El ermitaño

Capítulo décimo

Capítulo décimo

El viejo ermitaño se sintió visiblemente mejor bajo la influencia del té caliente, con mucha mantequilla y azúcar abundante. La cebada, molida hasta convertirse en un polvillo muy fino, había sido tostada muy convenientemente. Las llamas de la hoguera brillaban alegremente a través de la entrada de la cueva. Pero la hora todavía se encontraba entre la puesta y el amanecer; dormían los pájaros en las ramas y sólo se movían en la noche algunas criaturas nocturnas. La luna ya había cruzado los cielos y se escondía tras las más lejanas cordilleras. De vez en cuando, pasaba el viento de la noche susurrando entre las hojas y levantando alguna chispa de la hoguera encendida.

El anciano se levantó con fatiga y se marchó titubeando hacia el interior de la caverna. El joven monje se tendió a lo largo y se quedó dormido antes de que su cabeza reposase sobre la almohada de arena aprisionada. El mundo estaba en silencio por todas partes. La noche se hizo más oscura, con aquella oscuridad que es el preludie del amanecer. Desde las alturas, una piedra solitaria rodó hasta romperse contra los peñascos de los abismos; luego, todo volvió a su silencio de antes.

El sol estaba muy alto, cuando el joven monje despertó a un mundo de malestar. Miembros doloridos, agujetas y

hambre

. Murmurando por lo bajo palabras prohibidas a un religioso, agarró la vasija del agua, vacía, y miró hacia el exterior de la cueva. La hoguera ofrecía el brillo placentero de sus cenizas ardientes. A toda prisa, añadió pequeños troncos y, encima, ramas de mayor tamaño. Con tristeza, contó la escasa leña restante y le preocupó el pensar que cada vez tendría que ir más lejos en su busca. Echando una mirada hacia arriba, se estremeció recordando su escalada por la noche anterior. Luego fue al lago por agua.

«Hoy tendremos que hablar mucho rato, —dijo el viejo eremita cuando ambos terminaron su frugal desayuno—. Siento que los Campos Celestiales me llaman con insistencia. Existe un límite a lo que puede soportar la carne y yo he pasado, y con exceso, lo que es concedido a un ser humano».

El joven se entristeció; había llegado a sentir un gran afecto hacia aquel anciano y consideraba que los sufrimientos de aquel anacoreta habían sido excesivamente penosos. «Estoy a vuestras órdenes, Venerable —⁠le respondió⁠—; pero dejad que antes llene de agua vuestro cuenco». Entonces, se puso en pie, limpió el cuenco y lo llenó de agua fresca.

El viejo eremita recomenzó su narración: «El Arca apareció en la pantalla; era grande y voluminosa. Una nave capaz de engullir el Potala y toda la ciudad de Lhasa, los conventos de Sera y Drepung por añadidura. A su lado, los hombres que iban saliendo parecían tan diminutos como las hormigas que se afanan sobre la arena. Animales de grandes dimensiones eran descargados, y, de nuevo, rebaños de otros hombres. Todos parecían como ofuscados, drogados, sin duda para que no pudieran pelearse. Unos hombres que llevaban extraños aparatos sobre sus espaldas volaban como pájaros, guiando a los animales y a los hombres, aguijoneándolos con unos palos metálicos.

»La nave dio la vuelta al mundo, aterrizando en determinados sitios y dejando en todas partes animales de distintas hechuras. Los hombres eran unos blancos, otros negros y algunos, amarillos. Tipos altos y tipos de corta estatura. Con el pelo negro o blanco; entre los animales los había listados; unos dotados de largos cuellos, al paso que otros, sin cuello. Jamás yo hubiera creído que pudiesen existir seres de tantos colores, formas y tipos. Algunas de las criaturas del mar eran tan inmensas que durante un tiempo no creí que pudiesen moverse, hasta que, en el mar, parecían tan ágiles como los peces de nuestros lagos.

»Continuamente, volaban por el aire pequeñas naves, donde estaban los que se cuidaban de los nuevos habitantes de la Tierra. Con sus idas y venidas dispersaban grandes rebaños y aseguraban que los animales y los hombres se esparciesen por toda la superficie del globo. Pasaron siglos sin que el hombre fuese capaz de encender fuego ni fabricar toscos utensilios de piedra. Los Sabios conferenciaron sobre el caso y decidieron que era conveniente que aquel grupo podía mejorarse, introduciendo algunos humanoides más inteligentes, que sabían encender fuego y labrar el pedernal. De este modo pasaron siglos, durante los cuales los Jardineros de la Tierra introdujeron nuevos tipos de hombres capaces de mejorar el conjunto de la humanidad. Ésta, gradualmente, pasó del estadio de la piedra labrada al del dominio del fuego. Paso a paso, se construyeron casas y se constituyeron ciudades. Continuamente los Jardineros se movieron entre las criaturas humanas y los hombres los miraron como dioses sobre la Tierra.

»La Voz intervino entonces, diciendo: «No sirve pata nada el ir siguiendo paso a paso todos los trastornos interminables que sucedieron a esta nueva colonia sobre la Tierra. Quiero explicaros únicamente los sucesos principales, para que os sirvan de instrucción. Mientras yo hable, tendremos ante nuestra vista los cuadros adecuados de manera que podáis seguir todo punto por punto.

»”El Imperio era grande; pero llegó de otro universo una raza violenta, que intentó arrancar de nuestro poder nuestras posesiones. Aquel pueblo era humanoide y sobre su cabeza tenía unas excrecencias en forma de cuernos que le brotaban de las sienes. También estaban dotados de un rabo. Aquella gente era de una naturaleza en extremo belicosa; guerrear, para ellos, era a la vez un juego y un trabajo. Llegaron sobre negras naves a ese universo y llevaron la destrucción a unos mundos que nosotros acabábamos de sembrar. Batallas colosales, se produjeron en el espacio. Varios mundos fueron desolados; muchos estallaron entre humos y llamas y sus restos se amontonan en áreas del espacio como la Cintura de Asteroides, todavía en nuestros tiempos. Anteriormente algunos mundos fértiles habían visto su atmósfera en explosión y toda la vida borrada de su faz. Un mundo chocó con otro y, en un instante, este último fue proyectado hacia la Tierra. La Tierra retembló y fue desplazada a otra órbita; lo que fue causa de que, en ella, aumentó la duración del día.

»”Durante esta casi-colisión, unas descargas eléctricas gigantescas, surgieron de ambos planetas. Los cielos volvieron a verse en llamas. Varios entre los seres humanos perecieron. Enormes olas barrieron la superficie de la Tierra y, compasivos, los Jardineros se apresuraron a su alrededor con sus Arcas, intentando tomar a bordo las personas y los animales, para situarlas a salvo en las alturas. Años más tarde —⁠prosiguió la Voz⁠—, esto daría origen a leyendas inexactas a través de todos los países del globo. Pero, la batalla del espacio, fue ganada. Las fuerzas del Imperio aniquilaron a los malvados invasores e hicieron prisioneros a un cierto número de ellos.

»”El príncipe de los invasores, Satán, defendió su propia causa, diciendo que tenía mucho que enseñar a los pueblos del Imperio. Añadió que deseaba trabajar siempre para el bien de los demás. Su vida y la de algunos de sus compañeros fueron respetadas. Después de un período de cautividad, se manifestó deseoso de cooperar a la reconstrucción del sistema solar que él mismo había desolado tanto. Los Almirantes y Generales del Imperio, todos ellos personas de buena voluntad, eran incapaces de imaginar en los demás la traición y las intenciones aviesas. Aceptaron aquel ofrecimiento y colocaron al príncipe Satán y sus oficiales bajo las órdenes de los hombres del Imperio.

»”Sobre la Tierra, los hombres habían enloquecido con las desdichas que habían experimentado. Se habían visto diezmados por las inundaciones y por las llamas, caídas de las nubes. Se trajeron nuevas expediciones de seres humanos, de otros planetas periféricos, allá donde habían sobrevivido algunos. Los territorios ahora eran muy distintos entre sí y también los mares. A causa del gran cambio de órbita, se había alterado el clima. Ahora existía un cinturón ecuatorial cálido y se amontonaban los hielos en las regiones polares. Grandes montañas de hielo se desgajaban de la masa glacial y flotaban por los mares. Los mayores animales de la Tierra perecieron bajo el frío súbito. Grandes selvas sucumbieron cuando las condiciones de vida sufrieron una mutación drástica.

»”Muy lentamente, dichas condiciones se estabilizaron. Otra vez, el hombre comenzó a construirse una forma de civilización. Pero el hombre se mostraba excesivamente belicoso y perseguía a todos los de su especie que eran débiles. De una manera rutinaria, los Jardineros introdujeron algunos nuevos tipos para mejorar la especie básica. La evolución humana progresó y, lentamente, fue resultando un mejor tipo de criatura. Los Jardineros, empero, no se contentaban con eso. Se decidió que muchos más de ellos vivirían sobre la Tierra. Y con los Jardineros, sus familias. Se juzgó, entonces, que sería más conveniente utilizar las alturas de la Tierra como bases de los desembarcos. En un país del Este, un hombre y una mujer descendieron de su nave espacial sobre la amena cumbre de una montaña. Así, Izagani junto con Izanami se constituyeron en protectores y fundadores de la gente japonesa y —⁠entonces la Voz resonó a la vez con calma y con enojo⁠— de nuevo se forjaron falsas leyendas a su alrededor, ya que la pareja formada por los Izagani e Izanami, como sea que apareció viniendo de la dirección del sol, los indígenas creyeron que ambos eran, respectivamente, el dios y la diosa del sol, que habían bajado a vivir entre ellos».

»En la pantalla que yo tenía delante, vi el sol rojizo en medio del cielo. Vi cómo descendía una brillante nave del espacio, que los rayos solares pintaban de púrpura. La nave iba acercándose cada vez más a la Tierra, hasta que se detuvo, osciló y dio lentas vueltas. Finalmente, cuando los raros rojos de la luz solar se reflejaban en la cúspide cubierta de nieve, la nave se posaba encima de una superficie horizontal que se veía en ella. Los últimos rayos del sol iluminaban la nave cuando un hombre y una mujer desembarcaron y miraron a su alrededor y luego regresaron a bordo de la nave del espacio. Los indígenas, de piel amarilla, se prosternaron ante dicha nave, sobrecogidos por la gloria de lo que veían; estuvieron allí durante un espacio de tiempo, aguardando en un respetuoso silencio; luego se fueron y su imagen se fundió, cuando se alejaron en la oscuridad de la noche.

»El cuadro cambió, y vi otra montaña en una tierra muy lejana de aquella. Dónde estaba, yo lo ignoraba por completo; mas pronto se me dio la información necesaria. Del cielo llegaron varias naves del espacio, que dieron varias vueltas por el aire y después, lentamente, descendieron en formación ordenada hasta ocupar las laderas de una montaña. “Los dioses del Olimpo, —dijo la Voz en tono sarcástico—. Los mal llamados dioses, que trajeron grandes luchas y tribulaciones al mundo joven. Esa gente, con el antiguo Príncipe Satán entre ellos, llegaron para instalarse sobre la Tierra; pero el Centro del Imperio se encontraba muy lejos. Las malignidades e incitaciones de Satán desencaminaron a los jóvenes de ambos sexos, que habían sido asignados a la Tierra para que allí pudiesen adquirir experiencia.

»”Zeus, Apolo, Teseo, Afrodita, las hijas de Cadmo y muchos otros, formaron esas pandillas. El mensajero, Mercurio, corrió de una nave a la otra, a través del mundo, repartiendo mensajes y escándalos. Los hombres, sintieron vehementes deseos de las mujeres de su prójimo. Las mujeres, se dedicaron a la caza del varón que anhelaban. A través de los cielos del planeta, naves rápidas eran tripuladas por mujeres persiguiendo a los hombres y a los maridos, tras sus mujeres fugitivas. Y los ignorantes hijos de este mundo, observando las extravangancias sexuales de aquellos que ellos tenían por dioses, pensaron que era así como debían conducirse en la vida. De este modo, empezó una era de relajamiento sensual, en la que fueron holladas todas las leyes de la decencia.

»”Algunos de los nativos, los más astutos y que veían más claro que el resto de los hombres, se proclamaron a sí mismos como sacerdotes, y pretendieron ser la Voz de los dioses. Éstos, demasiado atareados en sus orgías, no se daban cuenta de nada. Pero estas orgías condujeron a otros excesos; provocaron numerosos asesinatos, hasta el punto de que llegaron las noticias al Imperio. Pero los sacerdotes naturales de la Tierra, aquellos que pretendían ser representantes de los dioses, escribieron todo lo que ocurría y alteraron las cosas, de forma que sus poderes aun se vieron aumentados después. Siempre ha ocurrido así en la historia del mundo; nunca sus naturales han contado las cosas como ocurrieron, sino de forma que les aumentasen todavía más su propio poder y prestigio. Casi todas las leyendas, no pasan de ser una aproximación de lo que sucedió en realidad».

»Contemplé, entonces, otra pantalla. Allí se veía otro grupo de Jardineros o “Dioses”. Horus, Osiris, Anubis, Isis y algunos otros. También se celebraban orgías allí. En aquellas regiones, un antiguo lugarteniente del Príncipe Satán se aplicaba a destruir todos los esfuerzos para lograr el bien en aquel pequeño mundo. También allí se veían los inevitables sacerdotes escribiendo sus interminables y erróneas leyendas. Había algunos, de la casta sacerdotal, que se habían infiltrado lentamente en la confianza de los dioses y de esta forma habían logrado ciertos conocimientos vedados a los nativos, por su propio bien. Estos sacerdotes habían constituido una sociedad secreta cuyos fines eran los de robar más conocimientos prohibidos y usurpar el poder de los Jardineros. Pero la Voz continuó diciendo: «Nos dieron mucho trabajo esos nativos y tuvimos que introducir medidas represivas. Algunos de esos sacerdotes indígenas, después de haber robado algún equipo de los Jardineros, no pudieron dominarlo; como resultado, lanzaron plagas sobre la Tierra. Mucha gente del país pereció. Las cosechas se perdieron totalmente.

»”Pero algunos de los Jardineros, bajo el dominio del Príncipe Satán, había establecido una capital del pecado en las ciudades de Sodoma y Gomorra. En ellas, toda forma de perversión y de crimen eran consideradas como virtudes. Entonces, el Maestro del Imperio advirtió severamente a Satán, para que desistiese y abandonase aquellos lugares. Mas, éste se lo tomó a chanza. Algunos de los habitantes de Sodoma y Gomorra, los mejores entre ellos, fueron advertidos para que abandonasen aquellas poblaciones y, en un momento convenido, una nave del espacio solitaria llegó por los aires y soltó un pequeño bulto. Y las ciudades fueron asoladas por el humo y las llamas. Grandes nubes en forma de hongos subieron hacia el cielo tembloroso, y sobre el suelo no quedaron sino toda suerte de devastaciones, piedras calcinadas, fundidas, y todo un montón enorme de ruinas de habitaciones humanas. Por la noche, todo aquel territorio brillaba con un resplandor sombrío. Muy pocos de los habitantes lograron escapar del holocausto.

»”Después de estas saludables advertencias, se decidió retirar todos los Jardineros de la faz de la Tierra y no tener más contacto con los nacidos en ella, sino tratarlos como unos tipos aparte. Las patrullas penetrarían, a veces, en la atmósfera. El mundo y sus habitantes estarían sujetos a inspecciones. Pero no habría ningún contacto oficial. En vez de esto, decidieron que existiesen sobre la Tierra seres humanos que hubiesen sido instruidos debidamente y que pudiesen ser

«plantados’ donde

hubiese individuos preparados para admitirlos. El hombre que más tarde fue conocido bajo el nombre de Moisés fue un ejemplo. Una mujer del país fue arrebatada e impregnada con la semilla de características adecuadas. El niño aún por nacer fue instruido telepáticamente y dotado de grandes conocimientos —⁠para un natural de la Tierra⁠—. Fue acondicionado hipnóticamente para que no revelase todo su saber hasta el momento oportuno.

»”A su debido tiempo, el niño nació y se le dio una posterior educación y acondicionamiento. Más tarde, el pequeño fue instalado en una cesta debidamente preparada y con el manto de la noche fue depositado sobre un cañaveral donde sería fácilmente descubierto. A medida que fue creciendo y llegó a la mayoría de edad, estuvo en frecuente comunicación con nosotros. Cuando llegó el momento, una pequeña nave del espacio se dirigió hacia una montaña, en cuya cumbre permaneció escondida, ya sea por las nubes naturales, ya por las que nosotros fabricamos en aquella ocasión. El hombre, llamado Moisés, subió a la cumbre, donde subió a bordo de aquella nave y salió de ella luego con la Varilla de Virtudes y las Tablas de la Ley, que habían sido preparadas para él.

»”Pero eso no era suficiente. Tuvimos que hacer lo propio en otras tierras. En el país que hoy llamamos la India, nosotros nos encargábamos de la educación y formación del hijo varón de uno de los más poderosos príncipes de aquellas tierras. Considerábamos que su poder y gran prestigio arrastrarían a todos los naturales de aquella tierra a seguirle y adherirse a una forma especial de disciplina que aumentaría el estado espiritual de sus seguidores. Gautama tenía sus ideas propias y nosotros, más que discutírselas, dejamos que por sí mismo hallase su disciplina espiritual. Una vez más, nos hallamos con que los discípulos, o sacerdotes —⁠generalmente en provecho propio⁠—, deformaron el sentido de los escritos de su maestro. Siempre pasa lo mismo: en este mundo un pequeño grupo de personas, que se proclaman sacerdotes a sí mismos, se empeñan en publicar o reescribir por su cuenta los textos sagrados, de manera que sus propios poderes y su autoridad se vean aumentados.

»”Otros muchos fundaron nuevas ramas de la religión: Mahoma, Confucio, los nombres son demasiados para que se mencionen uno por uno. Pero cada cual de todos esos hombres estaba bajo nuestra dirección, o formado por nosotros, con la intención de que estableciese una fe mundial, que guiase a los hombres hacia las buenas sendas de la vida. Queríamos que cada uno de los hombres de este mundo tratase a los demás como quería que los demás le tratasen a él. Luchábamos para establecer un estado de armonía universal como la que ya existía en nuestro propio Imperio; pero la nueva humanidad no estaba lo bastante avanzada para dejar de lado el bien del propio Yo y buscar el de sus semejantes.

»”Los Sabios estaban muy descontentos de aquel estancamiento. Después de una reunión que tuvieron, se propuso un cambio de dirección absoluto. Uno de los Sabios llamó la atención de los reunidos sobre el hecho de que todos los que habían sido mandados sobre la Tierra, pertenecían a grandes y poderosas familias. Como demostró claramente, esto era causa de que automáticamente las clases inferiores rechazasen las palabras de todos aquellos individuos situados en las altas esferas de la aristocracia. A consecuencia de todo ello, se realizó una encuesta, por medio de los Archivos Akashicos, en busca de una mujer adecuada para poner en el mundo un hijo que respondiese a nea de una familia de pobre condición y natural de una tierra donde pudiese esperarse que una nueva religión podía adquirir arraigo. Los investigadores nombrados al efecto, inmediata y asiduamente, se pusieron a la tarea. Se presentaron gran número de caminos posibles. Tres hombres y tres mujeres, secretamente, fueron depositados sobre la Tierra a fin de que se continuasen las investigaciones, de forma que la familia más adecuada resultase elegida para el caso.

»”Por consentimiento de varias opiniones, resultó favorecida una mujer muy joven, casada con un artesano de la más antigua artesanía del mundo: un carpintero. Los Sabios consideraron que la mayoría de los hombres pertenecían a esta clase y escucharían con preferencia las palabras de uno de los suyos. Así, pues, la mujer recibió la visita de uno de los nuestros que ella consideró como un ángel, quien le anunció lo que para ella sería un gran honor. Tendría un hijo, fundador de una nueva religión. A su debido tiempo, aquella mujer quedó embarazada. Mas, entonces ocurrió un hecho, muy frecuente en aquella parte del mundo; la mujer y su esposo tuvieron que huir de su casa, por culpa de la persecución de uno de los reyes locales.

»”Los esposos siguieron lentamente su camino hacia una ciudad del Oriente Medio y allí la mujer sintió que había llegado su tiempo. No había sitio adonde hospedarse, sino en el establo de una posada. Allí nació el niño. Nosotros habíamos seguido la huida, para poder intervenir si llegaba el caso. Tres de los miembros de la tripulación de la nave del espacio descendieron sobre la Tierra y se dirigieron al establo. Con natural contrariedad, se enteraron más tarde de que su embarcación aérea había sido considerada como una estrella de Oriente.

»”El niño creció y, debido al especial adoctrinamiento que recibía por vía telepática, realizó grandes progresos. En su primera juventud discutía con sus mayores y plantó cara al clero local. Al llegar a la edad viril se retiró de todas sus amistades y peregrinó a través de muchos países del Oriente Medio. Nosotros lo dirigimos hacia el Tíbet, y él traspuso las cordilleras y permaneció un tiempo en la catedral de Lhasa, donde aún hoy en día se conservan las huellas de sus manos. Aquí tuvo la revelación y la asistencia indispensables para poder formular una religión adecuada a los pueblos del oeste.

»”Durante su estancia en Lhasa se sometió a un tratamiento especial, por el cual el cuerpo astral del humano terráqueo que se albergaba en su cuerpo fue liberado y ascendido a otra existencia. En su lugar se instaló un cuerpo astral de nuestra elección. Se trataba de una persona con gran experiencia en lo tocante a materias espirituales, mayor que la que se puede obtener bajo las condiciones de la Tierra. Este sistema de transmigraciones es uno de los que empleamos muy a menudo cuando se trata de razas retrógradas.

»”Finalmente, todo estaba a punto, y el peregrino hizo su viaje de vuelta a su patria. Llegado allí, tuvo éxito reclutando varias personas que se prestaron a difundir la nueva religión.

»”Por desgracia, el primer ocupante de aquel cuerpo había disputado con los sacerdotes. Ahora, éstos se acordaban de aquellos episodios y preparaban un incidente que les permitiese detenerlo. Como sea que el juez encargado del caso dependía de todos ellos, el resultado podía conocerse de antemano. Nosotros examinamos la conveniencia de una intervención; pero, por fin, prevaleció la opinión de quiénes creían firmemente que de intervenir visiblemente nacerían males para el mundo en general y para la nueva religión en particular».

»La Voz acabó sus palabras. Yo permanecía mudo, fluctuando entre las pantallas en continuo cambio, mostrando, una tras otra, las imágenes de aquellas cosas acontecidas en años lejanos. También vi cosas que era muy probable que sucediesen en el futuro; porque el futuro probable puede proveerse tanto por lo que se refiere al mundo entero como a un país cualquiera. Vi mi querida patria invadida por los detestados chinos. Vi el alzarse —⁠y la caída⁠— de un mal régimen político, que me parece que se llamaba comunismo; pero ello no representa nada para mí. Por fin, experimenté un enorme agotamiento. Sentí que aun mi cuerpo astral se fallecer por el esfuerzo a que se había obligado. Las pantallas, hasta ahora de vivos colores, se volvían grises. Mi visión vaciló y seguidamente caí en un estado de inconsciencia.

»Un horrible movimiento de balanceo me despertó de mi sueño, o tal vez de mi desmayo. Abrí los ojos, ¡pero no

tenía

ojos! Aunque todavía no podía moverme, en cierto modo notaba que volvía a encontrarme en mi cuerpo físico. El balanceo era que la mesa que transportaba mi cuerpo seguía por el corredor de la nave del espacio. Una voz sin dar ningún signo de emoción, en voz queda, afirmó: “¡Ya tiene conciencia!”. Siguió un gruñido de confirmación y luego siguió el silencio, acompasado por el ruido de pasos y el leve chirrido de metal cuando mi mesa operatoria chocaba contra la pared.

»Estaba tendido, solo, en aquella sala metálica. Aquellos hombres habían depositado la mesa y se habían marchado en silencio. Tendido, iba reflexionando las cosas maravillosas de que yo había sido testigo. No sin cierto resentimiento. Las continuas invectivas contra los sacerdotes. Yo era un sacerdote y ellos estaban contentos de utilizar, sin contar con mi voluntad propia, mis servicios. Mientras permanecía reflexionando todas estas cosas, me llegó al oído el ruido de la puerta metálica que se deslizaba. Un hombre entró en la Sala y se cerró, resbalando, la puerta tras él.

»“¡Muy bien, monje! —exclamó la voz del doctor⁠—, lo habéis hecho muy bien. Todos estamos muy orgullosos de vos. Mientras yacíais inconsciente, examinábamos de nuevo vuestro cerebro y nuestros instrumentos, y éstos nos demostraban que tenéis almacenado todo el conocimiento depositado en vuestras células cerebrales. Habéis enseñado muchas cosas a nuestros jóvenes de ambos sexos. Pronto seréis puesto en libertad. ¿Os hace feliz, la noticia?”.

»“¿Feliz, señor doctor?. —Interrogué a mi vez—. ¿Qué motivos tendría de sentirme dichoso? He sido capturado, se me ha cortado la cúspide del cráneo, se me ha separado el espíritu del cuerpo, se me ha insultado como a miembro del clero y luego —⁠después de haberse servido de mi persona⁠— vais a abandonarme como una persona destinada a una miserable muerte. ¿Feliz, yo? ¿Por qué razón debo creerme afortunado? ¿Es que vais a restablecer mis ojos? ¿Proporcionarme unos medios de subsistencia? ¿Cómo deberé hacerlo para subsistir?». Así le hablé casi con sarcasmo.

»“Una de las mayores desgracias del mundo, monje —⁠dijo el doctor⁠—, es que la mayor parte de personas son negativas. Ser negativo, carece de sentido. Podéis decir de un modo positivo lo que deseáis. Si la gente de vuestro mundo pensase positivamente, dejarían de ser muchos conflictos existentes, porque se adoptan actitudes negativas, pese a que exijan, por ser negativas, un mayor esfuerzo”.

»“¡Pero, señor doctor!, —exclamé—. Pregunto lo que pensáis hacer de mí. ¿Cómo podré vivir? ¿Qué deberé hacer? ¿Me tengo que limitar a retener esos conocimientos hasta que llegue alguien que me diga que

él

es la persona elegida, y entonces ponernos a charlar los dos como dos viejas en la plaza del mercado? Y, ¿qué razón tenéis para creer que haré la misión que me ha sido encomendada, pensando como vos pensáis acerca de los sacerdotes?».

»“¡Monje!, —dijo el doctor—, os vamos a instalar en una confortable cueva, con un limpio suelo de roca. Habrá en ella un pequeño chorro de agua, bastante para vuestras necesidades en lo que a este extremo se refiere. Por lo que respecta a la comida, vuestro estado sacerdotal os asegura que todo el mundo os traerá de qué poder comer. Lo digo de nuevo, hay sacerdotes y sacerdotes; vosotros, los del Tíbet, sois por lo general buenas personas y no nos peleamos con ellos. ¿Acaso no habéis observado que, en tiempos anteriores nos hemos servido de ellos? También me preguntáis acerca de aquél a quien tenéis que comunicar vuestro saber; tenedlo bien presente: lo

conoceréis

, cuando el hombre se presente. Transmitid vuestro saber a éste y a nadie más”.

»Así yo estuve a su merced por completo. Pero después de unas horas, el doctor vino de nuevo a verme y me dijo: “Ahora, vais a recobrar el movimiento. Antes os daremos unas vestiduras nuevas y un cuenco también por estrenar”. Unas manos se ocuparon de mi persona. Me quitaron de encima una serie de raros objetos. Mi sábana fue sustituida por unas nuevas vestiduras; las primeras vestiduras

nuevas

que jamás haya poseído. Me las pusieron encima del cuerpo. Entonces recobré el movimiento. Algún practicante varón me pasó el brazo por encima de mis espaldas y me ayudó a bajar de aquella mesa operatoria. Por primera vez, después de un desconocido número de días, pude estar de pie, sano y ágil.

»Aquella noche, reposé más contento, envuelto en una sábana que también me había sido regalada. Y por la mañana, como ya he dicho, fui sacado de la nave y depositado en esta cueva donde he vivido solitario por más de sesenta años. Mas, ahora, antes de que descansemos por la noche, bebamos un poco de té, ya que mis tareas tocan ya a su fin».

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