Capítulo VII. Sobre la naturalez de las afinidades y la clasificación de los seres orgánicos
CAPÍTULO VII
SOBRE LA NATURALEZA DE LAS AFINIDADES Y LA CLASIFICACIÓN DE LOS SERES ORGÁNICOS
APARICIÓN Y DESAPARICIÓN GRADUAL DE GRUPOS
Desde los tiempos más antiguos se ha observado que los seres orgánicos forman grupos, y éstos, a su vez, otros grupos de diverso valor, como las especies, los géneros, y éstos las familias, los órdenes, etcétera. Lo mismo ocurre con los seres que ya no existen. Los grupos de especies parecen seguir las mismas leyes en cuanto a su aparición y extinción que los individuos de una especie. Así, tenemos razones para creer que primero aparecen algunas especies y su número tiende a aumentar, y que, cuando tienden a la extinción, el número de especies disminuye hasta que por fin el grupo se extingue, del mismo modo que una especie se extingue cuando sus individuos se van haciendo cada vez más raros. Además, igual que los individuos de una especie, los grupos parecen ir extinguiéndose en momentos diferentes en diferentes regiones. Así, Palaeotherium se extinguió mucho antes en Europa que en India, Trigonia se extinguió hace tiempo en Europa pero en la actualidad vive en los mares de Australia. Del mismo modo que una especie de una familia puede perdurar mucho más tiempo que otra, así algunos grupos enteros, como los moluscos, tienden a retener sus formas y persistir durante mucho más tiempo que otros grupos, por ejemplo los mamíferos. Por tanto, en su aparición, extinción y tasa de cambio o sucesión, los grupos parecen seguir prácticamente las mismas leyes que los individuos de una especie.
¿QUÉ ES EL SISTEMA NATURAL?
La correcta ordenación de las especies en grupos de acuerdo con el sistema natural es el propósito de todos los naturalistas, pero difícilmente encontraremos dos que den la misma respuesta cuando se les pregunta qué es el sistema natural y cómo podemos reconocerlo. Podría pensarse (como hicieron los primeros clasificadores) que los caracteres más importantes deberían extraerse de aquellas partes de la estructura que determinan sus hábitos y su lugar en la economía de la naturaleza, a la que podríamos considerar el fin último de su existencia. Pero nada hay más alejado de la verdad. Cuán parecidos son por su aspecto externo el oposum acuático(37) de Guayana (Chironectes) y la nutria común, o la golondrina y el vencejo, y quién dudaría de que los medios y fines de su existencia son muy semejantes; sin embargo, qué terriblemente errónea sería la clasificación que juntara a un marsupial con un placentario o a dos aves con esqueleto tan distinto. Relaciones como éstas, o como la que aparece entre las ballenas y los peces, se denominan «analógicas», y en ocasiones se describen como «relaciones de adaptación». Son infinitamente numerosas y con frecuencia muy singulares, pero inútiles para la clasificación de los grupos superiores. Por qué ciertas partes de la estructura que definen los hábitos y funciones de la especie no sirven en absoluto para la clasificación y por qué, en cambio, otras partes, formadas al mismo tiempo, son de la mayor utilidad es algo difícil de resolver dentro de la teoría de las creaciones separadas.
Algunos autores, como Lamarck, Whewell, etcétera, creen que el grado de afinidad en el sistema natural depende de los grados de semejanza entre órganos de mayor o menor importancia fisiológica para la preservación de la vida. Se admite que esta escala de importancia de los órganos es difícil de descubrir. Pero, con independencia de ello, la proposición debe rechazarse como regla general, aunque puede ser parcialmente cierta. Pues se admite universalmente que la misma parte u órgano que es de mayor servicio para la clasificación de un grupo, puede ser de muy poca utilidad en otro grupo por mucho que en ambos, por lo que podamos ver, esa parte u órgano revista la misma importancia fisiológica. Además, caracteres de bastante poca importancia fisiológica, como el hecho de que el cuerpo se halle recubierto de pelo o de plumas, que los orificios nasales comuniquen con la boca, etcétera, son de la mayor generalidad en la clasificación; incluso el color, tan inconstante en muchas especies, en algunos grupos sirve para caracterizar incluso un grupo entero de especies. Por último, el hecho de que ningún carácter tenga tanta importancia para determinar a qué gran grupo pertenece un organismo como las formas por las que atraviesa su embrión desde el germen hasta la madurez, no puede reconciliarse con la idea de que la clasificación natural se deriva de los grados de semejanza entre las partes de mayor importancia fisiológica. La afinidad del percebe con los crustáceos no puede apreciarse más que en un solo carácter de la forma madura, mientras que en las formas jóvenes, móviles y dotadas de ojos, la afinidad es indudable. La causa de que los caracteres extraídos de las fases más tempranas de la vida revistan más valor puede explicarse en buena medida, como veremos en el próximo capítulo, con la teoría de la ascendencia, mientras que es inexplicable dentro de la concepción de los creacionistas.
En la práctica, los naturalistas clasifican de acuerdo con el parecido de aquellas partes u órganos que en grupos relacionados son más uniformes o varían menos; así, la estivación(38), o la forma como los pétalos, etcétera, se disponen unos sobre otros, se reconoce como un carácter invariable en muchas familias; pero en las rubiáceas es un carácter variable, y ningún botánico pondría demasiado énfasis en él a la hora de decidir si clasificar una especie dentro de esta familia. Esta regla es una fórmula tan obviamente arbitraria que la mayoría de los naturalistas parecen estar convencidos de que algo ulterior es representado por el sistema natural, que descubrimos, por medio de aquellas semejanzas, cuál es la disposición del sistema, y no que aquellas semejanzas construyan el sistema. Sólo así puede entenderse el conocido dicho de Linneo de que los caracteres no hacen el género, sino que es el género el que proporciona los caracteres: aquí se presupone una clasificación independiente de los caracteres. Muchos naturalistas han afirmado por ello que el sistema natural revela el plan del Creador; pero si no se especifica si es el orden en el espacio o en el tiempo, o a qué otra cosa se refiere el plan del Creador, tales expresiones, a mi entender, dejan la cuestión exactamente en el mismo punto de partida.
Algunos naturalistas consideran que la posición geográfica de una especie puede tenerse en cuenta a la hora de decidir en qué grupo situarla; y la mayoría de los naturalistas (de manera abierta o tácita) valoran los distintos grupos no sólo por sus diferencias relativas en estructura, sino por el número de formas incluidas en ellos. Así, un género que contenga unas pocas especies puede elevarse, como se ha hecho, al rango de familia tras descubrirse nuevas especies. Muchas familias naturales se retienen, aunque estén muy estrechamente relacionadas con otras, por incluir un gran número de especies muy semejantes. Un naturalista más lógico quizá rechazaría, si pudiese, estas dos contingencias de la clasificación. A causa de estas circunstancias, y en especial a causa de los objetivos y criterios indefinidos del sistema natural, el número de divisiones, como los géneros, las subfamilias, las familias, etcétera, resulta bastante arbitrario. Sin una clara definición, ¿cómo se puede decidir si dos grupos de especies tienen igual valor, y qué valor? ¿Si ambos deben denominarse géneros o familias, o si uno debe ser llamado género y el otro familia?[82]
SOBRE EL TIPO DE RELACIÓN ENTRE GRUPOS DIFERENCIADOS
Sólo tengo un comentario más sobre las afinidades entre los seres orgánicos, a saber, que cuando dos grupos bien diferenciados se acercan, la proximidad es por lo general genérica y no específica. Puede explicarse esto de manera más sencilla con la ayuda de un ejemplo: de entre todos los roedores, la vizcacha, debido a ciertas peculiaridades de su sistema reproductor, es el que más se acerca a los marsupiales; por otro lado, de todos los marsupiales, Phascolomys es el que, por la forma de sus dientes e intestinos, más parece aproximarse a los roedores; sin embargo, no existe ninguna relación especial entre estos dos géneros: la vizcacha no presenta una relación más cercana con Phascolomys que con cualquier otro marsupial respecto a los caracteres por los que más se acerca a esa división, como tampoco Phascolomys, en los aspectos de su estructura por los que más se acerca a los roedores, se acerca más a la vizcacha que a cualquier otro roedor. Podían haberse elegido otros ejemplos, pero he escogido éste (de Waterhouse) porque ilustra otro aspecto: la dificultad de determinar qué afinidades son analógicas o adaptativas y cuáles son reales. Por lo que parece, los dientes de Phascolomys, aunque parecen asemejarse mucho a los de los roedores, responden al tipo marsupial, lo que lleva a pensar que esos dientes, y por tanto el intestino, podrían estar adaptados al peculiar modo de vida de este animal y que, en consecuencia, no revelan una auténtica relación. La estructura de la vizcacha que la vincula con los marsupiales no parece responder a una peculiaridad de su modo de vida, e imagino que nadie dudaría de que pone de manifiesto una auténtica afinidad, aunque no más con una especie de marsupial que con cualquier otra. La dificultad de determinar qué relaciones son reales y cuáles son analógicas no es en absoluto sorprendente cuando nadie pretende definir el significado del término relación o el objetivo último de toda clasificación. Enseguida veremos de qué modo, de acuerdo con la teoría de la ascendencia, deben existir afinidades «reales» y «analógicas», y por qué sólo las primeras tienen valor para la clasificación. Son dificultades estas que, a mi parecer, serían imposibles de explicar con la teoría usual de las creaciones separadas.
CLASIFICACIÓN DE RAZAS O VARIEDADES
Ocupémonos ahora por un momento de la clasificación de las variedades y subdivisiones generalmente aceptadas de nuestros seres domésticos; encontraremos que se disponen de manera sistemática en grupos de valor cada vez más alto. De Candolle ha tratado las variedades de col exactamente del mismo modo que hubiera tratado un familia natural con sus divisiones y subdivisiones. En los perros también encontramos una división principal que podríamos denominar familia de los perros tipo sabueso; dentro de ésta hay varias que podríamos llamar géneros, como los sabuesos, los raposeros y los harrier(39), y de cada una de éstas tenemos diferentes especies, como el sabueso de Cuba y el de Inglaterra; y aun de este último tenemos variaciones de cría que efectivamente producen descendencia de su propio tipo y que podrían asimilarse a las razas o variedades. Vemos aquí una clasificación utilizada en la práctica que tipifica, aunque a una escala menor, la definida para la naturaleza. Pero tanto entre las especies verdaderas del sistema natural como entre las razas domésticas el número de divisiones o grupos establecidos entre las más semejantes y las más desemejantes parece ser bastante arbitrario. En ambos casos, el número de formas parece influir en la práctica, con independencia de si debería hacerlo o no en la teoría, la denominación de los grupos que las contienen. En ambos casos, la distribución geográfica se ha utilizado en ocasiones en auxilio de la clasificación; así entre variedades, el vacuno de India o las ovejas de Siberia, que por poseer algunos caracteres en común permiten una clasificación del vacuno en indio y europeo, o de las ovejas en siberianas y europeas. Tenemos incluso entre las variedades domésticas algo muy parecido a las relaciones de «analogía» o «adaptación»; por ejemplo, tanto el nabo común como el de Suecia son variedades artificiales que se asemejan entre sí de manera sorprendente, y cumplen prácticamente el mismo fin en la economía de la granja, pero si bien el sueco se parece mucho más a un nabo que a su supuesto progenitor, la col silvestre, a nadie se le ocurre sacarlo de las coles y colocarlo entre los nabos. De igual modo, el galgo y el caballo de carreras, que han sido seleccionados y entrenados para alcanzar una gran velocidad en distancias cortas, presentan un parecido analógico del mismo tipo, aunque menos sorprendente, que el que se encuentra entre el oposum acuático de Guayana (marsupial) y la nutria común, que en realidad están menos relacionados que el caballo y el perro. Los autores que se ocupan de las variedades nos instan incluso a seguir el sistema natural en contraposición al artificial y a no clasificar, por ejemplo, dos variedades de piña tropical como próximas sólo porque sus frutos se parezcan mucho de forma accidental (aunque el fruto pueda considerarse el fin último de esta planta en la economía de ese mundo, el invernadero), sino a juzgarlas teniendo en cuenta el parecido general de la planta entera. Por último, las variedades en ocasiones también se extinguen, a veces por causas desconocidas, a veces por accidentes, pero más a menudo por la producción de variedades más útiles, de manera que las menos útiles se destruyen o son eliminadas en el proceso de selección.
Creo que no puede dudarse de que la causa principal de que todas las variedades que han descendido del perro o perros primitivos, o de las coles silvestres primitivas, no sean igualmente semejantes o desemejantes sino que se dispongan en grupos y subgrupos, debe atribuirse sobre todo a diferencias en el grado de verdadera relación; por ejemplo, que los diferentes tipos de sabueso han descendido de un tronco, los lebreles de otro, y ambos de un tronco distinto de aquel del que descienden los galgos. Con frecuencia oímos hablar de cómo un florista tiene una variedad predilecta y cría a partir de ella todo un conjunto de subvariedades más o menos caracterizadas por las peculiaridades de la progenitora. Ya se ha comentado el caso del melocotón y la nectarina, cada una con sus muchas variedades. No cabe duda de que la relación entre nuestras distintas razas o variedades domésticas se ha visto oscurecida en grado sumo por su cruzamiento; del mismo modo, de entre las ligeras diferencias que separan a muchas variedades, es probable que con frecuencia haya aparecido un «capricho» de una de ellas con menor parecido con su progenitor que con alguna otra variedad, junto a la cual se ha clasificado. Además, los efectos de un clima similar en algunos casos pueden haber ejercido un peso superior a la semejanza resultante de una ascendencia común, aunque creo que la semejanza de las razas de vacuno de India y de las ovejas de Siberia se deba más probablemente a su línea de ascendencia común que a los efectos del clima sobre animales que descienden de troncos distintos.
Pese a estas grandes fuentes de dificultad, estoy con cualquiera que admita que, de ser posible, una clasificación genealógica de nuestras variedades domésticas sería la más satisfactoria; por lo que respecta a las variedades, sería la más natural y se ha seguido en algunos casos. Al perseguir este objetivo, una persona tendría que clasificar una variedad cuyo origen desconozca atendiendo a sus caracteres externos; pero tendría a la vista un fin ulterior, a saber, su línea de ascendencia, del mismo modo que un sistemático común parece tener también un objetivo ulterior pero indefinido en todas sus clasificaciones. Como el sistemático común, no le importaría si sus caracteres fuesen extraídos de órganos más o menos importantes siempre y cuando encontrara que en la tribu que examinase los caracteres de esas partes fuesen persistentes. Así, en el ganado vacuno valorará un carácter referido a la forma de las cuernas más que otro referido a las proporciones de las patas respecto al cuerpo, pues hallará que la forma de las cuernas es un carácter bastante persistente en el ganado vacuno, mientras que los huesos de las patas y del cuerpo varían. Sin duda hallará como regla frecuente que cuanto más importante sea el órgano, y por tanto menos relacionado con influencias externas, menos propenso será a la variación; pero esperará que según sea el fin con el que se hayan seleccionado las razas, varíen partes más o menos importantes, de modo que en algunos casos los caracteres referidos a las partes más propensas a variar, como el color, pueden resultar muy útiles, como en efecto ocurre. Admitirá que a veces un parecido general, difícil de definir con el lenguaje, resulta útil para determinar dónde colocar una especie por su relación más cercana. Sería capaz de asignar una razón clara por la que la estrecha similitud del fruto de dos variedades de piña y de la mal llamada raíz en el nabo común y el de Suecia, y la parecida esbeltez de la forma del galgo y del caballo de carreras son caracteres de poco valor en la clasificación; a saber, porque son el resultado, no de una ascendencia común, sino de una selección hacia un fin común o el efecto de condiciones externas parecidas.
LA CLASIFICACIÓN DE LAS «RAZAS» Y LAS ESPECIES, PARECIDA
Una vez hemos visto que los clasificadores de las especies y de las variedades trabajan con los mismos medios, establecen distinciones parecidas en el valor de los caracteres y encuentran dificultades semejantes, y que ambos parecen tener en su clasificación un objetivo ulterior, no puedo evitar la fuerte sospecha de que la misma causa que ha producido grupos y subgrupos en nuestras variedades domésticas ha producido grupos parecidos (pero de valor superior) entre las especies, y que esta causa es la mayor o menor propincuidad en su línea de ascendencia. El simple hecho de que las especies, tanto las extinguidas hace mucho tiempo como las actuales, sean divisibles en géneros, familias, órdenes, etcétera —divisiones que son análogas a aquéllas en que son divisibles las variedades— es de cualquier otro modo un hecho inexplicable, y si no nos resulta notable es únicamente a causa de su familiaridad.
ORIGEN DE LOS GÉNEROS Y LAS FAMILIAS
Supongamos a modo de ejemplo que una especie se dispersa y llega a seis o más regiones distintas, o que estando ya difundida por un área extensa, ésta queda dividida en seis regiones distintas expuestas a diferentes condiciones, con hábitats ligeramente distintos y no plenamente ocupados por otras especies, de manera que se formaran por selección seis razas o especies distintas, cada una de ellas adecuada a sus nuevos hábitos y estación. Conviene señalar que en cada caso, si una especie es modificada en una de las subregiones, es probable que quede modificada también en alguna de las otras subregiones por las que se distribuye, pues queda demostrado entonces que su organización es capaz de volverse plástica; su difusión prueba que es capaz de luchar con otros habitantes de las distintas subregiones; y puesto que los seres orgánicos de toda gran región son afines en algún grado e incluso las condiciones físicas a menudo son en ciertos aspectos parecidas, podemos esperar que una modificación de la estructura que diera a nuestra especie alguna ventaja frente a las especies antagonistas de una subregión, sería seguida por otras modificaciones en otras de las subregiones. Las razas o nuevas especies que supuestamente se formarían de este modo estarían estrechamente relacionadas entre sí, y o bien formarían un nuevo género o subgénero, o bien algún otro rango (probablemente una sección ligeramente distinta) dentro del género al que perteneciera la especie progenitora. Con el paso del tiempo y bajo el efecto de cambios físicos contingentes, es probable que algunas de las seis nuevas especies fuera destruida; pero la misma ventaja, fuera la que fuera (la simple tendencia a variar, alguna peculiaridad de la organización, una facultad de la mente o un medio de dispersión) que en la especie progenitora y en las seis especies descendientes, cambiadas y seleccionadas, permitió que prevalecieran sobre otras especies antagonistas, seguramente tendería a preservar algunas o muchas de ellas durante largo tiempo. Suponiendo que se preservaran dos o tres de las seis especies, éstas a su vez seguirían cambiando para dar lugar a muchos pequeños grupos especies. Si los progenitores de estos pequeños grupos fueran muy parecidos, las nuevas especies formarían un gran género, quizá apenas divisible en dos o tres secciones; pero si los progenitores fueran considerablemente distintos, las especies que descendieran de ellos formarían, al heredar la mayoría de las peculiaridades de sus troncos primitivos, dos o más subgéneros o (si el curso de la selección siguiera otros derroteros) géneros. Por último, las especies que descendieran de distintas especies de los géneros recién formados formarían a su vez nuevos géneros, que colectivamente conformarían una familia.
La exterminación de las especies se produce a raíz de cambios en las condiciones externas y del aumento o inmigración de especies más favorecidas, y como las especies que estén experimentando modificaciones en una gran región (o, de hecho, en todo el mundo) a menudo serán afines por el hecho de compartir, tal como acaba de explicarse, muchos caracteres y, por consiguiente, ventajas, también las especies cuyo lugar pasan a ocupar las nuevas o más favorecidas serán seguramente afines por el hecho de compartir alguna inferioridad en común (ya sea en algún aspecto particular de su estructura, en las facultades generales de la mente, en sus leyes de distribución, en su capacidad de variación, etcétera). En consecuencia, las especies del mismo género tenderán a hacerse poco a poco raras, disminuyendo una tras otra en abundancia hasta por fin extinguirse; cuando la última especie de varios géneros afines desaparezca, la familia quedará extinguida. Como es natural, pueden producirse excepciones ocasionales a la destrucción completa de un género o familia. Así pues, de acuerdo con lo discutido hasta el momento, vemos que la lenta y sucesiva formación de varias especies nuevas a partir del mismo tronco dará lugar a un nuevo género, que la lenta y sucesiva formación de varias otras especies a partir de otro tronco dará lugar a otro género, y si esos dos troncos fuesen afines, los dos géneros darían lugar a una nueva familia. Así pues, en la medida que nuestro conocimiento nos asiste, es de este modo lento y gradual como los grupos de especies aparecen y desaparecen de la faz de la Tierra.
El modo en que, de acuerdo con nuestra teoría, la ordenación de las especies en grupos se debe a la extinción parcial quedará más claro quizá con el siguiente ejemplo. Supongamos que en alguna de las grandes clases, pongamos por caso que en los mamíferos, cada una de las especies y de las variedades hubiese dejado en cada edad sucesiva un descendiente inalterado (ya sea fósil o vivo) hasta nuestro tiempo. Dispondríamos entonces de una enorme serie que incluiría, a través de muchas pequeñas gradaciones, todas las formas conocidas de mamíferos; en consecuencia, la existencia de grupos, o de discontinuidades en la serie, que en algunas partes serían más anchas y en otras menos, se debería exclusivamente a que algunas especies antiguas, o grupos enteros de especies, no hubiesen dejado descendencia hasta el tiempo presente.
En cuanto a las semejanzas «analógicas» o «adaptativas» entre seres orgánicos que no se encuentran verdaderamente relacionados, añadiré tan sólo que probablemente el aislamiento de distintos grupos de especies sea un elemento importante en la producción de tales caracteres. Así, podemos ver fácilmente que en una isla grande y en crecimiento, o incluso en un continente como Australia, dotado únicamente de algunos de los órdenes de las principales clases, las condiciones serían muy favorables para que las especies de esos órdenes se adaptaran para desempeñar papeles en la economía de la naturaleza que en otros lugares serían desempeñados por tribus especialmente adaptadas a esos papeles. Podemos así entender que en Australia se haya formado un animal con aspecto de nutria por un lento proceso de selección a partir de los tipos marsupiales más carnívoros, y podemos entender asimismo el curioso caso del hemisferio sur, donde no hay alcas (pero sí muchos petreles), de un petrel(40) que ha quedado modificado en su forma general externa de forma que desempeña en la naturaleza el mismo oficio que las alcas en el hemisferio norte, aun cuando los hábitos y forma de los petreles y las alcas son por lo general totalmente distintos. Se sigue de nuestra teoría que de un tronco común debieron descender dos géneros distintos en una época remotísima; y podemos entender por qué, cuando una especie de alguno de los órdenes, o de ambos, muestra alguna afinidad con el otro orden, la afinidad suele ser genérica y no específica —es decir, por qué entre los roedores la vizcacha, en los aspectos que la relacionan con el marsupial, se relaciona con todo el grupo, y no en particular con Phascolomys, que de los marsupiales es el más parecido a los roedores—. La vizcacha está relacionada con los actuales marsupiales sólo por estar relacionada con el tronco común de ambos, y no con alguna especie en particular. De manera general, puede apreciarse en los escritos de la mayoría de los naturalistas que cuando un organismo se describe como intermedio entre dos grandes grupos, sus relaciones no son con una especie en particular de alguno de los grupos, sino con ambos grupos y en su conjunto. Con un poco de reflexión se verá de qué manera se pueden producir excepciones (como en el caso de Lepidosiren, un pez estrechamente relacionado con algunos reptiles concretos), a saber, porque unos pocos descendientes de aquellas especies que en un período temprano se ramificaron del tronco común dando lugar a los dos órdenes o grupos, hayan sobrevivido hasta nuestros tiempos en un estado próximo al original.
Por último, podemos ver que todos los hechos principales relacionados con las afinidades y la clasificación de los seres orgánicos pueden explicarse según la teoría de que el sistema natural es simplemente un sistema genealógico. La similitud entre los principios de clasificación de las variedades domésticas y de las especies verdaderas, vivas o extintas, queda así explicada, pues las reglas seguidas y las dificultades encontradas son las mismas. La existencia de géneros, familias, órdenes, etcétera, y sus relaciones mutuas, se siguen de manera natural del hecho de que en todos los períodos se producen extinciones entre los descendientes que divergen a partir de un tronco común. Términos como afinidad, relaciones, familias, caracteres adaptativos, etcétera, que los naturalistas no podían evitar usar, pero sólo como metáforas, ahora dejan de serlo y se llenan de significado.