Estancia XI La civilización y la destrucción de las razas cuarta y quinta
Estancia XI La civilización y la destrucción de las razas cuarta y quinta
43. Los Lemuro-Atlantes construyeron ciudades y extendieron la civilización. El estado incipiente del antropomorfismo. 44. Estatuas, testigos del tamaño de los Lemuro-Atlantes. 45. La Lemuria destruida por el fuego, la Atlántida por el agua. La inundación. 46. Destrucción de la Cuarta Raza y de los últimos animales monstruos antediluvianos.
43. ELLOS CONSTRUYERON[720] ENORMES CIUDADES. CON TIERRAS Y METALES RAROS ELLOS CONSTRUÍAN. DE LOS FUEGOS[721] VOMITADOS, DE LA PIEDRA BLANCA[722] DE LAS MONTAÑAS Y DE LA PIEDRA NEGRA[723], TALLABAN SUS PROPIAS IMÁGENES A SU TAMAÑO Y SEMEJANZA, Y LAS ADORABAN.
En este punto, a medida que prosigue la historia de las dos primeras razas humanas —la última de los Lemures y la primera de los futuros Atlantes—, tenemos que mezclar las dos, y hablar de ellas colectivamente por algún tiempo.
También se refiere esto a las Dinastías divinas, que los egipcios, caldeos, griegos, etc., han pretendido que precedieron a sus Reyes humanos. En ellas creen todavía los indos modernos, y están enumeradas en sus libros sagrados. Pero de esto trataremos en su debido lugar. Lo que queda por indicar es que nuestros geólogos modernos se inclinan hoy a admitir la existencia demostrable de continentes sumergidos. Pero confesar la existencia de los continentes es una cosa muy diferente a admitir que hubiera hombres en ellos durante los primeros períodos geológicos[724] (más aún, hombres y naciones civilizados, no solo salvajes Paleolíticos), los cuales, bajo la dirección de sus divinos Regentes, construyeron grandes ciudades, cultivaron artes y ciencias, y conocieron la Astronomía, la Arquitectura y las Matemáticas a la perfección. La civilización primitiva de los Lemures no siguió inmediatamente, como pudiera creerse, a su transformación fisiológica. Entre la evolución fisiológica final y la primera ciudad construida, pasaron muchos cientos de miles de años. Sin embargo, encontramos a los Lemures en su sexta subraza, construyendo sus primeras ciudades de rocas, con piedras y lava[725]. Una de estas grandes ciudades de estructura primitiva fue construida completamente de lava, a unas treinta millas al Oeste de donde la Isla de Pascua extiende ahora su estrecha tira de suelo estéril, y fue por completo destruida por una serie de erupciones volcánicas. Los restos más antiguos de las construcciones Ciclópeas fueron todas obra de las últimas subrazas de los Lemures; y un Ocultista, por tanto, no se sorprende al saber que las reliquias de piedra encontradas en el pequeño trozo de tierra llamado Isla de Pascua por el capitán Cook, son:
Muy parecidas a las paredes del Templo de Pachacamac, o a las ruinas de Tiahuanaco, en el Perú[726].
Y también que ellas son de estilo Ciclópeo. Las primeras grandes ciudades, sin embargo, fueron construidas en esa región del Continente conocida ahora por la isla de Madagascar. En aquellos tiempos, lo mismo que hoy, había gentes civilizadas y salvajes. La evolución llevó a cabo su obra de perfección en las primeras, y Karma su obra de destrucción en los últimos. Los australianos y sus semejantes son descendientes de aquellos que, en lugar de vivificar la Chispa proyectada en ellos por las «Llamas», la extinguieron por largas generaciones de bestialidad[727]. En cambio las naciones arias pueden trazar su descendencia a través de los Atlantes, desde las razas más espirituales de los Lemures, en quienes los «Hijos de la Sabiduría» encarnaron personalmente[728].
Con el advenimiento de las Dinastías divinas principiaron las primeras civilizaciones. Y mientras, en algunas regiones de la Tierra, una parte de la humanidad prefería llevar una vida nómada y patriarcal, y en otras el hombre salvaje apenas iba aprendiendo a hacer fuego y a protegerse contra los Elementos, sus hermanos, más favorecidos que él por su Karma, y ayudados por la inteligencia divina que les animaba, construyeron ciudades y cultivaron las artes y las Ciencias. Sin embargo, a pesar de la civilización, al paso que sus pastoriles hermanos gozaban de poderes asombrosos por derecho de nacimiento, los «constructores» solo podían ahora adquirir sus poderes gradualmente; y hasta los que llegaban a obtener, los empleaban generalmente para conquistas sobre la naturaleza física, y en objetos egoístas y malos. La civilización ha desarrollado siempre lo físico y lo intelectual, a expensas de lo psíquico y espiritual. El dominio sobre la propia naturaleza psíquica, y su dirección, que los necios asocian ahora con lo sobrenatural, eran, facultades innatas y congénitas que venían al hombre, en la primitiva Humanidad, tan naturalmente como el andar y el pensar. «No hay tal magia» —dice filosóficamente «She»—, olvidando el autor que la «magia», en los tiempos antiguos, significaba todavía la gran CIENCIA DE LA SABIDURÍA, y que Ayesha no era posible que supiera nada de la perversión moderna del pensamiento, «aunque —añade— existe lo que se llama conocimiento de los Secretos de la Naturaleza[729]». Pero ellos se han convertido en «Secretos» solamente para nuestra Raza, y eran propiedad pública en la Tercera.
Gradualmente, la especie humana disminuyó en estatura, pues, aun antes del advenimiento real de la Cuarta Raza Atlante, la mayoría de la humanidad había caído en el pecado y la iniquidad, excepto solamente la jerarquía de los «Elegidos», los partidarios y discípulos de los «Hijos de la Voluntad y del Yoga» (llamados más tarde los «Hijos de la Niebla de Fuego»).
Luego vinieron los Atlantes; los gigantes cuya hermosura y fuerzas físicas alcanzaron su apogeo, con arreglo a la ley evolucionaría, hacia el período medio de su Cuarta subraza. Pero, según dice el Comentario:
Los últimos supervivientes del hermoso hijo de la Isla Blanca [la primitiva Shveta-dvîpa], habían perecido edades antes. Sus Elegidos [de la Lemuria] se habían refugiado en la Isla Sagrada [actualmente la Shamballah «fabulosa», en el desierto de Gobi], al paso que algunas de sus razas malditas, separándose del tronco principal, vivían entonces en las selvas y bajo tierra [los «hombres de las cavernas»], cuando la Raza amarilla dorada [la Cuarta] se convirtió a su vez en «negra por el Pecado». De Polo a polo la Tierra había cambiado su faz por tercera vez, y no estaba ya habitada por los Hijos de Shveta-dvîpa, la bendita, y de Adbhitanya [¿?] (esta palabra puede significar «aquello que es creado fuera del agua») al Este y al Oeste, el primero, el uno y el puro, se habían corrompido… Los Semidioses de la Tercera habían cedido el sitio a los Semidemonios de la Cuarta Raza. Shveta-dvîpa[730], la Isla Blanca, había velado su faz. Sus hijos vivían, ahora en la Tierra Negra, en donde más adelante, los Daityas del séptimo Dvîpa (Pushkara) y los Râkshasas del séptimo clima, reemplazaron a los Sâddhus y Ascetas de la Tercera Edad, que habían descendido a ellos de otras regiones más elevadas…
En su letra muerta, los Purânas, en general, no muestran más que un tejido absurdo de cuentos de hadas. Y si se leyeran los primeros tres capítulos del libro II del Vishnu Purâna (Véase Wilson, vol. II, págs. 99 y sig), y se aceptara al pie de la letra la geografía, geodesia y etnología en el relato de los siete hijos de Priyavrata, entre quienes su padre divide las siete Dvîpas (Islas o Continentes); y se prosiguiera luego con el estudio de cómo su hijo mayor, Agnîdhra, el Rey de Jambu-dvîpa, dividió Jambu-dvîpa entre sus nueve hijos; y después, cómo Nâbhi, su hijo, tuvo cien hijos y dividió tierras a su vez entre todos ellos, es casi seguro que se tiraría el libro clasificándolo como un fárrago de necedades. Pero el estudiante de esoterismo comprenderá que, cuando los Purânas se escribieron, se hizo esto intencionalmente, de modo que su verdadero significado solo fuese claro para los brahmanes Iniciados; y por esto los compiladores escribieron estas obras alegóricamente y no quisieron dar toda la verdad a las masas. Y además él explicará a los orientalistas, que principiando con el Coronel Wilford y acabando con el profesor Weber, han hecho y están haciendo aún con ello un enredo, que en los primeros capítulos están confundidos con toda intención los siguientes asuntos y sucesos:
I. Las series de Kalpas o Edades, y también de Razas, no se toman nunca en cuenta; y los sucesos que han tenido lugar en una se dejan unidos a los que ocurrieron en otra. El orden cronológico se pasa enteramente por alto. Esto lo señalan varios comentadores sanscritistas, que explican la incompatibilidad de los sucesos y cálculos, diciendo que:
Siempre que se observan contradicciones en Purânas diferentes, se atribuyen… a diferencias de Kalpas y otras por el estilo.
II. Los diversos significados de las palabras «Manvantara» y «Kalpa» o Edad son reservados, no dándose sino el significado general.
III. En la genealogía de los Reyes y geografía de sus dominios, los Varshas (países) y los Dvîpas son todos considerados como regiones terrestres.
Ahora bien; la verdad es que, sin entrar en detalles minuciosos, es razonable y fácil mostrar que:
Bhârata [el hijo de Nâbhi, que dio su nombre a Bhârata-varsha o India]… dejó el reino a su hijo Sumati… y abandonó la vida en… Shâlagrâma. Después volvió a nacer, como Brahmán, en una familia distinguida de ascetas… Bajo estos príncipes [los descendientes de Bhârata] Bhârata-varsha, fue dividida en nueve partes; y sus descendientes siguieron en posesión del país durante setenta y un períodos del agregado de las cuatro edades (o durante el reino de un Manu) [representando un Mahkyuga de 4 320 000 años][733].
Pero después de decir esto, Parâshara explica repentinamente que:
Ésta fue la creación de Svâyambhuva (Manu), por medio de la cual fue poblada la tierra, cuando él presidió sobre el primer Manvantara, en el Kalpa de Varâha [esto es, la encarnación o Avatâra del Verraco].
Ahora bien; todos los brahmanes saben que nuestra humanidad principió en esta Tierra (o Ronda) solo con el Manu Vaivasvata. Y si el lector occidental dirige su atención a la subsección de «Los Manus Primitivos de la Humanidad[734]», verá que Vaivasvata es el séptimo de los catorce Manus que presiden sobre nuestra Cadena Planetaria durante su Ciclo de Vida; pues como cada Ronda tiene dos Manus (un Manu Raíz y un Manu Simiente), él es el Manu Raíz de la Cuarta Ronda, y por tanto el séptimo. Wilson encuentra en esto solo incongruencias, y presupone que:
Las genealogías patriarcales son más antiguas que el sistema cronológico de Manvantaras y Kalpas, y [así] han sido torpemente distribuidas entre los diferentes períodos.
No hay tal cosa; pero como los orientalistas no saben nada de la Enseñanza Secreta, persisten en tomarlo todo literalmente, y luego se vuelven e insultan a los escritores por aquello que ellos no han podido comprender.
Estas Genealogías abarcan un período de tres y media Rondas; hablan ellas de períodos prehumanos, y explican el descenso en la generación de todos los Manus —las primeras chispas manifestadas de la Unidad Única—, y además muestran a cada una de estas Chispas humanas dividiéndose, y multiplicándose, primero en y por los Pitris o Antecesores humanos, luego por las Razas humanas. Ningún Ser puede convertirse en Dios o en Deva a menos de pasar por los Ciclos humanos. Por esto dice la Sloka:
Dichosos aquellos que nacen, aunque sea de la condición [latente] de dioses, como hombres, en Bhârata-varsha; pues tal es el camino hacia… la liberación final[735].
En Jambu-dvîpa, Bhârata es considerada la mejor de su divisiones, porque es la tierra de las obras. Solamente en ella:
Tiene lugar la sucesión de cuatro Yugas, o edades, el Krita, el Tretâ, el Dvâpara y el Kali.
Por tanto, cuando Maitreya dice a Parâshara que «le haga la descripción de la Tierra», aquél vuelve a enumerar los mismos Dvîpas con los mismos mares, etc., que había descrito en el Manvantara Svâyambhuva, lo cual es un «velo»; sin embargo, el que puede leer entre líneas encuentra allí las cuatro grandes Razas y la Quinta; más aún, con sus subdivisiones, islas y continentes, algunos de los cuales eran llamados por los nombres de Lokas celestiales, y por los de otros Globos. De aquí la confusión.
Todas estas islas y tierras son llamadas por los orientalistas «míticas» y «fabulosas[736]». Es mucha verdad que algunas no son de esta Tierra, pero, sin embargo, existen. La Isla Blanca y Atala, en todo caso, no son mitos, puesto que Atala fue el nombre que los primeros de entre las avanzadas de la Quinta Raza aplicaron desdeñosamente a la Tierra del Pecado: la Atlántida en general, y no solamente a la isla de Platón; y puesto que la Isla Blanca era: a) el Shveta-dvîpa de la Teogonía, y b) Shâka-dvîpa o la Atlántida (sus porciones primeras más bien), en sus principios. Esto ocurría cuando tenía aún sus «siete ríos santos que lavaban todo pecado», y sus «siete distritos en donde no se abandonaba la virtud, ni existían contiendas, ni desviaciones de la buena senda», pues estaba entonces habitada por la casta de los Magas; casta que hasta los mismos brahmanes reconocen que no es inferior a la suya, y de la cual procedió el primer Zarathushtra. A los brahmanes se les muestra consultando con Gauramukha el consejo de Nârada, que les dijo que invitasen a los Magas como sacerdotes del Sol, al templo construido por Sâmba, el presunto hijo de Krishna, pues en realidad éste no tuvo ninguno. En este punto los Purânas son históricos, a pesar de la alegoría, y el Ocultismo establece hechos.
Toda la historia es referida en el Bhavishya Purâna. Se dice que habiendo sido Sâmba curado de la lepra por Sûrya (el Sol), construyó un templo y lo dedicó a la Deidad. Pero cuando trató de buscar brahmanes piadosos para ejecutar en él las ceremonias determinadas, y recibir los donativos que se hacían al Dios, Nârada —el Asceta virgen que se encuentra en todas las edades en los Purânas— le aconsejó que no lo hiciera, pues Manu prohibía a los brahmanes recibir emolumentos por la ejecución de los ritos religiosos. Por tanto, dijo a Sâmba que se dirigiera a Gauramukha (Cara-blanca), el Purohita, o sacerdote de la familia de Ugrasena, Rey de Mathurâ, quien le diría a quién debería emplear mejor. El sacerdote indicó a Sâmba que invitase a los Magas, los adoradores de Sûrya, a cumplir este deber. Pero como ignoraba el lugar donde vivían, Sûrya, el Sol mismo, dirigió a Sâmba a Shâka-dvîpa, más allá del agua salada. Entonces Sâmba verifica el viaje, usando a Garuda, la Grande Ave, vehículo de Vishnu y de Krishna, que lo transporta a donde se hallaban los Magas, etc.[737]
Ahora bien; Krishna, que vivió hace 5000 años, y Nârada, que renace en cada Ciclo (o Raza), además de Garuda —esotéricamente el símbolo del Gran Ciclo—, dan la clave de la alegoría; en todo caso, los Magas son los Magos de la Caldea, y su casta y culto tuvieron su origen en la Atlántida primitiva en Shâka-dvîpa, la Sin pecado. Todos los orientalistas están de acuerdo en que los Magas de Shâka-dvîpa son los antecesores de los Parsis adoradores del fuego. Nuestra diferencia con ellos se funda, como de costumbre, en que empequeñecen los períodos de cientos de miles de años, y de esta vez a solo unos cuantos siglos; pues a pesar de Nârada y de Sâmba, no remontan el hecho más allá de los días de la fuga de los Parsis a Gujerat. Esto es sencillamente absurdo, toda vez que aquélla tuvo lugar solo en el siglo VIII de nuestra Era. Cierto es que se atribuye a los Magas en el Bhavishya Purâna el haber vivido todavía en Shâka-dvîpa, en los días del «hijo» de Krishna, a pesar de que la última parte de aquel Continente —la «Atlántida» de Platón— había perecido 6000 años antes. Pero estos Magas eran los «últimos de Shâka-dvîpa», y en aquel tiempo vivían en la Caldea. Esto es, también, una confusión intencional.
Los primeros de entre las avanzadas de la Cuarta Raza no eran Atlantes, ni tampoco eran todavía los Asuras humanos y Râkshasas en que después se convirtieron. En aquellos tiempos, grandes porciones del futuro Continente de la Atlántida formaban todavía parte de los suelos del Océano. La Lemuria, como hemos llamado al Continente de la Tercera Raza, era entonces una tierra gigantesca[738]. Ella cubría toda el área desde el pie de los Himalayas, que la separaban del mar interior, que hacía rodar sus olas sobre lo que ahora es el Tíbet, Mongolia, y el Gran Desierto de Shamo (Gobi); desde Cittagong al Oeste hacia Hardwar, y al Este hacia Assam, [¿Annam?]. Desde este punto se extendía al Sur a través de lo que conocemos como la India Meridional, Ceilán y Sumatra; y abarcando entonces en su camino, según avanzamos hacia el Sur, a Madagascar a su derecha y la Australia y Tasmania a su izquierda, avanzaba hasta algunos grados del Círculo Antártico; y desde Australia, que en aquellos tiempos era una región interna del Continente Padre, se extendía muy adentro en el Océano Pacífico, más allá de Rapa nuí (Teapy, o la Isla de Pascua), que ahora se encuentra en la latitud 26º Sur, y en la longitud 110º Oeste[739]. Lo que decimos parece estar corroborado por la Ciencia, aunque solo sea parcialmente. Cuando se habla de orientaciones continentales, y se muestra a las masas infraárticas coincidiendo generalmente con el meridiano, se mencionan varios continentes, aunque como consecuencia. Entre ellos se habla del «continente Mascareño», que incluía a Madagascar, extendiéndose al Norte y al Sur, y otro antiguo continente que se «extendía desde Spitzbergen al Estrecho de Dover, mientras que la mayor parte del resto de Europa era fondo de los mares[740]». Esto corrobora la Enseñanza Oculta, que dice que lo que ahora son regiones polares fueron antes la primera de las siete cunas de la Humanidad, y la tumba de la masa de la especie humana de aquella región durante la Tercera Raza, cuando el Continente gigantesco de la Lemuria principió a dividirse en continentes más pequeños. Esto fue debido, según la explicación del Comentario, a un disminución de velocidad en la rotación de la Tierra:
Cuando la Rueda corre con la velocidad ordinaria, sus extremidades [los polos] se acomodan con su Círculo medio [el ecuador]; cuando ella marcha más lentamente y oscila en todas direcciones, prodúcese un gran desorden en la superficie de la Tierra. Las aguas fluyen hacia los dos extremos, y nuevas tierras aparecen en el Cinturón de en medio [las tierras ecuatoriales], mientras que las de los extremos quedan sujetas a Pralayas por sumersión.
Y también:
De este modo la Rueda [la Tierra] está sujeta al Espíritu de la Luna, y regulada por él, para el movimiento de sus aguas [las mareas]. Hacia el final de la Edad [Kalpa] de una gran Raza [Raíz], los regentes de la Luna [los Padres, o Pitris] principian a ejercer una atracción más fuerte, y aplanando así la Rueda en su Cinturón, se hunde en algunos sitios y se hincha en otros; y corriéndose la hinchazón a las extremidades [polos], aparecerán nuevas tierras, sumergiéndose las viejas.
Basta leer obras astronómicas y geológicas para ver el sentido de lo anterior muy claramente. Los hombres científicos —los especialistas modernos— han comprobado la influencia de las mareas en la distribución geológica de la tierra y del agua sobre el planeta, y han notado la mudanza de los océanos con una correspondiente sumersión y levantamiento de continentes y nuevas tierras. La Ciencia sabe, o cree saber, que esto ocurre periódicamente[741]. El profesor Todd cree que puede seguir el curso pasado de las series de oscilaciones hasta los tiempos de la primera incrustación de la Tierra[742]. Por tanto, parece debe ser fácil para la Ciencia el comprobar las afirmaciones esotéricas. En la Adenda nos proponemos tratar este punto con más extensión.
Algunos teósofos que han comprendido por unas cuantas palabras de El Buddhismo Esotérico que los «antiguos continentes» que se han sumergido volverán a aparecer, han hecho la siguiente pregunta: «¿Cómo será la Atlántida cuando reaparezca?». En este punto también hay una ligera incomprensión. Si las tierras de la Atlántida que se sumergieron se volvieran a levantar idénticamente las mismas, entonces, verdaderamente, serían estériles durante edades. Pero porque el fondo del mar Atlántico esté cubierto actualmente por unos 5000 pies de marga, y ésta se esté aumentando —en una palabra, una nueva «formación cretácea» de estratos—, no es una razón para que, cuando llegue el tiempo para la aparición de un nuevo Continente, una convulsión geológica y un levantamiento del fondo del mar, no puedan disponer de estos 5000 pies de marga para la formación de algunas montañas, y 5000 más venir a la superficie. Los Cataclismos de Razas no son un Diluvio de Noé de cuarenta días, una especie de monzón de Bombay.
Que el hundimiento y reaparición periódicos de los poderosos Continentes, llamados ahora Atlántida y Lemuria por los escritores modernos, no es una ficción, será cosa que demostraremos en la Sección en que se confrontan todas las pruebas. Las obras más arcaicas sánscritas y tamiles rebosan de referencias a ambos Continentes. Las siete islas sagradas (Dvîpas) se mencionan en el Sûrya Siddhânta, la obra astronómica más antigua de todo el mundo, así como en las obras de Asura Maya, el Astrónomo Atlante que el profesor Weber «reencarnó» en Ptolomeo. Sin embargo, es un error llamar Atlantes a estas «Islas Sagradas», como lo hacemos nosotros pues, como sucede con todo lo que se halla en los Libros Sagrados indos, se refieren a varias cosas. La herencia que Priyavrata, el Hijo del Manu Svâyambhuva legó a sus siete hijos, no fue la Atlántida, aun cuando una o dos de estas islas sobrevivieron a la sumersión de sus compañeras, y ofreció amparo, edades más tarde, a los Atlantes, cuyo Continente había sido sumergido a su vez. Cuando se mencionan por primera vez por Parâshara en el Vishnu Purâna, las siete se refieren a una doctrina esotérica que se explicará más adelante. Con relación a esto, de todas las siete Islas, Jambu-dvîpa (nuestro Globo) es el único que es terrestre. En los Purânas, todas las referencias acerca del Norte del Meru están relacionadas con aquel El dorado Primitivo, ahora región del Polo Norte, que, cuando la magnolia florecía en donde ahora vemos un desierto de hielo sin fin e inexplorado, era entonces un Continente. La Ciencia habla de un «antiguo continente» que se extendía desde Spitzbergen al Estrecho de Dover. La Doctrina Secreta enseña que, en los primeros períodos geológicos, estas regiones constituían un continente en forma de herradura, uno de cuyos extremos, el Oriental, mucho más al Norte que el Corriwall del Norte, incluía la Groenlandia, y el otro contenía el Estrecho de Behring como un trozo de tierra interior, y descendía al Sur en su orientación natural hasta las Islas Británicas, que deben de haber estado en aquellos días precisamente debajo de la curva inferior del semicírculo. Este Continente se elevó simultáneamente con la sumersión de la parte ecuatorial de la Lemuria. Edades más tarde, reaparecieron algunos restos de la Lemuria sobre la faz de los mares. Por tanto, aun cuando puede decirse, sin apartarse de la verdad, que la Atlántida está incluida en los siete grandes Continentes Insulares, puesto que la Cuarta Raza Atlante llegó a poseer algunos de los restos de la Lemuria, y estableciéndose en las islas, las incluyeron entre sus tierras y continentes; sin embargo, debe hacerse una diferencia y darse una explicación, toda vez que en la presente obra se intenta un relato más exacto y completo. Algunos Atlantes tomaron también posesión, de esta manera, de la Isla de Pascua; y ellos, habiendo escapado al Cataclismo de su propio país, se establecieron en este resto de la Lemuria, pero solo para perecer en él al ser destruido, en un día, por fuegos y lavas volcánicos. Esto puede que sea considerado como una ficción por ciertos geógrafos y geólogos; pero para los Ocultistas, es historia. ¿Qué es lo que sabe la Ciencia en contrario?
Hasta la aparición de un mapa publicado en Basilea en 1522, en donde aparece por primera vez el nombre de América, esta última se creía que era parte de la India… La ciencia rehúsa también sancionar la extraña hipótesis de que hubo un tiempo en que la península india, en un extremo de la línea, y Sud América en el otro, se enlazaban por medio de un cinturón de islas y continentes. La India de las edades prehistóricas… estaba doblemente unida con las dos Américas. Las tierras de los antecesores de aquellos a quienes Amiano Marcelino llama los «brahmanes de la India Superior, —se extendían desde Cachemira hasta muy adentro en los (ahora)— desiertos de Shamo». Así, pues, un hombre a pie partiendo desde el Norte podía llegar, sin casi ni mojarse los pies, a la Península de Alaska, por la Manchuria, a través del futuro Golfo de Tartaria, las Islas Kuriles y Aleutianas; mientras que otro viajero, provisto de una canoa y partiendo del Sur, podía haber ido desde Siam, cruzando las Islas Polinesias, y penetrar caminando en cualquier parte del continente de Sud América[743].
Esto fue escrito tomado de las palabras de un Maestro, autoridad más bien dudosa para los materialistas y escépticos. Pero aquí tenemos a uno de su propio rebaño y un pájaro del mismo plumaje, Ernesto Hæckel, quien, en su distribución de las razas, corrobora esta declaración casi verbatim:
Parece que la región de la superficie de la tierra en donde tuvo lugar la evolución de estos hombres primitivos, partiendo desde la estrecha relación con los monos catarrinos [!!], tiene que buscarse, sea en el Asia Meridional o el África Oriental [que, dicho sea de paso, ni existía aun cuando florecía la Tercera Raza] o en la Lemuria. La Lemuria es un antiguo continente sumergido hoy bajo las aguas del Océano Índico, que, hallándose al Sur del Asia actual, se extendía por una parte al Este hasta la India superior y las islas de la Sonda, y de otra al Oeste, hasta Madagascar y África[744].
En la época de que estamos tratando, el Continente de la Lemuria se había dividido en muchos sitios, formando nuevos continentes separados. Sin embargo, ni el África ni las Américas, y menos aún Europa, existían en aquellos días; pues dormían todas ellas todavía en el fondo de los mares. Ni tampoco había mucho del Asia actual; pues las regiones Cishimaláyicas estaban cubiertas por los mares, y más allá de ellos se extendían las «hojas de loto» de Shveta-dvîpa, los países llamados ahora Groenlandia, Siberia Oriental y Occidental, etc. El inmenso Continente que una vez reinó supremo sobre los Océanos Índico, Atlántico y Pacífico consistía entonces en enormes islas que desaparecieron gradualmente una tras otra, hasta que la última convulsión se tragó los restos. La Isla de Pascua, por ejemplo, pertenece a la primera civilización de la tercera Raza. Un levantamiento volcánico repentino del fondo de los mares hizo reaparecer esta pequeña reliquia de las Edades Arcaicas —después de haber estado sumergida con lo demás— intacta, con su volcán y estatuas, durante la época Champlain de la sumersión polar del Norte, como testigo presente de la existencia de la Lemuria. Dícese que algunas de las tribus Australianas son los últimos restos de los últimos descendientes de la Tercera Raza.
Esto lo corrobora también en cierto grado la Ciencia Materialista. Hæckel, al hablar de la raza de color oscuro o Malaya de Blumenbach, y de los australianos y papúes, observa:
Hay mucho parecido entre estos últimos y los aborígenes de Polinesia, aquella inmensa isla australiana que parece haber sido una vez un continente gigantesco y continuo[745].
Ciertamente fue «un continente gigantesco y continuo», pues, durante la Tercera Raza se extendía al Este y Oeste, hasta donde las dos Américas se encuentran ahora. La Australia actual solo era una parte de él, y además de esto, hay unas cuantas islas supervivientes esparcidas aquí y allá sobre la faz del Pacífico, y una larga tira de California que perteneció al mismo. Es bastante cómico que Hæckel, en su fantástico Pedigree of Man, considere que:
Los australianos de hoy, como descendientes directos, casi inalterables [¿?¡!] de esa segunda rama de la raza humana primitiva… que se extendió hacia el Norte primeramente, sobre todo en Asia, desde el hogar de la infancia del hombre, y parece haber sido la madre de todas las demás razas de hombres de pelo lacio… La de pelo lanudo emigró en parte hacia el Oeste [esto es, a África y al Este a Nueva Guinea cuyos países no existían todavía, como se ha dicho]… La otra, de pelo lacio, se desenvolvió más lejos al Norte, en Asia y… pobló la Australia[746].
Según un Maestro dice:
Contemplad los restos de lo que fue en un tiempo una gran nación [la Lemuria de la Tercera Raza] en algunos de los aborígenes de cabeza achatada de vuestra Australia[747].
Pero ellos pertenecen a los últimos restos de la séptima subraza de la Tercera. El profesor Hæckel ha debido también soñar un sueño y haber tenido, por una vez, una visión verdadera.
En este período es donde debemos buscar la primera aparición de los antecesores de aquellos a quienes podemos denominar los pueblos más antiguos del mundo, que se llaman hoy, respectivamente, los arios indos, los egipcios y los persas más antiguos, por una parte, y los caldeos y fenicios, por otra. Ellos fueron gobernados por las Dinastías Divinas, esto es, por Reyes y Regentes que solo tenían del hombre mortal la apariencia física, según ésta era entonces, pero que eran Seres de Esferas superiores, y más celestiales que nuestra propia Esfera lo será de aquí a largos Manvantaras. Por supuesto, es inútil intentar hacer creer a los escépticos la existencia de tales Seres. Su mayor orgullo consiste en probar su denominación patronímica como Catarrinos, hecho que tratan de demostrar con la supuesta autoridad del cóccix, anejo a su hueso sacro, esa cola rudimentaria que si fuera bastante larga les haría saltar de alegría y continuamente, en honor de su eminente descubridor. Éstos permanecerán tan fieles a sus antecesores simios como los cristianos a su Adán sin cola. La Doctrina Secreta, sin embargo, da la razón en este punto a los teósofos y a los estudiantes de las Ciencias Ocultas.
Si consideramos a la segunda porción de la Tercera Raza como los primeros representantes de la raza verdaderamente humana con huesos sólidos, entonces la suposición de Hæckel de que «la evolución de los hombres primitivos se verificó… ya sea en el Asia Meridional o en… la Lemuria» —no rezando con esto el África ya sea Oriental u Occidental es bastante exacta, si no lo es por completo. Para ser exacto, sin embargo, hay que decir que así como la evolución de la Primera Raza, de los cuerpos de los Pitris, tuvo lugar en siete regiones separadamente distintas, en el Polo Ártico de la (entonces) única tierra, así también se verificó la última transformación de la Tercera. Principió ella en aquellas regiones árticas que se acaban de describir y que incluían el Estrecho de Behring, y lo que entonces existía de tierra seca en el Asia Central, cuando el clima era semitropical hasta en las regiones árticas, y excelentemente adaptado a las necesidades primitivas del naciente hombre físico. Esa región, sin embargo, ha sido más de una vez helada y tropical, por turno, desde la aparición del hombre. El Comentario nos dice que la Tercera Raza se hallaba solamente en el punto medio de su desarrollo, cuando:
El eje de la Rueda se inclinó. El Sol y la Luna no brillaron ya sobre las cabezas de aquella porción de los Nacidos del Sudor; la gente conoció la nieve, el hielo y la helada; y los hombres, las plantas y los animales se empequeñecieron en su desarrollo. Los que no perecieron se quedaron como niños pequeños a medio crecer, en tamaño y en inteligencia[748]. Éste fue el tercer Pralaya de las Razas[749].
Esto significa también que nuestro Globo está sujeto a siete cambios periódicos y completos, que marchan pari passu con las Razas. Pues la Doctrina Secreta nos enseña que, durante esta Ronda, tiene que haber siete Pralayas terrestres, ocasionados por el cambio en la inclinación del eje de la Tierra. Es una Ley que actúa en el momento señalado, y de ningún modo ciegamente, como la Ciencia pudiera creer, sino de acuerdo y en armonía estricta con la Ley Kármica. En el Ocultismo se menciona esta Ley Inexorable como el «gran AJUSTADOR». La Ciencia confiesa su ignorancia acerca de la causa que produce las vicisitudes climatéricas, así como los cambios en la dirección del eje, que son siempre seguidos por estas vicisitudes. De hecho, no parece segura de los cambios del eje. No pudiendo explicárselos, hállase pronta a negar todos los fenómenos axiales, antes que admitir la mano inteligente de la Ley Kármica, única que puede explicar razonablemente estos cambios repentinos y los resultados que los acompañan. Ha tratado ella de explicarlos por medio de diversas especulaciones más o menos fantásticas; una de las cuales, como imaginó Boucheporn, pudiera ser el choque repentino de nuestra Tierra con un Cometa, ocasionándose así todas las revoluciones geológicas. Pero nosotros preferimos atenernos a nuestras explicaciones esotéricas, toda vez que FOHAT es tan bueno como cualquier Cometa, y, además, tiene la Inteligencia universal por guía.
De este modo, desde que la Humanidad del Manu Vaivasvata apareció sobre esta Tierra, ha habido ya cuatro disturbios semejantes del eje. Los antiguos Continentes, excepto el primero, fueron absorbidos por los Océanos; otras tierras aparecieron y cordilleras enormes se levantaron donde antes no había montaña alguna. La faz del Globo ha cambiado por completo cada vez; la «supervivencia» de las naciones y razas «más aptas», que aseguró por oportuna ayuda; y las ineptas —los fracasos— desaparecieron, barridas de la Tierra. Tales selecciones y mudanzas no se verifican entre una salida y puesta de Sol, como se pudiera pensar, sino que requieren varios miles de años antes de que la nueva morada esté en condiciones.
Las Subrazas están también sujetas al mismo proceso de depuración, así como también las ramas laterales o razas de familia. Que cualquiera que conozca bien la astronomía y las matemáticas, eche una ojeada retrospectiva en el crepúsculo y sombras del Pasado. Que observe y tome nota de lo que conoce de la historia de los pueblos y naciones, y coteje sus respectivas elevaciones y caídas con lo que se sabe acerca de los ciclos astronómicos, especialmente con el Año Sideral, que equivale a 25 868 de nuestros años solares[750]. Entonces, si el observador está dotado de la más ligera intuición, verá cómo la prosperidad y decadencia de las naciones están íntimamente relacionadas con el principio y el fin de este Ciclo Sideral. A la verdad, los que no son ocultistas tienen la desventaja de no disponer de tiempos tan remotos en que fundarse. No saben ellos nada, por medio de la Ciencia exacta, de lo que aconteció hace 10 000 años; aunque pueden consolarse con el conocimiento, o si lo prefieren, con la especulación, sobre el destino de todas las naciones modernas que conocen, dentro de unos 16 000 años. El sentido de lo que decimos es muy claro. Cada Año Sideral, los trópicos retroceden del Polo cuatro grados en cada revolución de los puntos del equinoccio, a medida que el ecuador da vueltas por las constelaciones Zodiacales. Ahora bien; como todos los astrónomos saben, en la actualidad el trópico se halla solamente a veintitrés grados y una fracción de menos de medio grado del ecuador. Por tanto, tiene todavía que recorrer dos grados y medio antes del fin del Año Sideral. Esto da a la humanidad en general, y a nuestras razas civilizadas en particular, un respiro de unos 16 000 años.
Después de la Gran Inundación de la Tercera Raza (los Lemures), según nos dice el Comentario treinta y tres:
Los hombres mermaron considerablemente de estatura y disminuyó la duración de sus vidas. Habiendo decaído su piedad, se mezclaron con razas animales y se aparearon gigantes y pigmeos [las razas empequeñecidas de los Polos]… Muchos adquirieron conocimientos divinos, más aún, conocimientos ilícitos, y siguieron voluntariamente el SENDERO DE LA IZQUIERDA.
Así los Atlantes se aproximaron a su vez a la destrucción. ¡Quién sabe los períodos geológicos que pasaron para verificarse esta cuarta destrucción! Pero se nos dice que:
44. CONSTRUYERON[751] GRANDES IMÁGENES DE NUEVE YATIS DE ALTO[752]: EL TAMAÑO DE SUS CUERPOS (a). FUEGOS INTERNOS HABÍAN DESTRUIDO LA TIERRA DE SUS PADRES[753]. EL AGUA AMENAZABA A LA CUARTA[754] (b).
a) Vale la pena de observar que la mayor parte de las estatuas gigantescas descubiertas en la Isla de Pascua, parte innegablemente de un continente sumergido, así como las encontradas en las fronteras del Gobi, región que había estado sumergida por edades sin cuento, son todas de veinte a treinta pies de alto. Las estatuas encontradas por Cook en la Isla de Pascua median casi todas veintisiete pies de altura, y ocho pies de hombro a hombro[755]. La escritora sabe muy bien que los arqueólogos modernos han decidido que «estas estatuas no son muy antiguas», según ha declarado un alto funcionario del Museo Británico, en donde están ahora algunas de ellas. Pero ésta es una de esas decisiones arbitrarias de la Ciencia Moderna que no tienen gran valor en sí.
Se nos dice que después de la destrucción de la Lemuria por los fuegos subterráneos, los hombres siguieron decreciendo constantemente en estatura —proceso que había ya principiado desde su Caída física— y que finalmente, algunos millones de años después, disminuyeron hasta de seis a siete pies, y ahora se están reduciendo, como sucede con las razas asiáticas más antiguas, que están más cerca de los cinco pies que de seis. Según indica Pickering, hay en la raza Malaya (subraza de la Cuarta Raza-Raíz) una diversidad singular de estatura; los miembros de la familia polinesia, tales como los isleños de las islas de Tahití, Samoa y Tonga, son de estatura más elevada que el resto de la especie humana; pero las tribus indias y los habitantes de los países indo-chinos son positivamente más pequeños que el término medio general. Esto se explica fácilmente. Los polinesios pertenecen a las primeras de las subrazas supervivientes; los otros al tronco último y menos fijo. Así como los tasmanios se han extinguido por completo, y los australianos desaparecen rápidamente, lo mismo sucederá pronto con las otras razas antiguas.
b) ¿Cómo se han conservado estos anales? —Podrá preguntársenos—. Hasta el conocimiento del Zodíaco por los hindúes es negado por nuestros amables y sabios orientalistas, los cuales han llegado a la conclusión de que los indos arios no sabían nada de él antes de que los griegos lo llevaran a su país. Esta calumnia innecesaria ha sido tan bien refutada por Bailly, y lo que es más, por la clara evidencia de los hechos, que no necesita muchas más demostraciones de su falsedad. Al paso que los Zodíacos egipcios[756] conservan pruebas irrefutables, de anales que abarcan más de tres y medio años Siderales, o cerca de 87 000 años; los cálculos indos abrazan cerca de treinta y tres de tales años, u 850 000 años. Los sacerdotes egipcios aseguraron a Herodoto que el Polo de la Tierra y el Polo de la Eclíptica habían coincidido anteriormente. Pero, según ha observado el autor de Sphinxiad:
Estos pobres indos oscurecidos tienen registrados conocimientos astronómicos que comprenden diez veces 25 000 años desde la Inundación [local última en Asia], o Edad del Horror.
Y poseen observaciones registradas desde el tiempo de la primera Gran Inundación que se conserva en la memoria histórica Aria, la Inundación que sumergió las últimas partes de la Atlántida hace 850 000 años. Las inundaciones precedentes son, por supuesto, más tradicionales que históricas.
El hundimiento y transformación de la Lemuria principió cerca del Círculo Ártico (Noruega), y la Tercera Raza terminó su carrera en Lankâ, o más bien en lo que se convirtió en Lankâ entre los Atlantes. El pequeño resto conocido ahora por Ceilán es la tierra montañosa Septentrional de la antigua Lankâ, mientras que la enorme isla de ese nombre era, en el período Lemuro, el gigantesco continente ya descrito. Según dice un Maestro:
¿Por qué no han de tener presente vuestros geólogos que bajo los continentes explorados y sondeados por ellos… pueden existir ocultos, en lo profundo de los insondables, o más bien no sondeados lechos de los mares, otros continentes mucho más antiguos, cuyas capas jamás han sido exploradas geológicamente; y que pudieran algún día echar completamente por tierra sus presentes teorías? ¿Por qué no se ha de admitir que nuestros continentes actuales han sido ya, como la Lemuria y la Atlántida, sumergidos varias veces, y han tenido el tiempo de reaparecer otra vez y sostener sus nuevos grupos de humanidad y civilizaciones; y que el primer gran levantamiento geológico en el próximo cataclismo, de la serie que ocurre desde el principio al fin de cada Ronda, nuestros continentes que ya han sufrido la autopsia, se sumergirán, reapareciendo las Lemurias y Atlántidas otra vez?[757].
No exactamente los mismos continentes, por supuesto. Pero en este punto hace falta una explicación. No hay que crearse confusiones acerca del postulado de una Lemuria Septentrional. La prolongación de aquel gran continente en el Océano Atlántico del Norte no destruye, en modo alguno, las opiniones tan extendidas acerca del sitio de la perdida Atlántida, y lo uno corrobora a lo otro. Hay que observar que la Lemuria, que sirvió de cuna a la Tercera Raza-Raíz, no solo abarcaba una vasta área en el Océano Pacífico e Indico, sino que se extendía en forma de herradura más allá de Madagascar, por toda el «África Meridional» (entonces mero fragmento en proceso de formación), a través del Atlántico hasta Noruega. El gran depósito de agua dulce inglés, llamado el Wealden —que todos los geólogos consideran como desembocadura de un anterior gran río— es el lecho de la corriente principal que desaguaba a la Lemuria Septentrional en la edad Secundaria. La existencia real de este río en otro tiempo es un hecho científico; ¿reconocerán sus partidarios la necesidad de aceptar la Lemuria Septentrional de la edad Secundaria, exigida por sus datos? El profesor Berthold Seemann no solo admitió la realidad de tan enorme continente, sino, que consideraba a Australia y Europa como partes, en otro tiempo, de un continente, corroborando así toda la doctrina de la «herradura», ya enunciada. No puede darse una confirmación más sorprendente de nuestros asertos que el hecho de que la elevada cordillera sumergida en la cuenca del Atlántico, de 9000 pies de altura, que se extiende por unas dos o tres millas al Sur desde un punto próximo a las Islas Británicas, tuerce primeramente hacia la América del Sur, y luego cambia casi en ángulo recto para continuar en una dirección Sudeste hacia la costa africana, desde donde se lanza hacia el Sur, a Tristán de Acuña. Esta cordillera es resto de un continente Atlántico, y si se pudiese seguir más su dirección establecería la realidad de la unión de una herradura submarina con un continente de tiempos pasados en el Océano Indico[758].
La parte Atlántica de la Lemuria fue la base geológica de lo que se conoce generalmente por Atlántida, pero que debe más bien considerarse como un desarrollo de la prolongación Atlántica de la Lemuria, que como una masa de tierra completamente nueva, levantada para atender a las exigencias especiales de la Cuarta Raza-Raíz. Lo mismo que sucede en la evolución de una Raza, ocurre en los cambios sucesivos y arreglos de las masas continentales, sin que se pueda trazar una línea bien determinada en donde un orden termina y otro principia. La continuidad en los procesos naturales no se interrumpe nunca. Así, la Raza Cuarta Atlante se desarrolló de un núcleo de hombres de la Raza Tercera de la Lemuria Septentrional, concentrado, por decirlo así, hacia un punto de lo que ahora es el Océano Atlántico medio. Su continente se formó por la unión de muchas islas y penínsulas que se levantaron en el transcurso ordinario del tiempo, y últimamente se convirtió en la verdadera morada de la gran Raza conocida por Atlante. Después que se consumó esto, según manifiesta la autoridad Oculta más elevada:
La Lemuria… no debe confundirse más con el Continente Atlántico, como Europa no se confunde con América[759].
Como lo anterior viene de una procedencia tan desacreditada por la Ciencia ortodoxa, se considerará, por supuesto, como una ficción más o menos afortunada. Hasta la hábil obra de Donnelly antes citada se desecha, a pesar de que sus declaraciones se hallan todas dentro de un marco de pruebas científicas estrictas. Pero nosotros escribimos para el futuro. Nuevos descubrimientos en esta dirección vindicarán las pretensiones de los filósofos asiáticos, de que las ciencias (la geología, la etnología e incluso la historia) eran seguidas por las naciones antediluvianas que vivieron hace edades sin cuento. Futuros «hallazgos» justificarán la exactitud de las observaciones presentes, de inteligencias tan penetrantes como las de H. A. Taine y Renán. El primero indica que las civilizaciones de las naciones arcaicas, tales como los egipcios, los arios de la India, los caldeos, chinos y asirios, son el resultado de civilizaciones anteriores que duraron «miríadas de siglos[760]»; y el último señala el hecho de que:
Egipto, desde un principio, aparece maduro, viejo y sin edades míticas y heroicas, como si el país jamás hubiese conocido la juventud. Su civilización no tiene infancia, y sus artes ningún período arcaico. La civilización de la Vieja Monarquía no principió con la infancia. Estaba ya madura[761].
A esto añade el profesor R. Owen que:
Según los anales, Egipto ha sido una comunidad civilizada y gobernada antes del tiempo de Menes.
Y Winchell declara que:
En la época de Menes, los egipcios eran ya un pueblo numeroso y civilizado. Manethon nos dice que Athotis, hijo del primer rey Menes, construyó el palacio de Menfis; que era médico y que dejó libros de anatomía.
Esto es perfectamente natural si hemos de creer los relatos de Herodoto, que afirma en Euterpe (CXLII), que la historia escrita de los sacerdotes egipcios databa de unos años antes de su tiempo. Pero ¿qué son 12 000, ni aún 120 000 años, comparados con los millones de años que han transcurrido desde los tiempos de la Lemuria? Esta última, sin embargo, no ha quedado sin testimonios, a pesar de su tremenda antigüedad. En los Anales Secretos se conserva la historia completa del crecimiento, desarrollo, y de la vida social y hasta política de los Lemures. Desgraciadamente, pocos son los que pueden leerlos; y los que pudieran, serían incapaces además de comprender el lenguaje, a menos de conocer las siete claves de su simbolismo. Porque la comprensión de la Doctrina Oculta está basada en la de las Siete Ciencias; y estas Ciencias tienen su expresión en las siete diferentes aplicaciones de los Anales Secretos a los textos exotéricos. Así, pues, tenemos que tratar con modos de pensamiento en siete planos de Idealidad completamente distintos. Cada texto se relaciona con uno de los siguientes puntos de vista, desde el cual tiene que interpretarse:
- 1
- 2
- 3
Los otros planos trascienden demasiado la conciencia en general, especialmente la de la mente materialista, para que puedan ser ni tan siquiera simbolizados en términos de fraseología ordinaria. En ninguno de los antiguos textos religiosos existe elemento alguno puramente mítico; pero la modalidad de pensamiento con que fueron escritos originalmente hay que encontrarla y no perderla un momento de vista durante la interpretación. Pues el modo arcaico de pensamiento es simbólico; otra forma posterior del pensamiento, aunque muy antigua, es la emblemática; otra la parabólica o alegórica; otra la jeroglífica, y también la logográmica, el método más difícil de todos, pues representa cada letra toda una palabra, como en el idioma chino. Así, casi todos los nombres propios, ya sea en los Vedas, el Libro de los Muertos, y hasta cierto punto en la Biblia, están compuestos de tales logogramas. Nadie que no esté iniciado en los misterios de la logografía religiosa Oculta puede pretender que sabe lo que significa un nombre en cualquier fragmento antiguo, antes de haber dominado el sentido de cada letra de las que lo componen. ¿Cómo, pues, puede esperarse que el mero pensador profano, por grande que sea su erudición en el simbolismo ortodoxo, por decirlo así (esto es, ese simbolismo que no puede salir nunca de los viejos moldes del mito solar y del culto sexual), cómo puede esperarse, repetimos, que el docto profano pueda penetrar en el arcano que está detrás del velo? El que se ocupa de la corteza o cáscara de la letra muerta, y se dedica a transformaciones calidoscópicas de palabras simbólicas estériles, no puede esperar nunca pasar más allá de las vaguedades de los mitólogos modernos.
Así, pues, Vaivasvata, Xisuthros, Deucalión, Noé, etcétera, todas las figuras principales de los Diluvios del Mundo, tanto universales como parciales, astronómicos o geológicos, todos proporcionan en sus mismos nombres los anales de las causas y efectos que condujeron al suceso, si se pueden leer por completo. Todos esos Diluvios están basados en sucesos que ocurrieron en la Naturaleza, y están por tanto presentes, como anales históricos (ya fuesen siderales, geológicos o siquiera simplemente alegóricos), de un suceso moral en otros planos superiores del ser. Esto creemos ha sido ya lo suficientemente demostrado durante la larga explicación requerida por las Estancias alegóricas.
Hablar de una raza de nueve yatis o veintisiete pies de alto, en una obra que pretenda un carácter más científico que, por ejemplo, la historia de «Jack el Matador de Gigantes», es un procedimiento bastante raro. ¿Dónde están las pruebas? —se preguntará a la escritora—. En la historia y en la tradición, es la respuesta. Las tradiciones de una raza de gigantes en los tiempos remotos, son universales; existen en doctrinas orales y escritas. La India ha tenido sus Dânavas y Daityas; Ceilán sus Râkshasas; Grecia sus Titanes; Egipto sus Héroes colosales; Caldea sus Izdubars (Nimrod); y los judíos sus Emims de la tierra de Moab, con los famosos gigantes, Anakim[762]. Moisés habla de Og, un rey cuyo «lecho» tenía nueve codos de largo (15 pies 4 pulgadas) y cuatro de ancho[763]; y Goliat tenía «seis codos y un palmo de alto» (o 10 pies 7 pulgadas). La única diferencia que se encuentra entre la «escritura revelada» y las pruebas que nos han proporcionado Herodoto, Diodoro de Sicilia, Homero, Plinio, Plutarco, Filostrato, etc., es la siguiente: Al paso que los paganos mencionan solamente esqueletos de gigantes, muertos edades sin cuento antes, reliquias que algunos de ellos habían visto personalmente, los intérpretes de la Biblia exigen sin rubor que la Geología y la Arqueología deban creer que algunos países estaban habitados por tales gigantes en los días de Moisés; gigantes ante los cuales los judíos eran como langostas, y los cuales existían todavía en los días de Josué y David. Desgraciadamente, su propia cronología se opone a ello. Hay que renunciar a esta última o a los gigantes.
Aún quedan en pie algunos testimonios de los Continentes sumergidos y de los hombres colosales que los habitaron. La Arqueología afirma la existencia de varios en esta Tierra; aunque fuera de admirarse y preguntarse «lo que podrán ser», nunca ha intentado seriamente descubrir el misterio. Sin hablar de las estatuas de la Isla de Pascua ya mencionada, ¿a qué época pertenecen las estatuas colosales, todavía en pie e intactas descubiertas cerca de Bamiyán? La Arqueología, como de costumbre, las atribuye a los primeros siglos del Cristianismo, y yerra en esto como en otras muchas especulaciones. Una corta descripción mostrará al lector lo que son las estatuas, tanto de la Isla de Pascua como de Bamiyán. Primeramente examinaremos lo que la Ciencia ortodoxa sabe acerca de ellas.
Teapi, Rapa-nui, o Isla de Pascua, es un punto aislado a casi 2000 millas de la costa sudamericana… Tiene de largo unas doce millas y cuatro de ancho… y hay allí un cráter extinguido de 1050 pies de altura en su centro. La isla abunda en cráteres, que hace tanto tiempo que se han extinguido, que no queda tradición alguna de su actividad[764].
Pero ¿quién hizo las grandes imágenes de piedra[765] que son ahora el atractivo principal de la Isla para los visitantes? «Nadie lo sabe» —dice un escritor.
Es más que probable que estaban allí cuando los actuales habitantes [un puñado de salvajes polinesios] llegaron… Su construcción artística es de un orden superior… y se cree que la raza que las hizo se comunicaba con los indígenas del Perú y otras partes de la América del Sur… Aun en tiempo de la visita de Cook, algunas de las estatuas, que medían veintisiete pies de alto y ocho de hombro a hombro, yacían derribadas por tierra, mientras que otras, aun en pie, parecían mucho mayores. Una de estas últimas era tan alta, que su sombra ponía a cubierto de los rayos del sol a una partida de treinta personas. Los pedestales en que descansaban estas imágenes colosales, tenían, por término medio, de treinta a cuarenta pies de largo y de doce a dieciséis de ancho… todos construidos de piedras labradas al estilo ciclópeo, muy parecidos a las paredes del templo de Pachacámac, o a las ruinas de Tiahuanaco, en el Perú[766].
«No hay razón para creer que ninguna de las estatuas haya sido construida, trozo a trozo, por medio de andamios levantados a su alrededor», añade muy sugestivamente el escritor, sin explicar de qué modo pudieron ser construidas de otra manera, a menos que hayan sido hechas por gigantes de la misma altura que las estatuas. Dos de las mejores entre estas estatuas colosales se hallan ahora en el Museo Británico. Las estatuas de Rano-roraca son cuatro: tres profundamente enterradas en el suelo, y una descansando de espaldas como un hombre dormido. Sus tipos, aunque todas de cabeza larga, son distintos; siendo evidente que representan retratos, pues las narices, bocas y barbilla difieren mucho en la forma; mientras que una especie de gorro chato, con un aditamento para cubrir la parte posterior de la cabeza, demuestra que los originales no eran salvajes de la edad de piedra. En verdad que puede preguntarse quién las ha hecho; pero no es la Arqueología ni tampoco la Geología la que contestará, aunque esta última reconoce la isla como parte de un continente sumergido.
Pero ¿quién talló las estatuas aún más colosales de Bamiyán, las más altas y gigantescas del mundo entero? Porque la «Estatua de la Libertad» de Bartholdi, ahora en Nueva York, es enana comparada con la mayor de las cinco estatuas. Burnes y varios sabios jesuitas que han visitado el lugar hablan de una montaña «toda acribillada a modo de panal de celdas gigantescas, con dos gigantes inmensos tallados en la roca. Se refiere a los Miaotse modernos (vide supra la cita de Shoo-King), los últimos testigos supervivientes de los Miaotse que “turbaron la tierra”». Los jesuitas tienen razón, y los arqueólogos que ven Buddhas en las más grandes de estas estatuas se equivocan. Pues todas estas innumerables ruinas gigantescas que se descubren unas tras otras en nuestros días, todas esas inmensas avenidas de ruinas colosales que cruzan la América del Norte a lo largo y más allá de las Montañas Rocosas, son obra de los Cíclopes, los Gigantes verdaderos y efectivos de antaño. «Masas de huesos humanos enormes» se han encontrado «en América, cerca de Munte [¿?]», nos dice un célebre viajero moderno, precisamente en el sitio señalado por la tradición local como el lugar donde desembarcaron aquellos gigantes que invadieron América cuando apenas acababa de levantarse sobre las aguas[767].
Las tradiciones del Asia Central dicen lo mismo de las estatuas de Bamiyán. ¿Qué son ellas y qué es el sitio en donde han estado por edades incontables, desafiando los cataclismos a su alrededor, y hasta la mano del hombre, como, por ejemplo, las hordas de Timoor y los vándalos guerreros de Nadír Shah? Bamiyán es una pequeña ciudad, miserable, medio arruinada, del Asia Central, a la mitad del camino entre Cabul y Balkh, al pie del Koh-i-baba, montaña enorme del Paropamiso, o Cordillera del Indo-Kush a unos 8500 pies sobre el nivel del mar. En los viejos tiempos, Bamiyán era parte de la antigua ciudad de Djooljool, arruinada y destruida, hasta la última piedra, por Gengis-Kan en el siglo XIII. Todo el valle está cercado por rocas colosales, llenas de cuevas y grutas, en parte naturales y en parte artificiales, que fueron una vez las moradas de monjes buddhistas que habían establecido en ellas sus Vihâras [monasterios]. Tales Vihâras se encuentran en profusión, hasta hoy, en los templos cortados en la roca de la India, y en los valles de Jelalabad. Frente a algunas de estas cuevas se han descubierto cinco estatuas enormes —que se consideran como de Buddha— o más bien han sido redescubiertas en nuestro siglo; pues el famoso viajero chino Hiouen Thsang habla de haberlas visto, cuando visitó Bamiyán en el siglo VII.
La afirmación de que no existen estatuas mayores en todo el globo se prueba fácilmente con el testimonio de todos los viajeros que las han examinado y medido. Así resulta que la mayor tiene 173 pies de alto, o sea setenta pies más que la «Estatua de la Libertad» de Nueva York; toda vez que esta última solo mide 105 pies o 34 metros de altura. El mismo famoso coloso de Rodas, entre cuyas piernas pasaban con facilidad los mayores barcos de entonces, solo tenía de 120 a 130 pies de alto. La segunda gran estatua, que como la primera está tallada en la roca, tiene solamente 120 pies, o sean quince más que la mencionada de la «Libertad[768]». La tercera estatua solo tiene 60 pies, y las otras dos son aún más pequeñas, siendo la última un poco más alta que el término medio de los hombres altos de nuestra Raza actual. El primero y más grande de los colosos representa a un hombre envuelto en una especie de «toga»; M. de Nadeylac cree que la apariencia general de la figura, las líneas de la cabeza, el ropaje, y especialmente las grandes orejas colgantes, son indicaciones innegables de que se pretendía representar a Buddha. Pero realmente ellas no prueban nada. A pesar del hecho de que la mayoría de las figuras que hoy existen de Buddha, representado en la postura de Samâdhi, tienen grandes orejas colgantes, ésta es una innovación y pensamiento posteriores. La idea primitiva era debida a una alegoría esotérica. Las orejas grandes no naturales simbolizan la omnisciencia de la sabiduría, y tenían por objeto hacer recordar el poder de Aquel que todo lo sabe y todo lo oye, y a cuyo benévolo amor y atención por todas las criaturas nada puede escapar. Según dice una Sloka:
El Señor misericordioso, nuestro Maestro, oye el grito de agonía de los más pequeños de los pequeños, y corre en su socorro.
Gautama Buddha era un indo-ario, y solo entre los birmanos y siameses mogoles, que, como en Cochin, se desfiguran las orejas, es donde se ve algo que se parezca a aquellas orejas. Los monjes buddhistas, que transformaron las grutas de los Miaotse en celdas y Vihâras, entraron en el Asia Central en el primer siglo, o cosa así, de la Era cristiana. Por esto Hiouen Thsang, hablando de la estatua colosal, dice que «el brillo de los ornamentos de oro que cubrían a la estatua» cuando él la vio, «deslumbraba la vista»; pero de tales dorados no se ven ni vestigios en los tiempos modernos. El ropaje, en contraste con la figura misma, que está labrada en la roca, está hecho de yeso y moldeado sobre la imagen de piedra. Talbot, que hizo un examen de los más minuciosos, averiguó que este ropaje pertenecía a una época muy posterior. Por consiguiente, hay que señalar a la estatua misma un tiempo muy anterior al Buddhismo. En tal caso ocurre preguntar: ¿A quién representa?
Otra tradición, que se halla corroborada por anales escritos, contesta a la pregunta y explica el misterio. Los Arhats y Ascetas buddhistas encontraron las cinco estatuas, y muchas más que ahora están destruidas. Tres de ellas, que estaban de pie en nichos colosales a la entrada de sus moradas futuras, fueron cubiertas con yeso, y, sobre las estatuas antiguas, modelaron otras nuevas que representaran al Señor Tathâgata. Las paredes interiores de los nichos están cubiertas hasta hoy día con pinturas brillantes de figuras humanas, y la imagen sagrada de Buddha está reproducida en todos los grupos. Estos frescos y ornamentos, que hacen recordar el estilo de pintura bizantino, son todos debidos a la piedad de los monjes ascetas, así como también otras figuras menores y adornos labrados en la roca. Pero las cinco estatuas son obra de los Iniciados de la Cuarta Raza, quienes, después de la sumersión de su continente, se refugiaron en los desiertos y en las cumbres de las montañas del Asia Central. Así, pues, las cinco estatuas son anales imperecederos de la Enseñanza Esotérica, respecto de la evolución gradual de las razas.
La más grande representa la Primera Raza de la especie humana, cuyo cuerpo etéreo está así conmemorado en la piedra dura, imperecedera, para instrucción de las generaciones futuras; pues de otro modo su recuerdo no hubiera nunca sobrevivido al Diluvio Atlántico. La segunda, de 120 pies de alto, representa al Nacido del Sudor; y la tercera, que mide 60 pies, inmortaliza a la Raza que cayó, inaugurando así la primera Raza física, nacida de padre y madre, cuyos últimos descendientes se hallan representados en las estatuas encontradas en la Isla de Pascua. Estos descendientes solo tenían de 20 a 25 pies de estatura en la época en que la Lemuria fue sumergida, después de haber sido casi destruida por fuegos volcánicos. La Cuarta Raza fue aún más pequeña, aunque gigantesca en comparación con nuestra Raza Quinta actual, y la serie termina finalmente en esta última.
Éstos son, pues los «Gigantes» de la antigüedad, los Gibborim ante y postdiluvianos de la Biblia. Vivieron y florecieron ellos hace un millón de años, y no tres o cuatro mil solamente. Los Anakim de Josué, cuyas huestes eran como «langostas» en comparación de los judíos, son, pues, una fantasía israelita, a menos que, verdaderamente, el pueblo de Israel pretenda para Josué una antigüedad y un origen en el período Eoceno, o cuando menos Mioceno, y cambien los milenios de su cronología en millones de años.
En todo lo que se refiere a tiempos prehistóricos, el lector debe tener presente las sabias palabras de Montaigne. He aquí lo que dice el gran filósofo francés:
Es una necia presunción desdeñar y condenar por falso lo que a nosotros nos parezca que no debe ser verdad; lo cual es una falta común en aquellos que están persuadidos que valen más que el vulgo…
La razón me ha enseñado que el condenar resueltamente una cosa por falsa e imposible es pretender apropiarse el privilegio de poner coto y límites a la voluntad de Dios, y sujetar el poder de nuestra madre común la Naturaleza a él unida; y no existe en el mundo una necedad mayor que tratar de reducirlos a la medida de nuestra capacidad y a los límites de nuestra suficiencia…
Si llamamos monstruos o milagros a lo que nuestra razón no puede alcanzar, ¿cuántas cosas de este género no se presentan diariamente a nuestra vista? Detengámonos a considerar a través de cuántas nebulosidades, y cuán ciegamente, somos conducidos al conocimiento de la mayoría de lo que pasa por nuestras manos; a la verdad, veríamos que la costumbre, más bien que la ciencia, es la que da la rareza; y que si nos presentasen de nuevo esas cosas, las consideraríamos tanto o más improbables e increíbles que otras cualesquiera[769].
El sabio que sea justo, antes de negar la posibilidad de nuestra historia y anales, debiera buscar en la historia actual, así como en las tradiciones universales esparcidas en la literatura antigua y moderna, las huellas dejadas por estas razas maravillosas primitivas. Pocos entre los incrédulos sospechan los tesoros de evidencia corroboradora que se pueden encontrar, esparcidos y enterrados, solo en el mismo Museo Británico. Se ruega al lector que eche una ojeada más al asunto de que estamos tratando, en la Sección que sigue.
RUINAS CICLÓPEAS Y PIEDRAS COLOSALES COMO TESTIMONIO DE LOS GIGANTES
De Mirville, en sus voluminosas obras Mémoires Adressés aux Académies, tratando de llevar a cabo la tarea de probar la realidad del Demonio y de mostrar una mansión suya en todo ídolo antiguo y moderno, ha reunido algunos cientos de páginas de «pruebas históricas» de que en los días de los «milagros» había piedras, tanto paganas como bíblicas, que andaban, hablaban, pronunciaban oráculos y hasta cantaban. Y que por último, la «Piedra de Cristo» o «Roca de Cristo», «la Roca espiritual» que seguía a Israel[770], «se convirtió en Júpiter-lapis» devorado por su padre Saturno, «bajo la forma de una piedra[771]». No nos detendremos a discutir el abuso y la materialización evidentes de las metáforas bíblicas solo con objeto de tratar de probar el «Satanismo» de los ídolos, aunque mucho es lo que pudiera decirse[772] sobre este punto. Pero sin pretender semejante peripatetismo y facultades psíquicas innatas para nuestras piedras, podemos, a nuestra vez, reunir toda clase de pruebas útiles, que tenemos a mano para mostrar:
En el Achaica vemos a Pausanias confesando que al principiar su obra, había considerado a los griegos como grandemente estúpidos «por adorar piedras. —Pero habiendo llegado a la Arcadia, añade—: He cambiado de manera de pensar[773]». Por tanto, sin necesidad de adorar piedras, o ídolos y estatuas de piedra, que es lo mismo, crimen que los católicos romanos reprochan imprudentemente a los paganos, es permitido creer en lo que tantos grandes filósofos y hombres santos han creído, sin merecer ser llamados «idiotas» por los Pausanias modernos.
El lector puede dirigirse a la Académie des Inscriptions si quiere estudiar las diversas propiedades de pedernales y guijarros desde el punto de vista de los poderes mágicos y psíquicos. En un poema sobre las «Piedras» atribuido a Orfeo, estas piedras son divididas en Ophitês y Sideritês, la «Piedra-Serpiente» y la «Piedra-Estrella».
La Ophitês es áspera, dura, pesada, negra, y tiene el don del habla; cuando uno va a tirarla, produce un sonido semejante al grito de un niño. Por medio de esta piedra fue como Heleno predijo la ruina de Troya, su patria[774].
Sanchoniaton y Filón de Biblos, refiriéndose a estos «betilos» los llaman «piedras aninadas». Fotio repite lo que Damascio, Asclepiades, Isidoro y el médico Eusebio, aseguraron antes que él. Eusebio, especialmente, nunca se separaba de sus Ophitês, que llevaba en su seno, y recibía oráculos de ellas, proferidos por una vocecita que se parecía a un tenue silbido[775]. Arnobio, un santo hombre, que «de pagano se convirtió en una lumbrera de la Iglesia», según cuentan los cristianos a sus lectores, confiesa que siempre que encontraba una piedra de éstas no dejaba de dirigirle alguna pregunta, «que a veces ella contestaba con una vocecita clara y aguda». ¿En dónde está, pues, la diferencia entre el Ophitês cristiano y el pagano? —preguntamos.
La famosa piedra de Westminster era llamada liafail, «la piedra parlante» y solo elevaba su voz para nombrar al rey que debía ser elegido. Cambry, en su Monuments Celtiques, dice que la vio cuando tenía todavía la inscripción[776]:
Ni fallat fatum, Scoti quocumque locatum
invenient lapident, regnasse tenentur ibídem.
Finalmente, Suidas habla de un cierto Heræscus, que podía distinguir de una ojeada las piedras inanimadas de las que estaban dotadas de movimiento; y Plinio menciona piedras que «se apartaban cuando una mano se aproximaba a ellas[777]».
De Mirville (que trata de justificar a la Biblia) pregunta muy pertinentemente por qué las piedras monstruosas de Stonehenge eran llamadas antiguamente chior-gaur o el «baile de los gigantes» (de côr «baile», de donde viene chorea, y de gaur «gigante»). Y luego envía al lector a que reciba la contestación del obispo San Gildas. Pero los autores de obras como Voyage dans le Comté de Cornouailles, sur les Traces des Géants, y de varias obras eruditas sobre las ruinas de Stonehenge[778], Carnac y West Hoadley, dan informes más completos y de más confianza sobre este asunto especial. En esas regiones —verdaderos bosques de rocas— se encuentran inmensos monolitos, «pesando algunos sobre 500 000 kilogramos». Estas «piedras suspendidas» de Salisbury Plain se cree que son los restos de un templo druídico. Pero los druidas eran hombres históricos, y no cíclopes ni gigantes. ¿Quiénes pues, a no ser gigantes, pudieron un día levantar esas moles, especialmente las de Carnac y de West Hoadley, colocarlas en orden tan simétrico que pudiesen representar el planisferio, y asentarlas en tan maravilloso equilibrio que parece que apenas tocan el suelo, y que aun cuando el contacto más ligero de un dedo las pone en movimiento, resistirían, sin embargo, la fuerza de veinte hombres que intentasen desplazarlas?
Ahora bien; si dijésemos que la mayor parte de estas piedras son reliquias de los últimos Atlantes, se nos contestaría que todos los geólogos pretenden que tienen un origen natural; que una roca cuando se «orea», esto es, al perder capa tras capa de su substancia bajo las influencias atmosféricas, toma esta forma; que los «tors» en el Oeste de Inglaterra exhiben formas curiosas producidas también por esta causa. Y así, dado que todos los hombres de ciencia consideran las «piedras oscilantes como de origen puramente natural, puesto que el viento, las lluvias, etc., causan la desintegración de las rocas por capas», nuestro aserto será negado con razón, sobre todo porque «vemos a nuestro alrededor, en progreso hoy día, este proceso de modificación de las rocas». Examinemos, pues, el caso.
Primeramente leamos lo que la Geología tiene que decirnos, y sabremos entonces que muchas veces estas moles gigantescas son completamente extrañas a los países en donde hoy se encuentran fijas; que sus semejantes geológicos pertenecen muchas veces a estratos desconocidos en aquellos países, y que solo se encuentran muy lejos, más allá de los mares. Mr. William Tooke, especulando sobre los bloques enormes de granito esparcidos sobre la Rusia Meridional y la Siberia, refiere al lector que donde ahora se encuentran no hay rocas ni montañas, y que han debido de ser traídos «desde distancias inmensas y por esfuerzos prodigiosos[779]». Charton habla de un ejemplar de tales rocas en Irlanda, que había sido sometido al análisis de un eminente geólogo inglés, quien lo había atribuido a origen extranjero, «quizás africano[780]».
Ésta es una coincidencia extraña, pues la tradición irlandesa atribuye el origen de sus piedras circulares a un brujo que las trajo de África. De Mirville ve en este brujo a un «Camita maldito[781]». Nosotros vemos en él a un oscuro Atlante, o aun quizás a algún Lemur anterior, que hubiese sobrevivido hasta el nacimiento de las Islas Británicas; y, en todo caso, a un gigante[782]. Cambry dice, ingenuamente:
Los hombres no tienen nada que ver con ello… pues ningún poder ni industria humanos ha podido verificar cosa semejante. Solo la Naturaleza lo ha llevado a cabo todo [!!] y la Ciencia lo demostrará algún día [¡!][783].
Sin embargo, fue un poder humano, aunque gigantesco, el que lo llevó a efecto, y ni la «Naturaleza» sola, ni ningún Dios ni Demonio.
Habiendo tratado la «Ciencia» de demostrar que hasta la Mente y el Espíritu del hombre son simplemente el producto de «fuerzas ciegas», es muy capaz de aceptar la empresa, que podrá suceder que emprenda cualquier día, de probarnos que la Naturaleza sola ha puesto en orden las rocas gigantescas de Stonehenge, ha trazado su posición con precisión matemática, les dio la forma del planisferio de Dendera y de los signos del Zodíaco, y trajo piedras que pesan cerca de un millón de libras desde África y Asia a Inglaterra e Irlanda.
Verdad es que Cambry se retractó más tarde, cuando dijo:
Durante mucho tiempo creí que era la Naturaleza, pero rectifico… pues la casualidad no puede crear tan maravillosas combinaciones… y los que han colocado las mencionadas rocas en equilibrio son los mismos que han levantado las masas movientes del pantano de Huelgoat, cerca de Concarneau.
El Dr. John Watson, citado por el mismo autor, dice hablando de las rocas movientes o piedras «oscilantes» situadas en la pendiente de Golcar (el «Encantador»):
El asombroso movimiento de aquellas masas colocadas en equilibrio hizo que los Celtas las comparasen con Dioses[784].
En Stonehenge, por Flinders Petrie, se dice que:
Stonehenge está construido con piedras del distrito, una piedra arenisca roja o «porosa», llamada en la localidad «carneros grises». Pero algunas de las piedras, especialmente las que se dicen dedicadas a objetos astronómicos, han sido traídas de lejos, probablemente del Norte de Irlanda.
Finalmente, las reflexiones de un hombre de ciencia en un artículo sobre el asunto, publicado en 1850 en la Revue Archéologique, son dignas de citarse:
Cada piedra es un bloque cuyo peso pondría a prueba las máquinas más poderosas. En una palabra: existen esparcidas por el globo moles ante las cuales la palabra materiales parece inexplicable, a cuya vista la imaginación se confunde y a las que deberían aplicarse un nombre tan colosal como ellas mismas. Además de esto, estas piedras oscilantes inmensas, llamadas algunas veces dispersadoras, erectas sobre uno de sus extremos como de punta, tienen su equilibrio tan perfecto, que el menor contacto es suficiente para ponerlas en movimiento… revelando un conocimiento de los más positivos de la estática. Contramovimiento recíproco, superficies planas, convexas y cóncavas, por turno… todo esto las relaciona con los monumentos ciclópeos, de los cuales puede decirse con mucha razón, repitiendo a De la Vega, que «más bien parece han trabajado en ellos los demonios que no los hombres[785]».
Por una vez estamos de acuerdo con nuestros amigos y contrarios, los católicos romanos, y preguntamos si semejantes prodigios de estática y de equilibrio con moles que pesan millones de libras pueden ser obra de salvajes paleolíticos u hombres de las cavernas, más altos que el término medio del hombre de nuestro siglo, pero sin embargo, mortales ordinarios como nosotros. No es nuestro propósito referir las diversas tradiciones relacionadas con las piedras oscilantes. Sin embargo, bueno será recordar al lector inglés, a Giraldus Cambrensis, que habla de una piedra semejante en la Isla de Mona, la cual volvía a su sitio a pesar de todos los esfuerzos que se hacían para mantenerla en otra parte. Cuando la conquista de Irlanda por Enrique II, un Conde Hugo Cestrensis, deseando convencerse de la realidad del hecho, ató la piedra Mona a una mucho mayor y luego las arrojó al mar. A la mañana siguiente se la encontró en su sitio acostumbrado. El sabio William de Salisbury garantiza el hecho, dando testimonio de su presencia en la pared de una iglesia en donde la vio en 1554. Y esto nos hace recordar lo que dijo Plinio de una piedra que los Argonautas dejaron en Cízico, la cual los cizicanos colocaron en el Pritaneo «desde donde echó a correr varias veces, de modo que se vieron obligados a cargarla de plomo[786]». Tenemos, pues, aquí, piedras inmensas que toda la antigüedad afirma que «están vivas, que se mueven, que hablan y que caminan por sí solas». También eran capaces, según parece, de hacer correr a la gente, puesto que eran llamadas dispersadoras, de la palabra «dispersar» o «poner en fuga»; y Des Mousseaux las presenta como siendo todas piedras proféticas, llamadas algunas veces «piedras locas[787]».
La piedra oscilante es aceptada por la Ciencia. Pero ¿por qué oscila? Es necesario estar ciego para no ver que este movimiento fue una vez un medio más de adivinación, y que por esta misma causa eran llamadas las «piedras de la verdad[788]».
Esto es historia, y el pasado de los tiempos prehistóricos garantiza lo mismo en edades posteriores. Las Draconcias consagradas a la Luna y a la Serpiente fueron las más arcaicas «rocas del destino» de las naciones antiguas; y su movimiento o balanceo era un sistema perfectamente claro para los sacerdotes iniciados, que eran los únicos que tenían la clave de esta antigua lectura. Vormio y Olao Magno muestran que los reyes de Escandinavia eran elegidos con arreglo a las órdenes del oráculo, cuya voz hablaba por conducto de «estas inmensas rocas, levantadas por las fuerzas colosales de gigantes [antiguos]». Plinio dice:
En la India y en Persia era a ella (la Otizoë persa) a quien los Magos consultaban para la elección de sus soberanos[789].
Y luego continúa describiendo una roca que daba sombra a Harpasa, en Asia, colocada de tal manera que «un solo dedo puede moverla al paso que el peso de todo el cuerpo la hace resistir[790]». ¿Por qué, pues, no habrían podido servir las piedras oscilantes de Irlanda o las de Brímham, en Yorkshire, para el mismo sistema de adivinación o comunicación oraculares? Las más enormes de ellas son, evidentemente, reliquias de los Atlantes; las más pequeñas, como las Rocas de Brimham, con piedras giratorias en su cúspide, son copias de los lithoi más antiguos. Si los obispos de la Edad Media no hubiesen destruido todos los modelos de las Draconcias a que pudieron echar mano, la Ciencia sabría hoy mucho más acerca de las mismas[791]. Así y todo, sabemos que fueron usadas universalmente durante largas edades prehistóricas, y todas con el mismo objeto de profecía y de MAGIA. E. Biot, miembro del Instituto de Francia, publicó en las Antiquités de France (vol. IX) un artículo mostrando que el Châttam-parambu (el «Campo de la Muerte», o antiguo Cementerio en Malabar) está en idéntica situación que las antiguas tumbas de Carnac; esto es, «una prominencia y una tumba central». En las tumbas se encuentran huesos, y Mr. Halliwell nos dice que algunos de ellos son enormes; los naturales del país llaman a estas tumbas las «moradas de los Râkshasas» o gigantes. Varios círculos de piedra, «considerados como obra de los Panch Pândava (cinco Pândus), como lo son todos estos monumentos en la India, en donde se hallan en tan gran número», al ser abiertos por orden del Rajah Vasariddi «se encontró que contenían huesos humanos de grandísimo tamaño[792]».
También De Mirville tiene razón en su generalización, ya que no en sus conclusiones. Como la teoría, largo tiempo favorita, de que las Draconcias son en su mayor parte testigos de «grandes conmociones geológicas naturales» (Charton), y «obra de la Naturaleza» (Cambry), está ahora desacreditada, sus observaciones son muy justas:
Aconsejamos a la Ciencia que reflexione… y, sobre todo, que no siga clasificando a los Titanes y Gigantes entre las leyendas primitivas; pues sus obras están ahí, a nuestra vista, y esas masas oscilantes se balancearán sobre su base hasta el fin del mundo para que contribuyan a hacer comprender que uno no es un candidato para un manicomio por creer en las maravillas certificadas por toda la antigüedad[793].
Esto es precisamente lo que nunca podremos repetir demasiado, aunque es probable que las voces, tanto de los Ocultistas como las de los Católicos romanos, prediquen en el desierto. Sin embargo, nadie dejará de ver que la Ciencia es, cuando menos, tan variable en sus especulaciones modernas como lo era la Teología antigua y la medieval en sus interpretaciones del llamado Apocalipsis. La Ciencia quiere que los hombres desciendan del mono pitecoide, transformación que requeriría millones de años, y, sin embargo, teme hacer a la humanidad más vieja de 100 000 años. La Ciencia enseña la transformación gradual de las especies, la selección natural y la evolución, desde la forma inferior a la más elevada, del molusco al pescado, del reptil al pájaro y al mamífero, y sin embargo, niega al hombre, que fisiológicamente solo es un mamífero y un animal superior, una transformación semejante de su forma externa. Pero si el iguanodonte monstruoso de la formación wealdense puede haber sido el antecesor de la diminuta iguana de hoy, ¿por qué no ha de haberse podido convertir el hombre monstruoso de la Doctrina Secreta en el hombre moderno; el eslabón entre el Animal y el Ángel? ¿Hay en esta «teoría» algo más de anticientífico que en la de negar al hombre un Ego espiritual inmortal, haciendo de él un autómata y clasificándolo al mismo tiempo como un género distinto en el sistema de la Naturaleza? Las Ciencias Ocultas podrán ser menos científicas que las Ciencias Exactas del día, pero son más lógicas y consistentes en sus enseñanzas. Las fuerzas físicas y las afinidades naturales de los átomos pueden ser factores suficientes para transformar una planta en un animal; pero se necesita más que el mero interfuncionamiento de ciertos agregados materiales y su medio ambiente para llamar a la vida a un hombre completamente consciente, aunque en verdad no fuera más que una ramificación entre dos «pobres primos hermanos» del orden de los cuadrumanos. Las Ciencias Ocultas admiten, con Hæckel, que la Vida (objetiva) sobre nuestro Globo es un «postulado lógico de la historia científica natural»; pero añaden que el rechazar una involución semejante espiritual, desde adentro afuera, de la Vida del Espíritu subjetiva, invisible (Eterna y Principio de la Naturaleza), es más ilógico, a ser posible, que decir que el Universo, y todo en él, ha sido construido gradualmente por «fuerzas ciegas» inherentes a la Materia, sin ninguna ayuda externa.
Supongamos que un Ocultista sostuviese que el primer gran órgano de una catedral había venido originalmente a la existencia como sigue: primeramente, hubo en el espacio una elaboración gradual y progresiva de una materia organizable, que dio por resultado la producción de un estado de materia llamado PROTEIN orgánico; luego, bajo la influencia de fuerzas incidentales, estos estados, pasando a una fase de equilibrio inestable, se convirtieron, evolucionando lenta y majestuosamente, en nuevas combinaciones de madera labrada y pulida, de clavijas y chapas de bronce, de cuero, de marfil, de tubos acústicos y fuelles; después de lo cual, habiéndose adaptado todas las partes y formando una máquina armoniosa y simétrica, el órgano empezó repentinamente a tocar el «Réquiem» de Mozart, el cual fue seguido de una Sonata de Beethoven, etcétera, ad infinitum, tocando sus teclas por sí mismas, y corriendo el aire en los tubos por su propia fuerza y voluntad inherentes. ¿Qué diría la Ciencia de semejante teoría? Y, sin embargo, esto es precisamente lo que los savants materialistas nos dicen respecto del modo como se ha formado el Universo, con sus millones de seres y con el hombre, su corona espiritual.
Sea el que fuese el pensamiento íntimo de Mr. Herbert Spencer, cuando escribió sobre el asunto de la transformación gradual de las especies, sus palabras se aplican a nuestra doctrina.
Construido en términos de evolución, concíbese toda clase de ser como un producto de las modificaciones verificadas gradual e insensiblemente en una especie de ser preexistente[794].
Entonces, ¿por qué en este caso no ha de ser el hombre histórico producto de la modificación de una especie de hombre prehistórico preexistente, aun suponiendo, en gracia del argumento, que nada haya en él, que dure más tiempo que su estructura física, ni que sea independiente de la misma? ¡Pero esto no es así! Pues cuando se nos dice que «las materias orgánicas son producidas en el laboratorio por lo que pudiéramos llamar literalmente evolución artificial[795]», contestamos al distinguido filósofo inglés que los Alquimistas y grandes Adeptos han hecho otro tanto, y, verdaderamente, mucho más, antes de que los químicos intentasen «hacer combinaciones complejas con elementos disociados». Los Homunculis de Paracelso son un hecho en Alquimia, y probablemente llegarán a serlo también en la Química; y entonces el monstruo de Frankenstein de Mrs. Shelley, tendrá que considerarse como una profecía. Pero, ningún químico, ni alquimista, podrá dotar a ese monstruo de algo más que con instinto animal, a menos que haga lo que se atribuye a los «Progenitores», esto es, deje su Cuerpo Físico y encarne en la «Forma Vacía». Pero aun esto sería un hombre artificial y no natural; pues nuestros «Progenitores» tuvieron en el curso de la eterna evolución, que convertirse en Dioses antes de convertirse en hombres.
La anterior digresión, si como tal se considera, es un intento para tratar de justificarnos ante los pocos hombres pensadores del próximo siglo que puedan leer esto.
También da ella la razón por la cual los hombres mejores y más espirituales de nuestra época no pueden ya estar satisfechos con la Ciencia ni con la Teología, y por qué prefieren cualquier «locura psíquica» a las afirmaciones dogmáticas de ambas, pues ninguna de las dos tiene, en su infalibilidad, otra cosa mejor que ofrecerles, que la fe ciega. La tradición universal es, con mucho, el mejor guía en la vida. Y la tradición universal muestra al Hombre Primitivo viviendo durante edades, juntamente con sus Creadores y primeros Instructores —los Elohim— en el «Jardín del Edén» o de las «Delicias», del Mundo[796].
45. LAS PRIMERAS GRANDES AGUAS VINIERON. ELLAS SUMERGIERON LAS SIETE GRANDES ISLAS (a).
46. LOS JUSTOS TODOS SALVADOS, LOS IMPÍOS DESTRUIDOS. CON ELLOS PERECIERON LA MAYOR PARTE DE LOS ENORMES ANIMALES PRODUCIDOS DEL SUDOR DE LA TIERRA (b).
a) Como de este asunto (el cuarto gran Diluvio de nuestro Globo en esta Ronda) nos ocupamos extensamente en las Secciones que siguen a la última Estancia, decir ahora algo sería una mera anticipación. Las siete Grandes Islas (Dvîpas) pertenecían al Continente de los Atlantes. Las Enseñanzas Secretas indican que el Diluvio alcanzó a la Cuarta Raza Gigante, no a causa de su perversidad, ni porque se hubiera «convertido en negra por el pecado», sino simplemente porque tal es el destino de cada Continente, que (como todo lo demás bajo el Sol) nace, vive, se hace decrépito y muere. Esto sucedió cuando la Quinta Raza estaba en su infancia.
b) Así perecieron los Gigantes —los Magos y los Brujos, añade la fantasía de la tradición popular—. Pero «todos los justos» fueron «salvados» y solo los «impíos destruidos». Esto fue debido, sin embargo, tanto a la previsión de los «justos» que no habían perdido el uso de su Tercer Ojo, como al Karma y a la Ley Natural. Hablando de la Raza subsiguiente, nuestra Quinta Humanidad, dice el Comentario:
Solamente aquel puñado de Elegidos, cuyos Instructores Divinos habían ido a habitar esa Isla Sagrada —«de donde vendrá el último Salvador»—, impidió entonces que la mitad de la humanidad se convirtiese en la exterminadora de la otra mitad [como la humanidad lo es ahora —H.P.B.]— La especie humana se dividió. Las dos terceras partes estaban gobernadas por Dinastías de Espíritus materiales, inferiores, de la Tierra, que tomaban posesión de los cuerpos fácilmente asequibles; una tercera parte permaneció fiel, y se unió a la naciente Quinta Raza, los Encarnados Divinos. Cuando los Polos se movieron [por cuarta vez], esto no afectó a los que estaban protegidos, y que se habían separado de la Cuarta Raza. Lo mismo que los Lemures, «solo los Atlantes perversos perecieron, y no se les volvió a ver»…