Persuasión

Capítulo XIV

Persuasión

Capítulo XIV

Aunque Carlos y María permanecieron en Lyme mucho tiempo después de la partida de los señores Musgrove, tanto que Ana llegó a pensar que serían allí necesarios, fueron, sin embargo, los primeros de la familia en regresar a Uppercross, y apenas les fue posible se dirigieron a Lodge. Habían dejado a Luisa comenzando a sentarse; pero su mente, aunque clara, estaba en extremo débil, y sus nervios, muy susceptibles, y aunque podía decirse que marchaba bastante bien, era aún imposible decir cuándo estaría en condiciones de ser llevada a casa; y el padre y la madre, que debían estar a tiempo para recibir a los niños más pequeños en las vacaciones de Navidad, tenían escasa esperanza de llevarla con ellos.

Todos habían estado en hospedajes. Mrs. Musgrove había mantenido a los niños Harville tan apartados como le había sido posible, y cuanto pudo llevarse de Uppercross para facilitar la tarea de los Harville había sido llevado, mientras éstos invitaban a comer a los Musgrove todos los días. En suma, parecía haber habido puja en ambas partes por ver cuál era más desinteresada y hospitalaria.

María había superado sus males, y en conjunto, según era además evidente por su larga estadía, había hallado más diversiones que padecimientos. Carlos Hayter había estado en Lyme más de lo que hubiese querido. En las cenas con los Harville, no había más que una doncella para atender y al principio la señora Harville había dado siempre la preferencia a la señora Musgrove, pero luego había recibido ella unas excusas tan gratas al descubrirse de quién era hija, y se había hecho tanta cosa todos los días, tantas idas y venidas entre la posada y la casa de los Harville, y ella había tomado libros de la biblioteca y los había cambiado tan frecuentemente, que el balance final era a favor de Lyme, en lo que a atenciones respecta. Además la habían llevado a Charmouth, en donde había tomado baños y concurrido a la iglesia, en la que había mucha más gente que mirar que en Lyme o Uppercross. Todo esto, unido a la experiencia de sentirse útil, había contribuido a una permanencia muy agradable. Ana preguntó por el capitán Benwick. El rostro de María se ensombreció y Carlos soltó la risa.

—Oh, el capitán Benwick está muy bien, eso creo, pero es un joven muy extraño. No sé lo que es, en verdad. Le pedimos que viniera a casa por un día o dos; Carlos tenía intenciones de salir de cacería con él, él parecía encantado, y yo, por mi parte, creía todo arreglado. Cuando, vean ustedes, en la noche del martes dio una excusa bastante pobre, diciendo que «nunca cazaba» y que «había sido mal interpretado», y que había prometido esto y aquello; en una palabra no pensaba venir. Supuse que tendría miedo de aburrirse, pero en verdad creo que en la quinta somos gente demasiado alegre para un hombre tan desesperado como el capitán Benwick.

Carlos rió nuevamente y dijo:

—Vamos, María, bien sabes lo que en realidad ocurrió. Fue por ti —volviéndose a Ana—. Pensó que si aceptaba iba a encontrarse muy cerca de ti; imagina que todo el mundo vive en Uppercross, y cuando descubrió que Lady Russell vive tres millas más lejos le faltó el ánimo; no tuvo coraje de venir. Esto y no otra cosa es lo que ocurrió y María lo sabe.

Esto no era muy del agrado de María, fuera ello por no considerar al capitán Benwick lo bastante bien nacido para enamorarse de una Elliot o bien porque no podía convencerse que Ana fuera en Uppercross una atracción mayor que ella misma; difícil adivinarlo. La buena voluntad de Ana, sin embargo, no disminuyó por lo que oía. Consideró que se la halagaba en demasía, y continuó haciendo preguntas:

—¡Oh, habla de ti —exclamó Carlos— de una manera…!

Maria interrumpió:

—Confieso, Carlos, que jamás le oí mencionar el nombre de Ana dos veces en todo el tiempo que estuve allí. Confieso, Ana, que jamás habló de ti.

—No —admitió Carlos—, sé que nunca lo ha hecho, de manera particular, pero de cualquier modo, es obvio que te admira muchísimo. Su cabeza está llena de libros que lee a recomendación tuya y desea comentarlos contigo. Ha encontrado algo en alguno de estos libros que piensa… Oh, no es que pretenda recordarlo, era algo muy bueno… escuché diciéndoselo a Enriqueta y allí «miss Elliot» fue mencionada muy elogiosamente. Declaro que así ha sido, María, y yo lo escuché y tú estabas en el otro cuarto. «Elegancia, suavidad, belleza.» ¡Oh, los encantos de miss Elliot eran interminables!

—Y en mi opinión —exclamó María vivamente que esto no le hace mucho favor si lo ha hecho. Miss Harville murió solamente en junio pasado. Esto demuestra demasiada ligereza. ¿No opina usted así, Lady Russell? Estoy segura de que usted compartirá mi opinión.

—Debo ver al capitán Benwick antes de pronunciarme —contestó Lady Russell sonriendo.

—Y bien pronto tendrá usted ocasión, señora —dijo Carlos—. Aunque no se animó a venir con nosotros y después concurrir aquí en una visita formal, vendrá a Kellynch por su propia iniciativa, puede usted darlo por seguro. Le enseñé el camino, le expliqué la distancia, y le dije que la iglesia era digna de ser vista; como tiene gusto por estas cosas, yo pensé que seria una buena excusa, y él me escuchó con toda su atención y su alma; estoy seguro, por sus modales, de que lo verán ustedes aquí con buenos ojos. Así, ya lo sabe usted, Lady Russell.

—Cualquier conocido de Ana será siempre bienvenido por mí —fue la bondadosa respuesta de Lady Russell.

—Oh, en cuanto a ser conocido de Ana —dijo María— creo más bien que es conocido mío, porque últimamente lo he visto a diario.

—Bien, como conocido suyo, también tendré sumo placer en ver al capitán Benwick.

—No encontrará usted nada particularmente grato en él, señora. Es uno de los jóvenes más aburridos que he conocido. Ha caminado a veces conmigo, de un extremo al otro de la playa, sin decir una palabra. No es bien educado. Le puedo asegurar que no le agradará.

Yo discrepo contigo, María —dijo Ana—. Creo que Lady Russell simpatizará con él y que estará tan encantada con su inteligencia que pronto no encontrará deficiencia en sus modales.

—Eso mismo pienso yo —dijo Carlos—. Estoy seguro de que Lady Russell lo encontrará muy agradable y hecho a medida para que ella simpatice con él. Dadle un libro y leerá todo el día.

—Eso sí —dijo María groseramente—. Se sentará con un libro y no prestará atención cuando una persona le hable, o cuando a una se le caigan las tijeras, o cualquier otra cosa que pase a su alrededor. ¿Creen ustedes que a Lady Russell le gustará esto?

Lady Russell no pudo menos que reír:

—Palabra de honor —dijo—, jamás creí que mi opinión pudiera causar tanta conjetura, siendo como soy tan simple y llana. Tengo mucha curiosidad de conocer a la persona que despierta estas diferencias. Desearía que se le invitara a que viniese aquí. Y cuando venga, María, ciertamente le daré a usted mi opinión. Pero estoy resuelta a no juzgar de antemano.

—No le agradará a usted; estoy segura.

Lady Russell comenzó a hablar de otra cosa. María habló animadamente de lo extraordinario de encontrar o no a Mr. Elliot.

—Es un hombre —dijo Lady Russell— a quien no deseo encontrar. Su negativa a estar en buenos términos con la cabeza de su familia me parece muy mal.

Esta frase calmó el ardor de María, y la detuvo de golpe en medio de su defensa de los Elliot.

Respecto al capitán Wentworth, aunque Ana no aventuró ninguna pregunta, las informaciones gratuitas fueron suficientes. Su ánimo había mejorado mucho los últimos días, como bien podía esperarse. A medida que Luisa mejoraba, él había mejorado también; era ahora un individuo muy distinto al de la primera semana. No había visto a Luisa, y temía mucho que un encuentro dañase a la joven, razón por la que no había insistido en visitarla. Por el contrario, parecía tener proyectado irse por una semana o diez días hasta que la cabeza de la joven estuviese más fuerte. Había hablado de irse a Plymouth por una semana, y deseaba que el capitán Benwick lo acompañase. Pero, según Carlos afirmó hasta el final, el capitán Benwick parecía mucho más dispuesto a llegarse hasta Kellynch.

Tanto Ana como Lady Russell se quedaron pensando en el capitán Benwick. Lady Russell no podía oír la campanilla de la puerta de entrada sin imaginar que sería un mensajero del joven, y Ana no podía volver de algún solitario paseo por los que habían sido terrenos de su padre, o de cualquier visita de caridad en el pueblo, sin preguntarse cuándo lo vería. Sin embargo, el capitán Benwick no llegaba. O bien estaba menos dispuesto de lo que Carlos imaginaba o era demasiado tímido. Y después de una semana, Lady Russell juzgó que era indigno de la atención que se le dispensara en un principio.

Los Musgrove vinieron a esperar a sus niños y niñas pequeños, que volvían del colegio acompañados de los niños Harville, para aumentar el alboroto en Uppercross y disminuirlo en Lyme. Enriqueta se quedó con Luisa, pero todo el resto de la familia había regresado.

Lady Russell y Ana efectuaron una visita de retribución inmediatamente, y Ana encontró en Uppercross la animación de otrora. Aunque faltaban Enriqueta, Luisa, Carlos Hayter y el capitán Wentworth, la habitación presentaba un violento contraste con la última vez que ella la había visto.

Alrededor de la señora Musgrove estaban los pequeños de la quinta, especialmente venidos para entretenerlos. A un lado había una mesa, ocupada por unas niñas charlatanas, cortando seda y papel dorado, y en el otro había fuentes y bandejas, dobladas con el peso de los pasteles fríos en donde alborotaban unos niños; todo esto con el rumor de un fuego de Navidad que parecía dispuesto a hacerse oír pese a la algarabía de la gente. Carlos y María, como era de esperar, se hicieron presentes, y mister Musgrove juzgó su deber presentar sus respetos a Lady Russell y se sentó junto a ella por diez minutos, hablando en voz muy alta, debido al griterío de los niños que trepaban a sus rodillas; pero generalmente, se le oía poco. Era una hermosa escena familiar.

Ana, juzgando de acuerdo con su propio temperamento, hubiera presumido aquel huracán doméstico como un mal restaurador para los nervios de Luisa, que habían sido tan afectados; pero Mrs. Musgrove, que se sentó junto a Ana para agradecerle cordialmente sus atenciones, terminó considerando cuánto había sufrido ella, y con una rápida mirada alrededor de la habitación recalcó que después de lo ocurrido nada podía haber mejor que la tranquila alegría del hogar.

Luisa se recobraba con tranquilidad. Su madre pensaba que hasta quizá fuese posible su vuelta a casa antes de que sus hermanos y hermanas regresaran al colegio. Los Harville habían prometido ir con ella y permanecer en Uppercross. El capitán Wentworth había ido a visitar a su hermano en Shropshire.

—Espero que en el futuro —dijo Lady Russell cuando estuvieron sentadas en el coche para volver— recordaré no visitar Uppercross en las fiestas de Navidad.

Cada quien tiene sus gustos particulares, en ruidos como en cualquier otra cosa; y los ruidos son sin importancia, o molestos, más por su categoría que por su intensidad. Cuando Lady Russell, no mucho tiempo después, entraba en Bath en una tarde lluviosa, en coche desde el puente Viejo hasta Camden Place, por las calles llenas de coches y pesados carretones, los gritos de los anunciadores, vendedores y lecheros, y el incesante rumoreo de los zuecos, por cierto, no se quejó. No, tales ruidos eran parte de las diversiones invernales. El ánimo de la dama se alegraba bajo su influencia, y, al igual que la señora Musgrove, aunque sin decirlo, juzgaba que después de una temporada en el campo nada podía hacerle tan bien como un poco de alegría.

Ana no sentía igual. Ella seguía experimentando una silenciosa pero segura antipatía por Bath. Recibió la nebulosa vista de los grandes edificios, nublados de lluvia, sin ningún deseo de verlos mejor. Sintió que su marcha por las calles, pese a ser desagradable, era muy rápida, porque, ¿quién se alegraría de su llegada? Y recordaba con pesar el bullicio de Uppercross y la reclusión de Kellynch.

La última carta de Isabel había comunicado noticias de algún interés. Mr. Elliot estaba en Bath. Había ido a Camden Place; había vuelto una segunda vez, una tercera, y había sido excesivamente atento. Si Isabel y su padre no se engañaban, había tomado tanto cuidado en buscar la relación, como antes en descuidarla. Eso sería maravilloso en caso de ser cierto, y Lady Russell se sentía en un estado de agradable curiosidad y perplejidad acerca de Mr. Elliot, casi retractándose, por el sentimiento que había expresado a María, hablando de él como de un hombre a quien «no deseaba ver». Sentía gran deseo de verlo. Si realmente deseaba cumplir con su deber de buena rama, sería perdonado por su alejamiento del árbol familiar.

Ana no se sentía animada a lo mismo por estas circunstancias, pero sí que prefería ver a Mr. Elliot, cosa que en verdad podía decir de muy pocas personas en Bath.

Descendió en Camden Place y Lady Russell se encaminó a su alojamiento en la calle River.

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