Un nuevo instrumento: el telescopio
Un nuevo instrumento: el telescopio
En esas estaba cuando supo de la existencia de un nuevo instrumento, el catalejo, y aquello cambió todo: la dirección de sus investigaciones (durante algún tiempo, pues volvería a sus estudios sobre el movimiento de los cuerpos), al igual que su propia vida. Y no solo esto: como es bien sabido, lo que vino después, al principio de manera más o menos discreta, luego como la explosión de una bomba cuyos ecos, casi cuatro siglos más tarde, todavía se escuchan: la publicación del Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copernicano y la condena de 1633 por el Santo Oficio romano.
En Sidereus nuncius, Galileo explicó cómo había llegado a construir el catalejo. Merece la pena citarlo en esta introducción:
«Hace ya alrededor de diez meses me llegó un rumor de que un cierto neerlandés había fabricado un anteojo, merced al cual los objetos visibles, aunque muy alejados del ojo del espectador, se veían nítidamente como si estuviesen cerca. Además, algunas experiencias de este efecto, ciertamente admirable, andaban de boca en boca, y mientras unos las creían, otros las negaban. Pocos días después, esa misma noticia la confirmó, por medio de una carta desde París, el noble galo Jacques Badovere[5], lo que fue, al fin, la causa de que me implicase por entero en la busca de las razones, y también de idear los medios, por los cuales se llega a inventar un instrumento semejante, lo que conseguí poco después sustentándome en la teoría de las refracciones. En primer lugar, procuré un tubo de plomo y en sus extremidades adapté dos lentes, ambas con una parte plana, pero, por la otra una era esférica convexa y la otra, a su vez, cóncava. Luego, acercando el ojo a la parte cóncava vi los objetos bastante grandes y cercanos, pues aparecían tres veces más próximos y nueve veces más grandes que cuando se miran únicamente de forma natural. En seguida, me esforcé en hacer otro más exacto, que representaba los objetos más de sesenta veces más grandes. Al fin, sin ahorrar ningún esfuerzo ni coste, sucedió que fui capaz de construirme un instrumento tan excelente, que las cosas vistas por medio de él aparecen casi mil veces mayores, y más de treinta veces más próximas que si se mirasen solo con las facultades naturales. Estaría de más exponer en qué medida y qué grande sería la utilidad de este instrumento, tanto en las necesidades terrestres como en las marítimas. Pero decidí olvidar las cosas terrenales y me dediqué a la observación de las celestes[6]».
Miles de páginas, innumerables artículos y monografías se han escrito acerca de la invención del telescopio, y seguramente en ninguna —o en muy pocas— deja de mencionarse que no siempre Galileo fue leal con aquellos que le habían precedido en imaginar semejante instrumento, entre ellos el «neerlandés» Hans Lipperhey (1570-1619), de Middelburgo, al que probablemente se refería en la cita precedente, que llegó a solicitar una patente, acción que provocó que otros dos holandeses, fabricantes de lentes, Jacob Metius (c. 1571-1630), de Alcmaar, y Zacharias Jansen (1588-1638), de Middelburgo, reclamaran la paternidad de la invención (el 2 de octubre de 1608, la cuestión de patentar el telescopio fue debatida en el Parlamento, que finalmente decidió no adjudicar la patente a nadie, entre otras razones porque creían que semejante arte no podía permanecer en secreto). De lo que hizo Jansen tenemos constancia a través de una entrada en el diario de Isaac Beeckman (1588-1637), profesor de Descartes, que aprendió la técnica del pulido de lentes de un hijo de Jansen: «Johannes, hijo de Zacharias, dice que su padre construyó aquí, en el año 1604, el primer telescopio, imitando uno italiano en el que estaba escrito “anno 1[5]90[7]”».
¿Quién pudo haber sido el italiano que mencionaba Johannes Jansen? Una posibilidad es que fuese el polígrafo napolitano Giovambattista della Porta (1535-1615), quien en el capítulo XVII de su Magia naturalis (Nápoles, 1589), titulado «De catoptricis imaginibus» trataba de las propiedades de aumento de las lentes, describiendo sumariamente lo que podría haber sido un catalejo[8]. Della Porta fue como Galileo miembro de la Accademia dei Lincei (Academia de los Linces), agrupación fundada en 1603 por el joven Federico Cesi (Galileo fue nombrado miembro de ella el 25 de abril de 1611), y los linceanos le reconocieron la paternidad de la invención del telescopio (en una carta que della Porta escribió a Cesi el 28 de agosto de 1609, incluyó un dibujo en el que aparecía el esquema de un catalejo)[9]. Otro italiano posible constructor de un telescopio temprano fue Raffaello Gualterotti (1543-1639), que el 24 de abril de 1610 escribió a Galileo manifestando que había construido un catalejo doce años antes (esto es, 1598), pero que no había pensado que pudiese magnificar tanto como para ser de utilidad en las observaciones astronómicas. Finalmente, otro que pidió su parte fue Antonio de Dominis (1566-1624), quien tras la aparición de Sidereus nuncius decidió presentar públicamente su reclamación en un libro titulado De radiis visus et lucis in vitris perspectivis et iride, publicado, al igual que Sidereus, por Tomás Baglioni (Venecia 1611).
Por su parte, en la obra Telescopium, sive ars preficiendi novum illud Galilaei visorium instrumentum ad sydera (Frankfurt, 1618), el milanés Girolamo Sirtori (o Hieronymi Sisturi), discípulo de Galileo, se refiere a un catalejo que fue regalado por un francés al zamorano conde de Fuentes (1525-1610), y menciona entre los fabricantes de ese tipo de instrumentos a una familia de artesanos en Barcelona. En su Historia de la ciencia española, el eminente arabista e historiador de la ciencia Juan Vernet ha explicado la conexión española de la invención del telescopio en los siguientes términos[10]:
«el instrumento que había de revolucionar la astronomía, el anteojo, apareció a principios del siglo XVII. El descubrimiento del mismo fue realizado de modo independiente en diversos lugares: Holanda, Italia y España, pero solo adquirió su trascendencia científica en manos de Galileo. Ahora bien: las citas más antiguas al mismo son, indudablemente, españolas, y ya no por las afirmaciones de Sisturo, traducidas y dadas a conocer a ya muchos por Picatoste, que atribuyen la invención al gerundense Juan Roget (m. c. 1618) sino por el hallazgo de documentos en el Archivo de Protocolos de Barcelona, en que aparece la mención de los mismos con anterioridad a las hasta ahora pretendidas fechas de invención. Así, en el testamento de Pedro de Cardona, el 10 de abril de 1593, este lega una “ullera larga guarnida de lauto”; el 5 de septiembre de 1608, muerto el mercader Jaime Galvany, se vende en pública subasta, y al precio de cinco sueldos, una “ollera de llarga vista”, hecho que acontecía un mes antes de que los ópticos holandeses Hans Laprey, de Middelburgo, y Jacobo Metius, de Alcmaar, solicitaran patente de invención al Consejo de Estado de los Países Bajos[11]».
Como es bien sabido, también el inglés Thomas Harriot (c. 1560-1621), un empleado del conde de Northumberland, dispuso de un telescopio (él lo llamó «perspective tube»; esto es, «tubo de perspectiva»), de unos seis aumentos —peor pues que los de Galileo— con el que observó la Luna. Entre los dibujos suyos que se conservan hay uno, datado el 26 de julio de 1609, en el que se reproduce la Luna con una línea curva, de trazos algo toscos, que separa la parte iluminada de la oscura; en la parte superior del cuarto lunar Harriot incluyó unas zonas sombreadas de lo que ahora conocemos como grandes «mares» lunares, como el Mar de la Tranquilidad. Sin embargo, de sus observaciones no extrajo conclusiones parecidas a las de Galileo; simplemente, no sabemos qué dedujo de lo que vio, si es que dedujo algo, que posiblemente no lo hizo.
Por consiguiente, sin saber exactamente cómo eran todos estos instrumentos, lo que resulta indudable es que hacia 1608 el «catalejo para mirar de lejos» era una curiosidad cuya existencia estaba algo extendida.