Misticismo y Lógica y otros ensayos

Capítulo VIII

Capítulo VIII

LA RELACIÓN DE LOS DATOS SENSIBLES CON LA FÍSICA

I. ENUNCIACIÓN DEL PROBLEMA

Se dice que la física es una ciencia empírica, basada en la observación y la experimentación.

Se supone que es verificable, es decir, que puede calcular de antemano resultados posteriormente confirmados por la observación y la experimentación.

¿Qué podemos aprender de la observación y la experimentación?

Nada, en lo que concierne a la física, salvo los datos sensibles inmediatos: ciertas manchas de color, sonidos, sabores, olores, etcétera, con ciertas relaciones espacio-temporales.

Los contenidos supuestos del mundo físico son prima facie muy diferentes de éstos: las moléculas no tienen color, los átomos no hacen ruido, los electrones no tienen sabor y los corpúsculos ni siquiera huelen.

Únicamente pueden verificarse estos objetos gracias a sus relaciones con los datos sensibles: deben guardar algún tipo de correlación con los datos sensibles, y deben ser verificables a través de esa única correlación.

Pero ¿cómo se determina esa correlación? Una correlación sólo puede determinarse empíricamente gracias a los objetos correlacionados que se encuentran constantemente juntos. Pero en nuestro caso nunca encontramos más que un término de la correlación, a saber, el término sensible: el otro término parece esencialmente imposible de encontrar. Por lo tanto, parecería que la correlación con los objetos sensibles, mediante la cual debía verificarse la física, no puede verificarse de ninguna manera.

Hay dos formas de eludir este resultado.

1)Podemos decir que conocemos un principio a priori, sin necesidad de verificación empírica, por ejemplo, que nuestros datos sensibles tienen otras causas diferentes a sí mismos, y que podemos saber algo de estas causas mediante la inferencia a partir de sus efectos. Los filósofos han adoptado con frecuencia esta opción. Hasta cierto punto puede resultar necesario adoptarla, pero en cuanto se adopta la física deja de ser empírica o de basarse sólo en la experimentación y en la observación. Por consiguiente, hay que renunciar a esta opción en la medida de lo posible.

2)Podemos conseguir definir realmente los objetos de la física como funciones de los datos sensibles. Sólo en la medida en que la física genera expectativas, esto debe ser posible, puesto que sólo podemos esperar lo que se puede experimentar. Y en la medida en que el estado de las investigaciones físicas se deduce de los datos sensibles, se debe poder expresar como una función de estos datos sensibles. Los intentos de expresarlo en estos términos han provocado trabajos lógico-matemáticos muy interesantes.

En física, tal como se entiende comúnmente, los datos sensibles se presentan como funciones de los objetos físicos: cuando tales y cuales ondas afectan al ojo, vemos tales y cuales colores, y así sucesivamente. Pero las ondas se infieren en realidad de los colores, y no viceversa. No podrá considerarse que la física se basa legítimamente en datos empíricos hasta que las ondas se hayan expresado como funciones de los colores y de otros datos sensibles.

Así, si queremos que la física pueda verificarse, nos enfrentamos con el siguiente problema: la física presenta los datos sensibles como funciones de los objetos físicos, pero la verificación sólo es posible si los objetos físicos pueden presentarse como funciones de los datos sensibles. Tenemos que resolver, por consiguiente, las ecuaciones que nos proporcionan los datos sensibles en términos de objetos físicos, de forma que en lugar de eso nos den los objetos físicos en términos de datos sensibles.

II. CARACTERÍSTICAS DE LOS DATOS SENSIBLES

Cuando hablo de un «dato sensible» no me refiero a todo lo que nos viene dado por los sentidos en un momento dado. Me refiero más bien a la parte del todo que podría llamar la atención: manchas de color particulares, ruidos particulares, etcétera. Hay cierta dificultad en decidir qué se debe considerar un dato sensible; a menudo la atención da lugar a la aparición de divisiones, donde, por lo que se puede descubrir, antes no las había. Un hecho complejo observado, como el que esta mancha de rojo está a la izquierda de esta mancha de azul, también debe considerarse como un dato desde nuestro punto de vista actual; epistemológicamente, no difiere demasiado de un dato sensible simple, en lo que concierne a su función de proporcionar conocimiento. Sin embargo, su estructura lógica es muy diferente de la de los sentidos; el sentido nos proporciona un conocimiento directo de los particulares, y es una relación de dos términos en la que el objeto puede nombrarse pero no determinarse, e inherentemente no puede ser cierta ni falsa; mientras que la observación de un hecho complejo, que bien puede llamarse percepción, no es una relación de dos términos, sino que pone la forma proporcional del lado del objeto, y proporciona el conocimiento de una verdad y no mero conocimiento directo de un particular. Esta diferencia lógica, siendo como es importante, no resulta relevante para nuestro problema actual; y será conveniente considerar que los datos de la percepción forman parte de los datos sensibles en este artículo. Hay que señalar que los particulares que son constituyentes de un dato de percepción siempre son datos sensibles en sentido estricto.

En cuanto a los datos sensibles, sabemos que están ahí en la medida en que son datos, y ésta es la base epistemológica de todo nuestro conocimiento de los particulares externos. (Naturalmente, el significado de la palabra «externo» plantea problemas de los que nos ocuparemos más tarde). No sabemos, salvo mediante inferencias más o menos precarias, si los objetos que son datos sensibles en un momento dado siguen existiendo cuando ya no son datos. Cuando los datos sensibles son datos, son todo lo que conocemos directa y rudimentariamente del mundo exterior; de ahí que el hecho de que sean datos es sumamente importante en epistemología. Pero el que sean todo lo que conocemos directamente no da, por supuesto, pie para creer que son todo lo que es. Si pudiéramos construir una metafísica impersonal, independiente de los errores de nuestra sabiduría e ignorancia, los datos reales no gozarían probablemente de su posición privilegiada, y los veríamos posiblemente como una selección bastante fortuita de entre una masa de objetos más o menos parecidos a ellos. Al decir esto, me limito a suponer que es probable que haya particulares de los que no tenemos conocimiento directo. De ahí la importancia especial de los datos sensibles para la epistemología y no para la metafísica. A este respecto hay que considerar a la física como a la metafísica: es impersonal y nominalmente no concede especial atención a los datos sensibles. Sólo cuando preguntamos cómo se puede conocer la física, se advierte de nuevo la importancia de los datos sensibles.

III. SENSIBILIA

Llamaré sensibilia a los objetos que tienen el mismo estatus metafísico y físico que los datos sensibles sin ser necesariamente datos para ninguna mente. Así pues, la relación de un sensibile con un dato sensible es como la de un hombre con un marido: un hombre se convierte en marido entablando una relación matrimonial; de forma semejante, un sensibile se convierte en dato sensible entrando en una relación de conocimiento. Es importante disponer de los dos términos, puesto que queremos discutir si un objeto que es en un momento dado un dato sensible puede seguir existiendo cuando no lo es. No podemos preguntar si los datos sensibles pueden existir sin estar dado de antemano, puesto que es como si preguntáramos si pueden existir los maridos sin estar casados. Debemos preguntar si los sensibilia pueden existir sin venir dados, o también: «¿Puede un sensibile determinado ser un dato sensible en un momento y en otro no?». A no ser que dispongamos de la palabra sensibile y de «dato sensible», estos problemas pueden arrastrarnos a triviales rompecabezas lógicos.

Se verá que todos los datos sensibles son sensibilia. Es un problema metafísico si todos los sensibilia son datos sensibles, y un problema epistemológico si existen medios de deducir los sensibilia que no son datos de los que lo son.

Unas pocas observaciones preliminares, que ampliaremos sobre la marcha, servirán para dilucidar el uso que me propongo hacer de los sensibilia.

Considero que los datos sensibles no son mentales, sino, de hecho, parte del contenido real de la física. Hay argumentos que abogan por su subjetividad, pero me parece que sólo demuestran la subjetividad fisiológica, es decir, la dependencia causal con respecto a los órganos sensibles, nervios y cerebro. La apariencia que nos ofrece una cosa depende causalmente de ellos, exactamente de la misma manera en que depende de una niebla o humo o cristal coloreado que se interponga. Ambas dependencias se contienen en el enunciado de que la apariencia que presenta un trozo de materia cuando se ve desde un lugar determinado es una función no sólo del trozo de materia, sino también del medio interpuesto. (Todos los términos utilizados en este enunciado —«materia», «vista desde un lugar determinado», «apariencia», «medio interpuesto»— serán definidos a lo largo del presente artículo). No tenemos medios para determinar qué parecen las cosas en lugares no observados por el cerebro, los nervios y los órganos sensibles, porque no podemos abandonar el cuerpo; pero la continuidad hace que no sea descabellado suponer que presentan cierto aspecto en esos lugares. Cualquier apariencia semejante se incluiría entre los sensibilia. Si (per impossibile) existiera un cuerpo humano completo sin cerebro, todos los sensibilia existirían, en relación con ese cuerpo, y serían datos sensibles si hubiera un cerebro en el cuerpo. Lo que la mente añade a los sensibilia, en realidad, sólo es conciencia: cualquier otra cosa es física o fisiológica.

IV. LOS DATOS SENSIBLES SON FÍSICOS

Antes de discutir esta cuestión será bueno definir el sentido en que deben usarse los términos «mental» y «físico». La palabra «físico» debe entenderse, en todas las discusiones preliminares, como «aquello de lo que se ocupa la física». La física, está claro, nos dice algo sobre algunos de los constituyentes del mundo real; qué sean estos constituyentes puede resultar dudoso, pero son ellos quienes deben llamarse físicos, cualquiera que resulte ser su naturaleza.

La definición del término «mental» es más difícil, y sólo puede darse satisfactoriamente después de que se hayan discutido y resuelto muchas controversias. De momento me contentaré, por ello, con darles una respuesta dogmática. Llamaré «mental» a un particular cuando sea conciencia de algo, y llamaré «mental» a un hecho cuando tenga como constituyente a una partícula mental.

Se verá que no es necesario que lo mental y lo físico se excluyan mutuamente, aunque no tengo ningún motivo para suponer que se superpongan.

La duda relativa a la corrección de nuestra definición de lo «mental» tiene poca importancia ahora, puesto que lo que trato de afirmar es que los datos sensibles son físicos, y, quedando esto confirmado, resulta indiferente para nuestro estudio si también son o no mentales. Aunque no sostengo, con Mach y James y los «nuevos realistas», que la diferencia entre lo mental y lo físico sea meramente de ordenamiento, lo que tengo que decir en este artículo es compatible con su doctrina y podría haberse llegado a ello partiendo de sus presupuestos.

En las discusiones acerca de los datos sensibles, se confunden a menudo dos problemas, a saber: 1) ¿Persisten los objetos sensibles cuando no los percibimos? En otras palabras, ¿siguen existiendo los sensibilia que son datos en un momento dado cuando han dejado de serlo? Y 2) ¿son los datos sensibles mentales o físicos?

Me propongo declarar que los datos sensibles son físicos, y mantener al mismo tiempo que probablemente no persistan jamás inalterados después de dejar de ser datos. Frecuentemente se piensa, muy equivocadamente en mi opinión, que la idea de que no persisten implica que son mentales; y esto ha constituido, creo, una importante fuente de confusión con respecto a nuestro problema actual. Si hubiera, como han dicho algunos, una imposibilidad lógica en la que los datos sensibles persistieran después de dejar de ser datos, esto tendería a demostrar sin duda que son mentales; pero si, como defiendo yo, la no persistencia es simplemente una deducción probable de leyes causales determinadas empíricamente, entonces no tiene esa implicación, y somos muy libres de tratarlos como parte del contenido de la física.

Lógicamente un dato sensible es un objeto, un particular del que es consciente el sujeto. No contiene como parte el sujeto, como ocurre por ejemplo con las creencias y las voliciones. La existencia del dato sensible no depende por tanto lógicamente de la del sujeto; puesto que la única manera, por lo que sé, de que la existencia de A pueda depender lógicamente de la existencia de B, es que B sea parte de A. No hay por consiguiente razón a priori para que un particular que es dato sensible no persista cuando ha dejado de ser un dato, ni tampoco para que otros particulares semejantes no existan sin haber sido nunca datos. La idea de que los datos sensibles son mentales deriva, en parte, de su subjetividad fisiológica, pero en parte también de la no distinción entre datos sensibles y «sensaciones». Por sensación entiendo el hecho que consiste en la conciencia del sujeto de un dato sensible. De ahí que una sensación sea un conjunto del que el sujeto es un constituyente y que, por tanto, es mental. El dato sensible, por otra parte, se le aparece al sujeto como el objeto externo del cual es consciente en la sensación. Es cierto que el dato sensible se encuentra en muchos casos en el cuerpo del sujeto, pero éste está tan alejado del sujeto como las mesas y las sillas, y en realidad es simplemente una parte del mundo material. Por lo tanto, en cuanto se distinguen claramente los datos sensibles de las sensaciones, y en cuanto se reconoce que su subjetividad es fisiológica y no física, se superan los obstáculos principales que plantea el considerarlos físicos.

V. «SENSIBILIA» Y «COSAS»

Pero si hay que considerar a los «sensibilia» constituyentes últimos del mundo físico, habrá que recorrer un largo y difícil trayecto hasta que podamos llegar a la «cosa» del sentido común o a la «materia» de la física. La pretendida imposibilidad de combinar los distintos datos sensibles que se consideran aspectos de la misma «cosa» para diferentes personas, ha hecho pensar que estos «sensibilia» deben considerarse simples ilusiones subjetivas. Una mesa determinada presentará para uno una apariencia rectangular, mientras que a otro le parecerá que tiene dos ángulos agudos y dos obtusos; a uno le parece marrón, mientras que a otro, hacia el que refleja la luz, le parece blanca y brillante. Se dice, no del todo gratuitamente, que estas diferentes formas y colores no pueden coexistir simultáneamente en el mismo lugar, y no pueden por tanto ser ambos constituyentes del mundo físico. Debo confesar que este argumento me pareció irrefutable hasta hace poco. Sin embargo, el doctor T. P. Nunn ha defendido hábilmente lo opuesto en un artículo titulado «¿Son las cualidades secundarias independientes de la percepción?»[31].

La pretendida imposibilidad saca su fuerza aparente del sintagma: «en el mismo lugar», y es precisamente en esta frase donde se encuentra su debilidad. En filosofía se trata demasiado a menudo el concepto de espacio —incluso irreflexivamente— como si fuera tan determinado, simple y carente de ambigüedad como suponía Kant en su inocencia psicológica. Es la ambigüedad no percibida de la palabra lugar lo que ha causado, como veremos en breve, problemas a los realistas y ofrecido una ventaja inmerecida a sus contrincantes. Cada dato sensible remite a dos «lugares» de diferentes tipos, a saber, el lugar en que aparece y el lugar desde el que aparece. Ambos pertenecen a distintos espacios, aunque, como veremos, resulta posible, con ciertas limitaciones, establecer una correlación entre ellos. Los que llamamos diferentes aspectos de una misma cosa para diferentes observadores se encuentran cada uno de ellos en un espacio privado del observador en cuestión. Ningún lugar en el mundo privado de un observador es idéntico a un lugar del mundo privado de otro observador. No se trata por tanto de combinar las diferentes apariencias de un lugar; y el hecho de que puedan existir todas en un lugar no proporciona ningún motivo para cuestionar su realidad física. La «cosa» del sentido común puede identificarse de hecho con el conjunto de todas sus apariencias, donde hay que incluir, sin embargo, entre los aspectos no sólo los que son datos sensibles reales, sino también los «sensibilia», que, si es que hay alguno, por motivos de continuidad y semejanza, deben considerarse pertenecientes al mismo sistema de apariciones, aunque ocurra que no sean datos para ningún observador.

Un ejemplo puede aclarar esto. Supongamos que hay cierta cantidad de gente en una habitación, y todos ven, según dicen, las mismas mesas, sillas, paredes y cuadros. No hay entre ellos dos personas que tengan exactamente los mismos datos sensibles, aunque existe suficiente semejanza entre los datos para permitirles agrupar a algunos de éstos como aspectos de una «cosa» para los diferentes espectadores, y a otros como aspectos de otra «cosa». Además de los aspectos que una cosa determinada de la habitación presente a los espectadores reales, podemos suponer que hay otros aspectos que presentaría a otros espectadores posibles. Si un hombre fuera a sentarse entre otros dos, el aspecto que le ofrecería la habitación sería intermedio ante los aspectos que ofrece a los otros dos: y aunque esta apariencia no existiría como tal sin órganos sensibles, nervios y cerebro del espectador recién llegado, con todo resulta natural suponer que, desde la posición que ocupa ahora, existía algún aspecto de la habitación antes de su llegada. Sin embargo, hay que señalar simplemente esta suposición y no insistir en ella.

Dado que no se puede, sin una parcialidad insostenible, identificar la «cosa» con uno solo de sus aspectos, se llegó a pensar que era algo diferente y subyacente a todos ellos. Pero por el principio de la navaja de Occam, si el conjunto de apariencias cumple los objetivos por los que los metafísicos prehistóricos, a quienes se debe el sentido común, inventaron una cosa, la economía exige que identifiquemos la cosa con el conjunto de sus apariencias. No es necesario negar que hay una sustancia o sustrato subyacente a estas apariencias; baste con abstenerse de citar esta entidad innecesaria. Nuestro proceder es análogo aquí al que ha eliminado de la filosofía de las matemáticas la inútil parafernalia de monstruos metafísicos con la que solía estar infestada.

VI. CONSTRUCCIONES VERSUS INDIFERENCIAS

Antes de analizar y explicar las ambigüedades de la palabra «lugar», son deseables unas pocas observaciones sobre el método. La máxima suprema en el filosofar científico es:

Siempre que sea posible, las construcciones lógicas deberán sustituirse por entidades inferidas.

Algunos ejemplos de la sustitución de la construcción por la inferencia en el reino de la filosofía matemática pueden servir para dilucidar los usos de esta máxima. Tenemos primero el caso de los irracionales. En los viejos tiempos, se deducían los irracionales de los límites supuestos de series de racionales que no tienen límite racional; pero la objeción a este procedimiento era que convertía la existencia de los irracionales en meramente optativa, y por esta razón los métodos más estrictos actuales ya no toleran una definición parecida. Ahora definimos un número irracional como cierto conjunto de proporciones, construyéndolo así lógicamente por medio de proporciones en lugar de llegar a él mediante una dudosa inferencia a partir de ellos. Tomemos también el caso de los números cardinales. Dos conjuntos con la misma cantidad de elementos resultan tener algo en común: se supone que este algo es su número cardinal. Pero en la medida en que se infiere el número cardinal de los conjuntos no constituidos por estos números, su existencia debe seguir siendo dudosa, salvo en virtud de un postulado metafísico ad hoc. Al definir el número cardinal de un conjunto determinado como la clase de todos los conjuntos con la misma cantidad de ellos, soslayamos la necesidad de este postulado metafísico, y eliminamos de esta forma un elemento innecesario de duda de la filosofía de la aritmética. Un método parecido puede aplicarse a las propias clases, de las que no es necesario suponer que tengan realidad metafísica, sino que pueden considerarse como ficciones construidas simbólicamente.

El método que utiliza la construcción es muy parecido en éste y en todos los casos similares. Dado un conjunto de proposiciones que traten nominalmente de las entidades supuestamente inferidas, observamos las propiedades que se requieren de las entidades supuestas para hacer verdaderas estas proposiciones. Gracias a un pequeño ingenio lógico, construimos luego alguna función lógica de entidades deducidas, y obtenemos así una interpretación nueva y menos dudosa del conjunto de proposiciones en cuestión. Este método tan fructífero en la filosofía de las matemáticas, resultará también aplicable en la filosofía de la física, donde, no lo dudo, habría sido aplicado hace tiempo si no fuera por el hecho de que todos los que han estudiado este tema hasta ahora han desconocido por completo la lógica matemática. No es que quiera atribuirme la originalidad de la aplicación de este método a la física, puesto que debo la sugerencia y el estímulo de su aplicación a mi amigo y colaborador el doctor Whitehead, que se ha dedicado a aplicarlo a las zonas más matemáticas de la región intermedia entre los datos sensibles y los puntos, instantes y partículas de la física.

Una aplicación completa del método que sustituye las construcciones por inferencias presentaría la materia completamente en términos de datos sensibles e incluso, podemos añadir, de los datos sensibles de una sola persona, puesto que los datos sensibles ajenos no pueden conocerse sin algún elemento de inferencia. Sin embargo, esto debe seguir siendo de momento un ideal, al que hay que acercarse lo más posible, pero que sólo se alcanzará, si es que se consigue, después de un largo trabajo preliminar, del que por ahora sólo conocemos el principio. Las inferencias inevitables pueden, sin embargo, sujetarse a ciertos principios rectores. En primer lugar, siempre deberían hacerse totalmente explícitas, y formularse de la manera más general posible. En segundo lugar, las entidades inferidas deberían, siempre que sea posible, ser más parecidas a aquéllas cuya existencia está determinada que, como en el Ding an sich kantiano, a algo completamente alejado de los datos que apoyan nominalmente la inferencia. Las entidades inferidas que utilizará son de dos tipos: a) los datos sensibles de otra gente, en favor de los cuales existe la prueba del testimonio que descansa en última instancia en el argumento analógico que preconiza que hay mentes distintas a la mía; b) los «sensibilia», que aparecerían en lugares donde no hay mentes, y que tomo como reales aunque no sean los datos sensibles de nadie. De estas dos clases de entidades inferidas, la primera probablemente no suscitará ninguna objeción. Sería para mí una gran satisfacción poder prescindir de ella, y así asentar la física sobre una base solipsista; pero aquéllos —y me temo que son mayoría— en quienes los sentimientos humanos son más fuertes que el deseo de economía lógica, no compartirán sin duda mi deseo de hacer que el solipsismo sea científicamente satisfecho.

El segundo tipo de entidades inferidas plantea problemas mucho más serios. Puede considerarse monstruoso sostener que una cosa ofrezca una apariencia en un lugar en que no existen órganos sensibles ni estructura nerviosa por los que pueda manifestarse. A mí no me parece monstruoso; sin embargo, sólo estudiaría estas presuntas apariencias a la luz de un andamiaje hipotético, a utilizarse cuando el edificio de la física se esté construyendo, aunque posiblemente eliminable en cuanto se haya completado el edificio. Estos «sensibilia» que no son datos sensibles para nadie deben tomarse, por tanto, más como una hipótesis ilustrativa y como ayuda para un enunciado preliminar que como una parte dogmática de la filosofía de la física en su presentación definitiva.

VII. EL ESPACIO PRIVADO Y EL ESPACIO DE LAS PERSPECTIVAS

Tenemos que explicar ahora la ambigüedad de la palabra lugar y por qué se asocian a todo dato sensible dos lugares de diferentes tipos, esto es, el lugar en que está y el lugar desde el que se percibe. La teoría que voy a defender es muy similar a la monadología de Leibniz, de la que difiere en gran medida por ser menos uniforme y metódica.

El primer hecho a señalar es que, por lo que se puede ver, ningún sensible es jamás un dato para dos personas al mismo tiempo. Las cosas que ven dos personas diferentes son a menudo muy semejantes, tan semejantes que pueden utilizarse las mismas palabras para denotarlas, sin lo cual no se podría hablar con los demás sobre los objetos sensibles. Pero, a pesar de esta similitud, parecería que siempre surge una diferencia de la diversidad en el punto de vista. De ahí que cada persona, por lo menos en lo que se refiere a sus datos sensibles, viva en un mundo privado. Este mundo privado contiene su propio espacio, o, mejor, espacios, puesto que parece que sólo la experiencia nos enseña a correlacionar el espacio de la vista con el del tacto y los demás espacios del resto de los sentidos. Sin embargo, esta multiplicidad de espacios privados, aunque sea interesante para el psicólogo, no tiene demasiada relevancia para nuestra discusión, puesto que una simple experiencia solipsista nos permite correlacionarla en un solo espacio privado que abarque todos nuestros propios datos sensibles. El lugar en que se encuentra un dato sensible es un lugar del espacio privado. Por tanto, este lugar es diferente a cualquier otro del espacio privado de otro perceptor. Puesto que si asumimos, como exige la economía lógica, que toda posición es relativa, sólo puede definirse un lugar por las cosas que tiene dentro o alrededor, y por ello el mismo lugar no puede existir en dos mundos privados que no tengan constituyentes comunes. Por consiguiente, el problema de combinar lo que llamamos diferentes apariencias de la misma cosa en el mismo lugar no se plantea, y el hecho de que un objeto dado les parezca tener a diferentes espectadores formas y colores diferentes no aporta ningún argumento en contra de la realidad física de todas estas formas y colores.

Además de los espacios privados que corresponden a los mundos privados de los diferentes perceptores hay, sin embargo, otro espacio, en el que todo un mundo privado vale por un punto, o por lo menos como una unidad espacial. Podría describirse como el espacio de los puntos de vista, puesto que cada espacio privado puede considerarse como la apariencia que el universo presenta desde cierto punto de vista. Con todo, prefiero hablar de él como del espacio de las perspectivas, para obviar la sugerencia de que un mundo privado sólo es real cuando alguien lo ve. Y, por la misma razón, cuando quiera hablar de un mundo privado sin presuponer a un perceptor, lo llamaré «perspectiva».

Tenemos que explicar ahora cómo están ordenadas en un espacio las diferentes perspectivas. Esto se hace por medio de los «sensibilia» correlacionados que se consideran como las apariencias, en perspectivas diferentes, de una sola y misma cosa. Mediante el movimiento o gracias al testimonio descubrimos que dos perspectivas diferentes, aunque no puedan contener ambas los mismos «sensibilia», pueden contener sin embargo otros muy similares; y se descubre que el orden espacial de cierto grupo de «sensibilia» en un espacio privado de una perspectiva es idéntico o muy similar al orden espacial de los «sensibilia» correlacionados en el espacio privado de otra perspectiva. De esta forma se correlaciona un «sensibile» en una perspectiva con otro «sensibile» en otra. Estos «sensibilia» correlacionados se llamarán «apariencias de una cosa». En la monadología de Leibniz, como cada mónada reflejaba todo el universo, en cada perspectiva había un «sensibile» que era una apariencia de cada cosa. En nuestro sistema de perspectivas no pretendemos ser tan exhaustivos. Una cosa dada tendrá unas apariencias en unas perspectivas, pero presumiblemente no las tendrá en otras. Definida la «cosa» como el conjunto de sus apariencias, si k es el conjunto de perspectivas en que aparece una cosa 0, entonces 0 es un miembro del conjunto multiplicativo k, siendo k un conjunto de conjuntos mutuamente excluyentes de «sensibilia». Y de la misma manera, una perspectiva es un miembro del conjunto multiplicativo de las cosas que aparecen en ella.

El ordenamiento de las perspectivas en un espacio se hace por medio de las diferencias entre las apariencias de una cosa determinada en sus diversas perspectivas. Supongamos, por ejemplo, que un penique aparece en cierta cantidad de perspectivas diferente; en unas parece más grande y en otras más pequeño, en unas parece circular y en otras tiene el aspecto de una elipse de excentricidad variable. Podemos reunir todas las perspectivas en que la apariencia del penique es circular. Éstas se colocarán en una línea recta y se ordenarán en una serie de acuerdo con las variaciones en el tamaño aparente del penique. Las perspectivas en que el penique aparece como una línea recta de cierto grosor se colocarán de forma similar sobre un plano (aunque en este caso habrá muchas perspectivas diferentes en que el penique sea del mismo tamaño; cuando se complete un ordenamiento formarán un círculo completo con el penique) y se ordenarán, como antes, de acuerdo con el tamaño aparente del penique. De esta forma, todas las perspectivas en que el penique presenta una apariencia visual pueden organizarse en un orden espacial tridimensional. La experiencia demuestra que habríamos llegado al mismo orden espacial de perspectivas si, en lugar del penique, hubiéramos escogido cualquier otra cosa que apareciera en todas las perspectivas en cuestión, o cualquier otro método de utilizar las diferencias entre las mismas cosas en diferentes perspectivas. Es este hecho empírico el que ha hecho posible construir el espacio universal de la física.

El espacio cuya construcción se acaba de explicar y cuyos elementos son perspectivas completas se llamará «espacio perspectivo».

VIII. COLOCACIÓN DE LAS «COSAS» Y DE LOS «SENSIBILIA» EN EL ESPACIO PERSPECTIVO

El mundo que hemos construido es de seis dimensiones, puesto que es una serie tridimensional de perspectivas, cada una de las cuales es asimismo tridimensional. Tenemos que explicar ahora la correlación entre el espacio perspectivo y los diversos espacios privados contenidos en las diferentes perspectivas. Por medio de esta correlación se construye el espacio tridimensional de la física, y debido a la realización inconsciente de esta correlación se ha desdibujado la distinción entre el espacio perspectivo y el espacio privado del perceptor, con desastrosos resultados para la filosofía de la física. Volvamos a nuestro penique: las perspectivas en que parece mayor se consideran más cercanas a aquéllas en que parece más pequeño, pero la experiencia demuestra que el tamaño aparente del penique no seguirá creciendo más allá de cierto límite, esto es, el límite en que (como solemos decir) el penique está tan cerca del ojo que si lo estuviera un poco más no podría verse. Mediante el tacto podemos prolongar la serie hasta que el penique toque el ojo, pero no más. Si hemos recorrido una línea de perspectivas en el sentido definido anteriormente podemos, sin embargo, imaginando el penique desechado, prolongar la línea de perspectivas por medio, digamos, de otro penique; y lo mismo puede hacerse con cualquier otra línea de perspectivas definidas por medio del penique. Todas estas líneas se cruzan en cierto lugar, es decir, en cierta perspectiva. Esta perspectiva será definida como «el lugar en que está el penique».

Resulta ahora evidente en qué sentido se asocian dos lugares, en el espacio físico construido, con un «sensibile» dado. Primero está el lugar que se corresponde con la perspectiva de la cual es miembro el «sensibile». Es el lugar desde el que aparece el «sensibile». Después está el lugar en que se encuentra la cosa, del que es miembro; es, en otras palabras, una apariencia; es el lugar en que aparece el «sensibile». El «sensibile» miembro de una perspectiva se correlaciona con otra perspectiva, a saber, la que es el lugar donde está la cosa de la cual es una apariencia el «sensibile». Para el psicólogo, «el lugar de donde» es el más interesante, y de acuerdo con ello el «sensibile» le parece subjetivo y dependiente del lugar en que se encuentra el preceptor. Al físico le resulta más interesante «el lugar en donde», y por consiguiente el «sensibile» le parece físico y externo. Las causas, límites y justificación parcial de cada una de estas dos ideas aparentemente incompatibles parecen evidentes partiendo de la mencionada duplicidad de los lugares asociados con un «sensibile» dado.

Hemos visto que podemos asignar a una cosa física un lugar en el espacio perspectivo. De esta forma, adquieren posiciones en el espacio perspectivo las diferentes partes de nuestro cuerpo, y por tanto sí tiene sentido (el que sea cierto o falso no debe preocuparnos excesivamente) decir que la perspectiva a la que pertenecen nuestros datos sensibles está dentro de nuestra cabeza. Puesto que nuestra mente está correlacionada con la perspectiva a la que pertenecen nuestros datos sensibles, podemos considerar que esta perspectiva es la posición de nuestra mente en el espacio perspectivo. Si, por lo tanto, la perspectiva, en el sentido definido antes, está dentro de nuestra cabeza, hay razones de peso para afirmar que la mente está en la cabeza. Ahora podemos decir que de las distintas apariencias de una cosa dada, unas están más cerca de esa cosa que otras; están más cerca las que pertenecen a perspectivas más cercanas al «lugar en que está la cosa». Podemos, pues, encontrarle un sentido, cierto o falso, al enunciado de que se puede aprender más sobre una cosa examinándola de cerca que mirándola de lejos. También podemos encontrarle sentido a la frase «las cosas que se interponen entre el sujeto y una cosa de la cual una apariencia es un dato para él». Una razón frecuentemente alegada en favor de la subjetividad de los datos sensibles es que la apariencia de una cosa puede cambiar cuando nos resulta difícil suponer que la propia cosa ha cambiado (por ejemplo, cuando el cambio se debe a que cerramos los ojos o que los entornamos hasta ver doble). Si se define la cosa como la clase de sus apariencias (definición adoptada antes), es natural que tenga que haber necesariamente algún cambio en la cosa siempre que cambie una de sus apariencias. Sin embargo, hay que hacer una distinción muy importante entre dos tipos diferentes de cambio de apariencias. Si después de mirar una cosa, cierro los ojos, la apariencia que registran mis ojos cambia en todas las perspectivas en que hay una apariencia aparecida, mientras que la mayoría de las apariencias de la cosa no cambiará. Podemos decir, como definición, que una cosa cambia cuando, por cerca que esté de la cosa una de sus apariencias, hay cambios en las apariencias tan cercanas o incluso más cercanas a la cosa. Por otra parte, diremos que el cambio se produce en otra cosa, si todas las apariencias de la cosa que no estén a más de cierta distancia no cambian, mientras que sólo se alteran apariencias comparativamente alejadas de la cosa. Esta consideración nos lleva naturalmente al tratamiento de la materia que será el próximo tema.

IX. DEFINICIÓN DE LA MATERIA

Hemos definido la «cosa física» como el conjunto de sus apariencias, pero resulta difícil considerarlo una definición de la materia. Queremos expresar el hecho de que la apariencia de una cosa en una perspectiva dada se ve afectada causalmente por la materia que hay entre la cosa y la perspectiva. Le hemos encontrado un sentido a «entre una cosa y una perspectiva». Pero queremos que la materia sea algo diferente a todo el conjunto de apariencias de una cosa con el fin de evaluar la influencia de la materia sobre las apariencias.

Por lo común se supone que la información que obtenemos acerca de una cosa es más precisa cuando la cosa está más cerca. A lo lejos vemos que es un hombre; luego que es Jones; más tarde, que está sonriendo. La precisión completa sólo podría alcanzarse como límite: si las apariencias de Jones a medida que nos acercamos a él tienden hacia un límite, a este límite puede considerársele lo que Jones es realmente. Resulta obvio que desde el punto de vista de la física las apariencias próximas de una cosa «cuentan» más que las apariencias alejadas de ella. Podemos por ello elaborar la siguiente definición aproximativa:

La materia de una cosa dada es el límite de sus apariencias a medida que disminuye su distancia con respecto a esa cosa.

Parece probable que haya algo positivo en esta definición, pero no es del todo satisfactoria, porque empíricamente no puede obtenerse ese límite a partir de los datos sensibles. Habrá que suplir sus deficiencias mediante construcciones y definiciones. Pero sugiere probablemente el cambio correcto a seguir.

Podemos comprender ahora en líneas generales el cambio inverso que realiza la física desde la materia a los datos sensibles. La apariencia de una cosa en una perspectiva dada es una función de la materia que compone la cosa y de la materia interpuesta. La apariencia de una cosa se ve alterada por el humo o la niebla, porque el perceptor lleva gafas azules o porque se alteren sus órganos sensibles o sus nervios (que también deben considerarse parte del medio interpuesto). Cuanto más nos acercamos a la cosa, menos queda afectada su apariencia por la materia interpuesta. A medida que nos alejamos más y más de la cosa, sus apariencias difieren cada vez más de su carácter inicial; y hay que enunciar las leyes causales de esta divergencia en términos de la materia que se encuentra entre ellas y la cosa. Puesto que las apariencias a distancias muy pequeñas están menos afectadas por causas ajenas a la propia cosa, acabamos pensando que el límite hacia el que tienden esas apariencias a medida que la distancia disminuye es lo que la cosa «es realmente», por oposición a lo que simplemente parece ser. Esto, junto a la necesidad de enunciación de las leyes causales, parece ser el origen de la sensación completamente errónea de que la materia es más «real» que los datos sensibles.

Consideremos, por ejemplo, la infinita divisibilidad de la materia. Al mirar una cosa determinada y acercarnos a ella, un dato sensible se convertirá en varios, y cada uno de éstos se volverá a dividir. Así pues, una apariencia puede representar muchas cosas, y este proceso parece no tener fin. De ahí que en el límite, cuando nos acercamos indefinidamente a una cosa, habrá una cantidad indefinida de unidades de materia correspondientes a lo que, a una distancia finita, sólo es una apariencia. Así es como surge la divisibilidad infinita.

Toda la productividad causal de una cosa reside en su materia. Esto es en cierto sentido un hecho empírico, pero resultaría difícil enunciarlo con precisión, porque a la «productividad causal» cuesta definirla.

Lo que puede saberse empíricamente de la materia de una cosa sólo es aproximado, porque no podemos conseguir conocer las apariencias de la cosa desde distancias muy pequeñas, y no podemos inferir con precisión el límite de estas apariencias. Pero sí se infiere aproximadamente por medio de las apariencias que podemos observar. Resulta luego que la física puede presentar esas apariencias como una función de la materia en nuestra vecindad inmediata; por ejemplo, la apariencia visual de un objeto alejado es una función de las ondas lumínicas que llegan al ojo. Esto conduce a una confusión de pensamiento, pero no plantea problemas reales.

Una apariencia, de un objeto visible por ejemplo, no basta para determinar sus otras apariencias simultáneas, aunque sirve en cierta medida para determinarlas. La determinación de la estructura oculta de una cosa, en la medida en que fuera posible, sólo puede realizarse por medio de complejas deducciones dinámicas.

X. TIEMPO[32]

Parece que el tiempo universal es una construcción, como el espacio universal. La propia física se ha dado cuenta de este hecho gracias a las discusiones sobre la relatividad.

Entre dos perspectivas que pertenecen al mismo tiempo a la experiencia de una persona, habrá una relación temporal directa de antes y después. Esto sugiere una manera de dividir la historia de la misma manera que la dividen las diferentes experiencias, pero sin introducir experiencia o cualquier otra cosa mental: podemos definir una «biografía» como todo lo que es (directamente) anterior, posterior o simultáneo a un «sensibile» determinado. Esto dará lugar a una serie de perspectivas, que podrían todas ellas formar parte de la experiencia de una persona, aunque no es necesario que alguna de ellas o todas lo hagan. Por este procedimiento se divide la historia del mundo en cierta cantidad de biografías mutuamente excluyentes.

Nos queda correlacionar ahora los tiempos de las diferentes biografías. Lo normal sería decir que las apariencias de una cosa determinada (momentánea) en dos perspectivas diferentes que pertenezcan a diferentes biografías deben considerarse simultáneas; pero esto no es conveniente. Supongamos que A le chilla a B, y que B responde en cuanto oye el grito de A. Luego entre el momento en que A oye su propio grito y aquél en que oye el de B hay un intervalo; así pues, si hiciéramos que A y B oyesen el mismo grito de manera exactamente simultánea, tendríamos acontecimientos exactamente simultáneos con respecto a un acontecimiento determinado pero no entre sí. Para obviar este problema, suponemos que existe una «velocidad del sonido». Es decir, suponemos que el momento en que B oye el grito de A está a mitad de camino entre el momento en que A oye su propio grito y el momento en que oye el de B. De esta manera se realiza la correlación.

Lo que se ha dicho del sonido sirve también, naturalmente, para la luz. El principio general es que las apariencias, en diferentes perspectivas, que deben agruparse como constitutivas de lo que cierta cosa es en un momento dado, no deben considerarse existentes en ese momento. Al contrario, emanan de las cosas con diversas velocidades de acuerdo con la naturaleza de las apariencias. Puesto que no hay una manera directa de correlacionar el tiempo de una biografía con el de otra, este agrupamiento temporal de las apariencias correspondientes a determinada cosa en un momento dado es convencional en parte. La razón es asegurar en parte la verificación de máximas como que acontecimientos exactamente simultáneos con el mismo acontecimiento son exactamente simultáneos entre sí, y asegurar en parte la conveniencia de la formulación de las leyes causales.

XI. PERSISTENCIA DE LAS COSAS Y LA MATERIA

Aparte de cualquiera de las hipótesis variables de la física, surgen tres problemas fundamentales al relacionar el mundo de la física con el de los sentidos, a saber:

1. la construcción de un espacio único;

2. la construcción de un tiempo único;

3. la construcción de cosas permanentes o de la materia.

Ya hemos tratado los dos primeros problemas; queda por estudiar el tercero.

Hemos visto cómo se combinan apariencias correlacionadas en diferentes perspectivas para formar una «cosa» en un momento dado en el tiempo universal de la física. La presunción de que existe una sustancia permanente, que técnicamente sirve de base al proceder de la física, no puede considerarse, naturalmente, metafísicamente legítima: igual que una cosa vista simultáneamente por mucha gente es una construcción, una cosa vista en momentos diferentes por la misma gente, o por gente diferente, debe ser una construcción, por no ser en realidad más que una agrupación determinada de ciertos «sensibilia».

Hemos visto que el estado momentáneo de una «cosa» es una agrupación de «sensibilia», en diferentes perspectivas, no simultáneas en el tiempo construido, sino que parten del «lugar» en que está la «cosa» con velocidades dependientes de la naturaleza de los «sensibilia». El momento en que la «cosa» está en ese estado es el límite inferior de los momentos en que se dan esas apariencias. Tenemos que pensar ahora qué nos empuja a decir que otro conjunto de apariciones pertenezca a la misma «cosa» en un momento diferente.

Con este fin podemos, por lo menos para empezar, limitarnos a una biografía única. Si siempre podemos decir cuándo dos «sensibilia» en una biografía dada son apariencias de una cosa, entonces, ya que hemos visto cómo relacionar los «sensibilia» de diferentes biografías como apariencias del mismo estado momentáneo de una cosa, tendremos todo lo necesario para la construcción de la historia de una cosa.

Hay que observar, para empezar, que la identidad de una cosa en opinión del sentido común no está siempre correlacionada con la identidad de la materia para la física. Un cuerpo humano es una cosa persistente en opinión del sentido común, pero para la física su materia está cambiando constantemente. Podemos decir, en líneas generales, que la idea que tiene el sentido común se basa en la continuidad de las apariencias a las distancias normales de los datos sensibles, mientras que la idea de la física se basa en la continuidad de las apariencias a distancias más pequeñas de la cosa. Es probable que la idea que tiene el sentido común no alcance una precisión absoluta. Concentremos, pues, nuestra atención en la noción de la persistencia de la materia en física.

La primera característica de dos apariencias de la misma porción de materia en diferentes momentos es la continuidad. Las dos apariencias deben estar relacionadas mediante una serie de intermediarios que, si el tiempo y el espacio forman series compactas, deben formar por sí mismos una serie compacta. El color de las hojas es diferente en otoño y en verano; pero creemos que el cambio se produce gradualmente y que, si los colores son distintos en dos momentos determinados, hay momentos intermedios en que los colores son intermedios con respecto a los momentos anteriores.

Pero hay que hacer dos consideraciones importantes en relación con la continuidad.

Primero, es muy hipotética. No observamos continuamente una sola cosa, y es una mera hipótesis suponer que, cuando no la observamos, pasa por estados intermedios a los que tiene cuando se percibe. Es cierto que a lo largo de una observación ininterrumpida casi se verifica la continuidad; pero incluso cuando los movimientos son muy rápidos, como en el caso de las explosiones, en realidad no se puede verificar directamente la continuidad. Así pues, sólo podemos decir que se descubre que los datos sensibles toleran un complemento hipotético de los «sensibilia» que preserve la continuidad; y que por consiguiente puede existir tal complemento. Sin embargo, puesto que ya hemos utilizado de esta forma los «sensibilia» hipotéticos, daremos por resuelto este problema y admitiremos los «sensibilia» necesarios para preservar la continuidad.

En segundo lugar, la continuidad no es criterio suficiente de identidad material. Es cierto que en muchos casos, como en las rocas, montañas, mesas y sillas, donde las apariencias cambian despacio, la continuidad es suficiente, pero en otro, como las partes de un fluido aproximadamente homogéneo, nos engaña por completo. Podemos pasar por graduaciones sensiblemente continuas de una corriente marina en un momento a cualquier otra corriente en cualquier otro momento. Inferimos los movimientos del agua marina de los efectos de la corriente, pero no pueden inferirse de la observación sensible directa con la presunción de que existe continuidad.

La característica exigida, además de la continuidad, es la conformidad con las leyes de la dinámica. Partiendo de lo que el sentido común considera cosas persistentes y realizando sólo las modificaciones que parecen razonables de vez en cuando, llegamos a agrupaciones de «sensibilia» que obedecen a ciertas leyes simples: las de la dinámica. Considerando que los «sensibilia» en diferentes momentos corresponden a la misma porción de materia, podemos definir el movimiento, que presupone la asunción o construcción de algo que persista a lo largo del tiempo que dure el movimiento. Los movimientos que consideramos reales, durante un período en el que todos los «sensibilia» y los momentos de sus apariencias están determinados, serán diferentes de acuerdo con la forma en que combinemos los «sensibilia» en momentos diferentes como si pertenecieran a la misma porción de materia. Así, hasta cuando esté determinada cada partícula de la historia del mundo, la pregunta de qué movimientos tienen lugar sigue siendo arbitraria hasta cierto punto, incluso después de la asunción de que existe continuidad. La experiencia muestra que es posible determinar los movimientos para satisfacer las leyes de la dinámica, y que esta determinación, a grandes rasgos y en conjunto, está bastante de acuerdo con las ideas que nos impone el sentido común sobre las cosas persistentes. Por consiguiente, queda adoptada, y conduce a un criterio por el que podemos determinar, a veces de manera práctica, otras sólo teóricamente, si hay que considerar que dos apariencias en dos momentos diferentes pertenecen a la misma porción de materia. La persistencia de toda materia a lo largo de todo el tiempo podrá garantizarse, me imagino, por medio de una definición.

Para recomendar esta conclusión debemos considerar qué es lo que demuestra el éxito empírico de la física. Lo que demuestra es que sus hipótesis, aunque no puedan verificarse cuando van más allá de los datos sensibles, no se contradicen en ningún momento con ellos, sino que, por el contrario, pueden permitir en principio calcular todos los datos sensibles cuando se da un conjunto suficiente de «sensibilia». Ahora bien, la física ha discutido que es empíricamente posible reunir en series los datos sensibles, considerándose que cada serie corresponde a una «cosa» y se comporta, por lo que atañe a las leyes de la física, de una manera que no lo harían por lo general las series que no corresponden a una cosa. Para que quede claro si dos apariencias pertenecen o no a la misma cosa, debe haber una sola forma de agrupar las apariencias para que las cosas resultantes obedezcan a las leyes de la física.

Resultaría muy difícil demostrar que éste sea el caso, pero de momento podemos dejar este asunto de lado, y suponer que sólo hay una forma de agruparlas. De manera que podemos establecer la siguiente definición: Las cosas físicas son series de apariencias cuya materia obedece a las leyes de la Física. El que existan esas series es un hecho empírico que constituye la verificabilidad de la física.

XII. ILUSIONES, ALUCINACIONES Y SUEÑOS

Queda por preguntarnos cómo vamos a encontrar un lugar en nuestro sistema para los datos sensibles que aparentemente no tienen la relación habitual con el mundo de la física. Estos datos sensibles son de varios tipos y requieren tratamientos algo diferentes. Pero todos son del género que podría llamarse «irreal» y, por tanto, antes de entrar en la discusión, hay que hacer ciertas observaciones lógicas acerca de los conceptos de realidad e irrealidad. A. Wolf dice:

Creo que el concepto de la mente como sistema de actividades transparentes también es sostenible debido a su incapacidad de explicar la posibilidad de que haya sueños y alucinaciones. Parece imposible comprender cómo una actividad escueta, transparente, puede dirigirse hacia lo que no está ahí, para comprender lo que no nos es dado[33].

Probablemente la mayoría de la gente suscribiría este enunciado. Pero se le pueden poner dos objeciones. Primero, resulta difícil ver cómo una actividad, por poco «transparente» que sea, puede dirigirse hacia nada: un término de una relación no puede ser una simple no entidad. Segundo, no se da ninguna razón, y estoy seguro de que no puede darse ninguna, para afirmar que los objetos del sueño no están «ahí» y no vienen «dados». Empecemos por el segundo punto.

1) La creencia de que los objetos del sueño no vienen dados procede, creo, de la incapacidad de distinguir, en la vida consciente, entre el dato sensible y la «cosa» correspondiente. En los sueños no hay una «cosa» correspondiente, como supone quien sueña; si, por lo tanto, la «cosa» viniera dada en la vida consciente, como mantiene Meinong[34], por ejemplo, habría una diferencia respecto a lo dado en los sueños y en la vida consciente. Pero si, como hemos mantenido, lo que viene dado nunca es la cosa, sino sólo uno de los «sensibilia» que la componen, entonces lo que percibimos en un sueño está dado como lo que percibimos en la vida consciente.

El mismo argumento se aplica exactamente a la idea de que los objetos del sueño estén «ahí». Tienen su posición en el espacio privado de la perspectiva del que sueña; pero fallan en su correlación con otros espacios privados y, por tanto, con el espacio perspectivo. Pero en el único sentido en que «ahí» puede ser un dato, están «ahí» igual que cualquiera de los datos sensibles de la vida consciente.

2) El concepto de «ilusión» o «irrealidad» y el concepto correlativo de «realidad» se usan generalmente de una manera que comporta profundas confusiones lógicas. Las palabras que van por parejas, como «real» e «irreal», «existente» y «no existente», «válido» y «no válido», etcétera, derivan todas de una pareja fundamental: «cierto» y «falso». Ahora bien, «cierto» y «falso» sólo pueden aplicarse (salvo en usos derivados) a proposiciones. De ahí que siempre que las parejas anteriores puedan aplicarse significativamente, tenemos que estar tratando con proposiciones o con frases tan incompletas que sólo adquieren significado cuando se insertan en un contexto que forme con ellas una proposición. Así pues, estas parejas de palabras pueden aplicarse a descripciones[35], pero no a nombres propios: en otras palabras, no tienen ninguna aplicación a los datos, sino a las entidades o no entidades descritas en términos de datos.

Ilustremos los términos «existencia» y «no existencia». Dado un dato x, carece de sentido afirmar o negar que x «exista». Podría tentarnos decir: «Por supuesto que x existe, puesto que en caso contrario no podría ser un dato». Pero tal enunciado no tiene sentido, aunque sí es significativo y es cierto decir que «mi dato sensible actual existe», y también podría ser cierto «x es mi dato sensible actual». La deducción, a partir de estas dos proposiciones, de que «x existe» les parece irresistible a quienes no están acostumbrados a la lógica; sin embargo, la aparente proposición inferida no es simplemente falsa, sino estrictamente carente de sentido. Decir «mi dato sensible actual existe» equivale a decir aproximadamente: «Hay un objeto del cual “mi dato sensible actual existe” es una descripción». Pero no podemos decir: «Hay un objeto cuya descripción es “x” porque x (en el caso que tomamos como ejemplo) es un nombre, no una descripción». El doctor Whitehead y yo hemos explicado este punto exhaustivamente en otro lugar (loc. cit.) con la ayuda de símbolos, sin los cuales resulta difícil de comprender; no repetiré por tanto aquí la demostración de las proposiciones anteriores, sino que seguiré con su aplicación a nuestro presente problema.

El hecho de que la «existencia» sólo sea aplicable a las descripciones queda disimulado por el uso de los que, gramaticalmente, son nombres propios, de manera que los transforman en descripciones. Por ejemplo, si existió Homero es una pregunta legítima; pero aquí «Homero» significa «el autor de los poemas homéricos», y es una descripción. De forma semejante podemos preguntar si Dios existe; pero «Dios» significa «el ser supremo» o «el ens realissimum» o cualquier descripción que más nos guste. Si «Dios» fuera un nombre propio, Dios tendría que ser un dato; y entonces no podría ponerse en duda su existencia. La distinción entre la existencia y otros predicados, que Kant sintió oscuramente, sale a relucir en la teoría de las descripciones, y elimina al mismo tiempo la «existencia» de entre las nociones fundamentales de la metafísica.

Lo que se ha dicho sobre la «existencia» se aplica también a la «realidad», que puede considerarse de hecho sinónimo de la «existencia». Sobre los objetos inmediatos en las ilusiones alucinaciones y sueños, carece de sentido preguntar si «existen» o son «reales». Están ahí, y con eso acaba el problema. Pero nos podemos preguntar legítimamente por la existencia o la realidad de las «cosas» o de otros «sensibilia» inferidos a partir de tales objetos. Es la irrealidad de estas «cosas» y de los otros «sensibilia», junto al hecho de que no nos demos cuenta de que no son datos, lo que ha conducido a la idea de que los objetos de los sueños son irreales.

Podemos aplicar ahora estas consideraciones detalladamente a los argumentos habituales contra el realismo, aunque lo que va a decirse será fundamentalmente una repetición de lo que otros han dicho antes.

1) Tenemos en primer lugar la variedad de apariencias normales, que se suponen incompatibles. Éste es el caso de las diferentes formas y colores que una cosa determinada presenta a diferentes espectadores. El agua de Locke, que parece caliente y fría, pertenece a esta clase de casos. Nuestro sistema de perspectivas diferentes justifica por completo esos casos, y muestra que no proporciona un argumento contra el realismo.

2) Hay casos en que la correlación entre diferentes sentidos es inusual. El palo doblado en el agua pertenece a este grupo. Se dice que parece doblado pero está recto: esto sólo significa que es recto al tacto, aunque doblado por la vista. No hay «ilusión», sino sólo una falsa inferencia, si creemos que el palo parecería doblado al tacto. El palo parecería igual de doblado en una fotografía, y, como el señor Galdstone solía decir, «la fotografía no puede mentir[36]». El caso en que se ve doble también pertenece a este grupo, aunque en este caso la causa de una correlación inusual es fisiológica, y no se reflejaría por ello en una fotografía. Es un error preguntar si la «cosa» está duplicada cuando la vemos doble. La «cosa» es un sistema completo de «sensibilia», y sólo están duplicados los «sensibilia» visuales que son datos para el perceptor. El fenómeno tiene una explicación puramente fisiológica; desde luego, habida cuenta de que tenemos dos ojos, necesita menos explicación que el único dato sensible visual que obtenemos normalmente de las cosas en que nos fijamos.

3) Llegamos ahora a cosas como los sueños, que pueden, en el momento del sueño, no contener nada que induzca a sospechar, pero que están censurados por el argumento de su supuesta incompatibilidad con datos anteriores y posteriores. Por supuesto, ocurre a menudo que los objetos de los sueños no se comportan de forma habitual: hay objetos pesados que vuelan, objetos sólidos que se deshacen, los crios se convierten en cerdos o sufren cambios aún mayores. Pero ninguno de estos acontecimientos inusuales tiene que aparecer en un sueño, y los objetos del sueño no se llaman «irreales» por culpa de estos acontecimientos. Es su falta de continuidad con el pasado y el futuro de quien sueña lo que hace que, cuando se despierte, los censure; y es su falta de correlación con otros mundos privados lo que hace que otros los censuren. Omitiendo el último supuesto, nuestro motivo para censurarlos es que la «cosa» que deducimos de ellos no puede combinarse de acuerdo con las leyes de la física con las «cosas» inferidas de los datos sensibles conscientes. Esto podría usarse para censurar las «cosas» inferidas de los datos de los sueños. Los datos del sueño son sin duda apariencias de «cosas», pero no de «cosas» como las que supone quien sueña. No deseo impugnar las teorías psicológicas de los sueños, como las de los psicoanalistas. Pero hay ciertamente casos en que (sean cuales sean las causas psicológicas que puedan contribuir) la presencia de causas físicas también es muy evidente. Por ejemplo, un portazo puede producir un sueño de un combate naval, con imágenes de barcos de guerra, mar y humo. Todo el sueño será una apariencia del portazo, pero, debido a la condición especial del cuerpo (y especialmente del cerebro) durante el sueño, esta apariencia no es la que se espera que produzca un portazo, y así quien sueña se ve arrastrado a alimentar creencias falsas. Pero sus datos sensibles siguen siendo físicos, de forma que una física exhaustiva los incluiría y evaluaría.

4) La última clase de ilusiones son las que no pueden descubrirse dentro de la experiencia de una persona, salvo a través del descubrimiento de discrepancias con las experiencias ajenas. Los sueños podrían posiblemente pertenecer a esta clase, si se relacionaran con la suficiente propiedad con la vida consciente; pero los principales ejemplos son alucinaciones sensoriales recurrentes del género que conduce a la locura. Lo que hace que el paciente, en esos casos, se vuelva lo que otros llaman loco es el hecho de que, dentro de su propia experiencia, no hay nada para mostrar que los datos sensibles alucinantes no guardan el tipo habitual de relación con los «sensibilia» en otras perspectivas. Por supuesto, puede averiguar esto a través del testimonio ajeno, pero probablemente le parece más sencillo suponer que el testimonio es incierto y que le mienten deliberadamente. No hay, por lo que veo, ningún criterio teórico por el que el paciente pueda escoger, en tal caso, entre las dos hipótesis igualmente satisfactorias de su locura y de la mendacidad de sus amigos.

Por los ejemplos anteriores podría parecer que los datos sensibles anormales, del género que consideramos engañoso, tienen intrínsecamente el mismo estatus que cualquier otro, pero difieren en lo relativo a sus correlaciones o relaciones causales con otros «sensibilia» y con las «cosas». Puesto que las correlaciones habituales y las relaciones forman parte de nuestras expectativas irreflexivas, e incluso parecen, menos al psicólogo, formar parte de nuestros datos, se acaba por pensar, erróneamente, que en esos casos los datos son irreales, mientras que sólo son las causas de falsas inferencias. El hecho de que tengan lugar correlaciones y relaciones de tipos inusuales añade una dificultad más al acto de inferir cosas de los sentidos y de expresar la física en términos de datos sensibles. Pero parece que siempre se puede explicar lo extraordinario física o fisiológicamente, y por tanto sólo plantea una complicación, no una objeción filosófica.

Por todo ello, concluyo que no existe una objeción válida a la idea que considera los datos sensibles parte de la sustancia real del mundo físico, y que, por otra parte, esta idea es la única que explica la verificabilidad empírica de la física. En este artículo sólo he realizado un rápido esbozo preliminar. En particular, el papel desempeñado por el tiempo en la construcción del mundo físico es, en mi opinión, más importante de lo que parecería por las explicaciones anteriores. Desearía que, en una elaboración posterior, se pudiera reducir indefinidamente el papel desempeñado por los «sensibilia» no percibidos, invocando probablemente la historia de una «cosa» para suplir las deficiencias de las inferencias que puede hacerse de su apariencia momentánea.

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