianos porque no guardaban el sábdo, le responden los reconvenidos:

La nueva ley os mandará guardar un sábado perpetuo. Vosotros imagináis que sois religiosos, después de pasar un día en la ociosidad; pero el Señor no se satisface con esto. Si el perjuro y el defraudador se enmiendan y el adúltero se arrepiente, guardarán el sábado más acepto a Dios. Los elementos jamás están ociosos ni guardan sábado. Si antes de Moisés no hubo necesidad de guardar el sábado, tampoco debe haberla después de Jesucristo.

En cuanto al concepto de la Causa primera, dice Juan Reuchlin:

La Heptaktis no es la Causa suprema, sino sencillamente Su emanación, el primer efecto visible de la irrevelada Potestad. Es como Su divino aliento que, surgido impetuosamente, se condensa y refulge hasta convertirse en Luz que perciben los sentidos externos (33).

Este concepto de la emanación del Altísimo equivale al del Demiurgo o los Elohim (34) que forman el mundo en seis días y descansan el séptimo. Pero los Elohim no son ni más ni menos que la personificación de las fuerzas de la Naturaleza, los fieles agentes de las leyes de Aquél que de por Sí es armónica e inmutable Ley.

Los Elohim moran en el séptimo cielo (mundo espiritual), pues, según los cabalistas, formaron sucesivamente los seis mundos materiales, o mejor dicho, los seis bosquejos de mundos precedentes al nuestro, que es el séptimo. Pero si dando de mano al concepto metafísico-espiritual, nos contraemos al científico-religioso de la creación en seis días, tan detenida y dilatadamente comentado por los exégetas, podremos acaso desentrañar el oculto sentido de esta alegoría.

Los antiguos filósofos estaban versados en ciencias ocultas y podían enseñar que los seis mundos precedentes habían evolucionado físicamente en las sucesivas etapas de nacimiento, desarrollo, madurez, decrepitud y muerte, y que terminado el ciclo de evolución se habían restituido a su prístina modalidad de mundo etéreo, para morada durante toda una eternidad (35) de los espíritus de hombres y animales (36).

Nuestro planeta está tan sujeto a la evolución física como todo cuanto en él existe. De la mente de Aquél de quien nada sabemos y que tan sólo podemos concebir vagamente, impelido por Su voluntad creadora, surgió a la existencia este globo, cuya materia, fluídica y semi-etérea al principio, fue condensándose gradualmente hasta que la necesidad de evolución física, determinada por la materia (37), actualizó sus propias facultades creadoras. La Materia retó al Espíritu y la tierra tuvo también su caída, cuyo castigo está simbolizado en que tan sólo puede procrear y no crear. La tierra física o material es el agente servil de su dueño el espíritu. Así dicen los Elohim:

Multiplicaré tus dolores; con dolor parirás los hijos... Maldita será la tierra en tu obra..., espinas y abrojos te producirá... (38).

MALDICIÓN ALEGÓRICA

Esta alegórica maldición durará hasta que la más diminuta partícula de materia terrestre haya recorrido su ciclo evolutivo y por sucesivas transformaciones llegue a integrar el alma viviente, de modo que ésta alcance el punto terminal del arco ascendente del ciclo y se identifique con su metraton, o espíritu redentor, en el más alto peldaño de los mundos espirituales, de vuelta ya a la primaria morada de donde emanó. Más allá se abre el ABISMO sin fondo y empieza el MISTERIO.

Conviene recordar que todas las cosmogonías reconocen una Trinidad creadora formada por el Padre (espíritu), la Madre (materia) y el Hijo (universo manifestado), procedente de ambos. Cada uno de los astros que constituyen el universo pasa sucesivamente por cuatro edades o épocas análogas a las de la vida humana, y así tienen su infancia, juventud, virilidad y vejez. Estas cuatro épocas, con las tres personas de la Trinidad creadora, componen de nuevo el sagrado siete.

Los capítulos preliminares del Génesis no exponen ni la más remota alegoría de la creación de nuestro mundo, sino que entrañan el concepto metafísico de un período indefinido (39) de la eternidad, durante el cual la ley de evolución intentó diversas veces construir universos. Así dice el Zohar:

Hubo mundos que perecieron apenas surgidos a la existencia. No tenían forma y se les llamó chispas, como las que el forjador hace brotar en todas direcciones cuando machaca el hierro. Las chispas son los mundos primitivos que no perduraron porque el Sacro Anciano (40) no había asumido aún su forma de rey y reina (41), y el Maestro no se ocupaba todavía en desenvolver su obra (42).

Los seis períodos o días del Génesis se refieren al mismo concepto metafísico, o sea que infructuosamente los Elohim intentaron por cinco veces construir nuestro universo, hasta que a la sexta vez lograron formarlo con todos sus planetas (43) y descansaron en el período séptimo. Así dice el Zohar:

Y cuando el Santo creó el presente mundo, exclamó: Éste me place; los precedentes no me pluguieron (44).

Y dice el Génesis:

Y vio Dios (Elohim) todas las cosas que había hecho; y eran muy buenas. Y fue la tarde y la mañana el día sexto (45).

DÍA Y NOCHE DE BRAHMÂ

Ya explicamos oportunamente el significado del día y noche de Brahmâ. El día simboliza un período de actividad cósmica y la noche igual período de reposo. Durante el día de Brahmâ se desenvuelven los mundos a través de las cuatro etapas o edades de su existencia. Durante la noche, la inspiración de Brahmâ invierte el sentido de las fuerzas naturales, se disgregan poco a poco las cosas visibles, sobreviene el caos y en el reposo cobra el Cosmos nuevo vigor para el próximo período de evolución. En la mañana de un día de Brahmâ los procesos de formación alcanzan el máximo de actividad, y por la tarde van declinando gradualmente hasta que llega la noche y con ella el pralaya. Estas mañana y tarde constituyen un día cósmico, por lo que no cabe duda de que el autor del Génesis se refería a un día de Brahmâ al decir:

Y fue la tarde y la mañana, un día (46).

Seis días de gradual evolución, uno de reposo y después el anochecer. Desde la aparición del hombre en este mundo, ha sido el tiempo un perpetuo sábado de reposo para el Demiurgo.

Las teorías cosmogónicas del Génesis se resumen en las razas de los hijos de Dios y de los hijos de los hombres, de los gigantes a que alude el capítulo VI. En rigor, la historia bíblica de la formación (47) de la tierra empieza cuando Noé se salva del diluvio en el arca. Las tablillas asirias recientemente traducidas por Jorge Smith, no dejan duda sobre esto en quienes saben interpretarlas esotéricamente. La diosa Isthar predice en una de estas tablillas la destrucción del sexto mundo y la aparición del séptimo en los siguientes términos.

Por SEIS días y noches dominaron el viento, el diluvio y la tormenta.

En el séptimo día calmó la tempestad y cesó el diluvio que todo lo había destruido como un terremoto (48). Las aguas volvieron a sus cauces y amainó el viento y cesó el diluvio.

Yo percibí la costa en el límite del mar.

... al país de Nizir fue la nave (49); la montaña de Nizir detuvo la nave.

... el primero y segundo días hizo lo mismo la montaña de Nizir; el quinto y el sexto hizo lo mismo la montaña de Nizir.

... en el transcurso del séptimo día solté una paloma que se fue y no volvió..., y el cuervo se fue y no volvió...

Edifiqué un altar en la cumbre del monte.

... corté siete hierbas en cuyo fondo puse cañas, pinos y simgar; los dioses acudieron como moscas al sacrificio.

... desde muy antiguo también el supremo Dios, en su carrera.

... el intenso fulgor (50) de Anu hubo creado (51).

... el amuleto que ciñe mi cuello no resistiría la gloria de estos dioses...

Todo esto encubre un significado esotérico a un tiempo astronómico y mágico. En las tablillas se advierte desde luego la narración bíblica, y se echa de ver cuánto ha desfigurado ésta el gran poema caldeo con la personificada conversión de los dioses en patriarcas. No podemos detenernos en el examen de los bíblico remedos de la alegoría caldea; pero sí recordaremos que, según testimonios tan adversos como Lenormant (52), la trinidad caldea emanada de Ilon (53) está constituida por Anu, Nuah y Bel. Es Anu el caos primitivo, el dios que a un tiempo simboliza el tiempo y el mundo (..... y .....), o la materia primordial desdoblada del eterno y absoluto principio de todas las cosas. Nuah es, según Lenormant, “la inteligencia, o mejor fuera decir el Verbo que vivifica y fecunda la materia, penetra el universo y lo gobierna y anima. Es el soberano del húmedo elemento, el Espíritu semoviente sobre las aguas”. Tenemos, por lo tanto, que Nuah está representado bíblicamente por Noé dentro del arca que flota sobre las aguas, y el arca es emblema de la luna (argha) o principio femenino. Así es Noé símbolo del espíritu que desciende a la materia.

SIMBOLISMO DE NOÉ

Apenas sale del arca, planta Noé una viña cuyo vino bebe y le embriaga, lo cual significa la turbación del espíritu en cuanto lo aprisiona la materia.

El séptimo capítulo del Génesis parafrasea el capítulo primero, según se infiere de los siguientes pasajes:

Las tinieblas estaban sobre el haz del abismo y el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas (54).

Y el arca era llevada sobre las aguas (55).

Vemos, por lo tanto, que el Noé bíblico es el Nuah caldeo o sea el espíritu que vivifica la materia caótica simbolizada en la profundidad de las aguas diluviales. En la narración caldea está la diosa Ishtar o Astoreth (la luna) encerrada en el arca, y envía a la paloma (56) en busca de tierra enjuta. Por otra parte, según las tablillas asirias, Xisuthrus o Hasisadra fue transportado junto a los dioses en premio de su piedad, y en la Biblia este mismo personaje es Enoch arrebatado al cielo en un carro de fuego.

Todos los pueblos antiguos creyeron en la sucesiva existencia de incalculable número de mundos anteriores a la evolución del nuestro; pero como los cristianos tergiversaron a su antojo las Escrituras hebreas, perdieron en castigo la clave de interpretación. Así vemos a los Padres de la Iglesia empeñados en la imposible tarea de establecer un cómputo cronológico sobre la interpretación literal del texto bíblico, mientras que los rabinos iniciados conocían perfectamente el significado esotérico de las alegorías, y por ello hablan las obras cabalísticas (57) de la serie de mundos surgidos del caos y evolucionados hasta su destrucción.

La doctrina induísta admite dos pralayas o desintegraciones; el mahapralaya o desintegración universal y el pralaya o desintegración parcial. El primero se refiere a la noche de Brahmâ, y el segundo a los cataclismos geológicos que sobrevienen al término de cada ciclo mínimo de nuestro globo. El diluvio de las narraciones estuvo localizado en el Asia central y ocurrió, según cómputos de Bunsen, unos diez mil años antes de J. C., sin relación alguna con el místico Nuah o Noé. Las tradiciones induístas señalan al término de cada época del mundo un cataclismo que no lo destruye, sino tan sólo altera su configuración geográfica, para que nuevas razas de hombres, animales y plantas evolucionen de las desaparecidas a consecuencia del cataclismo.

Los dos rasgos característicos del Pentateuco son la “caída del hombre” y el “diluvio universal”, el alfa y el omega o claves superior e inferior de la armónica escala en que resuena el himno de la creación del hombre, para quien indagando por medio del zura o gemantria figurativa el proceso de la evolución humana, desde el puramente espiritual punto de partida hasta el impuramente material punto de conversión (hombre postdiluviano), descubre en estos dos símbolos todo el significado que encierran.

De la propia manera que en los jeroglíficos egipcios se ha de prescindir de todo signo inadaptable a determinadas figuras geométricas, pues son un velo puesto deliberadamente por el hierogramático (58), así también hay en el texto bíblico muchos velos o enigmas que el lector ha de subordinar a la misma regla de los jeroglíficos, prescindiendo de los que no respondan al sistema numérico de la Kábala.

El diluvio aparece relatado en el Mahâbhârata, los Purânas y en el Satapatha, uno de los Brahmanas más posteriores, por lo que es muy posible que Moisés, o quien fuese el autor del Pentateuco, se aprovechara de estas tradiciones para componer sus alegorías, desfigurándolas de propósito, con añadidura de la narración caldea de Berosio. El Nemrod bíblico es el rey Daytha del Mahâbhârata, que lanza imprecaciones contra la tempestad y amenaza conquistar el cielo con sus poderosos guerreros, por lo que atrae sobre el linaje humano la cólera de Brahmâ, quien, como dice el texto, “resolvióse entonces a infligir tan terrible castigo a sus criaturas, que sirviese de escarmiento a los sobrevivientes y su linaje”.

EL DILUVIO SEGÚN LOS INDOS

Vaivasvata, cuyo equivalente nos da el Noé bíblico, salva a un pececillo en que encarna Vishnú para advertir por su boca a aquel justo varón del inminente diluvio que va a sumergir la tierra y ahogar cuanto en ella vive, por lo que le manda construir una nave, en la que se había de embarcar con toda su familia. Así lo hace Vaivasvata, y luego de embarcado en la nave con su familia, una pareja de animales de cada especie y una semilla de cada planta, empezó a caer la lluvia. Entonces vino a colocarse delante de la nave un enorme pez unicornio, a cuyo cuerno ató Vaivasvata una soga, con arreglo a las órdenes recibidas, de modo que el pez pudiese remolcar la nave por entre los desencadenados elementos, hasta que, apaciguada su furia, se detuvo el pez con la nave en la cumbre de los Himalayas (59).

Muchos comentadores ortodoxos dicen que este relato es copia del de las Escrituras hebreas (60). Pero seguramente que si el diluvio llamado universal hubiese ocurrido en época que pudiera recordar el hombre, lo mencionarían algunos monumentos egipcios de remotísima antigüedad, al par que mencionan a Cam, Canaán y Mizraim, progenitores del pueblo copto; pero hasta ahora no se ha encontrado alusión alguna a esta catástrofe, aunque Mizraim pertenece ciertamente a la primera generación postdiluviana, si no fue antediluviano. Sin embargo, los caldeos conservan la tradición, según atestigua Berosio, y los indos nos han transmitido la leyenda antes citada; con lo que tenemos el contradictorio hecho de que de dos naciones coetáneas y civilizadas, Caldea y Egipto, una haya conservado y otra no la tradición del diluvio, siendo así que, según la Biblia, parece estar el Egipto mucho más relacionado con este asunto. El diluvio citado en la Biblia, en uno de los Brahmanas y en el Fragmento de Berosio, se refiere a un cataclismo parcial que, según Bunsen, ocurrió unos 10.000 años antes de J. C., y según los cómputos zodiacales de los induístas alteró la configuración geográfica del Asia central. Sólo cabe explicar esta contradicción admitiendo que los caldeos aprendieron el relato de labios de los misteriosos huéspedes a que algunos asiriólogos llaman acadianos, o según parece más verosímil, descendientes de los salvados de la catástrofe. Los judíos tomaron de los caldeos la tradición del diluvio, como tomaron casi todas sus creencias populares, y los induístas la aprenderían seguramente de los países en que se establecieron antes de apoderarse del Punjâb. En cambio, los egipcios, cuyos primeros colonos llegaron del Sur de la India, tuvieron menos motivos para recordar el cataclismo, cuyos efectos se contrajeron, como hemos dicho, al Asia central.

Dice Burnouf que como el relato del diluvio se encuentra en un Brahmana de la última época, pudieron muy bien los indos haberlo copiado de las naciones semíticas; pero contra este supuesto se oponen conjuntamente todas las tradiciones y costumbres de los indos, ya que los arios, y menos todavía los brahmanes, no copiaron jamás absolutamente nada de los semitas, según corrobora el mismo abate Dubois que residió cuarenta años en la India y es uno de aquellos “animadversos testimonios”, como llama Higgins a los intérpretes ortodoxos de la Biblia. Dice Dubois:

Jamás he descubierto en la historia de los egipcios y hebreos, indicio alguno de que ni estos dos pueblos ni otro cualquiera de la tierra sea más antiguo que el pueblo indo con sus brahmanes; y por lo tanto, no creo que estos copiaran sus ritos de naciones extranjeras, antes al contrario, opino que son de fuente original y exclusivamente propia. Quien conozca el carácter e índoles de los brahmanes, su altivez, orgullo, vanidad, esquivez y soberano desdén por todo lo extranjero y por cuanto ellos no han inventado, coincidirá conmigo en que de ningún modo copiarían los usos, leyes, costumbres y creencias de un país extranjero (61).

LOS VEDAS Y EL DILUVIO

El relato induísta del diluvio alude al primer avatar de Vishnú (62) y corresponde a un yuga anterior al nuestro, al de la aparición de la vida animal (63). Por otra parte, la circunstancia de que nada digan del diluvio los primitivos libros induístas es un poderoso argumento, de mayor valía en el caso presente en que sólo disponemos de inducciones. Dice sobre el particular Jacolliot:

Los Vedas y los Libros de Manú, estos dos monumentos de la primitiva mentalidad asiática, son incontrovertiblemente anteriores al diluvio, pues si por una parte la tradición (64) nos presenta a Vishnú salvando los Vedas del diluvio, por otra parte ni los Vedas ni los Libros de Manú ni otras obras mencionan esta catástrofe, al paso que los Purânas, el Mahâbhârata y otras más recientes la describen con minuciosos pormenores, demostrándose de eta suerte la antediluviana antigüedad de aquéllos, pues los Vedas no hubieran podido por menos de aludir en algún himno a la tremenda catástrofe que debió emocionar a las gentes muchísimo más que los fenómenos ordinarios de la naturaleza; ni tampoco Manú, que describe la creación y expone cronológicamente las épocas divinas hasta la aparición del hombre sobre la tierra, hubiera dejado en silencio un acontecimiento de tan excepcional importancia.

Manú enumera (65) los nombres de diez eminentes santos, a quienes llama parajâpatis (66), que los teólogos induístas consideran como profetas anteriores a la raza humana, pero que para los pundites son los diez poderosos reyes que florecieron en la edad de oro (kritayuga), el último de los cuales fue Brighu, de quien descendieron por sucesión genealógica Swârotchica, Ottami, Tamasa, Raivata, el glorioso Tchkchucha y el hijo de Vivasvata, todos los cuales merecieron el título de Manú (legislador divino), conferido también a los prajâpatis y a todos los personajes de la India primitiva. La genealogía se detiene en el nombre del hijo de Vivasvata.

Ahora bien; según los Purânas y el Mahâbhârata, el diluvio ocurrió en tiempos de este hijo de Vivasvata, que se llamaba Vaivaswata, y el recuerdo de la catástrofe se mantuvo por tradición que los emigrantes difundieron por todos los países que colonizaron.

La genealogía expuesta por Manú se detiene, según hemos visto, en Vivaswata, lo que prueba que cuando se compuso dicho libro, no había ocurrido todavía la catástrofe del diluvio (67).

El argumento es irrefutable y debieran tenerlo en cuenta los científicos cuya posición oficial les inclina a complacer al clero con la negativa de cuantos hechos prueban la formidable antigüedad de los Vedas y de los Libros de Manú.

El coronel Vans Kennedy dijo, hace mucho tiempo, que Babilonia fue desde un principio la metrópoli de la literatura sánscrita y de la erudición brahmánica; pero ¿cómo hubieran ido los brahmanes a Babilonia si no por haber emigrado a consecuencia de guerras intestinas? El relato más completo del diluvio nos lo da el Mahâbhârata, poema compuesto por Vedavyasa en loor de las alegóricas guerras entre las razas solar y lunar. Una de las versiones de este relato dice que Vivaswata fue el progenitor de todos los pueblos de la tierra, como de Noé afirma la narración bíblica. Otra interpretación nos presenta a Vivaswata, a manera de la leyenda griega de Deucalión y Pirra, arrojando guijarros en el limo dejado por las aguas, para engendrar hombres a voluntad. De estas dos versiones, una parecida a la hebrea y otra a la griega, cabe inferir, supuesta la antigüedad del pueblo indo, que los paganos griegos y los monoteístas hebreos las tomaron respectivamente del poema sánscrito por mediación de las escuelas de Babilonia.

La historia nos habla de la copiosa corriente emigratoria de los arios a lo largo del río Indo, y nos dice que, derramados después por occidente, algunas tribus pasaron desde el asia menor a colonizar la Grecia; pero no hay el más leve indicio histórico de que ni el “pueblo escogido” ni los griegos penetraran en la India antes del siglo IV de la era precristiana, pues hasta esta época no descubrimos las vagas tradiciones según las cuales se corrieron desde Babilonia a la India algunas de las problemáticas tribus perdidas de Israel. Pero aun cuando se demostrara la existencia histórica de las diez tribus cautivas (68), no quedaría resuelto el problema; pues, según Colebrooke, Wilson y otros eminentes orientalistas, el poema Mahâbhârata y el brahmana Satapatha, textos ambos en que aparece el relato del diluvio, son de muchísimo anteriores a la época de Ciro (69), el monarca que dio libertad a los israelitas, quienes sólo por entonces pudieron internarse en la India de vuelta a Palestina.

En cuanto a la versión semejante a la griega hay tanta carencia de pruebas a favor de su procedencia helénica como respecto de la hebrea, y las tentativas de los helenistas han fracasado por completo en este punto, pues cada día es más dudoso que las huestes de Alejandro el Magno penetraran en la India septentrional, ya que los anales de este país nada dicen acerca de semejante invasión.

FÁBULAS Y LEYENDAS

Si aun la misma historia queda rectificada por las modernas investigaciones, ¿qué pensar de las fábulas y leyendas que a primera vista delatan el artificio de su invención? De ningún modo podemos estar de acuerdo con Max Müller cuando dice que “parece blasfemia considerar las fábulas del mundo pagano como adulterados fragmentos de la divina revelación recibida un tiempo por la raza humana”. Fuera preciso que en aras de la imparcialidad y de la justicia debida a ambos contendientes incluyera Müller en el número de estas leyendas las de la Biblia, cuyo lenguaje no es más puro ni más moral que el de los textos induístas, ni hay en el mundo pagano fábula más ridícula y blasfema que las pláticas de Moisés con Jehovah (70) ni divinidad alguna del gentilismo tan malévola como en ciertos pasajes bíblicos se muestra el dios tutelar de Israel. Si al cristiano le repugna la vista del Padre Kronos (Saturno) que devora a sus propios hijos y mutila a Urano, y si le horroriza el espectáculo de Júpiter que precipita a Vulcano del cielo a la tierra y se perniquiebra en la caída, en cambio, un no cristiano se reirá de ver a Jacob luchando a brazo partido con el Creador, quien impotente para vencerlo le disloca el muslo, sin que esto sea obstáculo para que el patriarca se mantenga firme contra Dios y le cierre el paso. La fábula de Deucalión y Pirra que al arrojar piedras tras ellos engendraron a la raza humana, no es más ridícula que la de la mujer de Lot convertida en estatua de sal o la del Todopoderoso que forma al hombre del barro de la tierra y le infunde después el soplo de vida, a imitación del dios egipcio con cuernos de carnero que forma al hombre en un torno de alfarero. La fábula de Minerva, diosa de la sabiduría, que surge del cerebro de Júpiter armada de punta en blanco, es al menos poéticamente sugestiva, y ningún griego fue condenado a la hoguera por resistirse a tomarla al pie de la letra. En general, las fábulas paganas no son tan absurdas ni blasfemas como las interpoladas en el cristianismo con la aceptación canónica del Antiguo Testamento y la apertura de los registro taumatúrgicos de la Iglesia romana.

Añade a este punto Max Müller:

Muchos indos se sublevan al escuchar las inculpaciones de obscenidad contra las divinidades de sus Escrituras sagradas. Los brahmanes pueden demostrar que todas las fábulas religiosas tienen un muy profundo significado, pues siendo la obscenidad incompatible con los seres divinos, preciso es reconocer que las fábulas y leyendas sancionadas por el tiempo encierran un misterio que la respetuosa investigación sería capaz de descubrir.

Esto mismo dice el clero cristiano para cohonestar las obscenidades e incongruencias del Antiguo Testamento, con la diferencia de que en vez de admitir la interpretación de quienes poseen la clave del enigma, se arrogan el derecho de interpretarlas a su manera por supuesta delegación divina. Y no satisfechos con esto, han despojado a los rabinos de sus consuetudinarios medios de interpretación, de modo que apenas hay actualmente un rabino versado en la ciencia cabalista. Si los judíos han perdido la clave, ¿cómo pueden acertar en la interpretación? ¿Dónde están los manuscritos originales? Se dice que el más antiguo de cuantos se conocen en lengua hebrea es el Código bodleiano, cuya antigüedad no va más allá de ocho a nueve siglos (71). Por lo tanto, entre la época de Esdras y la aparición del Codex bodleiano transcurren quince siglos. El año 1490 la Inquisición mandó quemar todas las Biblias hebreas, y solamente Torquemada entregó seis mil a las llamas en Salamanca.

TERGIVERSACIÓN DE TEXTOS

Excepto unos cuantos ejemplares del Tora Ketubim y del Nebiim usados en las sinagogas y de más reciente fecha, nos parece que todos los manuscritos existentes están punteados con falsa interpretación por parte de los masotéricos, de modo que sin este método no se podría resistir en nuestro tiempo ningún ejemplar del Antiguo Testamento. Sabido es que los masotéricos, al copiar los manuscritos antiguos suprimieron cuantas frases les parecían inconvenientes (aunque escaparon a su atención las de algunos pasajes), e interpolaron otras de su propia invención que tergiversaron el sentido del texto. Sobre el particular dice Donaldson que “la escuela masotérica de Tiberias se ocupó en poner y quitar del texto hebreo todo cuanto le vino en gana, hasta la publicación del Masorah”. Por lo tanto, si poseyéramos los manuscritos originales resultaría curiosos e instructivo cotejarlos con los Vedas y otros libros induístas, pues seguramente que ni la más ciega fe fuera capaz de engullirse tan enorme alud de fábulas obscenas. Pero si millones de gentes que de cultas y civilizadas presumen, creen en estas fábulas a cierra ojos porque les han dicho que son de revelación divina, no debe nadie maravillarse de que los brahmanes crean también que sus libros sagrados son fruto de otra divina revelación (72).

Demos gracias a los masotéricos por su obra, pero veamos por anverso y reverso la medalla.

Si las leyendas, símbolos y alegorías son de tradición inda, caldea o egipcia, apenas se las considera merecedoras de examen ni se sospechan sus relaciones con la astronomía y antropogenesia; pero en cuanto mutilados y pervertidos se incorporan a la Escritura sagrada, se les acepta como palabra de Dios. ¿Dónde queda en esto la imparcialidad? ¿Dónde la justicia? Hace diecinueve siglos dijo el Reformador cristiano que no era posible servir a Dios y a Belial, y parafraseando esta máxima podríamos afirmar en nuestros tiempos que no es posible servir a la verdad y al prejuicio, aunque los dogmatizadores presuman de servir a la verdad.

Casi todos los mitos religiosos tienen fundamento a la par histórico y científico, pues como dice Pococke:

Vemos probado actualmente que los mitos son fábulas cuando no acertamos en su interpretación, y son verdades cuando descubrimos el real significado con que los antiguos los comprendieron. Nuestra ignorancia ha convertido en mítico lo histórico, y esta ignorancia la hemos heredado de los griegos como consecuencia de la vanidad helénica (73).

Ya demostraron Bunsen y Champollión que los libros sagrados de Egipto son muchísimo más antiguos que el Génesis; y las modernas investigaciones han robustecido la sospecha, para nosotros certidumbre, de que las leyes de Moisés son copia del Código de Manú, por lo que resulta muy probable que el Egipto debiera a la India su civilización, arte e instituciones sociales. Pero aunque contra este parecer se agrupen hostilmente toda una falange de autoridades científicas que niegan los hechos comprobatorios, tarde o temprano habrán de rendirse a la evidencia (74).

Dice Müller:

Difícil sería dilucidar si los Vedas son los libros más antiguos del mundo y si parte del Antiguo Testamento puede o no aventajar en antigüedad a los más antiguos himnos védicos (75).

Sin embargo, su cambio de opinión respecto del nirvana permite esperar que también la rectifique por lo que se refiere a la antigüedad del Génesis, de modo que las gentes reciban el beneficio de la verdad sancionada por uno de los más prestigiosos científicos de Europa.

ÉPOCA DE ZOROASTRO

Sabido es que los orientalistas no se han puesto aún de acuerdo sobre la época de Zoroastro; y por lo tanto, será más seguro fiarnos de los cómputos brahmánicos que de las opiniones de los científicos (76), pues Bunsen calcula que Zoroastro floreció en Ecbatriana, que la emigración de los ecbatrianos a la India corresponde al año 3784 antes de J. C. y el nacimiento de Moisés al 1392 de la misma era precristiana (77). Pero resulta muy anacrónico colocar a Zoroastro en época anterior a los Vedas, puesto que de estos libros está entresacada toda la doctrina zoroastriana, y si bien residió Zoroastro algún tiempo en el Afganistán antes de pasar al Punjâb, en este último país empezaron a escribirse los Vedas, que denotan el progreso de los indos, como el Avesta el de los iranios.por otra parte, Haug atribuye al brahmana Aitareya (78) una antigüedad de 1400 a 1200 antes de J. C. y a los Vedas la de 2400 a 2000 años. Müller pone algunos reparos a este cómputo, aunque no lo niega por completo (79). Pero suponiendo que Moisés escribiera el Pentateuco (80), si este legislador nació, como calcula Bunsen, el año 1392 antes de J. C., no puede ser el Pentateuco más antiguo que los Vedas, pues Zoroastro nació el 3784 antes de J. C., y ya su doctrina es reflejo de los Vedas. Además, dice Haug (81) que algunos himnos del Rig Veda datan de treinta y siete siglos antes de J. C., precedentemente al cisma de Zoroastro, ocurrido, según Müller, durante el período védico; y por lo tanto, no cabe remontar trozo alguno del Antiguo Testamento a la misma época de los Vedas, y mucho menos a una época anterior a los himnos védicos.

Admiten generalmente los orientalistas que 3000 años antes de J. C. estaban todavía los arios en las estepas de la orilla oriental del mar Caspio, y Rawlinson conjetura que su foco central era Armenia, de donde se derramaron por Oriente hacia la India, por el Norte hacia el Cáucaso y por Occidente hacia el Asia menor y Grecia, de suerte que ya antes del siglo XV de la era precristiana aparecen en la cuenca del Indo superior, en donde sobrevino el cisma entre los arios védicos, que se encaminaron al Punjâb, y los arios zéndicos, que se dirigieron a Occidente para fundar los históricos imperios de Asia (82). Añade Rawlinson que la primitiva historia de los arios está envuelta en los velos del misterio; pero muchos y muy eruditos brahmanes han encontrado indicios de la existencia de los Vedas 2100 años antes de J. C., y por otra parte atribuye Jones al Yaguar-Veda una antigüedad de 1580 antes de J. C., o sea muy anterior a Moisés.

Max Müller y otros orientalistas de Oxford se fundan en el supuesto hecho de que los arios emigraron del Afganistán al Punjâb unos quince siglos antes de J. C., para computar a determinadas porciones del Antiguo Testamento fecha igual o acaso más temprana que la de los más antiguos himnos védicos. Por lo tanto, mientras los orientalistas no se pongan de acuerdo para fijar la fecha en que floreció Zoroastro, no puede haber autoridad tan fidedigna como la de los brahmanes para computar la época de los Vedas.

Es indudable que los judíos copiaron la mayor parte de sus leyes de los egipcios, que en nuestra opinión fueron los primitivos indos (83), según nos demostrará el examen geográfico de la India antigual. En efecto, si exceptuamos la Escitia y la Etiopía, no hay región tan inciertamente delimitada en los mapas como la India antigua, que se extendía hacia el oriente de Babilonia con el nombre de Indostán y fue cuna de las razas cusitas o camíticas, que dominaron por completo el país y rindieron culto a las divinidades Bala y Bhavani. La India de los primitivos sabios parece que fue el territorio comprendido entre las fuentes del Oxo y las del Jaxartes. Apolonio de Tyana atravesó la cordillera del Cáucaso, llamada Kush por los indos, y encontró a un rey que le condujo al país de los sabios, descendientes acaso de los que el historiador Amian Marcelino denomina “brahmanes de la India septentrional”, a quienes visitó Darío Histaspes e instruido por ellos restableció el verdadero culto mágico. Este episodio de la vida de Apolonio indica, al parecer, que estuvo en el país de Cachemira, donde los nagas le aleccionaron en las doctrinas budistas. En aquella época la India aria no se dilataba más allá del Punjâb.

POBLADORES DE LA INDIA

En nuestra opinión, el obstáculo que mayormente se opone al progreso de la etnología es la triple progenie de Noé, pues los orientalistas occidentales se han empeñado en la imposible conciliación de las razas postdiluvianas con los descendientes de Sem, Cam y Jafet. La bíblica arca de Noé ha sido un lecho de Procusto para cuanto se quiso encerrar en ella; y desviada la investigación de las verdaderas fuentes donde beber el origen del hombre, tomó por realidad histórica una alegoría cosmogónica. Mala fortuna tuvo el cristianismo al escoger entre las Escrituras sagradas de los pueblos antiguos la de uno de raza semítica, la menos espiritual del linaje humano, raza incapaz de formar de sus numerosos idiomas uno que sirviese de apropiada expresión a las ideas de los mundos intelectual y moral, en vez de contraerse al bajo vuelo de las figuras sensuales y terrenas; raza cuya literatura es desacertado remedo del pensamiento ario, y cuyas ciencia y filosofía andan necesitadas de los nobilísimos rasgos que caracterizan los metafísicos y espirituales sistemas de la raza aria o jafética.

Bunsen opina que el idioma cámico del antiguo Egipto contenía en sí los gérmenes del semítico, dando prueba con ello del común origen de las razas aria y semítica. Pero conviene recordar sobre el caso, que si bien los pueblos del Asia sudoccidental y occidental, incluso los medos, eran todos arios, no está probado todavía quiénes fuesen los primeros pobladores de la India; y por lo tanto, mientras la historia no documente este punto, nada se opone a nuestra hipótesis de que esos primeros pobladores fueron los etíopes orientales o arios (84) de piel oscura, que durante mucho tiempo dominaron todo el territorio de la antigua India, cuya posesión asigna más tarde Manú al pueblo de idioma sánscrito, según le denominan los orientalistas.

Se supone que los indos sánscritos vinieron del Noroeste; se conjetura que profesaban la religión induísta y que probablemente hablaban el idioma sánscrito. En estos tres deleznables datos se han apoyado los filólogos europeos que llevaron constantemente pendientes del cuello a los tres hijos de Noé desde que Jones publicó sus estudios sobre el Indostán y la vasta literatura sánscrita. ¿Ésta es la ciencia experimental libre de preocupaciones religiosas? Mucho en verdad ganara la etnología si alguien hubiese arrojado al agua por la borda al triunvirato noético antes de que el arca tomara tierra.

Generalmente incluyen los etnólogos a los etíopes en el grupo semítico; pero ya veremos que no les corresponde esta clasificación y demostraremos también su influencia en la cultura egipcia, que siempre se mantuvo en el mismo grado de esplendor sin prosperar ni decaer, como sucedió en otros países. El Egipto debe su civilización, sus instituciones políticas y sus artes, especialmente el arquitectónico, a la India prevédica, pues los colonizadores del país fueron aquellos arios de piel oscura a quienes Homero y Herodoto llaman etíopes orientales, o sean los habitantes de la India meridional que llevaron a Egipto su ya adelantada civilización, en la época que Bunsen denomina preménica, pero que corresponde a los tiempos históricos.

Dice sobre este punto Pococke:

El relato completo de las guerras entre los jefes solares Usras (Osiris), príncipe de los glucas, y Tu-phu, es alegoría de aquellas otras guerras que la historia nos describe suscitadas entre los apianos o tribus helólicas de Ude con las gentes de Tu-phu o Tíbet, raza lunar compuesta por la mayor parte de budistas y enemiga de Rama y los etyo-pias o gentes de Ude que fueron subsiguientemente los ethio-pianos de África (85).

Recordaremos a este propósito que en la epopeya Râmâyana, el gigante Ravan aparece en su lucha con Ramachandra como rey de Lanka, nombre antiguo de Ceilán, que seguramente formaría parte en aquel entonces del continente de la India meridional poblada por “etíopes orientales”, quienes vencidos por Rama, hijo de Dasarata, rey solar de la antigua Ude, emigraron en parte al África del Norte, si, como muchos sospechan, la Ilíada de Homero es un plagio del Râmâyana, no podemos por menos de reconocer remotísima antigüedad a las tradiciones que sirvieron de fundamento a este último poema; y en consecuencia, hay en la prehistoria lugar sobrado para un período durante el cual los etíopes orientales pudieran establecerse en Egipto con todos los adelantos de su índica civilización.

La arqueología no ha interpretado aún con acierto las inscripciones cuneiformes, y hasta que las descifre debidamente (86), ¿quién es capaz de suponer los secretos que habrán de revelar? El monumento más antiguo de la lengua sánscrita es el de Chandragupta (315 años antes de J. C.), y las inscripciones persepolitanas le aventajan de 220 años. Hay manuscritos cuyos caracteres desconocen por completo los filólogos y paleógrafos (87).

IDIOMAS SEMÍTICOS

Los lingüistas colocan los idiomas semíticos en la familia indo-europea; pero excepto al copto y etíope, no creemos que a los demás les convenga esta clasificación, no obstante las aparentes relaciones que con las lenguas semíticas establece engañosamente la corrupción del moderno etíope y varios dialectos del Norte de África.

Puede probarse la mayor consanguinidad entre los etíopes y los arios de tez oscura que entre estos y los egipcios, pues recientemente se ha visto que los antiguos egipcios eran de raza caucásica con la configuración craneal evidentemente asiática (88). Si los antiguos etíopes no eran de tez tan cobriza como los modernos, también pudieron tener más delicada complexión. Es muy significativo el hecho de que entre los antiguos etíopes no heredaba la corona el hijo del rey, sino el sobrino por parte de hermana; y la misma ley rige todavía en la India meridional donde no suceden al rajah sus propios hijos, sino los hijos de su hermana (89)

Otra prueba es que de todos los idiomas y dialectos a que se atribuye filiación semítica, tan sólo el etíope se escribe de izquierda a derecha, como el sánscrito y demás de la familia aria (90).

Así es que contra el origen indo de los egipcios tan sólo se levanta la mítica hipótesis de Cam, hijo de Noé, que si no hubiese otros argumentos se desvanecería al observar que las instituciones políticas, religiosas y sociales de los egipcios declaran evidentemente su origen indo.

Las primitivas tradiciones de la India mencionan dos dinastías ya olvidadas en la noche de los tiempos: la dinastía del Sol que reinaba en Ayodhia (hoy Ude) y la dinastía de la Luna que reinaba en Pruyag (hoy Allahabad). El Libro de los muertos expone todo lo referente al culto religioso de estos primitivos reyes, con las particularidades de la adoración del sol y de los dioses solares. Nunca nombra dicho libro a Osiris y Horus sin relacionarlos con el sol, pues son los “Hijos del Sol”, y “el Señor y Adorador del Sol” es su nombre. El Sol es el creador del cuerpo y el progenitor de los “dioses sucesores del Sol”.

DIVINIDADES SOLARES

En su ingeniosísima obra defiende Pococke con energía la misma opinión y señala más claramente aún la identidad de las mitologías egipcia, griega e inda. Las primitivas tradiciones de la India hablan del caudillo de la raza solar llamado Cuclopos (91) y por sobrenombre “el gran sol”. Este príncipe fue el progenitor y patriarca de la dilatadísima estirpe inaquiense, y según nos dice Pococke, recibió honores divinos después de la muerte y su alma transmigró al cuerpo del buey Apis (92). Por otra parte, continúa diciendo Pococke, Osiris, cuyo verdadero nombre es Usras, significa a la par "toro" y "rayo de luz".

Champollión (92) alude frecuentemente a las dos dinastías reales del Sol y de la Luna, cuyos monarcas recibieron después de muertos honores de divinidades solares y lunares. El culto de esos dioses menores fue la adulteración inicial de aquella potente fe primitiva que acertadamente veía en el sol el más expresivo símbolo de la universal e invisible presencia del Señor de vida y muerte. De esta primitiva fe se descubren vestigios en todas las antiguas religiones. Los himnos del Rig Veda invocan a Sûrya (el sol) y a Agni (fuego) con los títulos de “Gobernador del univeso”, “Señor de los hombres” y “Rey sabio”. Los caldeos, parsis, egipcios y griegos adoraron también al sol bajo los respectivos nombres de Mitra, Ahuramazda, Osiris y Zeus, y conservaron el fuego sagrado en honor de su cercana pariente Vesta. El mismo culto del sol vemos entre los peruanos, en la zarza ardiente de Moisés, en los altares levantados por los patriarcas bíblicos y en los sacrificios que los monoteístas judíos ofrecían a la diosa Astarté, reina del cielo.

A pesar de tantas controversias e investigaciones, la arqueología y la historia nada han averiguado de cierto sobre el origen del pueblo judío, pues lo mismo pueden proceder de los tchandalas o parias desterrados de la antigua India, que de los “albañiles” mencionados por Vinasvati, Vedavyasa y Manú, de los fenicios de Herodoto, o de los hyksos de Josefo (pastores palis), aunque bien pudieran ser una entremezcla de todos ellos (94).

Muchos personajes bíblicos son figuras míticas, según se infiere de sus rasgos biográficos. Así resultan el profeta Samuel y el juez Sansón una misma entidad desdoblada en dos personalidades, pues el primero era hijo de El Kaina y Ana, y el segundo de Manua o Manoah. Equivalen respectivamente a Ganesa y a Hércules. A Samuel se le atribuye la abolición del culto cananeo de Baal (Adonis) y Astarté (Venus) y la restauración del de Jehovah con el establecimiento de la monarquía, cuando a ruegos del pueblo que pedía rey ungió primero a Saúl y después por prevaricación de éste a David.

David es una figura idéntica a la del rey Arturo. Realizó grandes hazañas y extendió su dominio a la Siria e Idumea hasta la Armenia y la Asiria por el Norte y Nordeste, el desierto de Siria y el golfo Pérsico al Este, Arabia al Sur y Egipto por Oeste. Sólo se libró la Fenicia del estruendo de sus armas.

La amistad de David con Hiram parece indicar que desde Fenicia efectuó su primera incursión en Judea, y su prolongada estancia en Hebrón, la ciudad de los kabires (ciudad del Arba o de los cuatro), permite conjeturar que modificó la religión de los hebreos.

A David le sucedió su arrogante y voluptuoso hijo Salomón, que mantuvo los dominios de su padre y edificó el magnificente templo de Jerusalén en honor de Jehovah (Tukt-Suleima), al propio tiempo que en el monte Olivete levantaba altares a Moloch-Hércules, Khemosh y Astarté, derribados posteriormente por Josías.

Pero a la muerte de Salomón estallaron revueltas en Idumea y Siria, y el profeta Ahías se puso al frente de un movimiento popular cuyo resultado fue la separación de los reinos de Israel y Judá, quedando el primero bajo la soberanía de Jeroboán. Desde entonces predominaron los profetas en Israel y prevaleció el culto del becerro en todo el país. Extinguida la familia real de Acab y fracasada la tentativa de Jehu para reunir bajo un solo cetro a todo Israel, subsistió la casa real de Judá, y al subir al trono Ezequías, sacudió el yugo de los asirios (95), y hay indicios de que instituyó un colegio sacerdotal (96) y transmutó radicalmente el culto religioso del país, hasta el punto de hacer pedazos la serpiente de bronce construida por Moisés (97). Esto demuestra que son míticas las figuras de Samuel, David y Salomón, pues la mayor parte de los profetas, que al propio tiempo eran literatos, empezaron a escribir en aquella época.

EL MESÍAS PROMETIDO

Finalmente, los asirios se apoderaron de Palestina, y encontraron allí las mismas gentes e instituciones públicas que en Fenicia y otros países.

Ezequías no era hijo natural, sino adoptivo de Achaz y yerno del profeta Isaías, con quien Achaz rehusó la alianza que le brindaba, según se infiere de los siguientes pasajes:

Pide para ti una señal del señor tu Dios en lo profundo del infierno o arriba en lo alto.

Y dijo Achaz: No la pediré y no tentaré al Señor (98).

El profeta Isaías le había declarado al rey:

Si no lo creyereis no permaneceréis (99).

En esta frase vaticina la extinción de la dinastía de Judá.

Pero hay otro pasaje que dice:

Por eso el mismo Señor os dará una señal. He aquí que concebirá una virgen y parirá un niño y será llamado su nombre Emmanuel. Manteca y miel comerá hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno... Traerá el Señor sobre ti y sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre por medio del rey de los asirios, días cuales no fueron desde los días en que se separó Efrain de Judá (100).

También hay otros pasajes en que el profeta ensalza al futuro caudillo (101) que ha de recoger los dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra (102). El prometido Redentor había de nacer en Bethlehem de la estirpe de David y había de dar en rostro a los asirios con quien Achaz se aliara, y reformar la religión del país. Esto precisamente hizo el rey Ezequías, nieto por línea materna del profeta Zacarías (103), consejero de su bisabuelo el rey Ozías (104), al apartarse de las abominaciones de sus predecesores, diciendo:

Pecaron nuestros padres e hicieron lo malo en la presencia del Señor nuestro Dios...

Ved cómo nuestros padres han perecido a cuchillo (105).

Intentó Ezequías reconciliar a los reinos de Judá e Israel, como así pudo lograrlo (106) aunque por breve tiempo, pues la irrupción de los asirios (107) instauró un nuevo régimen.

De todo esto se infiere que en la religión de los judíos se explayaban dos contrapuestas orientaciones: la del culto oficial mantenido por motivos políticos, y la del culto popular idolátrico, resultante de la ignorancia en que estaba el vulgo de la doctrina esotérica enseñada por Moisés. Ezequías destruyó los altos, taló los bosques y quebró las estatuas levantadas en tiempo de Salomón.

Era Ezequías el Mesías esperado por los mantenedores de la exotérica religión oficial. Era la vara de la raíz de Jessé (108) que debía rescatar a los judíos de su lastimosa cautividad (109). Pero si Ezequías abolió la idolatría y el culto de Baal, también arrebató violentamente al pueblo de Israel la religión de sus padres y los secretos ritos instituidos por Moisés.

Darío Hystaspes estableció en Judea una colonia persa, cuyo caudillo sería tal vez Zorobabel (que significa “hijo de Babilonia”, como Zoroastro (.....) “hijo de Ishtar”) (110) y estaría, sin duda, formada en su mayor parte por judíos (111). La recopilación de la ley mosaica se atribuye diversamente a las épocas de Ezequías, Esdras, Simón el Justo y asmoneo. Nada se sabe en definitiva, pues por doquiera aparecen contradicciones. En los comienzos de la época asmoneana, los doctores de la ley se llamaban asideanos o khasdimes (caldeos) y posteriormente se les dio el nombre de fariseos o farsis (parsis), lo cual indica que las colonias persas predominaban en el país, mientras que el pueblo de Isarel, con sus sacerdotes y levitas, convivía y se enlazaba con todas las gentes circunvecinas que nombran los libros del Génesis y Josué (112).

SARGÓN Y MOISÉS

El Antiguo Testamento no contiene ningún verdadero elemento histórico, y para encontrarlo hemos de recurrir a los profetas, cuyas indiscretas revelaciones nos suministran los pocos datos fidedignos sobre que apoyar la historia de Israel. Los libros que lo componen debieron de escribirlos distintos autores en diversas épocas, o más bien sería una fábula inventada para cohonestar un culto religioso cuyo origen podemos descubrir, por una parte, en los misterios órficos, y por otra, en los ritos egipcios, con los que estuvo Moisés familiarizado desde su infancia.

A partir del siglo XVIII, la Iglesia se ha visto precisada a retroceder en el campo de la exégesis bíblica que antes usurpara a sus legítimos dueños, pues se ha demostrado que todos los personajes, uno tras otro, son remedo de los mitos paganos. Los recientes descubrimientos del llorado asiriólogo Jorge Smith evidenciaron que Sargón y sus tablillas superan en antigüedad a Moisés y su Pentateuco, pues resulta que la biografía del legislador hebreo es remedo de la de aquel personaje, como también el relato del Éxodo fue copiado de los asirios, y las joyas de oro y plata lo fueron de las egipcias.

Dice Smith:

En el palacio de Senacherib, en Kuyunjik, descubrí otro fragmento de la curiosa historia de Sargón que oportunamente traduje y publiqué en los Trabajos de la Sociedad de Arqueología bíblica, I, parte I, 46. Según el texto descubierto, a Sargón, uno de los primitivos monarcas babilónicos, lo tuvo escondido su madre hasta que lo puso en una cesta de mimbres, convenientemente calafateada con betún y pez, que abandonó a la corriente del Éufrates, lo mismo que la madre de Moisés hizo con su hijo, según el relato bíblico (Éxodo, 2, 3). Descubrió la cesta un aguador llamado Akki, quien prohijó al niño, que con el tiempo llegó a ser rey de Babilonia y tuvo su corte en Agadi (113), donde reinó por tiempo de cuarenta y cinco años (114). La ciudad de Agadi o Acad estaba cerca de Sippara (115), sita a orillas del Éufrates, al Norte de Babilonia. Floreció Sargón en el siglo XVI antes de J. C., y acaso antes de esta época (116).

Es sumamente curiosa la historia de Sargón, tal como aparece en las tablillas asirias, que tradujo Smith en los siguientes versículos:

1. Yo soy el poderoso rey Sargón, rey de Akkad.

2. Mi madre era una princesa; no conocí a mi padre; un hermano de mi padre reinaba en el país.

3. En la ciudad de Azupirana que está a orillas del Éufrates.

4. Me concibió la princesa mi madre, y parióme con mucho sufrimiento.

5. Me puso en una cesta de mimbres sellada con betún.

6. En ella me botó al río, pero el río no me ahogó.

7. El río me condujo a manos del aguador Akki, quien me recogió.

8. Akki, el aguador, se me llevó solícitamente, etc., etc.

Este relato concuerda substancialmente con el bíblico que dice:

Salió después de esto un hombre de la casa de Levi y tomó mujer de su linaje.

La cual concibió y parió un hijo, y viéndole que era hermoso le tuvo escondido tres meses.

Pero no pudiendo ya ocultarle, tomó una cestilla de juncos y la calafateó con betún y pez y puso dentro al niño y lo abandonó en un carrizal de la orilla del río (117).

Las épocas de la cronología inda difieren muy poco de las griegas, romanas y aun de las judías, según nos da a entender el cómputo mosaico. Si, como se empeña la interpretación clerical, hubiéramos de tomar al pie de la letra la cronología bíblica, resultaría que de la creación del mundo a Moisés sólo transcurrieron cuatro generaciones, lo cual es evidentemente ridículo (118); pero los cabalistas saben que estas cuatro generaciones representan edades del mundo. Las alegorías que en los cómputos están hábilmente interpuestas en los libros mosaicos, gracias al artificiosos procedimiento masotérico, de modo tal, que se reducen al insignificante período de 2513 años.

NOÉ Y EL ARCA

La cronología exotérica de la Biblia está forjada de intento para que se corresponda con las cuatro edades: la de oro (de Adán a Abraham), la de plata (de Abraham a David), la de cobre (de David a la cautividad de Babilonia) y la de hierro (de la cautividad en adelante). Pero el cómputo secreto es totalmente distinto y en nada discrepa de los induístas cómputos zodiacales. Ahora estamos en la edad de hierro (kaliyuga), que no empezó en la cautividad, sino con Noé o Nuah, el mítico progenitor de la quinta raza, quien como todas las manifestaciones personificadas de Swayambhuva, era andrógino, y así corresponde a veces al elemento femenino, “Nuah o madre universal”, de la trinidad caldea; pues, según ya dijimos, todo elemento masculino o activo tiene en las tríadas cosmogónicas su reflejo complemento femenino o pasivo. La trimurti induísta tiene sus saktis o desdobles femeninos, y a la tríada masculina caldea, cuyos elementos son: Ana, Belita y Davkina, corresponden los elementos femeninos: Anu, Bel y Nuah. Los tres primeros se unifican en Belita, la “soberana diosa y señora del abismo inferior, madre de los dioses, reina de la tierra y de la fecundidad”.

Cuando Belita representa la “humedad” primordial de que toda materia procede, se la llama Tamti, símbolo del mar, madre de la ciudad de Erech (la gran necrópolis caldea), y es, por lo tanto, una diosa infernal. En el mundo astronómico recibe el nombre de Ishtar o Astarté, y equivale a Venus y demás reinas celestes, a quienes se ofrecían en sacrificio (119) tortas y pasteles, así como también es idéntica a Eva, la madre de todo ser viviente, y a la virgen María de los cristianos.

El arca en que Noé encerró los gérmenes de todo lo necesario para repoblar la tierra es emblema de la supervivencia y de la supremacía del espíritu respecto de la materia en el conflicto provocado por la oposición de las fuerzas naturales. En el mapa astroteosófico del rito occidental, el arca corresponde al sitio del ombligo, y está colocada a la izquierda, en el lado de la mujer, uno de cuyos símbolos es la columna izquierda (Booz) del templo de Salomón, pues el ombligo está relacionado con la matriz, donde se desenvuelven los gérmenes de la raza (120).

Es el arca de Noé el sagrado Argha de los indos, bajel oblongo que los sacerdotes empleaban a manera de cáliz en los sacrificios ofrecidos a Isis, Astarté y Venus Afrodita, diosas de las fuerzas generadoras de la materia, y por lo tanto simbolizadas en el arca que encierra los gérmenes de todas las cosas vivientes.

Confesamos que las antiguas religiones tuvieron, y todavía hay de ello ejemplo en la India, símbolos que a los hipócritas y puritanos les parecen escandalosamente obscenos; pero ¿no copiaron los judíos la mayor parte de estos símbolos? Hemos expuesto ya en otro lugar la identidad del lingham indo con la columna de Jacob, y podríamos citar numerosos ritos cristianos del mismo origen, si no se nos hubiesen adelantado cumplidamente en esta tarea otros investigadores (121).

Sobre el culto de los egipcios dice la señora Lidia María Child:

La veneración por la fuerza generadora de la vida introdujo en el culto de Osiris los emblemas sexuales, tan comunes en el Indostán. El rey Tolomeo Filadelfo regaló al templo de Alejandría una colosal imagen de esta índole... La veneración por el misterio de la vida organizada favoreció el reconocimiento de la dualidad masculino-femenina en todas las cosas, así espirituales como materiales... Los emblemas sexuales que por doquiera se descubren en las esculturas religiosas parecen obscenos a primera vista; pero si se estudian casta y reflexivamente, vemos cuán austera y sencilla es su significación (122).

Verdaderamente que estarán conformes con esta ilustre escritora cuantos, por su pureza mental y rectitud de juicio, repugnen la gazmoñería de esta nuestra época que, movida de hipócritas sentimientos, ha desfigurado y pervertido el significado de los antiguos emblemas religiosos.

EVA-LILITH Y EVA

Las aguas del diluvio, que en alegoría a que nos referimos están figuradas por el mar Tamti, simbolizan la turbulenta materia caótica, denominada “el gran Dragón”. Según los gnósticos y rosacruces medioevales, en el plan de la creación no estuvo incluida la mujer, sino que fue engendrada por la impura imaginación del hombre, y así dijeron los herméticos que fue una “intrusa” concebida en el mal (hora séptima), cuando ya desvanecidos los sobrenaturales mundos reales, empiezan a desenvolverse los naturales e ilusorios a lo largo del microcosmos descendente o sea el arco del ciclo máximo. Primero, la Virgen celeste, la “Virgo” zodiacal, se transmuta en “Virgo Escorpio”; pero al desenvolverse su segunda compañera, el hombre, sin darse cuenta de ello, le infunde algo de su espiritualidad, y este nuevo ser engendrado por su imaginación se convierte en el “Salvador” que le libra de las asechanzas de Eva-Lilith, la Eva primordial, en cuya constitución entraba mayor cantidad de materia que en el primitivo hombre “espiritual” (123).

Tenemos, por lo tanto, que la mujer está cosmogónicamente relacionada con la materia o el gran abismo, cuyo símbolo es la “Virgen del Mar”, que aplasta bajo sus pies la cabeza del Dragón (124).

Por otra parte, los marinos católicos veneran por patrona a la Virgen María, una de cuyas invocaciones es Maris Stella o Virgen del Mar. De la propia suerte era Dido patrona de los marinos fenicios (125), y, como a Venus y demás diosas lunares (126), se le daba el título de Virgen del Mar (127). Por esta razón, el color azul, que entre los antiguos era emblema del gran abismo, llegó a formar con el tiempo la librea de la Virgen María; pero los mendeanos de Basra o cristianos de San Juan tienen aversión al color azul, porque lo consideran relacionado con la simbólica serpiente.

Entre las hermosas láminas de Maurice hay una que representa a Krishna en actitud de aplastar la cabeza de la serpiente. Lleva el dios una mitra de tres puntas (emblema de la trinidad) y en su talle se enrosca el cuerpo del vencido reptil. Esta lámina denota el origen de la fábula compuesta posteriormente para cohonestar aquel profético pasaje que dice:

Enemistades pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje: ella quebrantará tu cabeza y tú pondrás asechanzas a su calcañar (128).

También los egipcios representaban a Orante con los brazos en cruz y aplastando a la serpiente, y Horus (el Logos) aparece en actitud de atravesar la cabeza de Tifón o Apofis. Esto nos da la clave del episodio bíblico de Caín y Abel, puess a Caín se le consideraba como el progenitor de los hivitas (las serpientes), por lo que los mellizos de Adán son remedo evidente de la fábula de Osiris y Tifón, cuyo esotérico significado es la lucha entre el bien y el mal.

SIMBOLISMO DE LA SERPIENTE

Pero desde la era cristiana, ¡cuán extrañamente elástica y acomodable a diversidad de interpretaciones fue esta mística filosofía! Nunca, como en nuestra cristiana época de sutilezas casuísticas, tuvieron tan poca eficacia para restablecer la verdad hechos incontrovertibles e irrefragablemente ciertos. Porque ante la demostración de que a Krishna se le llamaba el “Buen Pastor” muchísimo antes de la era cristiana y de que, según la tradición religiosa, aplastó a Kalinaga (serpiente del mal) y fue crucificado, replican los polemistas diciendo que todo ello eran proféticas representaciones del porvenir. El mismo argumento aducen para cohonestar la sorprendente semejanza de este mito cristiano con el Thor escandinavo, que aplastó la cabeza de la serpiente al golpe de su maza cruciforme, y con el Apolo griego, que mató a la serpiente Pitón (129).

Las aguas del diluvio equivalen simbólicamente a la serpiente de las antiguas cosmogonías o el gran abismo de materia, el Leviathán o dragón marino (130) sobre el cual boga el arca hacia el monte de salvación. Pero el Génesis nos habla del arca de Noé porque Moisés estaba familiarizado con la mitología de los egipcios (131) y conocía la leyenda que representa a Horus de pie sobre un esquife en forma de serpiente, cuya cabeza atraviesa con su lanza. Además, no ignoraba Moisés el oculto significado y verdadero origen de muchas otras fábulas religiosas, y así encontramos en el Levítico la misma legislación de Manú.

Los animales encerrados en el arca simbolizan las pasiones humanas y aluden a ciertas pruebas de la iniciación en los misterios instituidos en muchas naciones para perpetuar esta alegoría. El arca de Noé se detuvo en el monte Ararat el día diecisiete del mes séptimo, y los animales puros entraron en el arca en grupos de siete. De nuevo encontramos aquí el número siete.

Por otra parte, al hablar de los misterios de Biblos respecto al rito del agua, dice Luciano:

Un hombre permanece durante siete días en lo alto de una de las dos columnas levantadas por Baco (132).

Supone Luciano que esta ceremonia se cumplía en honor de Deucalión.

Cuando el profeta Elías estaba en oración en la cumbre del monte Carmelo, le dijo a su criado:

Sube y mira hacia el mar. El que habiendo subido y mirado dijo: No hay nada. Y segunda vez le dijo: Vuelve hasta siete veces (133).

Y la Kábala dice:

Noah es una revolución de Adam, y Moisés una revolución (134) de Abel y Seth.

Los personajes bíblicos nos dan prueba de esta revolución o repetición característica, pues, por ejemplo, Cain fue el primer asesino, y asesino es también cada quinto descendiente de su estirpe. Así tenemos que los descendientes de Caín son: Henoch, Irad, Maviael, Mathusael y Lamech, que por el quinto descendiente fue el segundo asesino y padre de Noé (135). El Talmud da la genealogía completa de Caín y señala trece asesinos entre sus descendientes, sin que en ello haya coincidencia ni casualidad alguna, pues ofrece notable analogía con Siva el destructor, pero también el regenerador, ya que si Caín es asesino es también fundador de naciones e inventor de artes útiles.

En Tebas (136) se han encontrado los mismos elementos decorativos de estilización foliácea que se enumeran al describir las columnas del templo de Salomón, como por ejemplo, la hoja bicoloreada de olivo, el trilobulado pámpano de higuera y la lanceolada hoja de laurel, que entre los antiguos tenían significado esotérico y exotérico.

Las investigaciones de los egiptólogos corroboran por otra parte la identidad entre las alegorías bíblicas y las caldea y egipcia. La cronología de las dinastías faraónicas (137) divide la historia de Egipto en cuatro épocas: de los reyes divinos, de los semidioses, de los héroes y de los mortales (138). Estas épocas se corresponden perfectamente con los Elohim bíblicos, esto es, con los hijos de Dios, los gigantes y los hombres noéticos.

Diodoro de Sicilia y Berosio enumeran los doce dioses mayores que presidían los meses del año y los signos zodiacales (139). El dios Jano, de doble rostro, era el jefe de estos doce dioses, y se le representa con las llaves del cielo en la mano. De aquí salieron primero los doce patriarcas bíblicos y después los doce apóstoles, cuyo jefe, San Pedro, tiene dos caras por efecto de la negación, y se le representa asimismo con las llaves del cielo en la mano.

ADÁN PROTOTIPO DE NOÉ

Cada página del Génesis demuestra que Noé, con sus tres hijos Sem, Cam y Jafet, es una variación de Adán con los suyos, Caín, Abel y Seth, pues vemos que Adán es el prototipo de Noé. La caída de Adán proviene de haber comido el vedado fruto del conocimiento celestial, mientras la de Noé resulta de haber gustado el fruto terrenal, esto es, el zumo de la vida, cuya embriaguez simboliza la perturbación mental ocasionada por el abuso del conocimiento. Adán se ve despojado de sus vestiduras celestes, y Noé de sus ropas terrestres, y ambos se avergüenzan de su desnudez. La maldad de Caín aparece reproducida en Cam, y los descendientes de ambos superan en sabiduría a los demás hombres, por lo que se les llamó “serpientes” o “hijos de serpientes”, en el sentido de “hijos de la sabiduría”, y no en el de “hijos de Satanás”, como han interpretado torcidamente muchos teólogos. La enemistad entre la “serpiente” y la “mujer” tan sólo subsiste en este perecedero y fenoménico mundo del “hombre nacido de mujer”. Antes de la caída en la carne, la serpiente Ophis simbolizaba la divina sabiduría, que no necesitaba de la materia para procrear al hombre espiritual. De aquí la enemistad entre la serpiente y la mujer, o sea entre el espíritu y la materia. en su aspecto material es la serpiente (Ophiomorphos) símbolo de la materia, y en su aspecto espiritual es Ophis-Christos. En la magia sirio-caldea ambos aspectos están unidos en el andrógino signo zodiacal Virgo-Escorpio, para desdoblarlos siempre que sea necesario. Por lo tanto, en lo referente al origen del bien y del mal, el significado de las SS y de las ZZ ha sido siempre intermutable; y aunque en algunas ocasiones las SS hayan denotado en los sellos y talismanes la maligna influencia de la magia negra dirigida a tercera persona, también vemos las SS en los cálices sacramentales de la Iglesia para significar la presencia del Espíritu Santo o divina sabiduría.

A los madianitas, cananeos y camitas se les daba el título de hombres sabios o “hijos de serpiente”; y tal fue la nombradía de los madianitas en este particular, que el mismo Moisés, el profeta inspirado por Dios, se postra ante Hobab, hijo del madianita Raguel, y le suplica que permanezca entre los israelitas, diciéndole:

... Ven con nosotros para que hagamos bien contigo... No quieras dejarnos, porque tú... serás nuestro guía (140).

Más adelante, cuando Moisés envía exploradores a la tierra de Canaán, traen estos, en prueba de la feracidad (141) del país, un enorme racimo de uvas cuyo peso hizo necesario que dos hombres lo transportasen pendiente de una pértiga. Además, los exploradores, al dar cuenta de su cometido, le dicen a Moisés:

Llegamos a la tierra donde nos enviaste, que en verdad mana leche y miel...; pero tiene unos habitadores muy valerosos... Hemos visto allí la raza de Enak (142).

Enak equivale a Enoch, el patriarca que, según la Biblia (143), fue arrebatado al cielo, y según la Kábala y el ritual masónico, fue el primer poseedor del mirífico Nombre.

LOS PATRIARCAS BÍBLICOS

Si comparamos los patriarcas bíblicos con los descendientes de Vaiswasvata (144) y las tradiciones sobre el diluvio conservadas en el Mahâbhârata, veremos que son remedo de los patriarcas védicos que les sirvieron de tipo. Pero antes de proceder provechosamente a la comparación, conviene comprender el verdadero significado de los mitos induístas, pues cada personaje mítico lo tiene astronómico, espiritual y antropológico. Los patriarcas prediluvianos no son tan sólo personificación de los dioses equivalentes a los doce dioses mayores de Berosio y a los prajâpatis, sino que con los postdiluvianos correspondientes a la famosa tablilla de la biblioteca de Nínive equivalen también a los eones griegos, a los sephirotes cabalísticos, a los signos zodiacales y a los tipos de otras tantas razas humanas (145). La alteración de diez a doce en el número de personajes se apoya, según veremos, en la misma autoridad de la Biblia. Los Elohim no son dioses mayores, como los que describe Cicerón (146), sino que se cuentan entre los doce dioses menores o reflejos terrestres de los primeros (147). Del grupo de los doce dioses menores sobresale Noé, el espíritu de las aguas, que puede considerarse como la transición de unos a otros, y pertenece, por lo tanto, a la superior tríada caldea. Los demás dioses del grupo son idénticos a los dioses inferiores de Asiria y Babilonia, que bajo la dirección del Demiurgo (Bel) le ayudaban en su obra, de la propia suerte que los patriarcas ayudan a Jehovah.

Además de los dioses menores (148) había los cuatro genios equivalentes a los que, según la visión de Ezequiel, sostienen el trono de Jehovah, identificado por esta equivalencia con su correspondiente persona de la trinidad caldea, pues estos cuatro genios o querubines son los compañeros de los cuatro evangelistas y al propio tiempo los alados conductores de Jesús, según dice Ireneo.

Los libros de Ezequiel y del Apocalipsis denotan principalmente su parentesco con la Kábala inda en la descripción de las cuatro bestias que simbolizan los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Equivalen a las esfinges asirias, que también se ven esculpidas en las paredes de casi todas las pagodas indas.

El autor del Apocalipsis describe el pentáculo pitagórico (149), cuyo admirable diseño trazado por Levi reproducimos más adelante. La diosa inda Adanari (150) aparece rodeada de las mismas figuras simbólicas y es idéntica a la "Rueda de Adonai", según Ezequiel, más conocida por "Querubín de Jeheskiel", lo cual indica sin duda alguna la fuente en donde el profeta hebreo bebió sus alegorías (151).

Sobre estas bestias estaban los dos grupos de espíritus angélicos: los igili o seres celestiales, y los amanaki o espíritus terrestres (152).

La Kábala denudata da a los cabalistas una muy clara que a los profanos les parece confusa explicación de las substituciones de un personaje por otro. Así, por ejemplo, dice que la centella (chispa divina) de Abraham procedía de Miguel, jefe de los eones y primera emanación de la Divinidad (153); y sin embargo, Miguel y Enoch son una sola y misma entidad, pues ambos son la figura humana que ocupa el punto de unión de la cruz zodiacal. También, según la Kábala denudata, la centella de Isaac era la de Gabriel, jefe de la hueste angélica, y la centella de Jacob procedía de Ariel, llamado “fuego de Dios”. El espíritu de vida más penetrante de los cielos no es Adam Kadmon, sino el Adam primario o Microprosopos, que en uno de sus aspectos es Enoch, el padre de Matusalén; pero el Enoch “arrebatado por Dios” que “no murió”, es el Enoch espiritual, símbolo de la humanidad, tan eterna en el espíritu como en la carne, aunque la carne se transforme y renueve, pues la muerte es un nuevo nacimiento y la humanidad no muere jamás. El Destructor se convierte en Regenerador. Enoch es el tipo del hombre dual en espíritu y cuerpo, por lo que se ocupa el centro de la cruz astronómica.

SIMBOLISMO DE LA CRUZ

Pero este símbolo, ¿fue invención de los hebreos? Nos parece que no. Todas las naciones versadas en astronomía, y en especial la India, veneraban profundamente la cruz como base geométrica del simbolismo del avatar o manifestación de Dios en el hombre, del creador en la criatura. En los más antiguos monumentos de India, Persia y Caldea aparece la cruz doble, de cuatro brazos u ocho puntas que tan frecuentemente se echa de ver en la morfología natural, como por ejemplo en los cristales de nieve y en algunas flores. Con ultracristiano misticismo dice Lundy que “estas flores cruciformes son la profética estrella de la Encarnación que une cielos y tierra, a Dios con el hombre” (154).

Esta frase expresa perfectamente el concepto contenido en el antiguo apotegma cabalístico: “como es arriba así es abajo”, pues demuestra que Dios se encarna en beneficio de la humanidad entera, y no tan sólo en el de un puñado de cristianos. Es la mundanal cruz de los ciclos reproducida en la naturaleza terrestre y en el hombre dual. El hombre físico reemplaza al espiritual en el punto de unión donde está el místico Libra-Hermes-Enoch. La mano que señala al cielo en contraposición de la otra que señala a la tierra da a entender la infinidad de generaciones de arriba en correspondencia con la infinidad de generaciones de abajo, pues lo visible es manifestación de lo invisible, el hombre de polvo se restituye al polvo, el hombre de espíritu renace en espíritu y la humanidad finita es hija del infinito Dios.

Abba es el Padre; Amona, la Madre; el Universo, el Hijo. En todas las teogonías se repite esta tríada, y así vemos que Kadmon, Hermes, Enoch, Horus, Krishna, Ormazd y Cristo son equivalentes entre sí, los metratones o medianeros entre el cuerpo y el espíritu, que redimen a la carne por la regeneración de abajo y al espíritu por regeneración de arriba, donde la humanidad se une con Dios.

Ya dijimos en otro lugar que la tan egipcia tau es muy anterior a la época de Abraham, el supuesto progenitor del pueblo escogido, pues vemos que Moisés la tomó de los sacerdotes egipcios. Prueba de que no sólo los judíos, sino también los gentiles, tenían la tau por sagrada, nos da el siguiente pasaje:

Y mojad un manojo de hisopo en la sangre que está en el umbral y rociad con ella el dintel y los dos postes (155).

Esta señal de los dos postes es precisamente la misma tau egipcia (156) de que se valía Horus para resucitar muertos, según se ve en las ruinas de Filoe (157). No cabe en modo alguno admitir que la tau era un anticipo inconscientemente profético de la cristiana, por cuanto según dice Lundy:

Los mismos judíos veneraron la tau como signo de salvación hasta que condenaron a Jesús... La vara de que se valía Moisés para operar prodigios delante de Faraón era, sin duda, la cruz ansata u otra muy parecida a la de los sacerdotes egipcios (158).

Por lo tanto, cabe inferir lógicamente que los judíos tenían los mismos símbolos religiosos que los paganos, sin aventajar a estos en moralidad de conducta; y por otra parte, que si no obstante su conocimiento del oculto simbolismo de la cruz y de los muchos siglos que esperaban al Mesías, no reconocieron ni al Mesías ni la cruz, según los cristianos, forzosamente hubieron de tener la tau por la verdadera cruz religiosa.

Los que no quisieron reconocer a Jesús como “Hijo de Dios” no pertenecían al vulgo de las gentes que ignoraban el simbolismo religioso ni al partido de los saduceos que le condenó a muerte, sino que fueron los versados en la doctrina secreta que por conocer el significado oculto de la cruz no podían consentir la impostura de identificar con este símbolo al profeta nazareno.

SIMBOLISMO DEL ZODÍACO

Casi todos los vaticinios del nacimiento de Jesús se atribuyen a los patriarcas y profetas bíblicos; pero si bien algunos de estos últimos han sido personajes históricos, los primeros lo son míticos, según demostraremos mediante la oculta interpretación del Zodíaco, que nos descubrirá la analogía entre los signos y los patriarcas antediluvianos.

Si recordamos los conceptos de la cosmogonía induísta, comprenderemos más fácilmente la relación entre estos patriarcas antediluvianos y la “Rueda de Ezequiel”, tan enigmática para los comentadores. Así, pues, hemos de tener presente: 1.º Que el universo no es una creación súbita y espontánea, sino un término de la indefinida serie de universos evolucionados de la substancia preexistente. 2.º Que la eternidad es una sucesión de ciclos máximos en cada uno de los cuales ocurren doce transformaciones de nuestro mundo, ocasionadas alternativamente por el fuego y el agua, de modo que la tierra queda tan alterada geológicamente, que en realidad constituye un nuevo planeta. 3.º Que en las seis primeras de estas doce transformaciones, todos los seres y todas las cosas de la tierra van siendo cada vez más densamente materiales, mientras que en las seis restantes van siendo cada vez más sutiles y espirituales. 4.º Que al llegar la evolución al punto culminante del ciclo, se desvanecen las formas objetivas; y las entidades que en ellas residieron, hombres, animales y plantas, esperan en el mundo astral el término de este pralaya menor para volver a la tierra y proseguir en ella su evolución (159).

Los antiguos representaban este maravilloso concepto en el símbolo del Zodíaco o cinturón celeste, para que las gentes lo entendieran, aunque en vez de los doce signos ahora conocidos tan sólo se dieron al público los nombres de diez signos, conviene a saber: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis (160). Estos eran los signos exotéricos; pero había otros dos signos místicos, tan sólo conocidos de los iniciados, que eran Libra, punto intermedio de los doce, y Escorpio, que sigue inmediatamente al de Virgo. Cuando fue necesario exoterizar estos dos signos, se les dieron los nombres que ahora llevan, para ocultar los verdaderos, cuyo conocimiento descubría los secretos de la creación y el origen del bien y del mal.

La verdadera doctrina sabeana enseñaba secretamente que estos dos signos encubrían la gradual transformación del mundo, desde su espiritual y subjetivo estado, al sublunar de doble sexo. Así fue que los doce signos se dividieron en dos grupos de seis. El primer grupo se llamó ascendente o línea del Macrocosmos (mundo espiritual mayor), y el segundo grupo se llamó descendente o línea del Microcosmos (mundo subalterno y reflejo del primero). Esta división recibió el nombre de “Rueda de Ezequiel”, que comprendía en primer término los cinco signos ascendentes personificados en los patriarcas, a saber: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo y por último Virgo-Escorpio. Después viene Libra, el punto equilibrante o de conversión, y enseguida se desdoblaba la primera mitad del signo Virgo-Escorpio para guiar el grupo descendente del Microcosmos hasta el último signo, Piscis, cuya personificación es Noé, emblema del diluvio. Veremos esto más claro teniendo en cuenta que el signo Virgo-Escorpio indicado en un principio por m se redujo sencillamente a Virgo, y su pareja m o Escorpio, como personificación de Caín, quedó colocado después de Libra (161), pues según la teología exotérica, Caín fue la perdición de la humanidad, pero de acuerdo con la verdadera doctrina de sabiduría representa el descenso del universo, en el curso de la evolución, de lo subjetivo a lo objetivo.

EL SIGNO ZODIACAL “LIBRA”

Suele creerse que el signo Libra lo inventaron los griegos; mas aunque así fuese, únicamente lo conocieron los iniciados, quedando el vulgo tan ignorante como siempre. De todos modos, el nuevo signo sirvió admirablemente para descubrir cuanto podía decirse sin revelar la verdad entera, y se daba a entender con él que cuando en el proceso de la evolución llegó el mundo al grado máximo de materialidad, o sea al punto ínfimo de su descenso, ya no podía descender más porque aquel era el punto de equilibrio (Libra), de balanza o conversión, desde donde había de iniciarse el ascenso por impulso de la divina chispa que arde en la intimidad de todas las formas. La balanza simboliza el eterno equilibrio de armonía y justicia que ha de reinar en el universo, la ponderación de las fuerzas centrífuga y centrípeta, de la luz y las tinieblas, de la materia y del espíritu.

La interpolación de los dos signos adicionales del Zodíaco demuestra que el libro del Génesis, tal como aparece en las versiones actuales, es posterior a la invención de Libra por los griegos, pues la genealogía de los patriarcas se corresponde con los doce signos zodiacales, cuando de ser dicho libro de fecha anterior se correspondería tan sólo con diez. La adición de los dos signos y la necesidad en que estaban de ocultar la verdadera clave movió a los compiladores a repetir los nombres de Enoch y Lamech en la tabla genealógica (162).

Como quiera que todo lo referente a la creación y el diluvio tiene diversas interpretaciones, no es posible comprender debidamente el significado del relato bíblico sin estar enterado del caldeo y del significado esotérico de lo que sobre el diluvio dicen el Mahâbhârata y el Satapatha. Los acadianos, que según Rawlinson eran oriundos de Armenia, pero que no fueron los primeros emigrantes de India, enseñaron los misterios religiosos y el idioma sacerdotal a los babilonios, quienes personificaron en Xisuthrus el sol en Acuario (163), así como Oannes, el hombre-pez y semidiós, representaba el primer avatar de Vishnú, con lo que tenemos la clave del doble origen del relato bíblico.

Oannes simboliza la sabiduría esotérica, y por esto sale del mar, del gran abismo, de las aguas, emblema de la doctrina secreta, y ésta es también la razón de que los egipcios divinizaran el Nilo y lo tuviesen por salvador del país en sus periódicas inundaciones y respetasen a los cocodrilos que moraban en el “abismo”. Los pueblos de raza camita se asentaron siempre a orillas del mar o en las márgenes de los ríos, pues el agua fue el primer elemento de la creación, según algunas cosmogonías antiguas, y así veneraban profundamente los sacerdotes caldeos el nombre de Oannes, y llevaban una túnica en forma de pescado, cuya cabeza era el bonete (164)

Dice Cicerón (165) que, según Tales de Mileto, el agua es el principio de todas las cosas y que Dios es la Mente suprema que del agua modeló todas las cosas.

Y Virgilio canta en la Eneida:

En el principio, el Espíritu anima cielos y tierra, el líquido elemento, el brillante globo lunar y las titánicas estrellas. La mente infundida por doquiera despierta a la masa y se entremezcla con la primordial materia (166).

Así tenemos que el agua simboliza por una parte la dualidad del Macrocosmos-Microcosmos vivificada por el Espíritu, y por otra, el Cosmos evolucionado del Kosmos. En este sentido, el diluvio simboliza el período final del conflicto entre los elementos correspondientes al término del primer ciclo máximo de nuestro planeta. Estos períodos de recrudecida lucha entre los elementos se suceden para que del caos surja el ordenamiento y el ordenamiento vuelva a caer en el caos, de modo que los sucesivos tipos de organismo físico estén adaptados a las respectivas condiciones naturales de cada período. Así tenemos que en el anterior al actual no pudo vivir el hombre de hoy sobre la tierra, puesto que no estaba vestido de los trajes de piel que alegóricamente menciona el Génesis (167).

GENEALOGÍAS DE CAÍN Y SETH

Las generaciones de Caín y Seth aparecen en la Escritura hebrea como siguen:

GENERACIÓN DE SETH GENERACIÓN DE CAÍN

Principio del bien Principio del mal

1. Adam. 1. Adam.

2. Seth. 2. Caín.

3. Enós. 3. Enoch.

4. Cainán. 4. Irad.

5. Mahalaleel. 5. Maviael.

6. Jared. 6. Mathusaél.

7. Enoch. 7. Lamech.

8. Mathusalén. 8. Jabel.

9. Lamech. 9. Jubal.

10. Noé. 10. Tubalcaín.

Estos son los diez patriarcas bíblicos, equivalentes a los diez prajâpatis de la India y a los diez sephirotes de la Kábala; pero aunque entre las dos generaciones suman veinte patriarcas, sólo se cuentan diez, porque la línea cainítica tiene por objeto encubrir la verdad a los profanos y señalar más comprensiblemente la idea del dualismo en que se fundan todas las filosofías religiosas, pues ambas genealogías representan las respectivas potestades benéficas y maléficas correspondientes a los principios paralelamente opuestos del bien y del mal. Pero el velo es tan transparente que no se necesita mucha perspicacia para rasgarlo aun sin el auxilio de la doctrina secreta. Si eliminamos los nombres duplicados, nos desprenderemos de Adam, Enoch (168), Lamech (169), Irad (170), Jubal, Jebal (171), Maviael (172) y Matusalén. Así queda un solo Caín, que no obstante su fratricidio aparece como padre del virtuosísimo Enoch que en carne mortal fue arrebatado al cielo. Pero en la genealogía sética, Enos, también equivalente a Enoch, es nieto de Adam y padre de Caín-an. Esto no es pura coincidencia, sino que representa una inversión de paternidad con el deliberado propósito de poner en confusión a los profanos.

Cabe insistir, por lo tanto, en que los patriarcas son personificaciones de los signos del Zodíaco, emblemas de los múltiples aspectos de la evolución física y espiritual de las razas humanas y símbolos de las divisiones del tiempo. En astrología se les llama ángulos, a causa de su mayor fuerza y poder. El segundo cuaternario de las “doce mansiones de los cielos”, o sean la primera, cuarta, séptima y décima, cuyos ángulos están colocados hacia arriba y hacia abajo y corresponden a Adam, Noé, Caín-an y Enoch. El alfa y el omega, el mal y el bien presiden el conjunto. Además, cuando las doce mansiones se dividen en las cuatro tríadas: ígnea, aérea, terrestre y acuática, vemos que esta última corresponde a Noé.

Enoch y Lamech están repetidos en la genealogía cainítica para completar los diez patriarcas, de modo que, sin los dos nombres secretos, se correspondiesen con los diez sephirotes cabalísticos y con los diez y después doce signos del Zodíaco, de manera tan sólo comprensible para los cabalistas. Ahora bien; en vez de Abel está Seth en la línea genealógica, a fin de que no toda la raza humana apareciese en descendencia directa de un fratricida. Esta dificultad se echó de ver luego de completada la tabla cainítica, y por ello se le da a Adam por tercer hijo a Seth. Es muy significativo que el Adam andrógino es imagen y semejanza de los Elohim (173) y después engendra Adam a Seth a imagen y semejanza suya (174), lo que significa que hubo hombres de razas diferentes. También es digno de nota que en la genealogía cainítica no aparece dato alguno referente a la edad y demás particularidades de los patriarcas, mientras que lo contrario ocurre en la genealogía sética.

Seguramente que nadie esperaría encontrar en una obra del dominio público los misterios finales que durante innumerables siglos estuvieron sigilosamente reservados en los santuarios; pero sin temor de indiscreción ni de divulgar la clave entre los profanos, bien podemos descorrer algún tanto el velo que encubre las majestuosas doctrinas de la antigüedad, y así describiremos a los patriarcas tal como deberían estar relacionados con los signos zodiacales, que aparecen en el orden siguiente:

RUEDA DE EZEQUIEL

RUEDA DE EZEQUIEL (175)

Al tratar del doble signo Virgo-Escorpión y Libra dice Jennings:

Todo esto es incomprensible a menos que nos valgamos del misticismo de los gnósticos y cabalistas, pues todo el sistema requiere una clave que lo explique; pero los ocultistas niegan constantemente la existencia de dicha clave porque no les está permitido divulgarla (176).

Esta clave tiene siete distintas interpretaciones, de las que sólo expondremos una, a fin de que el profano tenga un vislumbre del misterio. ¡Feliz quien por completo lo conoce!

Para explicar la presencia de Jodheva o Yodheva (177) y de Adán y Eva en la Rueda de Ezequiel, basta tener presentes los siguientes versículos del Génesis:

Y Dios (Elohim) creó al hombre a su propia imagen (a la de ellos)... macho y hembra los (lo) creó (178).

Macho y hembra los (lo) creó y llamó el nombre de ellos Adam en el día en que fueron creados (179).

SIMBOLISMO DE LIBRA

Cuando se toma el ternario al principio del tetragrama, expresa la creación espiritualmente divina, o sea sin pecado carnal, y con él cuando se toma en sentido inverso, que entonces es femenino. El nombre de Eva está compuesto de tres letras y el de Adam primitivo o celeste de una sola, Jod o Yodh, y por lo tanto, la verdadera fonética de Jehovah es Ieva o Eva. El Adam andrógino es espiritual (Adam Kadmon), y cuando la mujer sale de la costilla del Adam terreno, se desdobla de él la pura Virgo y cae en la generación o ciclo descendente, convirtiéndose en Escorpión (180), emblema del pecado y de la materia. el ciclo ascendente representa las razas puramente espirituales (181) acaudilladas por Adam Kadmon o Jodheva, mientras que el ciclo descendente representa las razas carnales acaudilladas por Libra, equivalente a Enoch (182), el séptimo patriarca, semi-divino, semi-terreno, de quien por esto se dice que fue arrebatado al cielo en carne mortal.

Libra y sus personificaciones son la balanza de universal armonía, justicia y equilibrio, colocada en el punto céntrico del Zodíaco. El círculo máximo de los cielos, tan bien descrito por Platón en su Timeo, simboliza la desconocida Unidad, y los círculos mínimos que se entrecruzan por su división en el plano del Zodíaco simbolizan la vida en el punto de intersección. Las fuerzas centrípeta y centrífuga representan el bien y el mal, el espíritu y la materia, la vida y la muerte, la creación y la destrucción (183). Son estas fuerzas las dos potestades que tanto en los mundos objetivos como en los subjetivos mantienen por medio de perenne conflicto la ponderación entre el espíritu y la materia. ambas fuerzas determinan como resultante la línea orbital de los planetas, que atraviesa en cruz la faja zodiacal. Si prevaleciese la fuerza centrípeta caerían los planetas en el sol; y si, por el contrario, prevaleciese la centrífuga, se alejarían indefinidamente de su centro para caer en el caos de la destrucción cósmica. De la propia suerte los espíritus vivientes de los hombres se confundirían centrípetamente con el invisible sol espiritual, el Paramâtma, su padre, mientras que en el caso contrario se alejarían centrífugamente del universo objetivo para caer en la aniquilación. Pero la balanza, Libra, con su finísimo fiel permanece en el punto de intersección, siempre atenta a ponderar la actividad de ambos combatientes, cuyas contrarias fuerzas dan por resultante la paralelográmica diagonal que planetas y espíritus humanos recorren a través del Zodíaco y de la vida, manteniendo de este modo, entre lo invisible y lo visible, entre cielos y tierra, la estricta armonía que reconcilia el espíritu con la materia. por esto Enoch, personificación de Libra, es el Metatrón, el medianero entre Dios y el hombre. Desde Enoch a Noé y sus tres hijos, cada patriarca representa una transformación o período geológico de la tierra, correspondientes a distintas razas de hombres y seres (184).

Caín acaudilla la línea ascendente (Macrocosmos) porque es hijo del “Señor” (185), es decir, que Caín fue hijo del pensamiento pecaminoso y no de generación carnal. Por otra parte, Seth acaudilla la genealogía terrena porque es hijo de Adán y engendrado por éste a su imagen y semejanza (186). El Caín bíblico equivale al Kenu asirio y significa el mayor, mientras que la palabra hebrea ... significa artífice herrero.

ÉPOCAS GEOLÓGICAS

La geología demuestra que la tierra ha pasado por cinco distintas épocas o fases de diferente estructura, que de la más reciente a la más antigua se suceden como sigue:

1.º Época cuaternaria, en que ya habita el hombre sobre la tierra.

2.º Época terciaria, en la que se presume pudo existir ya el hombre en la tierra (186).

3.º Época secundaria, la de los reptiles gigantescos, como el megalosaurio, ictiosaurio y plesiosaurio, sin vestigio alguno del hombre.

4.º Época paleozoica, la de los crustáceos gigantescos.

5.º Época azoica, en que aun no había aparecido la vida en la tierra.

Sin embargo, ¿no pudiera ser que en estas remotísimas épocas hubiese ya existido el hombre sin dejar huellas materiales por no tener todavía cuerpo organizado? El espíritu no se fosiliza, y bien podría el hombre haber vivido subjetivamente en la tierra antes de su existencia objetiva. Por lo tanto, la cosmogonía induísta, que divide la formación de la tierra en cuatro épocas de 1.728.000 años cada una, está mucho más de acuerdo con los modernos descubrimiento geológicos que la absurda cronología sancionada por los concilios niceno y tridentino.

Aunque posteriormente se hayan hebraizado los nombres de los patriarcas, su origen es con toda evidencia asirio o ario. Así, por ejemplo, Adam aparece en la Kábala revelada como un término transmutable que se aplica a los demás patriarcas y sephirotes y viceversa. Adam, Caín y Abel forman la primera tríada de los doce y corresponden a los sephirotes: Corona, Sabiduría e Inteligencia, y a la trigonía astrológica de lo ígneo, lo terrestre y lo aéreo (188).

Adam Kadmon, simbolizado en Aries, equivale al dios Amun con cabeza de carnero que en un torno de alfarero forma hombres a su imagen y semejanza, por lo que también el Adam de barro equivale a Aries-Amun, en cuanto es tronco de la generación humana, pues también engendra hombres a su imagen y semejanza.

En astrología, el planeta Júpiter está relacionado con la primera mansión (189), y los astrólogos caldeos le veían de color rojo (190) desde el “piso de las siete esferas” de la torre de Borsippa o Birs-Nemrod. También significa rojo, además de hombre, la palabra hebrea Adam (...). Al dios índico Agni que preside el signo de Piscis, contiguo al de Aries por su posición extrema en la faja zodiacal, se le representa de color rojo intenso con dos caras, una de hombre y otra de mujer, tres piernas y siete brazos (191), montado en un carnero y en la cabeza una tiara en forma de cruz (192).

En el Zodíaco de los astrólogos induístas preside los signos la divinidad a que cada uno de ellos está dedicado. Los nombres sánscritos de los signos zodiacales y su correspondiente divinidad aparecen como sigue:

SIGNO NOMBRE SÁNSCRITO DIVINIDAD PRESIDENTE

Aries. Mecha. Varuna.

Tauro. Vricha. Yama.

Géminis Mithuna. Pavana.

Cáncer. Karcataca Sûrya.

Leo. Sinha. Soma.

Virgo. Kanya. Kartikeia.

Libra. Tulha. Kuvera.

Escorpión. Vristchica. Kama.

Sagitario. Dhanus. Ganesa.

Capricornio. Makara. Pulhar.

Acuario. Kumbha. Indra.

Piscis. Minas. Agni.

Por otra parte, Noé, duodécimo patriarca (193) y simbolizado en Piscis, es reproducción de Adam, pues, como éste, es progenitor de una nueva raza humana y tiene también tres hijos: uno malo, otro bueno y el tercero malibueno.

EQUIVALENCIAS ENTRE LOS PATRIARCAS

Es asimismo muy significativo que en el Zodíaco caldeo presida Kain el signo de Tauro, que pertenece a la trigonía terrestre, y al cual alude el Avesta al decir que Ormazd engendró un ser (Abel) arquetipo de todos los seres, simbolizado en el toro, emblema de fuerza y Vida. Ahriman (Caín) lo mató y de su simiente (Seth) nacieron nuevos seres.

En simbología asiria, Abel significa hijo; pero la palabra hebrea ..... quiere decir algo efímero, de corta vida y escaso valor, así como también significa “ídolo” (194). El asirio Kain significa estatua hérmica o columna (195). Tenemos, en resumen, que Abel es el desdoble femenino de Caín, pues son gemelos y constituyen el andrógino Caín-Abel, cuyo primer elemento corresponde a la Inteligencia y el segundo a la Sabiduría.

Lo mismo ocurre con los demás patriarcas. Enós (...), equivalente a Enoch, se identifica con Adam; y Cainán (...) o Kain-an es el mismo Caín. Por otra parte, Seth (...) equivale a teth, Thoth o Hermes, y tal es la razón de que Josefo (196) señale a Seth muy versado en astrología, geometría y otras ciencias ocultas, diciendo de él que esculpió las reglas fundamentales de su arte en dos columnas de piedra y ladrillo, una de las cuales subsistía en tiempo del famoso historiador judío quien la vio en Siria.

Resulta por lo tanto que también Seth es idéntico a Enoch (197), a quien cabalistas y masones atribuyen la misma obra. Enoch (...) significa instructor, iniciador y a veces iniciado (198).

Respecto a Mahalaleel, deriva de ma-ha-la (...), que significa benigno y misericordioso, por lo que cabe identificarlo con el cuarto sephirote Amor y Misericordia, emanado de la primera tríada (199).

Jared es lo mismo que Irod (...) o Iared y significa descenso (del verbo ...) o progenie (... arad), en perfecta correspondencia con las emanaciones cabalísticas.

El nombre Lamech (...) no es de filiación hebrea sino griega, y significa “padre de la época”, es decir, el padre del que después de la catástrofe praláyica da comienzo a una nueva era humana. De aquí que Lamech sea el padre de Noé y que éste equivalga al sephirote Reino (Malchuth), mientras que su padre equivale a Fundación. Además, Lamech está simbolizado en Acuario y Noé en Piscis. Por último, Lamech pertenece al elemento aéreo y Noé al trigonómicamente acuático.

Vemos que cada patriarca, como cada prajâpati, representa bajo determinado aspecto una nueva raza antediluviana; y así pueden considerarse también como personificaciones de los saros caldeos o épocas cronológicas, copiadas a su vez de las diez dinastías indas de reyes divinos (200). De todos modos, estas personificaciones son las más profundas e ingeniosas alegorías de cuantas concibió la mente humana.

El Nuctamerón (201) simboliza en las doce horas la evolución del universo y el gradual desenvolvimiento de las razas humanas. Cada hora representa la evolución de una nueva raza y está dividida en cuatro cuartos o épocas, según enseñaron los primitivos arios y copiaron después los sistemas religiosos de todas las naciones, de donde tomó este cómputo el vidente de Patmos. Los caldeos representaron estas cuatro épocas en los cuatro Oannes o Soles que aparecieron consecutivamente, los griegos y romanos en las cuatro edades de oro, plata, cobre y hierro; los indos en los cuatro budas; y los parsis en los cuatro profetas (202).

Las Escrituras hebreas nos dicen por otra parte:

No permanecerá mi espíritu en el hombre porque carne es; y serán sus días ciento veinte años (203).

ALEGORÍAS TALMÚDICAS

Como quiera que antes de que los hijos de Dios viesen a las hijas de los hombres la vida humana era de 365 a 969 años, sólo cabe explicar tan brusca disminución comparando el texto bíblico con los libros de Manú, donde se dice:

En los primitivos tiempos no había enfermedades ni dolencias. Los hombres vivían cuatro siglos (204).

Sucedía esto en la edad Krita o de justicia, simbolizada en el toro firmemente asentado sobre sus pies. En esta edad permanecía el hombre fiel a la verdadera ley, sin que el mal le concitase a quebrantarla (205). En cada una de las edades siguientes disminuye en una cuarta parte la duración de la vida humana, y así en la edad Treta sólo vive el hombre tres siglos, en la Dwapara dos y en la Kali (edad presente), cien años a lo sumo.

Noé, hijo de Lamech (206), es basto remedo de Manú, hijo de Swayambhu, así como los seis manús o rishis engendrados por el “primer hombre” indo son los antetipos de Terah, Abraham, Isaac, Jacob, José y Moisés, los sabios hebreos de quienes se dice fueron profundos astrólogos y alquimistas, inspirados profetas y esclarecidos videntes, es decir, magos.

La talmúdica Mishna nos dice que la primera emanación, el andrógino demiurgo Chochmah (Hachma-Achamoth) y Binah construyeron una casa apoyada en siete columnas. Son la Sabiduría e Inteligencia del Logos, los arquitectos de Dios, el compás y la escuadra de la fábrica del universo. Las siete columnas son las siete etapas de la evolución mundial, simbolizadas en los siete días de la creación. Dice, además, que Chochmah inmola a sus víctimas, o sean las múltiples fuerzas de la naturaleza que para vivir han de morir (207). Las personificaciones de las fuerzas mueren, pero viven en sus hijos y resucitan en cada séptima generación. Los siervos de Chochmah (Sabiduría) son, según el Mishna, las almas de H-Adam, en quien se concentran todas las almas de Israel.

Continúa diciendo el Mishna que el día tiene doce horas, durante las cuales se cumplió la creación del hombre. Esto sería ininteligible si no lo diese a comprender Manú cuando dice que el día abarca las cuatro edades del mundo y dura doce mil años dévicos.

Los cosmocratores (Elohim) bosquejan en la segunda hora la forma corporal de un hombre, que desdoblan para preparar la división en sexos. Así han procedido los Elohim en todas las cosas creadas (208), pues según la citada obra, “los peces, aves, plantas y hombres eran andróginos en la primera hora”.

Dice el rabino Simeón:

¡Oh compañeros! Al emanar el hombre era al mismo tiempo mujer, pues emanó igualmente del lado del Padre y del lado de la Madre. Tal es el sentido de las palabras: “Hágase la luz y fue hecha la luz”. Este es el hombre desdoblado (209).

Era preciso que la mujer espiritual equilibrase al hombre espiritual, porque la armonía es la suprema ley del universo.

Dice Platón:

Dios dotó a nuestro universo de movimiento rotatorio, y análogamente formó el cuerpo del hombre como lisa esfera, igual en todos sus puntos, desde el centro a la circunferencia, con rotación adecuada al tiempo de su existencia personal. Posteriormente se desdobló el cuerpo del hombre en forma de letra X (210).

EL HOMBRE ARQUETÍPICO

San Justino Mártir se apoyó en este pasaje para acusar a Platón de haber plagiado su alegoría del universo y del hombre de la mosaica serpiente de bronce; y por otra parte, Lundy lo comenta diciendo que parece un impremeditado vaticinio de la figura de Jesús, aunque nada dice explícitamente acerca de si considera a Jesús tal como Platón describe al hombre primario. Mas, a pesar de la equivocada interpretación de San Justino Mártir, debiera comprender Lundy que ya pasaron los tiempos de la casuística y que Platón quiso dar a entender que antes de quedar aprisionado en la materia, el hombre espiritual no tenía necesidad de miembros, por lo que si el universo recibió forma esférica en todos sus componentes, también esférica hubo de ser la forma del hombre arquetípico, cuya caída en cuerpo terreno determinó la aparición de miembros. Ahora bien; si imaginamos a un hombre con piernas y brazos extendidos en aspa, como si se apoyara en la primitiva forma esférica, tendremos la figura señalada por Platón, o sea la X inscrita en el círculo.

Los relatos de la creación, de la caída del hombre y del diluvio pertenecen a la historia universal y no son en modo alguno privativos de los hebreos, quienes sólo pueden reclamar la propiedad de su peculiar exposición alegórica, en que adulteraron las tradiciones de los demás pueblos. El Libro de Enoch es muy anterior al Pentateuco (211) y todavía se desconoce su origen (212), aunque los judíos lo consideran tan canónico como los demás; y si los cristianos aceptaron la autoridad de estos otros, con igual motivo debieron aceptar la del de Enoch, pues no puede determinarse exactamente la antigüedad de ninguno de ellos.

Dice Jost que cuando la división del reino de Israel, a la muerte de Salomón, los samaritanos sólo reconocieron por canónicos el Pentateuco y el Libro de Josué; pero que del saqueo del templo de Jerusalén, el año 68 antes de J. C., sólo se salvaron unos cuantos manuscritos (213) que pudieron ocultar los doctores de la ley (214).

Todos los cabalistas del mundo formaron desde tiempo inmemorial una especie de confraternidad o masonería y se daban mutuamente el título de compañero o inocente, como acostumbraron después algunas asociaciones masónicas de Europa en la Edad Media (215). Creen los cabalistas, apoyados en el conocimiento, que tan sólo pueden considerarse como libros sagrados auténticos los rollos herméticos de los setenta y dos ancianos, que contenían la verdadera “Palabra” y, aunque perdidos para el mundo, se han conservado en las comunidades secretas. Esto mismo corrobora Swedenborg (216) por testimonio recibido de ciertas entidades espirituales, quienes le aseguraron que adoraban a Dios según la verdadera Palabra. En cambio, otros estudiantes de ocultismo disponen de prueba más valiosa que el testimonio ajeno, pues por sus propios ojos vieron los libros herméticos.

No es posible aceptar la Biblia en sentido exotérico, porque desaparecido el texto que compuso Helcías lo rehizo Esdras y lo completó Judas Macabeo; pero al transcribir en caracteres cuadrados el original compuesto en caracteres corniales, quedó éste muy alterado, y mucho más todavía al salir de manos de los masotéricos, de modo que al texto actual no se le puede computar antigüedad mayor de 150 años antes de J. C., y aun así aparece plagado de interpolaciones, mudanzas y omisiones. Por lo tanto, como todos estos errores están ya petrificados y se perdió la verdadera “Palabra de Dios”, no hay derecho a exigir de los cristianos que den fe a una serie de quimeras y alucinaciones y tal vez espurias profecías presuntuosamente atribuídas a la directa inspiración del Espíritu Santo.

Por esta razón no damos validez al bíblico texto monoteísta, publicado precisamente cuando los sacerdotes de Israel creyeron necesario para su política romper a mano airada con los gentiles, perseguir a los cabalistas y repudiar la sabiduría antigua. La verdadera Biblia hebrea nunca estuvo a disposición de las gentes, pues eran libros secretos mucho más antiguos que la versión de los Setenta (217). Los Padres de la Iglesia ni siquiera oyeron hablar de la secreta y verdadera Biblia; pues, como dice Swedenborg, la antigua “Palabra”, antes que en Occidente, debe buscarse en China o Tartaria. Es tanto más valioso este testimonio, por cuanto, según afirma el clérigo londinense R. L. Tafel, escribió Swedenborg sus obras teológicas por inspiración divina, que le iluminaba internamente con eficacia superior a la de los autores bíblicos, cuya inspiración era tan sólo auditiva.

Dice sobre el caso el reverendo Tafel:

Cuando un miembro convencido de la Nueva Iglesia oiga negar o poner en duda la divinidad e infalibilidad de las doctrinas de la Nueva Jerusalén, tanto en su letra como en su espíritu, ha de tener presente que, según estas mismas doctrinas declaran, el Señor vino por segunda vez mediante las obras inspiradas a su siervo Manuel Swedenborg.

Y si verdaderamente habló el Señor por mediación de Swedenborg, nos queda el consuelo de ver tan supremamente corroborada nuestra afirmación de que la “Palabra de Dios” ha de buscarse en la Tartaria, el Tíbet y la China.

QUERELLAS DE ERUDITOS

Dice Pococke que la historia primitiva de Grecia es idéntica a la historia primitiva de la India (218). Parafraseando a este autor podemos nosotros afirmar que la primitiva historia del pueblo de Israel es un remedo de las tradiciones indas, injerto en tradiciones egipcias; pero muchos eruditos, al advertir la analogía entre los relatos bíblicos atribuidos a revelación divina y los relatos induístas, se contraen a señalar el parecido y enzarzarse en discusiones sobre la interpretación que debe dárseles. Así, Max Müller contradice a Spiegel; Whitney a Müller; Haug a Spiegel, y éste a otros. Menudearon en sucesiva alternación las hipótesis referentes a los acadianos, turanios, protocasdeanos, casdeoscitas y sumerianos. El asiriólogo Halevy rechaza el viejo idioma acado-sumeriano de Babilonia; el egiptólogo Chabas, no contento con destronar la lengua turania que tan excelentes servicios prestó a las perplejidades de los orientalistas, califica de charlatán a Lenormant, el venerable patriarca de los acadianos. Entretanto, el clero cristiano se aprovecha de estas intestinas querellas para encomiar la superioridad de sus doctrinas teológicas, diciendo que no puede estar la razón de parte de unos detractores que empiezan por discrepar entre sí tan hondamente. De este modo se pospone la vital cuestión de substituir por el cristismo, o sea la pura doctrina del Cristo, el cristianismo dogmático con us Biblia, su redención subrogada y su diablo, del que por ser personaje de tanta importancia habremos de tratar en capítulo aparte.

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