Amor y Pedagogía

Etimología

Etimología

La palabra cocotología se compone de dos: de la francesa cocotte, pajarita de papel, y de la griega logia, de logos, tratado. La palabra francesa cocotte es una palabra infantil y que se aplica en su sentido primitivo y recto a los pollos y por extensión a todas las aves. En sentido traslaticio a las pajaritas de papel y a las mozas de vida alegre. Aquí habré de extenderme en una comparación entre estas mozas y las pajaritas, frágiles como ellas.

La primera cuestión que surge respecto al nombre de nuestra nueva ciencia es que es el tal un nombre híbrido, como el de sociología, compuesta de una palabra latina y otra griega, y son muchas las personas graves que han visto en eso del hibridismo de su título un fuerte argumento en contra de la nueva sociología.

Acaso fuera mejor llamar a nuestra ciencia papyrornithología (παπυρορνιθιολια), de las palabras griegas papyros (παπυρος) papel, ornithion (όρνιθιον) pajarita y logia, pero le encuentro a este nombre graves inconvenientes que me reservo mostrar cuando publique el tratado.

Y no dudemos de la importancia del nombre, importancia tal que precisamente lo más grave de una idea u objeto es el nombre que habíamos de darle. Rechacemos aquel absurdo aforismo de le nom ne fait pas a la chose el nombre no hace a la cosa. Sí, el nombre hace a la cosa y hasta la crea.

¿No nos dice acaso el versículo 3 del capítulo I del

Génesis que «Dijo Dios: sea la luz, y la luz fue», creándola así con su palabra, y no fue lo primero la palabra, según el versículo primero del capítulo I del Evangelio según Juan, que nos dice que

«en el principio fue la palabra?» Fausto halla imposible estimar en tanto la palabra, el verbo, y lo traduce primero así: «en el principio era el sentido» (Im Anfang war der Sinn), mas luego lo corrige diciendo: «En el principio era la fuerza» (Im Anfang war die Kraft), y concluye por fin en decir: «en el principio era la acción» (In Anfang war die That).

No; Fausto aquí divaga; digamos que en el principio fue la palabra y que luego de haber formado Dios de la tierra toda bestia del campo y toda ave de los cielos «las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar, y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes ese es su nombre» (Gen. II, 19). Y este acto de dar Adán nombre a toda bestia del campo y a toda ave de los cielos, fue su toma de posesión de ellos y hoy mismo tomamos posesión intelectual de las cosas al nombrarlas.

¿Qué es, en efecto, conocer una cosa sino nombrarla? Conocer una cosa es clasificarla, nos dicen los filósofos, es distinguirla de las demás, y cuanto mejor la distingues es que la conoces mejor. El hombre ignorante solo sabe el nombre propio de las cosas, su agnomen, su nombre de pila que diríamos hoy; las llama Cayo o Tito, Pedro o Juan; el menos ignorante sabe su primer apellido; cuando se instruye más

conoce ya el segundo apellido, y así sucesivamente. Cuanto más adelantamos en la ciencia de las cosas, más apellidos damos a estas, conocemos mejor su genealogía, las colocamos mejor en el lugar que en su familia las corresponde.

¿La llamada historia natural se reduce para los más a otra cosa que una nomenclatura? Preguntémosle a la palabra misma por su importancia y oficio, interroguemos a nuestra lengua latina y ella nos dirá que la raíz del nombre-nombre NOMEN GNOMEN es la raíz misma, gno —del verbo gnosco, cognosco, conocer, y que esta raíz GNO es hermana de la raíz gen— de gigno, engendrar; nombrar es conocer y conocer es engendrar, nombrar es engendrar las cosas—. Y si se lo preguntamos a las lenguas germánicas y anglo-sajonas nos dirán estas que la voz palabra, worth en inglés, wort en alemán, es pariente del verbo worden, devenir, hacerse, generarse, siendo la palabra un hacerse, un devenir, un engendrarse. Sí, inefable e inconocible es una sola y misma cosa.

Razón tiene, pues, Carlyle cuando en su Sector Resortus (lib. II, cap. I, Génesis), hace decir a Diógenes Tenfelsdrockh lo siguiente: «Pues en verdad, como insistía a menudo en ello Gualterio Shandy, estriba mucho, casi todo, en los nombres. El nombre es el primer vestido en que envolvisteis al yo que visitaba la Tierra, vestido a que desde entonces se agarra más tenazmente (porque hay nombres que han durado casi treinta siglos) que a la piel misma. Y ahora, desde fuera, ¡qué místicas influencias no envía hacia dentro, aun hasta el centro, especialmente en aquellos plásticos primeros tiempos en que es el alma toda infantil vía, blanda, habiendo de crecerla invisible semilla hasta convertirse en árbol frondoso! ¿Los nombres? Si pudiera explicar yo la influencia de los nombres, que son el más importante de todos los vestidos, sería un segundo y gran Trismegisto. No ya solo el lenguaje común todo, sino la ciencia y la poesía mismas, no son otra cosa, si lo examinas, que un exacto nombrar. En muy llano sentido, dice el proverbio, “Llama ladrón a uno y robará…”» Así Carlyle.

Goethe, por su parte, en Poesía y verdad (II, 2), nos dice:

«No estaba bien hecho que se permitiera aquellas bromas con mi nombre,pues el nombre propio de un hombre no es una capa que cuelgue de él y a la que se pueda deshilachar y desgarrar, sino un vestido que ajusta perfectamente y hasta como la piel misma que ha crecido con él y sobre él, y a la que no cabe arañar y desollar sin herirle a él mismo.»

Y, por último, para acabar con las citas, conviene trascribir aquí aquellos preñados versos en que nos dice Shelley en su «Prometeo desencadenado» (Prometheus unbound, act. II. sc. IV) que «dio al hombre el lenguaje y el lenguaje creó el pensamiento, que es la medida del universo.»

He gave Man speech, and speech created thought which is the measure of the universe.

Con todas estas y otras consideraciones acerca del nombre, consideraciones que sacaré de mi cuadernillo rotulado Onomástica, justificaré la importancia capital que tiene el nombre que doy a la nueva ciencia, y como al nombrarla la creo. Porque el nombre y su etimología debe preceder a la definición misma.

Download Newt

Take Amor y Pedagogía with you