La Doctrina Secreta Tomo III

Estancia X La historia de la cuarta raza

Estancia X La historia de la cuarta raza

38. El nacimiento de la Cuarta Raza (Atlante). 39. Las subrazas de la Cuarta Humanidad principian a dividirse y mezclarse; forman ellas las primeras razas mixtas de varios colores. 40. La superioridad de los Atlantes sobre otras Razas. 41. Caen ellos en el pecado y engendran hijos y monstruos. 42. Los primeros gérmenes del antropomorfismo y de la religión sexual. Pierden ellos su «tercer ojo».

38. ASÍ, DE DOS A DOS, EN LAS SIETE ZONAS, LA TERCERA RAZA DIO NACIMIENTO A LA CUARTA; LOS SURA SE CONVIRTIERON EN[534] A-SURA.

39. LA PRIMERA[535], EN TODAS LAS ZONAS, FUE DEL COLOR DE LA LUNA[536]; LA SEGUNDA AMARILLA COMO EL ORO; LA TERCERA ROJA; LA CUARTA DE COLOR OSCURO, QUE SE TORNÓ NEGRO POR EL PECADO[537]. LOS SIETE PRIMEROS VÁSTAGOS HUMANOS FUERON TODOS DE UN COLOR[538]. LOS SIETE SIGUIENTES[539] PRINCIPIARON A MEZCLARSE[540].

Para comprender la Sloka 38 debe leerse juntamente con las Slokas de la Estancia IX. Hasta este punto de la evolución, el hombre pertenece más a la naturaleza metafísica que a la física. Solo después de la llamada CAÍDA, fue cuando las Razas principiaron a desarrollar con rapidez la forma puramente humana. A fin de que el estudiante pueda comprender correctamente todo el sentido de la Caída, tan mística y trascendental en su verdadera significación, tiene desde luego que conocer los detalles que la precedieron, puesto que la Teología moderna ha hecho del suceso un eje en que hace girar sus creencias y dogmas más absurdos y perniciosos.

Los Comentarios Arcaicos, como el lector recordará, explican que de la Hueste de los Dhyânis, a quienes correspondía encarnar como Egos de las Mónadas inmortales, pero inconscientes en este plano, algunos «obedecieron» (a la Ley de Evolución), tan pronto como los hombres de la Tercera Raza estuvieron fisiológica y físicamente en disposición para ello, esto es, cuando se separaron en sexos. Éstos fueron los primeros Seres conscientes, que añadiendo entonces el conocimiento consciente y la voluntad a su pureza divina inherente, crearon por Kriyâshakti al hombre semidivino, que fue en la Tierra la Semilla de futuros Adeptos. Por otro lado, aquellos que celosos de su libertad intelectual —libre como entonces se hallaba de los lazos de la Materia— dijeron: «Podemos escoger… poseemos la sabiduría[541]», y encarnaron así mucho después, éstos tenían el primer castigo kármico preparado. Tuvieron ellos cuerpos inferiores (fisiológicamente) a sus Modelos Astrales, porque sus Chhâyâs habían pertenecido a Progenitores de un grado inferior en las siete Clases. En cuanto a los «Hijos de la Sabiduría», que difirieron su encarnación hasta la Cuarta Raza, ya manchada (fisiológicamente) con el pecado y la impureza, produjeron una causa terrible, cuyo resultado kármico pesa sobre ellos hasta hoy día. Se produjo en ellos mismos, y se convirtieron en portadores de la semilla de iniquidad por evos futuros, porque los cuerpos que tuvieron que animar se habían corrompido a causa de su retraso[542].

Ésta fue la «Caída de los Ángeles», debida a su rebelión contra la Ley Kármica. La «Caída del hombre» no fue caída, porque era irresponsable. Pero como la «creación» fue inventada en el sistema dualístico como «prerrogativa de Dios solo» —el legítimo atributo patentado por la Teología con el nombre de una Deidad infinita de su propia hechura—, el poder de Kriyâshakti fue considerado «Satánico», y como una usurpación de los derechos divinos. Así, a la luz de tan estrechos puntos de vista, lo anterior ha de ser considerado como una terrible calumnia contra el hombre «creado a imagen de Dios», y como una blasfemia aún más espantosa ante la letra muerta del dogma.

«Vuestra doctrina —se ha dicho ya a los Ocultistas— hace del hombre creado del polvo a imagen de su Dios, un vehículo del Demonio, desde el principio».

«¿Por qué hacéis de vuestro Dios un Demonio, creados ambos, además, a vuestra propia imagen?» —es nuestra contestación.

La interpretación esotérica de la Biblia, sin embargo, refuta suficientemente esta invención calumniosa de la Teología; la Doctrina Secreta debe algún día convertirse en el justo Karma de las Iglesias, que son más anticristianas que puedan serlo las asambleas representativas de los materialistas y ateos más extremados.

El verdadero significado de la antigua doctrina de los «Ángeles Caídos», en su sentido antropológico y evolucionario, se halla contenido en la Kabalah, y explica la Biblia. Encuéntrase de modo prominente en el Génesis, cuando éste se lee con el espíritu de investigación de la verdad, sin mirar al dogma y sin opiniones preconcebidas. Esto se prueba fácilmente. En el Génesis (VI), los «Hijos de Dios» —B’ne Aleim— se enamoran de las hijas de los hombres, se casan y revelan a sus esposas los misterios que ilícitamente aprendieron en el Cielo, según Enoch; y ésta es la «Caída de los Ángeles[543]». «Pero ¿qué es, en realidad?, ¿el mismo Libro de Enoch, del cual el autor del Apocalipsis y hasta el San Juan del Cuarto Evangelio[544]? han hecho tantas citas» Sencillamente un Libro de Iniciación, que da en alegoría y fraseología cautelosa el programa de ciertos Misterios Arcaicos ejecutados en los Templos interiores. El autor de los Sacred Mysteries among the Mayas and Quiches sugiere muy justamente que las llamadas «Visiones» de Enoch se refieren a sus experiencias (las de Enoch) en la Iniciación y a lo que aprendió en los Misterios; mientras que, por otra parte, comete el gran error de declarar que Enoch los había aprendido antes de convertirse al Cristianismo (!!); además, cree que su libro fue escrito al principio de la Era cristiana, cuando… las costumbres y la religión de los egipcios estaban en decadencia. Esto es apenas posible, puesto que Judas en su Epístola[545] cita del Libro de Enoch; y por lo tanto, según observa el Arzobispo Laurence, traductor del Libro de Enoch de la versión etíope, «no podía ser producto de un escritor que viviera después… o fuera tan siquiera contemporáneo de los escritores del Nuevo Testamento», a menos que, verdaderamente, Judas y los Evangelios, y todo lo demás fuesen también un producto de la Iglesia ya establecida, lo cual, dicen algunos críticos, no es imposible. Pero ahora lo que más nos interesa son los «Ángeles Caídos» de Enoch, más bien que Enoch mismo.

En el exoterismo indo, estos Ángeles (Asuras) son también denunciados como «enemigos de los Dioses»; los que se oponen al culto de los sacrificios ofrecidos a los Devas. En la Teología Cristiana se mencionan en general como «Espíritus Caídos» a los héroes de varias leyendas contradictorias, tomadas de fuentes paganas. La coluber tortuosus, la «serpiente tortuosa», calificación que se dice originada entre los judíos, tenía un significado completamente distinto antes de que la Iglesia Romana la desnaturalizara; entre otros, un sentido puramente astronómico.

A la «Serpiente» caída de lo alto (deorsum fluens) se la atribuía la posesión de las Llaves del Imperio de la Muerte () hasta el día en que Jesús la vio caer «como un relámpago… del cielo[546]», no obstante, la interpretación católico romana de «cadebat ut fulgur». Significa ello, en realidad, que hasta «los demonios están sujetos» al Logos, el cual es la Sabiduría, pero al mismo tiempo, como contrario de la ignorancia, es Satán o Lucifer. Esta observación se refiere a la Sabiduría divina, cayendo como un relámpago y avivando así las inteligencias de los que luchan contra los demonios de la ignorancia y de la superstición. Hasta el tiempo en que la Sabiduría, en la forma de los Espíritus encarnantes, de MAHAT descendió de lo alto para animar y llamar a la Tercera Raza a la vida real consciente, la Humanidad, si así puede llamársele en su estado animal e inconsciente, estaba, por supuesto, condenada a la muerte, tanto moral como física. Los Ángeles caídos en la generación son mencionados metafóricamente como Serpientes y Dragones de Sabiduría. Por otra parte, considerados desde el punto de vista del LOGOS el Salvador Cristiano, lo mismo que Krishna, ya sea como hombre o como Logos, puede decirse que ha salvado, a los que han creído en las Enseñanzas Secretas, de la «muerte eterna», y que ha vencido al Reino de las Tinieblas o Infierno, como hacen todos los Iniciados. Ésta es la forma humana terrestre de los Iniciados, y también —por razón de que el Logos es Cristos— el «principio» de nuestra naturaleza interna que desarrolla en nosotros el Ego Espiritual —el Ser Superior— formado de la unión indisoluble del Buddhi, el sexto «principio», y la eflorescencia espiritual de Manas, el quinto[547]. «El Logos es Sabiduría pasiva en el Cielo, y Sabiduría activa, por sí, en la Tierra», según se nos enseña. Es el Matrimonio del «Hombre Celeste» con la «Virgen del Mundo» o la Naturaleza, según está descrito en el Pymander: cuyo resultado es su progenie —el hombre inmortal. Esto es lo que en el Apocalipsis de San Juan[548] se llama el matrimonio del Cordero con su Prometida. A esta «esposa» se la identifica ahora con la Iglesia de Roma, debido a la interpretación arbitraria de sus partidarios. Pero parece que olvidan que su ropa puede estar «limpia y blanca» exteriormente, como «el sepulcro blanqueado», y que la corrupción de que está llena por dentro no es la «rectitud de los santos[549]», sino más bien la sangre de los santos a que «ha dado muerte en la tierra[550]». Así, la observación del gran Iniciado en Lucas —refiriéndose alegóricamente al rayo de la luz y de la razón, cayendo como un relámpago de lo alto en los corazones y mentes de los convertidos a la antigua Religión de la Sabiduría, presentada entonces bajo una nueva forma por el sabio Adepto Galileo[551]— fue desfigurada hasta el punto de no ser reconocible, como también pasó con su propia personalidad, siendo arreglada para amoldarla al más cruel y pernicioso de todos los dogmas teológicos.

Pero si bien la Teología occidental posee sola la patente y propiedad de Satán, en todo el horror dogmático de esa ficción, otras nacionalidades y religiones han cometido iguales yerros en su falsa interpretación de una doctrina que es uno de los conceptos más profundamente filosóficos e ideales del pensamiento antiguo. La han desfigurado, a la vez que han indicado el correcto significado, en sus numerosas alegorías sobre el asunto. Tampoco han dejado los dogmas semiesotéricos del Indoísmo Puránico, de desenvolver símbolos y alegorías muy sugestivos referentes a los dioses rebeldes y caídos. Los Purânas están llenos de ellos; y vemos una indicación directa de la verdad en las frecuentes alusiones de Parâshara, en el Vishnu Purâna, a todos esos Rudras, Rishis, Asuras, Kumâras y Munis, que tienen que nacer en cada edad, esto es, reencarnar en cada Manvantara. Esto, esotéricamente, equivale a decir que las «Llamas», nacidas de la Mente Universal, o Mahat, debido a las misteriosas operaciones de la Voluntad Kármica, y al impulso de la Ley de Evolución, tenían que venir —sin transición gradual alguna— a esta Tierra, después de haber atravesado, según el Pymander, los «Siete Círculos de Fuego», o, en una palabra, los Siete Mundos intermedios.

Hay una Ley Cíclica Eterna de Renacimientos, y la serie, en cada Amanecer Manvantárico, hállase encabezada por aquellos que han gozado durante evos incalculables, del descanso de sus reencarnaciones en Kalpas anteriores, por los primeros y más elevados Nirvânis. Tocóles a estos «Dioses» encarnar en el presente Manvantara: de aquí su presencia en la Tierra y las alegorías resultantes; de aquí, también, la perversión del significado primitivo[552]. Los Dioses que habían «caído en la generación», cuya misión era completar al Hombre Divino, son encontrados más tarde representados como Demonios, Malos Espíritus y Diablos, en contienda y guerra con los Dioses, o agentes irresponsables de la Ley Eterna única. Pero jamás hubo la intención de significar criaturas tales como los Demonios y el Satán de las religiones cristiana, judía y mahometana, con estas mil y una alegorías arias[553].

El verdadero punto de vista Esotérico acerca de «Satán», la opinión que sobre este asunto tenía toda la filosofía antigua, hállase admirablemente presentado en un Apéndice titulado «El Secreto de Satán», de la segunda edición del Perfect Way[554], de la doctora Anna Kingsford. No podría ofrecerse al lector inteligente ninguna indicación mejor ni más clara, por lo cual lo citamos aquí con alguna extensión:

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Pues como se dice en Hermes:

20…Satán es el guardián de la puerta del Templo del Rey, —mantiénese él en el pórtico de Salomón; guarda las Llaves del Santuario.

21. Para que no penetre ningún hombre excepto los ungidos, que poseen el arcano de Hermes.

Estos versículos sugestivos y majestuosos se referían, entre los antiguos egipcios y otros pueblos civilizados de la antigüedad, a la Luz del Logos creadora y generadora —Horus, Brahmâ, Ahura Mazda, etc., como manifestaciones primarias del Principio Siempre-inmanifestado, ya se le llame Ain Suph, Parabrahman, Zeruâna Akerne, o Tiempo Sin límites, Kâla—, aunque el sentido está degradado ahora en la Kabalah. El «Ungido» —que posee los secretos y misterios de Hermes, o Budha, la Sabiduría, y que solo es el guardián de las «Llaves del Santuario», la Matriz de la Naturaleza, a fin de fructificarla y llamarla a la vida activa y ser el Kosmos todo— se ha convertido entre los judíos en Jehová, el «Dios de la Generación» en la Montaña Lunar —Sinaí, la Montaña de la Luna (Sin). El «Santuario» se ha convertido en el «Santo de los Santos», y el arcano ha sido antropomorfizado, hecho fálico, y arrastrado, verdaderamente, dentro de la Materia. De aquí surgió la necesidad de hacer del «Dragón de Sabiduría», la «Serpiente» del Génesis: del Dios consciente que necesitaba un cuerpo, para revestir su divinidad demasiado subjetiva, Satán. Pero las «innumerables encarnaciones del Espíritu», y la incesante pulsación y corriente del Deseo[559], se refieren, las primeras a nuestra doctrina de Renacimientos Kármicos y Cíclicos, y las segundas a Eros, no al último Dios del amor material, fisiológico, sino al Deseo Divino en los Dioses, lo mismo que en la Naturaleza, de crear y dar vida a Seres. Esto solo los Rayos de la LLAMA una, «Oscura», por ser invisible e incomprensible, podían llevarlo a cabo por sí mismos, descendiendo en la Materia. Por tanto, según continúa el Apéndice XV:

12. Muchos son los nombres que Dios le ha dado [a Satán], nombres de misterio, secretos y terribles.

13…El Adversario, porque la Materia se opone al Espíritu y el Tiempo acusa hasta a los santos del Señor.

28. Temedle, y no pequéis: pronunciad su nombre temblando…

29. Pues Satán es el magistrado de la justicia de Dios [Karma]; él tiene la balanza y la espada.

31. Pues a él le están encomendados el Peso, la Medida y el Número.

Compárese la última sentencia con lo que dice el Rabino que explica la Kabalah al Príncipe en el Libro de Al Chazari, y se verá que el Peso, la Medida y el Número son, en el Sepher Yetzirah, los atributos de los Sephiroth (los tres Sephrim, o cifras) que cubren todo el número colectivo 10; y que los Sephiroth son el Adam Kadmon colectivo, el «Hombre Celeste» o el Logos. —De este modo Satán y el Ungido estaban identificados en el pensamiento antiguo. Por tanto:

33. Satán es el Ministro de Dios, Señor de las siete mansiones del Hades, el Ángel de los Mundos manifestados.

Los siete Lokas, o Saptaloka, de la Tierra entre los indos; pues el Hades o el Limbo de Ilusión, del cual la Teología hace una región fronteriza del Infierno, es simplemente nuestro Globo, la Tierra, y por esto Satán es llamado el «Ángel de los mundos manifestados».

«Satán es el Dios de nuestro planeta y el Dios único», y esto sin ninguna alusión metafórica a su maldad y perversidad. Pues él es uno con el Logos.

El primero y el «mayor de los Dioses», en el orden de la evolución microcósmica [divina], Saturno (Satán) [astronómicamente], es el séptimo y el último en el orden de la emanación macrocósmica, siendo la circunferencia del Reino del cual Febo [sabiduría] [la Luz de la Sabiduría y también el Sol] es el centro.

Los gnósticos tenían, pues, razón en llamar al Dios judío un «Ángel de la Materia», o el que infundió vida (consciente) a Adam, y cuyo Planeta era Saturno.

34. Y Dios puso un cinturón sobre sus lomos [los anillos de Saturno], y el nombre del cinturón es la Muerte.

En la Antropogonía, este «cinturón» es el cuerpo humano con sus dos principios inferiores. Los tres mueren, mientras el Hombre interno es inmortal. Y ahora nos aproximamos al «Secreto de Satán».

37. …Solo sobre Satán recae la vergüenza de la generación.

38. Él ha perdido su estado virginal [lo mismo que el Kumâra, al encarnar] al descubrir secretos celestes, entró en la esclavitud.

39. Él circuye con lazos y limita todas las cosas…

42. Dos son los ejércitos de Dios: en el cielo las huestes de Miguel; en el abismo [el mundo manifestado] las legiones de Satán.

43. Éstos son el Inmanifestado y el Manifestado; el libre y el sujeto [en la Materia]; el virginal y el caído.

44. Y ambos son los ministros del Padre, cumplimentando la Palabra divina,

Por lo tanto,

55. Santo y venerable es el Sabbath de Dios: bendito y santificado es el nombre del Ángel del Hades [Satán].

Pues:

41. La gloria de Satán es la sombra del Señor [Dios en el «Mundo manifestado»] el trono de Satán es el escabel de Adonai [todo el Kosmos].

Por tanto, cuando la Iglesia maldice a Satán, maldice la reflexión Kósmica de Dios; anatematiza a Dios manifestado en la Materia o en lo objetivo; maldice a Dios, o a la Sabiduría por siempre incomprensible, revelándose como Luz y Sombra, Bien y Mal en la Naturaleza, en la única manera comprensible a la limitada inteligencia del Hombre.

Ésta es la interpretación verdadera, filosófica y metafísica de Samael, o Satán, el Adversario en la Kabalah; encontrándose la misma doctrina y espíritu en las interpretaciones alegóricas de todas las demás religiones antiguas. Este punto de vista filosófico no interviene, sin embargo, en los anales históricos relacionados con él. Decimos «históricos» porque la alegoría y la ornamentación mítica alrededor del meollo de la tradición no impide en modo alguno a este meollo de ser un registro de sucesos verdaderos relacionados con ella. Así, la Kabalah, al repetir las revelaciones honradas por el tiempo de lo que fue una vez la historia universal de nuestro Globo y de la evolución de sus Razas, la ha presentado bajo la forma legendaria de los diversos anales que han formado la Biblia. Su fundamento histórico, cualquiera que sea su forma imperfecta, lo ofrecemos ahora en estas páginas tomadas de la Doctrina Secreta del Oriente; y así, el significado alegórico y simbólico de la Serpiente del Génesis se encuentra explicado por los «Hijos de la Sabiduría» —o Ángeles de altas Esferas, aun cuando todos y cada uno pertenecen al reino de Satán, o la Materia— revelando a los hombres los misterios del Cielo. De aquí también que todos los llamados mitos de los Panteones indo, griego, caldeo y judío se encuentren cimentados en los hechos y en la verdad. Los Gigantes del Génesis son los históricos Atlantes de Lankâ, y los Titanes griegos.

¿Quién puede olvidar que Troya fue una vez, proclamada un mito, y Homero un personaje sin realidad, mientras que la existencia de ciudades como Herculano y Pompeya era negada, atribuyéndose a meras leyendas de hadas? Sin embargo, Schliemann ha probado que Troya existió realmente, y las otras dos ciudades, aunque enterradas durante largos siglos bajo la lava del Vesubio, han tenido su día de resurrección, y viven nuevamente sobre la superficie de la Tierra. Cuántas ciudades y localidades más, llamadas «fabulosas», están en la lista de los descubrimientos futuros; cuántos personajes más, considerados como míticos[560], se convertirán un día en históricos, solo pueden decirlo los que leen los decretos del Destino en la Luz Astral.

Sin embargo, como las enseñanzas de la Doctrina Secreta han sido siempre conservadas secretas, y como el lector no puede esperar que se le enseñen los textos originales a menos de que se haga discípulo aceptado, los versados en el latín y el griego deben volverse a los textos originales de la literatura hermética. Lean, por ejemplo, con cuidado las primeras páginas del Pymander de Hermes Trimegisto, y verán nuestras doctrinas corroboradas allí, por más velado que esté su texto. Encontrarán también la evolución del Universo, de nuestra Tierra, llamada «Naturaleza» en el Pymander, así como todo lo demás, desde el «Principio Húmedo» o el gran Océano, PADRE-MADRE, la primera diferenciación del Kosmos manifestado. Primero, la «Mente Universal», que el traductor cristiano metamorfoseó en las primeras interpretaciones, en Dios, el Padre; luego el «Hombre Celeste[561]», el gran Total de aquella Hueste de Ángeles, que era demasiado pura para la creación de los Mundos inferiores o de los Hombres de nuestro Globo, pero que, sin embargo, cayó en la Materia, en virtud de esa misma evolución, como el Segundo Logos del «Padre[562]».

Sintéticamente, todo Logos Creador, o el «Hijo que es uno con el Padre», es en sí mismo la Hueste de los Rectores del Mundo. Hasta la misma Teología cristiana hace de los siete «Ángeles de la Presencia» las Virtudes, o los atributos personificados de Dios, los cuales, siendo creados por él, como los Manus lo fueron por Brahmâ, se convirtieron en Arcángeles. La misma Teodicea católico romana, al reconocer en su Verbum Princeps la cabeza de estos Ángeles (caput angelorum) y el Ángel del gran Consejo (magni consilii angelus), reconoce con esto la identidad de Cristo con ellos.

«Los Sura se convirtieron en A-Sura», los Dioses se tornaron No-Dioses —dice el texto—; esto es, los Dioses se convirtieron en Demonios, Satán, cuando se lee literalmente. Pero ahora se mostrará, según la enseñanza de la Doctrina Secreta, a Satán alegorizado como Bien y Sacrificio, como un Dios de Sabiduría bajo diferentes nombres.

La Kabalah enseña que el orgullo y la presunción (los dos principales motores del Egoísmo y Egotismo) son las causas que despoblaron el Cielo de una tercera parte de sus habitantes divinos, místicamente considerados, y de un tercio de las estrellas, astronómicamente; en otras palabras, la primera declaración es una alegoría, y la segunda un hecho. Lo primero, sin embargo, está, según se ha mostrado, íntimamente relacionado con la humanidad.

A su vez, los Rosacruces, que conocían muy bien el significado secreto de la tradición, lo guardaban para sí, enseñando solamente que la creación toda fue debida y resultó de esa legendaria «Guerra en el Cielo», producida por la rebelión de los Ángeles[563] contra la Ley Creadora o el Demiurgo. Esta declaración es correcta, pero el sentido interno es hasta hoy un misterio. El eludir más explicaciones de la dificultad acudiendo al misterio divino o al pecado de inquirir en su modo de ser, es no decir absolutamente nada. Puede ello satisfacer a los creyentes en la infalibilidad del Papa, pero difícilmente satisfará a la mente filosófica. Sin embargo, la verdad, aunque conocida de casi todos los kabalistas elevados, jamás ha sido dicha por ninguno de ellos. Todos los kabalistas y simbologistas han mostrado una extremada repugnancia a confesar el significado primitivo de la Caída de los Ángeles. En un cristiano, semejante silencio es completamente natural. Ningún alquimista ni filósofo de la Edad Media hubiera podido decir[564] aquello que a la vista de la Teología ortodoxa era una terrible blasfemia, pues ello les hubiera directamente conducido, por medio del «Santo» Oficio de la Inquisición, al tormento y a la hoguera. Pero para nuestros kabalistas y librepensadores modernos, el caso es diferente. Para estos últimos, nos tememos que sea puramente orgullo humano, vanidad basada en una superstición ruidosamente rechazada, pero imborrable. Desde que la Iglesia, en su lucha con el maniqueísmo, inventó al Demonio, y colocando un apagador teológico en la radiante Estrella-Dios, Lucifer, el «Hijo de la Mañana», creó así la más gigantesca de todas sus paradojas, una Luz negra y tenebrosa, el mito ha hundido demasiado sus raíces en el suelo de la fe ciega, para permitir en nuestra época (aun a aquellos que no están conformes con sus dogmas, y que se ríen de su Satán con cuernos y patihendido) el dar valientemente la cara y confesar la antigüedad de la más remota de todas las tradiciones. Brevemente dicho, se trata de lo siguiente: Semiexotéricamente, al «Primogénito» del Todopoderoso —Fiat Lux— o a los Ángeles de la Luz Primordial, se les ordenó crear; la tercera parte de ellos se rebelaron y se negaron; mientras que los que «obedecieron» como hizo Fetahil, fracasaron de un modo marcadísimo.

Para comprender la negación y el fracaso en un significado físico exacto, hay que estudiar y comprender la Filosofía Oriental; hay que conocer las doctrinas fundamentales de los vedantinos, respecto de la completa ilusión de atribuir actividad funcional a la Deidad Absoluta e Infinita. La Filosofía Esotérica sostiene que durante los Sandhyâs, el «Sol Central» emite Luz Creadora, pasivamente, por decirlo así. La causalidad está latente. Solo durante los períodos de actividad del Ser es cuando da el lugar a un curso de Energía incesante, cuyas corrientes vibratorias adquieren más actividad y potencia a cada peldaño de la escala hebdómada del Ser que ellas descienden. Así se hace comprensible cómo el proceso de «crear», o más bien de formar el Universo orgánico, con todas las unidades de los siete reinos, requiere Seres inteligentes, que colectivamente se convirtieron en un Ser o Dios Creador, diferenciado ya de la Unidad Absoluta única, puesto que ésta no tiene relación con la «creación» condicionada[565].

Ahora bien; el Manuscrito que hay en el Vaticano, de la Kabalah —cuya única copia (en Europa) se dice que ha estado en poder del Conde de St. Germain— contiene la exposición más completa de la doctrina, incluso la versión peculiar aceptada por los Luciferianos[566] y otros gnósticos: y en ese pergamino se dan los «Siete Soles de la vida» en el orden en que se encuentran en el Saptasûrya. Sin embargo, solo cuatro de éstos se mencionan en las ediciones de la Kabalah que pueden conseguirse en las bibliotecas públicas, y aun esto en una fraseología más o menos velada. No obstante, aun este reducido número es más que suficiente para demostrar un origen idéntico, pues se refiere al grupo cuaternario de los Dhyân Chohans, y prueba que la especulación tuvo su origen en las Doctrinas Secretas de los Arios. Como es bien sabido, la Kabalah no se originó con los judíos, pues éstos adquirieron sus ideas de los caldeos y egipcios.

Así, pues, hasta las enseñanzas exotéricas Kabalistas hablan de un «Sol Central» y de tres Soles secundarios en cada sistema Solar, incluso el nuestro. Según se indica en esa hábil obra, aunque demasiado materialista, New Aspects of Life and Religion, que es una sinopsis de las opiniones de los kabalistas en un aspecto profundamente meditado y asimilado:

El sol central… era para ellos [lo mismo que para los Arios] el centro de reposo; el centro hacia el cual todo movimiento debía ser referido en último término. Alrededor de este sol central… el primero de los tres… soles del sistema… giraba en un plano polar… el segundo, en un plano ecuatorial… [y solo el tercero era nuestro sol visible]. Estos cuatro cuerpos solares fueron los órganos de cuya acción depende lo que el hombre llama la creación; la evolución de la vida en el planeta tierra. Los canales por medio de los cuales la influencia de estos cuerpos fue transmitida a la tierra, sostenían ellos [los kabalistas] que es eléctrica… La energía radiante que fluye del sol central[567] llamó la tierra al ser como un globo acuoso… [cuya tendencia], como núcleo de un cuerpo planetario, era precipitarse hacia el sol (central)… dentro de cuya esfera de atracción había sido creada… Pero la energía radiante, electrizando a ambos igualmente, los mantuvo separados, cambiando así el movimiento hacia el centro de atracción en movimiento alrededor del mismo, que el planeta en revolución [la tierra] trataba así de alcanzar.

En la célula orgánica encontró el sol visible su matriz propia y produjo por su medio el reino animal [a la vez que maduraba el vegetal], colocando finalmente a su cabeza al hombre, en quien, por la acción animadora de ese reino, se originó la célula psíquica. Pero el hombre colocado así a la cabeza del reino animal, a la cabeza de la creación, era el hombre animal, el sin alma, el perecedero… De aquí que el hombre, aunque aparentemente corona de la creación, haya marcado con su advenimiento el término de la misma, toda vez que la creación al culminar en él, había entrado a su muerte en la decadencia[568].

Citamos aquí la opinión kabalística para mostrar su perfecta identidad con la Doctrina Oriental. Explíquese o complétese la enseñanza de los Siete Soles con los siete sistemas de Planos del Ser, de los cuales los «Soles» son los cuerpos centrales, y se tendrán los siete Planos Angélicos, cuya «Hueste», colectivamente, forman los Dioses de los mismos[569]. Son ellos el Grupo Capital dividido en cuatro Clases, desde la incorpórea hasta la semicorpórea. Estas clases están directamente relacionadas —aun cuando de modos muy distintos por lo que respecta a relaciones y funciones volitivas— con nuestra humanidad. Son ellas tres, sintetizadas por la cuarta, la primera y más elevada, que se llama el «Sol Central» en la doctrina kabalista que acabamos de citar. Ésta es la gran diferencia entre la Cosmogonía semítica y la aria; la una materializando, humaniza los misterios de la naturaleza; la otra espiritualiza la Materia, y supedita siempre su fisiología a lo metafísico. De este modo, aun cuando el séptimo «principio» llega al hombre a través de todas las fases del Ser, puro por ser elemento indeterminado y unidad impersonal, pasa por medio [la Kabalah dice procedente] del Sol Central Espiritual y del Grupo segundo, el Sol Polar, que radian ambos su Âtmâ en el hombre. El Grupo Tercero, el Sol Ecuatorial, une Buddhi a Âtma y a los atributos superiores de Manas; mientras que el Grupo Cuarto, el Espíritu de nuestro Sol visible, le dota de Manas y de su vehículo, el Kâma Rûpa, o cuerpo de pasiones y deseos: los dos elementos de Ahamkâra que desarrollan la conciencia individualizada, el Ego personal. Finalmente, el Espíritu de la Tierra, en su triple unidad, es el que construye el Cuerpo Físico, atrayendo a él los Espíritus de la Vida y formando su Linga Sharira.

Pero todas las cosas proceden cíclicamente, la evolución del hombre lo mismo que la de todo lo demás, y el orden en que aquél se desenvuelve se describe por completo en las Enseñanzas Orientales, mientras que en la Kabalah solo se hacen indicaciones. El Libro de Dzyan dice respecto del Hombre Primordial, cuando por vez primera fue educido por el «Sin hueso», el Creador Incorpóreo:

Primero el Soplo, luego Buddhi y el Hijo-Sombra [el Cuerpo] fueron «creados». Pero ¿dónde estaba el Eje [el Principio Medio, Manas]? El hombre está condenado. Cuando están solos, el Indeterminado [elemento Indiferenciado] y el Vâhan [Buddhi] —la Causa de lo Sin-Causa— sepáranse completamente de la vida manifestada.

«A menos —explica el Comentario— que sean unidos y mantenidos juntos por el principio medio, el vehículo de la conciencia personal de Jîva».

En otras palabras, los dos «principios» superiores no pueden tener individualidad en la Tierra, no pueden ser el hombre a menos que haya: (a) la Mente, el Ego-Manas, que se reconozca a sí mismo, y (b) la falsa Personalidad terrestre, o el Cuerpo de deseos egoístas y de la Voluntad personal, para ligar el todo como alrededor de un eje —lo cual es cierto— a la forma física del hombre. El quinto y el cuarto «principios[570]» —Manas y Kâma Rûpa— son los que contienen la Personalidad dual; el Ego real e inmortal, si se asimila a los dos superiores, y la Personalidad falsa y transitoria, el Cuerpo Mâyâvi o Astral, llamado Alma animal humana —teniendo que estar ambos estrechamente mezclados al objeto de una existencia terrestre completa. Encarnad la Mónada Espiritual de un Newton, injertada en la del santo más grande de la Tierra, en el cuerpo físico más perfecto que podáis imaginar, esto es, en un Cuerpo de dos principios y hasta de tres, compuesto de su Sthûla Sharîra, Prâna (el Principio de Vida) y el Linga Sharîra; y si le faltan sus «principios» medio y quinto, habréis creado un idiota, o cuando más una apariencia hermosísima sin alma, vacía e inconsciente. El «Cogito ergo sum» no tiene sitio en el cerebro de una criatura semejante, al menos no en este plano.

Hay estudiantes, sin embargo, que hace tiempo que han comprendido el sentido filosófico que se halla en el fondo de la alegoría (tan torturada y desfigurada por la Iglesia Romana), de los «Ángeles Caídos».

El reino de los espíritus y de la acción espiritual, que fluye y es el producto de la volición del espíritu, está fuera, es opuesto y se halla en contradicción con el reino de las almas [divinas] y de la acción divina[571].

Según se expresa el texto del Comentario XIV:

Lo semejante produce lo semejante y no más, en el génesis del Ser, y la evolución con sus leyes condicionales y limitadas viene después. Los Existentes por sí mismos[572] son llamados «Creaciones», porque aparecen en el Espiritual Rayo, manifestados por la potencia inherente de su Naturaleza NO-NACIDA, que está fuera del tiempo y del Espacio [limitado o condicionado]. Los productos terrenales animados e inanimados, incluso la humanidad, son llamados falsamente creación y criaturas; ellos son solo el desarrollo [evolución] de los elementos determinados.

Dice además:

El Rûpa Celeste [Dhyân Chohan] crea [al hombre] en su propia forma; es una ideación espiritual resultante de la primera diferenciación y del primer despertar de la Substancia [manifestada] universal; esa forma es la Sombra ideal de sí misma: y éste es el Hombre de la Primera Raza.

Para expresarlo de un modo aún más claro, limitando la explicación a esta Tierra solamente, el deber de los Primeros Egos «diferenciados» —la Iglesia los llama Arcángeles— fue dotar a la Materia Primordial con el impulso evolucionario y guiar sus poderes constructores en la formación de sus producciones. Esto es a lo que se refieren las sentencias de la tradición, tanto Oriental como Occidental: «los Ángeles recibieron orden de crear». Después que la Tierra fue preparada por los Poderes inferiores y más materiales, y sus tres Reinos habían ya principiado su curso de «fructificar y multiplicarse», los Poderes superiores, los Arcángeles o Dhyânis fueron obligados por la Ley de Evolución a descender a la Tierra, para construir la corona de su evolución: el Hombre. De este modo los «Creados por Sí» y los «Existentes por Sí» proyectaron sus pálidas Sombras; pero el Tercer Grupo, los Ángeles del Fuego, se rebelaron y se negaron a unirse a sus compañeros Devas.

El exoterismo hindú los representa a todos como Yogis, cuya piedad les impulsó a negarse a «crear, —porque deseaban permanecer eternamente Kumâras—, Jóvenes Vírgenes», a fin de, a ser posible, anticiparse a sus compañeros en el progreso hacia el Nirvâna, la liberación final. Pero según la interpretación esotérica, fue un sacrificio de sí mismos en beneficio de la humanidad. Los «Rebeldes» no quisieron crear hombres irresponsables sin voluntad, como los hicieron los Ángeles «obedientes»; ni pudieron dotar a los seres humanos ni aun con el reflejo temporal de sus propios atributos; pues perteneciendo estos últimos a otro plano de conciencia mucho más elevado, dejarían al hombre por siempre irresponsable, interrumpirían cualquiera posibilidad de mayor progreso. La evolución espiritual y psíquica no es posible en la Tierra —el plano más bajo y material— para aquel que, por lo menos en este plano, sea perfecto de un modo inherente, y no pueda acumular mérito ni demérito. Si el Hombre hubiese permanecido siendo la pálida Sombra de la Perfección inmóvil, inerte e inmutable, atributo negativo y pasivo del verdadero Yo soy lo que soy, hubiera estado condenado a pasar por la vida en la Tierra como en un pesado sueño sin ensueños; y, por tanto, hubiera sido un fracaso en este plano. Los Seres, o el Ser, llamado colectivamente Elohim, que pronunció el primero (si, en efecto, fueron pronunciadas) las crueles palabras «Ved, el hombre se ha hecho como uno de nosotros para conocer el bien y mal; y ahora, no sea que alargue su mano, y coja también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre…» —tiene que haber sido verdaderamente el Ildabaoth, el Demiurgo de los Nazarenos, lleno de rabia y de envidia contra su propia criatura, cuya reflexión creó a Ophiomorphos. En este caso, es muy natural (aun desde el punto de vista de la letra muerta) considerar a Satán, la Serpiente del Génesis, como el verdadero creador y bienhechor, el Padre de la Humanidad Espiritual. Porque él fue el «Precursor de la Luz» el radiante y brillante Lucifer que abrió los ojos del autómata creado por Jehová, según se pretende. Y aquel que fue el primero en susurrar: «el día en que comáis de él, seréis como Elohim, conociendo el bien y el mal», solo puede considerarse bajo el aspecto de un Salvador «Adversario» de Jehová, espíritu usurpador, él permanece siendo en la Verdad Esotérica el «Mensajero» siempre amante, el Ángel, el Serafín y el Querubín, que sabía mucho y que amaba aún más, y que nos confirió la Inmortalidad Espiritual, en lugar de la Física; pues esta última sería una especie de inmortalidad estática, que hubiera transformado al hombre en un «judío Errante» incapaz de morir.

Según se refiere en Gnostics and their Remains de King, acerca de Ildabaoth, a quien varias sectas consideraban como el Dios de Moisés:

Ildabaoth estaba lejos de ser un espíritu puro; la ambición y el orgullo dominaban en su constitución. Por tanto, resolvió él romper toda relación con su madre, Achamoth, y crear un mundo solo para él. Ayudado por sus Seis Espíritus propios, creó al Hombre, destinándole a ser la imagen de su poder; pero fracasó completamente en su obra, pues su Hombre resultó un gran monstruo sin alma, que se deslizaba por la tierra. Los Seis Espíritus se vieron obligados a volver a traer su obra ante su padre para que la animase; así lo hizo comunicándole el rayo de Luz Divina que él mismo había heredado de Achamoth, quien, por esta pérdida, le castigó por su orgullo y presunción.

Favorecido así el hombre por Achamoth a costa de su propio hijo, siguió el impulso de la Luz Divina que ella le había transferido, reunió una cantidad mayor de la creación con que estaba mezclada, y principió a presentar no la imagen de su creador Ildabaoth, sino más bien la del Ser Supremo, el «Hombre Primordial». Ante este espectáculo, el Demiurgo se llenó de rabia y envidia por haber producido un ser tan superior a él. Sus miradas, inspiradas por sus pasiones, se reflejaron en el Abismo como en un espejo, la imagen se convirtió en instinto con vida, y surgió «Satán en forma de serpiente», Ophiomorphos, la encarnación de la envidia y de la astucia[573].

Esta es la versión exotérica de los gnósticos, y la alegoría, aunque es una versión sectaria, es sugestiva y parece verdadera en la vida. Es deducción natural del texto de la letra muerta, del cap. III del Génesis.

De ahí la alegoría de Prometeo, que roba el Fuego Divino para que los hombres prosigan conscientemente en el sendero de la Evolución Espiritual, transformando así al más perfecto de los animales de la Tierra en un Dios potencial, y dejando a su voluntad el «conquistar el reino de los cielos por la violencia». De ahí también la maldición pronunciada por Zeus contra Prometeo, y por Jehová-Ildabaoth contra su «hijo rebelde», Satán. Las nieves frías y puras del monte Cáucaso, y el fuego y las llamas perdurables y ardientes de un Infierno inextinguible, son dos polos opuestos, y sin embargo, la misma idea, el aspecto doble de una tortura refinada; un «Productor de fuego» —emblema personificado de (Phôsophoros) de la Luz y del Fuego Astrales en el Anima Mundi (ese Elemento del cual el filósofo materialista alemán Moleschott, decía «ohne Phosphor kein Gedanke», o «sin fósforo no hay pensamiento») —ardiendo en las fieras Llamas de sus Pasiones terrenales; la conflagración producida por su Pensamiento, distinguiendo, como lo hace ahora, el bien del mal, y sin embargo, esclavo de las pasiones de su Adán terrestre; sintiendo el buitre de la duda y de la conciencia completa, devorándole el corazón— un Prometeo verdaderamente, por ser una entidad consciente, y por tanto, responsable[574]. La maldición de la vida es grande, y sin embargo, exceptuando algunos místicos indos y Sufís, ¡cuán pocos son los que cambiarían todas las torturas de la vida consciente, todos los males de una existencia responsable, por la imperfección inconsciente, de un Ser incorpóreo pasivo (objetivamente), o tan siquiera por la inercia estática universal personificada en Brahmâ durante su «Noche» de Reposo! Pues, para citar un hábil artículo de uno[575] que, confundiendo los planos de existencia y de conciencia, fue víctima de sus errores:

Satán [o Lucifer] representa la Energía Activa, o como [M. Jules] Baissac la llama, la Energía «Centrífuga» del Universo [en su sentido cósmico]. Él es Fuego, Luz, Vida, Lucha, Esfuerzo, Pensamiento, Conciencia, Progreso, Civilización, Libertad, Independencia. Al mismo tiempo es el Dolor que es la Reacción del Placer de la Acción, y la Muerte (que es la Revolución de la Vida). Satán, ardiendo en su propio Infierno, producido por la furia de su propio ímpetu: la desintegración expansiva de la Nebulosa que tiene que concentrarse en Nuevos Mundos. Y debidamente fue una y otra vez burlado por la Inercia Eterna de la Energía Pasiva del Kosmos —el «Yo soy» inexorable—, el Pedernal del que saltan las chispas. Y debidamente… son él y sus adherentes… consignados al «Mar de Fuego» —porque éste es el Sol [solo en un sentido en la alegoría cósmica], la Fuente de la Vida de nuestro sistema, en donde son purificados (queriendo decir con esto desintegrados) y agitados para su reconstrucción en otra vida (la Resurrección)— este Sol, el cual, como Origen del Principio Activo de nuestra Tierra, es a la vez el Hogar y la Fuente del Satán del Mundo…

Además, como para demostrar la exactitud de la teoría general de Baissac [en Le Diable et Satán], el frío se sabe que tiene un efecto «Centrípeto». Bajo la influencia del Frío todo se contrae… Bajo él la Vida inverna o muere, el Pensamiento se congela y el Fuego se extingue. Satán es inmortal en su propio Mar de Fuego; solamente en el «Nifl-Heim» [el frío Infierno de los Eddas escandinavos] del «Yo soy» es donde no puede existir. Pero a pesar de todo hay una especie de Existencia Inmortal en el Nifl-Heim, y esta Existencia debe ser Sin dolor y Apacible, porque es Inconsciente e Inactiva. En el reino de JEHOVA [si este Dios fuese todo lo que los judíos y cristianos pretenden] no hay miserias, ni guerras, ni casamientos, ni dar en casamiento, ni cambio, ni CONCIENCIA INDIVIDUAL[576]. Todo está absorbido en el espíritu del Todopoderoso. Es enfáticamente un Reino de Paz y de Sumisión leal, así como el del «Archi-Rebelde» lo es de Guerra y Revolución… Es [el primero] efectivamente lo que la Teosofía llama Nirvâna. Pero la Teosofía enseña que la Separación de la Fuente Primordial, una vez que ha tenido efecto, no puede alcanzarse la Reunión sino por el ESFUERZO DE LA VOLUNTAD, lo cual es claramente Satánico en el sentido de este trabajo[577].

Es «Satánico» desde el punto de vista del Romanismo ortodoxo, pues debido al prototipo de lo que se convirtió con el tiempo en el Demonio Cristiano (a los Radiantes Arcángeles, los Dhyân Chohans que se negaron a crear, porque querían que el Hombre llegase a ser su propio creador y un Dios inmortal) pueden los hombres alcanzar el Nirvâna y el Cielo de la Divina Paz celeste.

Para terminar este extenso comentario, la Doctrina Secreta enseña que los Devas del Fuego, los Rudras y los Kumâras, los «Ángeles Vírgenes» (a los cuales pertenecen los Arcángeles Miguel y Gabriel), los «Rebeldes» Divinos —llamados por los positivos judíos que todo lo materializan, los Nahash o «Desposeídos»— prefirieron la maldición de la encarnación y los largos ciclos de existencia terrestre y de renacimientos, a contemplar la desdicha, aunque inconsciente, de los seres como Sombras que emanaron de sus Hermanos, por la energía semipasiva de sus Creadores demasiado espirituales. Si «el uso de la vida del hombre debe ser tal que ni se animalice ni se espiritualice, sino se humanice[578]», entonces tiene que nacer humano y no angélico. He aquí por qué la tradición presenta a los Yogis celestes ofreciéndose víctimas voluntarias para redimir a la humanidad, la cual fue creada a semejanza de Dios y perfecta en un principio, dotándola de aspiraciones y afectos humanos. Para hacer esto tuvieron que abandonar su estado natural, descender a nuestro Globo y habitar en él durante todo el ciclo del Mahâyuga, cambiando así sus Individualidades impersonales por Personalidades individuales —la dicha de la existencia sideral por la maldición de la vida terrestre. Este sacrificio voluntario de los Ángeles del Fuego, cuya naturaleza era la Sabiduría y el Amor, ha sido transformado por las teologías exotéricas en la declaración que muestra a los «Ángeles Rebeldes precipitados desde el Cielo en las tinieblas del Infierno»— nuestra Tierra. La Filosofía hindú indica la verdad enseñando que los Asuras, precipitados por Shiva, están solamente en un estado intermedio, en el cual se preparan para grados más elevados de purificación, redimiéndose de su miserable estado; pero la Teología Cristiana (que pretende basarse en la roca del amor divino, de la caridad y de la justicia de aquel a quien acude como a su Salvador), a fin de reforzar paradójicamente su pretensión, ha inventado el horrible dogma del Infierno, esa palanca de Arquímedes de la filosofía católico romana.

Por otra parte, la sabiduría rabínica —más positivista, materialista o groseramente terrestre que ninguna otra, puesto que todo lo rebaja a misterios fisiológicos— llama a estos Seres el «Perverso»; y los Kabalistas, Nahash, «Desposeído», como acabamos de decir, Almas que, después de haberse separado en el Cielo del Santísimo, se arrojaron al Abismo en el principio de su misma existencia, y se anticiparon al tiempo en que debían descender a la Tierra[579].

Y expliquemos desde luego que nuestra querella no es contra el Zohar ni ningún otro libro de la Kabalah en su verdadera interpretación, pues ésta es la misma que la nuestra, sino solamente contra las explicaciones seudo esotéricas de aquélla, y especialmente de los kabalistas cristianos.

Dice el Comentario:

Nuestra tierra y el hombre [son] los productos de los tres Fuegos.

El nombre de estos tres corresponden, en sánscrito, al Fuego Eléctrico, al Fuego Solar y al Fuego producido por Fricción. Explicados en los planos humano y cósmico, estos tres Fuegos son Espíritu, Alma y Cuerpo; los tres grandes Grupos Raíces con sus cuatro divisiones adicionales. Éstas varían según las Escuelas, y —según sus aplicaciones— se convierten en los upâdhis y en los vehículos, o en el nóumeno de éstos. En las relaciones exotéricas, son personificados por los «tres hijos de brillantez y esplendor sobresalientes», de Agni Abhimânin, el hijo mayor de Brahmâ, el Logos Cósmico, con Svâhâ, una de las hijas de Daksha[580]. En el sentido metafísico, el «Fuego por Fricción» significa la unión entre Buddhi, el sexto «principio» y Manas, el quinto, los cuales se unen y se consolidan de este modo: el quinto fundiéndose parcialmente en la Mónada y convirtiéndose en parte de ella; en lo físico se relaciona con la chispa creadora, o germen que fructifica y genera al ser humano. Los tres Fuegos, cuyos nombres son Pâvaka, Pavamâna y Shuchi, fueron condenados, se dice, por una maldición de Vasishtha, el gran Sabio, «a nacer una y otra vez[581]». Esto es bastante claro.

Por tanto, las LLAMAS, cuyas funciones están confundidas en los libros exotéricos y que son llamadas indiferentemente Prajâpatis, Pitria, Manus, Asuras, Rishis, Kumâras, etc.[582] se dice que encarnaron personalmente en la Tercera Raza-Raíz, y de este modo «renacieron una y otra vez». En la Doctrina Esotérica se les llama generalmente Asuras, o Asura Devatâ, o Pitar Devatâ (Dioses); pues, como se ha dicho, ellos fueron primeramente Dioses —y los más elevados— antes de que se convirtieran en «No-Dioses» y de Espíritus del Cielo hubiesen descendido a ser Espíritus de la Tierra[583], exotéricamente, entiéndase bien, en el dogma ortodoxo.

Ningún teólogo ni orientalista podrá comprender nunca las genealogías de los Prajâpatis, de los Manus y de los Rishis, ni la relación directa de éstos —su correlación más bien— con los Dioses, a menos que posea la clave de la Cosmogonía y Teogonía primitivas, que todas las naciones poseían originalmente en común. Todos estos Dioses y Semidioses se ve que renacen en la Tierra en varios Kalpas y con diversos caracteres; cada cual, por otra parte, teniendo su Karma claramente trazado, y cada efecto asignado a su causa.

Antes de que pudieran explicarse otras Estancias, era absolutamente necesario, como puede verse, mostrar que los Hijos de la «Obscura Sabiduría», aun cuando idénticos a los Arcángeles que la Teogonía ha querido llamar «Caídos», son tan divinos y tan puros, si no más puros, que todos los Migueles y Gabrieles tan glorificados por las Iglesias. El «Antiguo Libro» da también algunos detalles de la Vida Astral, los cuales serían a esta sazón completamente incomprensibles para el lector. Debe dejarse, pues, para posterior explicación, y la Primera y Segunda Razas ahora solo serán consideradas de paso. No así la Tercera Raza, la Raza Raíz que se separó en sexos y fue la primera dotada de razón. Los hombres se desarrollan pari passu con el Globo, y este último tuvo su «incrustación» más de cien millones de años antes de que la primera subraza humana hubiese principiado a materializarse o solidificarse, por decirlo así. Pero según la Estancia lo expresa:

El Hombre Interno [La Entidad consciente] no existía.

Esta «Entidad consciente» —dice el Ocultismo— viene, más aún, es en muchos casos la misma esencia y esse de las Inteligencias elevadas, condenadas, por la inflexible ley de la evolución kármica, a reencarnar en este Manvantara.

b) La Sloka 39 se refiere exclusivamente a las divisiones de raza. Estrictamente hablando, la Filosofía Esotérica enseña una poligénesis modificada; pues al paso que asigna a la especie humana una unidad de origen, por cuanto sus Antepasados o «Creadores» eran todos Seres Divinos —aun cuando de diferentes clases o grados de perfección en su Jerarquía— enseña que los hombres, sin embargo, nacieron en siete diferentes centros del Continente de aquel período. Aun cuando todos eran de un origen común, sin embargo, por razones dadas, sus potencialidades y capacidad mental, sus formas externas o físicas y cualidades características futuras, eran muy diferentes[584]. En cuanto a su color, hay una alegoría sugestiva en el Linga Purâna. Los Kumâras —llamados los Dioses Rudra— se describen como encarnaciones de Shiva, el Destructor (de las formas externas), llamado también Vâmadeva. Este último, como Kumâra, el «Célibe Eterno», el casto joven Virgen, surge de Brahmâ en cada gran Manvantara, y «de nuevo se convierte en cuatro»; lo que es una referencia a las cuatro grandes divisiones de las Razas humanas, en lo que se refiere al color y tipo, y a las tres grandes divisiones de éstos. Así, en el Kalpa veintinueve —que en este caso es una referencia a la transformación y evolución de la forma humana que Shiva destruye siempre y vuelve a modelar periódicamente hasta que desciende al gran momento crítico Manvantárico, a mediados de la Cuarta Raza (la Atlante)— en el Kalpa veintinueve, Shiva como Shvetalohita, el Kumâra Raíz, de color de la luna se convierte en blanco; en su próxima transformación es rojo (y en esto difiere la versión exotérica de la Enseñanza Esotérica); en la tercera, amarillo, y en la cuarta, negro.

El Esoterismo clasifica ahora estas siete variantes, con sus cuatro grandes divisiones, en solo tres distintas Razas primordiales, pues no toma en consideración la Primera Raza, la cual no tenía tipo ni color, y era una forma apenas objetiva, aunque colosal. La evolución de estas Razas, su formación y desarrollo, procedieron en líneas paralelas con la evolución, formación y desarrollo de tres capas geológicas, de las cuales se derivó el color humano, tanto como a su vez influyeron en determinarlo los climas de estas zonas. La Enseñanza Esotérica menciona tres grandes divisiones, a saber: la AMARILLA-ROJA; la NEGRA y la BLANCA-OBSCURA[585]. Las razas arias, por ejemplo, que ahora varían desde el moreno oscuro, casi negro y el amarillo-oscuro-rojo, hasta el color pálido más blanco, proceden, sin embargo, de un solo y mismo tronco, la Quinta Raza Raíz, y provienen de un solo Progenitor, llamado en el exoterismo indo por el nombre genérico de Manu Vaivasvata; este último, téngase presente, siendo aquel Personaje Genérico, el Sabio, que se dice haber vivido hace aproximadamente 18 000 000 de años, y también hace 850 000 años, en el tiempo de la sumersión de los últimos restos del Gran Continente de la Atlántida[586], y que se dice que vive aún hoy en su humanidad[587]. El amarillo claro es el color de la primera raza humana sólida, que apareció en la última mitad de la Tercera Raza Raíz, después de su caída en la generación, como se acaba de explicar, aportando los últimos cambios. Pues solo en aquella época tuvo lugar la última transformación, que hizo aparecer al hombre como es ahora, pero en una escala mucho mayor. Esta Raza dio nacimiento a la Cuarta Raza; transformando «Shiva» gradualmente aquella parte de la Humanidad, que se convirtió en «negra por el pecado», en amarilla roja, de la cual los indios rojos y los mogoles son descendientes, y finalmente, en razas blanco-morenas, las cuales, juntamente con las razas amarillas, forman la gran masa de la humanidad. La alegoría del Linga Purâna es curiosa, por demostrar el gran conocimiento etnológico de los antiguos.

Cuando se lee que la «última transformación» tuvo lugar hace 18 000 000 de años, puede el lector considerar cuántos millones más debió necesitar para llegar a aquel último estado. Y si el Hombre en su consolidación gradual se desarrolló pari passu con la Tierra, ¡cuántos millones de años debieron transcurrir durante la Primera, la Segunda y la primera mitad de la Tercera Raza! Pues la Tierra se hallaba en un estado comparativamente etéreo antes de alcanzar su estado sólido final. Las Enseñanzas arcaicas, además, nos dicen que, durante el período medio de la Raza Lemuro-Atlante, tres Razas y media después del Génesis del Hombre, la Tierra, el Hombre y todo lo existente en el Globo eran de una naturaleza aún más material y grosera, mientras que cosas tales como el coral y algunas conchas, estaban todavía en un estado astral, semigelatinoso. Los ciclos que desde entonces han transcurrido nos han llevado ya adelante, en el arco opuesto ascendente, algunos pasos hacia nuestra «desmaterialización», como dirían los espiritistas. La Tierra, nosotros y todas las cosas se han ablandado desde entonces; sí, hasta nuestros cerebros. Pero algunos teósofos han objetado que una Tierra etérea, aun hace 15 o 20 000 000 de años, «no cuadra con la Geología», que nos enseña que los vientos soplaban, la lluvia caía y las olas rompían sobre la costa, las arenas se transportaban y acumulaban, etc.; que, en una palabra, todas las causas naturales que ahora operan, estaban entonces en vigor «en las mismas primitivas edades del tiempo geológico; sí, en el de las rocas paleozoicas más antiguas». A esto se dan las siguientes respuestas:

Primero, ¿cuál es la fecha asignada por la Geología a estas «rocas paleozoicas más antiguas»? Y segundo, ¿por qué no hubieran podido soplar los vientos, caer la lluvia, y las olas —de «ácido carbónico» aparentemente, como la Ciencia parece significar— romper sobre la costa de una Tierra semiastral, esto es, glutinosa? La palabra «astral» no significa necesariamente en la fraseología Oculta, tan sutil como humo, sino más bien «estelar», brillante o diáfano, en diversos y numerosos grados, desde el estado completamente nebuloso hasta el glutinoso, como acabamos de mencionar. Pero se objeta además: «¿Cómo podía una Tierra astral haber afectado a los otros Planetas de este Sistema? ¿No se desordenaría ahora todo el proceso si la atracción de un Planeta cesase de repente?». La objeción no tiene, evidentemente, valor, puesto que nuestro Sistema se compone de Planetas más viejos y más jóvenes, algunos muertos, como la Luna; otros en proceso de formación, sin que la Astronomía sepa nada en contrario. Ni esta última ha asegurado jamás, que nosotros sepamos, que todos los cuerpos de nuestro Sistema hayan surgido a la existencia y se hayan desarrollado simultáneamente. Las Enseñanzas Secretas cishimaláyicas difieren en este punto de las de la India. El Ocultismo indo enseña que la Humanidad del Manu Vaivasvata tiene 18 000 000 y algunos años más de edad. Nosotros decimos, así es; pero solo en lo que se refiere al Hombre físico, o aproximadamente físico, que data de la terminación de la Tercera Raza Raíz. Anteriormente a esta época, el Hombre o su imagen nebulosa pudo haber existido, que nosotros sepamos, por 300 000 000 de años; puesto que no se nos enseñan cifras, las cuales son y continuarán siendo secretos de los Maestros de la Ciencia Oculta, como precisamente se declaró en el Esoteric Buddhism (8.º edic. Página 148). Por otra parte, cuando los Purânas indos hablan de un Manu Vaivasvata, nosotros afirmamos que hubo varios, siendo genérico el nombre.

Ahora debemos añadir algunas palabras más sobre la evolución física del hombre.

ENSEÑANZAS ARCAICAS DE LOS PURÂNAS Y DEL GÉNESIS. —EVOLUCIÓN FÍSICA

La escritora no dará nunca demasiadas pruebas de que el sistema de Cosmogonía y Antropogonía, antes descrito, existió realmente; que sus anales se conservan, y que se encuentra reflejado hasta en las versiones modernas de las antiguas Escrituras.

Los Purânas, de una parte, y las Escrituras judías, de otra, están basados en el mismo esquema de evolución; si se leyeran esotéricamente y se expresaran en el lenguaje moderno, encontraría que eran tan científicos como lo que ahora pasa corrientemente como la última palabra de los descubrimientos recientes. La única diferencia entre los dos esquemas es que los Purânas, concediendo tanta atención o quizás más a las causas que a los efectos, aluden a los períodos precósmicos y pregenésicos más bien que a los de la llamada «creación»; al paso que la Biblia, después de decir solo unas cuantas palabras sobre el primer período, se sumerge inmediatamente en el génesis material, y mientras que casi pasa por alto las razas preadámicas, prosigue con sus alegorías concernientes a la Quinta Raza.

Ahora bien; cualquiera que sea el destrozo hecho en el «orden de la creación», en el Génesis —y la relación de la letra muerta se presta en verdad admirablemente a la crítica—, los Purânas indos, a pesar de sus exageraciones alegóricas, se verá que están completamente de acuerdo con la Ciencia Física[588].

Aun aquello que aparenta ser una alegoría perfectamente disparatada de Brahmâ, tomando la forma de un Verraco para sacar a la Tierra de debajo de las Aguas, tiene su explicación perfectamente científica en los Comentarios Secretos, relacionándose con los muchos levantamientos y hundimientos, la alternativa constante de agua y tierra desde los primeros hasta los últimos períodos geológicos de nuestro Globo; pues la ciencia nos enseña ahora que las nueve décimas partes de las formaciones estratificadas de la corteza terrestre han sido construidas gradualmente bajo las aguas, en el fondo de los mares. Se atribuye a los antiguos arios una ignorancia completa de la Historia Natural, Geología, etc. Por otra parte, proclámase, hasta por su crítico más severo (adversario sin prejuicios de la Biblia), que los judíos tienen el mérito de haber concebido la idea del monoteísmo con anterioridad, y «haberla retenido más firmemente que cualquiera de las demás religiones menos filosóficas y más inmorales (!!) del antiguo mundo[589]». Solo que, al paso que en el esoterismo bíblico vemos simbolizados misterios fisiológicos sexuales y muy poco más, cosa para la cual muy poca verdadera Filosofía se necesita, en los Purânas puede verse la «aurora de la creación» más científica y filosófica, y, si fuese analizado imparcialmente, y se tradujesen al lenguaje corriente sus alegorías, semejantes a cuentos de hadas, demostrarían que la Zoología, Geología, Astronomía y casi todos los ramos del saber moderno, han sido anticipados por la Ciencia antigua, y eran conocidos de los antiguos filósofos en sus líneas generales, si no tan en detalle como ahora.

A pesar de sus ocultaciones y confusiones, con objeto de despistar al profano, ha sido demostrado hasta por el mismo Bentley, que la Astronomía puránica es una verdadera ciencia; y los que están versados en los misterios de los tratados astronómicos indos pueden probar que las teorías modernas de la condensación progresiva de las nebulosas, estrellas y soles nebulares, con los detalles más minuciosos acerca del progreso cíclico de las constelaciones para fines cronológicos y otros —muchos más exactos que los que los europeos poseen aun hoy—, eran conocidas en la India a la perfección.

Si nos volvemos hacia la Geología y Zoología, encontramos lo mismo. ¿Qué son todos los mitos y genealogías sin fin de los siete Prajâpatis, de sus hijos, los siete Rishis o Manus, y sus esposas, hijas y progenie, sino una vasta y detallada relación del desarrollo y evolución progresivos de la creación animal, una especie tras otra? ¿Eran los altamente filosóficos y metafísicos arios —autores del sistema filosófico más perfecto de Psicología trascendental, de códigos de Ética, de una gramática como la de Pânini, de los sistemas Sârikhya y Vedânta, de un código moral (el Buddhismo), proclamado el más perfecto de la tierra por Max Müller—; eran los arios tan imbéciles, o infantiles, para perder el tiempo en escribir «cuentos de hadas» tales como los Purânas parecen ser ahora a los ojos de aquellos que no tienen la más remota idea de su significado secreto? ¿Qué es la «fábula» de la genealogía y origen de Kashyapa con sus doce esposas, de las cuales tuvo una progenie numerosa y diversa de serpientes (Nâgas), reptiles, pájaros y toda clase de cosas vivas, que fue así el «padre» de todas las especies de animales, sino los anales velados del orden de la evolución en esta Ronda? Hasta ahora no hemos visto que ningún orientalista tenga la más remota idea de las verdades ocultas bajo las alegorías y personificaciones. El Shatapatha Brâhmana —dice uno— da «una relación no muy inteligible» del origen de Kashyapa.

Según el Mahâbhârata, el Râmâyana y los Purânas, era hijo de Mârichi, el hijo de Brahmâ, el padre de Vivasvat, el padre de Manu, el progenitor de la humanidad.

Según el Shatapatha Brahmâna: Habiendo Prajâpati asumido la forma de una tortuga, creó descendencia. Lo que creó lo hizo (akarot); de aquí la palabra kûrma (tortuga). Kashyapa significa tortuga; por esto se dice: «Todas las criaturas son descendientes de Kashyapa[590]».

Él era todo esto; era también el padre del ave Garuda, «el rey de la tribu con plumas» que desciende de los reptiles, los Nâgas, y pertenecen al mismo tronco que ellos, y que subsiguientemente se convirtió en su mortal enemigo; así como también es un ciclo, un período de tiempo, cuando, en el curso de la evolución, las aves que se desarrollaron de los reptiles en su «lucha por la vida», y «supervivencia del más apto», etcétera, se volvieron contra aquellos de quienes procedían para devorarlos, impulsados quizás por la ley natural, a fin de hacer lugar para otras especies más perfectas.

En el admirable epítome Modern Science and Modern Thought se da a Mr. Gladstone una lección de Historia Natural, demostrando el completo desacuerdo de la Biblia, con ella. El autor hace notar que la Geología sigue la pista a la «aurora de la creación», siguiendo una línea de investigación científica:

Empezando por el fósil primeramente conocido, el Eozoon Canadiense del período Laurenciano, y continuando por una cadena, cada uno de cuyos eslabones está firmemente engarzado a través del Silúrico, con su abundancia de moluscos, crustáceos, vida vermiforme y primeras indicaciones de peces; el Devónico, predominante en peces, y primera aparición de reptiles; el Mesozoico con sus batracios; la formación Secundaria, en que preponderaban los reptiles del mar, de la tierra y del aire, y en que principiaron a aparecer las primeras humildes formas de animales vertebrados terrestres; y, finalmente, la Terciaria, en que la vida mamífera abunda; tipo sucediendo a tipo, y especie a especies, son gradualmente diferenciados y especializados a través de los períodos Eoceno, Mioceno y Plioceno, hasta que llegamos a los períodos Prehistóricos y Glaciales, y a una prueba positiva de la existencia del hombre[591]

El mismo orden, con más la descripción de animales desconocidos para la Ciencia moderna, se encuentra en los Comentarios de los Purânas en general, y en el Libro de Dzyan en particular. La única diferencia, grave sin duda, puesto que implica una naturaleza espiritual y divina en el hombre, independiente de su cuerpo físico en este mundo ilusorio, en donde la falsa personalidad y su base, cerebral solo las conoce la Psicología ortodoxa, es la siguiente. Habiendo estado en todas las llamadas siete «creaciones», representadas alegóricamente por los siete cambios evolutivos, o subrazas, como pudiéramos llamarlas, de la Primera Raza Raíz de la Humanidad, el HOMBRE ha estado en la Tierra en esta Ronda, desde el principio. Después de haber pasado por todos los Reinos de la Naturaleza en las tres Rondas anteriores[592], su constitución física, una vez adaptada a las condiciones termales de aquellas épocas primitivas, hallóse pronta para recibir al divino Peregrino en el primer amanecer de la vida humana, o sea hace 18 000 000 de años. Solamente en el punto medio de la Tercera Raza Raíz fue el hombre dotado de Manas. Una vez unidos los Dos y luego los Tres, hicieron Uno; pues aun cuando los animales inferiores, desde la amœba al hombre, recibieron sus Mónadas, en las cuales todas las cualidades superiores son potenciales, tienen estas cualidades que permanecer latentes, hasta que el animal alcanza su forma humana, antes de cuya etapa, Manas (la mente) no se desarrolla en ellos. En los animales todos los principios están paralizados y en un estado parecido al del feto, exceptuando el segundo, el Vital; el tercero, el Astral, y los rudimentos del cuarto, Kâma, que es el deseo, instinto, cuya intensidad y desarrollo varían con las especies. Para el materialista apegado a la teoría darwinista esto parecerá como un cuento de hadas, una mixtificación; para el creyente en el hombre interno, espiritual, nuestra afirmación no tendrá nada que no sea natural.

Según dice el Comentario IX:

Los hombres son completados solamente durante su Tercer Ciclo, próximo al Cuarto, o Cuarta [Raza]. Son hechos «Dioses» para el bien y para el mal, y responsables, solamente cuando los dos arcos se encuentran [después de tres y medía Rondas, hacia la Quinta Raza]. Son hechos así por los Nirmânakâya [restos Espirituales o Astrales] de los Rudra-Kumâras, «condenados a renacer en la Tierra» [significando, condenados en su turno natural a la reencarnación en el arco ascendente superior del Ciclo terrestre].

Ahora bien; es seguro que la escritora se encontrará con lo que se llamarán objeciones insuperables. Se nos dirá que la línea embriológica, el desarrollo gradual de cada vida individual, y el progreso que se sabe tiene lugar en el orden de los estados progresivos de especialización —que todo esto se opone a la idea de preceder el hombre a los mamíferos. El hombre principia como la más primitiva y humilde de las criaturas vermiformes:

Desde la mácula primitiva de protoplasma, y la célula nucleada, en que toda vida se origina… y se desarrolla a través de estados indistinguibles de los de pez, reptil y mamífero, hasta que la célula llega finalmente al elevado desarrollo particularizado del cuadrumano, y por último, al del tipo humano[593].

Esto es perfectamente científico, y nada tenemos que decir en contra; pues todo ello se relaciona con el cascarón del hombre, su cuerpo, que en su desarrollo está, por supuesto, sujeto, como toda otra de las que se llamaron un día unidades morfológicas, a tales metamorfosis. No serán los que enseñan la transformación del átomo mineral por medio de la cristalización —que es la misma facultad, y tiene igual relación con su llamado upâdhi inorgánico o base, que la formación de las células con su núcleo orgánico, a través de la planta, del insecto y del animal, hasta el hombre—; no serán ellos los que rechazarán esta teoría puesto que ella conducirá, finalmente, al reconocimiento de una Deidad Universal en la Naturaleza, siempre presente, siempre invisible e incognoscible, y de Dioses intracósmicos que en su día fueron todos hombres[594].

Pero pudiéramos preguntar: ¿qué es lo que la Ciencia y sus descubrimientos exactos, ahora teorías axiomáticas, prueban contra nuestra teoría Oculta? Los que creen en la ley de la evolución y en el desarrollo gradual y progresivo desde una célula —que de célula vital llegó a ser morfológica, hasta que finalmente se despertó como protoplasma puro y simple—, no pueden, seguramente, limitar jamás su creencia a una sola línea de evolución. Los tipos de la vida son innumerables; y el progreso de la evolución, por otra parte, no va al mismo compás en toda clase de especies. La constitución de la Materia primordial en el período Silúrico (nos referimos a la materia «primordial» de la Ciencia) era la misma en todas sus particularidades esenciales, excepto en su grado de tosquedad presente, como materia primordial viviente de hoy. Ni tampoco vemos lo que debiera verse si la actual ortodoxa teoría de la evolución fuera completamente exacta, a saber: un progreso constante transcurriendo siempre en todas las especies de seres. En lugar de esto, ¿qué es lo que vemos? Al paso que los grupos intermedios de seres animales tienden todos hacia un tipo superior, y mientras las especializaciones, ahora de un tipo y después de otro, se desarrollan a través de las edades geológicas, cambian las formas, asumen nuevas apariencias, aparecen y desaparecen con rapidez calidoscópica, en las descripciones de los paleontólogos, de un período a otro, y las dos solitarias excepciones a la regla general son las que se hallan en los polos opuestos de la vida y de los tipos, a saber: el HOMBRE, y los géneros inferiores de seres.

Ciertas formas bien marcadas de seres vivos han existido a través de extensísimas épocas, sobreviviendo no solo a los cambios de las condiciones físicas, sino persistiendo relativamente inalteradas, mientras que otras formas de vida han aparecido y desaparecido. Semejantes formas pueden llamarse «tipos persistentes» de la vida; y ejemplos de ellas abundan bastante, tanto en el mundo animal como en el vegetal[595].

Sin embargo, no se nos da ninguna buena razón de por qué Darwin enlaza los reptiles, aves, anfibios, peces, moluscos, etc., como retoños de una misma ascendencia monérica. Ni se nos dice tampoco si los reptiles, por ejemplo, son descendientes directos de los anfibios, éstos de los peces y los peces de formas inferiores, lo cual son seguramente. Porque las Mónadas han pasado por todas estas formas del ser hasta llegar al Hombre, sobre cada Globo, en las tres Rondas precedentes, habiendo sido cada Ronda, así como cada Globo subsiguiente, desde A a G, y teniendo todavía que ser, el teatro de la misma evolución, pero repetida cada vez en una base más material. Por tanto, la pregunta: «¿Qué relación hay entre los prototipos astrales de la Tercera Ronda y el desarrollo físico ordinario en el curso de la formación de las especies orgánicas premamíferas?», puede contestarse fácilmente. Lo uno es prototipo diseñado del otro, bosquejo preliminar apenas definido en el lienzo, de objetos destinados a recibir su última y vívida forma bajo el pincel del pintor. El pez se hizo anfibio —una rana— en sombras de pantanos, y el hombre pasó por todas sus metamorfosis en este Globo en la Tercera Ronda, como lo hizo en ésta, su Cuarto Cielo. Los tipos de la Tercera Ronda contribuyeron a la formación de los tipos en la Ronda presente. Por estricta analogía, el ciclo de siete Rondas en la obra de la formación gradual del hombre a través de todos los Reinos de la Naturaleza, se repite en escala microscópica en los primeros siete meses de la gestación de un futuro ser humano. Que el estudiante piense sobre esto y trabaje sobre la analogía. Así como el niño de siete meses no nacido, aunque del todo completo, necesita, sin embargo, dos meses más para adquirir fuerza y consolidarse; así el hombre, después de completar su evolución durante siete Rondas, permanece dos períodos más en la matriz de la Madre-Naturaleza antes de nacer, o más bien renacer como Dhyâni, aún más perfecto de lo que era antes de lanzarse como Mónada en la Cadena de Mundos nuevamente construida. Que el estudiante reflexione sobre este misterio, y entonces se convencerá fácilmente de que así como hay eslabones físicos entre muchas clases, asimismo hay dominios determinados en donde la Evolución Astral se sumerge en la Física. De esto no dice la Ciencia una palabra. El hombre se ha desarrollado con y del mono, dice. Pero ahora véase la contradicción.

Huxley procede a señalar plantas, helechos, musgos, algunos de ellos genéricamente idénticos a los que ahora viven, que se encuentran en la época carbonífera, pues:

El cono de la Araucaria oolítica se distingue apenas del de las especies existentes… Algunos subreinos de animales proporcionan los mismos ejemplos. Los globigerinos de los sondeos del Atlántico son idénticos a las especies cretáceas del mismo género… los corales lisos del período Siluriano se parecen maravillosamente a los miléporos de nuestros propios mares. Los arácnidos, cuyo grupo superior, los escorpiones, está representado en el carbón por un género que difiere de sus congéneres vivos solo en… los ojos (etc).

Todo lo cual puede terminarse con la declaración autorizada del Dr. Carpenter acerca de los foraminíferos:

No hay prueba de ninguna modificación fundamental o avance en el tipo foraminífero desde los períodos paleozoicos a nuestros tiempos… La fauna foraminífera de nuestras propias series presenta probablemente un campo de variedad mayor que el que ha existido en ninguna época anterior; pero no hay indicación de tendencia alguna a elevarse a un tipo más alto[596].

Ahora bien; así como en los foraminíferos (protozoarios del tipo más inferior de la vida, sin boca ni ojos) no hay indicación de cambio exceptuando su mayor variedad presente; así también el hombre, que se halla en el peldaño más elevado de la escala del ser, indica aún menos cambio, como hemos visto; pues el esqueleto de su antecesor paleolítico se ha visto que es hasta superior, desde cierto punto de vista, a su constitución presente. ¿Dónde está, pues, la uniformidad de la ley que se pretende; la regla absoluta de unas especies convirtiéndose en otras, y así, por gradación insensible, en tipos superiores? Vemos que Sir William Thomson admite hasta 400 000 000 de años desde el tiempo en que el Globo se enfrió lo suficiente para permitir la presencia de cosas vivas[597]; y durante este enorme transcurso de tiempo, solo en el período oolítico, la llamada «Edad de los Reptiles», encontramos una variedad y abundancia de las más extraordinarias, de formas saurias, alcanzando el tipo anfibio su más elevado desarrollo. Nos hablan de Ictiosauros y Plesiosauros en los lagos y ríos, y de cocodrilos o lagartos alados volando por el aire. Después de lo cual en el período terciario:

Vemos que el tipo mamífero exhibe notables divergencias de las formas que existían previamente… los mastodontes, megaterios y otros pesados habitantes de los antiguos bosques y llanuras.

Y luego se nos notifica:

La transformación gradual de una de las ramificaciones del orden de los cuadrumanos, en aquellos seres de los cuales el Hombre primitivo, mismo puede pretender la descendencia[598].

Puede; pero nadie, exceptuando el materialista, sabe por qué ha de hacerlo; pues no hay la menor necesidad de ello, ni semejante evolución está garantizada por los hechos; puesto que los más interesados en probarlo confiesan su completo fracaso al tratar de encontrar un solo hecho que sostenga su teoría. No hay necesidad de que los innumerables tipos de la vida representen los miembros de una serie progresiva. «Son ellos los productos de varias y diferentes divergencias de la evolución, que tienen lugar ahora en una dirección y luego en otra». Por tanto, es mucho más justificable decir que el mono evolucionó hacia el orden de los cuadrumanos, que no que el hombre primitivo —que ha permanecido estacionario en su especialización humana, desde el primer esqueleto fósil encontrado en los estratos más antiguos, y al que no se encuentra variedad alguna salvo en el color y tipo facial— descienda de un antecesor común, juntamente con el mono.

Que el hombre tiene su origen, lo mismo que otros animales, en una célula, y se desarrolla «a través de estados indistinguibles de los del pez, del reptil y del mamífero, hasta que la célula llega al desarrollo altamente particularizado del cuadrumano, y por último, al tipo humano», —es un axioma Oculto de hace miles de años—. El axioma Kabalístico: «La piedra se convierte en planta; la planta en animal; el animal en hombre; el hombre en Dios», se sostiene firme a través de las edades. Hæckel, en su Schöpfungsgeschichte, publica un doble dibujo representando dos embriones: el de un perro de seis semanas y el de un hombre de ocho. Los dos, exceptuando una ligera diferencia en la cabeza, la cual es más larga y ancha en el del hombre, son indistinguibles.

En efecto: podemos decir que todo ser humano pasa por el estado de pez y de reptil, antes de llegar al de mamífero, y finalmente al de hombre.

Si lo examinamos en un estado más avanzado, cuando el embrión ha pasado ya de la forma de reptil, vemos que, durante un tiempo considerable, la línea de desarrollo permanece la misma que la de otros mamíferos. Los miembros rudimentarios son exactamente iguales; los cinco dedos de manos y pies se desarrollan del mismo modo, y el parecido, después de las cuatro primeras semanas, entre el embrión de un hombre y el de un perro, es tal, que es casi imposible distinguirlos. Hasta la edad de ocho semanas el hombre en embrión es un animal con cola, apenas distinguible del cachorro en embrión[599].

¿Por qué, pues, no deducir que el hombre y el perro provienen de su antecesor común, o de un reptil —un Nâga—, en lugar de aparejar al hombre con el cuadrumano? Esto sería tan lógico como lo primero, si no más. La forma y las etapas del embrión humano no han cambiado desde los tiempos históricos, y estas metamorfosis eran conocidas de Esculapio y de Hipócrates, lo mismo que de Mr. HuxIey. Por tanto, desde el momento que los kabalistas lo habían observado desde los tiempos prehistóricos, ya no es un nuevo descubrimiento[600].

Como el embrión del hombre no tiene más del mono que de otro mamífero cualquiera, sino que contiene en sí la totalidad de los reinos de la naturaleza, y puesto que parece ser «un tipo persistente» de la vida, aun mucho más caracterizado que los mismos foraminíferos, parece tan ilógico hacerle proceder del mono como sería trazar su origen de la rana o del perro. Tanto la Filosofía Oculta como la oriental creen en la Evolución, la cual presentan Manu y Kapila[601] con mucha más claridad que lo hace en el presente ningún hombre de ciencia. No es necesario repetir aquí lo que ha sido ampliamente discutido en Isis sin Velo, puesto que el lector puede ver todos estos argumentos y la descripción de las bases en que se apoyan todas las doctrinas orientales de la Evolución, en nuestros primeros volúmenes[602]. Pero ningún Ocultista puede aceptar la proposición, nada razonable, de que todas las formas ahora existentes, «desde la amœba informe hasta el hombre», son descendientes en línea directa de organismos que vivieron millones y millones de años antes del nacimiento del hombre, en los períodos presilurianos, en el mar y en la tierra fangosa. Los Ocultistas creen en una ley inherente de desarrollo progresivo[603]. Mr. Darwin jamás creyó en ella, y así lo dice: pues vemos que declara que, puesto que no puede haber ventajas «para el animálculo infusorio o para el gusano intestinal… en llegar a estar altamente organizados», por eso «la selección natural», que no incluye necesariamente el desarrollo progresivo, deja quietos al animálculo y al gusano, tipos persistentes[604].

No aparece una ley muy uniforme en tal conducta de la naturaleza, pues parece más bien la acción discernidora de alguna selección supra-física; quizás ese aspecto del karma que los Ocultistas orientales llamarían la «Ley de Retardación» tenga algo que ver en esto.

Pero todo hace dudar de que el mismo Mr. Darwin diera a su ley una importancia tal como la que le dan ahora sus partidarios ateos. El conocimiento de las diversas formas vivas de los períodos geológicos que han pasado, es muy pobre. Las razones que el Dr. Bastian ha dado para ello, son muy sugestivas.

Primero, a causa del modo imperfecto con que las diversas formas pueden estar representadas en las capas pertenecientes al período; segundo, por la naturaleza extremadamente limitada de las exploraciones que se han hecho en estos estratos de representación imperfecta; y, tercero, por ser tantas las partes de los anales que nos son inaccesibles; casi todos los del sistema Siluriano habiendo sido borrados por el tiempo, mientras que los dos tercios de la superficie de la tierra en que se encuentran las capas restantes están ahora cubiertos por los mares. Por esto dice Mr. Darwin: «Por mi parte, siguiendo la metáfora de Lyell, miro los anales geológicos como una historia del mundo imperfectamente conservada, y escrita en un dialecto cambiante; de esta historia solo poseemos el último volumen, que se refiere únicamente a dos o tres países. De este volumen, solo aquí y allá se ha conservado algún corto capítulo, y de cada página solo unas cuantas líneas, aquí y acullá[605]».

Ciertamente que, con tan pobres datos, no puede decir la Ciencia su última palabra. Ni tampoco es a causa de ninguna clase de orgullo humano, ni por ninguna creencia fuera de razón, de que el hombre represente hasta aquí, en la Tierra —en nuestra época quizás—, el tipo más elevado de la vida, que el Ocultismo niega que todas las formas precedentes de la vida humana perteneciesen a tipos inferiores al nuestro; pues no es así. Lo hace simplemente porque «el eslabón perdido», que probaría de modo innegable la teoría actual, no será encontrado jamás por los paleontólogos. Creyendo, como creemos, que el hombre en las Rondas anteriores ha hecho su evolución desde las formas más inferiores de todas las vidas, vegetal y animal, en la Tierra, y ha pasado por ellas, no hay nada degradante en la idea de tener al orangután como antecesor de nuestra forma física. Todo lo contrario; toda vez que apoyaría de modo irresistible la Doctrina Oculta respecto de la evolución final (hasta convertirse en hombre) de todo lo existente en la naturaleza terrestre. Podría hasta preguntarse cómo es que los Biólogos y Antropólogos, una vez que han aceptado firmemente la teoría de la descendencia del hombre del mono, ¿cómo es, repetimos, que han dejado hasta ahora sin tocar la futura evolución de los monos existentes en hombres? Ésta no es más que la consecuencia lógica de la primera teoría, a menos que la Ciencia quiera hacer del hombre un ser privilegiado, y su evolución un sin –precedente en la naturaleza, un caso enteramente especial y único. Y a esto es adonde va a parar la Ciencia física con sus teorías. Sin embargo, la razón por la cual los Ocultistas rechazan la teoría darwiniana, y especialmente la hæckeliana, es porque el mono, dicho sea con verdad, y no el hombre, es un ejemplo especial y único. El Pitecoide es una creación accidental, un desarrollo forzado, el resultado de un proceso no natural.

La Doctrina Oculta es, según creemos, más lógica. Enseña una Ley natural cíclica siempre invariable sin «designio especial» personal alguno, sino obrando sobre un plan uniforme, que prevalece durante todo el período Manvantárico, y que trata a la lombriz de tierra como trata al hombre. Ni el uno ni el otro han procurado venir a la existencia, y por tanto, ambos se encuentran bajo la misma Ley de Evolución, y ambos tienen que progresar con arreglo a la Ley Kármica. Los dos han partido del mismo Centro Neutral de Vida, y ambos tienen que volver de nuevo a él a la consumación del Ciclo.

No se niega que en la Ronda precedente fuese el hombre una criatura gigantesca, semejante al mono; y cuando decimos «hombre», debiéramos quizás decir el grosero molde que se estaba desarrollando para el uso del hombre en esta Ronda solamente, el punto medio, o de transición, que apenas hemos llegado a alcanzar. Ni tampoco era el hombre, durante las primeras dos y media Razas-Raíces, lo que es ahora. Este punto lo alcanzó, según ya se ha dicho, hace solo 18 000 000 de años, durante el periodo Secundario, según pretendemos.

Hasta entonces era, según la tradición y la Enseñanza Oculta, «un Dios sobre la Tierra que había caído en la Materia», o generación. Esto puede ser o no aceptado, puesto que la Doctrina Secreta no se impone como un dogma infalible; y porque, ya se acepten o rechacen sus anales prehistóricos, ello nada tiene que ver con la cuestión del Hombre actual y su Naturaleza Interna; pues la Caída antes mencionada no ha dejado ningún «pecado original» en la Humanidad. Pero todo esto ha sido ya suficientemente tratado.

Por otra parte, se nos enseña que las transformaciones a través de las cuales pasó el hombre en el arco descendente —que es centrífugo para el Espíritu y centrípeto para la Materia— y aquellas que se está preparando a atravesar en lo sucesivo, en su camino ascendente, que invertirá la dirección de las dos fuerzas, esto es, la Materia se convertirá en centrífuga y el Espíritu en centrípeto, que todas estas transformaciones se encuentran también en perspectiva en un tiempo próximo para los monos antropoides; para todos aquellos, por lo menos, que han alcanzado el grado próximo al del hombre en esta Ronda, pues éstos serán todos hombres en la Quinta Ronda, del mismo modo que el hombre presente habitó las formas semejantes a las del mono en la Ronda Tercera, la anterior.

Ved, pues, en los modernos habitantes de los grandes bosques de Sumatra, los ejemplares empequeñecidos y degradados, «las copias borrosas», como dice Mr. Huxley, de nosotros mismos: cómo éramos nosotros (la mayoría de la humanidad) en las primeras subrazas de la Cuarta Raza-Raíz, durante el período de lo que ahora se llama la «Caída en la generación». El mono que conocemos no es producto de la evolución natural, sino un accidente, un cruzamiento entre un ser, o forma animal y el hombre. Como ya se ha indicado en este volumen, el animal mudo fue el primero en principiar la conexión sexual, porque fue el primero en separarse en macho y hembra. Tampoco estaba en el plan de la naturaleza que el hombre siguiese este ejemplo bestial, como lo muestra hoy la procreación relativamente sin dolor de las especies animales, y el terrible sufrimiento y peligro de la mujer en aquélla. El mono es, verdaderamente, como se observó en Isis sin Velo:

… Una transformación de las especies más directamente relacionadas con la familia humana —una rama bastarda, injertada en su propio tronco antes de alcanzar éste la final Perfección[606].

Los monos aparecieron millones de años después que el ser humano parlante, y son los últimos contemporáneos de nuestra Quinta Raza. Así, pues, es muy importante tener presente que los Egos de los monos son entidades obligadas por su Karma a encarnar en formas animales, que son el resultado de la bestialidad de los últimos hombres de la Tercera Raza y de los primeros de la Cuarta. Son entidades que habían ya alcanzado el «grado humano» antes de esta Ronda. Por lo tanto, son ellos una excepción de la regla general. Las innumerables tradiciones sobre los sátiros no son fábulas, sino que representan una raza extinguida de hombres-animales. Las «Evas» animales fueron sus antecesores, y los «Adanes» humanos sus antepasados; de aquí la alegoría kabalística de Lilith o Lilatu, la primera esposa de Adán, a quien el Talmud describe como una mujer «encantadora», «con pelo largo y ondulado», esto es, una hembra animal peluda de una forma ahora desconocida, pero, sin embargo, una hembra animal, que en las alegorías kabalistas y talmúdicas es llamada la reflexión femenina de Samael, Samael-Lilith, el hombre-animal unido, un ser llamado en el Zohar, Hayo Bischat, la Bestia o Mala Bestia. De esta unión antinatural descendieron los monos actuales. Éstos son verdaderamente «hombres mudos», y se convertirán en animales parlantes, u hombres de un orden inferior, en la Quinta Ronda, mientras los Adeptos de cierta Escuela esperan que algunos de los «Egos» de los monos más inteligentes se volverán a manifestar al final de la Sexta Raza-Raíz. Lo que será su forma es de importancia secundaria. La forma no significa nada. Los géneros y especies de la flora, fauna y del animal superior, su coronación, el hombre, cambian y varían con arreglo al medio ambiente y a las variaciones del clima, no solo con cada Ronda, sino también con cada Raza-Raíz, así como después de cada cataclismo geológico que pone fin a éstas o que produce en ellas un punto de vuelta. En la Sexta Raza-Raíz, los fósiles del Orangután, del Gorila y del Chimpancé serán los de mamíferos cuadrumanos extinguidos; y nuevas formas, aunque en menor número y siempre más separadas, a medida que pasan las edades y se aproxima el fin del Manvantara, se desarrollarán de los tipos «desechados» de las razas humanas, al retornar ellas a la vida astral, saliendo del lodo de la vida física. Antes del hombre no hubo monos, y éstos se extinguirán antes de que se desarrolle la Séptima raza. Karma conducirá adelante las Mónadas de los hombres no progresados de nuestra especie, y las alojará en las formas nuevamente desarrolladas del cinocéfalo, así regenerado fisiológicamente.

Esto tendrá lugar, por supuesto, dentro de millones de años. Pero el cuadro de esta precesión cíclica de todo lo que vive y respira ahora sobre la Tierra, de cada especie en su turno, es verdadero, y no necesita «creación especial» o formación milagrosa del hombre, de la bestia y de la planta ex nihilo.

He aquí cómo la Ciencia Oculta explica la ausencia de todo eslabón entre el mono y el hombre, y muestra al primero desarrollándose del último.

UNA VISTA PANORÁMICA DE LAS PRIMERAS RAZAS

Hay un período de unos cuantos millones de años que cubrir entre la primera raza «sin mente» y los últimos Lemures, altamente inteligentes e intelectuales; hay otro entre la primera civilización de los Atlantes y el período histórico.

Como testigos de los Lemures, solo quedan unos cuantos anales silenciosos en forma de media docena de colosos rotos y de antiguas ruinas ciclópeas. A éstas no se les presta atención por ser «producto de fuerzas naturales ciegas», según algunos aseguran; o «enteramente modernas», según otros. La tradición se pasa por alto, con desdén, por el escéptico y el materialista, mientras que los hombres de Iglesia, demasiado celosos, la hacen en todos los casos servidora de la Biblia. Sin embargo, en cuanto una leyenda se niega a armonizarse con la teoría del Diluvio de Noé, es declarada por el clero cristiano «voz delirante y loca de viejas supersticiones». Niégase la Atlántida, cuando no se la confunde con la Lemuria y otros continentes desaparecidos, porque la Lemuria es quizás, a medias, creación de la Ciencia Moderna, y por tanto, hay que creer en ella; mientras que la Atlántida de Platón es considerada como un sueño, por la mayoría de los científicos.

Los creyentes en Platón describen generalmente la Atlántida como una prolongación del África. Sospechase también que existió un viejo continente en la costa oriental. Pero el África, como continente, nunca formó parte de la Lemuria ni de la Atlántida, como hemos convenido en, llamar al Tercero y Cuarto continentes. Sus nombres arcaicos jamás han sido mencionados en los Purânas ni en ninguna otra parte. Pero solo con que se posea una de las claves Esotéricas, es tarea fácil identificar esas tierras desaparecidas con el sinnúmero de «Tierras de los Dioses», Devas y Munis, descritas en los Purânas, en sus Varshas, Dvîpas y Zonas. Su Shvetadvîpa, durante los primeros días de la Lemuria, se erigía como un pico-gigante surgiendo del fondo del mar; y el área entre el Atlas y Madagascar estuvo ocupada por las aguas hasta el primer período de la Atlántida, después de la desaparición de la Lemuria, cuando el África surgió del fondo del Océano y el Atlas se sumergió a medias.

Es, por supuesto, imposible intentar, ni aun en la cabida de varios volúmenes, una relación consecutiva y detallada de la evolución y progreso de las primeras tres Razas; y nos limitaremos, por tanto, a exponer ahora una idea general del asunto. La Raza Primera no tuvo historia propia. De la Raza Segunda puede decirse lo mismo. Por tanto, tenemos que conceder cuidadosa atención solamente a los Lemures y Atlantes, antes de intentar la historia de nuestra propia Raza: la Quinta.

¿Qué es lo que se conoce de otros continentes, además del nuestro, y qué es lo que la historia conoce o acepta de las primeras Razas? Todo lo que se encuentra fuera de las repulsivas especulaciones de la Ciencia Materialista se moteja con el término desdeñoso de «superstición». Los sabios de hoy día no quieren creer en nada. ¡Las razas «aladas» y hermafroditas de Platón, y su Edad de Oro, bajo el reino de Saturno y los Dioses, son tranquilamente retrotraídas por Hæckel a su nuevo lugar en la Naturaleza; nuestras Razas Divinas se muestran como descendientes de los monos catarrinos, y nuestro antecesor como un poco de «lodo del mar»!

Sin embargo, según se expresa Faber:

Las ficciones de la antigua poesía… se verá un día que encierran una parte de verdad histórica.

A pesar de los esfuerzos parciales del erudito autor de A Dissertation on the Mysteries of the Cabiri —esfuerzos dirigidos en sus dos volúmenes a obligar a los mitos y símbolos clásicos del antiguo Paganismo «a que apoyen la verdad de la Escritura»—, el tiempo y las investigaciones posteriores han vengado, al menos en parte, la «verdad», presentándola desnuda. Así ha sucedido que las hábiles componendas de la Escritura son las que han venido a evidenciar, por el contrario, la gran sabiduría del Paganismo Arcaico. Y esto a pesar de la inextricable confusión en que fue puesta la verdad acerca de los Kabiri, los Dioses más misteriosos de la antigüedad, por las extrañas y contradictorias especulaciones del Obispo de Cumberland, del doctor Shuckford, de Cudworth, de Vallancey, etc.…, etc., y finalmente, de Faber. Sin embargo, todos estos sabios, desde el primero al último, llegaron a cierta conclusión, formulada por el último del modo siguiente:

No tenemos fundamento para creer que la idolatría del mundo de los Gentiles fue una mera invención arbitraria; por el contrario, parece haber sido construida, casi universalmente, sobre recuerdos tradicionales de ciertos sucesos reales. Estos sucesos entiendo que son la destrucción de la primera [la Cuarta, en la Enseñanza Esotérica] raza de la humanidad, por las aguas del Diluvio[607].

A esto añade Faber:

Estoy convencido de que la tradición del hundimiento de la isla Flegia es la misma que la del hundimiento de la isla Atlántida. Ambas me parece que aluden a un gran suceso: al hundimiento del mundo entero bajo las aguas del diluvio, o al alzamiento del agua central, si suponemos que la bóveda de la tierra permaneció en su posición original. En efecto, M. Bailly, en su obra sobre los Atlantes de Platón, cuyo objeto es evidentemente depreciar la autoridad de la cronología bíblica, trata de probar que los Atlantes eran una nación del Norte, muy antigua y muy anterior a los Indos, a los Fenicios y a los Egipcios[608].

En esto está Faber de acuerdo con Bailly, quien se muestra más instruido y con más intuición que los que aceptan la cronología bíblica. Tampoco se equivocaba Bailly al decir que los Atlantes eran lo mismo que los Titanes y Gigantes[609]. Faber adopta tanto más gustoso la opinión de su cofrade francés cuanto que Bailly menciona a Cosmas Indicopleustes, que conservaba una antigua tradición acerca de Noé, de que había «habitado en otro tiempo la isla Atlántida». Que esta isla sea la «Poseidonis» mencionada en el Esoteric Buddhism (8.ª edic. Págs. 67, 73) o el Continente de la Atlántida, importa poco. La tradición existe, registrada por un cristiano.

Ningún Ocultista pensaría jamás en privar a Noé de sus prerrogativas, si se pretendiese que era un Atlante; pues esto demostraría sencillamente que los israelitas han repetido la historia del Manu Vaivasvata, de Xisuthros y tantos otros, y que solo han cambiado el nombre, lo cual podían hacer con el mismo derecho que cualquiera otra nación o tribu. A lo que nosotros nos oponemos es a la aceptación literal de la cronología bíblica, por ser absurda y estar en desacuerdo tanto con los antecedentes geológicos como con la razón. Por otra parte, si Noé era un Atlante, entonces era un Titán, un Gigante, como lo indica Faber; y si era un Gigante, ¿entonces por qué no lo presentan como tal en el Génesis[610]?.

El error de Bailly fue el rechazar la sumersión de la Atlántida, y llamar a los Atlantes, sencillamente, nación del Norte y postdiluviana; la cual, sin embargo, floreció ciertamente, como él dice, antes de la fundación de los imperios Indo, Egipcio y Fenicio. Si él hubiese conocido la existencia de lo que hemos convenido en llamar la Lemuria, hubiera tenido también razón en esto. Porque los Atlantes eran postdiluvianos respecto de los Lemures, y la Lemuria no fue sumergida como la Atlántida, sino que se hundió bajo las olas, debido a temblores de tierra y a fuegos subterráneos, como sucederá un día con la Gran Bretaña y Europa. La ignorancia de nuestros hombres de ciencia es la que no quiere aceptar la tradición de que varios Continentes se han hundido ya, ni la ley periódica que obra durante el Ciclo Manvantárico: esta ignorancia es la causa principal de toda la confusión. Tampoco se equivoca Bailly cuando nos asegura que los indos, egipcios y fenicios vinieron después que los Atlantes, pues éstos pertenecían a la Cuarta Raza, mientras que los Arios y su Rama Semítica son de la Quinta. Platón, al paso que repite la historia según los sacerdotes de Egipto la refirieron a Solón, confunde intencionalmente (como lo hacía todo Iniciado) los dos continentes, y aplica a la pequeña isla que se hundió de última todos los sucesos pertenecientes a los dos enormes continentes: el prehistórico y el tradicional. Por tanto, describe la primera pareja, que pobló toda la isla, como habiendo sido formada de la Tierra. Al decir esto, no quiere significar a Adán y Eva, ni tampoco a los antepasados helénicos. Su lenguaje es sencillamente alegórico, y al mencionar la «Tierra» quiere significar la Materia, pues los Atlantes fueron realmente la primera Raza puramente humana y terrestre, toda vez que las que la precedieron eran más divinas y etéreas que humanas y sólidas.

Sin embargo Platón debía conocer, como cualquier otro Adepto iniciado, la historia de la Tercera Raza después de su «Caída», aunque, obligado al silencio y al secreto, nunca demostró su conocimiento. Sin embargo, ahora sería más fácil hacerse cargo, después de conocer aunque no sea más que la cronología aproximada de las naciones orientales —la cual se fundaba toda en los cálculos arios, por los cuales se guiaba—, para comprender los inmensos períodos de tiempo que han debido transcurrir después de la separación de los sexos, sin mencionar la Primera Raza Raíz, ni aun siquiera la Segunda. Como éstas tienen que quedar fuera de la comprensión de las mentes educadas en el pensamiento occidental, consideramos inútil hablar detalladamente de la Primera y Segunda Razas, y hasta del primer período de la Tercera[611]. Principiaremos, pues, por el período en que esta última alcanzó por completo el estado humano, para evitar así que el lector no iniciado se confunda y extravíe irremisiblemente.

La TERCERA RAZA CAYÓ y no creó más; ella engendró su progenie. Como en la época de la separación estaba aún sin mente, engendró además una descendencia anómala, hasta que su naturaleza fisiológica ajustó sus instintos en la dirección debida. Lo mismo que los «Señores-Dioses» de la Biblia, los «Hijos de la Sabiduría», los Dhyân Chohans, la habían prevenido de no tocar el fruto prohibido por la Naturaleza; pero el aviso resultó inútil. Los hombres comprendieron lo impropio —no es preciso decir el pecado— de lo que habían hecho, solo cuando era demasiado tarde; después que las Mónadas Angélicas de Esferas superiores hubieron encarnado en ellos, dotándoles de entendimiento. Hasta aquel día habían permanecido sencillamente físicos, lo mismo que los animales generados por ellos. Porque ¿cuál es la distinción? La Doctrina enseña que la única diferencia entre los objetos animados e inanimados en la Tierra, entre la estructura animal y la humana, es que en unos están latentes los diversos «Fuegos», y en otros son activos. Los Fuegos vitales están en todas las cosas, y ni un átomo está privado de ellos. Pero ningún animal posee manifestados los tres «principios» superiores; solo se hallan sencillamente en estado potencial, latente, y por tanto, no existente. Y así estarían hoy día las formas animales de los hombres si hubiesen sido dejadas tales como salieron de los cuerpos de sus Progenitores, cuyas Sombras eran, para desenvolverse, desarrolladas únicamente por los poderes y fuerzas inmanentes en la Materia. Pero, según se dice en el Pymander:

Éste es un Misterio que hasta hoy estaba sellado y oculto. La Naturaleza[612] mezclada con el Hombre[613], produjo un milagro portentoso; la mezcla armónica de la esencia de los Siete [Pitris, o Gobernadores] y la suya propia; el Fuego, y el Espíritu y la Naturaleza [el Nóumeno de la Materia]; los cuales [mezclándose] produjeron siete hombres de sexos opuestos [negativo y positivo] con arreglo a las esencias de los siete Gobernadores[614].

Así dice Hermes, el tres veces gran Iniciado[615], el «Poder del Pensamiento Divino». San Pablo, otro Iniciado, llamó a nuestro Mundo «el espejo enigmático de la verdad pura», y San Gregorio de Nacianceno corroboró a Hermes declarando que:

Las cosas visibles no son sino la sombra y delineación de cosas que no podemos ver.

Es ésta una eterna combinación, y las imágenes se repiten desde el peldaño superior de la Escala del Ser hasta el inferior. La «Caída de los Ángeles» y la «Guerra en los Cielos» son repetidas en todos los planos; el «espejo» inferior desfigura la imagen del «espejo» superior, y cada uno lo repite a su modo. Así, los dogmas cristianos no son sino las reminiscencias de los paradigmas de Platón, quien hablaba de estas cosas con prudencia, como lo haría todo Iniciado. Pero todo esto se halla expresado en estas pocas sentencias del Desatir:

Todo lo que hay en la tierra —dice el Señor [Ormuzd]— es la sombra de algo que existe en las esferas superiores. Este objeto luminoso [luz, fuego, etc.] es la sombra de lo que es más luminoso aún que él, y así sucesivamente hasta que llega a mí, que soy la luz de las luces.

En los libros kabalísticos, principalmente en el Zohar, está muy pronunciada la idea de que todas las cosas objetivas de la Tierra o de este Universo son la «Sombra» (Dyooknah) de la luz o Deidad eterna.

La Tercera Raza fue en un principio, de modo preeminente, la «Sombra» brillante de los Dioses, a quienes la tradición destierra sobre la Tierra después de la alegórica Guerra en los Cielos. Ésta fue aún más alegórica en la Tierra, pues fue la Guerra entre el Espíritu y la Materia. Esta guerra durará hasta que el Hombre Interno y Divino adapte su yo externo terrestre a su propia naturaleza espiritual. Hasta entonces las fieras y tenebrosas pasiones de ese yo estarán en lucha constante con su Maestro, el Hombre Divino. Pero el animal será domado un día, porque su naturaleza cambiará, y la armonía reinará una vez más entre los dos como antes de la «Caída», cuando el mismo hombre mortal era «creado» por los Elementos en lugar de nacer.

Lo anterior está claro en todas las grandes Teogonías, principalmente en la griega, lo mismo que en la de Hesíodo. La mutilación de Urano por su hijo Cronos, quien de este modo le condena a la impotencia, no ha sido comprendida nunca por los mitólogos modernos. Sin embargo, es muy clara, y como era universal[616], debe haber contenido una gran idea abstracta y filosófica, perdida ahora para nuestros sabios modernos. Este castigo de la alegoría, determina verdaderamente «un nuevo periodo, una segunda fase en el desarrollo de la creación», como justamente observó Decharme[617], quien, sin embargo, no intenta explicarlo. Urano trató de poner un impedimento a ese desarrollo o evolución natural, destruyendo todos sus hijos tan pronto nacían. Urano, que personifica todos los poderes creadores del Caos y en el Caos —el Espacio, o la Deidad No-manifestada—, tiene, pues, que pagar el castigo; pues estos poderes son los que hacen que los Pitris desarrollen de sí mismos hombres primordiales, del mismo modo que más adelante estos hombres desarrollan a su vez su progenie, sin ningún sentido ni deseo de procrear. La obra de la generación, suspendida por un momento, pasa a manos de Cronos (Chronos), el Tiempo[618], el cual se une a Rhea (la Tierra; y la Materia en general, en el esoterismo), produciendo así Titanes celestes y terrestres. Todo este simbolismo se relaciona con los misterios de la evolución.

Esta alegoría es la versión exotérica de la Doctrina Secreta dada en esta parte de nuestra obra. Pues en Cronos vemos la misma historia repetida de nuevo. Así como Urano destruyó sus hijos con Gœa (que en el mundo de la manifestación es una con Aditi, o el Gran Océano Cósmico), confinándolos al seno de la Tierra, Titæa, así también Cronos, en este segundo período de la creación, destruyó sus hijos con Rhea, devorándolos. Ésta es una alusión a los esfuerzos infructuosos de la Tierra o Naturaleza para crear, por sí sola, «hombres» realmente humanos[619]. El tiempo devora su propia obra inútil. Luego viene Zeus, Júpiter, que destrona a su vez a su padre[620]. Júpiter el Titán, es, en un sentido, Prometeo[621], y es distinto de Zeus, el gran «Padre de los Dioses». Él es el «hijo irrespetuoso» en Hesíodo. Hermes le llama el «Hombre Celeste» en el Pymander; y hasta en la Biblia se le ve también bajo el nombre de Adán, y más adelante, por transmutación, bajo el de Ham. Sin embargo, éstas son todas personificaciones de los «Hijos de la Sabiduría». La confirmación necesaria de que Júpiter pertenece al Ciclo Atlante puramente humano —caso de que Urano y Cronos que le precedieron se crean insuficientes puede leerse en Hesíodo, que nos dice que:

Los Inmortales hicieron la raza de la Edad de Oro y de Plata [Primera y Segunda Razas]; Júpiter hizo la generación de Bronce [una mezcla de dos elementos], la de los Héroes, y la de la Edad de Hierro[622].

Después de esto envía su fatal presente, Pandora, a Epimeteo[623]. Hesíodo llama a este presente de la primera mujer, «un don fatal». Fue un castigo, explica, enviado al hombre «por el robo del fuego [divino creador]». La aparición de ella en la Tierra es la señal de toda clase de males. Antes de que apareciese, las razas humanas vivían dichosas, libres de enfermedades y sufrimientos; así como a las mismas razas se las hace vivir bajo el gobierno de Yima, en el Vendîdâd mazdeísta.

Pueden encontrarse también dos Diluvios en la tradición universal, comparando atentamente a Hesíodo, el Rig Veda, el Zend Avesta, etc.: pero ningún primer hombre se menciona en ninguna Teogonía, salvo en la Biblia[624]. En todas partes el hombre de nuestra Raza aparece después de un cataclismo de agua. Después de esto, la tradición solo menciona los diversos continentes e islas que se hundieron bajo las olas del Océano a su debido tiempo[625]. Los Dioses y los mortales tienen un origen común, según Hesíodo[626]; y Píndaro hace la misma declaración[627]. Deucalión y Pirra, que se escaparon del Diluvio construyendo un Arca como la de Noé[628], piden a Júpiter que reanime la raza humana que había hecho perecer bajo las aguas de la inundación. En la mitología eslavona, todos los hombres se ahogaron, y solo quedaron dos ancianos, un hombre y su mujer. Entonces, Pram’zimas, el «amo de todo», les aconsejó que saltasen siete veces sobre las rocas de la Tierra, y nacieron siete razas (parejas) nuevas, de las que provienen las nueve tribus Lituanias[629]. Como lo comprendió bien el autor de Mithologie de la Gréce Antique, las Cuatro Edades significan períodos de tiempo, y son también una alusión alegórica a las Razas. Según él dice:

Las razas sucesivas, destruidas y reemplazadas por otras, sin período de transición alguno, son caracterizadas en Grecia por el nombre de los metales, para expresar su valor siempre decreciente. El oro, el más brillante y precioso de todos, símbolo de esplendor…, califica la primera raza… Los hombres de la segunda raza, los de la Edad de Plata, son ya muy inferiores a los de la primera. Criaturas inertes y débiles, toda su vida no es más que una infancia larga y estúpida… Desaparecen… Los hombres de la Edad de Bronce son robustos y violentos [la Tercera Raza]…, su fuerza es extremada. «Tenían armas de bronce, habitaciones de bronce; no usaban más que el bronce. El hierro, el metal negro, no era aún conocido[630]». La cuarta raza es, según Hesíodo, la de los héroes que cayeron ante Tebas[631] o bajo las murallas de Troya[632].

De modo que, como se encuentran las cuatro Razas mencionadas por los poetas griegos más antiguos, aunque de un modo muy confuso y anacrónico, nuestras doctrinas se ven, una vez más, corroboradas en los clásicos. Pero todo esto es «mitología» y poesía. ¿Qué puede la Ciencia Moderna decir, ante tales euhemerizaciones de antiguas ficciones? El veredicto no es difícil de prever. Por tanto, hay que tratar de contestar anticipadamente, y probar que en el dominio de esta misma Ciencia hay tanta parte constituida por ficciones y especulaciones empíricas, que ningún hombre de saber tiene el menor derecho, con una viga tan pesada en su propio ojo, a señalar la paja en el ojo del Ocultista, aun suponiendo que esta paja sea tal y no una invención de su propia fantasía.

40. ENTONCES LA TERCERA Y CUARTA[633] CRECIERON EN ORGULLO. «SOMOS LOS REYES[634]; SOMOS LOS DIOSES» (a).

41. TOMARON ESPOSAS DE HERMOSA APARIENCIA. ESPOSAS PROCEDENTES DE LOS SIN MENTE, LOS DE CABEZA ESTRECHA. ENGENDRARON MONSTRUOS, DEMONIOS PERVERSOS, MACHO Y HEMBRA, TAMBIÉN KHADO[635], CON MENTES LIMITADAS (b).

42. CONSTRUYERON ELLOS TEMPLOS PARA EL CUERPO HUMANO. RENDÍAN CULTO A VARÓN Y HEMBRA (c). ENTONCES EL TERCER OJO CESÓ DE FUNCIONAR (d).

a) Tales fueron los primeros hombres físicos verdaderos, cuya primera cualidad característica fue el orgullo. El recuerdo de esta Tercera Raza y de los gigantescos Atlantes es el que se ha transmitido de unas razas y generaciones a otras hasta los días de Moisés, y que ha encontrado forma objetiva en los gigantes antediluvianos, esos terribles hechiceros y magos, de quienes la Iglesia Romana ha conservado unas leyendas tan vívidas y al mismo tiempo tan desfiguradas. Cualquiera que haya leído y estudiado los Comentarios de la Doctrina Arcaica reconocerá fácilmente en algunos de estos Atlantes a los prototipos de los Nimrods, de los Constructores de la Torre de Babel, de los Hamitas y todos esos tutti quanti de «maldecida memoria», según se expresa la literatura teológica; en una palabra, de aquellos que han proporcionado a la posteridad los tipos ortodoxos de Satán. Y esto nos conduce naturalmente a inquirir la ética religiosa de estas Razas primeras, por mítica que sea.

¿Cuál fue la religión de la Tercera y Cuarta Razas? En el sentido ordinario del término, ni los Lemures ni tampoco su progenie los Lemuro-Atlantes, tenían ninguna; pues no conocían los dogmas, ni tenían que creer por la fe. Tan pronto como se abrió al entendimiento el ojo mental del hombre, la Tercera Raza se sintió una con el siempre presente, así como siempre desconocido e invisible. Todo, la Deidad Universal Única. Dotado de poderes divinos y sintiendo en sí mismo a su Dios interno, cada uno sentía que era un Dios-Hombre en su naturaleza, aunque un animal en su ser físico. La lucha entre los dos principió el mismo día que probaron el fruto del Árbol de la Sabiduría; lucha por la vida entre lo espiritual y lo psíquico, lo psíquico y lo físico. Los que dominaron los «principios» inferiores, obteniendo la subyugación del cuerpo, se unieron a los «Hijos de la Luz». Los que cayeron víctimas de sus naturalezas inferiores, se convirtieron en esclavos de la Materia. De «Hijos de la Luz y de la Sabiduría», concluyeron por ser «Hijos de las Tinieblas». Cayeron en la batalla de la vida mortal con la Vida Inmortal, y todos los que cayeron así, fueron la semilla de las futuras generaciones de Atlantes[636].

Así, pues, en el amanecer de su conciencia, el hombre de la Tercera Raza-Raíz no tenía creencias que pudieran llamarse religión. Esto es; no solo ignoraba las «brillantes religiones llenas de pompa y oro», sino hasta todo sistema de fe o de culto externo. Pero si el término se define como la unión de las masas en una forma de reverencia hacia los que sentimos superiores a nosotros, y de respeto (como el sentimiento que expresa el niño hacia el padre amado), entonces hasta los primeros Lemures, desde el principio mismo de su vida intelectual, tuvieron una religión, y una de las más hermosas. ¿No tenían a los brillantes Dioses de los Elementos a su alrededor, y hasta dentro de ellos mismos[637]?. ¿No pasaban su infancia, no eran criados y atendidos por aquellos que les habían dado el ser y los habían traído a la vida consciente inteligente? Se nos asegura que así fue, y lo creemos. Pues la evolución del Espíritu en la Materia no hubiera podido tener nunca lugar, ni hubiese recibido su primer impulso, si los brillantes Espíritus no hubiesen sacrificado sus esencias supra etéreas respectivas para animar al hombre de barro, dotando a cada uno de sus «principios» internos, con una parte, o más bien con un reflejo, de esta esencia. Los Dhyânis de los Siete Cielos —los siete Planos del Ser— son los Nóumenos de los Elementos actuales y futuros, lo mismo que los Ángeles de los Siete Poderes de la Naturaleza —cuyos efectos groseros percibimos en lo que la Ciencia ha tenido a bien llamar «modos de movimiento», fuerzas imponderables, y qué sé yo qué más— son los Nóumenos aún más superiores de Jerarquías aún más elevadas.

Aquellos remotísimos tiempos eran la «Edad de Oro»; la Edad en que los «Dioses andaban por la tierra, y se mezclaban libremente con los mortales». Cuando concluyó, los Dioses se fueron, esto es, se hicieron invisibles, y las generaciones posteriores terminaron por adorar sus reinos: los Elementos.

Los Atlantes, primera progenie del hombre semidivino después de su separación en sexos, y por tanto, los primeros engendrados y los mortales que primeramente nacieron al modo humano, fueron los primeros «sacrificadores» al Dios de la Materia. Son ellos, en el oscuro y remoto pasado, en edades más que prehistóricas, el prototipo sobre el cual se construyó el gran símbolo de Caín[638], los primeros antropomorfistas que adoraron la Forma y la Materia, culto que pronto degeneró en personal, y que luego condujo al falicismo que reina supremo hasta hoy día en el simbolismo de todas las religiones exotéricas de rituales, dogmas y formas. Adán y Eva se convirtieron en materia, o proporcionaron el terreno, o sea Caín y Abel: este último, como suelo portador de vida; el primero, como «agricultor de este terreno o campo».

De este modo fue cómo los primeros Atlantes, nacidos en el Continente Lemur, se separaron desde sus primeras tribus en buenos y en malos; en los que adoraban al Espíritu invisible de la Naturaleza, cuyo Rayo siente el hombre dentro de sí mismo, o Panteístas, y en los que rendían un culto fanático a los Espíritus de la Tierra, los Poderes antropomórficos, cósmicos y tenebrosos, con quienes se aliaron. Éstos fueron los primeros Gibborim, los «hombres poderosos… famosos en aquellos días[639]», que en la Quinta Raza son los Kabirim, Kabiri, para los egipcios y fenicios; Titanes, para los griegos, y Râkshasas y Daityas para las razas indias.

Tal fue el origen secreto y misterioso de todas las subsiguientes y modernas religiones especialmente del culto de los hebreos ulteriores a su Dios de tribu. Al mismo tiempo, esta religión sexual estaba estrechamente relacionada con los fenómenos astronómicos, sobre los cuales se basaba, y con los que, por decirlo así, se confundía. Los Lemures gravitaron hacia el Polo Norte o el Cielo de sus Progenitores: el Continente Hiperbóreo; los Atlantes hacia el Polo Sur, el «Abismo», cósmica y terrestremente considerado, de donde soplan las pasiones ardientes convertidas en huracanes por los Elementales cósmicos que en él moran. Los dos Polos eran denominados por los antiguos, Dragones y Serpientes, proviniendo de aquí los Dragones y Serpientes buenos y malos, y también los nombres dados a los «Hijos de Dios» —Hijos del Espíritu y de la Materia—, los Magos buenos y malos. Éste es el origen de la naturaleza doble y triple del hombre. La leyenda de los «Ángeles Caídos», en su significado esotérico, contiene la clave de las múltiples contradicciones del carácter humano; señala ella el secreto de la conciencia de sí en el hombre; es el eje en que gira todo un Ciclo de vida: la historia de su evolución y desarrollo.

La comprensión exacta de la Antropogénesis Esotérica depende de que esta doctrina sea bien entendida. Da ella la clave de la enojosa cuestión del Origen del Mal; y muestra cómo el hombre mismo es el que ha dividido al Uno en varios aspectos contrarios.

El lector no deberá, por tanto, sorprenderse de que dediquemos tanto espacio para intentar dilucidar este difícil y oscuro asunto cada vez que se presenta. Necesariamente hay que decir mucho sobre su aspecto simbólico; pues haciéndolo así, se dan indicaciones al estudiante pensador para el mejor éxito de sus investigaciones, y se da más luz de este modo que la que se puede proporcionar con las frases técnicas de una exposición filosófica más formal. Los llamados «Ángeles Caídos» son la Humanidad misma. El Demonio del Orgullo, de la Lujuria, de la Rebelión y del Odio no existía antes de la aparición del hombre físico consciente. El hombre es quien ha engendrado y criado al demonio, y le ha permitido desarrollarse en su corazón; él es también quien ha contagiado al Dios que mora en él mismo, enlazando al Espíritu puro con el Demonio impuro de la Materia. Y si el dicho kabalístico «demon est Deus inversus» encuentra su corroboración metafísica y teórica en la Naturaleza dual manifestada, su aplicación práctica se encuentra solamente en la Humanidad.

Debe haberse hecho ya evidente que nuestras enseñanzas tienen muy pocas probabilidades de ser imparcialmente oídas, al presuponer, como lo hacemos:

Añádase a esto la declaración de que una parte de la Humanidad en la Tercera Raza —todas las Mónadas de hombres que habían alcanzado el punto más alto del Mérito y del Karma en el Manvantara precedente— debió sus naturalezas psíquicas y racionales a Seres divinos, uniéndose hipostáticamente en sus Quintos Principios; y la Doctrina Secreta tiene que perder su pleito, no solo a los ojos del Materialismo, sino también a los del Cristianismo dogmático. Pues tan pronto como este último sepa que estos Ángeles son idénticos a sus Espíritus «Caídos», esta doctrina Esotérica será proclamada la más terriblemente herética y perniciosa[640]. El Hombre Divino moraba en el animal, y por lo tanto, cuando tuvo lugar la separación fisiológica en el curso natural de la evolución —cuando también «toda la creación animal fue desatada» y los machos fueron atraídos hacia las hembras—, aquella raza cayó, no porque hubiesen comido del Fruto del Conocimiento y conociesen el Bien y el Mal, sino porque no sabían otra cosa. Impulsados por el instinto creador sin sexo, las primeras subrazas habían desarrollado una raza intermedia, en la que, como se ha indicado en las Estancias, los Dhyân Chohans superiores encarnaron[641]. «Cuando, hayamos comprobado la extensión del universo (y sepamos todo lo que hay en él), multiplicaremos nuestra raza» —contestaron los Hijos de la Voluntad y del Yoga a sus hermanos de la misma raza, que les invitaban a hacer lo que ellos—. Esto significa que los grandes Adeptos y Ascetas Iniciados se «multiplicarán», esto es, producirán otra vez hijos inmaculados «nacidos de la mente» en la Séptima Raza-Raíz.

Así se halla afirmado en los Vishnu y Brahma Purânas, en el Mahâbhârata[642] y en el Harivamsha. Además, en una parte del Pushkara Mâhâtmya, la separación de los sexos está, alegorizada por Daksha, quien viendo que su progenie nacida por la voluntad, los «Hijos de la Yoga pasiva, —no quieren crear hombres—, convierte la mitad de sí mismo en una mujer, con quien tuvo hijas» las hembras futuras de la Tercera Raza que engendró los Gigantes de la Atlántida, llamados la Cuarta Raza. En el Vishnu Purâna se dice sencillamente que Daksha, el padre de la humanidad, estableció la relación sexual como medio de poblar el mundo[643].

Afortunadamente para la Especie Humana, la «Raza Electa» se había ya convertido en el vehículo de encarnación de los Dhyânis más elevados (intelectual y espiritualmente), antes de que la humanidad se hubiese hecho completamente material. Cuando las últimas subrazas —exceptuando algunas de las más inferiores— de la Tercera Raza perecieron juntamente con el gran Continente Lemur, las «Semillas de la Trinidad de la Sabiduría», habían adquirido ya el secreto de la inmortalidad en la Tierra, el don que permite a la misma Gran Personalidad pasar ad libitum de un cuerpo gastado a otro.

b) La primera Guerra que se conoció en la Tierra, el primer derramamiento de sangre humana, fue el resultado de abrirse los ojos y los sentidos del hombre, lo cual le hizo ver que las hijas de sus hermanos eran más hermosas que la suya, y también sus esposas. Se cometieron raptos antes del de las Sabinas, y hubo Menelaos a quienes robaron sus Helenas antes de que la Quinta Raza hubiese nacido. Los Titanes o Gigantes eran los más fuertes; sus adversarios, los más sabios. Esto tuvo lugar durante la Cuarta Raza, la de los Gigantes.

Porque «había Gigantes», en verdad, en los antiguos tiempos[644]. La serie de la evolución del mundo animal es una garantía de que lo mismo, se verificó en las razas humanas. Más bajo aún en el orden de la creación, encontramos testimonios respecto del mismo tamaño relativo en la flora que marcha pari passu con la fauna. Los lindos helechos que recogemos y secamos entre las hojas de nuestro libro favorito son los descendientes de los helechos gigantescos que crecían durante el período Carbonífero.

Las escrituras y fragmentos de obras científicas y filosóficas; en una palabra, casi todos los anales que nos ha legado la antigüedad, contienen referencias a los gigantes. Nadie puede dejar de reconocer a los Atlantes de la Doctrina Secreta en los Râkshasas de Lankâ, los adversarios vencidos por Râma. ¿Es posible que estos relatos no sean más que el producto de la mera fantasía? Prestemos al asunto un momento de atención.

¿SON LOS GIGANTES UNA FICCIÓN?

En este punto también chocamos con la Ciencia, la cual niega hasta ahora que el hombre haya sido nunca mucho mayor que el término medio de los hombres altos y fuertes que actualmente se encuentran. El Dr. Henry Gregor declara que las tradiciones de los Gigantes se basan en hechos mal digeridos, y se presentan ejemplos de equivocaciones como prueba contraria de las tradiciones. Así, en 1613, en una localidad llamada desde tiempo inmemorial el «Campo de los Gigantes» en el bajo Dauphiné, Francia, a cuatro millas de Saint Romans, se encontraron unos huesos enormes profundamente enterrados en el suelo arenoso. Se atribuyeron a restos humanos, y hasta a Teutobodo, el jefe teutón muerto por Mario. Pero las investigaciones posteriores de Cuvier probaron que eran restos fósiles del Dinoterio Gigante, de 18 pies de largo. También se señalan los antiguos edificios como prueba de que nuestros primeros antecesores no eran mucho mayores que nosotros, por no ser entonces las puertas de mayor tamaño que ahora. El hombre más alto de la antigüedad que se conoce, nos dicen, fue el emperador romano Máximo, cuya estatura era solo de 7 pies y medio. Sin embargo, en nuestros días, vemos todos los años hombres más altos aún. El húngaro que se exhibía en el London Pavilion (Pabellón Londres) tenía cerca de 9 pies. En América se exhibía otro gigante de 9 pies y 6 pulgadas de alto; el Danilo montenegrino tenía 8 pies 7 pulgadas. En Rusia y en Alemania se ven a menudo hombres de más de 7 pies entre las clases sociales inferiores. Ahora bien; dado que a los partidarios de la teoría del mono les dice Mr. Darwin que las especies de animales que resultan de los cruzamientos siempre acusan «una tendencia a volver al tipo original», deberían ellos aplicar la misma ley a los hombres. Si en los días antiguos no hubiese habido tipos de gigantes, no los habría hoy día tampoco.

Todo esto se aplica solamente al período histórico. Y si los esqueletos de las edades prehistóricas no han podido hasta ahora probar de un modo innegable, en opinión de la Ciencia, lo que aquí pretendemos, esto es solo, una cuestión de tiempo. Nosotros, en todo caso, negamos positivamente que se haya realmente fracasado. Por otra parte, como ya se ha dicho, la estatura humana ha cambiado muy poco desde el último Ciclo de la especie. Los gigantes del tiempo viejo se hallan todos enterrados bajo los océanos, y cientos de miles de años de fricción constante por el agua reduciría el bronce a polvo, cuanto más a un esqueleto humano. ¿Y de dónde procede el testimonio de escritores clásicos bien conocidos, de filósofos y de hombres que, por lo demás, jamás han tenido reputación de mentir? Tengamos, además, en cuenta que antes del año 1847, en que Boucher de Perthes lo impuso a la atención de la Ciencia, apenas si se conocía algo del hombre fósil; pues la Arqueología ignoraba complacientemente su existencia. De los gigantes que «habitaban la tierra en aquellos días» antiguos, solo la Biblia había hablado a los sabios de Occidente; siendo el Zodíaco el testigo solitario llamado a corroborar tal declaración, en las personas de Orión y Atlas, cuyos hombros poderosos se decía que sostenían al mundo.

Sin embargo, ni aun los gigantes se han quedado sin sus testigos, y pueden examinarse los dos aspectos de la cuestión. Las tres Ciencias, la geológica, la sidérea y la escritural (esta última en su carácter universal), pueden proporcionarnos las pruebas necesarias. Principiando con la Geología, ésta ha confesado ya que mientras más antiguos son los esqueletos excavados, tanto más grande, más alta y más poderosa es su estructura. Ésta es ya cierta prueba a la mano. Federico Rougemont, que, aunque cree demasiado piadosamente en la Biblia y en el Arca de Noé, no es por eso menos científico, escribe:

Todos esos huesos encontrados en los Departamentos de Gard, en Austria, en Licia, etc.; esos cráneos que recuerdan todos el tipo del negro… y que por razón de su tipo pudieran tomarse equivocadamente por animales, han pertenecido todos a hombres de alta estatura[645].

Lo mismo dice Lartet, autoridad que atribuye una «alta estatura» a los que fueron sumergidos en el Diluvio —no necesariamente el de «Noé»— y una estatura más pequeña a las razas que vivieron subsiguientemente.

En cuanto a la evidencia que proporcionan los escritores antiguos, no tenemos que molestarnos con la de Tertuliano, que nos asegura que en su tiempo había en Cartago cierto número de gigantes; pues, antes de poder aceptar su testimonio, tendría que probarse su identidad[646], sino su existencia real. Podemos, sin embargo, dirigirnos a los periódicos de 1858, que hablan de un «sarcófago de gigante» encontrado en el citado año, en el sitio ocupado por aquella ciudad. En cuanto a los antiguos escritores paganos, tenemos el testimonio de Filostrato, que habla de un esqueleto de gigante de 22 codos de largo, así como también de otro de 12 codos, vistos por él mismo en el promontorio de Sigeo. Este esqueleto puede quizás no haber pertenecido, como creía Protésilas, al gigante muerto por Apolo en el sitio de Troya; sin embargo, era de un gigante, como lo era aquel otro descubierto por Messecrates, de Stira, en Lemnos, «horrible de contemplar», según Filostrato[647]. ¿Es posible que los prejuicios lleven a la Ciencia al extremo de clasificar a todos estos hombres como necios o como embusteros?

Plinio habla de un gigante en quien creyó reconocer a Orión, u Oto, el hermano de Ephialtes[648]. Plutarco declara que Sertorio vio la tumba de Anteo, el Gigante; y Pausanias atestigua la existencia real de las tumbas de Asterio y de Gerion, o de Hilo, hijo de Hércules —todos Gigantes, Titanes y hombres poderosos—. Finalmente, el Abate Pegues afirma, en su curiosa obra Les Volcans de la Grèce, que:

En la vecindad de los volcanes de la isla de Tera se encontraron gigantes con cráneos enormes, que yacían bajo piedras colosales, cuya erección, en todos los sitios, ha debido de exigir el uso de fuerzas titánicas, y que la tradición asocia, en todos los países, con las ideas sobre los gigantes, los volcanes y la magia[649].

En la misma obra antes citada, el autor se pregunta por qué en la Biblia y en la tradición, los Gibborim, los gigantes o «poderosos», los Rephaim, espectros o «fantasmas»; los Nephilim, los «caídos» (irruentes), se nos presentan como idénticos, aunque son «todos hombres», puesto que la Biblia los llama los primitivos y los poderosos, verbigracia, Nimrod. La Doctrina Secreta explica el misterio. Estos nombres, que pertenecen de derecho solo a las cuatro Razas precedentes y a los primeros principios de la Quinta, aluden muy claramente a las primeras dos Razas Fantasmas (Astrales), a la Raza «Caída» —la Tercera, y a los Gigantes Atlantes—, la Cuarta, después de la cual «principiaron los hombres a decrecer en estatura».

Bossuet ve la causa de la idolatría universal subsiguiente en el «pecado original». «Seréis como Dioses», dice la Serpiente del Génesis a Eva, sentando así el primer germen del culto a las falsas divinidades[650]. De aquí proviene, cree él, la idolatría, o el culto y adoración a las imágenes antropomorfizadas o figuras humanas. Pero, si es en esto en lo que se funda, la idolatría, entonces las dos iglesias, la griega, y especialmente la latina, son tan idólatras y paganas como cualquiera otra religión[651]. Solo en la Cuarta Raza fue cuando los hombres, que habían perdido todo derecho a ser considerados divinos, apelaron al culto del cuerpo, en otras palabras, al falicismo. Hasta entonces habían sido verdaderamente Dioses, tan puros y divinos como sus Progenitores; y la expresión de la «Serpiente» alegórica, como se ha indicado suficientemente en las páginas anteriores, no se refiere en modo alguno a la «Caída» fisiológica de los hombres, sino a su adquisición del conocimiento del Bien y del Mal; y este conocimiento les vino prior a su caída. No debe olvidarse que solo después de su forzada expulsión del Edén fue cuando «Adán conoció a su esposa Eva». No es nuestra intención, sin embargo, confrontar las enseñanzas de la Doctrina Secreta con la letra muerta de la Biblia hebrea, sino más bien señalar las grandes semejanzas entre las dos, en su sentido esotérico.

Solo después de su defección de los Neoplatónicos fue cuando Clemente de Alejandría principió a traducir gigantes por serpientes, explicando que «serpientes y gigantes significan demonios[652]».

Se nos dirá que antes de establecer paralelos entre nuestras doctrinas y las de la Biblia, tenemos que presentar mejores pruebas de la existencia de los Gigantes de la Cuarta Raza que la referencia que de ellos se encuentra en el Génesis. A esto contestaremos que las pruebas que damos son más satisfactorias, pues en todo caso se apoyan en testimonios más literarios y científicos que las del Diluvio de Noé tendrán jamás. Hasta las mismas obras históricas de la China están llenas de tales reminiscencias sobre la Cuarta Raza. En la traducción francesa del Shoo-King[653] leemos:

Cuando los Miao-tse (la raza antediluviana pervertida [explica el anotador] que se retiró en aquellos antiguos días a las cuevas rocosas, y cuyos descendientes se dice que se encuentran aún en las cercanías de Cantón)[654]; según nuestros antiguos documentos, hubieron perturbado toda la tierra, por causa de los engaños de Tchy-Yeoo, ésta se llenó de bandidos… El Señor (Chang-ty [un Rey de la Dinastía Divina]), posó su mirada sobre el pueblo y no vio ya en él ningún rastro de virtud. Entonces ordenó a Tchong y a Ly [dos Dhyân Chohans inferiores] que cortasen toda comunicación entre el Cielo y la Tierra. ¡Desde entonces cesaron las subidas y bajadas[655]!.

Las «subidas y bajadas» significa una libre comunicación y relación entre los dos Mundos.

Como no estamos en situación de exponer una historia completa y detallada de la Tercera y Cuarta Razas, tenemos que reunir ahora tantos hechos aislados referentes a ellas como nos es permitido, especialmente los que se hallan corroborados tanto por los testimonios directos como por los deductivos que se encuentran en la antigua literatura e historia. Cuando los «vestidos de piel» de los hombres se hicieron más densos, y éstos cayeron más y más en el pecado físico, la relación entre el Hombre Físico y el Divino Hombre Etéreo se interrumpió. El Velo de Materia entre los dos planos se hizo demasiado denso para que pudiera ser penetrado hasta por el mismo Hombre Interno. Los Misterios del Cielo y de la Tierra, revelados a la Tercera Raza por sus Maestros Celestes en los días de su pureza, se convirtieron en un foco de luz cuyos rayos se debilitaban necesariamente al difundirse y derramarse en un suelo refractario, por lo demasiado material. Entre las masas esos misterios degeneraron en Hechicería y tomaron más tarde la forma de religiones exotéricas, de idolatría llena de supersticiones y del culto al hombre o al héroe. Solamente un puñado de hombres primitivos —en quienes ardía brillantemente la chispa de la Sabiduría Divina, la cual alimentaba su intensidad a medida que se tornaba más y más tenue a cada edad en los que la empleaban con fines maléficos— permanecieron como custodios electos de los Misterios revelados a la humanidad por los Maestros Divinos. Entre ellos los había que permanecieron en su estado Kumârico desde el principio; y la tradición murmurará lo que la Doctrina Secreta afirma, a saber: que estos electos fueron el germen de una jerarquía que desde entonces no ha muerto nunca.

Como dice el Catecismo de las Escuelas Internas:

El Hombre Interno del Primer *** solo cambia su cuerpo de vez en cuando; él es siempre el mismo, sin conocer el reposo ni el Nirvâna, desdeñando el Devachan y permaneciendo constantemente sobre la Tierra para la salvación de la humanidad… De los siete Hombres-vírgenes [Kumâras][656] cuatro se sacrificaron por los pecados del mundo e instrucción de los ignorantes, para Permanecer hasta el fin del Manvantara presente. Aun cuando invisibles, siempre están presentes. Cuando la gente dice de uno de ellos «Ha muerto»; vedle, está vivo y bajo otra forma. Ellos son la cabeza, el Corazón, el Alma y la Semilla del Conocimiento Inmortal [Jnâna]. Nunca hables, ¡oh Lanú!, de estos grandes [Mahâ…] delante de la multitud, mencionándolos por sus nombres. Solo los sabios comprenderán[657].

Estos «Cuatro» sagrados son los que han sido alegorizados y simbolizados en el Linga Purâna, que dice que Vâmadeva (Shiva), como Kumâra, nace de nuevo en cada Kalpa (Raza, en este caso), como cuatro jóvenes; cuatro blancos, cuatro rojos, cuatro amarillos y cuatro oscuros o morenos. Tengamos presente que Shiva es, sobre todo y principalmente, un asceta, el patrón de todos los Yogis y Adeptos, y la alegoría se hará completamente comprensible. Lo que encarna en estos Elegidos es el espíritu de la Sabiduría Divina y del mismo casto Ascetismo. Solo después de casarse y de ser arrancado por los Dioses de su terrible vida ascética, Rudra se convierte en Shiva, un Dios en el Panteón indo, y no de un tipo muy virtuoso y misericordioso. Más elevado que los «Cuatro» solo hay UNO sobre la Tierra como en los Cielos —ese Ser solitario aún más misterioso— descrito en el volumen I.

Ahora tenemos que examinar la naturaleza de los «Hijos de la Llama» y de la «Tenebrosa Sabiduría», así como el pro y contra de la suposición Satánica.

Las sentencias sueltas como las que pudieron ponerse en claro de los fragmentos de ladrillo, a las cuales llama George Smith «La Maldición después de la Caída[658]», son, por supuesto, alegóricas; sin embargo, corroboran lo que se enseña sobre la verdadera naturaleza de la Caída de los Ángeles en nuestros Libros. Así se dice que el «Señor de la Tierra pronunció su nombre, el Padre Elu [Elohim], y lanzó su “maldición”», la cual «oyó el Dios Hea, y su hígado se encolerizó porque su hombre [el Hombre Angélico] había corrompido su pureza», por lo cual Hea expresa el deseo de que la «sabiduría y conocimiento de un modo hostil le hagan daño [al hombre[659]]».

Esta última frase señala la relación directa del relato caldeo con el gnóstico. Mientras Hea trata de reducir a la nada la sabiduría y conocimiento adquiridos por el hombre, por la facultad consciente e intelectual recientemente adquirida de crear a su vez —arrebatando así el monopolio de la creación de las manos de Dios (los Dioses)—, los Elohim hacen lo mismo en el tercer capítulo del Génesis. Por tanto, los Elohim le echan fuera del Edén.

Pero esto no les sirvió de nada. Pues estando el Espíritu de la Sabiduría Divina sobre y en el hombre —verdaderamente la Serpiente de la Eternidad y de todo Conocimiento, ese Espíritu Manásico que le hizo aprender el secreto de la «creación» en el plano Kriyâshaktico, y de la procreación en los planos terrestres— le condujo naturalmente a descubrir la senda de la inmortalidad, a pesar de los celos de todos los Dioses.

Los primeros Atlantes-Lemures (las encarnaciones divinas) están acusados de haber tomado para sí esposas de una raza inferior, o sea de la raza de los hombres hasta entonces sin mente. Todas las Escrituras antiguas tienen la misma leyenda, más o menos desfigurada. En primer término, la Caída Angélica que transformó a los «Primogénitos» de Dios en Asuras, o en el Ahriman o Tifón de los «paganos» —esto es; si lo que se dice en el Libro de Enoch[660] y en Hermes, en los Purânas y en la Biblia, se toma literalmente— tiene, al ser leída esotéricamente, el siguiente sencillo significado:

Las sentencias, tales como «en su ambición [la de Satán] levantó su mano contra el Santuario del Dios de los Cielos», etc., debe leerse: Impulsado por la Ley de la Evolución Eterna y del Karma, el Ángel encarnó sobre la Tierra en el Hombre; y como su Sabiduría y Conocimiento son todavía, divinos, aunque su Cuerpo es terrestre, él es (alegóricamente) acusado de divulgar los Misterios del Cielo. Él combina y usa los dos con el objeto de la procreación humana, en lugar de la superhumana. En adelante «el hombre engendrará, no creará[661]». Pero como al hacerlo así tiene que usar su débil Cuerpo como medio de procreación, ese Cuerpo pagará la pena por esta Sabiduría traída del Cielo a la Tierra; de aquí que la corrupción de la pureza física se convierta en una maldición temporal.

Los kabalistas de la Edad Media conocían esto bien, puesto que uno de ellos no temió escribir lo siguiente:

La Kabalah fue primeramente enseñada por Dios mismo a una selecta Compañía de Ángeles que formaban una escuela teosófica en el Paraíso. Después de la Caída, los Ángeles comunicaron graciosamente esta doctrina celeste al hijo desobediente de la Tierra, para proporcionar a los protoplastas el medio de volver a su prístina nobleza y felicidad[662].

Esto muestra de qué modo fue interpretado por los kabalistas cristianos el incidente de los Hijos de Dios, casándose con las Hijas de los Hombres comunicándoles los Secretos Divinos del Cielo, según se dice alegóricamente por Enoch y en el sexto capítulo del Génesis. Todo este período puede considerarse como el período pre-humano, el del Hombre Divino. O como ahora lo interpreta la plástica Teología Protestante, el período Pre-Adámico. Pero hasta el mismo Génesis principia su verdadera historia (cap. VI) por los gigantes de «aquellos días» y por los «hijos de Dios» casándose y enseñando a sus esposas, las «hijas de los hombres».

Este período es el que se describe en los Purânas; y relacionándose, como se relaciona, con días que se pierden en las edades arcaicas, y por tanto prehistóricas, ¿cómo puede ningún antropólogo estar seguro de si la humanidad de aquella época era o no lo que hoy? Todo el personal de los Brâhmanas y Purânas —los Rishis, Prajâpatis, Manus, sus esposas y progenie pertenecen a ese período prehumano. Todos ellos son la Semilla de la Humanidad, por decirlo así. Alrededor de estos «Hijos de Dios», los hijos astrales «nacidos de la mente» de Brahmâ, han crecido y se han desarrollado nuestras constituciones físicas, y se han convertido en lo que hoy son. Pues las historias Puránicas de todos estos hombres son las de nuestras Mónadas, en sus diversas e innumerables encarnaciones sobre esta y otras Esferas, sucesos percibidos por el «Ojo de Shiva» de los antiguos Videntes— el «Tercer Ojo» de nuestras Estancias— y descritos alegóricamente. Más tarde fueron desfigurados con fines sectarios; mutilados, pero quedando aún, sin embargo, un fundamento considerable de verdad. La filosofía de tales alegorías no es menos profunda por estar tan densamente velada por la exuberancia de la fantasía.

Pero con la Cuarta Raza llegamos al período puramente humano. Los que hasta entonces habían sido Seres semidivinos, aprisionados por sí mismos en cuerpos que solo eran humanos en apariencia, cambiaron fisiológicamente y tomaron para sí esposas que eran completamente humanas y hermosas de contemplar, pero en las cuales habían encarnado Seres inferiores, más materiales. Estos Seres de formas femeninas —Lilith es su prototipo en las tradiciones judías— se llaman en los relatos esotéricos Khado (Dâkini, en sánscrito). Leyendas alegóricas llaman a la principal de estas Liliths, Sangye Khado (Buddha Dâkinî, en sánscrito); a todas se les atribuye el arte de «andar por el aire», y una «grandísima bondad hacia los mortales»; pero sin mente alguna, solo instinto animal[663].

c) Éste es el principio de un culto, el cual estaba condenado a degenerar, edades después, en falicismo y culto sexual. Principió por el culto del cuerpo humano —ese «milagro de milagros», como lo llama un autor inglés— y terminó por el de sus sexos respectivos. Los que tal culto rendían, eran gigantes de estatura; pero no gigantes en conocimientos y sabiduría, aunque ésta venía a ellos más fácilmente que a los hombres de nuestros tiempos modernos. Su ciencia era innata en ellos. Los Lemuro-Atlantes no tenían necesidad de descubrir y fijar en su memoria lo que su PRINCIPIO animador sabía en el momento de su encarnación. Solo el tiempo, y el embotamiento siempre progresivo de la Materia de que los principios se habían revestido, pudieron, el primero, debilitar la memoria de su conocimiento prenatal, y el segundo, entorpecer y hasta extinguir en ellos todo fulgor de lo espiritual y divino. Así, pues, desde el principio cayeron, víctima de sus naturalezas animales, y criaron «monstruos», esto es, hombres de variedades distintas de ellos.

Hablando de los Gigantes, Creuzer los describe muy bien diciendo que:

Aquellos hijos del Cielo y de la Tierra eran dotados a su nacimiento por los Poderes Soberanos, los autores de su ser, con facultades extraordinarias, tanto morales como físicas. Mandaban a los Elementos, conocían los secretos del Cielo y de la Tierra, del mar y del mundo entero, y leían el futuro en las estrellas… Verdaderamente, cuando algo se lee de ellos, parece que no se trata de hombres como nosotros, sino de Espíritus de los Elementos, surgidos del seno de la Naturaleza y teniendo dominio completo sobre ella… Todos estos seres están marcados con un carácter de magia y hechicería

Y así eran esos héroes, ahora legendarios, de las razas prehistóricas, que realmente existieron una vez. Creuzer fue un sabio en su generación, porque no acusó de engaño deliberado, o de torpeza y superstición, a una serie sin fin de filósofos reconocidos que mencionan esas razas, y aseguran que, aun en tiempo de ellos, vieron sus restos fósiles. En aquellos tiempos viejos había escépticos, tantos y tan grandes como hoy día. Pero hasta un Luciano, un Demócrito y un Epicuro se rindieron a la evidencia de los hechos, y demostraron la capacidad distintiva de las grandes inteligencias, que pueden distinguir la ficción del hecho, y la verdad de la exageración y de la falsedad. Los antiguos escritores no eran más necios que nuestros modernos sabios; pues, como observó muy bien el autor de «Notas sobre la Psicología de Aristóteles en relación con el Pensamiento Moderno», en Mind:

La división común de la historia en antigua y moderna es… errónea. Los griegos del siglo IV antes de Cristo eran, por muchos conceptos, modernos; especialmente, podernos añadir, en su escepticismo. No eran muy a propósito para aceptar tan fácilmente fábulas.

Sin embargo, los Lemures y los Atlantes, esos «hijos del Cielo y de la Tierra», fueron verdaderamente marcados con el carácter de brujería; pues la Doctrina Secreta les acusa precisamente de lo que, si se creyese, pondría fin a las dificultades de la Ciencia respecto al origen del hombre, o más bien de sus semejanzas anatómicas con el mono antropoide. Se les acusa de haber cometido el (para nosotros) abominable crimen de procrear con llamados «animales», produciendo así una especie verdaderamente pitecoide, ahora extinguida. Por supuesto, lo mismo que en la cuestión de la generación espontánea —en la cual cree la Ciencia Esotérica, y la enseña—, la posibilidad de semejante cruzamiento entre el hombre y un animal de cualquier clase, será negada. Pero aparte de la consideración de que en aquellos días primitivos, como ya se ha observado, ni los Gigantes Atlantes humanos, ni siquiera los «animales», eran los hombres fisiológicamente perfectos y los mamíferos que nos son ahora conocidos, las nociones modernas sobre este asunto (incluso las de los fisiólogos) son demasiado inciertas y fluctuantes para negar a priori, en absoluto, un hecho semejante.

Un examen atento de los Comentarios haría pensar a uno que el Ser con el cual criaron los recién «Encarnados» era llamado «animal» no porque no fuese un ser humano, sino más bien porque era muy distinto física y mentalmente de las razas más perfectas que se habían desarrollado fisiológicamente en una época anterior. Recuérdese la Estancia VII y lo que se dice en la Sloka 24, a saber —que cuando los «Hijos de la Sabiduría» vinieron a encarnar la primera vez, algunos encarnaron por completo, otros proyectaron en las formas solo un resplandor o Chispa, mientras que algunas de las Sombras quedaron sin llenar y perfeccionar hasta la Cuarta Raza. Esas razas, pues, que «permanecieron destituidas de conocimiento», y también las que se quedaron «sin mente», permanecieron como estaban, aún después de la separación natural de los sexos. Ellas fueron las que llevaron a cabo el primer cruzamiento, por decirlo así, y criaron monstruos; y de los descendientes de éstos fue de donde los Atlantes escogieron sus esposas. Adán y Eva, con Caín y Abel, se supuso que eran la única familia humana en la Tierra, Sin embargo, vemos que Caín fue a la tierra de Nod y tomó allí esposa. Es evidente que solo una raza se suponía bastante perfecta para ser llamada humana; y, aun en nuestros días, al paso que los Singaleses consideran a los Veddhas de sus bosques no más que como animales parlantes, algunos ingleses, en su arrogancia, creen firmemente que toda la demás familia humana, especialmente los indios morenos, son de raza inferior. Por otra parte, hay naturalistas que han considerado seriamente el problema de si algunas tribus salvajes, como, por ejemplo, los bosquimanos, pueden considerarse como hombres. El Comentario describiendo como un bípedo a esa especie (o raza) de animales, «hermosos de contemplar», dice:

Tenían forma humana, pero con las extremidades inferiores, desde la cintura abajo, cubiertas de pelo.

De aquí la raza de los sátiros, quizás.

Si los hombres existían hace dos millones de años, deben de haber sido, lo mismo que los animales, por completo diferentes, física y anatómicamente, de lo que ahora son, y más próximos entonces al tipo del animal mamífero puro, que en el día. Sea como quiera, sabemos que el mundo animal ha criado estrictamente inter se, esto es, con arreglo al género y especie, solo después de la aparición, en esta Tierra, de la Raza Atlante. Según ha indicado el autor de la hábil obra Modern Science and Modern Thought, la idea de negarse a criar con otras especies, o que la esterilidad sea solo el resultado de semejante ayuntamiento, «parece ser una deducción, prima facie, más bien que una ley absoluta» aun ahora. Demuestra él que:

Especies diferentes crían, efectivamente, a menudo, juntas, como se ve en el caso familiar del caballo y el asno. Es verdad que en este caso la mula es estéril… Pero la regla no es universal, y muy recientemente una nueva raza híbrida, la del leporino, o liebre-conejo, ha sido criada y es perfectamente fértil.

La progenie del lobo y del perro es también presentada como ejemplo, como también la de otros animales domésticos; también zorros y perros, y el moderno ganado suizo presentado por Rütimeyer como descendiente de «tres distintas especies de bueyes fósiles, el Bos primigenius, Bos longifrons y Bos frontosus[664]». Además, algunas de las especies, como la familia del mono, que tan claramente se parece al hombre en estructura física, contiene, según se nos dice:

Numerosas ramas que gradualmente se suceden unas a otras, pero cuyos extremos difieren mucho más entre sí que lo que el hombre difiere de lo más elevado de la serie del mono.

El gorila y el chimpancé, por ejemplo.

Así, pues, la observación de Mr. Darwin —¿o es que debemos decir la observación de Linneo?— natura non facit satum, no solo es corroborada por la Ciencia Esotérica, sino que (si hubiese alguna probabilidad de que la verdadera doctrina fuese aceptada por otros que sus partidarios directos), reconciliaría la teoría moderna de la evolución en más de un aspecto, si no por completo, con los hechos, así como también con el fracaso absoluto de los antropólogos en la busca del «eslabón perdido» en las formaciones geológicas de nuestra Cuarta Ronda.

En otra parte demostraremos que la Ciencia Moderna, aunque inconscientemente, defiende nuestro caso con lo mismo que admite, y que Quatrefages tiene mucha razón cuando dice en su última obra que es mucho más probable que se llegue a descubrir que el mono antropoide es descendiente del hombre, que no que estos dos tipos tengan un fantástico antecesor común, que no se encuentra en ninguna parte. Así, pues, la sabiduría de los compiladores de las antiguas Estancias es vindicada a lo menos por un eminente hombre de ciencia, y el Ocultista prefiere creer, como siempre lo ha hecho, lo que dice el Comentario, de que:

El hombre fue el primer animal [mamífero] así como el más elevado que apareció en esta creación [esta Cuarta Ronda]. Luego vinieron animales aún mayores; y por último, el hombre mudo que anda a gatas. [Pues] los Râkshasas [Demonios-Gigantes] y Daityas [Titanes] del Dvîpa [Continente] Blanco corrompieron a sus antepasados [los del hombre mudo].

Por otra parte, como vemos, hay antropólogos que han seguido la pista al hombre hasta una época que destruye en gran parte la aparente barrera que existe entre la cronología de la Ciencia Moderna y la Doctrina Arcaica. Es verdad que los hombres de ciencia ingleses, por regla general, han declinado el someterse a la sanción de la hipótesis aun del hombre Terciario, y todos ellos miden la antigüedad del Homo Primigenius por sus propias luces y prejuicios. A la verdad, Huxley se aventura a especular sobre la posibilidad del hombre Plioceno o Mioceno; el profesor Seeman y Mr. Grant Allen han relegado su advenimiento al Eoceno; pero, por regla general, los hombres científicos ingleses consideran que no se puede avanzar, sin peligro de error más allá del Cuaternario. Desgraciadamente los hechos no se acomodan con la prudente reserva de estos últimos. La escuela francesa de Antropología, basando sus opiniones en los descubrimientos de l’Abbé Bourgeois, Capellini y otros, ha aceptado, casi sin excepción, la doctrina de que seguramente se encuentran rastros de nuestros antecesores en el Mioceno, al paso que M. de Quatrefages se inclina ahora a admitir el hombre de la Época Secundaria. Más adelante compararemos estas apreciaciones con las cifras que se dan en los libros exotéricos brahmánicos, que se aproximan a las Enseñanzas Esotéricas.

d) «Entonces el Tercer Ojo cesó de funcionar» —dice la Sloka— porque el HOMBRE se había hundido demasiado profundamente en el cieno de la Materia.

¿Cuál es el significado de esta extraña declaración de la Sloka 42, referente al Tercer Ojo de la Tercera Raza, el cual había muerto y no funcionaba ya?

Ahora debemos exponer algunas otras Enseñanzas Ocultas, respecto de este punto así como de otros. Hay que ampliar la historia de la Tercera y Cuarta Razas, a fin de arrojar más luz sobre el desarrollo de la humanidad presente; y mostrar cómo las facultades puestas en actividad por el ejercicio Oculto devuelven al hombre la posición que ocupaba anteriormente, con referencia a la percepción y a la conciencia espiritual. Pero hay que explicar, primeramente, el fenómeno del Tercer Ojo.

LAS RAZAS CON «TERCER OJO»

El asunto es tan extraño, las sendas que se siguen son tan intrincadas, están tan llenas de trampas peligrosas preparadas por las teorías y la crítica adversas, que hay que presentar buenas razones a cada paso que se da. A la vez que lanzamos la luz proyectora del esoterismo, sobre casi cada pulgada del terreno Oculto por el cual hemos caminado, tenemos también que emplear su lente para poner aún más de relieve las regiones exploradas por la ciencia exacta; y esto no solo para contrastar las dos, sino también para defender nuestra posición[665].

Puede que algunos se quejen de que se dice muy poco del aspecto físico humano de las razas extinguidas en la historia de su desarrollo y evolución. Mucho más pudiera seguramente decirse si la simple prudencia no nos hiciese vacilar en el principio mismo de toda nueva revelación. Todo lo que presente probabilidades y jalones dentro de los descubrimientos de la Ciencia Moderna, se da; todo lo que el conocimiento exacto ignora y sobre lo cual no puede especular, y que, por tanto, negaría como un hecho en la Naturaleza, se reserva.

Pero aun declaraciones tales, como por ejemplo, las de que entre todos los mamíferos el hombre fue el primero en aparecer, que el hombre es el antecesor indirecto del mono, y que fue una especie de Cíclope en los tiempos primitivos, todo esto será rechazado; y, sin embargo, los hombres científicos nunca podrán probar, excepto para su propia satisfacción, que no sucedió así. No pueden tampoco admitir que las dos primeras Razas de hombres fuesen demasiado etéreas, y semejantes a fantasmas en su constitución, en su organismo y hasta en su forma, para ser llamadas de hombres físicos. Si lo hiciesen, se vería que ésta es una de las razones por que sus reliquias no podrán jamás ser exhumadas entre otros fósiles. Sin embargo, todo esto lo sostenemos. El hombre fue el depósito, por decirlo así, de todas las semillas de vida en esta Ronda, lo mismo animal que vegetal[666]. Así como Ain Soph es «Uno, a Pesar de las formas innumerables que están en él[667]», así el hombre es, en la Tierra, el microcosmos del macrocosmos.

Tan pronto como apareció el hombre, todo se completó…, pues todo se halla comprendido en el hombre. Él reúne en sí mismo todas las formas[668].

El misterio del hombre terrestre viene después del misterio del Hombre Celeste[669].

La forma humana —llamada así por ser el vehículo (cualquiera que sea su configuración) del Hombre divino— es, como lo observó tan intuitivamente el autor de los «Estudios Esotéricos», el nuevo tipo, al principio de cada Ronda.

El hombre no puede nunca estar manifestado, como nunca lo estuvo, en una forma perteneciente al reino animal in esse, es decir, nunca ha formado parte de ese reino. Derivada, solo derivada de la clase más perfecta de este último, una nueva forma humana tiene que haber sido siempre el nuevo tipo del ciclo. La forma humana de un anillo [¿?], según imagino, se convierte en vestido desechado en el próximo; y entonces pasa a ser propiedad de la clase más elevada en el reino inmediatamente inferior[670].

Si la idea significa lo que creemos —pues los «anillos» mencionados hacen el asunto algo confuso— entonces es la Enseñanza Esotérica correcta. El Hombre —el Astral o el «Alma», pues el Zohar, repitiendo la Enseñanza Arcaica, dice claramente que «el hombre real es el alma, y que su constitución material no forma parte de ella—, habiendo aparecido desde el principio mismo, y a la cabeza de la vida senciente y consciente, se convirtió en la Unidad animal viviente, cuyas “desechadas vestiduras” determinaron la forma de todas las vidas y animales en esta Ronda[671]».

Así «creó» él, inconscientemente, durante edades, los insectos, reptiles, aves y animales, procedentes de sus restos y de las reliquias de la Tercera y Cuarta Rondas[672]. Esta misma idea y enseñanza se expresan con igual claridad en el Vendîdâd de los Mazdeístas, así como en la alegoría mosaica y caldea del Arca, todas las cuales son las muchas versiones nacionales de la leyenda original que se da en las Escrituras indas. Encuéntrase en la alegoría del Manu Vaivasvata y su Arca con los Siete Rishis, a cada uno de los cuales se le presenta como Padre y Progenitor de especies animales, de reptiles y hasta de monstruos, así como en el Vishnu y otros Purânas. Abrase el Vendîdâd Mazdeísta, y léase la orden de Ahura Mazda a Yima, un Espíritu de la Tierra que simboliza a las tres Razas, después de decirle que construya un Vara, «un cercado», un Argha o Vehículo.

Allí [dentro del Vara] llevarás las semillas de hombres y mujeres, de las clases grandes, mejores y más refinadas de esta tierra; allí llevarás las semillas de toda especie de ganado, etc.… Todas estas semillas traerás, dos de cada especie, para conservarlas allí perdurablemente, durante el tiempo que aquellos hombres permanezcan en el Vara[673].

Aquellos «hombres» encerrados en el «Vara» son los «Progenitores», los Hombres Celestes o Dhyânis, los Egos futuros encargados de animar a la humanidad. Pues el Vara o Arca, o sea el Vehículo, significa sencillamente el Hombre[674].

Sellarás el Vara [después de llenarlo con las semillas] y harás una puerta, y una ventana que alumbre al interior [la cual es el Alma][675].

Y cuando Yima pregunta a Ahura Mazda lo que tenía que hacer para construir aquel Vara, se le contesta:

Desmenuza la tierra… y amásala con tus manos, como hace el alfarero cuando amasa la arcilla[676].

El Dios egipcio de cabeza de morueco hace al hombre de barro en una rueda de alfarero, y así también en el Génesis los Elohim lo construyen del mismo material.

Cuando se sigue preguntando al «Hacedor del mundo material», Ahura Mazda, qué es lo que dará la luz «al Vara que Yima hizo», contesta que:

Hay luces increadas y luces creadas. Allí [en Airyana Vaêjô, donde el Vara es construido], las estrellas, la luna y el sol solo se ven una vez (al año) salir y ponerse, y un año parece solamente un día [y una noche][677].

Ésta es una clara referencia a la «Tierra de los Dioses», o las (ahora) Regiones Polares. Además, contiene este versículo otra alusión, una indicación clara a las «Luces increadas» que iluminan al hombre interno: a sus «principios». De otro modo, ningún sentido ni razón podría encontrarse en la contestación de Ahura Mazda, a la que siguen inmediatamente estas palabras:

Cada catorce años, a cada pareja [hermafrodita] nacen dos: un macho y una hembra[678].

Esto último es un eco claro de la Doctrina Secreta, de una Estancia que dice:

A la conclusión de cada cuarenta Soles [anuales], al final de cada catorce Días, el doble se convierte en cuatro; macho y hembra en uno, en el primero y segundo y el tercero…

Esto es claro, puesto que cada «Sol» significaba todo un año, el cual se componía entonces de un Día, así como en el Círculo Ártico se compone ahora de seis meses. Según la enseñanza antigua, el eje de la Tierra cambia gradualmente su inclinación con la eclíptica, y en el período a que esto se refiere, era tal la inclinación, que un Día polar duraba todo el período de la revolución de la Tierra alrededor del Sol, mediando una especie de crepúsculo de muy poca duración; después del cual, la tierra polar volvía a tomar su posición directamente bajo los rayos del Sol. Esto puede ser contrario a la Astronomía según se enseña y se comprende ahora; pero ¿quién puede decir que no ocurriesen, hace millones de años, cambios en el movimiento de la Tierra que no ocurren actualmente?

Volviendo de nuevo a la declaración de que el VARA significaba el HOMBRE de la Cuarta Ronda, así como la Tierra de aquellos tiempos, la Luna, y hasta el Arca de Noé, si así se quiere; esto se demuestra de nuevo en el diálogo entre Ahura Mazda y Zarathushtra. Así, cuando este último pregunta:

¡Oh Hacedor del mundo material, tú único Santo! ¿Quién fue el que puso la ley de Mazda dentro del Vara que Yima hizo?

Ahura Mazda contesta: «Fue el ave Karshipta, ¡oh Santo Zarathushtra!»[679].

Y la nota explica:

El ave Karshipta mora en los cielos: si viviese en la tierra, sería reina de las aves. Ella puso la ley dentro del Vara de Yima, y recita el Avesta en el lenguaje de las aves[680].

Ésta es también una alegoría y un símbolo que solo han interpretado mal los orientalistas, quienes ven en este pájaro «una encarnación del relámpago», y dicen que su canto «se creía muchas veces que era el lenguaje de un dios y una revelación», y no sabemos qué más. Karshipta es el «Alma-Mente» humana, y la deidad de la misma, simbolizada en el antiguo Magismo por un ave, así como los griegos la simbolizaban por una mariposa. Tan pronto como Karshipta penetró en el Vara u hombre, él comprendió la ley de Mazda, o la Sabiduría Divina. En el «Libro del Misterio Oculto» se dice del Árbol, que es el Árbol del conocimiento del bien y del mal:

En sus ramas moran las aves y construyen sus nidos (las almas y los ángeles tienen su sitio)[681].

Por eso los kabalistas tenían un símbolo semejante. «Ave» era un sinónimo y símbolo caldeo, convertido en hebreo, de Ángel, de un Alma, un Espíritu o un Deva, y el «Nido del Ave» era para ambos el Cielo, y en el Zohar el Seno de Dios. El Mesías perfecto entra en el Edén, «en el lugar que se llama el Nido del Ave[682]».

«Como un ave que vuela desde su nido», y ésa es el Alma, de la cual She’khin-ah [la sabiduría divina o gracia] no se aparta[683].

El Nido del Ave Eterna, el revoloteo de cuyas alas produce la Vida, es el Espacio sin límites

—Dice el Comentario, indicando a Hamsa, el Ave de la Sabiduría.

Adam Kadmon es el árbol de los Sephiroth, y el que se convierte en el «árbol del conocimiento del bien y del mal» esotéricamente. Y ese «árbol tiene a su alrededor siete columnas [siete pilares] del mundo, o Rectores [de nuevo los mismos Progenitores o Sephiroth], operando por medio de los órdenes respectivos de Ángeles, en las esferas de los siete planetas», etc., uno de cuyos órdenes procrea Gigantes (Nephilim) sobre la Tierra.

Era creencia de toda la antigüedad, pagana y cristiana, que la humanidad primitiva fue una raza de gigantes. En ciertas excavaciones hechas en América (en terraplenes y en cuevas) se han encontrado ya, en casos aislados, grupos de esqueletos de nueve y de doce pies de alto[684]. Éstos pertenecen a tribus de la Quinta Raza primitiva, degenerada ahora hasta el tamaño de cinco y seis pies. Pero podemos creer sin dificultad que los Titanes y Cíclopes de antaño pertenecían realmente a la Cuarta Raza (Atlante), y que todas las leyendas y alegorías posteriores que se encuentran en los Purânas indos y en los poemas griegos de Hesíodo y de Homero se basaban en nebulosas reminiscencias de Titanes verdaderos (hombres de un poder físico sobrehumano tremendo, que les permitía defenderse y tener a raya a los monstruos gigantescos de los tiempos primitivos mesozoicos y cenozoicos) y de Cíclopes reales, mortales de «tres ojos».

Se ha notado muchas veces por escritores observadores que el «origen de casi todos los mitos y leyendas populares pueda invariablemente encontrarse en un hecho de la Naturaleza».

En estas creaciones fantásticas, de un subjetivismo exuberante, existe siempre un elemento de lo objetivo y real. La imaginación de las masas, por desordenada y mal dirigida que sea, no hubiera podido nunca concebir ni fabricar ex nihilo tantas figuras monstruosas, semejante masa de historias extraordinarias, si no hubiese tenido, como núcleo central, esas reminiscencias flotantes, oscuras y vagas que unen los eslabones rotos de la cadena del tiempo para formar con ellos el fundamento soñado, misterioso de nuestra conciencia colectiva[685].

La evidencia de los Cíclopes —raza de Gigantes— se señalará en las Secciones siguientes en los restos Ciclópeos, llamados así hasta hoy día. La Ciencia nos suministra también la indicación de que la Cuarta Raza primitiva —durante su evolución y antes del ajustamiento final del organismo humano, que se hizo perfecto y simétrico solo en la Quinta Raza— pudo haber tenido tres ojos sin tener necesariamente un tercer ojo en medio de la frente, como los Cíclopes legendarios.

Para los Ocultistas, que creen que la involución espiritual y psíquica procede en líneas paralelas con la evolución física —o sea que los sentidos internos, innatos en las primeras razas humanas, se atrofiaron durante el desarrollo de la raza y el desenvolvimiento material de los sentidos externos—, para los estudiantes de la simbología Esotérica, la declaración anterior no es una conjetura o una posibilidad, sino simplemente una fase de la ley de desarrollo, un hecho probado, en una palabra. Ellos comprenden el sentido del pasaje de los Comentarios, que dice:

En aquellos primitivos tiempos de los machos-hembras [hermafroditas], había criaturas humanas con cuatro brazos; con una cabeza, pero con tres ojos. Podían ver, por delante y por detrás[686]. Un Kalpa más tarde [después de la separación de los sexos] habiendo caído los hombres en la materia, su visión espiritual se nubló; y, a la par, el Tercer Ojo principió a perder su poder… Cuando la Cuarta [Raza] llegó a la mitad de su carrera, la Visión Interna tuvo que ser despertada y adquirida por estimulantes artificiales, cuyo procedimiento conocían los antiguos Sabios[687]…. Del mismo modo el Tercer Ojo, petrificándose gradualmente[688] pronto desapareció. Los de dos caras se convirtieron en los de una cara, y el ojo se hundió profundamente en la cabeza y se halla, ahora enterrado bajo el cabello. Durante la actividad del hombre Interno [durante el trance y la visión espiritual] el ojo se hincha y se dilata. El Arhat lo ve y lo siente, y por consecuencia regula su acción… El Lanú puro [Discípulo, Chela] no debe temer peligro alguno; el que no se conserva puro [que no es casto] no recibirá ayuda del «Ojo Deva».

Desgraciadamente no. El «Ojo Deva» no existe ya para la mayoría de la humanidad. El Tercer Ojo está muerto y no funciona, pero ha dejado tras sí un testigo de su existencia. Este testigo es ahora la GLÁNDULA PINEAL. En cuanto a los hombres de «cuatro brazos», son los que sirvieron de prototipos para los Dioses indos de cuatro brazos, según se ha indicado en una nota anterior.

Tan grande es el misterio del ojo humano, que algunos hombres de ciencia han tenido que recurrir a las explicaciones Ocultas en sus vanos esfuerzos para encontrar la razón y explicar todas las dificultades que rodean su acción. El desarrollo del ojo humano prueba más la Antropología Oculta que la de los fisiólogos materialistas. «Los ojos del embrión humano crecen desde adentro afuera» —procediendo del cerebro en lugar de ser parte de la piel, como en los insectos y en el pez jibia—. El profesor Lankester, pensando que el cerebro era un sitio muy raro para el ojo, y tratando de explicar el fenómeno por el método darwiniano, sugiere la curiosa opinión de que «nuestro» primer antecesor vertebrado era un ser «transparente», y de aquí que no importase en dónde tuviera el ojo. Así, pues, se nos enseña que el hombre fue en un tiempo un «ser transparente», y, por tanto, nuestra teoría se sostiene firme. Pero ¿cómo se armoniza la hipótesis de Lankester con la opinión hæckeliana, de que el ojo del vertebrado se originó por cambios en la epidermis? Si partió de adentro, la última teoría va al cesto de lo inútil. Esto parece probado por la embriología. Por otra parte, la indicación extraordinaria del profesor Lankester (¿o diremos admisión?) se hace probablemente necesaria a causa de exigencias evolucionistas. La enseñanza que presenta el Ocultismo del desarrollo gradual de los sentidos «desde dentro afuera», procedentes de prototipos astrales, es mucho más satisfactoria. El Tercer Ojo se retiró al interior cuando concluyó su curso: otro punto en favor del Ocultismo.

La expresión alegórica de los indos místicos que hablan del «Ojo de Shiva» el Tri-lochana, o «tres-ojos», recibe de este modo su Justificación y razón de ser; siendo la transferencia de la glándula pineal (que fue ese Tercer Ojo) a la frente, una licencia exotérica. Esto arroja también luz en el misterio, incomprensible para algunos, de la relación entre la Videncia anormal, o espiritual, y la pureza fisiológica del Vidente. Muchas veces se hace la siguiente pregunta: ¿Por qué el celibato y la castidad son condición sine qua non del Chelado regular o del desarrollo de poderes psíquicos y ocultos? La respuesta se halla en el Comentario. Cuando se nos dice que el Tercer Ojo fue un día órgano fisiológico, y que más tarde, debido a la desaparición gradual de la espiritualidad y al aumento de la materialidad, extinguiendo la naturaleza física a la espiritual, se convirtió en un órgano atrofiado, tan poco comprendido ahora por los fisiólogos como el bazo; cuando llegamos a saber esto, la relación se hace evidente. Durante la vida humana, el mayor obstáculo para el desarrollo espiritual, y especialmente para la adquisición de los poderes Yoga, es la actividad de nuestros sentidos fisiológicos. Estando de igual modo la acción sexual estrechamente relacionada, por interacción, con la médula espinal y la materia gris del cerebro, es inútil entrar en más explicaciones. Por supuesto, el estado normal y anormal del cerebro, y el grado de actividad en la médula oblongada, reacciona poderosamente sobre la glándula pineal, pues debido al número de «centros» de esa región, que gobiernan la gran mayoría de las funciones fisiológicas de la economía animal, y debido también a la estrecha e íntima proximidad de las dos, la médula oblongada tiene que ejercer una acción «inductiva», muy poderosa, sobre la glándula pineal.

Todo esto es muy claro para el Ocultista, pero es muy vago para los lectores en general. A estos últimos se les debe mostrar la posibilidad de un hombre de tres ojos en la naturaleza, en aquellas épocas en que su formación estaba todavía en un estado relativamente caótico. Esta posibilidad puede inferirse por los conocimientos anatómicos y zoológicos, en primer término, y luego puede apoyarse en las presunciones de la misma Ciencia materialista.

Se asegura, por la autoridad de la Ciencia, y por demostraciones que por esta vez no son una mera ficción de las especulaciones teóricas, que muchos animales (especialmente entre los órdenes inferiores de los vertebrados) tienen un tercer ojo, hoy atrofiado, pero que necesariamente debió ser activo en su origen[689]. La especie Hatteria, lagarto del orden Lacertilia, recientemente descubierto en Nueva Zelanda (la cual, nótese bien, es una parte de la antigua Lemuria, según la llaman), presenta esta particularidad de una manera extraordinaria; y no solo el Hatteria punctata, sino también el camaleón, y ciertos reptiles, y hasta peces. Se creyó en un principio que esto no era más que la prolongación del cerebro que terminaba con una pequeña protuberancia, llamada epífisis, como un pequeño hueso que esté separado del hueso principal por un cartílago, y que se encuentra en todos los animales. Pronto se vio que es más que esto. Según demostró su desarrollo y estructura anatómica, ofrecía tal analogía con la del ojo, que no fue posible ver otra cosa. Hay paleontólogos que aun hoy están convencidos de que este Tercer Ojo funcionó originalmente, y sin duda tienen razón. Pues he aquí lo que se dice de la Glándula Pineal en la Anatomía de Quain:

De esta parte, que constituye primeramente la totalidad, y más tarde la parte posterior de la primitiva vesícula encefálica anterior, es de donde se desarrollan en el primer período las vesículas ópticas; y la parte anterior es aquella en relación con la cual se forman los hemisferios cerebrales y las partes adyacentes. El tálamo óptico de cada lado es formado por un engrosamiento lateral del tabique medular, mientras que el intervalo que existe entre uno y otro, descendiendo hacia la base, constituye la cavidad del tercer ventrículo con su prolongación en el infundíbulo. La comisura gris se extiende luego a través de la cavidad ventricular… La parte posterior de la bóveda se desarrolla mediante un proceso especial que se observa después dentro de la glándula pineal, que permanece unida en cada lado por sus pedúnculos al tálamo, y detrás de éstos se forma una faja transversal a modo de comisura posterior.

La lámina terminal (lámina cinerea) se prolonga hasta cerrar por delante el tercer ventrículo: debajo de ella, la comisura óptica forma el suelo del ventrículo, Y más hacia atrás el infundíbulo desciende a unirse en la silla turca con el tejido adjunto al lóbulo posterior del cuerpo pituitario.

Los dos tálamos ópticos formados de la parte posterior y externa de la vesícula anterior consisten al principio en un simple saco hueco de materia nerviosa, cuya cavidad comunica en cada lado por delante con la de los incipientes hemisferios cerebrales, y por detrás con la de la vesícula cefálica media (cuerpos cuadrigéminos). Poco después, sin embargo, mediante un progresivo depósito que se forma en su interior, por atrás, por abajo y por los lados, los tálamos se solidifican, y al mismo tiempo aparece entre ellos una hendidura o fisura que penetra hasta la cavidad interna, y continúa abierta en la parte de atrás opuesta a la entrada del acueducto de Sylvio. Esta fisura o grieta es el tercer ventrículo. Por detrás, los dos tálamos continúan unidos por la comisura posterior, que empieza a ser visible hacia el fin del tercer mes, y además por los pedúnculos de la glándula pineal.

Al principio, los hacecillos ópticos pueden reconocerse como huecas prolongaciones de la parte externa de la pared de los tálamos, mientras son todavía vesiculares. Hacia el cuarto mes estos hacecillos están ya distintamente formados. Más tarde se prolongan hacia atrás en relación con los cuerpos cuadrigéminos.

La formación de la glándula pineal y del cuerpo pituitario presenta algunos fenómenos de lo más interesante, relacionados con el desarrollo del thalamencephalon[690].

Lo expuesto ofrece un interés muy especial cuando se tiene en cuenta que, a no ser por el desarrollo de la parte posterior de los dos hemisferios cerebrales, la glándula pineal sería perfectamente visible al separar los huesos parietales. También es muy interesante observar la evidente relación que puede trazarse entre el primitivamente hueco haz óptico y los ojos por delante y la glándula pineal y sus pedúnculos por detrás; y entre todos ellos y los tálamos ópticos. Así es que los recientes descubrimientos relativos al tercer ojo de la Hatteria punctata tienen un valor importantísimo para la historia del desarrollo de los sentidos humanos, y para los asertos Ocultos del texto.

Es bien sabido que Descartes vio en la glándula pineal la Sede del Alma, aunque esto se considera ahora como una ficción para los que han cesado de creer en la existencia de un principio inmortal en el hombre. Aun cuando el Alma está unida a todas las partes del cuerpo, decía él que hay una parte especial del mismo en la cual ejercía el Alma sus funciones más especialmente que en ninguna otra; y como ni el corazón ni aun el cerebro podían ser esta localidad «especial», dedujo en conclusión que ésta era aquella pequeña glándula unida al cerebro, y que, sin embargo, tenía una acción independiente del mismo, puesto que podía ponerse en una especie de movimiento oscilatorio «por los espíritus animales[691] que cruzan en todos los sentidos las cavidades del cráneo».

Por más anticientífico que esto parezca en nuestros días de ciencia exacta, Descartes estaba, sin embargo, mucho más cerca de la verdad Oculta que cualquier Hæckel. Pues la glándula pineal está, como se ha indicado, mucho más relacionada con el Alma y el Espíritu, que con los sentidos fisiológicos del hombre. Si los hombres científicos de más nota tuviesen una vislumbre del procedimiento verdadero empleado por el Impulso Evolucionario, y del curso cíclico espiral de esta gran Ley, sabrían en lugar de conjeturar, y estarían seguros de las futuras transformaciones físicas que aguardan a la especie humana por el conocimiento de sus formas pasadas. Entonces verían ellos la falsedad y el absurdo de su moderna «fuerza ciega», y procesos «mecánicos» de la naturaleza; y, como consecuencia de tales conocimientos, se harían cargo de que la glándula pineal, por ejemplo, tenía que estar inutilizada para uso físico, en este período de nuestro ciclo. Si el «ojo» singular está atrofiado ahora en el hombre, es una prueba de que, lo mismo que en el animal inferior, ha estado una vez activo; pues la naturaleza jamás crea la forma más pequeña e insignificante, sin que tenga un objeto definido o algún uso. Fue un órgano activo, decimos, en aquel estado de la evolución, en que el elemento espiritual en el hombre reinaba supremo sobre los apenas nacientes elementos intelectuales y psíquicos. Y cuando el Ciclo siguió su curso, descendiendo hacia aquel punto en que los sentidos fisiológicos se desarrollaron con el desenvolvimiento y consolidación del hombre físico, marchando, pari passu con él —vicisitudes y tribulaciones complejas e interminables del desarrollo zoológico—, este «ojo» medio se atrofió por fin, juntamente con las características primeras espirituales y puramente psíquicas del hombre. Los ojos son el espejo, así como las ventanas del Alma, dice la sabiduría popular[692], y vox populi vox Dei.

Al principio, todas las clases y familias de las especies vivientes eran hermafroditas y objetivamente de un solo ojo. En el animal —cuya forma era tan etérea (astralmente) como la del hombre, antes que los cuerpos de ambos principiasen a desenvolver sus «vestidos de piel», esto es, a desenvolver desde adentro afuera el denso revestimiento de substancia física o materia con su mecanismo fisiológico—, el Tercer Ojo era, primitivamente, lo mismo que en el hombre, el único órgano visual. Los dos ojos físicos frontales solo se desarrollaron[693] más tarde, tanto en el bruto como en el hombre, cuyo órgano visual físico estaba al principio de la Tercera Raza en la misma posición que el de algunos de los vertebrados ciegos en nuestros días, o sea debajo de una piel opaca+[694]. Solamente que las etapas de desarrollo del ojo singular o primitivo, tanto en el hombre como en el animal, están ahora invertidas; pues el primero pasó ya por el estado no racional en la Tercera Ronda, y se encuentra más avanzado que el bruto en todo un plano de conciencia. Por lo tanto, al paso que el ojo ciclópeo era y es aún en el hombre el órgano de la visión espiritual, en el animal fue el de la visión objetiva; y este ojo, habiendo cumplido su misión, fue reemplazado en el curso de la evolución física de lo simple a lo complejo, por dos ojos, y de este modo fue puesto a un lado y conservado por la naturaleza para, posterior uso en futuros evos.

Esto explica por qué la Glándula Pineal alcanzó su mayor desarrollo proporcionalmente al menor desenvolvimiento físico. En los vertebrados es en donde es más prominente y objetivo, mientras que en el hombre se encuentra cuidadosamente oculto e inaccesible, excepto para el anatómico. No por ello, sin embargo, es menor la luz que esto arroja sobre el porvenir físico, intelectual y espiritual de la humanidad, en períodos correspondientes en líneas paralelas con otros períodos pasados, y siempre en líneas de desenvolvimiento y evolución cíclica, descendente y ascendente. Así, unos cuantos siglos antes del Kali Yuga —la edad que principió hace cerca de 5000 años—, se dijo en el Comentario Veinte, parafraseando de un modo comprensible:

Nosotros [La Quinta Raza-Raíz], desde nuestra Primera mitad [de duración] en adelante [en el hoy arco ascendente del Ciclo], estamos en el punto medio de [o entre] la Primera y Segunda Razas, cuando caían hacia abajo [esto es, las Razas estaban entonces en el arco descendente del Ciclo]… Calcula por ti mismo, Lanú, y ve.

EVOLUCIÓN DE LAS RAZAS RAÍCES EN LA CUARTA RONDA

Calculando según se nos aconseja, vemos que durante ese período de transición, esto es, en la segunda mitad de la Primera Raza astral-etéreo-espiritual, la humanidad naciente carecía del elemento de la inteligencia cerebral, por estar en su línea descendente. Y como nosotros estamos en situación paralela con ella, en la ascendente, carecemos, por lo tanto, del elemento espiritual, que está ahora reemplazado por el intelectual. Pues téngase bien presente que, como estamos en el período Mânasa de nuestro Ciclo de Razas, o en la Quinta, hemos cruzado, por consiguiente, el punto meridiano del ajustamiento perfecto del Espíritu y la Materia, o el equilibrio entre la inteligencia cerebral y la percepción espiritual. Sin embargo, no hay que olvidar un punto importante.

Estamos solamente en la Cuarta Ronda, y en la Quinta es cuando se alcanzará finalmente el completo desarrollo del Manas, como rayo directo del MAHAT Universal; rayo sin impedimentos de Materia. Sin embargo, como cada subraza y nación tienen sus ciclos y gradaciones de desenvolvimiento evolucionario repetidos en menor escala, mucho más tiene que ser así en el caso de una Raza Raíz. Nuestra Raza, pues, como Raza Raíz, ha cruzado la línea ecuatorial y sigue su curso cíclico en el lado espiritual: pero algunas de nuestras subrazas se encuentran aún en el sombrío arco descendente de sus respectivos ciclos nacionales; mientras que otras, las más antiguas, habiendo cruzado el punto medio, que es el que decide si una raza, una nación o una tribu perecerá o vivirá, se hallan en el apogeo del desenvolvimiento espiritual como subrazas.

Ahora se comprenderá por qué el Tercer Ojo se transformó gradualmente en una simple glándula, después de la Caída física de aquellos que hemos convenido en llamar Lemures.

Es un hecho curioso el que en los seres humanos, los hemisferios cerebrales y los ventrículos laterales se hayan desarrollado especialmente, mientras que en los cerebros de otros mamíferos, son los tálamos ópticos, los cuerpos cuadrigéminos y los cuerpos estriados las partes que más desarrollo han adquirido. Además, se asegura que la inteligencia del hombre puede medirse hasta cierto punto por el desarrollo de las circunvoluciones centrales, y de la parte anterior de los hemisferios cerebrales. Parece un corolario natural de esto que si el desarrollo de la glándula pineal puede considerarse como indicador de las capacidades astrales y propensiones espirituales de un hombre, debe haber un desenvolvimiento correspondiente de esta parte del cráneo, o un aumento en el tamaño de la glándula pineal, a expensas de la parte posterior de los hemisferios cerebrales. Ésta es una especulación curiosa, que sería confirmada en el caso presente. Vemos debajo y detrás el cerebelo, que se cree asiento de todas las propensiones animales del ser humano, y que la Ciencia admite que es el gran centro de todos los movimientos fisiológicos coordinados del cuerpo, tales como andar, comer, etc.; enfrente, la parte anterior del cerebro, los hemisferios cerebrales, la parte especialmente relacionada con el desarrollo de los poderes intelectuales del hombre; y en medio, dominando a ambos, y sobre todo a las funciones animales, la glándula pineal desarrollada, en relación con el hombre altamente evolucionado, o espiritual.

Debe tenerse presente que éstas no son más que correspondencias físicas; del mismo modo que el cerebro ordinario humano es el órgano registrador de la memoria, pero no la memoria misma.

Éste es, pues, el órgano que ha dado lugar a tantas leyendas y tradiciones, entre otras, la de los hombres de una cabeza pero con dos caras. Leyendas tales pueden verse en varias obras chinas, además de hacerse mención de ellas en los fragmentos caldeos. Aparte de la obra ya citada, el Shan Hai King, compilado por Kung Chia de los grabados de nueve urnas hechas por el emperador Yü (2255 años antes de Cristo), pueden encontrarse en otra obra llamada los Bamboo Books, y en una tercera, el Rh Ya, cuyo autor fue «iniciado, según la tradición, por Chow Kung, tío de Wu Wang, el primer emperador de la dinastía Chow, 1122 años antes de Cristo. Los Bamboo Books contienen los anales antiguos de China encontrados 279 años después de Cristo, al abrir la tumba del rey Seung de Wei, que murió en 295 antes de Cristo[695]». Estas dos obras mencionan a hombres con dos caras en una cabeza: una cara delante y otra detrás.

Ahora bien; lo que los estudiantes de Ocultismo deben saber es que «Tercer Ojo» está indisolublemente relacionado con el Karma. Esta es tan misteriosa, que son muy pocos los que la conocen.

El «Ojo de Shiva» no se atrofió por completo hasta la terminación de Cuarta Raza. Cuando la espiritualidad y todos los poderes y atributos divinos del Hombre-Deva de la Tercera Raza se hicieron servidores de las pasiones fisiológicas y psíquicas, que acababan de despertarse en el hombre físico, en lugar de ser lo contrario, el Ojo perdió sus poderes. Pero tal era la ley de la evolución, y en estricta verdad, no fue una CAÍDA. El pecado no consistió en usar de los nuevos poderes desarrollados, sino en usarlos mal; en hacer del tabernáculo, destinado a contener un Dios, el templo de todas las iniquidades espirituales. Y si decimos «pecado», es para que se comprenda nuestro sentido, pues el término más apropiado para este caso sería el de Karma[696]; por otra parte, el lector que se sienta perplejo ante el empleo del término iniquidad «espiritual» en lugar de «física», debe tener presente que no puede haber iniquidad física. El cuerpo es simplemente el órgano irresponsable, el instrumento, no del hombre psíquico, sino del espiritual. Y en el caso de los Atlantes, el Ser Espiritual fue precisamente el que pecó, porque el Elemento Espíritu era todavía, en aquellos tiempos, el principio «Director» del hombre. Así, pues, en aquellos días fue cuando el Karma más pesado de la Quinta Raza se generó por nuestras Mónadas.

Como esta sentencia puede también parecer enigmática, es mejor que expliquemos para beneficio de los que ignoran las Enseñanzas Teosóficas. Constantemente se hacen preguntas respecto al Karma y a la Reencarnación, y parece ser que reina gran confusión en el asunto. Los que han nacido y se han criado en la fe cristiana, y se han educado en la idea de que Dios crea una nueva alma para cada recién nacido, son los perplejos. Preguntan si el número de Mónadas que encarnan en la Tierra es limitado; a lo cual se les contesta afirmativamente. Pues por más incontable que sea, para nosotros, el número de Mónadas que encarnan, sin embargo tiene que haber un límite. Esto es así, aun cuando tengamos en cuenta el hecho de que desde el tiempo de la Segunda Raza, cuando sus siete Grupos respectivos se revistieron de cuerpos, pueden calcularse varios nacimientos y muertes por cada segundo de tiempo en los evos ya transcurridos. Se ha declarado que Karma-Némesis, cuya sierva es la naturaleza, ajustó todas las cosas de la manera más armoniosa; y que, por tanto, la llegada de nuevas Mónadas cesó tan pronto como la Humanidad hubo alcanzado su completo desarrollo físico. Ninguna Mónada nueva ha encarnado desde el punto medio de los Atlantes. Tengamos presente que, excepto en los casos de los niños pequeños y de los individuos cuyas vidas terminan violentamente por algún accidente, ninguna Entidad Espiritual puede reencarnar antes de que haya transcurrido un período de muchos siglos; y semejantes intervalos bastan por sí solos para mostrar que el número de Mónadas es necesariamente finito y limitado. Por otra parte, hay que conceder a otros animales un tiempo razonable para su progreso evolucionario.

De ahí el aserto de que muchos de nosotros estamos agotando los efectos de causas kármicas malas, engendradas por nosotros en cuerpos Atlantes. La Ley de Karma está intrincadamente entretejida con la de Reencarnación.

Solo el conocimiento de los renacimientos constantes de una misma Individualidad a través de todo el Ciclo de Vida; la seguridad de que las mismas Mónadas (entre las cuales se hallan muchos Dhyân Chohans, o los «Dioses» mismos) tienen que pasar a través del «Ciclo de Necesidad», recompensadas o castigadas por medio de tales renacimientos, de los sufrimientos soportados o de los crímenes cometidos en las vidas anteriores; que esas mismas Mónadas que entraron en los Cascarones vacíos, sin sentido, o Formas Astrales de la Primera Raza, emanadas por los Pitris, son las mismas que se hallan ahora entre nosotros (más aún, nosotros mismos quizás); solo esta doctrina, decimos, puede explicarnos el problema misterioso del Bien y del Mal, y reconciliar al hombre con la aparente injusticia terrible de la vida. Nada que no sea una certeza semejante puede aquietar nuestro sentimiento de justicia en rebelión. Pues cuando el que desconoce la noble doctrina mira en torno suyo y observa las desigualdades del nacimiento y de la fortuna, de la inteligencia y de las facultades; cuando vemos que se rinden honores a gente necia y disipada, sobre quien la fortuna ha acumulado sus favores por mero privilegio del nacimiento, y su prójimo, con gran inteligencia y nobles virtudes, mucho más meritorio por todos conceptos, perece de necesidad y por falta de simpatía; cuando se ve todo esto y hay que retirarse ante la impotencia para socorrer el infortunio inmerecido, vibrando los oídos y angustiado el corazón con los gritos de dolor en torno de uno, solo el bendito conocimiento de Karma impide maldecir de la vida y de los hombres, así como de su supuesto Creador[697].

De todas las terribles blasfemias, que son virtualmente acusaciones lanzadas contra su Dios por los monoteístas, ninguna es más grande ni más imperdonable que esa (casi siempre) falsa humildad que hace que el cristiano, aparentemente «piadoso», asegure, frente a todos los males inmerecidos, que «tal es la voluntad de Dios».

¡Estúpidos e hipócritas! ¡Blasfemos e impíos fariseos, que hablan al mismo tiempo del misericordioso amor y ternura infinitos de su Dios y Creador para el hombre desdichado, y de ese Dios que azota a las buenas, a las mejores de sus criaturas, desangrándolas hasta la muerte como un Moloch insaciable! Se nos contestará a esto con las palabras de Congreve:

¿Pero quién se atreverá a acusar a la justicia Eterna?

La lógica y el simple sentido común, contestamos. Si se nos exige que creamos en el «pecado original», en solo una vida en esta Tierra para cada Alma, y en una Deidad antropomórfica que parece haber creado a algunos hombres solo por el placer de condenarlos al fuego eterno del infierno y esto ya sean buenos o malos, dicen los partidarios de la Predestinación[698], ¿por qué, los que estamos dotados de facultades razonadoras, no hemos de condenar a nuestra vez a semejante malvada Deidad? La vida se haría insoportable si tuviese uno que creer en el Dios creado por la impura imaginación del hombre. Afortunadamente, solo existe en los dogmas humanos y en la imaginación enfermiza de algunos poetas, que creen haber resuelto el problema dirigiéndose a él de este modo:

¡Tú, gran Poder Misterioso, que has revuelto

El orgullo de la humana sabiduría, para confundir

El examen osado y probar la fe

De tus presuntuosas criaturas!

Verdaderamente, se necesita una «fe» robusta para creer que es una «presunción» el poner en tela de juicio la justicia del que crea al infeliz hombre pigmeo solo para «confundirlo» y poner a prueba una «fe», que por otra parte ese «Poder» puede haber olvidado, si no descuidado, de infundirle, como sucede a veces.

Compárese esta fe ciega con la creencia filosófica, basada según toda clase de pruebas razonables y la experiencia de la vida, en Karma-Némesis, o la Ley de Retribución. Esta Ley, sea Consciente o Inconsciente, no predestina nada ni a nadie. Existe desde la Eternidad y en ella, verdaderamente, pues es la ETERNIDAD misma; y como tal, puesto que ningún acto puede ser coigual con la Eternidad, no puede decirse que actúa, porque es la ACCIÓN misma. No es la ola que ahoga al hombre, sino la acción personal del náufrago voluntario que va deliberadamente y se coloca bajo la acción impersonal de las leyes que gobiernan el movimiento del Océano. El Karma no crea nada ni proyecta nada. El hombre es el que imagina y crea las causas, y la Ley Kármica ajusta sus efectos, cuyo ajustamiento no es un acto, sino la armonía universal que tiende siempre a tomar su posición original, lo mismo que una rama que, doblada a la fuerza, rebota con el vigor correspondiente. Si sucede que disloca el brazo que trató de doblarla fuera de su posición natural, ¿debemos decir que la rama fue la que rompió nuestro brazo, o que fue nuestra propia insensatez la que nos produjo tal desgracia? Karma no ha tratado jamás de destruir la libertad intelectual e individual, como el Dios inventado por los monoteístas. No ha envuelto sus decretos en la oscuridad intencionalmente para confundir al hombre; ni castiga al que ose investigar sus misterios. Antes al contrario, aquel que por medio del estudio y la meditación descubre sus intrincados senderos, y arroja luz en sus oscuros caminos, en cuyas revueltas perecen tantos hombres a causa de su ignorancia del laberinto de la vida, trabaja por el bien de sus semejantes. Karma es una Ley absoluta y Eterna en el Mundo de la Manifestación; y como solo puede haber un Absoluto, solo una Causa siempre presente, los creyentes en Karma no pueden ser considerados como ateos o materialistas, y menos aún como fatalistas[699]; pues Karma es uno con lo Incognoscible, del cual es un aspecto, en sus efectos en el mundo fenomenal.

Así, pues, íntimamente, o más bien indisolublemente unida a Karma, hállase la Ley de Renacimiento o de la reencarnación de la misma Individualidad espiritual, en una larga, casi interminable serie de Personalidades. Estas últimas son como los diversos personajes que un mismo actor representa, con cada uno de los cuales ese actor se identifica y es identificado por el público, por espacio de algunas horas. El hombre interno, o verdadero, que personifica tales caracteres, sabe durante todo aquel tiempo que él es Hamlet, solo por el breve plazo de unos cuantos actos, los cuales, sin embargo, en el plano de la ilusión humana, representa toda la vida de Hamlet. Sabe también que la noche antes fue el Rey Lear, que a su vez es la transformación del Otelo de otra noche anterior a aquélla. Y aun cuando se supone que el personaje exterior, visible, ignora esta circunstancia —y en la vida real esta ignorancia es desgraciadamente demasiado verdadera—, sin embargo la Individualidad permanente lo sabe muy bien, siendo la del Ojo «espiritual» en el cuerpo físico lo que impide que este conocimiento no se imprima en la conciencia de la falsa Personalidad.

Se nos dice que los hombres de la Tercera Raza-Raíz poseyeron un Tercer Ojo físico, hasta cerca del período medio de la tercera subraza de la Cuarta Raza-Raíz, cuando la consolidación y perfeccionamiento del organismo humano fue causa de que desapareciera de la anatomía externa del hombre. Sin embargo, psíquica y espiritualmente, su percepción mental y visual duró hasta cerca de la terminación de la Cuarta Raza, cuando sus funciones, debido a la condición material y depravada de la humanidad, se extinguieron totalmente. Esto fue anterior a la sumersión de la masa del Continente Atlante. Y ahora podemos volver a los Diluvios y a sus muchos «Noés».

El estudiante tiene que tener presente que ha habido varios Diluvios semejantes al que menciona el Génesis, y tres mucho más importantes, que se describirán en el tomo IV (Parte 3, Sección 6), dedicada al asunto de los «Continentes Sumergidos» prehistóricos. Para evitar, sin embargo, conjeturas erróneas respecto de la pretensión de que la Doctrina Esotérica comparte en gran modo las leyendas que contienen las Escrituras indas; que, además, la cronología de estas últimas es casi la de la primera, solo que explicada y esclarecida; y que, finalmente, la creencia de que el Manu Vaivasvata —¡nombre genérico en verdad!— fue el Noé de los Arios y el prototipo del patriarca bíblico; todo esto (que pertenece también a las creencias de los Ocultistas) necesita una nueva explicación en la presente oportunidad.

LOS MANUS PRIMITIVOS DE LA HUMANIDAD

Los que están convencidos de que la «Gran Inundación» relacionada con el hundimiento de todo un Continente (a excepción de algunas islas) no pudo haber tenido lugar en una época tan remota como la de hace 18 000 000 de años, y que el Manu Vaivasvata es el Noé indio, relacionado con el Avatâra Matsya, o el Pez, de Vishnu, pueden sentirse perplejos ante la discrepancia aparente entre los hechos establecidos y la cronología anteriormente expuesta. Pero a la verdad, no hay tal discrepancia. Se ruega al lector que tome The Theosophist de julio de 1883, pues estudiando el artículo que contiene sobre «El Principio Septenario en el Esoterismo» se explicará todo el asunto. En la explicación que allí se da es en lo que según creo, difieren los Ocultistas de los brahmanes.

Sin embargo, en beneficio de aquellos que no tengan a mano The Theosophist de aquella fecha, citaremos uno o dos pasajes del mismo:

¿Quién fue Manu, el hijo de Svayambhuva? La Doctrina Secreta nos dice que este Manu no era ningún hombre, sino la representación de las primeras razas humanas, que se desenvolvieron con la ayuda de los Dhyân Chohans (Devas), al principio de la Primera Ronda. Pero se nos dice en sus Leyes (I, 80) que hay catorce Manus en cada Kalpa o «intervalo entre creación y creación» —léase más bien intervalo entre dos Pralayas menores[700]— y que «en la presente edad divina ha habido hasta ahora siete Manus». Los que saben que hay siete Rondas, de las cuales hemos pasado tres, encontrándonos ahora en la Cuarta; y que se les ha enseñado que hay siete Albores y siete Crepúsculos, o catorce Manvantaras; que al principio y al final de cada Ronda, y sobre y entre los planetas [Globos] hay un «despertar a la vida ilusoria» y un «despertar a la vida real»; y que, además, hay Manus-Raíces, y lo que hemos toscamente traducido como Manus-Simientes, las simientes de las razas humanas de la Ronda futura (o los Shishtas, los supervivientes más aptos[701], misterio divulgado solamente a los que han pasado el tercer grado de la Iniciación); los que han aprendido todo esto, estarán en mejor situación para comprender el sentido de lo que sigue. En las Escrituras Sagradas indas se nos dice que: «El primer Manu produjo otros seis Manus [siete Manus primarios en total], y éstos produjeron a su vez cada uno otros siete Manus[702]» (Bhrigu, I, 61–63), presentándose la producción de estos últimos en los tratados Ocultos, como 7 por 7. Así se pone en claro que Manu —el último, el Progenitor de la Humanidad de nuestra Cuarta Ronda— debe ser el séptimo, puesto que estamos en nuestra Cuarta Ronda[703], y hay un Manu Raíz en el Globo A, y un Manu-Simiente en el Globo G. Así como cada Ronda planetaria principia con la aparición de un Manu-Raíz (Dhyân Chohan), y termina con un Manu-Simiente, así también un Manu-Raíz y un Manu-Simiente aparecen respectivamente al principios y al fin del período humano en cualquier planeta particular [Globo][704]. Se verá fácilmente, por lo que se acaba de exponer, que un período Manvantárico (Manu-antara) significa, según el término lo demuestra, el tiempo entre la aparición de dos Manus o Dhyân Chohans; y por tanto, la duración de las siete Razas en cualquier planeta particular (Globo), es un Manvantara Menor, y un Manvantara Mayor es el período de una Ronda humana en torno de la Cadena Planetaria. Por otra parte, como se dice que cada uno de los siete Manus crea 7 X 7 Manus, y que hay 49 Razas Raíces en los siete planetas [Globos] durante cada Ronda, se sigue que cada Raza-Raíz tiene su Manu. El Manu séptimo presente es llamado «Vaivasvata», y representa en los textos exotéricos a ese Manu que en la India Ocupa el lugar del Xisuthros babilónico y del Noé judío. Pero en los libros Esotéricos se nos dice que el Manu Vaivasvata, el progenitor de nuestra Quinta Raza —a la que salvó de la inundación que exterminó casi toda la Cuarta o Atlante— no es el séptimo Manu mencionado en la nomenclatura de los Manus-Raíces o Primitivos, sino uno de los 49 Manus emanados de este Manu-Raíz.

Para que se comprenda esto mejor, exponemos a continuación los nombres de los 14 Manus en su orden respectivo, y en su relación con cada Ronda:

Así, pues, Vaivasvata, aunque séptimo en el orden expuesto, es el Manu-Raíz primitivo de nuestra Cuarta Ola Humana (el lector debe tener siempre presente que Manu no es un hombre, sino la humanidad colectiva), mientras que nuestro Vaivasvata solo fue uno de los siete Manus menores que presiden sobre las siete Razas de este nuestro Planeta [Globo]. Cada uno de ellos tiene que ser testigo de uno de los cataclismos periódicos, y siempre recurrentes (por el fuego y por el agua), que cierran el ciclo de cada Raza-Raíz. Y este Vaivasvata —la encarnación ideal inda llamada respectivamente Xisuthros, Deucalión, Noé y otros nombres— es el «Hombre» alegórico que salvó a nuestra Raza, cuando casi toda la población de un hemisferio pereció por el agua, al pase que el otro hemisferio se despertaba de su obscuración temporal[705].

De este modo se demuestra que no hay verdadera discrepancia al hablar del Manvantara Vaivasvata (Manu-antara, literalmente «entre dos Manus») como antiguo en 18 000 000 y pico de años, cuando el hombre físico, o verdaderamente humano, apareció primeramente en esta Cuarta Ronda sobre esta Tierra; y de los otros Vaivasvatas, verbigracia, el Manu de la Gran Inundación Cósmica o Sideral —un misterio— y también el Manu Vaivasvata de los sumergidos Atlantes, cuando el Vaivasvata de la Raza salvó a la humanidad escogida, la Quinta Raza, de una destrucción completa. Como estos diversos sucesos tan diferentes están intencionalmente mezclados en el Vishnu y otros Purânas en una sola narración, puede quedar aún en la mente del lector mucha perplejidad. Siendo, por tanto, necesarias más aclaraciones, se nos deben perdonar las repeticiones inevitables. Los «velos» que ocultan los verdaderos misterios de la Filosofía Esotérica son grandes e intrincados, y aun hoy no puede decirse la última palabra. Sin embargo, el velo puede ser levantado un poco más aún, y ofrecerse ahora al estudiante ansioso, algunas explicaciones que hasta el presente se han negado.

Según observó, si no estamos equivocados, el Coronel Vans Kennedy: «el primer principio en la filosofía religiosa inda es la unidad en la diversidad». Si todos esos Manus y Rishis son llamados por un nombre genérico, se debe al hecho de que todos ellos son las Energías manifestadas de uno y el mismo Logos, los Mensajeros y Permutaciones celestiales así como terrestres, de aquel Principio que está siempre en un estado de actividad —consciente durante el período de la Evolución Cósmica, e inconsciente (desde nuestro punto de vista) durante el Reposo Cósmico—; pues el Logos duerme en el seno de AQUELLO que «no duerme», ni está nunca despierto, porque es Sat o la «Seidad», no un Ser. De ELLO surge el gran Logos Invisible, que desenvuelve todos los demás Logos; el Manu Primordial que da el ser a los demás Manus, que emanan colectivamente al universo y todo lo que encierra, y que representa en su conjunto el Logos Manifestado[706]. Por esto nos dicen los Comentarios que, al paso que ningún Dhyân Chohan, ni aun el más elevado, puede conocer por completo: el estado de la precedente Evolución Cósmica… los Manus conservan el conocimiento de sus experiencias en todas las Evoluciones Cósmicas a través de la Eternidad.

Esto es muy claro: el primer Manu es llamado Svâyambhuva, el «Manifestado por sí mismo», el Hijo del Padre No manifestado. Los Manus son los Creadores de los Creadores de nuestra Primera Raza —el Espíritu de la Humanidad—, lo cual no impide que los siete Manus hayan sido los primeros hombres Pre-Adámicos sobre la Tierra.

Manu se declara creado por Virâj[707], o Vaishvânara, el Espíritu de la Humanidad[708], lo cual significa que su Mónada emana del Principio que nunca reposa, en el comienzo de cada nueva Actividad Cósmica; de aquel Logos o MÓNADA UNIVERSAL (Elohim colectivo) que irradia de dentro de sí mismo todas esas Mónadas Cósmicas que se convierten en los centros de actividad, los Progenitores de los innumerables Sistemas Solares, así como de las Mónadas humanas aún no diferenciadas de las Cadenas Planetarias, así como de todos los seres que encierran. Svâyambhuva, o NACIDA POR SÍ, es el nombre de toda Mónada Cósmica que se convierte en el Centro de Fuerza, de dentro del cual surge una Cadena Planetaria (de cuyas Cadenas hay siete en nuestro Sistema). Y las radiaciones de este Centro se convierten también en otros tantos Manus Svâyambhuva (nombre genérico misterioso que significa mucho más de lo que parece), y cada uno de ellos se convierte, como Hueste, en el Creador de su propia Humanidad.

En cuanto a la cuestión de las cuatro distintas Razas de la especie humana que precedieron a nuestra Quinta Raza, nada de místico hay en ello, excepto los cuerpos etéreos de las primeras Razas; y esto es materia de historia legendaria, aunque, sin embargo, muy exacta. La leyenda es universal. Y si los sabios occidentales no gustan ver en ella sino un mito, en nada absolutamente influye. Los mejicanos tenían, y tienen aún, la tradición de la cuádruple destrucción del mundo por el fuego y el agua, lo mismo que la tenían los egipcios y que la tienen hasta hoy los hindúes.

Tratando de explicar la comunidad de leyendas que tienen los chinos, los caldeos, los egipcios, los indos y los griegos en la remota antigüedad, y la ausencia de vestigios seguros de una civilización más antigua que 5000 años, el autor de Mythical Monsters observa que:

No debe… sorprendernos no descubrir en seguida los vestigios de la gente de hace diez, quince o veinte mil años. Con una arquitectura efímera… [como en China], los sitios que han ocupado las grandes ciudades pueden haber sido completamente olvidados en unos cuantos miles de años por decaimiento y ruina naturales, y mucho más… si… han intervenido cataclismos menores, tales como inundaciones locales, terremotos, aglomeraciones de cenizas volcánicas… el avance de arenas del desierto, la destrucción de las vidas por pestes mortíferas, por miasmas, o por la salida de vapores sulfurosos[709].

Puede inferirse cuántos de estos cataclismos han cambiado toda la superficie de la tierra, por la siguiente Estancia del Comentario veintidós:

Durante los primeros siete crores [70 000 000 de años] del Kalpa, la Tierra y de sus dos Reinos [mineral y vegetal], habiendo concluido el uno su séptimo círculo, y el otro estando apenas naciente, son luminosos y semietéreos, fríos, sin vida y transparentes. En el crore undécimo[710], la Madre [la Tierra] se hace opaca, y en el catorce[711] tienen lugar las angustias de la adolescencia. Estas convulsiones de la Naturaleza [cambios geológicos] duran hasta su vigésimo crore de años sin interrupción, después de lo cual se hacen periódicos, y a largos intervalos.

El Último cambio se verificó hace cerca de doce crores [120 000 000 de años], pero la Tierra, con todo lo de su superficie, se había enfriado, endurecido y asentado edades antes.

Así, pues, si hemos de creer a la Enseñanza Esotérica, no han ocurrido disturbios ni cambios geológicos universales desde hace ciento veinte millones de años; pero la Tierra, aun antes de ese tiempo, estaba en situación de recibir su provisión humana. La aparición de esta última, sin embargo, en su completo desarrollo físico, tuvo lugar, según se ha dicho ya, hace solo unos dieciocho millones de años, después del primer gran fracaso de la Naturaleza para crear seres por sí sola —esto es, sin la ayuda de los «Constructores» divinos— y después de la sucesiva evolución de las tres primeras Razas que siguió a aquél[712]. La duración verdadera de las primeras dos y media Razas se reserva, excepto únicamente para los Iniciados superiores. La historia de las Razas principia con la separación de los sexos, cuando la precedente Raza andrógina, productora de huevos, se hubo extinguido con rapidez, y las subrazas siguientes de la Tercera Raza-Raíz aparecieron como una raza, por completo nueva, fisiológicamente. Esta «Destrucción» es la que alegóricamente se llama el gran «Diluvio del Manu Vaivasvata», cuando la narración muestra al Manu Vaivasvata, o la Humanidad, permaneciendo solo sobre la Tierra en el Arca de Salvación, remolcada por Vishnu en la figura de un pez monstruoso, y los Siete Rishis «con él». La alegoría es muy clara.

En el simbolismo de todas las naciones, el «Diluvio» representa la Materia caótica indeterminada —el Caos mismo; y el Agua el principio Femenino— el «Gran Océano». Según expone el Diccionario griego de Parkhurst:

Corresponde al rasit hebreo, o Sabiduría… y [al mismo tiempo] al emblema del poder generador femenino, el arg o arca, en que el germen de la naturaleza [y de la humanidad] flota o se desarrolla sobre el gran abismo de las aguas, durante el intervalo que tiene lugar después de cada ciclo del mundo [o de raza].

Arché () o Arca, es también el nombre místico del Espíritu Divino de la Vida, que se desarrolla sobre el Caos. Ahora bien; Vishnu es el Espíritu Divino como principio abstracto, y también como el Preservador y Generador, o Dador de la Vida —la tercera Persona de la Trimûrti—, compuesta de Brahmâ el Creador, Shiva el Destructor, y Vishnu el Preservador. A Vishnu se le presenta, en la alegoría, bajo la forma de un Pez, guiando el Arca del Manu Vaivasvata sobre las Aguas de la Inundación. Es inútil hacer digresiones acerca del sentido esotérico de la palabra Pez (como han hecho Payne Knight, Inman, Gerald Massey y otros). Su sentido teológico es fálico, pero el metafísico es divino. Jesús fue llamado el Pez, como lo fueron Vishnu y Baco; I H E, el «Salvador» de la Humanidad, siendo solo el monograma del dios Baco, que era llamado también , el Pez[713]. Por otra parte, los Siete Rishis del Arca simbolizan los siete «principios», los cuales se completaron en el hombre después que él se separó y se convirtió en una criatura humana, cesando así de ser divina.

Pero, volviendo a las Razas. Los detalles acerca de la sumersión del Continente habitado por la Segunda Raza-Raíz no son numerosos. Se da la historia de la Tercera o Lemuriana, como también la de los Atlantes; pero solo se alude a las otras. Se dice que la Lemuria pereció sobre 700 000 años antes del principio de lo que ahora se llama la Edad Terciaria (el Eoceno)[714]. Durante este Diluvio (esta vez un verdadero diluvio geológico) al Manu Vaivasvata se le muestra salvando también a la especie humana —en realidad a una parte de ella, la Cuarta Raza— precisamente lo mismo que salvó a la Quinta Raza cuando la destrucción de los últimos Atlantes, los restos que perecieron hace 850 000 años[715], después de lo cual ya no volvió a haber ninguna gran sumersión hasta los días de la Atlántida de Platón, o Poseidonis, la cual era conocida de los egipcios solo porque aconteció en tiempos relativamente recientes.

La sumersión de la gran Atlántida es la más interesante. Ése es el cataclismo del cual los anales antiguos, tales como el Libro de Enoch, dicen: «los extremos de la Tierra se aflojaron» y sobre el cual se han construido las leyendas y alegorías de Vaivasvata, Xisuthros, Noé, Deucalión y todos los tutti quanti de los Elegidos Salvados. Como la tradición no tiene en cuenta la diferencia entre los fenómenos siderales y los geológicos, llama a ambos «Diluvios», sin distinguir. Sin embargo, hay una gran diferencia. El Cataclismo que destruyó el enorme Continente, del cual es la Australia la reliquia mayor, fue debido a una serie de convulsiones subterráneas, y a la ruptura del lecho de los mares. El que destruyó a su sucesor, el Cuarto Continente, fue ocasionado por disturbios sucesivos de la rotación del eje. Principió durante los primeros períodos Terciarios, y continuando durante largas edades, se llevó sucesivamente los últimos vestigios de la Atlántida, con la excepción, quizás, de Ceilán y una pequeña parte de lo que es ahora el África. Cambió él la faz del globo, sin que haya quedado memoria alguna de sus florecientes continentes e islas, de su civilización y ciencias, en los anales de la historia, excepto en los Anales Sagrados del Oriente.

Por esto niega la Ciencia Moderna la existencia de la Atlántida. Niega ella hasta todo cambio violento del eje de la Tierra y quisiera atribuir el cambio de climas a otras causas. Pero esta cuestión continúa en pie. Si el Dr. Croll afirma que todas esas alteraciones pueden explicarse por los efectos de la nutación y de la precesión de los equinoccios, hay otros, tales como Sir Henry James y Sir John Lubbock[716], que están más inclinados a aceptar la idea de que son debidas a un cambio en la posición del eje de rotación. En contra de esto están a su vez la mayoría de los Astrónomos. Esto no obstante, ¿qué es lo que han dejado siempre de negar y de combatir, solo para aceptarlo más tarde, cuando la hipótesis se ha convertido en un hecho innegable?

Más adelante, en la Adenda del volumen IV, se verá en cuánto concuerdan, o más bien, están en desacuerdo, nuestras cifras con la Ciencia Moderna, al comparar cuidadosamente la Geología y la Antropología de nuestra época moderna con las enseñanzas de la Ciencia Arcaica. En todo caso, el período asignado por la Doctrina Secreta al hundimiento de la Atlántida no parece estar muy en desacuerdo con los cálculos de la Ciencia Moderna, la cual, sin embargo, llama «Lemuria» a la Atlántida, siempre que admite tal Continente sumergido. Respecto del período prehumano, todo lo que puede decirse ahora es que, aun antes de la aparición de la Primera Raza «sin mente», la Tierra no carecía de habitantes. Podremos añadir sin embargo, que lo que la Ciencia, que solo reconoce al hombre físico, tiene derecho a considerar como el período prehumano, puede concederse que se extendió desde la Primera Raza hasta la primera mitad de la Raza Atlante, puesto que solo entonces fue cuando el hombre se convirtió en el «ser orgánico completo que ahora es». Esto solo concedería al Hombre Adámico unos cuantos millones de años[717].

El autor de la Qabbalah observa con verdad que: «El hombre de hoy, como individuo, solo es una concatenación del modo de ser de la vida humana precedente», o más bien de las vidas.

Según la Qabbalah, las chispas de alma contenidas en Adán se separaron en tres clases distintas, correspondientes a sus tres hijos, a saber: Hesed, Habel; Ge’boor-ah, Qai-yin, y Ra’h-min, Seth. Estos tres fueron divididos en… 70 especies, llamadas las principales raíces de la raza humana[718].

El Rabí Yehudah dijo: «¿Cuántas vestiduras [del hombre incorpóreo] son éstas a las cuales se ha dado cima [desde el día en que el hombre fue creado]?» Dijo R. Elazar: «Las montañas del mundo (los grandes hombres de la generación) discuten el asunto, pero hay tres: una para encerrar en ella el espíritu Rua’h, el cual está en el jardín (del Edén) sobre la tierra; una que es más preciosa que todas, con la cual el Neshamah está revestido, en aquel Conjunto de Vida, entre los ángeles de los Reyes…; y una vestidura exterior, que existe y no existe, que es vista y no vista. Con esta vestidura está Nephesh revestido, y en ella va y vuela en el mundo de un lado para otro[719]».

Esto se refiere a las Razas, a sus «vestiduras» o grados de materialidad, y a los tres «principios» del hombre en sus tres vehículos.

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