El libro de la selva / El segundo libro de la selva

Prefacio

P

La preparación de una obra como la presente exige recurrir en numerosas ocasiones a la generosidad de los especialistas. Así, pues, el encargado de recopilar las diversas narraciones que en la obra se incluyen pecaría de desagradecido si no hiciera cuanto estuviese en su mano para reconocer, en la medida de lo posible, la inmensa deuda contraída con motivo del generoso tratamiento que le ha sido dispensado.

En primer lugar, debe dar las gracias al docto y distinguido Bahadur Shah, elefante portaequipajes número 174 del Registro de la India, quien, conjuntamente con su amable hermana Pudmini, tuvo la gentileza de aportar la narración titulada «Toomai de los Elefantes», así como gran parte de la información que contiene «Los sirvientes de Su Majestad». Las aventuras de Mowgli fueron recogidas en diversos momentos y lugares de boca de numerosos informadores, la mayor parte de los cuales desean permanecer en el más riguroso anonimato. Sin embargo, dado que ya ha transcurrido cierto tiempo, el recopilador se toma la libertad de expresar su agradecimiento a cierto caballero hindú, apreciado residente en las altas laderas de Jakko, por sus convincentes, si bien algo cáusticas, opiniones sobre las características nacionales de su casta: los présbites. Sahi, erudito de laboriosidad y recursos infinitos, miembro de la Manada de Seeonee, disuelta recientemente, y artista muy conocido en la mayoría de las ferias locales del sur de la India, donde, con el bozal puesto, ejecuta una danza con su amo que consigue atraer a la juventud, belleza y cultura de muchos pueblos, y que ha aportado datos sumamente valiosos sobre la gente, las costumbres y las tradiciones. Tales datos han sido de gran utilidad para la preparación de las narraciones tituladas «¡El tigre! ¡El tigre!», «La cacería de Kaa» y «Los hermanos de Mowgli». Por las líneas generales del cuento «Rikiki-Tikki-Tavi» el recopilador está en deuda con uno de los principales herpetólogos de la Alta India, investigador independiente e intrépido que, «decidido a no vivir sin conocer», recientemente sacrificó su vida a causa de su excesiva aplicación al estudio de nuestras serpientes venenosas. Una feliz coincidencia hizo que el recopilador, que viajaba a bordo del , pudiera prestar cierta ayuda a uno de los otros pasajeros. De cómo le fueron devueltos con creces sus pobres servicios el lector se dará cuenta por sí mismo en la narración titulada «La foca blanca».

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