Capítulo X
Capítulo X
CONOCIMIENTO DIRECTO Y CONOCIMIENTO POR DESCRIPCIÓN[42]
El objetivo de este artículo es considerar qué es lo que sabemos en casos en los que conocemos proposiciones sobre «fulano de tal» sin saber quién o qué es el fulano. Por ejemplo, sé que el candidato que logre más votos será elegido, aunque no sé quién es el candidato que conseguirá más votos. El problema que deseo estudiar es: ¿qué sabemos en los casos en que se describe simplemente el sujeto? He estudiado este problema en otro lugar[43] desde un punto de vista puramente lógico; pero en lo que sigue, deseo considerar la cuestión de acuerdo con la teoría del conocimiento, lo mismo que de acuerdo con la lógica, y en vista de los estudios lógicos antes mencionados, en este artículo abreviaré lo más posible la parte lógica.
Con el fin de aclarar la antítesis entre «conocimiento directo» y «descripción», intentaré explicar ante todo qué quiero decir con «conocimiento directo». Digo que conozco un objeto, cuando tengo una relación cognoscitiva directa con ese objeto; es decir, cuando tengo conciencia directa del objeto en sí mismo. Al hablar aquí de una relación cognoscitiva, no me refiero a la clase de relación que constituye un juicio, sino a la que constituye una presentación. En efecto, creo que la relación de sujeto y objeto que llamo conocimiento directo es simplemente lo contrario de la relación de objeto y sujeto que constituye una presentación. Esto es, decir que S ha conocido directamente a O es esencialmente lo mismo que decir que O ha sido presentado a S. Pero las asociaciones y extensiones naturales de la palabra conocimiento son diferentes de las de la palabra presentación. Para empezar, como en la mayoría de palabras cognoscitivas, es natural decir que conozco directamente un objeto incluso en los momentos en que no lo tengo realmente ante mi mente, con tal de que haya estado ante mi mente y pueda volver a estarlo siempre que surja la ocasión. Es el mismo sentido con que se dice que sé que 2 + 2 = 4, incluso cuando estoy pensando en cualquier otra cosa. En segundo lugar, la palabra conocimiento directo pretende destacar más que la palabra presentación el carácter de relación del hecho que nos ocupa. Existe en mi opinión el peligro de que, al hablar de presentación, destaquemos tanto al objeto que perdamos de vista el sujeto. Y esto puede llevar a la opinión de que no hay sujeto, con lo que llegamos al materialismo; o llevar a la opinión de que lo que es presentado es parte del sujeto, con lo que llegamos al idealismo, y deberíamos llegar al solipsismo sin las contorsiones más desesperadas. Pero deseo mantener el dualismo de sujeto y objeto en mi terminología, porque este dualismo me parece un hecho fundamental para la cognición. De ahí que prefiera la expresión conocimiento directo, porque destaca la necesidad de un sujeto que es conocido directamente.
Cuando nos preguntamos cuáles son las clases de objetos con que trabamos conocimiento el primer ejemplo, y el más evidente, son los datos sensibles. Cuando veo un color u oigo un ruido, tengo un conocimiento directo del color o del ruido. El dato sensible con el que trabo conocimiento directo en esos casos es generalmente —si no siempre— complejo. Eso es especialmente obvio en el caso de la vista. No quiero decir simplemente, como es natural, que el supuesto objeto físico sea complejo, sino que el objeto sensible directo es complejo y contiene partes con relaciones espaciales. No es una cuestión sencilla el que se pueda percibir algo complejo sin percibir sus componentes, pero en conjunto parecería que no hay razón para que no fuera posible. Esta cuestión se agudiza en relación con la conciencia, que vamos a considerar ahora.
Introspectivamente, parece que percibimos inmediatamente complejos cambiantes, que consisten en objetos en relaciones cognoscitivas y volitivas diversas con nosotros. Cuando veo el sol, suele ocurrir que soy consciente de verlo, además de tener conciencia del sol; y cuando deseo comida, ocurre a menudo que percibo mi deseo de comida. Pero es difícil descubrir un estado mental en el que me perciba a mí mismo solo, por oposición a un complejo del que soy un componente. La cuestión de la naturaleza de la conciencia es demasiado amplia, y está demasiado poco relacionada con nuestro tema, para tratarla aquí con detalle. Es difícil, pero probablemente no imposible, explicar hechos sencillos, si suponemos que no tenemos conocimiento directo de nosotros mismos. Es evidente que no sólo tenemos el conocimiento directo del complejo «conocimiento de A», sino que también conocemos la proposición «yo tengo conocimiento directo de A». Ahora se ha analizado aquí el complejo, y si «yo» no representa algo que es objeto directo de conocimiento, tendremos que suponer que «yo» es algo conocido por descripción. Si deseamos mantener la opinión de que no hay conocimiento directo de uno mismo, deberíamos afirmar lo siguiente: Tenemos conocimiento directo del conocimiento directo, y sabemos que es una relación. Así, hemos conocido directamente un complejo en el que percibimos que ese conocimiento directo es la relación que relaciona. De ahí que sepamos que ese complejo debe tener un componente que es el que se conoce directamente; es decir, ha de tener un término sujeto lo mismo que un término objeto. El término sujeto lo definimos como «yo». Así, «yo» significa «el término sujeto en conciencia de lo que yo soy consciente». Pero como definición esto no se puede considerar un esfuerzo feliz. Parecería necesario, por lo tanto, suponer que yo me conozco directamente a mí mismo, y que, por lo tanto, «yo» no requiere definición, por ser simplemente el nombre propio de cierto objeto, o encontrar algún otro análisis de la conciencia. Así no es posible pensar que la conciencia arroje luz sobre la cuestión de si podemos conocer un complejo sin conocer sus componentes. Pero esta cuestión no es importante para nuestros objetivos actuales, y por lo tanto no seguiré tratándola.
Las conciencias que hemos visto hasta ahora han sido todas conciencias de particulares existentes, y deberían ser llamadas en sentido amplio datos sensibles. Pues desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, el conocimiento introspectivo está exactamente al nivel del conocimiento derivado de la vista o del oído. Pero, además de la conciencia de la clase de objetos anteriores, que se puede llamar conciencia de particulares, tenemos también (aunque no del todo en el mismo sentido) lo que se puede llamar conciencia de universales. La conciencia de universales se llama concepción, y el universal del que somos conscientes se llama concepto. No sólo somos conscientes de amarillos particulares, sino que si hemos visto un número suficiente de amarillos y tenemos bastante inteligencia, somos conscientes del universal amarillo; este universal es el sujeto en juicios como «el amarillo difiere del azul» o «el amarillo se parece menos al azul que al verde». Y el universal amarillo es el predicado en juicios como «esto es amarillo», en donde «esto» es un dato sensible particular. Y las relaciones universales son también objetos de conciencia; arriba y abajo, antes y después, la semejanza, el deseo, la propia conciencia, y así sucesivamente, parecerían todos ellos objetos de los que podemos ser conscientes.
En cuanto a las relaciones, se debería insistir en que nunca somos conscientes de la relación universal en sí misma, sino solamente de los complejos en los que es un componente. Por ejemplo, se puede decir que no conocemos directamente una relación como antes, aunque comprendemos una proposición como «esto está antes que eso», y se puede ser consciente de un complejo que diga «siendo esto anterior a esto». Este punto de vista, sin embargo, es difícil de reconciliar con el hecho de que a menudo conocemos proposiciones en las que la relación es el sujeto, o en las que los términos de la relación no son objetos definidos dados, sino «algo». Por ejemplo, sabemos que si una cosa está antes que otra, y la otra antes que una tercera, entonces la primera está antes que la tercera; y aquí las cosas que nos interesan no son cosas definidas, sino «algo». Es difícil ver cómo podríamos conocer un hecho como «antes» a no ser que hayamos conocido directamente «antes», y no simplemente casos particulares reales de un objeto dado que esté antes que otro objeto dado. Y más directamente: un juicio como «esto está antes que eso», en donde este juicio deriva de la conciencia de un complejo, constituye un análisis y no entenderíamos el análisis si no hubiéramos tenido un conocimiento directo del significado de los términos empleados. Así, hemos de suponer que tenemos un conocimiento directo del significado de «antes», y no simplemente de ejemplos suyos.
Así pues, hay por lo menos dos clases de objetos de los que somos conscientes, es decir, particulares y universales. Entre los particulares y universales incluyo todos los existentes y todos los complejos, de los cuales uno o más componentes son existentes, como esto-antes-que-aquello, esto-encima-de-aquello, lo-amarillo-de-esto. Entre los universales incluyo todos los objetos que no tienen un particular entre sus componentes. Así, la disyunción «universal-particular» incluye todos los objetos. También lo podríamos llamar disyunción «abstracto-concreto». No es completamente paralela a la oposición «concepto-percepción», porque las cosas recordadas o imaginadas pertenecen a particulares, pero no se pueden llamar percepciones mentales. (Por otra parte, los universales que conocemos directamente se pueden identificar con conceptos).
Se verá que entre los objetos que conocemos directamente no están incluidos los objetos físicos (en oposición a los datos sensibles), ni las mentes de otras personas. Conocemos estas cosas por lo que llamo «conocimiento por descripción», que hemos de estudiar ahora.
Con «descripción» me refiero a una frase con la forma «un fulano de tal» o «el fulano de tal». A una frase con la forma «un fulano de tal» la llamaré una descripción «ambigua»; a una con la forma «el fulano de tal» (en singular) la llamaré descripción «definida». Así «un hombre» es una descripción ambigua, y «el hombre con la máscara de hierro» es una descripción definida. Hay diversos problemas relacionados con las descripciones ambiguas, pero no me detendré en ellos, porque no atañen directamente al asunto que deseo estudiar. Lo que deseo estudiar es la naturaleza de nuestro conocimiento respecto a objetos en casos en los que sabemos que hay un objeto que responde a una descripción definida, aunque no conozcamos directamente tal objeto. Es un asunto que se refiere exclusivamente a descripciones definidas. Por lo tanto, en lo que sigue, hablaré simplemente de «descripciones» cuando me refiera a «descripciones definidas». Así, una descripción significará cualquier frase con la forma «el fulano de tal» en singular.
Diré que un objeto es «conocido por descripción» cuando sabemos que es «el fulano de tal», es decir, cuando sabemos que hay un objeto, y sólo uno, que tiene cierta propiedad; y, en términos generales, se partirá del supuesto de que no tenemos conocimiento directo (en el sentido únicamente en que uno pueda conocer directamente a algún otro) del hombre que es, en realidad, el candidato que conseguirá más votos, pero no sabemos cuál de los candidatos es, es decir, no conocemos ninguna proposición de la forma «A es el candidato que conseguirá más votos», en donde A sea uno de los candidatos con nombre. Diremos que tenemos un «conocimiento meramente descriptivo» del fulano de tal cuando, aunque sepamos que el fulano de tal existe y aunque sea posible que tengamos un conocimiento directo del objeto que es, en realidad, el fulano de tal, con todo, no conocemos ninguna proposición «a es fulano de tal», en la que a sea algo de lo que tengamos conocimiento directo.
Cuando decimos «el fulano existe», queremos decir que hay precisamente un objeto que es el fulano. La proposición «a es el fulano» significa que a tiene la propiedad de fulano, y nada más. «Sir Joseph Larmor es el candidato unionista» significa «Sir Joseph Larmor es un candidato unionista, y ningún otro lo es». «El candidato unionista existe» significa «uno es candidato unionista, y no hay ningún otro». Así, cuando entramos en conocimiento directo con un objeto que sabemos que es el fulano, sabemos que el fulano existe pero podemos saber que el fulano existe cuando no tenemos conocimiento directo de cualquier objeto que sabemos que es el fulano, e incluso cuando no tenemos conocimiento directo del objeto que es en realidad el fulano.
Palabras comunes, incluso nombres propios, normalmente son realmente descripciones. Es decir, el pensamiento mental de una persona que usa correctamente un nombre propio, en general sólo se puede expresar explícitamente si sustituimos el nombre propio por una descripción. Aún más, la descripción necesaria para expresar el pensamiento variará para gente distinta, o para la misma persona en diferentes tiempos. La única cosa constante (mientras se use correctamente el nombre) es el objeto a que se aplica el nombre. Pero mientras éste siga constante, la descripción particular implicada normalmente no marca la diferencia entre la verdad o falsedad de la proposición en la que aparece el nombre.
Tomemos algunos ejemplos. Imaginemos una afirmación sobre Bismarck. Suponiendo que exista algo como un conocimiento directo de uno mismo, el propio Bismarck podría haber usado su nombre directamente para designar a la persona particular de la que había hecho conocimiento. En este caso, si hiciera un juicio sobre sí mismo, él mismo podría ser un componente del juicio. Aquí el nombre propio tiene el uso directo que siempre desea tener, sustituyendo simplemente a determinado objeto, y no a su descripción. Pero si una persona que conoció a Bismarck hiciera un juicio sobre él, el caso sería distinto. El conocimiento directo que esta persona tendría estaría compuesto por ciertos datos sensibles que conectaría (vamos a suponer que correctamente) con el cuerpo de Bismarck. Su cuerpo en tanto que objeto físico, y aún más su mente, serían conocidos sólo como el cuerpo y la mente conectados con estos datos sensibles. Es decir, serían conocidos por descripción. Naturalmente, es sobre todo cuestión de suerte qué características del aspecto de un hombre aparecerán ante la mente de un amigo cuando piense en él; así, la descripción real en la mente del amigo es accidental. El punto esencial es que él sabe que las diversas descripciones se aplican todas ellas a la misma entidad, a pesar de no haber tenido un conocimiento directo de la entidad en cuestión.
Cuando nosotros, que no conocimos a Bismarck, hacemos un juicio sobre él, la descripción de nuestras mentes probablemente será una masa más o menos vaga de conocimiento histórico en la mayoría de los casos, mucho más de lo que se necesita para identificarlo. Pero, por seguir con el ejemplo, supongamos que pensamos en él como «el primer canciller del imperio alemán». Aquí todas las palabras son abstractas, excepto «alemán». La palabra «alemán», por su parte, tendrá significados distintos para gente diferente. A unos les recordará viajes por Alemania, a otros el aspecto de Alemania en un mapa, y así sucesivamente. Pero si hemos de obtener una descripción que sabemos que es aplicable, nos veremos obligados, en cierto punto, a sacar a relucir una referencia a un particular del que hemos tenido conocimiento directo. Tal referencia está implícita en cualquier mención del pasado, presente y futuro (por oposición a fechas precisas), o de aquí y allí, o de la que otros nos han dicho. Así, parecería que, de un modo u otro, una descripción que se sabe es aplicable a un particular ha de implicar alguna referencia a un particular del que tengamos conocimiento directo, si nuestro conocimiento sobre la cosa descrita no es simplemente lo que se sigue lógicamente de la descripción. Por ejemplo, «el más longevo de los hombres» es una descripción que se puede aplicar a algún hombre, pero no podemos hacer juicios sobre este hombre que impliquen un conocimiento sobre él aparte de lo que da la descripción. Pero si nosotros decimos «el primer canciller del imperio alemán fue un diplomático astuto», sólo podemos estar seguros de la verdad de nuestro juicio gracias a algo de lo que hemos tenido conocimiento directo (normalmente un testimonio oído o leído). Considerado psicológicamente, aparte de la información que transmitimos a otros, aparte de lo que hizo el Bismarck real, que da importancia a nuestro juicio, el pensamiento que tenemos realmente contiene uno o más particulares implicados, y por otra parte está formado enteramente por conceptos. Todos los nombres de lugares (Londres, Inglaterra, Europa, la Tierra, el sistema solar) implican, de modo semejante, cuando son usados, descripciones que parten de uno o más particulares de los que tenemos conocimiento directo. Sospecho que incluso el universo, tal como lo estudia la metafísica, implica una conexión semejante con los particulares. Por el contrario, no se implica una referencia a particulares reales en lógica, en donde no nos ocupamos simplemente de lo que existe, sino también de cualquier cosa que debiera o pudiera existir o ser.
Puede parecer que, cuando hacemos una afirmación sobre algo conocido sólo por descripción, a menudo intentamos hacer nuestra afirmación no del modo que implica la descripción, sino sobre la cosa real descrita. Es decir, cuando decimos algo sobre Bismarck, nos gustaría, si pudiéramos, hacer el juicio que sólo Bismarck puede hacer, o sea, el juicio del que el propio Bismarck es un componente. En esto fracasamos necesariamente, puesto que el Bismarck real nos es desconocido. Pero sabemos que hay un objeto B llamado Bismarck, y que Bismarck fue un diplomático astuto. Podemos así describir la proposición que nos gustaría afirmar, es decir, «B fue un diplomático astuto», en donde B es el objeto que fue Bismarck. Lo que nos permite comunicar, a pesar de las diversas descripciones que empleamos, es que sabemos que hay una proposición verdadera relativa al Bismarck real, y que, por mucho que podamos variar la descripción (mientras esta descripción sea correcta), la proposición descrita es todavía la misma. Esta proposición, que es descrita y sabemos que es cierta, es lo que nos interesa; pero no tenemos conocimiento directo de la propia proposición, y no la conocemos, aunque sepamos que es cierta.
Se verá que hay diversas etapas en la separación entre conocimiento directo y particulares: existe Bismarck para la gente que lo conoció, Bismarck para los que sólo lo conocen a través de la historia, el hombre del casco de hierro, el más longevo de los hombres. Cada vez se alejan más del conocimiento directo de particulares y hay una jerarquía similar en la región de los universales. Sólo conocemos muchos universales, lo mismo que muchos particulares, gracias a la descripción. Pero aquí, como en el caso de particulares, el conocimiento referido a lo conocido por descripción en último término se puede reducir al conocimiento referido a lo conocido por conocimiento directo.
El principio epistemológico fundamental, en el análisis de proposiciones que contienen descripciones, es éste: Toda proposición que podamos entender, ha de estar compuesta enteramente de componentes de los que tengamos conocimiento directo. De lo que ya se ha dicho, quedará claro por qué defiendo este principio, y cómo pretendo enfrentarme al caso de proposiciones que a primera vista lo contravienen. Empecemos por los motivos que permiten suponer que el principio es verdadero.
El motivo principal para suponer que el principio es verdadero es que apenas parece posible creer que podamos hacer un juicio o considerar una suposición sin saber qué es lo que juzgamos o suponemos. Si hacemos un juicio sobre (digamos) Julio César, está claro que la persona real que fue Julio César no es un componente del juicio. Pero, ante de seguir adelante, puede ser útil explicar a qué me refiero cuando digo que esto o aquello es un componente de un juicio, o de una proposición que entendemos. Empezando con los juicios: un juicio, como un acontecimiento, considero que es una relación de una mente con diversas entidades, a saber, las entidades que componen lo que se juzga. Por ejemplo, si juzgo que A ama a B, como un hecho, consiste en la existencia en cierto momento de una relación precisa de cuatro términos, llamada enjuiciamiento entre yo, A, el amor y B. Es decir, en el momento de mi juicio, hay cierto complejo cuyos términos son yo mismo, A, el amor y B, y cuya relación relativa es el enjuiciamiento. He presentado en otro lugar[44] las razones que me inducen a adoptar este punto de vista, y no voy a repetirlas aquí. Aceptando este punto de vista del juicio, los componentes de éste son simplemente los componentes del complejo que es el juicio. Así, en el caso anterior, los componentes somos yo mismo, A, el amor, B, el enjuiciamiento. Pero yo mismo y el enjuiciamiento somos componentes de los que participan todos mis juicios; por tanto, los componentes distintivos del juicio particular en cuestión son A, el amor y B. Pasando ahora a lo que significa «entender una proposición», diría que existe otra relación posible entre yo, A, el amor y B, que se llama mi suposición de que A ama a B[45]. Cuando podemos suponer que A ama a B, «entendemos la proposición» A ama a B. Así entendemos a menudo una proposición en casos en que no tenemos bastante conocimiento para emitir un juicio. La suposición, como el enjuiciamiento, es una relación de términos múltiples, uno de los cuales es la mente. Los otros términos de la relación reciben el nombre de componentes de la proposición supuesta. Así, el principio que enuncié se puede volver a establecer de este modo: Siempre que se produzca una relación de suposición o enjuiciamiento, los términos con los que la mente que supone o enjuicia está relacionada mediante la relación de suponer o juzgar han de ser términos de los que la mente en cuestión tenga conocimiento directo. Esto quiere decir simplemente que no podemos hacer un juicio o una suposición sin saber sobre qué estamos haciendo nuestro juicio o suposición. Me parece que la verdad de este principio es evidente en cuanto se comprende el principio; por lo tanto, en lo que sigue, admitiré el principio y lo usaré como guía al analizar los juicios que contengan descripciones.
Volviendo ahora a Julio César, supongo que se admitirá que él mismo no es un componente de cualquier juicio que yo pueda hacer. Pero en este punto es necesario examinar la opinión de que los juicios están compuestos de algo llamado «ideas», y que es la «idea» de Julio César lo que es un componente de mi juicio. Creo que la verosimilitud de esta opinión se basa en el fracaso de formar una teoría correcta de las descripciones. Podemos entender por mi «idea» de Julio César las cosas que sé sobre él, por ejemplo, que conquistó las Galias, fue asesinado en los Idus de marzo y es un tormento para los escolares. Ahora bien, admito, y realmente discuto que, con el fin de descubrir qué hay realmente en mi mente cuando hago un juicio sobre Julio César, hemos de sustituir el nombre propio por una descripción compuesta con algunas de las cosas que sé de él. (Una descripción que a menudo servirá para expresar mi pensamiento es «el hombre cuyo nombre fue Julio César», pues aunque haya olvidado de él todo lo demás, está claro que, cuando lo menciono, no he olvidado que aquél era su nombre). Pero, aunque crea que la teoría de que los juicios consisten en ideas se puede presentar de un modo semejante, con todo creo que la teoría en sí está fundamentalmente equivocada. Parece que la opinión es que hay una existencia mental que se puede llamar la «idea» de algo fuera de la mente de la persona que tiene la idea y que, puesto que el juicio es un hecho mental, sus componentes han de ser componentes de la mente de la persona que formula el juicio. Pero con esta opinión las ideas se convierten en un velo entre nosotros y las cosas exteriores: nunca alcanzamos realmente, en el conocimiento, las cosas que se supone que hemos de conocer, sino sólo las ideas de estas cosas. La relación de mente, idea y objeto, según esta opinión, es extremadamente oscura y, por lo que yo puedo ver, no hay nada que se pueda descubrir por inspección que garantice la intrusión de la idea entre la mente y el objeto. Sospecho que esta opinión se ve favorecida por el desagrado de las relaciones, y que se sintió que la mente no podía conocer objetos a no ser que hubiera algo «en» la mente que pudiera llamarse el estado de conocer al objeto. Tal opinión, sin embargo, lleva enseguida a un círculo vicioso infinito, puesto que la relación de la idea con el objeto tendrá que ser explicada suponiendo que la propia idea tiene una idea del objeto, y así sucesivamente ad infinitum. Por lo tanto, no veo ninguna razón para creer que, cuando tenemos conocimiento directo de un objeto, hay en nosotros algo que se puede llamar la «idea» del objeto. Por el contrario, mantengo que el conocimiento directo es totalmente una relación que no exige ningún componente de la mente comparable al que suponen los defensores de las «ideas». Ésta es, naturalmente, una cuestión amplia, que nos alejaría de nuestro tema si la tratáramos adecuadamente. Me contento, pues, con las indicaciones anteriores y con la conclusión de que, al juzgar, los objetos reales sobre los que juzgamos, más que supuestas entidades puramente mentales, son componentes del complejo que es el juicio.
Así pues, cuando digo que debemos sustituir «Julio César» por alguna descripción de Julio César, con el objeto de descubrir el significado de un juicio nominal sobre él, no digo que hemos de sustituir una idea. Supongamos que nuestra descripción sea «el hombre cuyo nombre era Julio César», y que nuestro juicio sea «Julio César fue asesinado». Esto luego se convierte en «el hombre cuyo nombre era Julio César fue asesinado». Aquí Julio César es un ruido o una forma de la que tenemos conocimiento directo, y todos los demás componentes del juicio (descuidando el tiempo verbal «fue») son conceptos de los que tenemos conocimiento directo. Así, nuestro juicio queda totalmente reducido a componentes de los que tenemos conocimiento directo, pero el propio Julio César ha dejado de ser un componente de nuestro juicio. Sin embargo, esto requiere que se explique brevemente una cláusula restrictiva, a saber, que «el hombre cuyo nombre es Julio César» no ha de ser en conjunto un componente de nuestro juicio, es decir, esta frase no debe en conjunto tener un significado que entre en el juicio. Así pues, cualquier análisis correcto del juicio ha de desmenuzar esta frase, y no tratarla como un complejo subordinado que sea parte del juicio. El juicio «el hombre cuyo nombre era Julio César fue asesinado» se puede interpretar que significa «un hombre y sólo uno se llamaba Julio César, y ése fue el asesinado». Aquí está claro que no hay un componente que corresponda a la frase «el hombre cuyo nombre era Julio César». Por tanto, no hay razón para considerar que esta frase expresa un componente del juicio, y hemos visto que esta frase ha de ser desmenuzada si queremos tener un conocimiento directo de todos los componentes del juicio. Esta conclusión, a la que hemos llegado gracias a consideraciones relacionadas con la teoría del conocimiento, también se nos impone por consideraciones lógicas, que debemos repasar ahora brevemente.
Es usual distinguir dos aspectos, significado y denotación, en frases como «el autor de Waverley». El significado será cierto complejo que consista (al menos) en la autoría y en Waverley con alguna relación; la denotación será Walter Scott. De modo semejante, «bípedos sin plumas» tendrá un significado complejo, que contenga como componentes la presencia de dos pies y la ausencia de plumas, mientras que su denotación será el conjunto de los hombres. Así, cuando decimos «Scott es el autor de Waverley» o «los hombres son como bípedos sin plumas», afirmamos una identidad de denotación, y esta afirmación vale la pena hacerla a causa de la diversidad del significado[46]. Creo que la dualidad de significado y denotación, pese a ser capaz de una interpretación verdadera, puede llevar a conclusiones erróneas si se toma como fundamental. Creo que la denotación no es un componente de la proposición, salvo en el caso de nombres propios, es decir, de nombres que no atribuyan una propiedad a un objeto, sino que única y simplemente lo nombran. Y aún diría más: en este sentido hay sólo dos palabras que son estrictamente nombres propios de particulares, a saber, «yo» y «esto[47]»
Un motivo para no creer que la denotación es un componente de la proposición es que podemos conocer la proposición incluso cuando no tenemos conocimiento directo de la denotación. La proposición «el autor de Waverley es un novelista» es conocida por la gente que no sabía que «el autor de Waverley» indicaba a Scott. Ya se ha insistido bastante sobre este motivo.
Un segundo motivo es que las proposiciones referentes al «fulano de tal» son posibles incluso cuando «el fulano de tal» carece de denotación. Tómese, por ejemplo, «la montaña de oro no existe» o «el cuadrado redondo es contradictorio en sí mismo». Si hemos de preservar la dualidad de significado y denotación, tenemos que decir con Meinong que hay objetos como la montaña de oro y el cuadrado redondo, aunque estos objetos no tienen existencia. Incluso tenemos que admitir que el existente cuadrado redondo es existente, pero no existe[48]. Meinong no lo considera una contradicción, pero yo no logro ver que no lo sea. Realmente me parece evidente que el juicio «no hay un objeto que sea un cuadrado redondo» no presupone que haya tal objeto. Si esto se admite, sin embargo, llegamos a la conclusión de que, por paridad de forma, ningún juicio referente al «fulano de tal» implica realmente al fulano de tal como componente.
La señorita Jones[49] arguye que no hay dificultad en admitir predicados contradictorios relativos a un objeto como «el actual rey de Francia», basándose en que este objeto es contradictorio en sí mismo. Ahora bien, se podría naturalmente argumentar que este objeto, a diferencia del cuadrado redondo, no es contradictorio en sí mismo, sino simplemente no existe. Pero esto no llegaría al fondo del problema. La objeción real a tal argumento es que la ley de contradicción no se debería enunciar en la forma tradicional «A no es a la vez B y no B», sino en la forma «ninguna proposición es a la vez verdadera y falsa». La forma tradicional se aplica sólo a determinadas proposiciones, a saber, a las que atribuyen un predicado a un sujeto. Cuando se enuncia la ley con relación a las proposiciones, en lugar de en relación a sujetos y predicados, se hace patente en seguida que las proposiciones sobre el actual rey de Francia o sobre el cuadrado redondo no constituyen ninguna excepción, sino que son simplemente incapaces de ser a la vez verdaderas y falsas, como otras proposiciones.
La señorita Jones[50] sostiene que «Scott es el autor de Waverley» indica identidad de denotación entre Scott y el autor de «Waverley». Pero es un poco difícil elegir entre significados alternativos de esta aseveración. En primer lugar, se debería observar que el autor de «Waverley» no es un mero nombre, como Scott; Scott es simplemente un ruido o una forma usada convencionalmente para designar a una persona determinada; no nos da información sobre esa persona, y no tiene nada que se pueda llamar significado en oposición a denotación (paso por alto el hecho, considerado antes, de que incluso los nombres propios por regla general representan en realidad descripciones). Pero el autor de Waverley no es, de modo simplemente convencional, un nombre que sustituya a Scott; el elemento simplemente convencional pertenece aquí a las palabras separadas, el, autor, de y «Waverley». Dado lo que representan estas palabras, el autor de «Waverley» ya no es arbitrario. Cuando se dice que Scott es el autor de Waverley, no afirmamos que hay dos nombres para un solo hombre, como ocurriría si dijéramos «Scott es Sir Walter». Un nombre de hombre es como se llama él, pero por mucho que se llamara a Scott el autor de Waverley, esto no lo convertiría a él en autor; fue preciso que él realmente escribiera Waverley, lo cual es un hecho que no tiene nada que ver con nombres.
Entonces, si afirmamos la identidad de denotación, no hemos de entender por denotación la simple relación de un nombre con la cosa nombrada. En realidad, estaría más cerca de la verdad decir que el significado de «Scott» es la denotación de «el autor de Waverley». La relación de «Scott» con Scott es que «Scott» significa Scott, lo mismo precisamente que la relación de «autor» con el concepto así llamado es que «autor» significa este concepto.
Así, si distinguimos significado y denotación en «el autor de Waverley», tendremos que decir que «Scott» tiene significado, pero no denotación. Además, cuando decimos «Scott es el autor de Waverley», el significado de «el autor de Waverley» es pertinente para nuestra afirmación. Pues si sólo fuera pertinente la denotación daría la misma proposición. Así, «Scott es el autor de Marmion» sería la misma proposición que «Scott es el autor de Waverley». Pero éste no es el caso, evidentemente, puesto que con la primera aprendemos que Scott escribió Marmion y con la segunda que escribió Waverley, pero la primera no nos dice nada sobre Waverley y la segunda nada sobre Marmion. De ahí que el significado de «el autor de Waverley», en cuanto a que se opone a la denotación, ciertamente es pertinente para «Scott es el autor de Waverley».
Estamos de acuerdo en que «el autor de Waverley» no es un simple nombre, y que su significado es pertinente en las proposiciones en las que aparece. Así, si hemos de decir, como hace la señorita Jones, que «Scott es el autor de Waverley» afirma una identidad de denotación, hemos de considerar la denotación de «el autor de Waverley» como la denotación de lo que se quiere decir con «el autor de Waverley». Llamemos M al significado de «el autor de Waverley». Así, M es lo que significa «el autor de Waverley». Luego hemos de suponer que «Scott es el autor de Waverley» significa «Scott es la denotación de M». Pero aquí estamos explicando nuestra proposición por otra de la misma forma, y así no hemos progresado nada para dar una explicación real. «La denotación de M», como «el autor de Waverley», tiene a la vez significado y denotación, según la teoría que examinamos. Si llamamos a su significado M’, nuestra proposición se transforma en «Scott es la denotación de M’». Pero esto lleva en seguida a un círculo vicioso. Así, el intento de considerar que nuestra proposición afirma identidad de denotación se viene abajo, y se hace imprescindible encontrar otro análisis. Cuando se haya acabado este análisis, podremos volver a interpretar la frase «identidad de denotación», que permanecerá oscura mientras se considere fundamental.
El primer punto que hay que observar es que, en cualquier proposición sobre «el autor de Waverley», con tal de que Scott no sea mencionado explícitamente, la propia denotación, es decir, Scott, no aparece, sino sólo el concepto de denotación, que será representado por una variable. Supongamos que decimos «el autor de Waverley fue el autor de Marmion»; ciertamente, no decimos que en ambos casos era Scott (podemos haber olvidado que había una persona llamada Scott). Decimos que hay un hombre que fue el autor de Waverley y el autor de Marmion. Es decir, hay alguien que escribió Waverley y Marmion, y ningún otro las escribió. Así, la identidad es la de una variable, o sea, de un sujeto identificable, «alguien». Ésta es la razón por la que podemos comprender proposiciones sobre «el autor de Waverley», sin saber quién fue. Cuando decimos «el autor de Waverley fue un poeta», queremos decir «un hombre y sólo uno escribió Waverley, y era un poeta»; cuando decimos «el autor de Waverley fue Scott», queremos decir «un hombre y sólo uno escribió Waverley, y era Scott». Aquí la identidad está entre una variable, es decir, un sujeto indeterminado («él»), y Scott; «el autor de Waverley» ha sido analizado en profundidad, y ya no aparece como componente de la proposición[51].
La razón por la que es imprescindible analizar en profundidad la frase «el autor de Waverley» se puede explicar como sigue. Es evidente que cuando decimos «el autor de Waverley es el autor de Marmion», es expresa identidad. Hemos visto también que la denotación común, a saber, Scott, no es un componente de esta proposición, mientras que los significados (si hay alguno) de «el autor de Waverley» y «el autor de Marmion» no son idénticos. También hemos visto que, en cualquier sentido en que el significado de una palabra sea un componente de una proposición en cuya expresión verbal aparezca la palabra, «Scott» significa el hombre real Scott, en el mismo sentido (por lo que se refiere a nuestro estudio actual) en que «autor» significa un universal determinado. Así, si «el autor de Waverley» fuera un complejo subordinado en la proposición anterior, su significado hubiera tenido que ser lo que se dijo que era idéntico con el significado de «el autor de Marmion». Evidentemente, éste no es el caso; y la única escapatoria es decir que «el autor de Waverley» no tiene por sí mismo un significado, aunque sí lo tienen frases de las que forma parte. Esto es, en un análisis correcto de la proposición anterior, «el autor de Waverley» debe desaparecer. Esto se efectúa cuando la proposición anterior se analiza como si significase: «Alguien escribió Waverley y ningún otro lo hizo, y ese alguien también escribió Marmion y ningún otro lo hizo». Esto se puede expresar más sencillamente diciendo que la función proposicional «x escribió Waverley y Marmion, y ningún otro lo hizo» puede ser verdad, es decir, algún valor de x la hace verdadera, pero no otros valores. Así, el sujeto verdadero de nuestro juicio es una función proposicional, es decir, un complejo que contiene un componente indeterminado y que se convierte en proposición en cuanto ese componente se determina.
Podemos definir ahora la denotación de una frase. Si sabemos que la proposición «a es el fulano de tal» es verdadera, es decir, que a es fulano de tal y ninguna otra cosa, llamamos a a la denotación de la frase «el fulano de tal». Gran número de proposiciones que hacemos instintivamente sobre «el fulano de tal» seguirán siendo verdaderas o falsas si sustituimos a por «el fulano de tal», en donde a sea la identificación de «el fulano de tal». Tales proposiciones también seguirán siendo verdaderas o falsas si sustituimos «el fulano de tal» por cualquier otra frase que tenga la misma denotación. De ahí que, como hombres prácticos, estemos más interesados en la denotación que en la descripción, ya que la denotación decide la verdad o falsedad de todos los enunciados en que aparece la descripción. Aún más, como vimos antes al estudiar las relaciones de descripción y conocimiento directo, a menudo deseamos obtener la denotación, y nos lo impide sólo la falta de conocimiento directo: en tales casos la descripción es simplemente el medio que empleamos para acercarnos lo más posible a la denotación. De ahí que naturalmente se llegue a suponer que la denotación es parte de la proposición en la que aparece la descripción. Pero hemos visto, tanto por motivos lógicos como epistemológicos, que esto es un error. El objeto real (si hay alguno) que es la denotación, no es (a no ser que se mencione explícitamente) un componente de proposiciones en que aparecen descripciones; y ésta es la razón por la que, con el fin de entender tales proposiciones, necesitamos un conocimiento directo de los componentes de la descripción, pero no necesitamos un conocimiento directo de su denotación. El primer resultado del análisis, cuando se aplique a proposiciones cuyo sujeto gramatical es «el fulano de tal», es sustituir una variable como sujeto; es decir, obtenemos una proposición de la siguiente forma: «Sólo hay algo que sea fulano de tal, y ese algo es tal o cual». El análisis posterior de proposiciones referentes a «el fulano de tal» se funde así en el problema de la naturaleza de la variable, es decir, de los significados de alguno, ninguno y todo. Es problema difícil con respecto al cual no voy a decir nada ahora.
Para resumir el estudio entero: empezamos por distinguir dos clases de conocimientos de objetos, a saber, conocimiento directo y conocimiento por descripción. De éstos sólo el primero lleva el propio objeto ante la mente. Tenemos conocimiento directo de datos sensibles, de muchos universales y posiblemente de nosotros mismos, pero no de objetos físicos o de otras mentes. Tenemos conocimiento descriptivo de un objeto cuando sabemos que es el objeto que tiene alguna propiedad o propiedades de las que tenemos conocimiento directo; es decir, cuando sabemos que la propiedad o propiedades en cuestión pertenecen a un objeto y a ninguno más, se nos dice que tenemos conocimiento de este objeto único por descripción, tanto si tenemos conocimiento directo del objeto como si no. Nuestro conocimiento de objetos físicos y de otras mentes es sólo conocimiento por descripción, estando implicadas las descripciones normalmente como datos sensibles. Todas las proposiciones inteligibles para nosotros, tanto si se refieren originariamente, como si no, a cosas que sólo conocemos por descripción, están enteramente formadas por componentes de los que tenemos conocimiento directo, pues un componente del que no tenemos conocimiento directo es ininteligible para nosotros. Encontramos que un juicio no está formado por componentes mentales llamados «ideas», sino que consiste en un acontecimiento cuyos componentes son una mente[52] y determinados objetos, particulares o universales. (Uno al menos ha de ser universal). Cuando se analiza correctamente un juicio, los objetos que son sus componentes deben ser todos ellos objetos de los que tenga conocimiento directo la mente que es un componente suyo. Esta conclusión nos obliga a analizar frases descriptivas que aparezcan en proposiciones, y decir que los objetos indicados por tales frases no son componentes de juicios en los que tales frases aparecen (a no ser que estos objetos estén mencionados explícitamente). Esto nos lleva a la opinión (recomendada sólo en términos puramente lógicos) de que cuando decimos «el autor de Marmion era el autor de Waverley», el propio Scott no es un componente de nuestro juicio, y que el juicio no se puede explicar diciendo que afirma identidad de denotación con diversidad de significado. Tampoco, evidentemente, afirma identidad de significado. Tales juicios, por lo tanto, sólo se pueden analizar desmenuzando las frases descriptivas, introduciendo una variable y convirtiendo en funciones proposicionales a los sujetos últimos. En realidad, «el fulano de tal como tal o cual» significará que «x es fulano de tal y nada más, y x es tal o cual» puede ser cierto. El análisis de tales juicios encierra muchos problemas nuevos, pero su estudio no se emprenderá en este artículo.