El Origen del Hombre

Capítulo VII. Las razas humanas

Capítulo VII. Las razas humanas

No me propongo describir aquí las tituladas razas humanas; trato sólo

de investigar cuál es, bajo el punto de vista de la clasificacion, el

valor y el orígen de las diferencias que entre ellas existen. Cuando los

naturalistas quieren determinar si dos ó más formas vecinas deben ser

consideradas como especies ó como variedades, déjanse dirigir

prácticamente por las siguientes consideraciones: la suma de las

diferencias observadas; su alcance á un pequeño ó gran número de puntos

de conformacion; si tienen importancia fisiológica; pero más

especialmente si son constantes. La constancia de los caracteres, es,

efectivamente, lo que más busca y aprecia el naturalista. Siempre que se

puede demostrar de una manera positiva, ó solamente probable, que las

formas en cuestion han subsistido distintas durante un largo período,

tiénese ya un argumento de gran peso para que sean consideradas como

especies. Generalmente se acepta como un criterio decisivo de distincion

específica, la menor indicacion de esterilidad que se presenta en los

cruzamientos de dos formas; admítese tambien comunmente como suficiente

prueba, el hecho de presentarse algun grado de esterilidad recíproca, ó

de una repugnancia manifiesta al acto de unirse dos animales, cuando

ambos persisten sin mezclarse en la misma region.

El criterio más importante de distincion especifica es, sobre todo,

la carencia completa, en una region bien estudiada, de variedades que

enlacen entre sí dos formas vecinas, porque hay en este hecho algo más

que una simple persistencia de caracteres, atendiendo á que dos formas,

aunque varien sobremanera, pueden no producir variedades intermediarias.

La distribucion geográfica viene frecuentemente á desempeñar un papel,

ya consciente, ya inconsciente; pues hay formas propias de dos regiones

muy separadas una de otra, donde la mayor parte de las especies

restantes se distinguen específicamente, que tambien suelen considerarse

como tales; pero, en realidad, este hecho no sirve de apoyo, para la

distincion entre las razas geográficas, y las que se llaman verdaderas

especies.

Apliquemos desde luego estos principios, admitidos generalmente para

las razas humanas, considerándolas bajo el mismo punto de vista con que

lo baria un naturalista, con respecto á un animal cualquiera. En cuanto á

la extension de las diferencias que existen entre las razas, nos

auxiliará poderosamente la sutileza de discernimiento que hemos

adquirido por la costumbre de observarnos á nosotros mismos. Conforme

hace notar Elphinstone, ningun europeo recien llegado á la India es

capaz de distinguir á primera vista las diversas razas indígenas, que al

cabo de algun tiempo le parecen completamente diferentes; el indígena

de aquella region tampoco echa de ver las diferencias que existen entre

las diversas naciones europeas.

Aun las razas humanas más distintas, exceptuando algunas tribus

negras, son de formas más parecidas entre sí de lo que se supondria

antes de fijarse, en ello. Las fotografías de la coleccion antropológica

del Museo francés, en que están retratados individuos de razas

distintas, podrian pasar por retratos de europeos, como lo han notado

muchas personas á quienes las he enseñado. Con todo viendo los

originales, estos individuos parecerian sin duda muy distintos, lo que

prueba la gran influencia que ejercen en nuestro juicio el color de la

piel y de los cabellos, las ligeras diferencias en los rasgos

fisiognómicos y en la expresion del rostro.

Está ya puesto fuera de duda que las distintas razas comparadas y

medidas con cuidado, presentan entre sí considerables diferencias por la

estructura de los cabellos, las proporciones relativas de todas las

partes del cuerpo, la extension de los pulmones, la forma y la capacidad

del cráneo, y hasta por las circunvoluciones del cerebro. Seria tarea

interminable la de querer especificar los numerosos puntos de diferencia

en la estructura. Difieren asimismo las razas por su constitucion, por

su aptitud variable para aclimatarse, y por su predisposicion á contraer

ciertas enfermedades. Así como en lo físico, son distintos los

caracteres que presenta en lo moral; conclusion que se deduce

principalmente de sus facultades de sentimiento, y en parte de las de

inteligencia. Cualquiera que haya tenido ocasion de establecer

comparaciones sobre este particular, habrá quedado sorprendido del

contraste que existe entre los indígenas sombríos y taciturnos de la

América del Sud, y los negros frívolos y locuaces. Un contraste análogo

existe entre los Malayos y los Papúes, que viven en iguales condiciones

físicas y sólo están separados por un estrecho brazo de mar.

Un naturalista se creeria tal vez competentemente autorizado para

considerar como especies diferentes las razas humanas al poder

distinguir muchas diferencias de conformacion y de constitucion, algunas

de las cuales son realmente importantes. Estas diferencias existen en

efecto y son constantes durante largos períodos de tiempo. Hallaria un

apoyo para su opinion en la extension enorme que ocupa el hombre sobre

la tierra, lo cual constituiria una grave anomalía en la clase de los

Mamíferos, si el género humano representase tan sólo una especie. La

ratificaria al ver que la distribucion de las llamadas razas humanas se

aviene con las de las otras especies de mamíferos incontestablemente

distintos. Por último, podria citar para probar la verdad de su tesis,

el hecho de que no se ha probado con evidencia que existiese fertilidad

mútua entre todas las razas, y que, aunque así fuese, no constituiria

esto una prueba absoluta de su identidad específica.

Pero, en cambio, si el naturalista quisiera investigar si las formas

humanas persisten siendo distintas, como las especies ordinarias, cuando

se encuentran mezcladas en gran número en un mismo país, descubriria

inmediatamente que jamás se da ejemplo de ello. Veria en el Brasil una

inmensa poblacion mestiza de Negros y Portugueses; hallaria en Chile y

otras partes de la América del Sur la poblacion entera consistente en

Indios y Españoles, mezclados en diversos grados. En otras muchas

regiones del mismo continente encontraria los más complejos cruzamientos

entre Negros, Indios y Europeos; y estas triples combinaciones

suministran (á juzgar por lo que se nota en el reino vegetal) la prueba

más rigurosa de la mútua fertilidad de las formas progenitoras. En una

isla del Pacífico descubriria una pequeña poblacion de sangre polinésica

é inglesa cruzadas, y en el archipiélago Viti otra de Polinesios y

Negritos cruzados en todos los grados imaginables. Se podrian citar

muchos casos análogas, en el Africa del Sud, por ejemplo. En vista de

estos casos hemos de admitir que las razas humanas no son bastante

distintas entre sí para coexistir sin fusion; hecho que, en los casos

ordinarios, proporciona el medio habitual para establecer la distincion

específica.

También se turbaria en gran manera nuestro naturalista, al advertir

que los caracteres distintos de todas las razas humanas son

extraordinariamente variables. Este hecho sorprende en alto grado al que

por primera vez contempla esclavos negros en el Brasil, á donde acuden

de todas las parles del Africa. Lo propio se observa entre los

Polinesios y otras razas. Dudamos mucho de que se pueda citar un

carácter que sea distintivo de una raza, y constante. Aun los salvajes

comprendidos dentro los límites de la misma tribu, distan mucho de

presentar en sus caracteres la uniformidad que se ha supuesto. En las

mujeres hotentotes se notan ciertas particularidades más desarrolladas

de lo que lo están en otras razas; pero es sabido que este caso no es

constante. Las diversas tribus americanas difieren mucho por el color y

desarrollo de los cabellos; en los Negros africanos el color varia

tambien en cierto grado, y de una manera muy aparente la forma de los

rasgos fisiognómicos. La configuracion del cráneo es bastante variable

en algunas razas, y lo propio acontece con todos los demás caracteres.

Sabido es que los naturalistas han aprendido, por una triste

experiencia, cuán atrevido y temerario es el tratar de definir la

especie apoyándose en caracteres inconstantes.

Pero el argumento más poderoso que se puede oponer á la idea de que

las razas humanas sean consideradas como especies distintas, es el que

cambian una en otra, sin mediar cruzamiento alguno en muchos casos. El

hombre ha sido estudiado más cuidadosamente que otro animal alguno, y,

con todo, entre los jueces más eminentes media la divergencia más grande

que puede imaginarse al tratar de si se le ha de considerar formando

una sola especie ó reino, ó dos (Virey); tres (Jacquinot); cuatro

(Kant); cinco (Blumembach); seis (Buffon), siete (Hunter); ocho

(Agassiz); once (Pikering); quince (Bory Saint-Vincent); diez y seis

(Desmoulins); veinte y dos (Morton); sesenta (Crawfurd); ó sesenta y

tres, segun Rurke. Esta diversidad de pareceres no prueba que las razas

hayan de dejar de considerarse como especies, pero demuestra que están

en gradacion contínua, siendo casi imposible descubrir entre ellas

rasgos característicos bien determinados.

Todo naturalista que baya tenido la desgracia de emprender la

descripcion de un grupo de organismos altamente variables (hablo por

experiencia), habrá encontrado casos completamente semejantes al que se

presenta el hombre; si tratase de obrar con prudencia acabaria por

reunir en una especie única todas las formas que pasan gradualmente de

unas á otras, ya que no se consideraria autorizado para dar

denominaciones especiales á objetos que no sabe definir. Nótanse casos

análogos en el Orden que comprende al hombre, en ciertos géneros de

monos; mientras que en otros, como el Cercopiteco, la mayor parte de las

especies se pueden determinar con completa certeza. Algunos

naturalistas consideran como especies las diversas formas del género

americano Cebú, y otros como simples razas geográficas. Si despues de

haber recogido ejemplares de Cebús en todos los países de la América del

Sud, y de haber visto pasar unas á otras formas que, actualmente,

parecen específicamente distintas, se las considerase luego como simpies

variedades ó razas; de un modo parecido han obrado la mayor parte de

los naturalistas en lo que concierne á las razas humanas. Preciso es

confesar, sin embargo, que hay, por lo ménos en el reino vegetal, formas

á que no podemos negar la denominacion de especies, por más que se

encuentren en conexiones recíprocas y no por cruzamientos, sino por

innumerables gradaciones.

Algunos naturalistas han empleado hace poco tiempo el nombre de sub-especie

para designar aquellas formas que poseen muchos caracteres de verdadera

especie, pero sin merecer una categoría tan elevada. Si consideramos

detenidamente los importantes argumentos que acabamos de dar para

justificar la elevacion de las razas humanas á la dignidad de especie, y

tenemos en cuenta las insuperables dificultades que por otra parte se

presentan para definirlas, podríamos recurrir preferentemente al empleo

del nombre de sub-especie. Tal vez la costumbre inveterada hará preferir siempre el nombre de raza.

La eleccion de denominaciones ha de llenar otra condicion que la de que

los mismos nombres sirvan para expresar en cuanto sea posible los

mismos grados de diferencia.

En estos últimos años se ha debatido mucho, entre los naturalistas,

la cuestion de saber si la humanidad consiste en una ó varias especies;

discusion que los ha dividido en dos escuelas; monogenistas, y

poligenistas. Los que no admiten el principio de evolucion deben

considerar la especie: ó como creacion separada, ó como entidad distinta

en algun modo; y es preciso que resuelvan cuáles son las formas que se

deben clasificar como especies, por analogía con los demás séres

orgánicos considerados ordinariamente como especies tambien. Pero

inútilmente se intentará resolver tal cuestion, partiendo de bases

justas, mientras no se haya aceptado generalmente alguna definicion de

la palabra especie, definicion que no ha de contener ningun

elemento de imposible averiguacion, tal como el de un acto creador.

Seria tan estéril como el tratar de decidir, sin ninguna definicion

prévia, si cierto conjunto de casas se debe llamar ciudad, villa ó

aldea. Tenemos ejemplo práctico de tal dificultad en las interminables

discusiones á que ha dado lugar el tratar de saber si los numerosos

mamíferos, aves, insectos y plantas, que se corresponden mútuamente en

la América del Norte y Europa, se han de considerar como especies ó como

razas geográficas. Lo propio acontece con las producciones de

muchísimas islas, situadas á poca distancia de los continentes.

En cambio los naturalistas que admiten el principio de evolucion (y

la mayor parte de los jóvenes se afilian ya á este grupo) no vacilarán

en reconocer que todas las razas humanas descienden de un solo tronco

primitivo; por más que crean útil ó nó calificarlas de especies

distintas, con objeto de expresar la extension de sus diferencias.

Cuando, en una época muy remota, las razas humanas han diferido de su

antecesor comun, se habrán diferenciado muy débilmente entre sí, y aun

en poco número; así pues, por lo que respecta á sus caracteres

distintos, habrán presentado ménos títulos para merecer el rango de

especies distintas, que las que en la actualidad llamamos razas. Sin

embargo, algunos naturalistas hubieran podido tal vez considerar estas

antiguas razas como especies distintas, y darlas este nombre arbitrario,

si sus diferencias, aunque leves, hubiesen sido más persistentes que

ahora, sin presentar tránsitos graduales de unas á otras.

Es posible, aunque poco probable, que los primeros antecesores del

hombre hayan divergido, primeramente por sus caracteres, hasta llegar á

ser más distintos entre sí de lo que lo son las razas existentes; y que,

ulteriormente, como indica Vogt, hayan convergido por sus caracteres.

Aunque las razas humanas actuales difieren por muchos conceptos,

tales como el color, los cabellos, la forma del cráneo, las proporciones

del cuerpo, etc., si se las considera en el conjunto de su

organizacion, se vé que se parecen en alto grado por una multitud de

puntos. Gran número de estos son tan insignificantes ó de tan peregrina

naturaleza que no es presumible se hayan adquirido de una manera

independiente por especies ó razas primitivamente distintas. La misma

observacion se aplica de una manera igual y aun más marcada á los puntos

de similitud mental que existen entre las razas humanas más distintas.

Los indígenas americanos, los negros y los Europeos difieren tanto por

su inteligencia como otras tres razas cualesquiera; sin embargo, durante

mi estancia entre los indígenas de la Tierra de Fuego, á bordo del Beagle,

me causó profunda sorpresa el observar en estos últimos gran número de

rasgos característicos, que evidenciaban cuán parecida era su

inteligencia á la nuestra; lo mismo pude observar en un negro de pura

raza con quien estuve tiempo atrás en íntimas relaciones.

La lectura de las interesantes obras de M. Tylor y de sir J. Lubbock,

impresiona profundamente al probar la semejanza que existe entre los

gustos, disposiciones y costumbres de los hombres de todas las razas.

Pruébalo evidentemente, así el placer que encuentran todos en la danza;

en la audicion de una música, más ó ménos grosera; en pintarse y

adornarse; en su mutua comprension del lenguaje gesticulado; y, como me

propongo probar en un próximo escrito, en la expresion fisiognómica y

los gritos inarticulados que excitan en ellos, de una manera parecida,

las diversas emociones. Esta similitud, ó mejor dicho, identidad, es

sorprendente cuando se la pone en parangon con la diferencia de

expresiones que se observa en las distintas especies de monos. Tenemos

pruebas convincentes de que el arte de tirar con el arco y las flechas,

no ha sido transmitido por ningun antecesor comun de la humanidad: con

todo, las puntas de las flechas de pedernal tallado, procedentes de las

más remotas partes del mundo y fabricadas en los períodos más remotos,

son casi idénticas, como ha probado Nilson; este hecho sólo puede

explicarse como un resultado de que las razas diversas tienen fuerzas

inventivas y mentales parecidas. La misma observacion han hecho

recientemente los arqueólogos relativamente á ciertos ornamentos muy

diseminados, tales como los zig-zags, grecas, etc., y á algunas

creencias y costumbres sencillas, como la costumbre de sepultar los

muertos bajo construcciones megalíticas. En la América del Sud he

observado que, como en tantas otras partes del mundo, el hombre ha

escogido generalmente las cimas de las grandes colinas para erigir

toscos monumentos de piedra, ya con objeto de conmemorar algun

acontecimiento glorioso, ya con el de dar sepultura á sus muertos.

Cuando los naturalistas encuentran de una manera notablemente acorde,

pequeños detalles de costumbres, gustos y disposiciones entre dos ó más

razas domésticas, ó entre formas naturales muy próximas, consideran

este hecho como una prueba elocuente de que todas descienden de un

antecesor comun dotado de las mismas cualidades; y obrando en

consecuencia, las agrupan á todas en una misma especie. El mismo

argumento puede aplicarse con mucha más fuerza á las razas humanas.

Como es improbable en alto grado que los numerosos puntos de

semejanza que existen entre las diferentes razas humanas, ya en la

conformacion corporal, ya en las facultades intelectuales (no aludo aquí

á la semejanza de costumbres), hayan sido adquiridos de una manera

independiente, hemos de admitir que han debido ser heredados de

antecesores que poseian tales caracteres, se este modo logramos

formarnos una idea aproximada de los primeros estados por que ha pasado

el hombre, antes de extenderse poco á poco por toda la haz de la tierra.

No es dudoso que su propagacion por las reglones entre las que media

una considerable distancia de mar, ha debido preceder á la adquisicion

de la divergencia de caractéres que ofrecen las diversas razas; á no ser

así algunas veces encontraríamos una misma raza poblando continentes

distintos, de lo que no se ha dado caso alguno. Sir J. Lubhock despues

de haber comparado entre sí las artes que practican hoy los salvajes en

todas partes del mundo, indica entre ellas las que el hombre no podia

conocer cuando por primera vez se alejó del lugar de su aparicion sobre

la tierra; ya que una vez conocidas, no se pueden olvidar jamás. De esta

manera demuestra que «la lanza, que no es más que una prolongacion de

la extremidad del cuchillo, y la maza, que es tan sólo un martillo

exagerado, son las únicas armas que se han conservado.» A pesar de esto,

admite que probablemente se habria descubierto ya en aquella remota

época el arte de encender fuego, porque es comun á todas las razas

existentes, y era ya conocido de los antiguos habitantes de las cuevas

de Europa. El arte de construir toscas embarcaciones ó balsas era

igualmente conocido, aunque sin necesidad de usarlas podia el hombre

esparcirse por todas partes, ya que existia en una época antiquisima en

que el suelo se encontraba á niveles muy distintos de los actuales. Hace

observar tambien sir J. Lubbock que no es probable que nuestros

antecesores más remotos hayan podido contar hasta diez, toda vez que en

la actualidad hay muchas razas que sólo saben contar hasta cuatro. Con

todo, en este período precoz, las facultades intelectuales y sociales

del hombre apenas pueden haber sido inferiores á las que poseen hoy los

salvajes más degradados; de lo contrario el hombre no habria alcanzado

una victoria tan completa en la lucha por la vida, como la que prueba su

propagacion extensa y predominante.

Algunos filólogos han deducido de las diferencias fundamentales que

distinguen á ciertos idiomas, que cuando el hombre ha empezado á

entenderse, era un animal no dotado de lenguaje; pero se puede sospechar

que han podido emplearse lenguas, apoyadas en gesticulaciones, menos

perfectas que las hoy conocidas, y que han desaparecido para dar lugar á

otras, sin dejar en éstas huellas ni vestigio alguno. Sin el uso de un

lenguaje cualquiera, por imperfecto que se le suponga, es dudoso que la

inteligencia del hombre se haya elevado al grado superior que implica su

posicion predominante ya en una época prodigiosamente antigua.

El problema de saber si nuestro actecesor primitivo merece el calificativo de hombre, en una época en que poseia tan sólo algunas artes groseras y un

lenguaje imperfectísimo, depende de la definicion que empleemos. Al

considerar una série de formas que partieran de algun sér de apariencia

simia, y llegando gradualmente hasta el hombre tal como existe, seria

imposible fijar el punto preciso en que deberia empezar á aplicarse el

término hombre. Pero esto no tiene gran importancia; más aun; es

indiferente designar con el nombre de razas, especies y sub-especies,

las diversos categorías de hombres, por más que la última expresion

parezca ser la más conveniente. Finalmente, podemos afirmar que desde el

momento en que se acepten en general los principios de evolucion

(momento que no tardará mucho en llegar), la discusion entre los

monogenistas y los poligenistas no tendrá razon de ser.

Hay todavía otra cuestion que no conviene pasar en silencio, y es la de saber si cada sub-especie ó raza humana procede de un solo par de antecesores, como algunas veces se ha dicho.

En nuestros animales domésticos, se puede formar fácilmente una raza

nueva por medio de una sola pareja que presente algun carácter

particular, ó hasta de un individuo único que lo ofrezca, apareando con

cuidado su descendencia sujeta á variaciones; pero la gran mayoría de

nuestras razas no han sido formadas deliberadamente con una pareja

escogida, sino inconscientemente por la conservacion de gran número de

individuos que han variado en algun modo por poco que haya sido, de una

manera ventajosa. Si en un país dado se prefieren habitualmente los

caballos fuertes y pesados, y en otro los ligeros y veloces, podemos

estar seguros de que pasados algunos años resultará la formacion de dos

sub-razas distintas, sin que para esto se haya elegido ó favorecido la

reproduccion de parejas ó individuos particulares de los dos países.

Sabemos tambien que los caballos que se han importado á las islas

Falkland han llegado á ser más pequeños y débiles despues de una série

de generaciones, mientras que los que han retrogradado al estado salvaje

en las Pampas han adquirido una cabeza más fuerte y comun; es evidente

que estos cambios no se deben á una pareja determinada: todos los

individuos sucesivos se han hallado expuestos á las mismas condiciones,

teniendo el concurso tal vez de los efectos de reversion. En ninguno de

estos casos descienden las nuevas sub-razas de un par único, sino de

gran número de individuos que han variado, en diferentes grados, de una

misma manera general; pudiéndose deducir de ello de un modo análogo que

las razas humanas han sido producidas por modificaciones que habrán sido

resultado directo de la exposicion en diversas condiciones, ó efecto

indirecto de alguna forma de seleccion.

Extincion de razas humanas. —Cuéntase entre el número de los

hechos históricos la extincion parcial ó total de muchas razas ó

sub-razas humanas. Humboldt ha visto, en la América del Sud, un loro que

era el único sér viviente que hablaba aun la lengua de una tribu

extinguida. En muchos países del mundo existen antiquísimos monumentos ó

útiles de piedra, sin que los actuales moradores conserven ninguna

tradicion á ellos referente; prueba clara de una extincion muy

considerable. En algunos distritos aislados, y por lo comun montañosos,

sobreviven todavía algunas pequeñas tribus, restos exiguos de razas

anteriores. Según Schaaffhausen, las antiguas razas que poblaban Europa

eran «más inferiores en la série, que los más abyectos salvajes

actuales»; por consiguiente deben haber diferido en algun modo de todas

las razas que existen. Los cráneos procedentes de las excavaciones de

Les Eyzies, que ha descrito el profesor Broca, por más que

desgraciadamente parezcan pertenecer á una familia única, indican una

raza que presénta la más singular combinacion de caractéres inferiores y

simios con otros de órden superior, y que es «distinta por completo de

cualquier raza, antigua ó moderna, que conozcamos.» Por lo tanto aquella

raza diferia tambien de la cuaternaria cuyos restos se han encontrado

en las cuevas de Bélgica.

Las condiciones físicas desfavorables parecen haber tenido poca

influencia en la extincion de las razas. El hombre ha vivido mucho

tiempo en las apartadas regiones del Norte, sin madera para construir

embarcaciones ú otros objetos, y teniendo sólo grasa para calentarse y

sobre todo para derretir la nieve. En la extremidad meridional de la

América del Sud los habitantes de la Tierra de Fuego no tienen vestidos

que les abriguen, ni construccion que merezca el nombre de choza. En el

Africa del Sud los indígenas arrastran una vida nómada por las más

áridas llanuras, donde abundan las fieras. El hombre resiste á la mortal

influencia de los Teray al pié del Himalaya, y soporta los efectos de

las costas mefíticas del Africa tropical.

La extincion resulta principalmente de la competencia que reina entre

las tribus y las razas. Muchos obstáculos se presentan constantemente

para limitar y reducir el número de individuos de cada tribu salvaje,

como hemos indicado en un capítulo anterior, y entre ellos las hambres

periódicas, la vida errante de los padres que produce un exceso de

mortalidad en los hijos, la abyeccion, el desarreglo de costumbres, y,

sobre todo, el infanticidio y tal vez una disminucion de fecundidad

originada por una alimentacion poco sustancial y por un exceso de

privaciones y fatigas. Si uno de estos obstáculos se anula ó se

debilita, la tribu favorecida de este modo propenderá á aumentar; y si

de dos tribus vecinas la una llega á ser más numerosa y más fuerte que

la otra, en breve terminará la competencia por la guerra, el asesinato,

el canibalismo y la absorcion. Aun en el caso de que una tribu más débil

no quede bruscamente destruida, basta esto para que empiece para ella

un período de decadencia, que acaba comunmente por su ruina y extincion

completa.

La lucha entre naciones civilizadas y bárbaras es de poca duracion,

exceptuándolos casos en que un clima mortífero viene en ayuda de la raza

indígena; pero entre las causas que dan la victoria á las naciones

civilizadas, hay algunas que son muy evidentes, y otras muy oscuras.

Vemos que el estado de cultura del país debe ser fatal para los salvajes

ya que no pueden ó no se atreven á cambiar de costumbres. Nuevas

enfermedades y vicios contribuyen tambien á destruirlos; parece que, en

toda nacion, una enfermedad nueva ocasiona una excesiva mortalidad que

dura hasta que gradualmente quedan eliminados los individuos más

propensos á contraerla. Lo propio sucede con los efectos nocivos de las

bebidas alcohólicas y con la aficion inveterada que tantos salvajes

tienen por estos licores. Además, por misterioso que este hecho parezca,

es positivo que el primer contacto entre pueblos distintos, engendra

enfermedades. M. Sproat, que se ha ocupado mucho de este asunto en la

isla de Vancouver, cree que el cambio en los hábitos de la vida, que

resulta siempre de la llegada de los Europeos, es causa de muchas

indisposiciones. Este autor insiste especialmente en que los indígenas

quedan «extrañados y tristes ante el nuevo género de vida que les rodea,

pierden todos sus antiguos móviles de accion, y no los reemplazan con

otros nuevos.»

Uno de los elementos más importantes para el triunfo de las naciones

que entran en competencia, es su grado de civilizacion. Hace algunos

siglos Europa temia las incursiones de los bárbaros de Oriente;

semejante temor hoy seria ridículo. Otro hecho más curioso ha observado

M. Bagehot, y es el de que antiguamente los salvajes no desaparecian,

como lo hacen en la actualidad, ante los pueblos mas civilizados; á

haber sucedido así, los moralistas antiguos habrian dejado escritas

algunas consideraciones sobre un acontecimiento semejante, pero en

ningun autor de este período se encuentran lamentaciones sobre la

desaparicion de los bárbaros.

Por más que la decadencia gradual y la final extincion de las razas

humanas sea un problema oscuro, vemos ya que depende de causas que

difieren segun las regiones y segun las épocas. En cuanto á dificultad

es un problema parecido al que nos ofrece la extincion de uno de los

animales más elevados—el caballo fósil, por ejemplo, que desapareció de

la América del Sud, siendo despues reemplazado en el mismo país por

innumerables manadas de caballos españoles. El natural de la Nueva

Zelanda parece tener conciencia de este paralelismo, ya que compara su

porvenir al de la rata indígena, que ha sido casi por completo

exterminada por la rata europea. Pero la oscuridad que rodea al problema

no debe parecemos impenetrable, mientras recordemos que el aumento de

cada especie y de cada raza está constantemente amenazado por diversos

obstáculos, de tal modo que si se añade á los comunes un obstáculo más ó

sobreviene una causa de destruccion, por débil que sea, la raza

disminuirá ostensiblemente en el número de sus individuos.

Formacion de las razas humanas.—Cuando encontramos una misma

raza diseminada por una vastísima region, como la América, aunque

distribuida en tribus distintas, podemos atribuir con seguridad su

semejanza general á la descendencia de un tronco comun. En algunos casos

el cruzamiento de razas diferentes ha dado orígen á la formacion de

otras nuevas. Los Europeos y los naturales de la India que pertenecen al

mismo tronco ario y hablan un lenguaje que es fundamentalmente

idéntico, difieren considerablemente en apariencia; mientras que los

Europeos se diferencian muy poco de los judíos que forman porte del

tronco semítico y hablan un lenguaje completamente distinto. Broca ha

explicado este hecho singular, diciendo que es resultado de numerosos

cruzamientos verificados entre las ramas arias y diversas tribus

indígenas, durante la inmensa propagacion de aquellas. Cuando se cruzan

dos razas que se hallan en contacto, el primer producto es una mezcla

heterogénea: M. Hunber, describiendo los Santali ó tribus de las colinas

de la India, afirma que se pueden observar centenares de imperceptibles

gradaciones «desde las tribus negras obesas de la montaña al brahmán

esbelto y de aceitunado color, de ojos serenos y elevada aunque estrecha

cabeza; de tal suerte que en los tribunales es necesario preguntar á

los testigos si son Santalis ó Indios.»

Ninguna demostracion directa nos ha probado todavía si alguna vez

podria llegar á ser homogéneo un pueblo heterogéneo, como los habitantes

de algunas islas Polinesias, formados por el cruzamiento de dos razas

distintas, y entre las que han persistido viviendo pocos ó ningun

individuo puro. Pero como en nuestros animales domésticos podemos con

toda seguridad fijar y hacer uniforme en algunas generaciones una raza

cruzada por seleccion, debemos deducir que el cruzamiento libre y

prolongado de una mezcla heterogénea durante muchas generaciones,

supliendo á la seleccion y prevaleciendo sobre toda tendencia de

reversion, podria ulteriormente producir una raza cruzada homogénea,

aunque no participase en grado igual de las dos razas que le dieran

orígen.

El color de la piel es una de las diferencias más aparentes y

marcadas que existen entre las razas humanas. Creíase antes que esta

diferencia podia atribuirse á una prolongada exposicion en distintos

climas; pero Pallas fué el primero que probó la poca exactitud de esta

opinion, y fué seguido por la mayoría de los naturalistas. Desecháronla

principalmente al ver que la distribucion de las razas de tez diversa,

cuya mayoría ha habitado desde una época remota sus actuales regiones,

no coincidia con diferencias correspondientes de clima. Es preciso

reconocer tambien la importancia de hechos tales como el que ofrecen las

familias holandesas, que despues de haber resistido por espacio de tres

siglos en el Africa del Sud no ha experimentado el menor cambio de

color. La apariencia uniforme de los Gitanos y Judíos en diversas partes

del mundo, aunque se haya exagerado la de estos últimos, suministra

otro valioso argumento en favor de esta opinion. Se ha considerado que

la gran humedad ó sequedad de la atmósfera influia más que el calor en

la modificacion del color de la piel; pero toda conclusion sobre este

asunto ha de ser todavía muy dudosa, ya que d'Orbigny, en la América del

Sud, y Livingstone, en el Africa, han deducido hechos contrarios,

respecto á los efectos atribuidos á tal causa.

Diversos hechos que he citado antes prueban que algunas veces existe

una sorprendente correlacion entre el color de la piel y los pelos, y

una inmunidad completa ante la accion de ciertos venenos vegetales y los

ataques de los insectos parásitos. Esto me habia sugerido la idea de

que los negros y otras razas bronceadas podian haber adquirido sus

colores oscuros á causa de que los individuos más morenos habrian

escapado, durante una larga série de generaciones, á la accion nociva de

los miasmas de su país nativo.

Recientemente he visto que el doctor Walls habia emitido ya la misma

idea. Hace mucho tiempo que se sabe que los negros, y hasta los mulatos

están exentos casi por completo de la fiebre amarilla, tan mortífera en

la América tropical. No contraen tampoco, sino rara vez, las fiebres

intermitentes que reinan á lo ménos sobre 2.600 leguas de las costas de

Africa. Estas fiebres causan anualmente la muerte de una quinta parte de

los blancos que van á establecerse allí, y obligan á otro 20 por 100 á

regresar enfermos á su país. Tal inmunidad en el negro parece ser, en

parte, inherente á esta raza y debida á alguna desconocida

particularidad de constitucion, y en parte, resultado de la

aclimatacion. Refiere Pouchet que los regimientos de negros que el virey

de Egipto prestó para la guerra de Méjico, y que habian sido reclutados

en el Sudan, se libraron de la fiebre amarilla, casi tan bien como los

negros importados de diversas partes de Africa, y acostumbrados al clima

de América. Tenemos una prueba del gran papel que desempeña la

aclimatacion, en el número de casos en que los negros despues de haber

residido durante algun tiempo en un clima más frio, han llegado á verse

expuestos hasta cierto punto, á contraer las fiebres de los trópicos.

También ejerce alguna influencia en las razas blancas la naturaleza del

clima bajo el que han vivido largos años: el doctor Blair afirma que

durante la espantosa epidemia de fiebre amarilla de Demerara en 1837, el

grado de mortalidad de los inmigrantes era proporcional á la latitud

del país de que procedian. Con respecto al negro, la inmunidad,

considerada como resultado de la aclimatacion, implica su residencia en

el país durante un período inmenso; y así lo prueba el que los indígenas

de la América tropical que residen en ella desde un tiempo inmemorial,

no están exentos de los ataques de la giebre amarilla. El Rev. B.

Tristram ha asegurado que en el Africa del Norte hay distritos de los

que deben huir anualmente los indígenas, mientras los negros pueden

continuar en ellos con toda tranquilidad.

La correlacion que existe, en mayor ó menor grado, entre la inmunidad

y el color de la piel, en el negro, no pasa de ser una mera conjetura;

puede tambien hallarse alguna relacion con una diferencia en la sangre,

en el sistema nervioso, ó en otros tejidos. Sin embargo, los hechos que

acabamos de mencionar, y la conexion que se observa aparentemente entre

el temperamento y la propension á la tisis, me parecen dar alguna

probabilidad á la conjetura. El doctor Daniell, que ha vivido mucho

tiempo en la costa occidental del Africa, me ha asegurado que no cree en

ninguna relacion de esta clase. El mismo habia resistido perfectamente á

tan nocivo clima. Cuando llegó á la costa, todavía joven, un negro

anciano se lo predijo, al ver su aspecto exterior. Esta y otras

indicaciones contradicen la hipótesis, aceptada por muchos autores, de

que el color de las razas negras resultaba de sobrevivir en mayor número

los individuos de un matiz más oscuro, mientras estaban expuestos á los

miasmas que engendran las fiebres de un país.

Aunque el estado actual de nuestros conocimientos no nos permita

explicar la causa de las diferencias tan marcadas de las razas humanas

en cuanto al color, ya dependa de la correlacion con ciertas

particularidades constitucionales, ya de la accion directa del clima; no

debemos olvidar por completo este último agente, porque hay muchas

razones para creer que se le pueden atribuir algunos efectos

hereditarios.

En el capítulo tercero hemos visto que ciertas condiciones vitales,

tales como la abundancia de alimento y el bienestar general, afectan

directamente el desarrollo corporal, y ejercen efectos que se

transmiten. Las influencias combinadas del clima y de los cambios en el

género de vida producen en el aspecto de los colonos europeos, en los

Estados Unidos, un cambio ligero, pero extraordinariamente rápido. Hay

tambien gran número de pruebas de que, en los Estados del Sud, los

esclavos domésticos de la tercera generacion presentan una apariencia

muy distinta á la de los esclavos que viven en el campo.

A pesar de esto, si abarcamos con una mirada las razas humanas

repartidas por el mundo, debemos admitir que sus diferencias

características no pueden explicarse por la accion directa de distintas

condiciones de vida, aunque se hayan encontrado sometidas á ellas un

larguísimo espacio de tiempo. Los esquimales viven exclusivamente de

alimentos animales, vistense con espesas pieles, están expuestos á

intensísimos frios y á una oscuridad prolongada; con todo, no difieren

de una manera tan completa de los habitantes del Sud de la China, que

sólo viven de alimentos vegetales, y soportan casi desnudos los rigores

de un clima cálido en extremo. Los indígenas de la Tierra de Fuego viven

en completa desnudez y se alimentan con los productos marinos de sus

playas inhospitalarias; los Botocudos del Brasil vagan por los cálidos

bosques del interior y viven principalmente de productos vegetales; sin

embargo ambas tribus se parecen tanto entre sí que algunos Brasileños

creyeron que eran Botocudos los naturalistas de la Tierra de Fuego que

teníamos á bordo del Beagle. Todavía más; los Botocudos, como el

resto de los habitantes de la América tropical, son enteramente

distintos de los negros que viven en las opuestas playas del Atlántico, y

no por esto dejan de estar sometidos á un clima parecido, ni de seguir

casi el mismo género de vida.

Tampoco pueden explicarse, exceptuando en un grado mínimo, las

diferencias entre las razas humanas, por los efectos hereditarios que

resultan del desarrollo y de la falta de uso de las partes. Los hombres

que viven siempre en embarcaciones pueden tener las piernas algo

desmedradas; el pecho dilatado los que habitan regiones elevadas; y los

que hacen un uso constante de ciertos órganos de los sentidos pueden

tener más grandes las cavidades que los contienen, y, por consiguiente,

algo modificados los rasgos de su fisonomía. En las naciones civilizadas

la reduccion del tamaño de las mandíbulas por hacer ménos uso de ellas,

el movimiento habitual de determinados músculos para expresar diversas

emociones, y el aumento del cerebro por efecto de una actividad

intelectual más profunda, son otros tantos puntos que, en conjunto, han

producido un cambio considerable en su apariencia general, comparada con

la de los salvajes.

Tambien puede suceder que el aumento de talla corporal, sin ir

acompañada de un desarrollo semejante en el volúmen del cerebro, haya

hecho adquirir á algunas razas un cráneo prolongado propio del tipo

dolicocéfalo.

Finalmente, el principio poco comprendido de correlacion habrá

desempeñado á no dudarlo una parte muy activa; como en el caso de un

vigoroso desarrollo muscular, acompañado de una pronunciada proyeccion

de los arcos de las órbitas. Tal vez la estructura de los cabellos que

difiere mucho en las diversas razas, está en alguna relacion con la de

la piel; por lo ménos es cierto que la piel y los cabellos se relacionan

por el color, como por el color y la contextura en la tribu de los

Mandanos. Existe tambien cierta conexion entre el color de la piel y el

olor que despide. Si nos es permitido juzgar por analogía con nuestros

animales domésticos, probablemente hay muchas modificaciones de

estructura que en el hombre se relacionan tambien con el principio de la

correlacion del desarrollo.

Hemos visto hasta aquí que las diferencias características que

existen entre las razas humanas no pueden explicarse de una manera

completamente satisfactoria por la accion directa de las condiciones de

vida, ni por los efectos del uso contínuo de las partes, ni por el

principio de la correlacion. Nos vemos, por lo tanto, precisados á

investigar si las ligeras diferencias individuales á que está

eminentemente sujeto el hombre, pueden haber sido conservadas y

aumentadas durante un largo período, por seleccion natural. Pero al

tratar de hacerlo nos encontramos con la grave objecion de que sólo las

variaciones que son ventajosas se transmiten por seleccion natural, y,

en tanto como de ello podemos juzgar (aunque siempre sujetos á error

sobre este punto), ninguna de las diferencias externas entre las razas

humanas presta á éstas servicio alguno directo ó especial. No es

necesario decir que debemos exceptuar de esta ley las facultades

intelectuales, morales y sociales; pero las diferencias en estas

facultades han tenido poca ó ninguna influencia sobre los caracteres

externos. La variabilidad de todas las diferencias características entre

las razas de que acabamos de hablar indica igualmente que no puede

atribuírseles mucha importancia, ya que si la hubieren tenido, hace

mucho tiempo que estarian fijadas, conservadas, ó eliminadas. Bajo este

punto de vista el hombre se asemeja mucho á esas formas orgánicas que

los naturalistas llaman protéicas ó polimórficas, que se han conservado

extremadamente variables, lo que parece consistir en que siendo sus

variaciones de naturaleza indiferente han escapado, por lo mismo, á la

accion de la seleccion natural.

Hasta aquí no hemos alcanzado todavía á descubrir la verdadera y

principal causa de las diferencias que ofrecen entre sí las diversas

razas humanas, pero nos falta estudiar un agente importante, la

seleccion sexual, que parece haber obrado poderosamente en el hombre

como en muchos otros animales. No pretendo asegurar que por la seleccion

sexual se logren explicar todas las diferencias entre las razas; queda

un residuo de modificaciones al que, á falta de otro más propio, se ha

dado el nombre de variaciones espontáneas: de ellas me he ocupado ya en

el capítulo cuarto. No trato tampoco de afirmar que sea posible indicar

con precision científica los efectos de la seleccion sexual, pero sí que

seria inexplicable el hecho de que el hombre no estuviese sometido á

esta influencia, que con tanta fuerza obra sobre innumerables animales,

ya ocupen el más inferior, ya el más elevado rango en la série

zoológica. Además, es perfectamente demostrable que las diferencias

relativas al color, los cabellos, la fisonomía etc, de las razas, son de

tal naturaleza, que es creíble se haya dejado sentir en ellas la

influencia de la seleccion sexual.

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