La Doctrina Secreta Tomo III

Unas cuantas palabras sobre los diluvios y los noés

Unas cuantas palabras sobre los diluvios y los noés

Tan contradictorios son, en sus detalles, los relatos de los diversos Purânas respecto a nuestros Progenitores, como en todos los demás. Así, en tanto que Idâ o Idâ es llamada en el Rig Veda la Instructora del Manu Vaivasvata, Sâyana la convierte en una Diosa que preside sobre la Tierra, y el Shatapatha Brâhmana nos la presenta como hija de Manu, fruto de su sacrificio, y más tarde, como su mujer (de Vaivasvata), con la que engendró a la raza de los Manus. En los Purânas es ella de nuevo hija de Vaivasvata, y sin embargo, mujer de Budha (la Sabiduría), el hijo ilegítimo de la Luna (Soma) y de la mujer del planeta Júpiter (de Brihaspati), Târâ. Todo esto, que al profano le parece un embrollo, para el ocultista está lleno de sentido filosófico. A primera vista es perceptible en la narración un significado secreto y sagrado; todos los detalles están, sin embargo, tan intencionalmente confundidos, que solo el ojo experimentado de un Iniciado puede seguirlos y colocar los hechos en su orden correcto.

La historia, según la refiere el Mahâbhârata, da la nota tónica, y sin embargo, necesita ser explicada por medio del sentido secreto encerrado en el Bhagavad-Gîtâ. Es el prólogo del drama de nuestra Humanidad (la Quinta). Mientras estaba Vaivasvata entregado a la devoción a orillas del río, imploró un pez su auxilio contra otro pez mayor. Lo salvó y colocó en un recipiente, en donde, desarrollándose más y más, le comunicó la noticia del Diluvio venidero. Este Pez es el bien conocido Avatâra Matsya, el primer Avatâra de Vishnu, el Dagón[332] del Xisuthros caldeo, y muchas otras cosas, además. Demasiado conocida es la fábula para que la repitamos aquí. Vishnu ordena que se construya un barco, en el cual se salva Manu en compañía de los siete Rishis, según el Mahâbhârata; aunque esto no se encuentra en otros textos. Los siete Rishis representan a las siete razas, los siete Principios y otras varias cosas; pues aquí hay además un doble misterio envuelto en esta alegoría múltiple.

Hemos dicho en otra parte que el Gran Diluvio tenía varios significados, y que se refería, como también sucede con la CAÍDA, a acontecimientos a la vez espirituales y físicos, cósmicos y terrestres: así como arriba es abajo. El Barco o Arca —Navis—, en una palabra, siendo el símbolo del Principio generativo femenino, está representado en los cielos por la Luna, y en la tierra por la Matriz; ambas siendo las barcas y portadoras de los gérmenes de la vida y del ser, que el Sol o Vishnu, el Principio masculino, vivifica y fecunda. El Primer Diluvio Cósmico se refiere a la Creación Primordial, o a la formación del Cielo y de las Tierras; en cuyo caso el Caos y el gran Océano representan el «Diluvio», y la Luna a la «Madre», de la que proceden todos los gérmenes de la vida[333]. Pero el Diluvio Terrestre y su historia también tiene su doble aplicación. En un caso se refiere al misterio de cuando la Humanidad fue salvada de una destrucción completa, por haberse convertido la mujer mortal en el receptáculo de la semilla humana al final de la Tercera Raza[334], y en el otro a la verdadera e histórica sumersión de la Atlántida. En ambos casos la «Hueste» (o el Manu que salvó la «semilla») es llamado Manu Vaivasvata. De aquí la diferencia entre la versión Puránica y otras; mientras que en el Shatapatha Brâmana, Vaivasvata produce una hija y por ella engendra la raza de Manu, refiriéndose esto a los primeros Mânushyas humanos que tuvieron que crear mujeres por medio de la Voluntad (Kriyâshakti), antes de que ellas naciesen naturalmente de los Hermafroditas como sexo independiente, siendo por lo tanto consideradas como «hijas» de sus creadores. Los relatos Puránicos representan a Ida o Ila, como mujer de Budha (la Sabiduría). Esta versión se refiere a los acontecimientos del Diluvio Atlante, cuando Vaivasvata, el Gran Sabio de la Tierra, impidió que la Quinta Raza-Raíz fuese destruida juntamente con los restos de la Cuarta.

Esto se ve muy claramente en el Bhagavad-Gîtâ, donde se representa a Krishna diciendo:

Los siete grandes Rishis, los cuatro Manus anteriores, participando de mi esencia, nacieron de mi mente; de ellos surgió (nació) la especie humana y el mundo[335].

Aquí los cuatro Manus anteriores, de entre los siete, son las cuatro Razas[336], que han vivido ya, porque Krishna pertenece a la Quinta Raza, habiendo su muerte inaugurado el Kali Yuga. De modo que el Manu Vaivasvata, el hijo de Sûrya, el Sol, y Salvador de nuestra Raza, está relacionado con el «Germen de la Vida», tanto física como espiritualmente. Pero por ahora, aunque hablemos de todos ellos, hemos de concretarnos solo a los dos primeros.

El «Diluvio» es, innegablemente, una tradición universal. Los «Períodos Glaciales» fueron numerosos, y lo mismo los «Diluvios», por varias razones. Stockwell y Croll enumeran una media docena de Períodos Glaciales y Diluvios subsiguientes, habiendo tenido lugar el primero, según ellos, hace 850 000 años, y el último 100 000[337]. Mas ¿cuál fue nuestro Diluvio? El primero, seguramente; aquel que hasta esta fecha sigue consignado en las tradiciones de todos los pueblos, desde la más remota antigüedad; el que barrió finalmente las últimas penínsulas de la Atlántida, principiando con Ruta y Daitya, y concluyendo con la isla, comparativamente pequeña, mencionada por Platón. Esto lo prueba la concordancia que se observa en todas las leyendas respecto a ciertos detalles. Fue el último de su gigantesca escala. El pequeño diluvio, cuyas huellas encontró en el Asia Central el Barón de Bunsen, y que él hace remontar a 10 000 años antes de Jesucristo aproximadamente, nada tuvo que ver con el Diluvio semi-universal, o Diluvio de Noé (siendo el último una versión puramente mítica de antiguas tradiciones), ni siquiera con la sumersión de la última isla Atlante; o, al menos, solo tiene con ellos una conexión moral.

Nuestra quinta Raza —la parte de la misma no iniciada—, oyendo hablar de muchos Diluvios, los ha confundido, y ahora solo conoce uno, el cual alteró el aspecto entero del Globo con sus cambios de tierras y mares.

Podemos comparar esto con la tradición de los peruanos que dice que:

Los Incas, siete en número, volvieron a poblar la tierra después del diluvio[338].

Humboldt menciona la versión mejicana de la misma leyenda, pero confunde algo los detalles de la leyenda que aún se conserva, respecto del Noé americano. No obstante, el eminente naturalista menciona dos veces siete compañeros y el pájaro divino que precedió al barco de los Aztecas, y cuenta así quince elegidos en vez de los siete y los Catorce. Esto fue escrito probablemente bajo la acción de alguna reminiscencia involuntaria de Moisés, que pasa por haber mencionado quince nietos de Noé, que se salvaron con su abuelo. De igual modo, Xisuthros, el Noé caldeo, se salva y es transportado vivo al cielo (como Enoch) con los siete Dioses, los Kabirim, o los siete Titanes divinos. También el Yao chino tiene siete figuras que se embarcan con él y que él animará cuando toque tierra, y las use como «semilla humana». Cuando Osiris penetra en el Arca o Barco Solar, lleva siete Rayos con él, etc.

Sanchoniaton considera a los Aletæ o Titanes (los Kabirim) como contemporáneos de Agruero, el gran Dios Fenicio, al que intentó Faber identificar con Noé[339]; sospechase, además, que el nombre de «Titán» se deriva de Tit-Ain, las «fuentes del abismo caótico[340]» (Tit-Theus, o Tityus, es el «diluvio divino»); y así vemos que los Titanes, que son siete, están relacionados con el Diluvio y con los siete Rishis salvados por el Manu Vaivasvata[341].

Estos Titanes son los hijos de Kronos, el tiempo, y de Rhea, la Tierra; y como Agruero, Saturno y Sydyk, son un solo y mismo personaje y como los siete Kabiri pasan también por ser los hijos de Sydyk o Kronos-Saturno, los Kabiri y Titanes son idénticos. Por una vez acertó el piadoso Faber en sus conclusiones, cuando escribió:

No dudo que los siete Titanes o Cabiri sean también los siete Rishis de la mitología inda (¿?), que pasan por haberse salvado en una embarcación con Manu el jefe (¿?) de la familia[342].

Pero es menos afortunado en sus especulaciones al añadir:

Los hindúes, en sus extrañas leyendas, han pervertido de diferentes maneras la historia de los noáquidas (¿?¡!), aunque es, sin embargo, notable que parezcan haber conservado religiosamente el número siete[343]: por lo que, observa con mucha razón el capitán Wilford: «quizás los siete Manus, los siete Brahmádicas, con los siete Rishis, sean los mismos, y tan solo formen siete personalidades[344]». «Los siete Brahmádicas fueron prajâpatis, o Señores de las prajas, o criaturas. De ellos nació la humanidad, y son probablemente idénticos a los siete Manus… Estos siete grandes antepasados de la raza humana fueron… creados con el objeto de volver a poblar de habitantes la tierra[345]». La mutua semejanza entre los Cabiri, los Titanes, los Rishis y la familia de Noé es demasiado chocante para que sea debida a una mera casualidad[346].

Faber fue inducido a este error, y en consecuencia construyó toda su teoría respecto a los Kabiri en el hecho de que el nombre Jafet de la Escritura se encuentra en la lista de los Titanes contenida en un verso de los Himnos órficos. Según Orfeo, los nombres de los siete Titanes Arkitas, a quienes se niega Faber a identificar con los Titanes impíos, sus descendientes, eran Kœus, Krœeus, Phorcys, Cronus, Oceanus, Hyperion y Iapetus.

[347].

Pero ¿por qué no pudiera haber adoptado el Ezra babilónico el nombre de Iapetus para aplicarlo a uno de los hijos de Noé? Según Arnobio, a los Kabiri, que son los Titanes, también se les llama Manes, y Mania a su madre[348]. Pueden, por lo tanto, los indos afirmar con mucha más razón que los Manes son sus Manus, y que Mania es el Manu hembra del Râmâyana. Mania es Ilâ o Idâ, la esposa e hija del Manu Vaivasvata, de la que «él engendró la raza de los Manus». Como Rhea, la madre de los Titanes, ella es la Tierra —convirtiéndola Sâyana en la Diosa de la Tierra— y no es otra cosa que la segunda edición y repetición de Vâch. Tanto Idâ como Vâch se transforman en machos y hembras; convirtiéndose Idâ en Su-dyumna, y Vâch, el «Virâj femenino», en una mujer a fin de castigar a los Gandharvas; refiriéndose una versión a la teogonía cósmica y divina, y la otra al período posterior. Los Manes y Mania de Arnobio son nombres de origen indo, apropiados por los griegos y latinos y desfigurados por ellos.

No se trata de una casualidad, sino que es el resultado de una doctrina arcaica única, común a todos, de la cual los israelitas, por medio de Ezra, el autor de los libros mosaicos modernizados, fueron los últimos adaptadores. Tan poco escrupulosos eran respecto a la propiedad ajena, que el seudo-Beroso[349] indica que Titea (a la que Diodoro de Sicilia[350] hace madre de los Titanes o Diluvianos) era la mujer de Noé. Faber le llama el «seudo-Beroso», y acepta, no obstante, el dato, a fin de registrar una nueva prueba de que los paganos han sacado todos sus dioses de los judíos, transformando el material patriarcal. Según nuestra humilde opinión, ésta es una de las mejores pruebas posibles, exactamente de lo contrario. Demuestra ella con tanta claridad como pueden hacerlo los hechos, que todos los seudo-personajes bíblicos son los que están sacados de mitos paganos, si mitos han de ser. Prueba, de todos modos, que Beroso estaba bien enterado respecto al origen del Génesis, y que tenía el mismo carácter cósmico astronómico que las alegorías de Isis-Osiris, y el Arca y otros símbolos «Arkitas» más antiguos. Pues Beroso dice que «Titæa Magna» fue llamada más tarde Aretia[351], y adorada con la Tierra; y esto identifica a Titea, consorte de Noé, con Rhea, la Madre de los Titanes, y con Idâ; Diosas ambas que presiden sobre la Tierra, y son Madres de los Manus y Manes, o Titanes-Kabiri. Y el mismo Beroso dice que Titæa-Aretia era adorada como Horchia, y ése es un título de Vesta, Diosa de la Tierra.

Sicanus deificavit Aretiam, et nominavit eam linguâ Janigenâ Horchiam[352].

Apenas si se encuentra un poeta antiguo de la época histórica o prehistórica que no mencione la sumersión de los dos continentes (a veces llamados islas) en una forma u otra; por ejemplo, aparte de la Atlántida, la destrucción de la isla Flegiana. Pausanias y Nonno nos dicen cómo:

La profunda base de la isla Flegiana

Sacudió Neptuno, inexorable, y sepultó bajo las ondas

A sus impíos habitantes[353].

Faber estaba convencido de que la isla Flegiana era la Atlántida. Mas todas esas alegorías son ecos más o menos imperfectos de la tradición inda tocante a aquel gran cataclismo que cayó sobre la Cuarta Raza, verdaderamente humana, aunque gigantesca, la que precedió a la raza aria. Sin embargo, como acabamos de decir, la leyenda del Diluvio, como todas las demás leyendas, tiene más de un significado. Se refiere, en teogonía, a transformaciones precósmicas, a correlaciones espirituales (por absurdo que parezca este término a un oído científico), y también a la cosmogonía subsiguiente; a la gran INUNDACIÓN de AGUAS (la Materia) en el CAOS, despertado y fertilizado por aquellos Rayos-Espíritus que fueron absorbidos y perecieron en la misteriosa diferenciación; misterio precósmico, prólogo del drama del Ser. Anu, Bel y Noé precedieron a Adam Kadmon, a Adam el Rojo y a Noé; exactamente de igual modo que Brahmâ, Vishnu y Shiva precedieron a Vaivasvata y a los restantes[354].

Todo esto viene a demostrar que el diluvio semi-universal conocido de la geología —el primer Período Glacial— debe de haber ocurrido precisamente en la época señalada por la Doctrina Secreta, a saber: 200 000 años en números redondos, después del principio de nuestra Quinta Raza, o hacia el tiempo indicado por los señores Croll y Stockwell para el primer Período Glacial, es decir, hace aproximadamente 850 000 años. Así, pues, como los geólogos y astrónomos atribuyen la última perturbación a «una excentricidad extrema de la órbita de la tierra», y como la Doctrina Secreta la atribuye al mismo origen, pero con la adición de otro factor, el cambio del eje de la Tierra —una prueba de lo cual puede encontrarse en el Libro de Enoch[355], si no se comprende el lenguaje velado de los Purânas—, todo ello tendería a demostrar que algo conocían los antiguos acerca de los «descubrimientos modernos», de la Ciencia. Hablando Enoch de la gran «inclinación de la Tierra», que «está de parto», es muy significativo y claro.

¿No es esto evidente? Nuah es Noé, en su arca flotando sobre las aguas; siendo aquélla el emblema del Argha, o la Luna, el Principio femenino; Noé es el «Espíritu» cayendo en la Materia. En cuanto toca Tierra, le vemos plantar una viña, beber el vino y embriagarse con él mismo, es decir, el Espíritu se embriaga en cuanto queda finalmente prisionero de la Materia. El séptimo capítulo del Génesis es solo otra versión del primero. Así, mientras leemos en el último: «y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, —el primero dice—: y las aguas prevalecieron…; y el arca (con Noé, el Espíritu) iba sobre las aguas». Así, pues, Noé, si es idéntico al Nuah caldeo, es el Espíritu vivificando a la Materia, que es el Caos, representado por el océano, o las Aguas del Diluvio. En la leyenda babilónica (el acontecimiento precósmico mezclado con el terrestre), Istar (Ashteroth o Venus, la Diosa lunar), es la que está encerrada en el arca y suelta una paloma en busca de tierra firme[356].

George Smith observa en las «Tablas, —primero la creación de la Luna, y después la del Sol—. Su belleza y perfección se ensalzan, así como la regularidad de su órbita, que fue causa de que la considerase como tipo de un juez, y regulador del mundo». Si esta fábula se refiriese simplemente a un cataclismo cosmogónico, aun cuando éste fuese universal, ¿por qué habría de hablar la Diosa Istar o Ashteroth?, ¿la Luna, de la creación del Sol después del diluvio? Las aguas pueden haber llegado hasta la cumbre de la montaña de Nizir de la versión caldea, o de las Jebel Djudi, las montañas diluvianas de la leyenda árabe, o también del Ararat de la narración bíblica, y aun de los Himalayas de la tradición inda, y sin embargo, no llegar hasta el Sol; ¡la Biblia misma se detuvo ante semejante milagro! Es evidente que el diluvio tenía para las gentes que fueron las primeras en registrar el hecho, otro significado menos problemático y mucho más filosófico que el de un diluvio universal, del que no se encuentra ningún rastro geológico[357].

Como todos esos cataclismos son periódicos y cíclicos, y como el Manu Vaivasvata representa un carácter genérico, bajo varias circunstancias y acontecimientos, no parece existir objeción seria alguna para suponer que tuviese el primer «gran diluvio» un significado tanto alegórico como cósmico, y que ocurriese al fin del Satya Yuga, la «Edad de la Verdad, —cuando la Segunda Raza-Raíz—, el Manu con huesos», hizo su primera aparición como los «Nacidos del Sudor».

El Segundo Diluvio, el llamado «universal», que afectó a la Cuarta Raza-Raíz, considerada ahora con razón por la teología como «la raza maldita de los gigantes», los Cainitas, y los «hijos de Ham», es el diluvio que percibió primeramente la geología. Si se comparan con cuidado las relaciones de las diversas leyendas caldeas y otras obras exotéricas de las naciones, se verá que todas ellas concuerdan con las narraciones ortodoxas dadas en los libros Brahmânicos. Y podrá observarse que mientras en el primer relato «no existe todavía Dios ni mortal alguno sobre la Tierra», en la segunda vemos que cuando Manu Vaivasvata aborda al Himaván, [Himalayas], fue permitido a los Siete Rishis tenerle compañía; demostrándose así que mientras algunas narraciones se refieren al Diluvio Sideral y Cósmico anterior a la pretendida «Creación», las otras tratan, una del Gran Diluvio de la Materia sobre la Tierra y la otra de un verdadero diluvio. En la Shatapatha Bráhmana, observa Manu que el Diluvio ha destruido a todos los seres vivientes, y que él solo ha sido preservado, es decir, solo el germen de la vida escapó a la Disolución anterior del Universo, o Mahâpralâya, después de un «Día de Brahmâ»; y el Mahâbhârata se refiere simplemente al cataclismo geológico que destruyó casi enteramente a la Cuarta Raza para dejar puesto a la Quinta. Por esto nuestra Cosmogonía Esotérica presenta al Manu Vaivasvata bajo tres atributos distintos[358]:

De aquella isla [Platón habla tan solo de su última isla], más allá de las Columnas de Hércules, en el Océano Atlántico, desde la que existía un paso fácil a otras islas en la proximidad de otro gran continente [América].

Esa Tierra «Atlántica» es la que estaba unida con la «Isla Blanca», y esta Isla Blanca era Ruta; pero no era el Atala y el «Diablo Blanco» del Coronel Wilford[360], como ya se ha mostrado. Convendrá observar aquí que, según los textos sánscritos, el Dvâpara Yuga dura 864 000 años; y que si solo principió el Kali Yuga hace cosa de 5000 años, han transcurrido exactamente 869 000 desde que ocurrió aquella destrucción; por otra parte, estas cifras no difieren mucho de las presentadas por los geólogos, que hacen remontar su Período Glacial a 850 000 años atrás.

El Shatapatha nos dice luego que una mujer fue producida, la cual se presentó a Manu y se declaró su hija, con la que él vivió y engendró la descendencia de Manu. Esto se refiere a la transformación fisiológica de los sexos durante la Tercera Raza-Raíz; y demasiado clara es la alegoría para necesitar minuciosa explicación. Naturalmente, como ya se ha observado, se suponía que, en la separación de sexos, un ser andrógino separaba su cuerpo en dos mitades (como en el caso de Brahmâ y Vâch, y aun de Adán y Eva), y así la hembra es, en cierto sentido, su hija, así como él será el hijo de ésta, «la carne de su carne [y de la de ella] y los huesos de sus huesos [y de los de ella]». Téngase también muy presente que ni uno siquiera de nuestros orientalistas ha aprendido todavía a distinguir entre aquellas «contradicciones y pasmosos disparates», según llaman algunos a los Purânas, que una referencia a un Yuga puede significar una Ronda, una Raza-Raíz, y a menudo una subraza, así como constituir una página arrancada a la teogonía precósmica. Este doble y triple sentido queda demostrado por varias referencias que al parecer se hacen a un mismo individuo, bajo un nombre idéntico, mientras que en realidad aquellas referencias tratan de acontecimientos separados por Kalpas enteros. Buen ejemplo de ellos es el de Ilâ, a la que se representa primeramente como una cosa y luego como otra. Dicen las leyendas exotéricas que deseando el Manu Vaivasvata crear hijos, ofreció un sacrificio a Mitra y Varuna; pero, efecto de un error del brahmán que oficiaba, solo obtuvo una hija, Ilâ, o Idâ. Entonces, «por el favor de las dos deidades», cambiase su sexo y se convierte en un hombre, Su-dyumna. Luego conviértese de nuevo en una mujer, y así sucesivamente; añadiendo la fábula que a Shiva y su consorte les satisfacía que «fuese varón durante un mes y hembra durante otro». Esto se refiere directamente a la Tercera Raza-Raíz, cuyos hombres eran andróginos; pero algunos orientalistas muy eminentes[361] piensan y han declarado que:

Idâ es, en primer término, alimento, o una libación de leche; luego un río de alabanzas, personificado como la diosa de la palabra.

No se da, sin embargo, a los «profanos» la razón de por qué una «libación de leche» y «un río de alabanzas» hayan de convertirse por turno en macho y hembra, a no ser que exista alguna «evidencia interna» que no alcanzan los Ocultistas a percibir.

En su sentido más místico, la unión del Manu Svâyamhuva con Vâch-Shata-Rûpa, su propia hija (siendo esto la primera «euhomerización» del principio dual, del cual el Manu Vaivasvata e Ilâ son una segunda y una tercera forma) representa en el simbolismo cósmico la Vida-Raíz, el Germen del que nacen todos los Sistemas Solares, los Mundos, los Ángeles y los Dioses; porque como dice Vishnu:

De Manu toda creación, dioses, Asuras, hombre, deben ser producidos.

Por él debe ser creado el mundo, aquello que se mueve y lo que no se mueve.

Pero podemos encontrar adversarios peores aún que los hombres de ciencia y los orientalistas occidentales. Si respecto a la cuestión de números concuerdan los brahmanes con nuestra doctrina, no estamos tan seguros de que algunos de ellos, conservadores ortodoxos, no presenten objeciones respecto a los modos de procreación atribuidos a sus Pitri Devatâs. Nos exigirán que indiquemos las obras de las cuales sacamos las citas, y nosotros les invitaremos a que lean con más cuidado sus propios Purânas, fijándose en el sentido esotérico. Y entonces, de nuevo repetimos, bajo el velo de alegorías más o menos transparentes, verán confirmada por sus propias obras cada una de las afirmaciones emitidas. Ya se han expuesto uno o dos ejemplos con respecto a la aparición de la Segunda Raza, llamada los «Nacidos del Sudor». Esta alegoría es considerada como un cuento de hadas, y sin embargo encierra un fenómeno psicofisiológico, y uno de los misterios más profundos de la Naturaleza.

Mas, en vista de las declaraciones cronológicas hechas aquí, es natural preguntar:

¿PODÍAN EXISTIR HOMBRES HACE 18 000 000 DE AÑOS?

A esto contesta el Ocultismo con la afirmativa, a pesar de todas las objeciones científicas. Además, esta duración solo comprende al Hombre Vaivasvata Manu, es decir, a la entidad macho y hembra ya separada en sexos distintos. Las dos Razas y media que precedieron a ese acontecimiento pueden haber vivido hace 300 000 000 de años, según lo que la ciencia puede decir. Porque no existían entonces las dificultades geológicas y físicas que hoy se opondrían a la teoría, para el Hombre primitivo, etéreo, de las Enseñanzas Ocultas. Todo el resultado de la disputa entre las ciencias profana y esotérica depende de la creencia y de la demostración de la existencia de un Cuerpo Astral dentro del Físico, independiente el primero del último. El positivista Paul d’Assier parece haber demostrado bien claramente el hecho[362]; aparte el testimonio acumulado de las edades y el de los «espiritistas» y místicos modernos. Será difícil rechazar este hecho en nuestra época de pruebas y testimonios y demostraciones oculares.

Sostiene la Doctrina Secreta que, a pesar de que los cataclismos y perturbaciones generales de la Cuarta Ronda de nuestro Globo (debidos a ser esta Ronda el período de su mayor desarrollo físico, pues es el punto medio del Ciclo de Vida que le corresponde) fueron mucho más terribles e intensos que durante cualquiera de las tres Rondas precedentes (Ciclos de su primitiva vida psíquica y espiritual y de sus estados semietéreos), ha existido en él la Humanidad Física durante los últimos 18 000 000 de años[363]. Este período fue precedido por 300 000 000 de años de desarrollo mineral y vegetal. Esto lo combatirán todos los que se niegan a admitir la teoría de un hombre «sin huesos», puramente etéreo. La ciencia, que solo entiende de organismos físicos, se indignará, y más aún la Teología materialista. Luchará la primera con argumentos lógicos y razonables, basados en el prejuicio de que todos los organismos animados han existido en todas las edades en el mismo plano de materialidad; la última opondrá un tejido de ficciones a cuál más absurda. La pretensión ridícula, habitualmente empleada por los teólogos, está fundada en la suposición virtual de que la humanidad (léase los cristianos) de este Planeta, tienen la honra de ser los únicos seres humanos en todo el Kosmos que vivan sobre un Globo, y que son, por consiguiente, los mejores de su especie[364].

Los ocultistas, que creen firmemente en las doctrinas de la Filosofía-Madre, rechazan las objeciones tanto de los teólogos como de los hombres de ciencia. Ellos sostienen por su parte que aun durante aquellos períodos en que el calor debía ser intolerable hasta en ambos polos, con diluvios sucesivos, levantamientos de valles y cambios constantes de las grandes aguas y mares, ninguna de esas circunstancias podía crear un impedimento a una vida y organización humanas, tales como las que ellos atribuyen a la humanidad primitiva. Ni la heterogeneidad de las regiones ambientes, llenas de gases deletéreos, ni los peligros de una corteza apenas consolidada, podían impedir que apareciesen la Primera y Segunda Razas, aun durante el período carbonífero o Siluriano.

De esta suerte, las Mónadas destinadas a animar Razas futuras estaban preparadas para la nueva transformación. Habían ellas pasado por las fases de inmetalización, de vida vegetal y animal, desde la más inferior hasta la superior, y esperaban su forma humana, más inteligente. ¿Qué otra cosa podían hacer, sin embargo, los Modeladores Plásticos, sino seguir las leyes de la Naturaleza evolucionaria? ¿Acaso podían ellos, según afirma la letra muerta de la Biblia, formar a semejanza del «Señor Dios», o como Pigmalión en la alegoría Griega, a Adam-Galatea, del polvo volcánico, y exhalar en el Hombre un «Alma Viviente»? No; porque ya estaba allí el Alma, latente en su Mónada, y solo necesitaba un ropaje. Pigmalión, que no consigue animar a su estatua, y el Bahak Zivo de los Gnósticos Nazarenos, que no logra construir «un alma humana en la criatura», son, como conceptos, mucho más filosóficos y científicos que Adán, considerado bajo el sentido de la letra muerta, o que los Elohim-Creadores bíblicos. La filosofía Esotérica que enseña la generación espontánea —después de que los Shistha y Prajâpati lanzaron el germen de la vida sobre la tierra—, presenta a los Ángeles Inferiores como capaces de construir solamente al hombre físico, aun con el auxilio de la Naturaleza, después de haber desarrollado, de sí mismos la Forma Etérea, y de dejar que la forma física se desarrollase gradualmente de su modelo etéreo, o lo que se llamaría ahora, modelo protoplásmico.

También se combatirá esto; la «generación espontánea», dirán, es una teoría desacreditada. Veinte años hace que los experimentos de Pasteur la echaron por tierra, rechazándola también el profesor Tyndall. Perfectamente admitamos que lo hace, ¿y qué? Debiera él saber que, aun cuando se demostrase que en la edad y condiciones actuales del mundo es imposible la generación espontánea —lo cual niegan los Ocultistas—, no probaría esto que no pudiese haber tenido lugar bajo condiciones cósmicas diferentes, no solo en los mares del Período Laurenciano, sino aun en la Tierra entonces en estado de convulsión. Sería interesante saber cómo podría explicar jamás la Ciencia la aparición de las especies y de la vida sobre la Tierra, particularmente la del Hombre, desde el momento en que rechaza tanto las enseñanzas bíblicas como la generación espontánea. Además, las observaciones de Pasteur distan mucho de ser perfectas o de estar probadas. Blanchard y el Dr. Lutaud niegan su importancia, y realmente muestran que no tienen ninguna. Hasta ahora la cuestión está sub judice, así como la que se refiere al período en que apareció la vida sobre la Tierra. En cuanto a la idea de que la Mónera de Hæckel (¡una pizca de sal!) haya resuelto el problema del origen de la vida, es simplemente absurda. Los materialistas que desdeñan la teoría del «Hombre Celeste Nacido por sí mismo», el «por sí mismo existente», representado como un Hombre Etéreo, Astral, deben dispensar, hasta al principiante en Ocultismo, que a su vez se ría de algunas especulaciones del pensamiento moderno. Después de probar muy sabiamente que el punto primitivo de protoplasma (Mónera) no es ni animal ni planta, sino ambas cosas a la vez, y que no tiene antecesores entre ninguno de aquéllos, puesto que esa Mónera es la que sirve de punto de partida a toda existencia organizada, se nos dice, en conclusión, que las Móneras son sus propios antecesores. Podrá ser esto muy científico, pero también es muy metafísico; demasiado, aun para el Ocultista.

Si la generación espontánea ha variado ahora sus métodos —efecto, quizás, del material acumulado existente— casi hasta el punto de escapar a su descubrimiento, estaba, no obstante, en su apogeo en el génesis de la vida terrestre. Hasta que la simple forma física y la evolución de las especies muestran cómo procede la Naturaleza. El gigantesco Saurio cubierto de escamas, el alado pterodáctilo, el megalosauro y el iguanodonte de cien pies de largo perteneciente a un período posterior, son las transformaciones de los primeros representantes del reino animal encontrados en los sedimentos de la época primaria. Hubo un tiempo en que todos los monstruos «antediluvianos» arriba citados aparecieron como infusorios filamentosos sin conchas ni cortezas, sin nervios, músculos, órganos, ni sexo, y reproducían sus especies por gemación; como igualmente lo hacen los animales microscópicos, los arquitectos y constructores de nuestras cordilleras de montañas, según las doctrinas de la Ciencia. ¿Por qué no había de suceder lo mismo al hombre? ¿Por qué habría dejado de seguir la misma ley en su desarrollo, esto es, en su condensación gradual? Toda persona libre de prejuicios preferiría creer que la Humanidad Primitiva poseyó al principio una Forma Etérea, o si se quiere una Forma filamentosa enorme, de aspecto gelatinoso, evolucionada por Dioses o «Fuerzas» naturales, que se desarrolló y condensó durante millones de siglos, y que en su impulso y tendencia físicos llegó a ser gigantesca, hasta ofrecer la enorme forma física del Hombre de la Cuarta Raza, a creer que el hombre fue creado del polvo de la Tierra (literalmente) o de algún antecesor antropoide desconocido.

Tampoco se encuentra nuestra teoría Esotérica en desacuerdo con los datos científicos, sino a primera vista, pues como dice el Dr. A. Wilson, F. R. S., en una carta dirigida a la revista Knowledge (diciembre, 23, 1881):

La evolución, mejor dicho, la naturaleza, mirada bajo el aspecto de la evolución, solo se estudia hace unos veinticinco años poco más o menos. Éste es, por supuesto, un espacio de tiempo fraccionario en la historia del pensamiento humano.

Y precisamente por este motivo no perdemos la esperanza de que cambie de rumbo la ciencia materialista, y llegue a aceptar gradualmente las doctrinas Esotéricas, aun cuando en principio esté divorciada de sus elementos demasiado metafísicos (para la Ciencia).

¿Acaso se ha pronunciado respecto a la evolución humana la última palabra? Según dice el profesor Huxley:

Cada una de las respuestas dadas a la gran cuestión [el verdadero lugar ocupado por el hombre en la naturaleza], que invariablemente afirman los partidarios del proponente, cuando no lo hace él mismo, que es completa y decisiva, goza de gran autoridad y prestigio, sea durante un siglo o veinte; pero el tiempo demuestra asimismo, invariablemente, que cada respuesta solo ha sido una mera aproximación a la verdad, aceptada principalmente a causa de la ignorancia de los que la admitieron, pero, completamente inaceptable una vez puesta a prueba por los conocimientos más amplios de sus Sucesores[365].

¿Admitirá este eminente darwinista la posibilidad de que sus «Antepasados Pitecoides» entren a formar parte de la lista de «las creencias completamente inaceptables» ante los «conocimientos más amplios» de los Ocultistas? Pero ¿de dónde viene el salvaje? La mera «elevación al estado civilizado» no explica la evolución de la forma.

En la misma carta, «La Evolución del Hombre», confiesa el Dr. Wilson otras cosas extrañas. Contestando a las preguntas dirigidas al Knowledge por G. M. escribe lo siguiente:

«¿Ha efectuado la evolución algún cambio en el hombre? En caso afirmativo, ¿qué cambió? En caso negativo, ¿por qué no?»… Si nos negamos a admitir [como lo hace la ciencia] que el hombre haya sido creado ser perfecto, y que luego se ha degradado, solo existe, otra suposición: la de la evolución. Si el hombre se ha elevado desde un estado salvaje a un estado civilizado esto es seguramente la evolución. Todavía no sabemos, pues es difícil de adquirir semejante conocimiento, si la envoltura humana está sujeta a las mismas influencias que las de los animales inferiores. Pero es poco dudoso que la elevación desde el estado salvaje a la vida civilizada significa e implica «evolución», y ésta de bastante trascendencia. No puede ponerse en duda la evolución mental del hombre; pues la esfera del pensamiento, que cada vez se ensancha más, tuvo unos principios limitados y groseros como el lenguaje mismo. Pero las costumbres del hombre, su poder de adaptación al medio ambiente y una infinidad de otras circunstancias, han sido causa de que sea muy difícil el investigar los hechos y el curso de su «evolución».

Esta misma dificultad debiera inspirar a los evolucionistas mayor prudencia en sus afirmaciones. Pero ¿por qué es imposible la evolución si «el hombre fue creado ser perfecto y luego se degradó»? Cuando más, solo podrá esto aplicarse al hombre externo, físico. Según se observa en Isis sin Velo, la evolución de Darwin principia en el punto medio, en vez de comenzar para el hombre, como para todas las demás cosas, desde lo universal. El método Aristotélico-Baconiano podrá tener sus ventajas, pero ya ha demostrado, indudablemente, sus defectos. Pitágoras y Platón, que procedían desde lo universal hacia abajo, resultan ahora, a la luz de la ciencia moderna, más sabios que Aristóteles. Pues este último combatía y condenaba la idea de la revolución de la Tierra, y aun de su redondez, cuando escribía:

Casi todos los que afirman que han estudiado el cielo en su uniformidad, sostienen que la tierra se encuentra en el centro; pero los filósofos de la Escuela Italiana, también llamados los Pitagóricos, enseñan enteramente lo contrario.

Esto era debido a que los Pitagóricos eran Iniciados y seguían el método deductivo; mientras que Aristóteles, el padre del sistema inductivo, se quejaba de los que enseñaban que:

El centro de nuestro sistema estaba ocupado por el sol, y que la tierra solo era una estrella, que, por un movimiento de rotación en derredor de aquel mismo centro, producía la noche y el día[366].

Lo mismo sucede respecto al hombre. La teoría enseñada en la Doctrina Secreta y expuesta ahora, es la única que puede explicar su aparición en la Tierra, sin caer en el absurdo de un hombre «milagroso», creado del polvo, o en el error, mayor aún, de creer que el hombre haya evolucionado de una pizca de sal calcárea, la Mónera exprotoplásmica.

La analogía es en la Naturaleza la ley directora, el único y verdadero hilo de Ariadna que puede conducirnos a través de los inextricables senderos de sus dominios, hasta sus primordiales y últimos misterios. La Naturaleza, como potencia creadora, es infinita; y ninguna generación de hombres de ciencia física podrá vanagloriarse jamás de haber agotado la lista de sus medios y métodos, por uniformes que sean las leyes según las cuales procede. Si podemos concebir una bola de «niebla ígnea», rodando durante evos de tiempo por los espacios interestelares, convirtiéndose gradualmente en un Planeta, en un Globo con luz propia, para establecerse como Mundo o Tierra morada del hombre, habiendo pasado así de cuerpo plástico blando a Globo de rocas; y si vemos todas las cosas evolucionar en este Globo desde el punto gelatinoso sin núcleo que se convierte en el Sarcode[367] de la Mónera, pasa luego desde su estado protístico[368] a la forma de animal, hasta adquirir la de un gigantesco y monstruoso reptil de los tiempos Mesozoicos; reduciéndose de nuevo al tamaño del cocodrilo enano (relativamente), propio ahora solo de las regiones tropicales, y al del lagarto común universal[369], si podemos concebir todo esto, ¿cómo puede entonces solo el hombre sustraerse a la ley general? «Existían gigantes sobre la tierra en aquellos días», dice el Génesis (VI, 4), repitiendo la declaración de todas las demás Escrituras Orientales; y la creencia en los Titanes se funda en un hecho antropológico y fisiológico.

Y así como el crustáceo de duro caparazón fue en un tiempo un punto gelatinoso, una «partícula de albúmina completamente homogénea en un firme estado adhesivo», así también fue la envoltura exterior del hombre primitivo, su primera «vestidura de piel», más una Mónada inmortal espiritual, y una forma y cuerpo psíquicos temporales dentro de esa concha. El hombre moderno, duro, muscular, que soporta casi todos los climas, fue quizás hace unos 25 000 000 de años exactamente, lo que es la Mónera Hæckeliana, estrictamente un «organismo sin órganos», una substancia enteramente homogénea con un cuerpo interior albuminoso sin estructura, y una forma humana solo exteriormente

Ningún hombre de ciencia tiene derecho, en este siglo, para tachar de absurdas las cifras Brahmánicas en cuestión de cronología; porque con frecuencia sus propios cálculos van mucho más allá de las afirmaciones hechas por la Ciencia Esotérica. Esto puede fácilmente mostrarse.

Helmholtz calculó que el enfriamiento de nuestra Tierra desde una temperatura de 2000º a 200º centígrados, debió necesitar un período no menor de 350 000 000 de años. La Ciencia occidental (incluso la Geología) parece conceder generalmente a nuestro globo unos 500 000 000 de años de existencia. Sin embargo, Sir William Thomson limita la aparición de la vida vegetal más primitiva a 100 000 000 de años, afirmación que respetuosamente contradicen los Anales Arcaicos. Además, en el dominio de la Ciencia, varían diariamente las especulaciones. Por el pronto, algunos geólogos se oponen tenazmente a tal limitación. Volger calcula que:

El tiempo requerido para el depósito de las capas que conocemos, debe ser, por lo menos, de 648 millones de años.

Tanto el tiempo como el espacio son infinitos y eternos.

La tierra, como existencia material, es por cierto infinita; solo los cambios que ha sufrido pueden determinarse por períodos finitos de tiempo…

Hemos de suponer, por lo tanto, que el estrellado firmamento no existe meramente en el espacio, cosa que ningún astrónomo pone en duda, sino también en el tiempo, sin principio ni fin; que jamás fue creado, y que es imperecedero[370].

Czolbe repite exactamente lo que dicen los Ocultistas. Pero quizás nos argüirán que los Ocultistas arios nada sabían respecto a esas últimas especulaciones. Según dice Coleman:

Ignoraban hasta la forma globular de nuestra tierra.

El Vishnu Purâna contiene una respuesta a esto, que ha obligado a ciertos orientalistas a abrir desmesuradamente los ojos.

El sol está estacionado, todo el tiempo, en medio del día y enfrente de la media noche, en todos los dvîpas [continentes], Maitreya. Mas siendo la salida y la puesta del Sol perpetuamente opuestas una a otra, y, así también, todos los puntos cardinales y los puntos de cruce, Maitreya, las gentes hablan de la salida del sol allí donde lo ven; y allí donde el sol desaparece, allí, para ellos, es donde se pone. Para el sol, que siempre está en un solo y, mismo lugar, no hay salida ni puesta: porque lo que llaman la salida y la puesta es únicamente el ver y el no ver el sol[371].

Respecto a esto, observa Fítzedward Hall que:

El heliocentricismo enseñado en este Párrafo es notable; pero se encuentra, sin embargo, contradicho un poco más adelante[372].

Contradicho intencionalmente, porque era una enseñanza secreta de los templos. Martín Haug observó la misma doctrina en otro pasaje. Es inútil calumniar a los arios por más tiempo.

Volvamos a la cronología de los geólogos y antropólogos. Tememos que la Ciencia carezca de base sólida en que apoyarse para combatir en esta materia las opiniones de los Ocultistas. Hasta ahora, todo lo que puede argüirse es que «ninguna huella se ha encontrado del hombre, el ser orgánico superior de la creación, en las primeras capas, sino solo en la capa superior, la llamada aluvial». Que el hombre no fue el último miembro, en la familia de los mamíferos, sino el primero en esta Ronda, es un punto que la Ciencia se verá obligada a reconocer algún día. Una opinión semejante ha sido también defendida ya en Francia por una autoridad muy eminente.

Puede mostrarse que el hombre ha vivido a mediados del Período Terciario, en una época geológica en que no existía un solo ejemplar de las especies de mamíferos conocidos ahora, y ésta es una declaración que no puede negar la Ciencia, y que ha sido demostrada ahora por de Quatrefages[373]. Pero aun suponiendo que no esté probada su existencia durante el Período Eoceno, ¿qué tiempo ha transcurrido desde el Período Cretáceo? Sabemos que solo los geólogos más audaces se atreven a hacer remontar la existencia del hombre a una época anterior a la Edad Miocena. Pero ¿cuál es la duración, preguntamos, de esas edades y de esos períodos desde la época Mesozoica? Respecto a este punto, la ciencia, después de mucho especular y discutir, permanece silenciosa, viéndose obligadas las mayores autoridades en la materia a contestar: «No lo sabemos». Esto debiera bastar para demostrar que en este asunto no son los hombres de ciencia autoridades mayores que los profanos. Sí, según el profesor Huxley, «solo el tiempo empleado para la formación carbonífera es de seis millones de años[374]», ¿cuántos millones más habrán debido transcurrir entre el Período Jurásico, o la mitad de la Edad llamada de los Reptiles —cuando apareció la Tercera Raza— hasta el Período Mioceno, cuando fue sumergida la masa de la Cuarta Raza[375]?.

No ignora la autora que los especialistas, cuyos cálculos respecto a la edad del Globo y del Hombre resultan más liberales, han tenido siempre en contra a la mayoría más cautelosa. Pero esto no prueba gran cosa puesto que la mayoría rara vez resulta, a la larga, que acierta. Harvey se encontró solo en sus opiniones durante muchos años. Los que creían que se podría cruzar el Atlántico en buques de vapor corrieron el riesgo de concluir su vida en un manicomio. En las Enciclopedias, Mesmer, juntamente con Cagliostro y St. Germain, está todavía considerado como un charlatán y un impostor. Y ahora que los señores Charcot y Richet han vindicado los asertos de Mesmer, y que el Mesmerismo bajo su nuevo nombre de «Hipnotismo» (una nariz postiza puesta sobre una cara muy conocida) es aceptado por la Ciencia, no aumenta nuestro respeto por la mayoría, al observar el desembarazo y negligencia con que sus miembros tratan del «hipnotismo», de los «impactos telepáticos» y demás fenómenos. En una palabra: hablan ellos del asunto como si desde los tiempos de Salomón hubiesen creído en ello, y como si hasta hace muy pocos años no hubiesen llamado a sus partidarios locos e impostores[376].

Este mismo cambio de las ideas se verificará también respecto del largo período de años que la Filosofía Esotérica pretende para la edad de la humanidad sexual y fisiológica. Así, pues, hasta la Estancia que dice:

«Los nacidos de la Mente, los que carecían de huesos, dieron el ser a los Nacidos por la Voluntad, con huesos»; añadiendo que esto tuvo lugar en la mitad de la Tercera Raza, hace 18 000 000 de años, todavía tiene alguna probabilidad de ser aceptada por los hombres de ciencia venideros.

En lo que se refiere al pensamiento del siglo XIX, se nos dirá, hasta por algunos de nuestros amigos personales, imbuidos de un respeto anormal por las mudables conclusiones de la Ciencia, que semejante declaración es absurda. ¡Cuánto menos probable parecerá esta nueva afirmación nuestra!, a saber: ¡que la antigüedad de la Primera Raza es, a su vez millones de años anterior a la Tercera! Porque, aun cuando las cifras exactas se ocultan —y no hay que pensar en referir con certeza la evolución incipiente de las Razas Divinas primitivas, bien sea a los primeros Períodos Secundarios, o bien a los Períodos Primarios de la Geología—, una cosa resalta claramente, y es que la cifra 18 000 000 de años que abarca la duración del hombre sexual físico ha de aumentarse enormemente si tomamos en cuenta todo el proceso del desarrollo espiritual, astral y físico. Muchos geólogos, por cierto, consideran que la duración de los Períodos Cuaternario y Terciario exige que se conceda tal cálculo; y es muy cierto que ninguna de las condiciones terrestres, sean cuales fueren, destruye la hipótesis de la existencia de un hombre Eoceno, si la evidencia de su realidad se aproxima. Los Ocultistas que sostienen que la fecha indicada nos lleva muy dentro de la Edad Secundaria o de los «Reptiles», pueden citar a M. de Quatrefages en apoyo de la posible existencia del hombre en aquella remota antigüedad. Pero respecto a las Razas-Raíces más primitivas, el caso es muy distinto. Si la espesa aglomeración de vapores, cargados de ácido carbónico, que salía del suelo o estaba suspendida en la atmósfera desde el principio del sedimento, constituía un obstáculo fatal a la vida de los organismos humanos tal como la conocemos ahora, ¿cómo, se preguntará, han podido existir los hombres primitivos? Era realidad, esta consideración está fuera de lugar. Las condiciones terrestres entonces activas no afectaban al plano en el cual se verificaba la evolución de las Razas etéreas astrales. Solo en períodos geológicos relativamente recientes es cuando el curso en espiral de la ley cíclica arrastró a la Humanidad hasta el grado más inferior de la evolución física, el plano de la causación material grosera. En aquellas primeras edades solo estaba en progreso la evolución astral, y los dos planos, el astral y el físico[377], aunque desarrollándose en líneas paralelas, no tenían punto directo de contacto entre sí. Es evidente que un hombre etéreo semejante a una sombra, solo está relacionado, en virtud de su organización, si así puede llamarse, con el plano del que se deriva la substancia de su Upâdhi.

Hay cosas que quizás se hayan ocultado a la vista penetrante pero no omnividente de nuestros naturalistas modernos; aunque la Naturaleza misma es quien se encarga de proporcionarnos los eslabones que faltan en la cadena. Los pensadores especulativos agnósticos han de elegir entre la versión que nos ofrece la Doctrina Secreta del Oriente, y los datos irremisiblemente materialistas darwinianos y bíblicos respecto al origen del hombre; entre la negación del alma y de la evolución espiritual, y la Doctrina Oculta que rechaza la «creación especial» e igualmente la Antropogénesis «Evolucionista».

Además, y volviendo al asunto de la «generación espontánea», la vida, según la muestra la Ciencia, no siempre ha reinado en este plano material. Hubo un tiempo en que ni la Mónera Hæckeliana siquiera, ese simple glóbulo de Protoplasma, había aparecido todavía en el fondo de los mares. ¿De dónde procedió el Impulso que causó la agrupación de las moléculas del carbono, del nitrógeno, del oxígeno, etc., en el Urschleim de Oken, aquel «Limo» orgánico bautizado ahora con el nombre de Protoplasma? ¿Qué fueron los prototipos de la Mónera? Ellos, al menos, no podían haber caído como meteoritos desde otros Globos ya formados, a pesar de la fantástica teoría de Sir William Thomson respecto de este punto. Pero aun suponiendo que hubiesen caído así, si nuestra Tierra recibió su provisión de gérmenes vitales de otros Planetas, ¿quién, o qué los había llevado a esos Planetas? En este punto también, si no se admite la Doctrina Oculta, nos vemos obligados de nuevo a afrontar un milagro, a aceptar la teoría de un Creador personal, antropomórfico, cuyos atributos y definiciones, según los formulan los monoteístas, tanto chocan con la filosofía y la lógica, como rebajan el ideal de una Deidad Universal infinita, ante cuya incomprensible e imponente grandeza y majestad, la más elevada inteligencia humana siéntese empequeñecida. Cuide el filósofo moderno, al paso que arbitrariamente se coloca sobre el pináculo más elevado de la intelectualidad humana evolucionada hasta ahora, de no mostrarse espiritual e intuitivamente en sus conceptos a un nivel mucho más bajo aún que el de los antiguos griegos, a su vez muy inferiores, en estas materias, a los filósofos de la antigüedad oriental aria. Filosóficamente entendido, el Hilozoísmo es el aspecto más elevado del Panteísmo. Es el único camino posible para huir del estúpido ateísmo, fundado en el materialismo mortal, y de las concepciones antropomórficas, aún más estúpidas de los monoteístas; entre los cuales se encuentra en un terreno enteramente neutral. El Hilozoísmo exige el Pensamiento Divino absoluto que penetra las innumerables Fuerzas creadoras, activas o «Creadores» cuyas Entidades son movidas por aquel Pensamiento Divino, y existen en él, de él y por él; no teniendo este último, sin embargo, más intervención personal en ellas o en sus creaciones que la que tiene el sol en el girasol y sus semillas, o en la vegetación en general. Se sabe que tales «Creadores» activos existen, y se cree en ellos porque son percibidos y sentidos por el Hombre Interno en el Ocultista. Por eso dice este último que, teniendo una Deidad Absoluta que ser incondicionada y no relacionada, no puede considerársela al mismo tiempo como un Dios viviente, activo y creador, sin degradación inmediata del ideal[378]. Una Deidad que se manifiesta en el Espacio y el Tiempo —siendo estos dos simplemente las formas de AQUELLO que es el TODO ABSOLUTO— solo puede ser una parte fraccionaría del todo. Y como aquel «Todo» no puede dividirse siendo absoluto, ese sentido Creador (Creadores decimos nosotros), solo puede ser, por lo tanto, cuando más, simple aspecto de aquél. Empleando la misma metáfora (inadecuada para expresar la idea completa, pero que se adapta bien al caso presente), diremos que esos Creadores son semejantes a los numerosos rayos del orbe solar, el mal permanece inconsciente de la obra de aquéllos, y sin intervención en ella; mientras que sus agentes mediadores, los rayos, se convierten en cada primavera —el amanecer Manvantárico de la Tierra— en medios instrumentales que hacen fructificar y despertar la vitalidad durmiente inherente en la Naturaleza y su materia diferenciada. Tan bien se comprendía esto en la antigüedad, que hasta el mismo Aristóteles, que era moderadamente religioso, observó que semejante obra de creación directa sería completamente impropia de Dios . Lo mismo enseñaban Platón y otros filósofos: la Deidad no puede intervenir directamente en la creación, . Cudworth llama a esto «Hilozoísmo». También atribuye Laercio al viejo Zenón el dicho:

La Naturaleza es un hábito originado de ella misma con arreglo a principios seminales; perfeccionando y conteniendo las diversas cosas que en épocas determinadas se producen de ella, y obrando de conformidad con aquello de que fue secretada[379].

Volvamos a nuestro asunto, deteniéndonos a pensar sobre el mismo. Verdaderamente, si durante aquellos períodos existía la vida vegetal que podía alimentarse de elementos de entonces, deletéreos; y si había hasta esa vida animal cuya organización acuática podía desarrollarse, a pesar de la supuesta escasez de oxígeno, ¿por qué no había de existir también la vida humana en su forma física incipiente, esto es, en una raza de seres adaptados a aquel período geológico y su medio ambiente? Además, la Ciencia confiesa que nada sabe acerca de la verdadera duración de los períodos geológicos.

Pero la cuestión principal que hemos de tratar, es saber si es o no perfectamente cierto que existiese una atmósfera como la que suponen los naturalistas después de aquel período denominado la Edad Azoica, pues no todos los físicos concuerdan con esta idea. Si la escritora tuviese empeño en corroborar las enseñanzas de la Doctrina Secreta por medio de la Ciencia exacta, fácil le sería mostrar, con el aserto de varios físicos, que, desde la primera condensación de los océanos, esto es, desde el Período Laurenciano, la Edad Pirolítica, poco ha variado la atmósfera, si es que se ha modificado en algo. Tal es, al menos, la opinión de Blanchard, S. Meunier y hasta de Bischof, según lo han demostrado los experimentos de este último sabio sobre los basaltos. Si hubiéramos de creer lo que dice la mayoría de los hombres de ciencia acerca de la cantidad de gases mortales y de elementos por completo saturados de carbono y nitrógeno, en que según se ha demostrado vivieron, se desarrollaron y prosperaron los reinos vegetal y animal, tendríamos entonces que llegar a la curiosa conclusión de que existían en aquellos tiempos océanos de ácido carbónico líquido, en vez de agua. Con semejante elemento, resulta dudoso que los ganoideos, y hasta los primitivos trilobitas, pudiesen vivir en los océanos de la Edad Primaria, sin hablar de los pertenecientes a la Edad Siluriana, como lo demuestra Blanchard.

Sin embargo, las condiciones necesarias a la primitiva Raza de la Humanidad no requieren elementos, ni simples ni compuestos. Lo que hemos declarado al principio lo seguimos sosteniendo. La entidad espiritual etérea que vivió en Espacios desconocidos en la Tierra, antes de que el primer «punto gelatinoso» sideral desarrollado en el Océano de la Materia Cósmica informe —billones y trillones de años antes de que nuestro punto globular en el infinito, llamado Tierra, viniese a la existencia y engendrase la Mónera en sus gotas, llamadas océanos— no necesitaba «elementos». El «Manu de huesos blandos» podía muy bien pasarse sin fosfato de cal, puesto que no tenía huesos sino en un sentido figurado. Y mientras que hasta la Mónera, por más homogéneo que fuera su organismo, necesitaba, sin embargo, condiciones físicas de vida que la ayudasen en su progreso evolutivo, el Ser que se convirtió en el hombre primitivo y en el «Padre del Hombre», después de evolucionar en planos no soñados por la Ciencia, pudo muy bien permanecer insensible a todo estado de condiciones atmosféricas que le rodeasen. El antecesor primitivo, en el Popol Vuh de Brasseurde Bourbourg, el cual, según las leyendas mexicanas, podía obrar y vivir con igual facilidad debajo del agua y de la tierra, así como encima, corresponde en nuestros textos solamente a la Segunda Raza y al principio de la Tercera. Y si los tres reinos de la Naturaleza eran tan diferentes en las edades antediluvianas, ¿por qué no hubiera podido estar compuesto el hombre de materiales y combinaciones de átomos completamente desconocidas ahora para la Ciencia física? Las plantas y animales que hoy se conocen, de variedades y especies casi innumerables, se han desarrollado todos, según las hipótesis científicas, de formas primitivas mucho menos numerosas; ¿por qué no hubiera podido ocurrir lo mismo respecto del hombre, de los elementos y demás? Según dice el Comentario:

El Génesis Universal parte del Uno, se divide en Tres, luego en Cinco, y finalmente culmina, en Siete, para volver a Cuatro, Tres y Uno.

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