La Doctrina Secreta Tomo III

Estancia XII La quinta raza y sus instructores divinos

Estancia XII La quinta raza y sus instructores divinos

47. Los restos de las dos primeras Razas desaparecieron para siempre. Grupos de las diversas razas Atlantes salvados del Diluvio juntamente con los Antepasados de la Quinta. 48. Origen de nuestra presente Raza, la Quinta. Las primeras Dinastías Divinas. 49. Las vislumbres históricas más primitivas, prendidas ahora a la cronología de la Biblia. Y la historia «universal» siguiéndola servilmente. Naturaleza de los primeros Instructores y Civilizadores de la humanidad.

47. POCOS QUEDARON. ALGUNOS AMARILLOS, ALGUNOS DEL COLOR OSCURO Y NEGRO, Y ALGUNOS ROJOS QUEDARON. LOS DEL COLOR DE LA LUNA[797] HABÍAN DESAPARECIDO PARA SIEMPRE (a).

48. LA QUINTA[798] PRODUCIDA DEL TRONCO SANTO QUEDÓ; ELLA FUE GOBERNADA POR LOS PRIMEROS REYES DIVINOS.

49. …LAS SERPIENTES QUE VOLVIERON A DESCENDER, QUE HICIERON LA PAZ CON LA QUINTA[799], QUE LA ENSEÑARON E INSTRUYERON (b).

a) Esta Sloka se relaciona con la Quinta Raza. La historia no principia con ella, pero sí la tradición viva y siempre recurrente. La historia, o lo que así se llama, no va más allá de los orígenes fantásticos de nuestra quinta subraza, «unos cuantos miles de años». La frase «algunos amarillos, algunos del color oscuro y negro, y algunos rojos quedaron», se refiere a las subdivisiones de la primera subraza de la Quinta Raza Raíz. Los del «color de la luna», esto es, los de la Primera y Segunda Razas, habían desaparecido para siempre, y sin dejar rastro alguno; y esto, ya cuando el tercer «Diluvio» de la Tercera Raza Lemuria, aquel «Gran Dragón» cuya cola lanza naciones enteras fuera de la existencia en un abrir y cerrar de ojos. Y éste es el verdadero significado del versículo del Comentario que dice:

EL GRAN DRAGÓN solo tiene respeto a las SERPIENTES de SABIDURÍA, las Serpientes cuyos agujeros están ahora bajo las Piedras Triangulares.

O en otras palabras, «las pirámides, en los cuatro extremos del mundo».

b) Esto aclara lo que más de una vez se menciona en otra parte de los Comentarios; a saber, que los Adeptos u hombres «Sabios» de la Tercera, Cuarta y Quinta Razas moran en habitaciones subterráneas, generalmente bajo alguna especie de construcción piramidal, si no actualmente bajo una pirámide. Pues tales «pirámides» existen en los «cuatro extremos del mundo», y no fueron nunca monopolio de la tierra de los Faraones, aun cuando, verdaderamente, hasta que se encontraron esparcidas en las dos Américas, sobre y bajo tierra, debajo y en medio de selvas vírgenes, así como también en llanuras y valles, se creía generalmente que eran propiedad exclusiva de Egipto. Si ya no se encuentran verdaderas pirámides geométricas perfectas en regiones europeas, sin embargo, muchas de las supuestas cuevas primitivas neolíticas, muchos de los «menhires» enormes triangulares, piramidales y cónicos del Morbihan, y generalmente en Bretaña, muchos de los «túmulos» daneses y hasta las «tumbas de gigantes» de Cerdeña, con sus compañeros inseparables los «nuraghi», son copias más o menos groseras de las pirámides. La mayor parte de éstas son obras de los primeros habitantes del recién nacido continente e islas de Europa, las «algunas razas amarillas, algunas de color oscuro y negro y algunas rojas» que quedaron después de la sumersión de los últimos continentes e islas Atlantes, hace unos 850 000 años —excepto la isla de Platón— y antes de la llegada de las grandes razas Arias; mientras que otras fueron construidas por los primeros emigrantes del Oriente. Los que apenas pueden aceptar que la antigüedad de la raza humana se remonte en el pasado a 57 000 años, edad asignada por el Dr. Dowler al esqueleto que encontró en Nueva Orleans a orillas del Misisipi, rechazarán, por supuesto, estos hechos. Pero algún día puede que vean su error. Podemos reírnos de la necia vanagloria de los Arcadios que se titulan, «más antiguos que la Luna» (), y de las gentes de Ática, que pretendían haber existido antes de que el Sol apareciese en el Cielo; pero no de su antigüedad innegable. Tampoco podemos burlarnos de la creencia universal de que hemos tenido antecesores gigantes. El hecho de que los huesos del Mammut y del Mastodonte y, en un caso, los de una Salamandra gigantesca, hayan sido tomados por humanos, no resuelve la dificultad de que, entre todos los mamíferos, el hombre es el único que la Ciencia no admite que se haya empequeñecido, como todas las demás formas animales, desde el gigante Homo Diluvii a la criatura de cinco y seis pies que ahora es.

Pero las «Serpientes de la Sabiduría» han conservado bien sus anales, y la historia de la evolución humana está trazada en el Cielo, como lo está en los muros subterráneos. La humanidad y las Estrellas están unidas entre sí indisolublemente, por razón de las Inteligencias que gobiernan a estas últimas.

Los simbologistas modernos pueden mofarse de esto, y llamarlo «fantasía»; pero, como escribe Mr. Staniland Wake:

Es incuestionable que el Diluvio ha sido [siempre] asociado en las leyendas de algunos pueblos orientales, no solo con las Pirámides, sino también con las constelaciones[800].

El «Dragón antiguo» es idéntico a la «Gran Inundación», dice Mr. Proctor:

Sabemos que en el pasado, la constelación del Dragón estaba en el polo, o punto culminante de la esfera celeste. En los templos estelares… el Dragón sería la constelación superior o dominante… Es singular cuán estrechamente estas constelaciones… corresponden en serie y orden de ascensión recta con los sucesos registrados acerca del Diluvio [bíblico][801].

Las razones para esta singularidad, sin embargo, se han expuesto suficientemente claras en esta obra. Solo muestra ella que ha habido varios Diluvios, confundidos en los recuerdos y tradiciones de las subrazas de la Quinta Raza. El primer gran Diluvio fue astronómico y cósmico, mientras que varios otros fueron terrestres. Y, sin embargo, nuestro muy sabio amigo Mr. Gerald Massey (un iniciado verdaderamente en los misterios del Museo Británico, bien que solo iniciado por sí mismo) ha declarado y ha insistido en que la Sumersión y el Diluvio Atlantes eran tan solo fantasías antropomorfizadas de gente ignorante, y que la Atlántida no era más que una «alegoría astronómica». Pero la gran alegoría zodiacal está basada en sucesos históricos, y la alegoría no puede intervenir en la historia; además, que todo estudiante de Ocultismo sabe lo que significa la alegoría astronómica y zodiacal. El Dr. Smith muestra en el poema épico de Nimrod, de las tabletas asirias, el significado verdadero de la alegoría.

[Sus doce cantos] se refieren al curso anual del Sol en los doce meses del año. Cada tableta corresponde a un mes especial, y contiene una clara referencia a las formas animales de los signos del Zodíaco…; [siendo el canto once] consagrado a Rimmon, el Dios de las tormentas y de la lluvia, y se armoniza con el signo once del Zodíaco: Acuario, o el barquero[802].

Pero aun esto está precedido en los Anales antiguos por el Diluvio Cósmico pre-astronómico, que fue simbolizado o alegorizado en el Diluvio Zodiacal o de Noé, arriba mencionado. Mas esto no tiene nada que ver con la Atlántida. Las Pirámides están estrechamente relacionadas tanto con las ideas sobre la constelación del Gran Dragón, los «Dragones de la Sabiduría», o los grandes Iniciados de la Tercera y Cuarta Razas, como con las inundaciones del Nilo, consideradas como un recordatorio divino de la Gran Inundación Atlante. Los anales astronómicos de la Historia Universal, se dice, sin embargo, que tuvieron su principio con la tercera subraza de la Cuarta Raza-Raíz, o sea los Atlantes. ¿Cuándo fue esto? Los datos Ocultos muestran que desde el tiempo del establecimiento regular de los cálculos zodiacales en Egipto, los polos han sido invertidos tres veces.

Pronto volveremos sobre este aserto. Símbolos tales como los representados por los Signos del Zodíaco —hecho que ofrece un asidero a los materialistas para afianzar sus teorías y opiniones que solo abarcan un solo aspecto— tienen un significado demasiado profundo, y su influencia sobre nuestra humanidad es demasiado importante para que únicamente les dediquemos unas pocas palabras. Mientras tanto, tenemos que considerar el significado de la afirmación de la Sloka 48, referente a los «primeros Reyes Divinos», que se dice «volvieron a descender», y que guiaron e instruyeron a nuestra Quinta Raza después del último Diluvio. Este último aserto lo trataremos históricamente en las Secciones que siguen; pero debemos terminar con algunos detalles más acerca del asunto de las «Serpientes».

Estos toscos comentarios sobre las Estancias Arcaicas tienen que terminar aquí. Otras aclaraciones requieren pruebas, obtenidas de obras antiguas, medievales y modernas, que han tratado estos asuntos. Todos estos testimonios hay ahora que reunirlos, que cotejarlos y que ordenarlos mejor, de manera que llamen la atención del lector sobre este tesoro de pruebas históricas. Y como nunca insistiremos demasiado sobre el múltiple significado del extraño y sugestivo símbolo (tantas veces mencionado) del «tentador del hombre» (con arreglo a la luz ortodoxa de la Iglesia), parece más prudente agotar el asunto con todo género de pruebas en esta ocasión, aun a riesgo de incurrir en repeticiones. Nuestros teólogos y simbologistas han entendido invariablemente siempre que los Titanes y Kabires están indisolublemente relacionados con el grotesco personaje llamado el «Diablo», y todas las pruebas que se presentan contra su teoría han sido hasta ahora igualmente rechazadas e ignoradas. Por tanto, los Ocultistas no deben descuidar nada que tienda a destruir esta conspiración de la calumnia. Así, pues, nos proponemos dividir los asuntos que estos tres versículos abarcan, en varios grupos, y examinarlos tan cuidadosa y completamente como nos lo permita el espacio de que disponemos. De este modo podremos añadir unos cuantos detalles más a los testimonios generales que presenta la antigüedad respecto de las doctrinas más discutidas sobre el Ocultismo y la Doctrina Esotérica, cuya masa principal, sin embargo, se encontrará en la Parte II del tomo IV, sobre Simbología.

SERPIENTES Y DRAGONES BAJO DIFERENTES SIMBOLISMOS

El nombre del Dragón en la Caldea no era escrito fonéticamente; sino representado por dos monogramas, significando probablemente, según los orientalistas, «el escamoso». «Esta descripción, —observa muy pertinentemente G. Smith—, se puede, por supuesto, aplicar ya a un dragón fabuloso, a una serpiente o a, un pescado». A esto podemos añadir que en un aspecto se aplica a Makara, el décimo Signo del Zodíaco, término sánscrito de un animal anfibio no descrito, llamado generalmente Cocodrilo, pero que en realidad significa algo más. Ésta es, pues, una admisión virtual de que los asiriólogos, en todo caso, no saben nada de cierto respecto de la condición del Dragón en la antigua Caldea. De la Caldea fue de donde los judíos obtuvieron su simbolismo, que luego les fue robado por los cristianos, quienes hicieron del «escamoso» una entidad viviente y un poder maléfico.

En el Museo Británico puede verse un ejemplar de Dragones «alados y con escamas». En esta representación de los sucesos de la Caída, según la misma autoridad, hay también dos figuras sentadas a cada lado de un «árbol», y alargando sus manos hacia la «manzana», mientras que detrás del «árbol» se halla la Serpiente-Dragón. Esotéricamente, las dos figuras son dos «Caldeos» dispuestos para la iniciación, simbolizando la Serpiente al Iniciador; mientras que los Dioses celosos, que maldicen al árbol, son el clero profano exotérico. ¡No hay mucho aquí del «suceso bíblico» literal, como puede ver cualquier Ocultista!

«El Gran Dragón solo tiene respeto a las Serpientes de la Sabiduría», dice la Estancia, probando así la exactitud de nuestra explicación de las dos figuras y de la «Serpiente».

«Las Serpientes que volvieron a descender… que enseñaron e instruyeron» a la Quinta Raza. ¿Qué hombre, en su juicio, es capaz en nuestra época de creer que con esto se quiera significar verdaderas serpientes? De aquí la grosera suposición (admitida ahora casi como axioma entre los hombres científicos) de que los que en la antigüedad escribieron sobre los varios Dragones y Serpientes sagrados, eran, o bien gente crédula y supersticiosa, o tenían la intención de engañar a otros más ignorantes que ellos. Sin embargo, desde Homero abajo, el término implica algo oculto para el profano.

«Terribles son los Dioses cuando se manifiestan» esos Dioses a quienes los hombres llaman Dragones. Eliano, tratando en su De Natura Animalium de estos símbolos ofidios, hace ciertas observaciones que demuestran que comprendía bien la naturaleza de estos símbolos, los más antiguos. Así, refiriéndose al verso homérico antes mencionado, explica muy pertinentemente:

Pues del Dragón, a la vez que es sagrado y se le debe rendir culto, tiene dentro de sí mismo algo más aún de la naturaleza divina, la cual es mejor [¿para otros?] seguir ignorando[803].

El símbolo del «Dragón» tiene un séptuple significado, y de estos siete significados puede exponerse el más elevado y el inferior. El más elevado es idéntico al «Nacido por Sí», el Logos, el Aja hindú. Entre los gnósticos cristianos llamados naasenios, o adoradores de la Serpiente, era la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo. Su símbolo era la constelación del Dragón[804]. Sus siete «Estrellas» son las siete estrellas que están en la mano del «Alfa y Omega» en el Apocalipsis. En su significado más terrestre, el término «Dragón» fue aplicado a los hombres «Sabios».

Esta parte del simbolismo religioso de la antigüedad es muy abstrusa y misteriosa, y puede que siga siendo incomprensible para el profano. En nuestra época moderna choca tanto en los oídos cristianos, que a pesar de nuestra decantada civilización, apenas si puede dejar de considerarse como denuncia directa del dogma cristiano más favorito. Semejante asunto requirió, para hacerle justicia, la pluma y el genio de Milton, cuya ficción poética se ha arraigado ahora en la Iglesia como un dogma revelado.

¿Se originó la alegoría del Dragón y de su supuesto conquistador en el cielo con San Juan, en su Apocalipsis? Terminantemente contestamos: No. El «Dragón» de San Juan es Neptuno, el símbolo de la Magia Atlante.

A fin de poder demostrar esta negación, se ruega al lector que examine el simbolismo de la serpiente o del Dragón bajo sus diversos aspectos.

LOS SIGNOS SIDERALES Y CÓSMICOS

Todos los astrónomos, sin hablar de los Ocultistas y astrólogos, saben que, figuradamente hablando, la Luz Astral, la Vía Láctea y también el sendero del Sol hacia los trópicos de Cáncer y Capricornio, así como también los Círculos del Año sideral o tropical, fueron siempre llamados «Serpientes» en la fraseología alegórica y mística de los Adeptos.

Esto, tanto cósmica como metafóricamente considerado. Poseidón es un «Dragón»: el Dragón «Chozzar, llamado Neptuno por el profano» según los gnósticos Peráticos; la «Serpiente buena y perfecta», el Mesías de los naasenios, cuyo símbolo en el Cielo, es Draco.

Pero debemos distinguir entre los diversos caracteres de este símbolo.

El Esoterismo zoroastriano es idéntico al de la Doctrina Secreta; y cuando un Ocultista lee en el Vendîdâd quejas contra la «Serpiente», cuyas mordeduras han transformado la eterna y hermosa primavera de Airyana Vaêjô, cambiándola en invierno, generando la enfermedad y la muerte, y al mismo tiempo la consunción mental y psíquica, sabe que la Serpiente a que se alude es el Polo Norte, y también el Polo de los Cielos[805]. Estos dos ejes producen las estaciones según el ángulo de inclinación que guardan entre sí. Los dos ejes no eran ya paralelos; de ahí que la primavera eterna de Airyana Vaêjô, «en el buen río Dâitya», hubiese desaparecido y «los Magos Arios tuvieran que emigrar a Sogdiana» —dicen los relatos exotéricos. Pero la Enseñanza Esotérica declara que el polo había sucedido al Ecuador, y que la «Tierra de la Dicha» de la Cuarta Raza, su herencia de la Tercera, se había convertido ahora en la región de la desolación y de la miseria. Solamente esto debería ser una prueba incontrovertible de la gran antigüedad de las Escrituras zoroastrianas. Los neoarios de la edad postdiluviana apenas podían, por supuesto, reconocer las montañas en cuyas cúspides se habían encontrado sus antepasados antes del Diluvio, y habían conversado con los puros «Yazatas» o Espíritus celestiales de los Elementos, cuya vida y alimento habían una vez compartido. Según indica Eckstein:

El Vendîdâd parece señalar un gran cambio en la atmósfera del Asia central; fuertes erupciones volcánicas, y el derrumbamiento de toda una cordillera de montañas en la proximidad de la cordillera de Kara-Korum[806].

Los egipcios, según Eusebio, que por milagro escribió la verdad una vez, simbolizan al Kosmos por un gran círculo ígneo, con una serpiente con cabeza de halcón, trazada a través de su diámetro.

Aquí vemos el polo de la tierra dentro del plano de la eclíptica, seguido de todas las consecuencias termales que debe acarrear semejante estado de los cielos; cuando todo el Zodíaco en 25 000 [y pico] de años, tiene que haber «enrojecido con las llamas del sol», y cada signo debe de haber sido vertical respecto de la región polar[807].

Meru, la Mansión de los Dioses, como se ha explicado antes, era colocado en el Polo Norte, mientras que Pâtâla, la Región Inferior, se suponía que se encontraba hacia el Sur. Como cada símbolo en la Filosofía Esotérica tiene siete claves, Meru y Pâtâla tienen, geográficamente, un significado y representan localidades, mientras que, astronómicamente, tienen otro y representan los «dos polos»; cuyo último significado ha inducido a que muchas veces se les haya interpretado en el sectarismo exotérico como la «Montaña» y el «Abismo», o el Cielo y el Infierno. Si nos concretamos por ahora al significado astronómico y al geográfico, se verá que los Antiguos conocían la topografía y naturaleza de las regiones Ártica y Antártica mejor que ninguno de nuestros Astrónomos modernos. Ellos tenían buenas razones para llamar al uno la Montaña y al otro el Abismo. Como lo explica a medias el autor antes citado, Helion y Acheron significan casi lo mismo. «Heli-on es el Sol en su mayor altura», Heli-os o Eli-os significa el «más elevado», y Acheron está a 32 grados sobre el Polo y debajo, suponiéndose por esto que el río alegórico toca el horizonte Norte a los 32 grados de latitud. La vasta hondonada, para siempre oculta a nuestra vista, que rodeaba el Polo Sur, fue llamada por los primeros astrónomos el Abismo, al paso que observando, hacia el Polo Norte, que siempre aparecía sobre el horizonte cierto circuito en el cielo, lo llamaron la Montaña. Como el Meru es la mansión elevada de los Dioses, se decía éstos de que ascendían y descendían periódicamente; con lo cual significaban (astronómicamente) los Dioses Zodiacales, el paso del Polo Norte original de la Tierra al Polo Sur del Cielo.

En aquel tiempo, al mediodía, la eclíptica sería paralela al meridiano, y parte del Zodíaco descendería del Polo Norte al horizonte Norte; cruzando los ocho anillos de la serpiente [ocho años siderales o más de 200 000 años solares], lo cual parecería como una escala imaginaria con ocho peldaños desde la tierra al Polo, esto es, el trono de Jove. Por esta escala, pues, los Dioses, o sea los Signos del Zodíaco, ascendían y descendían [la escala de Jacob y los Ángeles]… Hace más de 40 000 años que el Zodíaco formó los bordes de esta escala[808].

Ésta es una explicación ingeniosa, aun cuando no esté completamente exenta de herejía Oculta. Sin embargo, está más cerca de la verdad que muchas otras de carácter científico, y especialmente teológico. Como se ha dicho, la Trinidad Cristiana fue puramente astronómica desde su principio. Esto fue lo que hizo decir a Rutilio de aquellos que la euhemerizaron: «Judæa gens, radix stultorum».

Pero el profano, y especialmente los cristianos fanáticos que están siempre detrás de la corroboración de la letra muerta de sus textos, persisten en ver en el Polo Celeste a la verdadera Serpiente del Génesis, Satán, el enemigo de la especie humana; mientras que en realidad es una metáfora cósmica. Cuando se dice que los Dioses abandonan la Tierra, significa no solo los Dioses, los Protectores e Instructores, sino también los Dioses menores: los Regentes de los Signos del Zodíaco. Los primeros, como Entidades reales existentes, que dieron nacimiento, criaron e instruyeron a la humanidad en su temprana edad, aparecen en todas las escrituras, tanto en la de Zoroastro como en los Evangelios indos. Ormuzd o Ahura Mazda, el «Señor de la Sabiduría», es la síntesis de los Amshaspends, o Amesha Spentas, los «Bienhechores Inmortales[809]», el «Verbo» o el Logos, y sus seis aspectos más elevados en el Mazdeísmo. Estos «Bienhechores Inmortales» son descritos en el Zamyad Yasht como:

Los Amesha Spentas, los resplandecientes, de ojos eficaces, los grandes, los serviciales… los imperecederos y puros… los cuales son todos siete de una misma mente, de una misma palabra, obrando todos siete del mismo modo… y que son los creadores y destructores de las criaturas de Ahura Mazda, sus creadores y vigilantes, sus protectores y regentes.

Estas cuantas líneas bastan para indicar el carácter doble y hasta triple de los Amshaspends, nuestros Dhyân Chohans o las «Serpientes de la Sabiduría». Son ellos idénticos a Ormuzd (Ahura Mazda), y sin embargo aparte de él. Son también los Ángeles de las Estrellas de los cristianos —los Estrella-Yazatas de los zoroastrianos— y también los Siete Planetas (incluyendo el Sol) de todas las religiones[810]. El epíteto «los resplandecientes, de ojos eficaces», lo prueba. Esto es en los planos sideral y físico. En el espiritual, son los Poderes Divinos de Ahura Mazda; pero en el plano astral o psíquico, son los «Constructores», los «Vigilantes», los Pitris o Padres, y los primeros Preceptores de la humanidad.

Cuando los mortales se hayan espiritualizado lo suficiente, ya no habrá necesidad de forzar en ellos una comprensión exacta de la antigua Sabiduría. Los hombres sabrán entonces que jamás ha habido todavía un gran reformador del Mundo cuyo nombre haya pasado a nuestra generación, que:

Ellos reconocerán, entonces, la causa que produce ciertos enigmas de las edades, tanto en la historia como en la cronología; la razón, por ejemplo, de por qué es imposible para ellos asignar una época verdadera a Zoroastro, que se ve multiplicado por doce y por catorce en el Dabistân; de por qué los números y las individualidades de los Rishis y Manus están tan mezclados; de por qué Krishna y Buddha hablan de sí mismos como de reencarnaciones, identificándose Krishna con el Rishi Nârâyana, y exponiendo Gautama una serie de nacimientos anteriores; y de por qué al primero especialmente, siendo «el supremo Brahmâ mismo, —se le llama, sin embargo, Amshâmshavatâra— una parte de una parte» solamente del Supremo en la Tierra; finalmente, por qué Osiris es un Gran Dios y al mismo tiempo un «Príncipe en la Tierra», que reaparece en Thoth Hermes; y por qué a Jesús (en hebreo, joshua) de Nazareth se le reconoce kabalísticamente en Joshua, el hijo de Nun, así como en otros personajes. La Doctrina Esotérica explica todo esto diciendo que cada uno de éstos, así como muchos otros, aparecieron primeramente en la Tierra como uno de los Siete Poderes del Logos, individualizado como un Dios o Ángel (Mensajero); luego, mezclados con la Materia, reaparecieron por turno como grandes Sabios e Instructores que «enseñaron» a la Quinta Raza, después de haber instruido a las dos Razas precedentes; gobernaron durante las Dinastías Divinas, y finalmente se sacrificaron para renacer en varias circunstancias en bien de la humanidad, y por su salvación en ciertos períodos críticos; hasta que en sus últimas encarnaciones se convirtieron verdaderamente en solo «partes de una parte» sobre la Tierra, aunque defacto sean el Uno Supremo en la Naturaleza.

Ésta es la metafísica de la Teogonía. Cada «Poder» de los SIETE, una vez individualizado, tiene a su cargo uno de los elementos de la creación y lo gobierna[811]; de aquí los muchos significados de cada símbolo. Éstos, a menos de ser interpretados con arreglo a los métodos esotéricos, ocasionan confusiones sin cuento.

¿Necesita el kabalista occidental, que generalmente es un adversario del Ocultista oriental, una prueba? Que lea Histoire de la Magie[812] de Eliphas Lévi y examine cuidadosamente su «Gran Símbolo Kabalístico» del Zohar. Allí en el grabado encontrará un desarrollo de los «triángulos intelectuales», un hombre blanco arriba y una mujer negra abajo invertida, con las piernas pasando bajo los brazos extendidos de la figura masculina y apareciendo por la espalda, mientras que sus manos se juntan en ángulo a cada lado. Eliphas Lévi hace de este símbolo, Dios y la Naturaleza; o Dios, la «Luz», reflejado inversamente en la Naturaleza y en la Materia, las «Tinieblas». Kabalística y simbólicamente tiene razón; pero solo en lo que se refiere a la cosmogonía emblemática. Ni él ni los kabalistas han inventado el símbolo. Las dos figuras en piedra blanca y negra han existido en los templos de Egipto desde tiempo inmemorial, según la tradición y la historia, hasta los mismos días del Rey Cambises, que personalmente las vio. Por tanto, el símbolo ha debido existir hasta hace cerca de 2500 años, cuando menos; pues Cambises, que era hijo de Ciro el Grande, sucedió a su padre el año 529 A. de C. Estas figuras eran los dos Kabiri, personificando los polos opuestos. Herodoto[813] refiere a la posteridad que cuando Cambises entró en el templo de los Kabirim, rompió a reír estrepitosamente, al percibir lo que pensó era un hombre de pie y una mujer cabeza abajo ante él. Éstos eran, sin embargo, los polos, con cuyo símbolo se quería conmemorar «el paso del Polo Norte original de la Tierra al Polo Sur del cielo», según lo comprendió Mackey[814]. Pero también representaban los Polos invertidos, a consecuencia de la gran inclinación del eje, que cada vez daba por resultado el desplazamiento de los mares, la sumersión de las tierras polares y el consiguiente levantamiento de nuevos continentes en las regiones ecuatoriales, y viceversa. Estos Kabirim eran los Dioses del «Diluvio».

Esto puede ayudarnos a conseguir la clave de la aparente inextricable confusión entre los numerosos nombres y títulos dados a los mismos Dioses y clases de Dioses. Faber, al principio de este siglo, mostró la identidad de los Coribantes, Curetas, Dióscuros, Anactes, Dii Magni, Idei Dáctilos, Lares, Penates, Manes[815], Titanes y Aletæ, con los Kabiri. Y hemos indicado que estos últimos eran lo mismo que los Manus, los Rishis y nuestros Dhyân Chohans, que encarnaron en los Elegidos de la Tercera y Cuarta Razas. Así, mientras que en Teogonía los Kabiri-Titanes fueron siete Grandes Dioses, cósmica y astronómicamente los Titanes eran llamados Atlantes, porque quizás, como Faber dice, estaban relacionados con at-al-as, el «sol divino», y con tit, el «diluvio». Pero ésta, a ser verdad, es solo la versión exotérica. Esotéricamente, el significado de sus símbolos depende del apelativo, o título, usado. Los siete Grandes Dioses misteriosos, que inspiran temerosa veneración —los Dióscuros[816], las deidades envueltas en la obscuridad de la Naturaleza Oculta— se convierten en los ldei Dáctilos, o Ideic «Dedos» entre los Adeptos sanadores por medio de los metales. La verdadera etimología del nombre Lares, que ahora significa «Fantasmas, —debe buscarse en la palabra etrusca lars—, conductor», «jefe». Sanchoniaton traduce la palabra Aletæ por «adoradores del fuego», y Faber cree que se deriva de al-orit, el «Dios del Fuego». Ambos tienen razón, pues en los dos casos es una referencia al Sol, el Dios «más elevado» hacia quien «gravitan» los Dioses planetarios (astronómica y alegóricamente), y al que adoran. Como Lares, son verdaderamente las Deidades Solares, aunque la etimología de Faber, de que «Lar es una contracción de El-Ar, la deidad solar[817]», no es muy correcta. Ellos son los Lares, los Conductores y jefes de los hombres. Como Aletæ eran, astronómicamente, los siete Planetas; y como Lares eran, místicamente, los Regentes de estos Planetas, nuestros Protectores y Gobernadores. Para objetos del culto exotérico o fálico, así como también cósmicamente, eran los Kabiri, cuyos atributos y dobles facultades se denotaban por los nombres de los templos a los que respectivamente pertenecían, así como también por los de sus sacerdotes. Todos ellos, sin embargo, pertenecían a los grupos creadores e informadores septenarios de Dhyân Chohans. Los sabeos, que adoraban a los «Regentes de los Siete Planetas», del mismo modo que los hindúes adoran a sus Rishis, tenían a Seth y a su hijo Hermes (Enoch o Enos), como el más elevado de los Dioses Planetarios. Seth y Enos fueron tomados de los sabeos y luego desfigurados (exotéricamente) por los judíos; pero la verdad respecto de ellos puede aún descubrirse hasta en el Génesis[818]. Seth es el «Progenitor» de aquellos hombres primitivos de la Tercera Raza en que habían encarnado los Ángeles Planetarios; él mismo era un Dhyân Chohan, y pertenecía a los Dioses informadores, y Enos (Hanoch o Enoch) o Hermes, se decía que era su hijo; siendo Enos un nombre genérico de todos los «Videntes» primitivos (Enoichion). De ahí el culto. El escritor árabe Soyuti dice que los anales más primitivos mencionan a Seth, o Set, como fundador del Sabeísino, y que las pirámides que representan el sistema planetario eran consideradas como el lugar del sepulcro tanto de Seth como de Idrus (Hermes o Enoch)[819]; que allí iban los sabeos en peregrinación, y cantaban oraciones siete veces al día volviéndose hacia el Norte (Monte Meru, Kaph, Olimpo, etc.)[820]. Abd Allatif nos refiere también algunas cosas curiosas acerca de los sabeos y de sus libros, y también Eddin Ahmed Ben Yahya, que escribió 200 años más tarde. Al paso que este último sostiene «que cada pirámide estaba consagrada a una estrella» (al Regente de una Estrella más bien), Abd Allatif nos asegura que había leído en libros sabeos antiguos que «una pirámide era la tumba de Agathodaemon y la otra de Hermes[821]».

Agathodæmon no era otro que Seth, y según algunos escritores, Hermes fue su hijo.

Añade Mr. Staniland Wake en The Great Pyramid[822]:

Así, pues, mientras que en Samotracia y en los templos egipcios más antiguos, los Kabiri eran los Grandes Dioses Cósmicos —los Siete y los Cuarenta y nueve Fuegos Sagrados—, en los templos griegos sus ritos se hicieron casi fálicos, y por tanto obscenos, para el profano. En este último caso eran tres y cuatro, o siete —los principios masculino y el femenino—, la crux ansata. Esta división muestra por qué algunos escritores clásicos sostenían que solo eran tres, mientras que otros mencionaban cuatro. Éstos eran Axieros (en su aspecto femenino Deméter); Axiokersa (Perséfona)[823]; Axiokersos (Plutón o Hades); y Kadmos o Kasmilos (Hermes, no el Hermes itifálico mencionado por Herodoto[824], sino «el de la leyenda sagrada» que solo se explicaba durante los Misterios Samotracianos). Esta identificación, que según la Glosa sobre Apolonio de Rodas[825] se debe a una indiscreción de Mnaseas, en realidad no es ninguna identificación, pues los nombres solos no revelan mucho[826]. Otros, además, han sostenido con igual razón, desde su punto de vista, que solo había dos Kabiri. Éstos eran, esotéricamente, los dos Dióscuros, Cástor y Pólux; y exotéricamente Júpiter y Baco. Estos dos personificaban geodésicamente a los polos terrestres; y astronómicamente el polo terrestre y el polo de los cielos; y también el hombre físico y el espiritual. Para comprender la alegoría, solo se necesita leer esotéricamente la historia de Semelé y de Júpiter, y el nacimiento de Baco, Bimater, con todas las circunstancias que median. La parte que representan en el suceso el Fuego, el Agua, la Tierra, etc., en las muchas versiones, mostrará cómo el «Padre de los Dioses» y el «Dios jovial del Vino» personificaban también los dos polos terrestres. Los elementos telúrico, metálico, magnético, eléctrico e ígneo son todos otras tantas alusiones y referencias al carácter cósmico y astronómico de la tragedia del diluvio. En Astronomía, los polos son verdaderamente la «medida celeste»; y lo mismo son los Kabiri-Dióscuros, como se mostrará, y los Kabiri-Titanes, a quienes Diodoro atribuye la «invención del Fuego[827]» y el arte de trabajar el hierro. Por otra parte, Pausanias[828] indica que la deidad Kabiri, original, era Prometeo.

Pero el hecho de que, astronómicamente, los Titanes-Kabirim, fuesen también los Generadores y Reguladores de las Estaciones, y cósmicamente las grandes Energías Volcánicas —los Dioses que presiden sobre todos los metales y obras terrestres—, no impide que, en su carácter divino, original, sean las Entidades benéficas, que, simbolizadas en Prometeo, trajeron la luz al mundo y dotaron a la Humanidad de inteligencia y razón. Son ellos de modo preeminente en todas las teogonías, en especial la hindú, los Fuegos Divinos Sagrados, Tres, Siete o Cuarenta y nueve, con arreglo a lo que la alegoría exige. Sus mismos nombres lo prueban; pues ellos son los Agniputra, o Hijos del Fuego, en la India, y los Genios del Fuego, bajo nombres numerosos, en Grecia y en otras partes. Welcker, Maury y ahora Decharme muestran al nombre kabeiros significando «el poderoso por medio del fuego» del caiw griego, «quemar». La palabra semítica kabirim contiene la idea de «el poderoso, el potente y el grande», correspondiendo al hegáloi, dunatoí, griegos; pero éstos son epítetos posteriores. Estos Dioses fueron universalmente reverenciados, y su origen se pierde en la noche de los tiempos. Pero ya fueran adorados en Frigia, Fenicia, la Tróade, Tracia, Egipto, Lemnos o Sicilia, su culto siempre estuvo relacionado con el Fuego, sus templos siempre fueron construidos en las localidades más volcánicas, y en el culto exotérico pertenecían a las Divinidades Ctonianas, y por tanto, el Cristianismo ha hecho de ellos Dioses Infernales.

Son ellos, verdaderamente, «los grandes, benéficos y poderosos Dioses», como Casio Hermone los llama[829]. En Tebas, Core [Korê o Perséfona] y Deméter, los Kabirim tuvieron un santuario[830], y en Menfis los Kabiri tenían un templo tan sagrado, que nadie, excepto los sacerdotes, podían penetrar en sus sagrados recintos[831]. Pero al mismo tiempo, no debemos perder de vista el hecho de que el título de Kabiri era genérico; que los Kabiri, poderosos Dioses, así como mortales, eran de ambos sexos, y también terrestres, celestes y cósmicos; que mientras en este último carácter de regentes de poderes siderales y terrestres se simbolizaba un fenómeno puramente geológico —como ahora se le considera— en las personas de estos gobernadores, fueron ellos también, en el principio de los tiempos, los Regentes de la Humanidad, cuando, encarnados como Reyes de las «Dinastías Divinas», dieron el primer impulso a la civilización, dirigiendo la mente con que habían dotado a los hombres hacia la invención y perfección de todas las artes y ciencias. He aquí por qué se dice que los Kabiri aparecieron como bienhechores de los hombres, y como tales vivieron durante edades en la memoria de las naciones. A estos Kabiri o Titanes se atribuye la invención de las letras (el Deva-nâgari, o alfabeto y lenguaje de los Dioses), de las leyes y legislatura, de la arquitectura y también de los diversos modos de la llamada magia, así como del uso medicinal de las plantas. Hermes, Orfeo, Cadmo, Asclepio, todos esos semidioses y Héroes a quienes se atribuye la revelación de las ciencias, a los hombres (y en quienes Bryant, Faber, el obispo de Cumberland y tantos otros escritores cristianos —demasiado celosos para decir la verdad clara— quisieran obligar a la posteridad a ver solo copias paganas de un único prototipo llamado Noé), son todos nombres genéricos.

A los Kabiri se les atribuye el haber revelado la gran merced de la agricultura, produciendo grano o trigo. Lo que Isis-Osiris, el Kabir en un tiempo vivo, hizo en Egipto, se dice que Ceres lo hizo en Sicilia; todos pertenecen a una clase.

El caduceo de Mercurio muestra también que las serpientes fueron siempre emblemas de sabiduría y prudencia, pues Mercurio es uno con Thot, el Dios de la Sabiduría; con Hermes y así sucesivamente. Las dos serpientes enroscadas alrededor de la vara son símbolos fálicos de Júpiter y otros Dioses, que se transformaron en serpientes con objeto de seducir a Diosas solo para las imaginaciones impuras de los simbologistas profanos. La serpiente ha sido siempre el símbolo del Adepto y de sus poderes de inmortalidad y conocimiento divino. Mercurio, en su carácter psicopómpico, conduciendo y guiando las almas de los muertos al Hades con su Caduceo, y hasta despertándolas a la vida con él, es una sencilla y transparente alegoría. Muestra ésta el poder doble de la Sabiduría Secreta: la Magia blanca y la negra; muestra a esta Sabiduría personificada, guiando al Alma después de la muerte, y ostentando el poder de llamar a la vida lo que está muerto; metáfora profunda si se piensa sobre su significado. Todos los pueblos de la antigüedad, excepto uno, reverenciaban este símbolo; la excepción consiste en los cristianos, que quisieron olvidar la «serpiente de bronce» de Moisés, y hasta el reconocimiento de la gran sabiduría y prudencia de la «serpiente, —por el mismo Jesús—: Sed sabios como serpientes e inofensivos como palomas». Los chinos, una de las naciones más antiguas de nuestra Quinta Raza, hicieron de ella el emblema de sus Emperadores, que son así los sucesores degenerados de las «Serpientes» o Iniciados que gobernaron a las primeras razas de la Quinta Humanidad. El trono del Emperador es la «Sede del Dragón», y los vestidos de Corte están bordados con figuras de dragones. Los aforismos de los libros más antiguos de China, por otra parte, dicen claramente que el Dragón es un Ser humano, al par que divino. Hablando del «Dragón Amarillo», jefe de los demás, el Twan-ying-t’u dice:

Su sabiduría y virtud son insondables… no va en compañía y no vive asociado [es un asceta]… Vaga en los desiertos más allá de los cielos. Va y viene, cumpliendo el decreto [Karma]; en las épocas debidas, si existe la perfección, se muestra, de lo contrario permanece [invisible].

Y Lü-lan asegura que Confucio dijo: El Dragón se alimenta en la pura (agua) [de la Sabiduría], y se recrea en la clara (agua) [de la Vida][832].

NUESTROS INSTRUCTORES DIVINOS

Ahora bien: la Atlántida y la Isla Flegiana no son los únicos anales que quedaron del Diluvio. La China tiene también su tradición, y la historia de una isla o continente, que llama Ma-li-ga-si-ma, lo que Kæmpfer y Faber leen «Maurigasima» por algunas razones fonéticas misteriosas, suyas propias. Kæmpfer, en su Japan[833] expone la tradición. La isla, debido a la iniquidad de sus gigantes, se hunde en el fondo del Océano, y Peiruun, el rey, el Noé chino, escapa solo con su familia gracias a un aviso de los Dioses, por conducto de dos ídolos. Este príncipe piadoso y sus descendientes poblaron la China. Las tradiciones chinas hablan de las Dinastías Divinas de Reyes con tanta frecuencia como la de otras naciones.

Al mismo tiempo no hay un solo fragmento antiguo que no presente la creencia en una evolución multiforme y hasta multigenérica de seres humanos —espiritual, psíquica, intelectual y física— tal como se ha descrito en la presente obra. Ahora consideremos algunos de estos asertos.

Nuestras razas, dicen todas que han salido de Razas Divinas, cualquiera que sea el nombre que se les dé. Ya tratemos de los Rishis o Pitris indios; de los Chim-nang y Tchan-g chinos, su «Hombre Divino» y sus Semidioses; del Dingir y Mul-lil accadio —el Dios Creador y los «Dioses del Mundo de los Fantasmas»; del Isis-Osiris y Thot egipcio; de los Elohim hebreos, y también de Manco-Capac y su progenie peruana—, la historia es la misma en todas partes. Cada nación tiene o los siete y diez Rishi-Manus y Prajâpatis; los siete y diez Ki-y; o los diez y siete Amshaspends[834] (seis exotéricamente); diecisiete Annedoti caldeos; diecisiete Sephiroth, etc. Cada uno y todos se han derivado de los primitivos Dhyân Chohans de la Doctrina Secreta, o los «Constructores» de las Estancias del volumen I. Desde Manu, Thot-Hermes, Oannes-Dagon y Edris-Enoch, hasta Platón Panodoro, todos nos hablan de siete Dinastías Divinas, de siete divisiones Lémures y siete Atlantes de la Tierra; de los siete Dioses primitivos y dobles que descienden de su Mansión Celeste[835], y reinan sobre la Tierra, enseñando a la humanidad Astronomía, Arquitectura y todas las demás ciencias que han llegado hasta nosotros. Estos Seres aparecen primeramente como Dioses y Creadores; luego se sumen en el hombre naciente, para surgir finalmente como «Reyes y Gobernadores Divinos». Pero este hecho se ha olvidado gradualmente. Como muestra Basnage, los egipcios mismos confesaban que la Ciencia había florecido en su país solo desde el tiempo de Isis-Osiris, a quienes continuaban adorando como Dioses, «aun cuando se habían convertido en príncipes con forma humana». Y añade él respecto del Divino Andrógino:

Se dice que este príncipe [Isis-Osiris] construyó ciudades en Egipto, hizo cesar las inundaciones excesivas del Nilo; inventó la agricultura, el uso del vino, la música, la astronomía y la geometría.

Cuando Abul Fida, en su Historia Anteislamítica[836], dice que el «lenguaje sabeo» fue establecido por Seth y Edris (Enoch), quiere significar la astronomía. En el Melelwa Nahil[837], Hermes es llamado el discípulo de Agathodæmon. Y en otro relato[838], a Agathodæmon se le menciona como un «Rey de Egipto». El Celepas Geraldinus nos proporciona algunas tradiciones curiosas acerca de Henoch, a quien llama el «Gigante Divino». El historiador Ahmed Ben Yusouf Eltiphas, en su Libro de los Diversos nombres del Nilo, nos refiere la creencia, entre los árabes semitas, de que Seth, que más tarde se convirtió en el Tifón egipcio, Set, había sido uno de los Siete Ángeles o Patriarcas de la Biblia; luego se convirtió en un mortal e hijo de Adán, después de lo cual comunicó el don de la profecía y de la Ciencia astronómica a Jared, quien lo traspasó a su hijo Henoch. Pero Henoch (Idris), «el autor de treinta libros», era «de origen sabeo, —esto es, pertenecía a la Saba—, una Hueste»:

Habiendo establecido los ritos y ceremonias del culto primitivo, fue al Oriente, donde construyó ciento cuarenta Ciudades, de las cuales Edessa era la menos importante; luego volvió a Egipto, cuyo Rey fue[839].

De este modo se le identifica con Hermes. Pero hubo cinco Hermes, o más bien uno, que aparecía, como algunos Manus y Rishis, en varios caracteres diferentes. En el Burham-i-Kati se le menciona como Hormig, un nombre del Planeta Mercurio o Budha; y el Miércoles estaba consagrado tanto a Hermes como a Thot[840]. El Hermes de la tradición oriental fue reverenciado por los Fineates, y se dice que huyó a Egipto después de la muerte de Argos, y lo civilizó bajo el nombre de Thoth[841]. Pero bajo todos estos caracteres, se le atribuye siempre el haber transferido todas las ciencias de la potencia latente a la activa, esto es, haber sido el primero en enseñar la Magia a Egipto y a Grecia, antes de los días de la Magna Græcia, y cuando los griegos no eran ni helenos.

No solo nos habla Herodoto, el «padre de la historia», de las Dinastías maravillosas de Dioses que precedieron al reino de los mortales, seguidas de las Dinastías de Semidioses, de héroes y finalmente de hombres, sino que toda la serie de autores clásicos le apoya. Diodoro, Eratóstenes, Platón, Manethon, etc., repiten el mismo relato, y no varían nunca en el orden expresado.

Según dice Creuzer:

Verdaderamente, de las esferas de las estrellas en donde moran los dioses de la luz desciende la sabiduría a las esferas inferiores… En el sistema de los antiguos sacerdotes [Hierofantes y Adeptos] todas las cosas sin excepción, Dioses, Genios, Almas [Manes], el mundo todo, son conjuntamente desarrolladas en el espacio y el tiempo. La pirámide puede considerarse como el símbolo de esta magnífica jerarquía de espíritus[842].

Los historiadores modernos —los académicos franceses, y Renán especialmente— son los que han hecho más esfuerzos para ocultar la verdad, haciendo caso omiso de los antiguos anales de los Reyes Divinos, que lo que es compatible con la honradez. Pero M. Renán no ha estado nunca menos deseoso que lo estuvo Eratóstenes (260 antes de Cristo) para aceptar la desagradable verdad; y sin embargo, este último se vio obligado a reconocer el hecho. Por tal motivo, el gran astrónomo es tratado con gran desdén por sus colegas, 2000 años más tarde. Manethon es para ellos «un sacerdote supersticioso nacido y criado en la atmósfera de otros sacerdotes embusteros de Heliópolis». Según observa acertadamente el demonólogo De Mirville:

Todos esos historiadores y sacerdotes, tan veraces cuando repiten las historias de reyes y hombres humanos, se hacen repentinamente en extremo sospechosos tan pronto como tratan de sus dioses.

Pero ahí está la tabla sincrónica de Abydos, la cual, gracias al genio de Champollion, ha vindicado ahora la buena fe de los sacerdotes de Egipto (de Manethon sobre todo) y de Ptolomeo, en el papiro de Turín, el más notable de todos. Según las palabras del egiptólogo De Rougé:

… Champollion, lleno de profunda sorpresa, vio que tenía ante sus propios ojos los restos de una lista de Dinastías que abarcaba los tiempos míticos más remotos o los Reinados de los Dioses y Héroes… Desde el principio mismo de este curioso papiro, tenemos que convencernos de que hasta en un tiempo tan remoto como el período de Ramsés, estas tradiciones míticas y heroicas eran tales como Manethon nos las había transmitido; vemos figurando en ellas, como Reyes de Egipto, a los Dioses Seb, Osiris, Set, Horus, Thoth-Hermes, y a la Diosa Ma, asignándose al reinado de cada uno de éstos un largo período de siglos[843].

Estas tablas sincrónicas, además del hecho de que fueron desfiguradas por Eusebio con propósitos nada honrados, no habían pasado de Manethon. La cronología de los Reyes y Dinastías Divinas, lo mismo que la de la edad de la especie humana, han estado siempre en manos de los sacerdotes, y conservadas secretas para las multitudes profanas.

Ahora bien; aunque el África como continente, se dice que apareció antes que Europa, sin embargo, vino más tarde que la Lemuria y hasta que lo primero de la Atlántida. Toda la región que ahora ocupan Egipto y los desiertos estuvo una vez cubierta por el mar. Esto se supo primero por Herodoto, Strabón, Plinio y otros; y, después, por la Geología. Abisinia fue una vez una isla, y el Delta fue el primer país ocupado por las avanzadas de emigrantes que llegaron del nordeste con sus Dioses.

¿Cuándo fue esto? La historia guarda silencio sobre el asunto. Afortunadamente tenemos el Zodíaco de Dendera, el planisferio del techo de uno de los templos más antiguos de Egipto, que registra el hecho. Este Zodíaco, con sus tres Virgos misteriosos entre Leo y Libra, ha encontrado sus Edipos para comprender el enigma de sus signos y justificar la veracidad de aquellos sacerdotes que dijeron a Herodoto que sus Iniciados enseñaban:

Bailly no tenía palabras suficientes a mano para expresar su sorpresa ante la similitud de todas estas tradiciones sobre las Razas Divinas, y exclama:

¿Qué son, finalmente, todos esos reinados de Devas indios y Peris [persas]; O esos reinados de las leyendas chinas; esos Tien-hoang o los Reyes del Cielo, completamente distintos de los Ti-hoang, o Reyes de la Tierra, y los Gin-hoang, los Reyes hombres, distinciones que están de perfecto acuerdo con las de los griegos y egipcios, al enumerar sus Dinastías de Dioses, de Semidioses y Mortales[844]?.

Según dice Panodoro:

Ahora bien; durante estos miles de años [antes del Diluvio] fue cuando tuvo lugar el Reinado de los Siete Dioses que gobiernan el mundo. En ese período aquellos bienhechores de la humanidad descendieron sobre la Tierra y enseñaron a los hombres a calcular el curso del sol y de la luna por los doce signos de la Eclíptica[845].

Cerca de quinientos años antes de la presente Era, los sacerdotes de Egipto enseñaron a Herodoto las estatuas de sus Reyes humanos y Pontífices-Piromis —los Archiprofetas o Mahâ Chohans de los templos, nacidos el uno del otro, sin intervención de mujer— que habían reinado antes que Menes, su primer Rey humano. Estas estatuas, dice, eran colosos enormes, de madera, en número de trescientos cuarenta y cinco, cada una de las cuales tenía su nombre, historia y anales. También aseguraron ellos a Herodoto —a menos que el más veraz de los historiadores, el «padre de la historia», sea ahora acusado de embustero, precisamente en este punto— que ningún historiador podría nunca comprender ni escribir un relato de estos Reyes sobrehumanos a menos que hubiese estudiado y aprendido la historia de las tres Dinastías que precedieron a la humana, esto es, la DINASTÍA DE LOS DIOSES, la de los Semidioses y la de los Héroes, o Gigantes[846]. Estas «tres» Dinastías son las tres Razas.

Traducido al lenguaje de la Doctrina Secreta, estas tres Dinastías serían también las de los Devas, las de los Kimpurushas y las de los Dânavas y Daityas; por otra parte, Dioses, Espíritus Celestiales y Gigantes o Titanes. «¡Dichosos los que nacen, aun siendo de la condición de Dioses, como los hombres en Bhâratavarsha!» —exclaman los mismos Dioses encarnados, durante la Tercera Raza-Raíz. Bhârata es generalmente la India, pero en este caso simboliza la Tierra Elegida de aquellos días, la cual era considerada la mejor de las divisiones de Jambu-dvîpa, por ser la tierra de las obras activas (espirituales) por excelencia; la tierra de la Iniciación y del «Conocimiento Divino[847]».

No se puede dejar de reconocer en Creuzer grandes facultades intuitivas, cuando, a pesar de que casi desconocía las filosofías indo-arias, que eran muy poco conocidas en su tiempo, le vemos escribir:

Nosotros, los europeos modernos, nos sorprendemos cuando oímos hablar de los Espíritus del Sol, de la Luna, etc. Pero lo repetimos otra vez: el buen sentido natural y el recto juicio de los pueblos antiguos, completamente extraños a nuestras ideas, por completo materiales, de la mecánica y de las ciencias físicas… no podían ver en las estrellas y planetas otra cosa que simples masas de luz, o cuerpos opacos moviéndose en circuitos en el espacio sideral, meramente de acuerdo con las leyes de atracción y repulsión; veían en ellos cuerpos vivos animados por espíritus, así como los veían en todos los reinos de la Naturaleza… Esta doctrina de los espíritus, tan en armonía con la Naturaleza, de la cual se derivaba, constituía, un gran concepto único, en donde los aspectos físico, moral y político formaban un solo conjunto[848].

Solo este concepto es el que puede llevar al hombre a formar una conclusión exacta acerca de su origen y del génesis de todas las cosas en el Universo: del Cielo y de la Tierra, entre los cuales es él un eslabón viviente. Sin semejante eslabón psicológico, y el sentimiento de su presencia, ninguna ciencia puede progresar jamás, y el reino del conocimiento tiene que quedar limitado al análisis de la materia física solamente.

Los Ocultistas creen en «espíritus», porque se sienten (y algunos se ven) rodeados de ellos por todos lados[849]. Los Materialistas, no. Viven en esta Tierra, lo mismo que algunos seres en el mundo de los insectos y hasta en el de los peces, rodeados de miríadas de su propia especie, sin verlos y hasta sin sentirlos[850].

Platón es el primer sabio entre los escritores clásicos que habla con extensión de las Dinastías Divinas. Las coloca en un vasto continente al cual da el nombre de Atlántida. Tampoco fue Bailly el primero ni el último en creer en esto, pues había sido precedido y anticipado en esta teoría por el Padre Kircher, el sabio jesuita, quien, en su Œdipus Ægyptiacus, escribe:

Confieso que durante mucho tiempo consideré todo esto [las Dinastías y la Atlántida] como pura fábula (meras nugas), hasta el día en que, más instruido en las lenguas orientales, pude juzgar que todas estas leyendas deben ser, después de todo, solo el desarrollo de una gran verdad[851].

Según indica De Rougemorit, Teopompo, en su Meropis, presentaba a los sacerdotes de la Frigia y el Asia Menor hablando exactamente como lo hicieron los sacerdotes de Sais cuando revelaron a Solón la historia y destino de la Atlántida. Según Teopompo, era un continente único de extensión indefinida, que contenía dos países habitados por dos razas —una guerrera y otra piadosa y meditadora[852]—, las cuales simboliza Teopompo por dos ciudades[853]. La «ciudad» piadosa era continuamente visitada por los Dioses; la «ciudad» guerrera estaba habitada por varios seres invulnerables al hierro, y que solo podían ser heridos mortalmente por la piedra y la madera[854]. De Rougemont trata esto como una pura ficción de Teopompo, y hasta ve una superchería en el aserto de los sacerdotes saíticos. Fue ello considerado ilógico por los demonólogos. Según las palabras irónicas de De Mirville:

Una superchería que estaba basada en una creencia, producto de la fe de toda la antigüedad; una suposición que, sin embargo, dio su nombre a toda una cordillera (Atlas), que especificaba con la mayor precisión una región topográfica (colocando esta tierra a poca distancia de Cádiz y del Estrecho de Calpe), que profetizaba, 2000 años antes que Colón, la gran tierra transoceánica situada más allá de esa Atlántida, y a la que «se llegaba —se decía— por las islas no de los Benditos, sino de los Buenos Espíritus», eu ldaimónia (nuestras Islas Afortunadas). ¡Semejante suposición puede muy bien no ser más que una quimera universal[855]!.

Lo cierto es que, ya sea «quimera» o realidad, los sacerdotes de todo el mundo lo tenían de una misma fuente, o sea la tradición universal acerca del tercer gran Continente que pereció hace unos 850 000 años[856], un Continente habitado por dos razas distintas, distintas físicamente y sobre todo moralmente, ambas en extremo versadas en la sabiduría primitiva y en los secretos de la naturaleza, y mutuamente enemigas en su lucha, durante el curso y progreso de su doble evolución. Pues ¿de dónde provienen hasta las enseñanzas chinas sobre el asunto, si no es más que una «ficción»? ¿No tienen ellos anales de la existencia en un tiempo de una Isla Santa más allá del sol, Tcheoti, más allá de la cual estaban situadas las tierras de los Hombres Inmortales[857]?. ¿No creen ellos todavía que los restos de esos Hombres inmortales —que sobrevivieron cuando la Isla Santa se convirtió en negra por el pecado y pereció— han encontrado refugio en el gran Desierto de Gobi, en donde residen aún, invisibles para todos y defendidos de toda intrusión por una hueste de Espíritus?

Según escribe el muy incrédulo Boulanger:

Si uno debe prestar oído a las tradiciones, éstas colocan antes del reino de los Reyes, el de los Héroes y Semidioses; y más antiguamente todavía colocan el reinado maravilloso de los Dioses y todas las fábulas de la Edad de Oro… Sorprende que anales tan interesantes hayan sido rechazados por casi todos nuestros historiadores. Y, sin embargo, las ideas que presentan fueron una vez universalmente admitidas y reverenciadas por todas las naciones; no pocas las reverencian todavía, haciendo de ellas la base de su vida diaria. Semejantes consideraciones parecen exigir un juicio menos precipitado… Los antiguos, de quienes tenemos estas tradiciones, las cuales no aceptamos ya porque hemos dejado de comprenderlas, debieron de tener sus razones para creer en ellas, razones proporcionadas por su mayor proximidad a las primeras edades, y que la distancia que a nosotros nos separa, nos rehúsa… Platón, en el libro cuarto de sus Leyes, dice que, mucho antes de la construcción de las primeras ciudades, Saturno había establecido en la tierra cierta forma de gobierno bajo la cual el hombre era muy feliz. Ahora bien; como él se refiere a la Edad de Oro, o a ese reinado de los Dioses tan celebrado en las antiguas fábulas… veamos las ideas que tenía de aquella dichosa edad, y cuál fue la oportunidad que tuvo para introducir esta fábula en un tratado de política. Según Platón, para poder obtener ideas precisas y claras sobre la realeza, su origen y poder, hay que retroceder a los principios de la historia y de la tradición. Grandes cambios, dice, ocurrieron en los tiempos de antaño, en el cielo y en la tierra, y el presente estado de cosas es uno de los resultados [Karma]. Nuestras tradiciones nos hablan de muchas maravillas, de cambios que ocurrieron en el curso del sol, del reinado de Saturno y de mil otras materias que permanecen esparcidas en la memoria humana; pero nunca se oye hablar nada del mal que estas revoluciones han producido, ni del mal que inmediatamente siguió a ellas. Sin embargo… este Mal es el principio de que hay que tratar, para poder ocuparnos de la realeza y del origen del poder[858].

Este Mal, parece que Platón lo ve en la similitud o consubstanciabilidad de las naturalezas de los gobernadores y gobernados; pues dice que mucho antes de que el hombre construyese sus ciudades, en la Edad de Oro, no había más que dicha en la Tierra, porque no había necesidades. ¿Por qué? Porque Saturno, sabiendo que el hombre no podía gobernar al hombre sin injusticia y sin llenar el universo de sus víctimas y su vanidad, no quiso permitir que ningún mortal obtuviese poder sobre sus adictas criaturas. Para conseguir esto, el Dios usó de los mismos medios que nosotros empleamos con nuestros ganados. Nosotros no ponemos un toro ni un carnero al frente de los toros y carneros, sino que les damos un jefe, un pastor, esto es, un ser de especie completamente diferente de la suya y de una naturaleza superior. Esto es precisamente lo que hizo Saturno. Él amaba a la humanidad y no colocó para gobernarla a ningún rey mortal, o príncipe, sino «Espíritus y Genios (daímoneç) de una naturaleza divina superior a la del hombre».

Dios (el Logos, la Síntesis de la Hueste) fue el que, presidiendo de este modo sobre los Genios, se convirtió en el primer Pastor y jefe de los hombres[859]. Cuando el mundo cesó de ser gobernado así, y los Dioses se retiraron, animales feroces devoraron una parte de la humanidad. Abandonados a sus propios recursos e industria, aparecieron entonces sucesivamente Inventores, y descubrieron el fuego, el trigo, el vino; y la gratitud pública los deificó[860].

Y la humanidad tuvo razón, pues el fuego por la fricción fue el primer misterio de la naturaleza, la primera y principal propiedad de la materia que fue revelada al hombre.

Como dicen los comentarios:

Frutos y granos, desconocidos en la tierra hasta entonces, fueron traídos por los «Señores de Sabiduría», de otros Lokas [Esferas] para beneficio de aquellos a quienes gobernaban.

Ahora bien:

Las primeras invenciones [¿?] de la humanidad, son las más maravillosas de todas las que la especie ha hecho nunca… El primer uso del fuego y el descubrimiento de los métodos para encenderlo, la domesticación de los animales; y, sobre todo, el proceso por el cual se desarrollaron primeramente los cereales de algunas hierbas salvajes (¿?) —todos éstos son descubrimientos con los cuáles no puede compararse, en ingenio y en importancia, ninguno de los descubrimientos subsiguientes. Todos son desconocidos de la historia, todos perdidos en la luz de un refulgente amanecer[861].

Esto se dudará y negará en nuestra orgullosa generación. Pero si se asegurase que no hay granos ni frutos desconocidos en la tierra, entonces haremos presente al lector que el trigo no ha sido jamás encontrado en estado silvestre; él no es un producto de la Tierra. A todos los demás cereales se les ha encontrado sus formas primogénitas, en varias especies de hierbas silvestres, pero el trigo ha desafiado hasta ahora los esfuerzos hechos por los botánicos para encontrar su origen. Y tengamos presente, a este propósito, cuán sagrado era este cereal entre los sacerdotes egipcios; el trigo se ponía hasta con sus momias, y se ha encontrado miles de años después en sus ataúdes. Recordemos cómo los servidores de Horus espigan el trigo en el campo de Aanru, trigo de siete codos de alto[862].

Dice la Isis egipcia:

Yo soy la Reina de estas regiones; yo fui la primera en revelar a los mortales los misterios del trigo y del grano… Yo soy aquella que se levanta en la constelación del Perro… Alégrate, ¡oh Egipto!, tú que fuiste mi nodriza[863].

Sirio era llamada la estrella del Perro. Era la estrella de Mercurio o Budha, llamado el gran Instructor de la Humanidad.

El Y-king chino atribuye el descubrimiento de la agricultura a las «instrucciones dadas a los hombres por genios celestiales».

Desgraciados, desgraciados los hombres que no saben nada, que no observan nada, ni quieren ver. Todos ellos están ciegos[864], puesto que permanecen ignorando cuán lleno está el mundo de criaturas diversas e invisibles, que pululan hasta en los sitios más sagrados[865].

Los «Hijos de Dios» han existido y existen. Desde los indos Brahmaputras y Mânasaputras, Hijos de Brahmâ, e Hijos Nacidos de la Mente, hasta los B’ne Aleim de la Biblia judía, la creencia de los siglos y de la tradición universal obliga a la razón a rendirse ante tales evidencias. ¿Qué valor tiene la llamada «crítica independiente», o la «evidencia interna» —basadas ordinariamente en los respectivos conceptos favoritos de los críticos—, frente al testimonio universal, que jamás ha variado a través de los ciclos históricos? Léase esotéricamente, por ejemplo, el capítulo sexto del Génesis, que repite el aserto de la Doctrina Secreta, aunque cambiando ligeramente la forma y sacando una conclusión diferente que contrasta con el mismo Zohar.

Había gigantes en la tierra en aquellos días; y también después de eso, cuando los hijos de Dios [B’ne Aleim] se unieron a las hijas de los hombres, y ellas les dieron hijos, que fueron hombres poderosos desde la antigüedad, hombres célebres [o gigantes][866].

¿Qué significa esta frase, «y también después de eso», a menos que no sea: Había gigantes en la tierra antes, esto es, antes de los Hijos Sin Pecado de la Tercera Raza; y también después de eso, cuando los otros Hijos de Dios, de naturaleza inferior, inauguraron la relación sexual en la Tierra, como hizo Daksha, cuando vio que sus Mânasaputras no querían poblar la Tierra? Y luego viene una larga interrupción en el capítulo, entre los versículos 4 y 5. Pues seguramente no fue en o por la maldad de los «hombres poderosos… hombres célebres», entre los cuales colocan a Nimrod «el poderoso cazador ante el Señor», que «Dios vio que la maldad del hombre era grande», ni tampoco en los constructores de Babel, pues esto era antes del Diluvio; sino en la progenie de los Gigantes que produjeron monstra quædam de genere giganteo, monstruos de los que surgieron las razas inferiores de hombres, representados ahora en la Tierra por unas cuantas tribus miserables que se están extinguiendo, y por los grandes monos antropoides.

Y si los teólogos, ya sean protestantes o católicos romanos, nos llaman al orden, nos basta con enviarlos a sus propios textos literales. El versículo antes citado ha sido siempre un dilema, no solo para los hombres de ciencia y los versados en la Biblia, sino también para los sacerdotes. Pues, según plantea el asunto el reverendo Padre Péronne:

O bien eran (los B’ne Aleim) Ángeles buenos, y en tal caso, ¿cómo podían caer? O eran (Ángeles) malos, y en este caso no podían ser llamados B’ne Aleim, o hijos de Dios[867].

Este enigma bíblico, «cuyo verdadero sentido ningún autor ha podido comprender nunca», según confiesa ingenuamente Fourmont[868], solo puede explicarse por la Doctrina Oculta, por el Zohar para los occidentales, y por el Libro de Dzyan para los orientales. Lo que dice este último ya lo hemos visto; lo que nos dice el Zohar es que B’ne Aleim era un nombre común de los Malachim, los buenos Mensajeros, y de los Ischins, los Ángeles inferiores[869].

Podemos añadir, en beneficio de los demonólogos, que su Satán, el «Adversario», es incluido en el libro de Job entre los «hijos» de Dios o B’ne Aleim que visitan a su padre[870]. Pero de esto trataremos más adelante.

Ahora bien; el Zohar dice que los Ischins, los hermosos B’ne Aleim, no eran culpables, sino que se mezclaron con hombres mortales porque fueron enviados a la tierra con este objeto[871]. En otra parte este mismo libro muestra a los B’ne Aleim como perteneciendo a la décima subdivisión de los «Tronos[872]». Explica también que los Ischins —«Hombres-Espíritus», viri spirituales[873]—, ahora que los hombres ya no pueden verlos, ayudan a los Magos a producir, con su ciencia, homunculi, los cuales no son «hombres pequeños», sino «hombres más pequeños (en el sentido de la inferioridad) que los hombres». Ambos se muestran bajo la forma que los Ischins tenían entonces, esto es, gaseosa y etérea. Su jefe es Azazel.

Pero Azazel, a quien el dogma de la Iglesia persiste en asociar con Satán, no es nada de esto. Azazel es un misterio, según se explica en otra parte, y así lo expresa Maimónides.

Hay un misterio impenetrable en el relato concerniente a Azazel[874].

Y así es; pues Lanci, bibliotecario del Vaticano, a quien hemos citado antes y que debe de saber algo, dice:

Este nombre divino y venerable (nome divino e venerabile) se ha convertido, bajo la pluma de sabios bíblicos, en un demonio, en un desierto, en una montaña y en un chivo[875].

Por tanto, parece una necedad derivar el nombre, como hace Spencer, de Azal (separado) y El (Dios), de donde «uno separado de Dios», o sea el DEMONIO. En el Zohar, Azazel es más bien la «víctima propiciatoria» que el «adversario formal de Jehová», como Spencer quisiera[876].

La cantidad de fantasías y ficciones maliciosas, dedicadas a esta «Hueste» por varios escritores fanáticos, es verdaderamente extraordinaria. Azazel y su «Hueste» son simplemente el «Prometeo» hebreo, y debieran ser considerados desde el mismo punto de vista. El Zohar muestra a los Ischins encadenados a la montaña en el desierto. Esto es alegórico y alude simplemente a estos «Espíritus» como estando encadenados a la Tierra durante el Ciclo de Encarnación. Azazel, o Azazyel, es uno de los jefes de los Ángeles «transgresores» del Libro de Enoch, los cuales, descendiendo sobre el Ardis, la cima del monte Armon, se comprometieron entre sí jurándose mutua lealtad. Se dice que Azazyel enseñó a los hombres a hacer espadas, cuchillos y escudos, a fabricar espejos (¿?), para ver lo que está detrás de uno, esto es, «espejos mágicos». Amazarak instruyó a todos los brujos y a los trituradores de raíces; Arners explicó la Magia; Barkayal, la astrología; Akibeel, el significado de los portentos y de los signos; Tamiel, la astronomía, y Asaradel enseñó el movimiento de la Luna[877]. «Estos siete fueron los primeros instructores del cuarto hombre» (esto es, de la Cuarta Raza). Pero ¿por qué ha de interpretarse siempre la alegoría como significando precisamente lo que expresa su letra muerta?

Es ella la representación simbólica de la gran lucha entre la Sabiduría Divina, Nous, y su Reflexión Terrestre, Psuche, o entre el Espíritu y el Alma, en el Cielo y en la Tierra. En el Cielo, porque la Mónada Divina se había desterrado voluntariamente de él, descendiendo a un plano inferior, con objeto de encarnar, a fin de transformar así el animal de barro en un Dios inmortal. Pues, como nos dice Eliphas Lévi:

Los Ángeles aspiran a ser hombres; pues el Hombre perfecto, el Hombre-Dios está por encima hasta de los Ángeles.

En la Tierra; pues, tan pronto como el Espíritu descendió, fue ahogado en la confusión de la Materia.

Es extraño: la Enseñanza Oculta invierte los caracteres; el Arcángel antropomórfico de los cristianos y el hombre semejante a Dios de los indos son los que representan a la Materia en este caso; y el Dragón o la Serpiente, al Espíritu. El simbolismo Oculto da la clave del misterio; el simbolismo teológico lo oculta aún más. El primero explica muchos de los dichos de la Biblia y hasta del Nuevo Testamento que hasta ahora han permanecido incomprensibles; mientras que el último, debido a su dogma de Satán y su rebelión, ha degradado el carácter y naturaleza de su Dios que quisiera hacer infinito y absolutamente perfecto, y ha Creado el mayor de los males y la maldición mayor sobre la Tierra: la creencia en un Demonio personal. Este misterio ya se ha revelado en parte. La clave para su interpretación metafísica ha sido ahora restablecida, mientras que la de su interpretación teológica muestra a los Dioses y Arcángeles como símbolos de las religiones de la letra muerta o dogmáticas, frente a frente de las puras verdades del Espíritu, desnudas y sin adornos de la fantasía.

Muchas fueron las alusiones que se hicieron en este sentido en Isis sin Velo, y un número aún mayor de indicaciones de este misterio pueden verse esparcidas en estos volúmenes. Para aclarar de una vez el punto: lo que el clero de todas las religiones dogmáticas, principalmente el de la Cristiana, señala como Satán, el enemigo de Dios, es en realidad el Espíritu divino más elevado —la Sabiduría Oculta en la Tierra—, la cual es, naturalmente, contraria a toda ilusión mundana y pasajera, incluso a las religiones dogmáticas o eclesiásticas. Así que la Iglesia Latina, intolerante, fanática y cruel para todos los que no quieren ser sus esclavos; la Iglesia que se llama a sí misma la «esposa» de Cristo, y al mismo tiempo la delegada de Pedro, a quien fue con justicia dirigida la reprensión del Maestro: «Quítate delante de mí, Satán»; y también la Iglesia Protestante, la cual, al paso que se titula cristiana, reemplaza paradójicamente la Nueva Dispensación por la antigua Ley de Moisés, que Cristo repudió abiertamente; estas dos Iglesias están luchando contra la verdad divina, al repudiar y calumniar al Dragón de la Sabiduría Divina Esotérica. Siempre que anatematizan al Chnoupis Solar gnóstico, al Christos Agathodæmon, o la Serpiente Teosófica de la Eternidad, y hasta la Serpiente del Génesis, son impulsados por el mismo espíritu de oscuro fanatismo que impulsó a los fariseos a maldecir a Jesús con las palabras: «¿No decimos con razón que tienes en ti un demonio?».

Léase el relato de Indra (Vâyu) en el Rig Veda, el libro Oculto por excelencia del Arianismo, y compáresele luego con el mismo en los Purânas: la versión exotérica y el relato intencionalmente entresacado de la verdadera Religión de la Sabiduría. En el Rig Veda, Indra es el más elevado y más grande de los Dioses, y su bebida, Soma, es una alegoría de su naturaleza altamente espiritual. En los Purânas, Indra es un perdido y un verdadero beodo del jugo de Soma, en el sentido ordinario terrestre. Es el conquistador de todos los «enemigos de los Dioses», los Daityas, Nâgas (Serpientes), Asuras, todos los Dioses-Serpientes, y de Vritra, la Serpiente Cósmica. Indra es el San Miguel del Panteón indo, el jefe de la Hueste militante. Volviendo a la Biblia, vemos a Satán, uno de los «Hijos de Dios[878]», convirtiéndose, según la interpretación exotérica, en el Demonio y en el Dragón, en su sentido infernal y malo. Pero en la Kabalah[879], Samael, que es Satán, es presentado como idéntico a San Miguel, el Matador del Dragón. ¿Cómo es esto, cuando se dice que Tselem (la Imagen) refleja igualmente a Miguel y a Samael, los cuales son uno? Ambos proceden, según se enseña, de Ruach (el Espíritu), Neshamah (el Alma) y Nephesh (la Vida). En el Libro de los Números caldeo, Samael es la Sabiduría escondida (Oculta), y Miguel la Sabiduría terrestre superior, emanando ambas de la misma fuente, pero divergiendo a su salida del Alma del Mundo, la cual sobre la Tierra es Mahat, el entendimiento intelectual o Manas, el asiento de la inteligencia. Divergen porque el uno (Miguel) es influido por Neshamah, mientras que el otro (Samael) permanece no influido. Esta doctrina fue pervertida por el espíritu dogmático de la Iglesia, que, aborreciendo al Espíritu independiente no influido por la forma externa, y por tanto, tampoco por el dogma, convirtió a Samael-Satán (el más sabio y espiritual de todos los espíritus) en el Adversario de su Dios antropomórfico y del hombre físico sensual, ¡el Demonio!

EL ORIGEN DEL MITO SATÁNICO

Profundicemos aún más esta creación de la fantasía Patrística, y busquemos su prototipo entre los paganos. El origen del nuevo mito satánico es fácil de encontrar. La tradición del Dragón y del Sol tiene ecos en todas partes del mundo, tanto en las regiones civilizadas como en las semisalvajes. Se originó de los cuchicheos entre los profanos respecto de las Iniciaciones secretas, y se estableció universalmente por medio de la religión heliólatra antes universal. Hubo un tiempo en que las cuatro partes del mundo estaban cubiertas de templos consagrados al Sol y al Dragón; pero el culto se conserva ahora principalmente en China y en los países buddhistas.

Bel y el Dragón estando uniformemente unidos, y el sacerdote de la religión Ofita usando del mismo modo el nombre de su Dios[880].

Entre las religiones del pasado, en Egipto es donde tenemos que buscar su origen occidental. Los Ofitas adoptaron sus ritos de Hermes Trimegisto, y el culto heliólatra, con sus Dioses-Soles, cruzó al país de los Faraones desde la India. En los Dioses de Stonehenge reconocemos a las divinidades de Delfos y de Babilonia, y en las de esta última a los Devas de las naciones védicas. Bel y el Dragón, Apolo y Pitón, Krishna y Kâliya, Osiris y Tifón, son todos uno bajo diversos nombres, siendo las posteriores Miguel y el Dragón Rojo, y San Jorge y su Dragón. Como Miguel es «uno como Dios», o su «Doble», para propósitos terrestres, y es también uno de los Elohim, el Ángel guerrero, es, por tanto, una simple permutación de Jehová. Sea el que fuese el suceso cósmico o astronómico que primeramente dio lugar a la alegoría de la «Guerra en los Cielos», hay que buscar su origen terrestre en los templos de la Iniciación y en las criptas arcaicas, y la prueba es que vemos:

Había numerosas catacumbas en Egipto y en Caldea, algunas de las cuales eran de gran extensión. Las más célebres de ellas eran las criptas subterráneas de Tebas y Menfis. Las primeras principiando en el lado occidental del Nilo, se extendían hacia el desierto de Libia, y eran conocidas como las catacumbas, o pasajes de la Serpiente. Allí era donde se ejecutaban los Sagrados Misterios del Kuklo-Anankês, el «Ciclo Inevitable», conocido más generalmente por el «Círculo de la Necesidad»: el destino inexorable impuesto a toda Alma después de la muerte corporal, una vez juzgada en la región del Amenti.

En el libro de Bourbourg, Votan, el semidiós Mejicano, al narrar su expedición, describe un pasaje subterráneo que seguía su curso bajo tierra y terminaba en la raíz de los cielos, añadiendo que este pasaje era un agujero de Sierpe, «un agujero de culebra»; y que él fue admitido en él porque él mismo era un «Hijo de las Sierpes», o sea una Serpiente[881].

Esto es, verdaderamente, muy sugestivo; pues su descripción del «agujero de Sierpe» es como la de la antigua cripta egipcia, como he dicho antes. Por otra parte, los Hierofantes de Egipto, así como los de Babilonia, se daban generalmente el nombre, durante los Misterios, los «Hijos del Dios-serpiente» o «Hijos del Dragón».

«Los sacerdotes Asirios llevaban siempre el nombre de su Dios, —dice Movers. También los Druidas de las regiones celto-británicas se llamaban Serpientes—. Soy una Serpiente, soy un Druida», exclamaban. El Karnak egipcio es hermano gemelo del Carnac de Bretaña, significando este último el Monte de la Serpiente. Las Dracontias cubrieron en un tiempo la superficie del Globo, y estos templos estaban consagrados al Dragón solo porque él era el símbolo del Sol, el cual, a su vez, era el símbolo del Dios más Elevado: el Elón fenicio o Elión, a quien Abraham reconoció por El Elión[882]. Además del sobrenombre de Serpiente, tenían ellos también el apelativo de «Constructores» o «Arquitectos, —por la inmensa grandeza de sus templos y monumentos, que aún hoy, con sus pulverizados restos—, asombran a los cálculos matemáticos de nuestros ingenieros modernos», como dice Taliesin[883].

De Bourbourg indica que los jefes con el nombre de Votan, el Quetzalcóatl, o deidad Serpiente de los mejicanos, son los descendientes de Caín y Canaán. «Yo soy Hivim, —dicen ellos—. Siendo un Hivim, soy de la gran raza del Dragón (Serpiente). Yo mismo soy una Serpiente, pues soy un Hivim[884]».

Además, la «Guerra en los Cielos» muestra en uno de sus significados que hace referencia a esas luchas terribles que esperan al Candidato al Adeptado; luchas entre él y sus pasiones humanas personificadas (por la Magia), cuando el Hombre Interno iluminado tiene que matar o fracasar. En el primer caso se convierte en el «Matador del Dragón», por haber afortunadamente dominado todas las tentaciones; en un «Hijo de la Serpiente», y en una Serpiente, que se ha desprendido de su piel vieja y ha nacido en un nuevo cuerpo, convirtiéndose en un Hijo de la Sabiduría y de la Inmortalidad en la eternidad.

Set, el reputado antecesor de Israel, es solo un disfraz judío de Hermes, el Dios de la Sabiduría, llamado también Thoth, Tat, Seth y Satán. Es también Tifón, así como Apofis, el Dragón muerto por Horus; pues Tifón fue llamado también Set. Es él sencillamente el aspecto oscuro de Osiris, su hermano, así como Angra Mainyu es la sombra negra de Ahura Mazda. En el sentido terrestre, todas estas alegorías estaban relacionadas con las pruebas del Adeptado y de la Iniciación. Astronómicamente, se referían a los eclipses solares lunares, cuyas explicaciones míticas se ven aún hoy en la India y Ceilán, en donde cualquiera puede estudiar los relatos alegóricos que han permanecido invariables durante muchos miles de años.

Râhu, mitológicamente, es un Daitya, un Gigante, un Semidiós, la parte inferior de cuyo cuerpo, terminaba en una cola de Dragón o Serpiente. Durante el mazar del Océano, cuando los Dioses produjeron el Amrita, el Agua de la Inmortalidad, robó él una parte, y bebiéndola se hizo inmortal. El Sol y la Luna que vieron el robo, lo denunciaron a Vishnu, quien le colocó en las esferas estelares, representando la parte superior de su cuerpo la cabeza del Dragón, y la inferior (Ketu), la cola; siendo las dos los nodos ascendente y descendente. Desde entonces, Râhu se venga del Sol y de la Luna tragándoselos de vez en cuando. Pero esta fábula tiene otro significado Místico; Pues Râhu, la cabeza del Dragón, jugaba una parte prominente en los Misterios de la Iniciación del Sol (de Vikartana), cuando el Candidato y el Dragón libraban una batalla suprema.

Las grutas de los Rishis, las mansiones de Teiresias y de los videntes griegos, fueron modeladas con arreglo a las de los Nâgas —los Reyes Serpientes, que moraban en cavidades de las rocas, bajo la tierra. Desde Shesha, la Serpiente de mil cabezas, sobre la cual reposa Vishnu, hasta Pitón, el oráculo Dragón-serpiente, todo señala el significado secreto del mito. En la India vemos mencionado el hecho en los primitivos Purânas. Los hijos de Surasâ son los poderosos «Dragones». Como el Vâyu Purâna reemplaza a los «Dragones» de Surasâ del Vishnu Purâna por los Dânavas, y a los descendientes de Danu por el sabio Kashyapa; y como estos Dânavas son los Gigantes, o Titanes, que guerrearon contra los Dioses, queda indicado que son idénticos a los «Dragones» y «Serpientes» de la Sabiduría.

Basta comparar los dioses Soles de cada país para ver que sus alegorías concuerdan perfectamente unas con otras; y mientras más oculto es el símbolo alegórico, más concuerda con él el símbolo correspondiente de los sistemas exotéricos. Así, pues, si de tres sistemas que difieren excesivamente unos de otros en apariencia —el Ario arcaico, el Griego antiguo y el Cristiano moderno— escogemos al azar varios dioses Soles y Dragones, se verá que están copiados unos de otros.

Tomemos Agni, el Dios del Fuego; Indra, el firmamento, y Kârttikeya, de los indos; el Apolo griego y Miguel, el «Ángel del Sol», el primero de los Æons, llamado por los gnósticos el «Salvador» —y procedamos con orden.

1.º Agni, el Dios del Fuego, es llamado Vaishvânara, en el Rig Veda. Ahora bien; Vaishvânara es un Dânava, un Demonio-gigante[885], cuyas hijas Pulomâ y Kâlakâ son las madres de los innumerables Dânavas (30 millones) habidos con Kashyapa[886], y viven en Hiranyapura «la ciudad de oro, que flota en el aire»[887]. Por tanto, Indra, como hijo de Kashyapa, es, en cierto modo, el hijastro de estas dos; y Kashyapa, en este sentido, es idéntico a Agni, el Dios del Fuego, o Sol (Kashyapa-Aditva). A este mismo grupo pertenece Skanda o Kârttikeya, el Dios de la Guerra, astronómicamente el planeta Marte de seis caras, un Kumâra, o joven-virgen nacido de Agni[888] con objeto de destruir a Tâkara, el Demonio Dânava, nieto de Kashyapa, por su hijo Hiranyâksha[889]. Las austeridades Yogas de Târaka eran tan extraordinarias que se hicieron formidables para los Dioses, quienes temían a semejante rival en poder[890]. A la vez que Indra, el resplandeciente Dios del Firmamento, mata a Vritra o Ahi, el Demonio-Serpiente —por cuya proeza es llamado Vritrahan, el «Destructor de Vritra»— conduce también las huestes de Devas (Ángeles o Dioses) contra otros Dioses rebelados contra Brahmâ, por lo cual se le da el sobrenombre de Jishnu, «Conductor de la Hueste celestial». Se ve también que Kârttikeya lleva los mismos títulos. Por matar a Târaka, el Dânava, es llamado Târaka-jit, «Vencedor de Târaka[891]»; Kumâra Guha, el «misterioso Joven-virgen», Siddha-sena, «Conductor de los Siddhas», y Shakti-dhara, «Portador de lanza».

2.º Tomemos ahora a Apolo, el Dios sol griego, y comparando los relatos míticos que de él se hacen, veremos si no corresponde tanto a Indra, Kârttikeya, y hasta a Kashyapa-Âditya, y al mismo tiempo a Miguel (como forma angélica de Jehová), el «Ángel del Sol», el cual es «semejante» y «uno con Dios». Las ingeniosas interpretaciones posteriores para propósitos monoteístas, por más que hayan sido elevadas a dogmas indiscutibles de la Iglesia, no prueban nada, a no ser el abuso de la autoridad y poder humanos.

Apolo es Helios, el Sol, Phoibos-Apolo, la «Luz de la Vida y del Mundo[892]» que surge de la Copa de Oro Alada (el Sol); por tanto, es el Dios-sol por excelencia. En el momento de su nacimiento pidió su arco para matar a Pitón, el Dragón Demonio, que atacó a su madre antes de su nacimiento[893], al cual fue encargado, de un modo divino, de destruir; lo mismo que Kârttikeya, que nació con objeto de matar a Târaka, el Demonio demasiado santo y sabio. Apolo nació en una isla sideral llamada Astería, la «isla de la estrella de oro», la «tierra que flota en el aire», que es el Hiranyapura de oro indo: es llamado el Puro () Agnus Dei, el Agni indio, como cree el Dr. Kenealy; y en el mito primitivo está exento «de todo amor sensual[894]». Por tanto, es él un Kumâra como Kartikeya, y como lo era Indra en sus primeros tiempos y biografías. Por otra parte, Pitón, el «Dragón rojo», relaciona a Apolo con Miguel, que lucha con el Dragón Apocalíptico tratando de atacar a la mujer de parto, como Pitón ataca a la madre de Apolo. ¿Puede dejar de verse la identidad? Si el Rt. Hon. W. E. Gladstone, que tanto se enorgullece de sus conocimientos en griego y de comprender el espíritu de las alegorías de Homero, hubiese tenido alguna vez una verdadera vislumbre del sentido esotérico de la Ilíada y de la Odisea, hubiera comprendido el Apocalipsis de San Juan y hasta el Pentateuco mejor de lo que los comprende. Pues el camino de la Biblia está jalonado por Hermes, Bel y Homero, lo mismo que el camino de éstos lo está por los símbolos religiosos hindúes y caldeos.

3.º La repetición de esta tradición arcaica se encuentra en el cap. XII del Apocalipsis de San Juan, y viene, sin la menor duda, de las leyendas babilónicas, mientras la narración babilónica, a su vez, tuvo origen en las alegorías de los Arios. El fragmento leído por el difunto George Smith basta para poner en claro el origen de este capítulo del Apocalipsis. Helo aquí tal como lo ha expuesto el eminente Asiriólogo.

Nuestro… fragmento se refiere a la creación de la humanidad, llamada Adán, como [el hombre] en la Biblia; él fue hecho perfecto… pero después se une con el dragón del profundo, el animal de Tiamat, el espíritu del caos y comete ofensas contra su dios, el cual le maldice, evocando sobre su cabeza todos los males y penalidades de la humanidad[895].

A esto sigue una guerra entre el dragón y los poderes del mal, o el caos de una parte y los dioses de otra.

Los dioses tienen armas que han sido forjadas para ellos[896], y Merodach [el Arcángel Miguel del Apocalipsis] se pone a la cabeza de la hueste celeste en contra del dragón. La guerra, descrita con gran animación, termina, por supuesto, con el triunfo de los principios del bien[897].

Esta Guerra de los Dioses contra los Poderes del Profundo se refiere también, en su aplicación última y terrestre, a la lucha entre los Adeptos Arios de la naciente Quinta Raza y los Brujos de la Atlántida, los Demonios del océano, los Insulares rodeados de agua que desaparecieron en el Diluvio.

Los símbolos del «Dragón» y de la «Guerra en el Cielo» tienen, como ya se ha dicho, más de un significado; pues, en una misma alegoría, están incluidos sucesos religiosos, astronómicos y geológicos. Pero también tenían un sentido cosmológico. En la India, la historia del Dragón está repetida, en uno de sus aspectos, en las batallas de Indra con Vritra. En los Vedas es mencionado este Ahi-Vritra como el Demonio de la Sequía, el terrible Viento abrasador. A Indra se le presenta en continua guerra con él; y con la ayuda de su trueno y relámpago, el Dios obliga a Ahi-Vritra a derramar lluvia sobre la Tierra, y luego le mata. De aquí que Indra sea llamado el Vritrahan o el «Matador de Vritra», del mismo modo que Miguel es llamado el Vencedor o «Matador del Dragón». Tanto el uno como el otro «Enemigo» son, pues, en este solo sentido, el «Antiguo Dragón» precipitado en las profundidades de la Tierra.

Los Amshaspends del Avesta son una Hueste con un jefe como San Miguel, y parecen idénticos a las legiones del Cielo, a juzgar por el relato del Vendîdâd. Así, en el Fargard XIX, Ahura Mazda dice a Zarathushtra que «invoque a los Amesha Spentas que gobiernan sobre los siete Karshvares[898] de la Tierra[899]»; cuyos Karshvares, en las siete aplicaciones, se refieren igualmente a las siete Esferas de nuestra Cadena Planetaria, a los siete Planetas, a los Siete Cielos, etc., según el sentido se refiera a un mundo físico, supramundano o simplemente sideral. En el mismo Fargard, Zarathushtra, en su invocación contra Angra Mainyu y su Hueste, se dirige a ellos con las siguientes palabras; «Invoco a los siete Sravah resplandecientes con sus hijos y rebaños[900]». Los «Sravah» —palabra que los orientalistas han abandonado por ser de «significado desconocido»— significa los mismos Amshaspends, pero en su sentido Oculto más elevado. Los Sravah son los Nóumenos de los Amshaspends manifiestos, las Almas o Espíritus de aquellos poderes manifestados, y «sus hijos y rebaños» se refieren a los Ángeles Planetarios y a sus rebaños siderales de estrellas y constelaciones. «Amshapend» es el término exotérico, usado solamente en combinaciones y asuntos terrestres. Zarathushtra se dirige constantemente a Ahura Mazda como al «hacedor del mundo material». Ormuzd es el padre de nuestra Tierra (Spenta Armaiti), a quien, cuando está personificada, se menciona como «la hermosa hija de Ahura Mazda[901]», que es también el creador del Árbol (de la Sabiduría y el Conocimiento Oculto y Espiritual), del cual está tomado el místico y misterioso Baresma. Pero el nombre Oculto del brillante Dios nunca fue pronunciado fuera del templo.

Samael o Satán, la Serpiente seductora del Génesis, y uno de los primeros Ángeles que se rebelaron, es el nombre del «Dragón Rojo». Es el Ángel de la Muerte, pues el Talmud dice que «el Ángel de la Muerte y Satán son uno mismo». Fue muerto por Miguel y una vez más lo fue por San Jorge, que es igualmente un Matador del Dragón. Pero véanse las transformaciones de esto: Samael es idéntico al Simún, el viento abrasador del desierto, y también al Demonio Védico de la Sequía, como Vritra; «El Simún es llamado Atabutos», o Diábolos, el Diablo.

Tifón, o el Dragón Apofis —el Acusador en el Libro de los Muertos—, es vencido por Horus, que atraviesa la cabeza a su contrario con una lanza; y Tifón es el viento del desierto que todo lo destruye, el elemento rebelde que pone todo en confusión. Como Set, él es la obscuridad de la noche, el matador de Osiris, que es la luz del día y el Sol.

La Arqueología demuestra que Horus es idéntico a Anubis[902] cuya efigie fue descubierta sobre un monumento egipcio con una coraza y una lanza, como Miguel y San Jorge. A Anubis también se le representa matando a un Dragón, que tiene cabeza y cola de serpiente[903].

Cosmogónicamente, pues, todos los Dragones y Serpientes vencidos por sus «Matadores» son, en su origen, los principios turbulentos y confusos del Caos, puestos en orden por los Dioses soles o Poderes Creadores. En el Libro de los Muertos, estos principios son llamados los «Hijos de la Rebelión[904]».

En aquella noche, el opresor, el asesino de Osiris, llamado por otro nombre la Serpiente engañadora… llama a los Hijos de la Rebelión que están en el Aire, y cuando ellos llegan al Oriente de los Cielos, entonces estalla la Guerra en el Cielo y en el Mundo entero[905].

En los Eddas escandinavos la «Guerra» de los Ases con los Hrimthurses o gigantes Helados, y de Asathor con Jotuns, las Serpientes y Dragones, y el «Lobo» que sale de la «Obscuridad» es la repetición del mismo mito. Los «Espíritus Malos[906]», que principiaron por ser simplemente los emblemas del Caos, han sido euhemerizados por la superstición del populacho, hasta que finalmente obtuvieron el derecho de ciudadanía entre las que pretenden ser las razas más civilizadas e instruidas de este globo desde su creación; y se ha convertido en dogma entre los cristianos. Según dice George Smith:

Los principios [Espíritus] malos, emblemas del Caos, como vemos [en Caldea y Asiria lo mismo que en Egipto, se nos dice]… resisten este cambio y hacen la guerra a la Luna, el hijo mayor de Bel, atrayendo a su lado al Sol, a Venus y al dios atmosférico Vul[907].

Esto es solo otra versión de la «Guerra en el Cielo» hindú, entre Soma, la Luna, y los Dioses, siendo Indra el Vul atmosférico, lo cual muestra claramente que ambos son una alegoría cosmogónica y astronómica sacada de la Teogonía primitiva, en la que estaba tejida, como se enseña en los Misterios.

En las Doctrinas religiosas de los gnósticos es donde puede verse mejor el verdadero significado del Dragón, de la Serpiente, del Chivo y de todos esos símbolos de los Poderes llamados ahora el Mal; pues ellos fueron los que, en sus enseñanzas, divulgaron la naturaleza Esotérica del sustituto judío de AIN SOPH, cuyo verdadero significado ocultaban los rabinos, mientras que los cristianos, con pocas excepciones, no sabían nada acerca de él. Seguramente que Jesús de Nazareth no hubiera aconsejado a sus apóstoles que se mostrasen tan sabios como la serpiente, si esta última hubiera sido un símbolo del Demonio; ni tampoco los Ofitas, los sabios gnósticos egipcios de la «Fraternidad de la Serpiente», hubieran reverenciado a una serpiente viva en sus ceremonias como emblema de la SABIDURÍA, la divina Sophia y tipo del Todo-bien, no del Todo-mal, si ese reptil hubiera estado relacionado con Satán. El hecho es que, hasta como ofidio común, ha sido siempre un símbolo doble, y como Dragón no ha sido nunca más que un símbolo de la Deidad Manifestada en su gran Sabiduría. El draco volans, el «dragón volador» de los pintores primitivos, puede ser una pintura exagerada del animal antediluviano real extinguido, y los que tienen fe en las Enseñanzas Ocultas creen que en los antiguos tiempos existían tales seres como dragones voladores, una especie de pterodáctilos, y que esos lagartos alados gigantescos sirvieron de prototipos para los Seraph de Moisés y su gran Serpiente de Bronce[908]. Los judíos mismos adoraron antes a este último ídolo, pero después de las reformas religiosas introducidas por Ezequías, dieron una completa vuelta, y llamaron a ese símbolo del Dios Grande o Superior de todas las naciones, un Demonio, y a su propio usurpador, el «Dios Uno[909]».

El apelativo Sa’an, Sátán en hebreo, un «Adversario» (del verbo shatana, «ser adverso», «perseguir»), pertenece de derecho al primer «Adversario» y el más cruel de todos los demás Dioses: Jehová; no a la Serpiente, que solo hablaba palabras de simpatía y sabiduría, y que es a lo sumo, aun en el dogma, el «Adversario» de los hombres. Este dogma, basado como está sobre el tercer capítulo del Génesis, es tan ilógico e injusto como paradójico. Pues, ¿quién fue el primero en crear ese tentador original, y desde entonces universal, del hombre —la mujer? No la Serpiente, en verdad, sino el mismo «Señor Dios, —que dijo—: No es bueno que el hombre esté solo», e hizo a la mujer y «se la dio al hombre[910]». Si el pequeño incidente desagradable que luego siguió debía y debe ser aún considerado como «el pecado original», entonces la previsión divina del Creador se muestra verdaderamente bajo una luz muy pobre. Hubiera sido mucho mejor para el primer Adán del primer capítulo que lo hubiese dejado o bien «macho y hembra», o «solo». Es evidente que el Señor Dios fue la causa verdadera de todo el daño, el «agente provocador» del mismo, y la Serpiente— solo un prototipo de Azazel, el «testaferro para el pecado de [el Dios de] Israel», teniendo el pobre Tragos que sufrir el castigo del desatino de su Amo y Creador. Esto, por supuesto, solo se dirige a los que aceptan los sucesos preparatorios del drama de la humanidad en el Génesis, con el sentido de la letra muerta. Los que los leen esotéricamente no se ven reducidos a especulaciones e hipótesis imaginativas; saben ellos cómo deben leer el simbolismo que encierran, y no pueden equivocarse.

Por ahora no necesitamos tocar el significado místico y múltiple del nombre de Jehová en su sentido abstracto, el cual es independiente de la Deidad a la que falsamente se da este nombre. Fue ello un «velo» inventado intencionalmente por los rabinos, un secreto conservado por ellos con infinito cuidado, después que los cristianos les despojaron del nombre de su Dios que era propiedad exclusiva suya[911]. Sin embargo, actualmente se declara lo siguiente: El personaje nombrado en los primeros cuatro capítulos del Génesis indistintamente como «Dios», el «Señor Dios» y simplemente el «Señor», no es la misma persona; ciertamente no es Jehová. Hay tres distintas clases o grupos de los Elohim, llamados Sephiroth en la Kabalah. Jehová aparece solamente en el capítulo IV del Génesis, en el primero de cuyos versículos es llamado Caín, y en el último, transformado en la humanidad —macho y hembra, Jah-veh[912]. La serpiente, además, no es Satán sino el brillante Ángel, uno de los Elohim revestido de esplendor y gloria, el cual —habiendo prometido a la mujer que si comían del fruto prohibido «no morirían seguramente»— cumplió su promesa e hizo al hombre inmortal en su naturaleza incorruptible. Ella es el Iao de los Misterios, el principal de los Creadores Andróginos de los hombres. El cap. III contiene (esotéricamente) el descubrimiento del velo de la ignorancia que interceptaba las percepciones del Hombre Angélico, hecho a la imagen de los Dioses «sin huesos», y la percepción de su naturaleza real; mostrando de este modo al Resplandeciente Ángel (Lucifer) como un dador de la Inmortalidad, y como el «Iluminador»; mientras que la verdadera Caída en la generación y la materia debe buscarse en el cap. IV. En éste, Jehová-Caín, la parte masculina de Adán, el hombre doble, habiéndose separado de Eva, crea en ella Abel, la primera mujer natural[913] y derrama la sangre virgen. Ahora bien; demostrado que Caín es idéntico a Jehová, por la autoridad de la correcta interpretación del primer versículo del cap. IV del Génesis, en el texto original hebreo, y enseñando además los rabinos que «Kin (Caín), el Mal, fue el Hijo de Eva y de Samael, el Demonio, que ocupó el lugar de Adán[914]»; y el Talmud añadiendo también que «Satán, el Espíritu malo, y Samael, el Ángel de la Muerte, son uno mismo[915]», se ve fácilmente que Jehová (la especie humana, o Jah-hovah) y Satán (y por tanto la Serpiente tentadora) son una misma cosa en todos sentidos. No hay Demonio alguno, no hay ningún Mal fuera de la humanidad, para producir, un Demonio. El Mal es una necesidad y uno de los sostenes del Universo Manifestado. Es una necesidad para el progreso y la evolución, del mismo modo que la noche es necesaria para la producción del día, y la muerte para la de la vida —para que el hombre pueda vivir por siempre.

Satán representa metafísicamente tan solo el reverso o el polo opuesto de todas las cosas en la Naturaleza[916]. Es, alegóricamente, el «Adversario», el «Asesino» y el gran Enemigo de todo, porque no hay nada en todo el Universo que no tenga dos aspectos, el reverso de la misma medalla. Pero en ese caso, la luz, la bondad, la hermosura, etc., pueden llamarse Satán con tanta propiedad como el Demonio, puesto que son los Adversarios de la obscuridad, de la maldad y de la fealdad. Y con esto se comprenderá mejor ahora la filosofía y lo racional de ciertas sectas cristianas primitivas —llamadas heréticas y consideradas como la abominación de los tiempos. Así podremos comprender cómo fue que la secta de los SATANIANOS llegó a degradarse, y fue anatematizada sin esperanza de justificación en su tiempo futuro, puesto que conservaban secretas sus doctrinas. Y cómo por la misma razón fueron degradados los CAINITAS, y hasta los ISCARIOTES (Judas); pues el verdadero carácter del apóstol traidor jamás ha sido presentado correctamente ante el tribunal de la humanidad.

Como consecuencia directa, las doctrinas de las sectas gnósticas también se aclaran. Cada una de estas sectas fue fundada por un Iniciado, al paso que sus doctrinas estaban basadas en el conocimiento correcto del simbolismo de todas las naciones. De este modo se comprende por qué Ilda-baoth era considerado por la mayoría de ellos como el Dios de Moisés, y se le tenía por un Espíritu orgulloso, ambicioso e impuro, que había abusado de su poder usurpando el lugar del Dios más elevado, aunque no valía más y hasta era peor, en cierto sentido, que sus hermanos Elohim, que representan a la Deidad manifestada que todo lo abarca, solo en su colectividad, puesto que fueron los Modeladores de las primeras diferenciaciones de la Substancia Cósmica primaria para la creación del Universo fenomenal. Por tanto, Jehová fue llamado por los gnósticos el Creador del Ofiomorfos y uno con él, la Serpiente, Satán, o el MAL[917]. Enseñaban ellos que Iurbo y Adonai eran nombres de Iao-Jehová, el cual es una emanación de Ilda-baoth[918]. Esto, en su lenguaje, equivalía a decir lo que los rabinos expresaban de un modo más velado, declarando que «Caín había sido engendrado por Samael o Satán».

Los Ángeles Caídos, en todos los sistemas antiguos, son alegóricamente los prototipos de los hombres caídos, y esotéricamente, estos hombres mismos. Así es como los Elohim de la hora de la creación se convirtieren en los Beni-Elohim, los Hijos de Dios, entre los cuales está Satán, en las tradiciones semíticas. La Guerra en el Cielo entre Thrêtaona y Ashidahaka, la Serpiente destructora, termina sobre la Tierra, según Bumouf, con la batalla de los hombres piadosos contra el poder del Mal, «de los iranios con los brahmanes arios de la India». Y el conflicto de los Dioses con los Asuras está repetido en la Gran Guerra: el Mahâbhârata. En la última religión de todas, el Cristianismo, todos los combatientes, Dioses y Demonios, los Adversarios de ambos campos, están ahora transformados en Dragones y Satanes, solo para relacionar el Mal personificado con la Serpiente del Génesis, y probar así el nuevo dogma.

NOÉ ERA UN KABIR, POR LO CUAL DEBE DE HABER SIDO UN DEMONIO

Importa poco que fuera Isis, o Ceres, la Kabiria, o también los Kabiri, quien enseñó la agricultura a los hombres; pero sí es muy importante impedir que los fanáticos monopolicen todos los hechos de la historia y de las leyendas, y que apliquen sus desfiguraciones de la verdad, de la historia y de la leyenda a un solo hombre. Noé es, o bien un mito lo mismo que los demás, o uno cuya leyenda se fundó en la tradición de los Kabiri o Titanes, según se enseñaba en Samotracia; y por tanto, no tiene derecho a ser monopolizado ni por los judíos ni por los cristianos. Si, como Faber trató de demostrar a costa de tanta erudición e investigaciones, Noé es un Atlante y un Titán, y su familia son los Kabiri o Titanes piadosos, etc., entonces la cronología bíblica cae por su propio peso y con ella todos los Patriarcas, los Titanes preatlánticos y Antediluvianos. Como se ha descubierto y se ha probado ahora, Caín es Marte, el Dios de la fuerza y de la generación, y del primer derramamiento (sexual) de sangre[919]. Tubal-Caín es un Kabir, «un instructor de todos los artífices en bronce y en hierro»; o si satisface más es uno con Hefestos o Vulcano. Jabal está también tomado de los Kabiri, los instructores de la agricultura, «los que tienen ganados», y Jubal es «el padre de todos los que manejan el arpa», él o los que construyeron el arpa de Cronos y el tridente de Poseidón[920].

La historia o las «fábulas» acerca de los misteriosos Telchines, fábulas que son todas el eco de los sucesos arcaicos de nuestras Enseñanzas Esotéricas, nos dan la clave del origen de la genealogía de Caín en el tercer capítulo del Génesis; dan ellas la razón por la cual la Iglesia católica romana identifica «la sangre maldita» de Caín y de Cam con la Brujería, y la hace responsable del Diluvio. Pues qué —se arguye—, ¿no fueron los Telchines, los misteriosos artífices del hierro de Rodas, los que primero erigieron estatuas a los Dioses, les proporcionaron armas, y enseñaron a los hombres las artes mágicas? ¿Y no fueron ellos destruidos por un Diluvio, por orden de Zeus, como los Cainitas lo fueron por orden de Jehová?

Los Telchines son simplemente los Kabiri y los Titanes, en otra forma. También ellos son los Atlantes. Decharme dice:

Lo mismo que Lemnos y Samotracia, Rodas, el país natal de los Telchines; es una isla de formación volcánica[921].

La isla de Rodas surgió repentinamente de los mares, después de haber sido primeramente tragada por el Océano, dice la tradición. Lo mismo que la Samotracia de los Kabiri, está relacionada en la memoria del hombre con las leyendas del Diluvio. Sin embargo, como ya se ha dicho bastante sobre este asunto, lo dejaremos por ahora.

Pero añadiremos unas cuantas palabras más acerca de Noé, el representante judío de casi todos los Dioses paganos en uno o en otro carácter. Los cantos de Homero contienen, en forma poética, todas las fábulas de los Patriarcas, los cuales son todos símbolos y signos numéricos, cósmicos y siderales. El intento de separar las dos genealogías de Seth y de Caín[922], y el deseo igualmente fútil de presentarlos como hombres históricos reales, solo ha conducido a que se hagan investigaciones más serias en la historia del pasado, y a descubrimientos que han perjudicado para siempre a la famosa revelación. Por ejemplo, al establecerse la identidad de Noé con Melchizedek, se ha probado también la identidad de Melchizedek, o Padre Sadik, con Cronos-Saturno.

Que esto es verdad, puede demostrarse fácilmente. Ningún escritor Cristiano lo niega, Bryant[923] está de acuerdo con todos los que profesan la opinión de que Sydic, o Sadic, fue el Patriarca Noé y también Melchizedek; y que el nombre Sadic que se le da, corresponde con el carácter que se atribuye en el Génesis[924].

Era Sadic, un hombre justo, y perfecto en su generación. Todas las ciencias así como todas las artes útiles se le atribuían, siendo transmitidas por sus hijos a posteridad[925].

Ahora bien; Sanchoniaton fue quien informó al mundo de que los Kabiri eran los Hijos de Sydic o Zedek (Melchizedek). A la verdad, como esta noticia llegó a nosotros por medio de la Praeparatio Evangelica de Eusebio, puede considerarse sospechosa, pues es más que probable que tratara las obras de Sanchoniaton como trató las tablas Sincrónicas de Manethon. Pero supongamos que la identificación de Sydic, Cronos o Saturno, con Noé y Melchizedek, está basada en una de las hipótesis piadosas de Eusebio. Aceptémosla como tal, juntamente con la cualidad característica del hombre justo de Noé y de su supuesto duplicado, el misterioso Melchizedek, «rey de Salem, y sacerdote del Dios más elevado», según «su propia orden[926]»; y, finalmente, habiendo visto lo que todos eran espiritual, astronómica, psíquica y cósmicamente, veamos ahora lo que fueron rabínica y kabalísticamente considerados.

Al hablar de Adán, de Caín, de Marte, etc., como personificaciones, vemos que el autor de Source of Measures expresa nuestras mismas Enseñanzas Esotéricas en sus investigaciones kabalísticas. Así dice:

Ahora bien; Marte era el Señor del nacimiento y de la muerte, de la generación y de la destrucción, del arado, de la construcción, de la escultura o labrado de las piedras, de la arquitectura… en resumen, de todo lo que se comprende bajo la denominación de ARTES. Era el principio primordial, que se descomponía en la modificación de dos opuestos para la producción. Astronómicamente, también[927] poseía el lugar del nacimiento del día y del año, el lugar de su aumento de fuerzas, Aries, e igualmente el sitio de su muerte, Escorpión. Tenía la casa de Venus y la de Escorpión. Él, como nacimiento, era el Bien; como muerte, era el Mal. Como bien, era la luz; como mal, era noche. Como bien, era el hombre; como mal, era la mujer. Poseía los puntos cardinales, y como Caín, o Vulcano[928], o Pater Sadic, o Melchizadek, era el señor de la eclíptica, o balanza, o línea de ajuste, y, por lo tanto, era El Justo, Los antiguos sostenían que había siete planetas o grandes dioses que brotaban de ocho, y Pater Sadic. El Justo o Bueno, era el Señor del octavo, que era Mater Terra[929].

Esto hace sus funciones bastante claras, después que fueron degradadas, y establece la identidad.

Habiéndose mostrado que el Diluvio de Noé, según está descrito en su letra muerta y dentro del período de la cronología bíblica, no ha existido nunca, la suposición piadosa, aunque muy arbitraria, del Obispo de Cumberland acerca de este punto, tiene que seguir a este diluvio al país de las ficciones. A la verdad, para cualquier observador imparcial parece algún tanto imaginativo que se le diga:

Había dos razas distintas de Cabiri: la primera consistía en Caín y Mizraim, quienes él se imagina que son Júpiter y Dionisos de Manaseas; la segunda, de los hijos de Shem, que son los Cabiri de Sanchoniaton, mientras que su padre Sydyk es, por consiguiente, el Shem, de la escritura[930].

Los Kabirim, los «Poderosos», son idénticos a nuestros Dhyân Chohans primordiales, a los Pitris corpóreos e incorpóreos, y a todos los Regentes e Instructores de las razas primitivas, que se mencionan como los Dioses y Reyes de las Dinastías Divinas.

LAS TRADICIONES PERSAS MÁS ANTIGUAS ACERCA DEL POLO Y DE LOS CONTINENTES SUMERGIDOS

La sabiduría legendaria no podía desfigurar los hechos de tal modo que no pudiesen ser reconocidos. Entre las tradiciones de Egipto y Grecia por una parte y de Persia por otra —país siempre en guerra con los primeros—, hay demasiada semejanza de símbolos y de números, para poder admitir que semejante coincidencia sea debida a pura casualidad. Esto ha sido bien probado por Bailly. Detengámonos un momento a considerar esas tradiciones de todo origen importante, para comparar mejor las de los Magos con las llamadas «fábulas» griegas.

Esas leyendas han pasado a ser ahora cuentos populares, las tradiciones de Persia, así como más de una verdadera ficción se ha abierto paso en nuestra historia universal.

Los relatos del Rey Arturo y de sus Caballeros de la Tabla Redonda son también cuentos de hadas a juzgar por las apariencias; y sin embargo están basados sobre hechos, y pertenecen a la historia de Inglaterra. ¿Por qué, pues, la tradición del Irán no ha de ser parte constitutiva de la historia y de los sucesos prehistóricos de la Atlántida? Esa tradición dice lo siguiente:

Antes de la creación de Adán, vivieron en la tierra dos razas sucesivas: los Devs, que reinaron 7000 años, y los Peris (los Izeds), que solo reinaron 2000, existiendo todavía los primeros. Los Devs eran gigantes, fuertes y malvados; los Peris eran más pequeños de estatura, pero más sabios y bondadosos.

En esto reconocemos a los Gigantes atlantes y a los Arios, o a los Râkshasas del Râmâyana, y a los hijos de Bhâratavarsha o la India; los antediluvianos y los postdiluvianos de la Biblia.

Gyân (o Gnan, Jnâna, el Conocimiento Verdadero o Sabiduría Oculta), llamado también Gian ben-Gian (o la Sabiduría, hija de la Sabiduría), fue Rey de los Peris[931]. Tenía él un escudo tan famoso como el de Aquiles, solo que en lugar de servir contra un enemigo en la guerra, servía de protección contra la magia siniestra, la brujería de los Devs. Gian-ben-Gian había reinado 2000 años cuando a Iblis, el Demonio, le fue permitido por Dios derrotar a los Peris y arrojarlos al otro extremo del mundo. Ni aun el escudo mágico, el cual siendo construido con arreglo a principios astrológicos, destruía los hechizos, encantamientos, etc., pudo vencer a Iblis, que era un agente del Destino, o Karma[932]. Cuentan ellos diez reyes en su última metrópoli llamada Khanoom, y el décimo dicen fue Kaimurath, idéntico al Adán hebreo Estos reyes corresponden con las diez generaciones antediluvianas de reyes, según las presenta Beroso.

A pesar de lo desfigurado de estas leyendas, no puede uno dejar de identificarlas con las tradiciones caldeas, egipcias, griegas y hasta con las hebreas; pues el mito judío, aunque desdeñando en su exclusivismo el hablar de las naciones preadámicas, permite, sin embargo, que éstas puedan inferirse claramente, al enviar a Caín, uno de los dos únicos hombres vivientes sobre la Tierra, al país de Nod, en donde se casa y construye una ciudad[933].

Ahora bien; si comparamos los 9000 años mencionados por los cuentos persas, con los 9000 años que Platón declara habían pasado desde el hundimiento de la última Atlántida, hácese aparente un hecho muy extraño. Bailly observó esto, pero lo desfiguró con su interpretación. La Doctrina Secreta puede devolver a los números su verdadero significado. Leemos en el Critias:

En primer término debemos recordar que han pasado 9000 años desde la guerra de las naciones que vivían encima y fuera de las Columnas de Hércules, y las que poblaban la tierra por este lado.

En el Timœus, Platón dice lo mismo. Pero como la Doctrina Secreta declara que la mayor parte de los últimos insulares atlantes perecieron en el intervalo entre hace 850 000 y 700 000 años, y que los arios tenían ya una antigüedad de 200 000 años cuando la primera gran «Isla» o Continente fue sumergido, parece que no hay posibilidad de reconciliar estos números. Pero realmente ello es posible. Siendo Platón un Iniciado, tenía que usar el lenguaje velado del Santuario, y lo mismo les sucedía a los Magos de Caldea y de Persia, por medio de cuyas revelaciones exotéricas fueron preservadas las leyendas persas que pasaron a la posteridad. Del mismo modo, vemos que los hebreos dan a la semana «siete días», y hablan de una «semana de años», cuando cada uno de sus días representa 360 años solares, y de hecho toda la «semana» tiene 2520 años. Tenían ellos una semana sabática, un año sabático, etc.; y su sábado duraba indiferentemente 24 horas o 24 000 años en los cálculos secretos de sus Sods. Nosotros, los de la época presente, llamamos «siglo» a una centuria. Los del tiempo de Platón, o por lo menos los escritores iniciados, significaban por un milenio, no 1000 años, sino 100 000; mientras que los indos, más independientes que nadie, no han ocultado nunca su cronología. Así, por 9000 años, los Iniciados leen 900 000; durante cuyo tiempo —esto es, desde la primera aparición de la raza Aria, cuando las partes pliocenas de la que fue la gran Atlántida principiaron a sumergirse gradualmente[934] y otros continentes a aparecer en la superficie, hasta la desaparición final de la pequeña isla Atlántida de Platón— las razas Arias no habían cesado nunca de luchar contra los descendientes de las primeras razas de gigantes. Esta guerra duró hasta cerca del fin de la edad que precedió al Kali Yuga, y fue la Mahâbhârata, o Gran Guerra, tan famosa en la historia india. Tal mezcla de sucesos y épocas, y la reducción de cientos de miles de años a miles, no contradice el número de años transcurridos, con arreglo a la declaración que hicieron los sacerdotes egipcios a Solón, desde la destrucción del último resto de la Atlántida. La cifra de 9000 años era exacta, pues este último suceso nunca había sido secreto, sino que se había borrado de la memoria de los griegos. Los egipcios tenían sus anales completos, a causa de su aislamiento; pues estando rodeados por el mar y el desierto, no habían sido inquietados por otras naciones hasta unos cuantos milenios antes de nuestra Era.

La historia obtiene la primera vislumbre de Egipto y sus grandes Misterios por medio de Herodoto, si no tomamos en cuenta la Biblia y su extraña cronología[935]. Y cuán poco nos podía decir Herodoto, lo confiesa él mismo, cuando, al hablar de la tumba misteriosa de un Iniciado de Sais, en el sagrado recinto de Minerva, dice:

Detrás de la capilla… está la tumba de Uno, cuyo nombre considero impío divulgar… En el recinto hay grandes obeliscos, y cerca hay un lago rodeado de un muro de piedra en forma de círculo… En este lago ejecutan por la noche aquellas aventuras personales que los egipcios llaman Misterios; sin embargo, sobre estos asuntos, aunque conozco perfectamente sus detalles, tengo que guardar un discreto silencio[936].

Por otra parte, es bien sabido que ningún secreto era tan bien guardado y tan sagrado para los Antiguos como el de sus ciclos y cómputos. Desde los egipcios hasta los judíos, se consideraba como el mayor de los pecados el divulgar todo lo que perteneciera a la medida exacta del tiempo. Por divulgar los secretos de los Dioses fue Tántalo precipitado en las regiones infernales; los guardianes de los sagrados Libros Sibilinos tenían pena de muerte si revelaban una palabra de los mismos. En todos los templos, especialmente en los de Isis y Serapis, había Sigaliones, o imágenes de Harpócrates, que tenían un dedo sobre los labios. Y los hebreos enseñaban que el divulgar los secretos de la Kabalah, después de la iniciación en los Misterios Rabínicos, era lo mismo que comer del fruto del Árbol del Conocimiento; y merecía pena de muerte.

Y sin embargo, los europeos han aceptado la cronología exotérica de los judíos. ¡Qué milagro, pues, que desde entonces haya influido y dado color a todos nuestros conceptos de la Ciencia y de la duración de las cosas!

Las tradiciones persas, por tanto, están llenas de dos razas o naciones, que algunos creen completamente extinguidas ahora. Pero no es así, pues solo están transformadas.

Estas tradiciones hablan siempre de las Montañas de Kaf (¿Kafaristân?), que contienen una galería construida por el gigante Argeak, en donde se guardan estatuas de los hombres antiguos, en todas sus formas. Las llaman Sulimanes (Salomones) o los sabios reyes del Oriente, y cuentan setenta y dos reyes de ese nombre[937]. Tres de entre ellos reinaron 1000 años cada uno[938].

Siamek, el hijo querido de Kaimurath (Adán), su primer rey, fue asesinado por su gigantesco hermano. Su padre hacía conservar un fuego perpetuo en la tumba que contenía sus cenizas; ¡de aquí el origen del culto del fuego, como creen algunos orientalistas!

Luego vino Huschenk, el prudente y el sabio. Su Dinastía fue la que volvió a descubrir los metales y piedras preciosas, después que fueron escondidos por los Devs o Gigantes en las entrañas de la Tierra, así como también el modo de hacer trabajos con el bronce, abrir canales y mejorar la agricultura. Como de costumbre, se atribuye también a Huschenk el haber escrito la obra llamada Sabiduría Eterna, y hasta la construcción de las ciudades de Luz, Babilonia e Ispahan, aunque, a la verdad, fueron construidas edades después. Pero, así como el Delhi moderno está construido sobre otras seis ciudades, del mismo modo estas ciudades pueden estar construidas en el emplazamiento de otras de inmensa antigüedad. En cuanto a su época, solo puede inferirse de otra leyenda.

En la misma tradición se atribuye a este sabio príncipe el haber hecho la guerra a los Gigantes en un Caballo con doce patas, cuyo nacimiento se atribuye a los amores de un cocodrilo con un hipopótamo hembra. Este Dodecápedo se encontró en la «isla seca» o nuevo continente; fue necesaria mucha fuerza y astucia para apoderarse del maravilloso animal; pero tan pronto como Huschenk montó, derrotó a toda clase de enemigos. Ningún Gigante podía hacer frente a su tremendo poder. Finalmente, sin embargo, este rey de reyes fue muerto por una roca enorme que los Gigantes le tiraron desde las grandes montañas de Damavend[939].

Tahmurath es el tercer rey de Persia, el San Jorge del Irán, el caballero que siempre venció al Dragón y que finalmente le mata. Es el gran enemigo de los Devs, que, en su tiempo, habitaban en las Montañas de Kaf, y que de vez en cuando atacaban a los Peris. Las antiguas crónicas francesas de las tradiciones populares persas le llaman Dev-bend, el vencedor de los Gigantes. A él también se le atribuye la fundación de Babilonia, Nínive, Diarbek, etc. Lo mismo que su abuelo Huschenk, Thamurath (Taimuraz) tenía su montura, pero mucho más rara y rápida: un ave llamada Simorgh-Anke. Un pájaro maravilloso en verdad, inteligente, poligloto y hasta muy religioso[940]. ¿Qué es lo que dice este Fénix persa? Se lamenta de su vejez, pues nació ciclos y ciclos antes de los días de Adán (Kaimurath). Ha presenciado las revoluciones de largos siglos. Ha visto el principio y el fin de doce ciclos de 7000 años cada uno, los cuales, multiplicados esotéricamente, nos darán de nuevo 840 000 años[941]. Simorgh nació con el último Diluvio de los Pre-Adamitas, dice el «Romance de Simorgh y el buen Khalif[942]».

¿Qué dice el Libro de los Números? Esotéricamente, Adam Rishoort es el Espíritu Lunar (Jehová, en un sentido, o los Pitris), y sus tres hijos, Ka-yin, Habel y Seth, representan las tres Razas, como ya se ha explicado. Noe-Xisuthros representa a su vez (en la clave cosmo-geológica) la Tercera Raza separada, y sus tres hijos sus últimas tres razas; Cam, además, simboliza la raza que descubrió la «desnudez» de la Raza Padre, y de los «Sin-mente», esto es, que pecó.

Tahmurath visita en su montura alada las Montañas de Koh-kaf o Kaph. Allí encuentra a los Peris maltratados por los Gigantes, y mata a Argen, y al gigante Demrusch. Luego pone en libertad a la buena Peri, Mergiana[943], a quien Demrusch había tenido prisionera, y la lleva a la «tierra seca», esto es, al nuevo continente de Europa[944]. Después de él vino Glamschid, que construyó Esikekar, o Persépolis. Este rey reina 700 años, y en su gran orgullo se cree inmortal, y exige honores divinos. El destino le castiga; vaga errante durante 100 años por el mundo bajo el nombre de Dhulkarnayan, el de «dos cuernos». Pero este epíteto no tiene relación alguna con el caballero patihendido de «dos cuernos». Los de los «dos cuernos» es el epíteto que se da en Asia —la cual es demasiado incivilizada para conocer los atributos del Demonio— a los conquistadores que han dominado el mundo de Oriente a Occidente.

Luego vienen el usurpador Zohac, y Feridan, uno de los héroes persas, que vence al primero y lo encierra en las montañas de Damavend. A éstos siguen muchos otros, hasta llegar a Kaikobâd, que fundó una nueva Dinastía.

Tal es la historia legendaria de Persia que tenemos que analizar. En primer término, ¿qué son las Montañas de Kaf?

Sean lo que quieran en su aspecto geográfico, ya sean las montañas caucásicas o las del Asia Central, la leyenda coloca a los Devs y los Peris mucho más allá de estas montañas, al Norte, pues los Peris son los antecesores remotos de los Parsis o Farsis. La tradición oriental se refiere siempre a un mar sombrío, glacial, desconocido, y a una oscura región, en la cual, sin embargo, están situadas las «Islas Afortunadas», en donde, desde el principio de la vida sobre la tierra, corre la Fuente de la Vida[945]. La leyenda asegura, además, que una parte de la primera «isla seca» (continente) se desprendió del cuerpo principal y ha permanecido desde entonces más allá de las Montañas de Koh-kaf, «el cinturón de piedra que rodea al mundo». Un viaje de siete meses de duración llevará al que posea el «Anillo de Sulimán» a aquella «Fuente», si viaja directamente hacia el Norte tan recto como vuela el pájaro. Por tanto, viajando desde Persia en derechura hacia el Norte, se llegará al grado sesenta de longitud, refiriéndose al Oeste, hacia Nueva Zembla; y desde el Cáucaso a los hielos eternos más allá del Círculo Ártico, se llegará, entre los sesenta y cuarenta y cinco grados de longitud, o entre Nueva Zembla y Spitzbergen. Esto, por supuesto, si uno tiene el caballo dodecápedo de Huschenk o el Simorgh alado de Tahmurath, o Taimuraz, para poder cruzar por encima del Océano Ártico[946].

Sin embargo, los trovadores vagabundos de Persia y del Cáucaso sostendrán, aun hoy, que mucho más allá de las nevadas crestas del Kap o Cáucaso hay un gran continente oculto ahora para todos; al que llegan aquellos que pueden servirse de la progenie de doce patas del cocodrilo y del hipopótamo hembra, cuyas patas se convierten a voluntad en doce alas[947], o para aquellos que tengan la paciencia de esperar a que Simorgh-Anke quiera cumplir la promesa que hizo de que antes de morir revelaría a todos el continente oculto, y lo haría de nuevo visible y de fácil acceso por medio de un puente que los Devs del Océano construirán entre esta parte de la «tierra seca» y sus partes disgregadas[948]. Esto se relaciona, por supuesto, con la Séptima Raza, pues Simorgh es el Ciclo Manvantárico.

Es muy curioso que Cosmas Indicopleustes, que vivió en el siglo VI después de Jesucristo, haya sostenido siempre que el hombre nació y habitó primeramente en un país «más allá del Océano», de cuyo aserto le había dado prueba en la India un sabio caldeo. Dice él:

Las tierras en que vivimos están rodeadas por el Océano, pero más allá de este Océano hay otro país que toca a las paredes del firmamento; y en esta tierra fue donde el hombre fue creado y vivió en el Paraíso. Durante el Diluvio, Noé fue llevado en su arca a la tierra en que ahora habita su posteridad[949].

El Caballo de doce patas de Huschenk fue encontrado en el continente llamado la «isla seca».

La «Topografía Cristiana» de Cosmas Indicopleustes, y sus méritos, son bien conocidos; pero en este punto el buen padre repite una tradición universal, la cual, por otra parte, ha sido ahora corroborada por los hechos. Todos los viajeros árticos sospechan la existencia de un continente o «tierra seca» más allá de la línea de los hielos eternos. Quizás sea ahora más comprensible el significado del siguiente pasaje de uno de los Comentarios:

En los primeros comienzos de la vida [humana], la única tierra seca estaba en el extremo[950] de la, derecha de la Esfera, en donde está inmóvil el [Globo][951]. Toda la tierra era un vasto desierto de agua, y el agua era tibia… Allí nació el hombre, en las siete zonas del lugar inmortal e indestructible, del Manvantara[952]. Existía allí una primavera eterna en la obscuridad. [Pero] lo que es obscuridad para el hombre de hoy, era luz para el hombre en su aurora. Allí reposaban los Dioses y allí Fohat[953] reina desde entonces… Por esto dicen los sabios Padres que el hombre nació en la cabeza de su Madre [la Tierra], y que sus pies [de la tierra] en el extremo de la izquierda generaron [engendraron] los vientos perniciosos que soplan de la boca del Dragón inferior… Entre la Primera y la Segunda [Razas] la [Tierra] Central Eterna fue dividida por el Agua de la Vida[954].

Ésta fluye alrededor de su cuerpo [el de la Madre Tierra] y lo anima. Uno de sus extremos surge de su cabeza; a sus pies [el Polo Sur] se vuelve impura. Se purifica [a su vuelta] en su corazón, que late bajo el pie de la sagrada Shamballa, que no había nacido entonces [en el principio]. Pues en el cinturón de la morada del hombre [la Tierra] es donde se encuentra oculta la vida y la salud de todo el que vive y alienta[955]. Durante la Primera y Segunda [Razas] el cinturón estaba cubierto por las grandes aguas. [Pero] la gran Madre trabajaba bajo las olas, y una nueva tierra se unió a la primera, que nuestros sabios llaman la cofia [el gorro]. Trabajó aún más para la Tercera [Raza] y su cintura y ombligo aparecieron sobre el agua. Era el cinturón, el sagrado Himavat, que se extiende alrededor del Mundo[956]. Rompióse hacia el Sol poniente, desde su cuello[957] abajo [hacia el Sudoeste] en muchas tierras e islas, pero la Tierra Eterna [el gorro] no se rompió. Tierras secas cubrieron la faz de las aguas silenciosas en los cuatro lados del Mundo. Todas éstas perecieron [a su vez]. Luego apareció la mansión de los malvados [la Atlántida]. La Tierra Eterna estaba entonces oculta, pues las aguas se solidificaron [se helaron] bajo el aliento de sus narices y los malos vientos de la boca del Dragón, etc.

Esto indica que el Asia Septentrional es tan antigua como la Segunda Raza. Puede decirse hasta que el Asia es contemporánea del hombre, puesto que desde el principio mismo de la vida humana existía ya su Continente Fundamental, por decirlo así, y la parte del mundo conocida ahora por Asia solo fue separada de él en tiempos posteriores, y dividida por las aguas glaciales.

Por tanto, si entendemos correctamente la enseñanza, el primer Continente que vino a la existencia cubrió todo el Polo Norte como una corteza continua, y así sigue hasta hoy, más allá de aquel mar interior que parecía como un espejismo inalcanzable a los pocos viajeros árticos que lo percibieron.

Durante la Segunda Raza surgieron más tierras de debajo de las aguas, como una continuación de la «cabeza» desde el «cuello». Principiando en ambos hemisferios, en la línea por encima de la parte más al Norte del Spitzbergen[958], en la proyección de Mercator hacia nuestro lado, pudo haber incluido por el lado de América las localidades que ahora están ocupadas por la Bahía de Baffin y las islas y promontorios vecinos. Allí, apenas alcanzó, hacia el Sur, el grado setenta de latitud; aquí formó el continente en forma de herradura de que habla el Comentario; de cuyos dos extremos, uno incluía la Groenlandia con una prolongación que cruzaba el grado cincuenta un poco al Sudoeste, y el otro Kamschatka, estando unidos los dos extremos por lo que ahora es la franja Norte de las costas de la Siberia oriental y occidental. Esto rompióse en pedazos y desapareció. En los primeros tiempos de la Tercera Raza se formó la Lemuria. Cuando, a su vez, fue destruida, apareció la Atlántida.

ESPECULACIONES OCCIDENTALES, FUNDADAS EN TRADICIONES GRIEGAS Y PURANICAS

De este modo es natural ver que, aun con los escasísimos datos que ha obtenido el historiador profano, un sueco científico, Rucibeck, tratase de probar, hace dos siglos, que Suecia era la Atlántida de Platón. Hasta llegó a creer que en la configuración de la antigua Upsala había encontrado la situación y proporciones de la capital de la «Atlántida», según las presentaba el sabio griego. Como probó Bailly, Rudbeck estaba en un error; pero también lo estaba Bailly, y aún más, pues Suecia y Noruega habían formado parte de la antigua Lemuria, y también de la Atlántida por el lado de Europa; del mismo modo que la Siberia oriental y occidental y Kamschatka habían pertenecido a ella, por el de Asia. Pero, repetimos: ¿cuándo fue esto? Solo estudiando los Purânas podemos encontrarlo aproximadamente, esto es, si no queremos tener en cuenta para nada las Enseñanzas Secretas.

Tres cuartos de siglo han transcurrido desde que Wilford presentó sus imaginarias teorías acerca de que las islas Británicas eran la «Isla Blanca», el Atala de los Purânas. Esto era pura necedad, toda vez que Atala es una de las siete Dvîpas, o Islas, pertenecientes a los Lokas inferiores, una de las siete regiones de Pâtâla (los antípodas). Además, según indica Wilford[959] los Purânas la colocan «en la séptima zona o séptimo clima» —más bien en la medida séptima de calor—, lo cual la localiza así entre las latitudes 24º y 28º Norte. Por tanto, debe buscarse en el mismo grado que el Trópico de Cáncer, mientras que Inglaterra se halla entre las latitudes 50º y 60º. Wilford la llama Atala, la Atlántida, la Isla Blanca. Su enemigo es llamado el «Demonio Blanco», el Demonio del Terror, pues dice:

En sus romances [indos y persas] vemos a Caiscaus que va a la montaña de Az-burj o As-burj, a cuyo pie se pone el sol, a luchar con el Divsefid, o demonio blanco, el Târadaitya de los Purânas, y cuya mansión estaba en el grado séptimo del mundo, correspondiendo a la séptima zona de los buddistas… o, en otras palabras, a la Isla Blanca[960].

Ahora bien; en esto es donde los orientalistas han estado, y están aún, frente a frente del enigma de la Esfinge, cuya errónea interpretación destruirá siempre su autoridad —ya que no a sus personas— a los ojos de todos los eruditos hindúes, Iniciados o no. Pues no hay en los Purânas, en cuyos detalles contradictorios fundaba Wilford sus especulaciones, una sola declaración que no tenga varios significados y que no se aplique tanto al mundo físico como al metafísico. Si los antiguos hindúes dividían geográficamente la faz del Globo en siete Zonas, Climas, Dvîpas, y alegóricamente en siete Infiernos y siete Cielos, la medida de siete no se aplicaba en ambos casos a las mismas localidades. Ahora bien; el Polo Norte, el país del «Meru», es lo que es la séptima división, por corresponder al séptimo Principio (o al cuarto metafísicamente) del cálculo Oculto. Representa él la región de Âtmâ, del Alma y de la Espiritualidad puras. De aquí que Pushkara se presente como la séptima Zona, o Dvîpa, que circunda el Océano Kshîra u Océano de Leche (la blanca región siempre helada), en el Vishnu y otros Purânas[961]. Y Pushkara, con sus dos Varshas, se encuentra directamente al pie del Meru. Pues se ha dicho que:

Los dos países Norte y Sur del Meru tienen la forma de arco… [y que] la mitad de la superficie de la tierra está al Sur del Meru y la otra mitad al Norte del mismo —más allá del cual está la mitad de Pushkara.

Geográficamente, pues, Pushkara es la América, Septentrional y Meridional; y alegóricamente es la prolongación de Jambu-dvîpa[962], en medio de la cual se halla el Meru, pues es el país habitado por seres que viven diez mil años y que están libres de enfermedad y de decaimiento; donde no existen la virtud ni el vicio, ni castas ni leyes, porque estos hombres son «de la misma naturaleza que los Dioses[963]». Wilford tiende a ver el Meru en el Monte Atlas, y coloca también allí el Lokâloka. Ahora bien; el Meru, se nos dice que es el Svar-loka, la mansión de Brahmâ y de Vishnu, y el Olimpo de las regiones exotéricas indias; y se describe, geográficamente, como «pasando por medio del globo terrestre, y rebasando por cada lado[964]». En su parte superior están los Dioses, y en la inferior, o Polo Sur, la mansión de los Demonios (Infiernos). ¿Cómo, pues, puede ser el Meru el Monte Atlas? Por otra parte, Târadaitya, un Demonio, no puede ser colocado en la séptima Zona, si esta última ha de ser identificada con la Isla Blanca, la cual es Shveta-dvîpa, por las razones dadas en la nota anterior.

Wilford acusa a los brahmanes de «haber mezclado confusamente (islas y países)», pero él es quien los ha mezclado y confundido aún más. Cree él que, como el Brahmânda y el Vâyu Purâna dividen el antiguo Continente en siete Dvîpas, que se dice están rodeadas de un vasto océano, más allá del cual se encuentran las regiones y montañas de Atala, de aquí que:

Es muy probable que los griegos derivasen sus nociones de la célebre Atlántida, la cual, no pudiendo ser encontrada después de haber sido una vez descubierta, supusieron que había sido destruida por alguna conmoción de la Naturaleza[965].

Como encontramos alguna dificultad en creer que los sacerdotes egipcios, Platón y hasta el mismo Homero fundasen todos sus nociones de la Atlántida en Atala —región inferior situada en el Polo Sur—, preferimos atenernos a las declaraciones de los Libros Secretos. Creemos en los siete continentes, cuatro de los cuales han vivido ya su tiempo, el quinto existe aún, y dos aparecerán en el porvenir. Creemos que cada uno de éstos no es estrictamente un continente con arreglo al sentido moderno de la palabra, sino que cada nombre, desde Jambu hasta Pushkara[966] se refiere a los nombres geográficos dados:

Así, pues, cualquiera que sea la «mescolanza» que esta nomenclatura pueda representar para el profano, no hay ninguna de hecho para el que posee la clave.

Así, creemos saber que aun cuando dos de las Islas Puránicas —los Continentes Sexto y Séptimo— están aún por aparecer, sin embargo, ha habido, o hay tierras que entrarán en la composición de las futuras regiones secas, de nuevas Tierras cuyas superficies geográficas serán totalmente cambiadas, como lo fueron las del pasado. Por tanto, encontramos en los Purânas que Shâka-dvîpa es (o será) un Continente, y que Shanka-dvîpa, según lo presenta el Vâyu Purâna, es solo «una isla menor», una de las nueve divisiones (a las cuales el Vâyu añade seis más) de Bhâratavarsha. Pues Shankha-dvîpa fue poblada por «Mlechchhas [extranjeros impuros], que adoraban divinidades indas», y por tanto, estaban relacionados con la India[968].

Esto explica a Shankhâsura, Rey de una parte de Shankha-dvîpa, que fue muerto por Krishna; aquel Rey que residía en el palacio «que era una concha marina, y cuyos súbditos vivían también en conchas», dice Wilford.

En las orillas del Nîlâ[969] había luchas frecuentes entre los Devatâs [Seres Divinos, Semidioses] y los Daityas [Gigantes]; pero siendo esta última tribu la que prevaleció, su rey y Jefe Shankhâsura, que residía en el Océano, hizo frecuentes incursiones… de noche[970].

No es en las orillas del Nilo, como supone Wilford, sino en las costas del África Occidental, al Sur de donde está ahora Marruecos, donde tuvieron lugar estas batallas. Hubo un tiempo en que todo el Desierto de Sahara era un mar, después un continente tan fértil como el Delta, y luego, después de otra sumersión temporal, se convirtió en un desierto, parecido a aquella otra soledad, el Desierto de Shamo o del Gobi. Esto se indica en la tradición Puránica, pues en la misma página antes citada, se dice:

[La] gente estaba entre dos fuegos; pues, mientras Shankhâsura saqueaba un lado del continente, Cracacha [o Krauncha], rey de Crauncha-dwîp [Krauncha-dvîpa], desolaba el otro; ambos ejércitos… convirtieron así la más fértil de las regiones en un árido desierto.

Seguro es que Europa fue precedida no solo por la última isla de la Atlántida de que habla Platón, sino también por un gran continente, que primero se dividió, y últimamente se subdividió en siete penínsulas e islas llamadas (Dvîpas). Cubría él todas las regiones Atlánticas del Norte y del Sur, así como partes del Pacífico, del Norte y Sur, y tenía islas hasta en el Océano Indico (restos de la Lemuria). Este aserto está corroborado por los Purânas indios, por escritores griegos y por tradiciones persas, asiáticas y mahometanas. Wilford, que confunde lastimosamente las leyendas indas y musulmanas, muestra esto, sin embargo, claramente[971]. Sus hechos y citas de los Purânas presentan una evidencia concluyente de que los indos Arios y otras antiguas naciones fueron navegantes antes que los fenicios, a quienes se atribuye ahora el haber sido los primeros marinos que aparecieron en los tiempos postdiluvianos. He aquí lo que leemos en Asiatic Researches:

En su desesperación, los pocos indígenas que quedaron [en la guerra entre los Devatâs y Daityas] elevaron sus manos y su corazón a Bhagavân, y exclamaron: «Que el que nos liberte… sea nuestro rey»; y usaron la palabra ÎT [un término mágico que Wilford, evidentemente, no entendió] que tuvo eco en todo el país[972].

Entonces estalla una violenta tempestad; las aguas del Kâli se agitan de un modo extraño, «y aparece sobre las olas… un hombre, llamado después ÎT, a la cabeza de un ejército numeroso, diciendo abhayam, o no hay temor; —y derrotó al enemigo—. El Rey ÎT —explica Wilford— es una encarnación subordinada de Mrira» —Mrida, ¿una forma de Rudra probablemente?— quien «restableció la paz y prosperidad en todo el Shankha-dvîpa, por medio de Barbaradêsa, Misrast’hân y Arva-st’hân, o Arabia», etc.[973]

Seguramente, si los Purânas indos dan una descripción de guerras en continentes e islas situados más allá del África Occidental, en el Océano Atlántico; si sus escritores hablan de Barbaras y otras gentes como los Árabes —ellos que nunca se ha sabido que hayan navegado ni cruzado el Kâlapâni, las Negras Aguas del Océano, en los días de la navegación fenicia— entonces estos Purânas tienen que ser más antiguos que los fenicios, a los cuales se les asigna la época de 2000 a 3000 años antes de Cristo. En todo caso, sus tradiciones tienen que ser más antiguas[974], pues un Adepto escribe:

En el relato anterior, los indos hablan de esta isla como existiendo, y con gran poderío; por tanto, tiene que haber sido hace más de once mil años.

Pero puede aducirse otra prueba de la gran antigüedad de estos indos arios que describieron la última isla superviviente de la Atlántida, o más bien de aquel resto de la parte oriental, del Continente que pereció poco después del levantamiento de las dos Américas[975] —los dos Varshas de Pushkara. Y describieron lo que conocían, porque habían morado una vez en él. Esto puede demostrarse, además, con un cálculo astronómico de un Adepto que critica a Wílford. Recordando lo que este orientalista había manifestado respecto del Monte Ashburj, «a cuyo pie se pone el sol», donde ocurrió la guerra entre los Devatâs y los Daityas[976], dice:

Consideraremos, pues, la latitud y longitud de la perdida isla y del Monte Ashburj que ha quedado. Fue en el séptimo grado del mundo, esto es, en el séptimo clima (el cual está entre la latitud de 24 a 28 grados Norte)… Esta isla, hija del Océano, se ha descrito muchas veces como estando al Oeste; y al sol se le presenta como poniéndose al pie de su montaña (Ashburj, Atlas, Tenerife o Nîlâ, no importa el nombre), y luchando con el Demonio Blanco de la «Isla Blanca».

Ahora bien; si consideramos esta declaración desde su aspecto astronómico, como Krishna es el Sol encarnado (Vishnu), un Dios solar, y como se dice que mató el Divsefid, el Demonio Blanco —una personificación posible de los antiguos habitantes del pie del Atlas—, puede quizás que solo sea una representación de los rayos verticales del Sol. Por otra parte, estos habitantes, los Atlantes, según hemos visto, son acusados por Diodoro de maldecir diariamente al Sol, y de luchar siempre contra su influencia. Esto es, sin embargo, una interpretación astronómica. Ahora quedará probado que Shankhâsura, y Shankha-dvîpa, y toda su historia, es también geográfica y etnológicamente la Atlántida de Platón bajo la vestimenta inda.

Se ha observado que, puesto que en los relatos Purânicos la isla existe todavía, estos relatos tienen que tener más de los 11 000 años que han transcurrido desde que Shankha-dvîpa, o la Poseidonis de la Atlántida, desapareció. Pero ¿no puede ser posible que los indos conocieran esta isla aún antes? Volvamos de nuevo a las demostraciones astronómicas que aclaran perfectamente este punto, si con el referido Adepto consideramos que:

En el tiempo en que el «coluro» tropical del verano pasaba por las Pléyades, cuando Cor Leonis se hallaba sobre el ecuador, y cuando Leo estaba vertical a Ceilán al ponerse el sol, entonces Tauro estaría vertical a la Isla de la Atlántida al mediodía.

Esto quizás explique por qué los singaleses, herederos de los Râkshasas y Gigantes de Lankâ, y descendientes directos de Sinha, o Leo, estuvieron relacionados con Shankha-dvîpa o Poseidonis (la Atlántida de Platón). Solo que, como el Sphinxiad de Mackey indica, esto tiene que haber ocurrido hace unos 23 000 años, astronómicamente; en cuyo tiempo la oblicuidad de la eclíptica tuvo que haber sido más de 27 grados, y por consiguiente, Tauro debe de haber pasado sobre la Atlántida o Shankha-dvîpa. Y que esto era así se demuestra claramente. Dicen los Comentarios:

El toro sagrado Nandi fue traído de Bhârata a Shankha para encontrarse con Rishabha [Tauro] en cada Kalpa. Pero cuando los de la Isla Blanca [descendientes originalmente de Shveta-dvîpa][977], que se habían mezclado con los Daityas [Gigantes] de la tierra de iniquidad, se hubieron vuelto negros por el pecado, entonces Nandi permaneció por siempre en la Isla Blanca [o Shveta-dvîpa]… Los del Cuarto Mundo [Raza] perdieron AUM.

Asburj, o Azburj, ya sea o no el pico de Tenerife, era un volcán cuando principió la sumersión de la «Atala Occidental», o Infierno, y los que se salvaron refirieron lo sucedido a sus hijos. La Atlántida de Platón pereció entre el agua por debajo y el fuego por encima, pues la gran montaña no cesó de vomitar llamas.

El «Monstruo vomitador de fuego» fue el único que sobrevivió de entre las ruinas de la desgraciada isla.

¿Es que se acusa también a los griegos, a quienes se atribuye haber hecho suya una ficción inda (Atala), y haber inventado otra de ella (la Atlántida), de haber tomado de ellos sus nociones geográficas y el número siete?

«La famosa Atlántida ya no existe, pero casi ni se puede dudar de que existiera, —dice Proclo—; pues Marcelo, que escribió una historia sobre los asuntos etíopes, dice que tal gran isla existió una vez, y esto lo prueban los que escribieron historias acerca del mar externo. Pues ellos cuentan que en este tiempo había siete islas en el Mar Atlántico, consagradas a Proserpina; y además de éstas, tres de inmensa magnitud, consagradas a Plutón… (Júpiter), y Neptuno. Y, además, los habitantes de la última isla [Poseidonis] conservaban la memoria de las prodigiosas dimensiones de la isla Atlántida, según lo habían referido sus antepasados, y que ella gobernó durante mucho tiempo todas las islas del mar Atlántico. Desde esta isla puede pasarse a otras grandes islas más allá, las cuales no están lejos de la tierra firme, cerca de la cual está el verdadero mar».

Estos siete dvîpas [traducidos erróneamente por islas] constituyen, según Marcelo, el cuerpo de la famosa Atlántida… Esto muestra evidentemente que la Atlántida es el antiguo continente… La Atlántida fue destruida después de una violenta borrasca [¿?]: esto es bien conocido de los puránicos, algunos de los cuales aseguran que, a consecuencia de esta espantosa convulsión de la naturaleza, desaparecieron seis de los Dvîpas[978].

Ya se han dado bastantes pruebas para satisfacer al mayor escéptico. No obstante, se añadirán pruebas directas basadas en la Ciencia exacta. Sin embargo, aun cuando se escribieran volúmenes, de nada servirían para aquellos que no quieren ver ni oír sino por los ojos y oídos de sus autoridades respectivas.

De aquí la enseñanza de los escoliadores católicos romanos, a saber: Que Hermón, el monte de la tierra de Mizpeth —que significa «anatema», «destrucción»— es lo mismo que Monte Armón. Como prueba de esto, citan muchas veces a Josefo afirmando que, aun en su tiempo, se descubrían en él diariamente enormes huesos de gigantes. Pero era la tierra de Balaam, el profeta a quien el «Señor amaba». Y tan mezclados están los hechos y personajes en el cerebro de los mencionados escoliadores, que cuando el Zohar explica que «las aves» que inspiraron a Balaam significan «Serpientes», esto es, los Hombres Sabios y Adeptos en cuya Escuela había aprendido los misterios de la profecía, aprovechan de nuevo la ocasión para mostrar al Monte Hermón, habitado por los «dragones alados del Mal, cuyo jefe es Samael» – ¡el Satán judío! Según dice Spencer:

A estos espíritus impuros encadenados en el Monte Hermón del Desierto fue enviado el chivo de Israel, el cual tomó el nombre de uno de ellos [Azaz (y)él].

No es así, decimos nosotros. El Zohar tiene la explicación siguiente acerca de la práctica de la magia, la cual es llamada en hebreo Nehhaschim o las «Obras de las Serpientes». Dice (part. III, col. 302).

Es llamada Nehhaschim porque los magos [Kabalistas prácticos] trabajan rodeados por la luz de la Serpiente Primordial, que perciben en el cielo como una zona luminosa compuesta de miríadas de pequeñas estrellas.

Esto significa sencillamente la Luz Astral, llamada así por los Martinistas, por Eliphas Lévi, y ahora por todos los Ocultistas modernos.

LA «MALDICIÓN» DESDE UN PUNTO DE VISTA FILOSÓFICO

Las anteriores enseñanzas de la Doctrina Secreta, completadas por tradiciones universales, han debido demostrar ya que los Brâhmanas y Purânas, el Vendîdâd y otras escrituras mazdeístas; las egipcias, griegas y romanas, y finalmente, hasta los anales sagrados judíos, todas tienen el mismo origen. Ninguna de ellas es un cuento sin sentido y sin fundamento, inventado para atrapar al profano incauto; todas son alegorías que encierran, bajo un velo más o menos fantástico, las grandes verdades reunidas en el mismo campo de la tradición prehistórica. La falta de espacio nos impide entrar, en estos volúmenes, en más minuciosos detalles acerca de las cuatro Razas que han precedido a la nuestra. Pero antes de presentar al lector la historia de la evolución psíquica y espiritual de los padres directos antediluvianos de nuestra Quinta Humanidad (la Aria), y antes de demostrar su influencia sobre todas las ramas laterales desarrolladas del mismo tronco, tenemos que dilucidar algunos hechos más. Se ha mostrado con el testimonio de todo el mundo literario antiguo, y las especulaciones intuitivas de más de un filósofo y hombre científico de las últimas edades, que las enseñanzas de nuestra Doctrina Esotérica se hallan corroboradas, en casi todos los casos, tanto por pruebas deducidas como por las directas, y que ni los Gigantes «legendarios» ni los perdidos Continentes, así como tampoco la evolución de las Razas precedentes, son cuentos sin ningún fundamento. En la Adenda del siguiente volumen, la Ciencia se verá más de una vez imposibilitada de replicar; y esperamos que esa Adenda resolverá todas las observaciones escépticas que se presenten respecto al número sagrado en la naturaleza, y a nuestras cifras en general.

Mientras tanto, fáltanos por concluir una tarea: la refutación del más pernicioso de todos los dogmas teológicos, la MALDICIÓN bajo la cual se dice ha sufrido la humanidad desde la supuesta desobediencia de Adán y Eva en el jardín del Edén.

Los poderes creadores del hombre fueron un don de la Sabiduría Divina, no consecuencia del pecado. Esto se ve claramente en la conducta paradójica de Jehová, que maldice primero a Adán y Eva (o la Humanidad) por el supuesto crimen cometido, y luego bendice a su «pueblo escogido» diciendo: «Creced y multiplicaos, y llenad la tierra[979]». La Maldición no fue atraída sobre la humanidad por la Cuarta Raza, pues la Tercera, relativamente sin pecado, los antediluvianos aún más gigantescos, habían perecido del mismo modo; por tanto, el Diluvio no fue un castigo, sino simplemente resultado de una ley periódica y geológica. Tampoco cayó sobre ellos la maldición del KARMA por buscar la unión natural, como hacen todos los animales sin mente en las épocas debidas; sino por abusar del poder creador, por degradar el don divino y malgastar la esencia de la vida sin más objeto que la satisfacción personal bestial. Cuando se comprende, se ve que el tercer capítulo del Génesis se refiere al Adán y Eva de la Tercera Raza que terminaba, y de la Cuarta que empezaba. En el principio, la concepción era tan fácil para la mujer como para toda la creación animal. Nunca estuvo en el plan de la Naturaleza que la mujer diese a luz a sus hijos en el «dolor». Desde aquella época, sin embargo, durante la evolución de la Cuarta Raza, declaróse la enemistad entre su simiente y la simiente «de la Serpiente», la simiente o producto del Karma y de la Sabiduría Divina. Pues la semilla de la mujer, la lujuria, aplastó la cabeza de la semilla del fruto de la sabiduría y del conocimiento, convirtiendo todo el misterio de la procreación en satisfacción animal; de aquí que la ley del Karma «magullase el talón» de la Raza Atlante, cambiando de un modo gradual, fisiológica, moral, física y mentalmente la naturaleza toda de la Cuarta Raza humana[980], hasta que, en lugar de ser el rey saludable de la creación animal de la Tercera Raza, el hombre se convirtió en la Quinta, nuestra Raza, en un ser escrofuloso e impotente, y vino a ser el heredero más rico del Globo de enfermedades de constitución y hereditarias, el más consciente e inteligentemente bestial de todos los animales[981].

Ésta es la verdadera Maldición desde el punto de vista fisiológico, casi la única que se indica en el Esoterismo kabalístico. Considerada bajo este aspecto, la Maldición es innegable, porque es evidente. La evolución intelectual, marchando en su progreso mano a mano con la física, ha sido, ciertamente, una maldición más bien que una bendición; un don apresurado por los «Señores de Sabiduría», que derramaron sobre el Manas humano el fresco rocío de su propio Espíritu y Esencia. El Divino Titán ha sufrido, pues, en vano; y casi se siente uno inclinado a lamentar su beneficio a la humanidad, y a suspirar por aquellos días tan gráficamente descritos por Esquilo en su «Prometeo Encadenado», cuando al final de la primera Edad Titánica (la Edad que siguió a la del Hombre Etéreo, del piadoso Kandu y Pramlochâ) el hombre físico naciente, todavía sin intelecto y (fisiológicamente) sin sentidos, se describe como:

Viendo, veían en vano;

oyendo, no oían: sino que semejantes a las sombras en sueños,

durante largo tiempo, todo lo confundían al acaso.

Nuestros Salvadores, los Agnishvâtta y otros «Hijos divinos de la Llama de la Sabiduría», personificados por los griegos en Prometeo[982], bien pueden quedar desconocidos y, sin que se les dé las gracias, en la injusticia del corazón humano. En nuestra ignorancia de la verdad, pueden ser indirectamente maldecidos por el don de Pandora; pero verse proclamados y declarados DEMONIOS por boca del clero es un Karma demasiado pesado para «Aquel» que, cuando Zeus «deseó ardientemente» extinguir toda la raza humana, «se atrevió él solo» a salvar a la «raza mortal» de la perdición, o, como se hace decir al Titán que sufre:

Para que no se hundieran, arrebatados al tenebroso Hades,

por esto, terribles torturas me oprimen,

cruel sacrificio, que a lástima mueve,

Yo que a los mortales compadecí…

El coro observa muy pertinentemente:

¡Gran beneficio fue el que a los mortales otorgaste!

Prometeo contesta:

Sí, y además les di el fuego.

CORO: ¿Conque el fuego llameante esos seres efímeros poseen?

PROM.: Sí, y por él muchas artes con perfección aprenderán…

Pero con las artes, el «fuego» recibido se ha convertido en la mayor de las maldiciones; el elemento animal y la conciencia de su posesión han cambiado el instinto periódico en animalismo y sensualidad crónica[983]. Esto es lo que amenaza a la humanidad como pesado manto funerario. Así surge la responsabilidad del libre albedrío; las pasiones Titánicas que representan a la humanidad en su aspecto más sombrío:

La insaciabilidad constante de las pasiones y deseos inferiores que, con cínica insolencia, desafían las trabas de la ley[984].

Habiendo Prometeo dotado al hombre, según el Protágoras de Platón, con aquella «sabiduría que suministra el bienestar físico», y no habiendo cambiado el aspecto inferior del Manas del animal (Kâma), en lugar de «una mente inmaculada, primer don del cielo», creóse el eterno buitre del deseo jamás satisfecho, del pesar y de la desesperación, acoplado a la «debilidad soñolienta que encadena a la raza ciega de los mortales» [556], hasta el día en que Prometeo sea puesto en libertad por su libertador, destinado por el cielo, Heracles.

Ahora bien; los cristianos, especialmente los católicos romanos, han tratado de relacionar proféticamente este drama con el advenimiento de Cristo. No se podía cometer error mayor. El verdadero teósofo, el que busca la Sabiduría Divina y rinde culto a la Perfección absoluta —la Deidad Desconocida, que no es Zeus ni Jehová—, rechazará tal idea. Señalando a la antigüedad, probará que jamás ha habido un pecado original, sino solo un abuso de la inteligencia física siendo guiado lo psíquico por lo Animal, y extinguiendo entre ambos la luz de lo Espiritual. Dirá él, pues: ¡Todos los que podáis leer entre líneas, estudiad la Antigua Sabiduría en los viejos dramas, indos y griegos; leed con atención el «Prometeo Encadenado», representando en los teatros de Atenas hace 2400 años! El mito no pertenece a Hesíodo ni a Esquilo; sino que, como Bunsen dice, «es más antiguo que los mismos helenos», pues verdaderamente pertenece a la aurora de la conciencia humana. El Titán crucificado es el símbolo personificado del Logos colectivo, la «Hueste», y de los «Señores de la Sabiduría» o el HOMBRE CELESTE, que encarnó en la Humanidad. Además, según demuestra su nombre (Pro-me-theus, «el que va ante él» o el futuro)[985], en lo que él ideó y enseñó a la humanidad, la penetración psicológica no era lo de menos. Pues según sus quejas a las hijas del Océano:

De modos diversos determiné las profecías [492]

Y entre los sueños distinguí primeramente

la visión verdadera… y a los mortales guié

a un arte misterioso…

Todas las artes, de Prometeo los mortales recibieron.

Dejando, por unas páginas, el asunto principal, detengámonos a ver lo que puede ser el significado oculto de esta tradicional alegoría, una de las más antiguas así como de las más sugestivas. Como se relaciona directamente con las primeras Razas, no será esto una verdadera digresión.

El asunto de la trilogía de Esquilo, de la cual se han perdido dos piezas, es conocido de todo lector culto. El Semidiós roba a los Dioses (los Elohim) su secreto, el misterio del Fuego Creador. Por este atentado sacrílego, Cronos[986] lo derriba y le entrega a Zeus, el Padre y Creador de una humanidad que él hubiera deseado ciega intelectualmente y semejante al animal; una Deidad Personal que no quería ver al HOMBRE «como uno de nosotros». Por tanto, Prometeo, el «Dador del Fuego y de la Luz», es encadenado al Monte Cáucaso y condenado a la tortura. Pero el Destino triforme (Karma) cuyos decretos, como dice el Titán, hasta Zeus

Ni aun él al destino escapar puede…

–ordena que estos sufrimientos solo durarán hasta el día en que nazca un hijo de Zeus–

Sí, un hijo más fuerte que su padre. [787]

—-----------------------------------------------------

Uno de tu propia estirpe [de Io] será. [791]

Este «Hijo» librará a Prometeo (la humanidad que sufre) de su propio don fatal. Su nombre es «Aquel que tiene que venir».

Bajo la autoridad, pues, de estas pocas líneas, las cuales, como toda otra sentencia alegórica, puede ser amoldada a cualquier sentido (bajo la autoridad de las palabras pronunciadas por Prometeo y dirigidas a Io, la hija de Inaco, perseguida por Zeus), toda una profecía ha sido construida por algunos escritores católicos. Dice el Titán crucificado:

Y, portento increíble, las encinas parlantes

las cuales claramente, sin enigmática frase,

te proclamaron como la ilustre esposa de Zeus

—-------------------------------------------------------[853]

—----------------------------------------halagándote

con solo el suave contacto de su diestra;

luego al oscuro Epafo parirás, cuyo nombre

registra su concepción sagrada… [870]

Esto fue interpretado por varios fanáticos (Des Mousseaux y De Mirville, entre otros) como una clara profecía. Io «es la madre de Dios», se nos dice, y el «oscuro Epafos», Cristo. Pero este último no ha destronado a su Padre, excepto metafóricamente, si nos referimos a Jehová como el Padre; ni el Salvador cristiano ha precipitado a su Padre en el Hades, Prometeo dice (en el verso 930) que Zeus será también humillado:

—------------------------tal matrimonio prepara

que desde el trono de su poderío a la nada

lo precipitará; cumpliráse así en todo

la maldición de su padre Cronos…

—-----------------------------Dejadle, pues, estar

confiado en su alto y rugiente trueno,

blandiendo con ambas manos el rayo fiero;

pues éstos no le librarán, y tendrá que caer,

caída ignominiosa, intolerable… [980]

El «oscuro Epafos» era el Dionisio-Sabasius, hijo de Zeus y de Deméter en los Misterios Sabasios, durante los cuales el «Padre de los Dioses», tomando la forma de Serpiente, engendró con Deméter a Dionisio, o el Baco Solar. Io es la Luna y, al mismo tiempo, la Eva de una nueva raza, y lo mismo es Deméter, en el caso presente. El mito de Prometeo es verdaderamente una profecía; pero no se refiere a ninguno de los Salvadores cíclicos que han aparecido periódicamente en varios países y en diversas naciones, en sus estados transitorios de evolución. Se refiere al último de los misterios de las transformaciones cíclicas, en cuya serie la humanidad, habiendo pasado del estado etéreo al físico sólido, desde la procreación espiritual a la fisiológica, marcha ahora adelante en el arco opuesto del ciclo, hacia esa segunda fase de su estado primitivo en que la mujer no conocía hombre, y la progenie humana era creada, no engendrada.

Ese estado volverá al mundo en general cuando éste descubra y aprecie realmente las verdades que yacen en el fondo de este gran problema del sexo. Será él como la «luz que nunca ha brillado ni en la tierra ni en el mar»; y tiene que llegar a los hombres por medio de la Sociedad Teosófica. Esa luz conducirá a la verdadera intuición espiritual. Entonces, según se dijo una vez en una carta a un teósofo:

El mundo tendrá una raza de Buddhas y Cristos, porque el mundo habrá descubierto que está en su poder el procrear niños semejantes a Buddha, o Demonios… Cuando este conocimiento venga, todas las religiones dogmáticas, y con éstas los Demonios, se extinguirán.

Si reflexionamos sobre el desarrollo sucesivo de la alegoría, y del carácter de los héroes, el misterio puede descifrarse. Cronos es, por supuesto, el «Tiempo», en su curso cíclico. Devora él a sus hijos, incluso a los Dioses personales de los dogmas exotéricos. En lugar de Zeus, ha devorado él a su ídolo de piedra; pero el símbolo ha crecido, y solo se ha desarrollado en la fantasía humana, a medida que la humanidad ha descendido en el ciclo hacia su perfección intelectual y física solamente, no hacia la espiritual. Cuando haya progresado igualmente en su evolución espiritual, Cronos no seguirá engañándose. En lugar de la imagen de piedra, se tragará a la misma ficción antropomórfica. Porque la Serpiente de la Sabiduría, representada en los Misterios Sabasios por el Logos antropomorfizado, la unidad de los Poderes espirituales y físicos, creará con el Tiempo (Cronos) una progenie: Dionisio-Baco o el «oscuro Epafos», el «poderoso», la Raza que le derribará. ¿En dónde nacerá? Prometeo muestra su origen y lugar de su nacimiento en su profecía a Io. Io es la Diosa Lunar de la generación, pues ella es Isis y es Eva, la Gran Madre[987]. Él muestra el sendero de la marcha (de las razas), tan claramente como pueden expresarlo las palabras. Ella tiene que dejar Europa e ir al continente asiático, llegando allí a la más elevada de las montañas del Cáucaso (véase 737); pues el Titán le dice

—Cuando el río atravieses que separa

entre ambos continentes, hacia el Oriente abrasador… [810]

Tiene que viajar en dirección al Este, después de pasar el «Bósforo Kimmeriano» y cruzar lo que evidentemente es el Volga y ahora Astrakhan sobre el mar Caspio. Después de esto encontrará «furiosos vientos del Norte», y de allí pasará al país de la «hueste de Arimaspian» (al Este de la Escitia de Herodoto) hacia

las oxidas cargadas de oro de Plutón… [825]

Lo cual ha conjeturado acertadamente el profesor Newman que significa el Ural, siendo los Arimaspi de Herodoto «los habitantes conocidos de esta región aurífera».

Y ahora se presenta (entre los versículos 825 y 835) un enigma para todos los intérpretes europeos. Dice el Titán:

No te acerques a éstos [a los Arimaspi y Grifos]; a una tierra mucho

más lejana

llegarás después, donde mora una raza negra

cerca de las fuentes del Sol, de donde viene el Etíope río;

seguirás por sus orillas hasta que llegues

a los poderosos rápidos, donde las Bíblicas alturas

envían al Neilos aguas sacras y puras.

Allí se ordenó a Io que fundase una colonia para ella y sus hijos. Ahora veremos cómo ha sido interpretado el pasaje. A Io se le dice que tiene que viajar hacia Oriente hasta llegar al río Ethiops, el cual tendrá que seguir hasta su caída en el Nilo, de donde la perplejidad. «Según las teorías geográficas de los primeros griegos», nos dice el autor de la versión de «Prometeo Encadenado»:

Esta condición la llenaba el río Indus. Arrian (VI, 1) refiere que Alejandro el Grande, al estarse preparando para navegar por el Indus [habiendo visto cocodrilos en este río y en ningún otro, excepto en el Nilo… ], le pareció que había descubierto las fuentes del Nilo; como si éste, saliendo de algún lugar de la India, y corriendo a través de mucha tierra desierta, perdiese por esto su nombre de Indus, corriese… luego por tierras inhabitadas, y fuese entonces llamado Nilo por los etíopes de aquellos lugares, y después por los egipcios. Virgilio, en la Geórgica IV, se hace eco de este antiguo error[988].

Tanto Alejandro como Virgilio pueden haberse equivocado considerablemente en sus nociones geográficas; pero la profecía de Prometeo no ha pecado del mismo modo, ni mucho menos; en todo caso, no en su espíritu esotérico. Cuando se simboliza cierta Raza, y se dan los sucesos de su historia alegóricamente, no hay que esperar una exactitud topográfica en el itinerario trazado para su personificación. Sin embargo, sucede efectivamente que el río Ethiops es el Indus, y es también el Nil o Nîlâ. Es el río que nace en la montaña, la Celeste Kailâsa, la Mansión de los Dioses, a 22 000 pies sobre el nivel del mar. Era el río Ethiops, y así fue llamado por los griegos mucho tiempo antes de los días de Alejandro, porque sus orillas, desde Attock hasta Sind, estaban pobladas por tribus a quienes generalmente se llamaba etíopes orientales. La India y Egipto eran dos naciones hermanas, y los etíopes orientales —los poderosos constructores— vinieron de la India, como está bastante bien probado, según creemos, en Isis sin Velo[989].

En este caso ¿por qué no ha de haber podido Alejandro, y hasta el erudito Virgilio, usar de la palabra Nilo o Neilos al hablar del Indus, puesto que es uno de sus nombres? Hasta hoy día el Indus es llamado en las regiones alrededor de Kalabagh, Nîl, «azul», y Nîlâ, el «río azul». Las aguas son allí de tal color azul oscuro, que este nombre le fue dado desde tiempo inmemorial; y una pequeña ciudad situada en sus orillas, y que existe hasta hoy, lleva el mismo nombre. Es evidente que Arrian, que escribió mucho tiempo después de los días de Alejandro, y que ignoraba el antiguo nombre del Indus, ha calumniado inconscientemente al conquistador griego. Nuestros modernos historiadores no han sido tampoco más cautos al juzgar como lo han hecho, pues a menudo hacen las declaraciones más concluyentes por meras apariencias, lo mismo que sus antiguos colegas de antaño, cuando no había Enciclopedia alguna a su disposición.

La raza de Io, la «doncella con cuernos de vaca», es, pues, sencillamente la raza avanzada primitiva de los etíopes, traída por ella del Indus al Nilo, el cual recibió su nombre en memoria del río madre de los colonos de la India[990]. Por tanto, Prometeo dice a Io[991] que el Neilos sagrado —el Dios, no el río— la guiará «a la tierra de tres ángulos», a saber, el Delta, en donde se ordenó previamente a sus hijos que fundasen «aquella remota colonia» (833 y sig).

Allí es donde una nueva raza principia (los egipcios), y una «raza femenina» [873], la cual, la «quinta en descendencia» del oscuro Epafos:

En número de cincuenta volverá a Argos.

Luego una de las cincuenta vírgenes caerá por el amor y

… Tendrá con Argos una raza de reyes

—-------------------------------------------------------------

Pero de esta estirpe saldrán héroes indomables,

arqueros famosos, que me libertarán de estos males.

Cuándo surgirán estos héroes es lo que el Titán no dice; pues, según observa:

Para expresar esto extensamente, necesitase largo discurso.

Pero «Argos» es Arghyavarsha, la Tierra de las Libaciones y de los antiguos Hierofantes, de donde saldrá el Libertador de la Humanidad, nombre que se convirtió edades después en el de su vecina la India: la Aryâvarta de antaño.

Varios escritores antiguos, entre ellos Cicerón[992] y Clemente de Alejandría[993], han dicho que el asunto formaba parte de los Misterios Sabasian. Estos últimos escritores son los únicos que atribuyen a su verdadera causa el hecho de haber sido Esquilo acusado por los atenienses de sacrilegio y condenado a morir apedreado. Dicen ellos que Esquilo, no estando iniciado, había profanado los Misterios exponiéndolos en sus Trilogías en un escenario público[994]. Pero hubiera incurrido en la misma pena si hubiese sido iniciado; lo cual es lo que debe haber sucedido, porque de otro modo hubiera tenido, como Sócrates, un Demonio que le revelase el Drama alegórico, sagrado y secreto de la Iniciación. En todo caso, el «padre de la tragedia griega» no fue quien inventó la profecía de Prometeo; pues lo que él hizo fue solo repetir en forma dramática lo que era revelado por los sacerdotes durante los Misterios de Sabasia[995]. Estos últimos eran una de las festividades sagradas más antiguas, cuyo origen es hasta hoy día desconocido de la historia. Los mitólogos lo relacionan, por medio de Mithra, el Sol, llamado Sabasio en algunos antiguos monumentos, con Júpiter y Baco. Sin embargo, no fue nunca propiedad de los griegos, sino que data de tiempo inmemorial.

La traductora del drama se maravilla de que Esquilo se hiciese culpable de semejante

discrepancia entre el carácter de Zeus, tal como se le presenta en el «Prometeo Encadenado», y el que se describe en los demás dramas[996].

Esto es por lo que Esquilo, lo mismo que Shakespeare, fue y seguirá siendo siempre la «Esfinge» intelectual de las edades. Entre Zeus, la Deidad Abstracta del pensamiento griego, y el Zeus Olímpico, había un abismo. Este último no representaba en los Misterios más principio que el aspecto inferior de la inteligencia física humana (Manas enlazado con Kâma); mientras que Prometeo, el aspecto divino de Manas sumergido en Buddhi, al cual aspira, era el Alma divina. Siempre que a Zeus se le representa como cediendo a sus pasiones inferiores, es nada más que el Alma Humana, el Dios celoso, vengativo y cruel, en su Egoísmo o Yo exclusivista. De aquí que a Zeus se le represente como una Serpiente, el tentador intelectual del hombre, que, sin embargo, engendra en el curso de la evolución cíclica al «Salvador-Hombre», al Baco Solar o Dionisio —más que hombre.

Dionisio es uno con Osiris, con Krishna y con Buddha, el Sabio celeste, y con el Avatâra (décimo) futuro, el Christos Espiritual glorificado, que libertará al Chrestos en sufrimiento (la humanidad, o Prometeo), en su prueba. Esto, según dicen las leyendas brahmánicas y buddhistas, que repiten como eco las enseñanzas de Zoroastro y ahora las cristianas (estas últimas solo ocasionalmente), sucederá al final del Kali Yuga. Solo después de la aparición del Kalki Avatâra, o Sosiosh, nacerá el hombre de la mujer sin pecado. Entonces Brahmâ, la deidad hindú; Ahura Mazda (Ormuzd), la de Zoroastro; Zeus, el Don Juan olímpico griego; Jehová, el Dios de tribu, celoso, vacilante y cruel de los israelitas, y todos sus semejantes del Panteón universal de la fantasía humana, se desvanecerán y desaparecerán en el aire sutil. Y juntamente con ellos se desvanecerán sus sombras, los aspectos sombríos de todas estas Deidades, representadas siempre como sus «hermanos gemelos» y criaturas, en la leyenda Exotérica: su propia reflexión sobre la Tierra, en la Filosofía Esotérica. Los Ahrimanes y Tifones, los Samaels y Satanes, serán todos destronados en ese día, cuando todas las pasiones malas sean subyugadas.

Hay una Ley Eterna en la Naturaleza que tiende siempre a ajustar los opuestos y a producir una armonía final. Debido a esta Ley de desarrollo espiritual que se sobrepondrá al físico y puramente intelectual, la humanidad se verá libre de sus falsos Dioses, y se verá, finalmente, redimida por sí misma.

En su revelación final, el antiguo mito de Prometeo (cuyos prototipos y antitipos se encuentran en todas las antiguas teogonías) radica en cada una de éstas, en el origen mismo del mal físico, porque está en el umbral de la vida física humana. Cronos es el «Tiempo», cuya primera ley es que el orden de las fases sucesivas y armónicas en el proceso de la evolución durante el desarrollo cíclico, se conserve estrictamente, bajo la pena severa del desenvolvimiento anormal, con todos sus consiguientes resultados. No estaba en el programa del desarrollo natural, que el hombre, por más que sea un animal superior, se convirtiera desde luego, intelectual, espiritual y psíquicamente, en el Semidiós, que es en la Tierra, mientras que su constitución física permanece más débil, más impotente y efímera que la de casi todos los mamíferos de gran tamaño. El contraste es demasiado grotesco y violento; el tabernáculo demasiado indigno del Dios que en él mora. Así el don de Prometeo se convirtió en una maldición, aun cuando sabida de antemano y prevista por la Hueste personificada en ese personaje, como su nombre bien lo indica[997]. En esto se hallan fundados su pecado y su redención a la vez. Pues la Hueste que encarnó en una parte de la humanidad, aunque inducida a ello por Karma o Némesis, prefirió el libre albedrío a la esclavitud pasiva; el dolor, y hasta la tortura intelectual consciente, «durante el transcurso de miríadas de tiempos», a la beatitud instintiva, imbécil y vacía. Sabiendo que semejante encarnación era prematura y no estaba en el programa de la Naturaleza, la Hueste Celestial, «Prometeo» se sacrificó, sin embargo, para beneficiar con ello a una parte, al menos, de la humanidad[998]. Pero al paso que salvaba al hombre de la oscuridad mental, le infligió las torturas de la propia conciencia de su responsabilidad (resultado de su libre albedrío), además de todos los males de que es heredero el hombre y la carne mortal. Esta tortura aceptóla Prometeo para sí, puesto que la Hueste se mezcló desde entonces con el tabernáculo preparado para ella, el cual era aún imperfecto en aquel período de formación.

Siendo incapaz la evolución espiritual de marchar a la par que la física, una vez rota su homogeneidad por la mezcla, el don se convirtió por ello en la causa principal, si no en el único origen, del Mal[999]. Altamente filosófica es la alegoría que muestra a Cronos maldiciendo a Zeus por destronarle, en la Edad de Oro primitiva de Saturno, cuando todos los hombres eran Semidioses, y por crear una raza física de hombres relativamente débiles e impotentes; y después, entregando a su venganza (la de Zeus) al culpable que despojó a los Dioses de su prerrogativa de crear, elevando con ello al hombre a su nivel, intelectual y espiritualmente. En el caso de Prometeo, Zeus representa a la Hueste de los Progenitores Primarios, los PITRIS, los «Padres» que crearon al hombre sin entendimiento y sin mente; al paso que el Divino Titán representa a los Creadores Espirituales, los Devas que «cayeron» en la generación. Los primeros son inferiores espiritualmente, pero más fuertes físicamente que los «Prometeos; —y, por tanto, estos últimos aparecen vencidos—. La Hueste inferior, cuya obra destruyó el Titán, echando así por tierra los planes de Zeus», estaba en esta Tierra en su propia esfera y plano de acción; mientras que la Hueste superior estaba desterrada del Cielo, y se encontró cogido en las redes de la Materia. Los de la Hueste inferior eran dueños de todas las Fuerzas Titánicas inferiores y Cósmicas; los Titanes superiores solo poseían el Fuego intelectual y espiritual. Este drama de la lucha de Prometeo con el Zeus sensual, déspota y tirano del Olimpo, lo vemos representado diariamente en nuestra presente humanidad; las pasiones inferiores encadenan las aspiraciones superiores a la roca de la Materia, para generar muchas veces el buitre del dolor, del pesar y del arrepentimiento. En todos estos casos se vuelve a ver de nuevo

Un dios… encadenado, presa de la angustia;

el enemigo de Zeus, odiado por todos,

un Dios, que ni aun tiene aquel supremo consuelo de Prometeo, que sufría por propio sacrificio

porque a los hombres amaba demasiado;

pues el Titán divino es impulsado por el altruismo, y el hombre mortal por el propio interés y el egoísmo en todas las ocasiones.

El moderno Prometeo se ha convertido ahora en Epi-meteo «el que ve solo después del suceso»; porque la filantropía universal del primero ha degenerado hace mucho tiempo en interés y adoración propios. El hombre volverá a ser el Titán libre de antaño; pero no antes de que la evolución cíclica haya vuelto a establecer la interrumpida armonía entre las dos naturalezas, la terrestre y la divina; después de lo cual se hará impenetrable a las Fuerzas Titánicas inferiores, invulnerable en su Personalidad e inmortal en su Individualidad. Pero esto no sucederá sino cuando haya eliminado de su naturaleza, todo elemento animal. Cuando el hombre comprenda que «Deus non fecit mortem»[1000], sino que el hombre mismo la ha creado, volverá a ser el Prometeo de antes de su Caída.

Para el simbolismo completo de Prometeo y el origen de este mito en Grecia, se envía al lector al tomo IV, Parte II, Sección 6: «Prometeo, el Titán», etc. En dicha Parte, especie de suplemento del presente trozo, se exponen todos los informes adicionales sobre aquellas doctrinas que serán controvertidas y disputadas. Esta obra es tan heterodoxa, cuando se la confronta con los modelos aceptados de la Teología y de la Ciencia Modernas, que no se omitirá prueba alguna que tienda a mostrar que tales modelos usurpan muchas veces una autoridad ilegal.

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