Amor y Pedagogía

Origen y fin de la Pajarita

Origen y fin de la Pajarita

El origen de cada cocotte o pajarita se nos aparece a

primera vista muy claro y obvio, la construimos nosotros con nuestras

propias manos tomando un pedazo de papel. Mas ya hemos visto que al

construirla no pasamos de ser humilde instrumento de una Potencia

Suprema e Inteligente que guía nuestras manos. Aquí de lo que quiero

tratar es de su origen filogénico, del origen de la especie. Porque

nosotros las aprendimos a hacer por haber visto hacerlas, mas ¿quién las

ideó primero? ¿las ideó alguien? ¿surgieron de la nada, del azar o de

Inteligencia creadora y ordenadora? ¡Grave cuestión!

¿Podrá haber quien nos persuada torpemente de que ser tan

maravilloso, dotado de tantas y tan excelsas perfecciones, vaso de tan

admirables relaciones métricas conmensurables e inconmensurables,

estáticas y dinámicas, de que este perfecto ser papiráceo pudo ser obra

del acaso? ¿Tendremos que recordar lo de que echando al azar caracteres

de imprenta no pudo salir la Ilíada? ¡Lejos de nosotros Demócrito

y Leucipo y Holbach y los materialistas todos! ¡Oh ceguera de los

hombres! ¡oh dureza de sus corazones! No, no es posible que nos

persuadan de doctrinas tan absurdas como impías.

Ha surgido en modernos tiempos una secta proterva e impía llamada

transformismo, darwinismo o evolucionismo —que con estos y otros tan

pomposos nombres se engalana— que en su ceguera y arrogancia pretende

que las especies hoy existentes se han producido todas, todas, incluso

la humana, unas de otras, a partir de las más sencillas e imperfectas y

ascendiendo a las más perfectas y complicadas. Pocas veces se ha visto

error más nefasto.

Y ¿qué nos dice el flamante transformismo acerca de la pajarita de

papel? ¿Podrá hacernos creer que tan perfecto ser se engendrara

evolutivamente y no que surgiese de una sola vez y como por ensalmo con

las perfecciones todas que hoy atesora? Supongo que nos vendrá diciendo

que dado un perfecto cuadrado de papel y doblándolo con precisión no hay

modo sino de que se engendren figuras regulares, que doblando un

cuadrado por su diagonal por fuerza resultan dos triángulos rectángulos

isósceles; pero ¿no veis, desgraciados, que eso que me venís diciendo

implica una petición de principio o círculo vicioso?

Sí, conozco sus sofismas aparatosos, sofismas de ciencia vana que

hincha y no conforta; sé que llevados de su natural soberbia sostienen

con pertinacia que los cantos rodados han resultado tales en puro

frotarse contra el lecho del arroyo y las aguas y no que fueron hechos

rodados desde un principio para que mejor resistieran a la corriente.

¿Qué más? Hay un hecho admirabilísimo, fuente de admiración para todo

verdadero sabio, que ha servido a esos falseadores para uno de sus más

artificiosos sofismas.

El hecho es el de lo maravillosamente dispuestas que están las

celdillas de los panales de abejas, en prismas hexagonales, que son las

construcciones que acercándose más a los cilindros desplazan menos

terreno. ¡Maravillosa economía de espacio!

Muchos sabios modestos, profundos y piadosos se han detenido en

admirar a la Providencia en esta maravillosa traza, y puesto que no

cabe, no siendo llevado de un espíritu sectario, atribuir a las abejas

un conocimiento tal de la geometría que sepan cómo son los prismas

hexagonales las figuras que mejor encajan unas en otras sin desplazar

terreno y ofrecen el hueco que más se acerque al del cilindro, forzoso

nos es ver en ello una Inteligencia suprema que las dotó de instinto.

Pero he aquí que vienen estos sabios modernos, estos sofistas aparatosos

y henchidos de presunción arrogante, y nos dicen que las avispas hacen

cilíndricas sus celdillas dejando huecos intermedios, perdiendo terreno,

y que si las abejas han llegado a hacerlas hexagonales es porque

apretando unos canutillos contra otros acaban por tomar ellos mismos,

naturalmente, la forma de prismas hexagonales, y a tal propósito nos

invitan a reunir un fajo de tales canutillos, a modo de cigarrillos en

paquete, y ceñirlos y apretarlos bien y lo veremos patente. ¡Oh ceguedad

de la razón humana, y a qué extremos conduces a los infelices mortales!

¡oh astucias del Enemigo malo!

Recordemos que cuando Dios puso a nuestros primeros padres en el

paraíso terrenal les dejó todo aquel amenísimo jardín en usufructo, ya

que no en propiedad, y solo les prohibió que tocaran a los frutos del

árbol de la ciencia del bien y del mal; pero vino el Tentador y les

ofreció que serían como dioses, conocedores del bien y del mal y de las

razones de las cosas, y probaron del fruto del árbol de la ciencia y se

vieron desnudos y cayeron en miseria y de allí arrancan nuestros males

todos, entre ellos el primero y el más grave de todos, que es eso que

llamamos progreso.

La tentación continúa, pues estoy completamente convencido de que

todo eso del transformismo no es más que una añagaza puesta con divina

astucia a nuestra razón para ver si esta se deja seducir y cree más en

sí misma que en lo que debe creer y a que debe confiarse.

Todo lo que a los seres orgánicos se refiere está, en efecto, de

tal modo dispuesto y trazado que se vea nuestra pobre y flaca razón

llevada naturalmente y como de la mano a caer en los errores del

transformismo. Paralelismo entre el desarrollo del embrión y la serie

zoológica, órganos atrofiados, casos de atavismo, todo se halla ordenado

a inducirnos a error. Es evidente que mirada la cosa a la luz de la

sola razón, no hay más remedio que caer en el transformismo, pues este

solo nos explica la diversidad de especies y su diversidad de formas. La

ciencia es implacable y no sirve quererla resistir. La razón cae y

tiene que caer naturalmente en el transformismo si la fe no la sostiene sobrenaturalmente.

Pero llegará el último día, el día del juicio, aquel en que nos

veremos todos las caras, el día en que los ignorantes confundirán a los

sabios y aquel día oiremos que se les dice a nuestros flamantes sabios

modernos:

«Sí, es verdad, todo estaba trazado y dispuesto para haceros creer

en que unas especies provenían de otras mediante trasformación, incluso

el hombre provenir de una especie de mono; todo llevaba vuestra razón

naturalmente y como por irresistible fuerza a tal creencia, pero era

¡ay! para probar vuestra fe y ver si creíais más a vuestra pobre, flaca y

soberbia razón que no a palabras que por infalibles debíais tener.

Cierto es también que apóstoles del error y de la mentira os hablaron de

cierta quisicosa que llamaban revelación natural y de que Dios habla

por sus obras y de que es la naturaleza su palabra, su verbo, y de que

Él os enseñaba el transformismo y de que era esta una doctrina

profundamente religiosa y piadosa en cuanto mostraba al hombre una

indefinida ascensión de mejora, pero todo eso eran trampas que se os

ponía para probar vuestra fe. Y así como a Faraón se le endureció el

corazón y una vez con el corazón endurecido no respondió cuando se le

llamaba y fue por ello castigado, así se os castigará ahora por haber

creído antes a vuestra razón que no a antiquísimas y venerandas

palabras.» Y sonará la fatídica trompeta.

Tal es, sin duda alguna, el hondo sentido de ese moderno y

perniciosísimo error que se llama transformismo, añagaza que a la razón

se le antepone. Mas a nosotros debe apartarnos de él la asidua y

cuidadosa contemplación de las perfecciones que la cocotte o pajarita de papel atesora…

*

Aquí termina bruscamente el manuscrito de los Apuntes para un tratado de cocotología

del ilustre don Fulgencio, y es lástima que este nuestro primer

cocotólogo, el primero en orden de tiempo y de preminencia, no haya

podido llevar a cabo su proyecto de escribir en definitiva un tratado

completo de la nueva ciencia. Me ha asegurado que piensa refundirla en

su gran obra de Ars magna combinatoria, y aún parece ser que fue la cocotología lo que primero le sugirió tan considerable monumento de sabiduría.

Download Newt

Take Amor y Pedagogía with you