La teoría de la evolución

Capítulo II. Sobre la variación de los seres orgánicos en estado de domesticación y sobre los principios de la selección

CAPÍTULO II

SOBRE LA VARIACIÓN DE LOS SERES ORGÁNICOS EN ESTADO SALVAJE, SOBRE LOS MEDIOS NATURALES DE SELECCIÓN Y SOBRE LA COMPARACIÓN ENTRE RAZAS DOMESTICAS Y ESPECIES VERDADERAS

Habiendo tratado la variación en estado de domesticación, nos ocupamos ahora de la misma en estado natural.

La mayoría de los seres orgánicos varían extraordinariamente poco en estado natural. Dejo de lado las variaciones (como las plantas raquíticas, etcétera, o los moluscos marinos en aguas salobres) que son efecto directo de agentes externos y de las que no sabemos si están en la variedad[41] o son hereditarias. La cantidad de variación hereditaria es muy difícil de determinar porque los naturalistas (en parte por carencias de conocimiento y en parte por la dificultad inherente a la cuestión) no se ponen de acuerdo sobre si ciertas formas son razas o especies[42]. Sin duda existen en la naturaleza algunas variedades de plantas muy marcadas, comparables con los «caprichos» obvios de los horticultores, como bien se sabe por experimento, por ejemplo en la primavera y la prímula, en dos supuestas especies de diente de león, en dos de dedalera[43], y, según creo, en algunos pinos. Lamarck ha observado que, mientras confinemos nuestra atención a una región concreta, raramente se presentará la dificultad de decidir a qué formas llamar especies y a qué otras variedades, pero que cuando se reciben colecciones procedentes de todas las partes del mundo, los naturalistas a menudo se muestran incapaces de decidir los límites de la variación. Aunque indudablemente es así, por lo que se refiere a las plantas británicas (y añadiría que también a los gasterópodos terrestres), que probablemente se conozcan mejor que las de cualquier otro lugar del mundo, los mejores naturalistas difieren enormemente en las proporciones relativas de a qué llaman especie y a qué variedad. En muchos géneros de insectos, moluscos y plantas, resulta casi imposible decidir qué es qué. En las clases superiores las dudas son menores, aunque encontramos notables dificultades a la hora de determinar qué merece ser llamado especie en los zorros y los lobos, y en algunas aves, por ejemplo en las rapaces nocturnas. Cuando se traen especímenes de distintos lugares del mundo, ¡con qué frecuencia discuten los naturalistas sobre esta cuestión, como descubrí con las aves que traje de las islas Galápagos! Yarrell ha subrayado que los individuos de las mismas e indubitables especies de aves de Europa y de América del Norte por lo general presentan diferencias leves e indefinibles pero perceptibles. El reconocimiento de un animal por otro de su clase parece implicar alguna diferencia. El temperamento de los animales salvajes sin duda difiere. La variación, en la medida que lo sea, afecta esencialmente a las mismas partes en los organismos salvajes y en las razas domésticas; por ejemplo, el tamaño, el color y las partes externas y menos importantes. En muchas especies la variabilidad de ciertos órganos o cualidades se establece incluso como uno de los caracteres específicos; así, en las plantas, el color, el tamaño, la pilosidad, el número de estambres y pistilos, o incluso su presencia; el tamaño y forma de las hojas; en los machos de algunos insectos, el tamaño y la forma de las mandíbulas; la longitud y curvatura del pico de algunas aves (como en Opetiorhynchus) son caracteres variables en algunas especies pero bastante fijos en otras. No me parece que se pueda establecer una distinción justa entre esta variabilidad reconocida de ciertas partes de muchas especies y la variabilidad más general de la conformación completa de las razas domésticas.

Aunque la cantidad de variación sea extraordinariamente pequeña en la mayoría de los seres orgánicos en estado natural y, probablemente, en la mayoría de los casos bastante escasa (en la medida que nos sirven nuestros sentidos), si consideramos la gran cantidad de animales que, tomados por el hombre de diferentes partes del mundo con los propósitos más diversos, han variado en estado de domesticación en todos los países y todos los tiempos, creo que podemos concluir sin temor a equivocarnos que todos los seres orgánicos, con unas pocas excepciones, variarían si se los pudiera domesticar y criar durante un largo tiempo. La domesticación se resuelve en un cambio de las condiciones naturales de la especie [por lo general, quizá, con un aumento del alimento]; de ser así, con el tiempo los organismos en estado natural tienen que verse expuestos ocasionalmente a influencias análogas, puesto que la geología demuestra claramente que, con el paso del tiempo, muchos lugares quedan expuestos al más amplio abanico de influencias climáticas y de otro tipo, y si estos lugares quedan aislados, viéndose así impedida la migración de seres orgánicos nuevos y mejor adaptados, los antiguos habitantes se verán expuestos a nuevas influencias, con toda probabilidad mucho más variadas que las que el hombre aplica durante la domesticación. Aunque sin duda todas las especies criarán hasta alcanzar el número máximo que el lugar pueda sustentar, es fácil imaginar que, por término medio, algunas especies reciban una mayor cantidad de alimento, puesto que los tiempos de escasez son cortos, aunque suficientes para matar, y recurrentes sólo a intervalos largos. Todos estos cambios de condiciones con causa geológica deben de ser extremadamente lentos. Desconocemos el efecto que esa lentitud pueda producir, si bien en condiciones de domesticación los efectos del cambio parecen ir acumulándose hasta que por fin se manifiestan. Sea cual sea el resultado de estos lentos cambios geológicos, si tenemos en cuenta los medios de diseminación comunes en mayor o menor grado a todos los organismos juntamente con los cambios geológicos, que progresan a un ritmo constante (aunque a veces de golpe, como cuando un istmo acaba por separarse), podemos estar seguros de que en algunas ocasiones los organismos deben introducirse súbitamente en nuevas regiones, donde, si las condiciones para su existencia no le son tan extrañas como para causar su exterminio, a menudo se propagarán en circunstancias todavía más análogas a las de la domesticación y en las que, por consiguiente, debemos esperar que pongan de manifiesto una tendencia a la variación. Me parecería inexplicable que esto no hubiera ocurrido nunca, aunque sólo puede ocurrir muy raramente. Supongamos, pues, que un organismo por alguna causa fortuita (que quizá no se repita en mil años) llegue a una nueva isla volcánica en proceso de formación y que todavía no esté repleta de los organismos más apropiados; el nuevo organismo podría establecerse fácilmente aunque las condiciones externas fueran considerablemente distintas de las nativas. Cabe esperar que este efecto influya en pequeño grado en el tamaño, el color, la naturaleza de las cubiertas, etcétera; y, por influencias inexplicables, incluso algunos órganos y partes especiales del cuerpo. Pero podemos esperar además (y esto es mucho más importante) que también se vea afectado el sistema reproductor, como ocurre en estado de domesticación, y que la estructura de la descendencia se torne plástica en cierto grado. Entonces, prácticamente cualquier parte del cuerpo tenderá a variar respecto a la forma típica en un grado leve, y sin una dirección determinada, y por consiguiente, sin selección, el cruzamiento libre de estas ligeras variaciones (junto con la tendencia a retornar a la forma original) contrarrestarán constantemente el efecto perturbador de las condiciones externas sobre el sistema reproductor. Tal pienso que sería el efecto sin importancia en ausencia de selección. Y en este punto debo observar que los comentarios precedentes son igualmente aplicables a esa cantidad pequeña pero admitida de variación que se ha observado en algunos organismos en estado natural, así como a la variación que, según hemos planteado anteriormente como hipótesis, se produciría a raíz de un cambio en las condiciones.

Supongamos ahora la existencia de un Ser con la suficiente perspicacia como para notar diferencias imperceptibles para el hombre en la organización interna y externa, y con la premeditación, extendida a generaciones futuras, de observar con infalible atención y de seleccionar con algún fin la descendencia de un organismo producido bajo las circunstancias precedentes; no puedo concebir razón alguna que le impidiera formar una nueva raza (o varias, si decidiera dividir el tronco del organismo original y trabajar en varias islas) adaptada a sus fines. Puesto que suponemos que su discriminación, su premeditación y su firmeza en sus propósitos son incomparablemente mayores que las mismas cualidades en el hombre, cabe suponer también que la belleza y complejidad de las adaptaciones de las nuevas razas y sus diferencias con el tronco original serán mayores que en las razas domésticas producidas por la acción del hombre. Podemos ayudarle en su trabajo imaginando que las condiciones externas de las islas volcánicas varían por la continua emergencia y la introducción ocasional de nuevos inmigrantes, y que actúan sobre el sistema reproductor del organismo sobre el que trabaja, manteniendo de este modo su organización un tanto plástica. Con el tiempo suficiente, un Ser así podría racionalmente (salvo que se le oponga alguna ley desconocida) perseguir casi cualquier resultado.

A modo de ejemplo, supongamos que este Ser imaginario, tras ver una planta que creciera en la materia en descomposición de un bosque asfixiada por otras plantas, deseara conferirle la capacidad de crecer en los troncos podridos de los árboles. Comenzaría por seleccionar todas las plantas cuyas bayas resultaran, aun en el más pequeño grado, más atractivas para los pájaros que frecuentan los árboles, para así causar una adecuada diseminación de las semillas; y al mismo tiempo seleccionaría aquellas plantas que poseyeran, aun en el más pequeño grado, un mayor poder para absorber nutrimento de la madera podrida; y destruiría, además, todas las plantas que poseyeran ese poder en menor grado. Cabría esperar que, siglo tras siglo, la planta llegara a crecer poco a poco en la madera podrida, aun en las partes más altas de los árboles, allí donde los pájaros dejaran caer las semillas no digeridas. Si la organización de la planta fuese plástica, podría entonces, mediante la selección continua de plántulas aparecidas al azar, intentar hacer que creciera sobre madera cada vez menos podrida hasta que creciera en la madera sólida. Si, una vez más, suponemos que durante estos cambios la planta no lograra producir semillas libremente por falta de fertilización, podría comenzar a seleccionar plantas con una miel o un polen más dulces y de sabor distinto para así tentar a los insectos a visitarlas de manera más regular; tras hacer esto, podría desear, si ello beneficiara a la planta, abortar los estambres o los pistilos en diferentes flores, lo cual lograría mediante una continua selección. Mediante estos pasos podría intentar conseguir una planta tan maravillosamente relacionada con otros organismos como lo es el muérdago, cuya existencia depende de manera absoluta de ciertos insectos para la fecundación, de ciertos pájaros para el transporte y de ciertos árboles para el crecimiento. Más aún, si el insecto que se hubiera inducido a visitar con regularidad esta hipotética planta se beneficiara de ello, nuestro Ser podría desear modificar por selección gradual la estructura del insecto para facilitarle la obtención de la miel o el polen; de este modo, podría adaptar el insecto (suponiendo siempre que su organización fuese en algún grado plástica) a la flor, y la fecundación de la flor al insecto, como en efecto ocurre con muchas abejas y muchas plantas.

Viendo lo que el ciego y caprichoso hombre ha logrado por medio de la selección durante los últimos años y lo que de una forma más burda, sin un plan sistemático, probablemente ha provocado durante los últimos miles de años, habría que ser muy audaz para poner límites a lo que nuestro hipotético Ser podría lograr durante períodos geológicos enteros. En concordancia con el plan por el que parece estar gobernado este universo por el Creador, consideremos la posibilidad de que exista en la economía de la naturaleza algún medio secundario mediante el cual los procesos de selección puedan ir adaptando, bella y maravillosamente, los organismos plásticos aunque sea en el menor grado, a los fines más diversos. Creo que ese medio secundario existe[44].

MEDIOS NATURALES DE SELECCIÓN[45]

De Candolle ha declarado en un elocuente pasaje que toda la naturaleza se encuentra en guerra, bien de unos organismos contra otros, bien contra la naturaleza externa. A la vista del semblante feliz de la naturaleza, al principio podría ponerse en duda esta aseveración, pero la reflexión prueba ineludiblemente que es muy cierta. Esta guerra, sin embargo, no es constante, sino que se repite en grado leve en períodos cortos y de forma más severa en períodos ocasionales y más distantes, por lo que no es difícil pasar por alto sus efectos. Es la doctrina de Malthus aplicada en la mayoría de los casos con una fuerza diez veces mayor. Como en todos los climas hay estaciones de mayor o menor abundancia para cada uno de sus habitantes, todos crían cada año; además, la contención moral, que en mayor o menor medida frena el crecimiento de la humanidad, falta aquí por completo. Pero incluso la humanidad, que cría con lentitud, ha doblado su tamaño en veinticinco años, y si pudiera aumentar su alimento con mayor facilidad la doblaría en un tiempo menor. En el caso de los animales, si no intervienen medios artificiales, la cantidad de alimento de cada especie debe mantenerse constante por término medio en tanto el aumento de los organismos tiende a ser geométrico y, en la gran mayoría de los casos, con una razón de incremento muy elevada. Supongamos que en cierto lugar hay ocho parejas de pájaros [petirrojos] y que de ellas sólo cuatro consiguen sacar adelante (contando las nidadas dobles) cuatro pollos cada año, y que también éstos sacan adelante pollos en la misma proporción; entonces, al cabo de siete años (una vida corta para cualquier pájaro, si se excluye la muerte violenta) habrá 2048 petirrojos en lugar de los dieciséis originales; como este aumento es prácticamente imposible, debemos concluir que o bien los petirrojos no crían a la mitad de sus pollos o que la vida media de un petirrojo, una vez criado, no alcanza los siete años a causa de accidentes. Es probable que actúen ambas formas de control. El mismo tipo de cálculo aplicado a todos los vegetales y animales produce resultados sorprendentes en mayor o menor medida, pero en pocos casos tan llamativos como en el caso del hombre.

Disponemos de muchas ilustraciones prácticas de esta rápida tendencia a aumentar. En algunas temporadas peculiares se produce un aumento extraordinario de ciertos animales; por ejemplo, en La Plata durante los años 1826 a 1828, cuando a causa de la sequía murieron millones de vacas y el país entero quedó infestado de ratones. No hay duda de que durante la temporada de cría todos los ratones suelen aparearse (a excepción de unos pocos machos y hembras sobrantes), y que por tanto su imponente aumento durante tres años hay que atribuirlo a la supervivencia de un número de crías mayor de lo habitual tras el primer año, las cuales a su vez habrían criado, y así sucesivamente hasta el tercer año, cuando disminuyó su abundancia con la llegada de las lluvias. Son muchos los relatos de cómo allí donde el hombre introduce plantas y animales en un lugar nuevo que les resulte favorable, en un número sorprendentemente corto de años el lugar entero queda abarrotado de ellos. Este aumento tendría que frenarse cuando el lugar queda repleto; sin embargo, por lo que sabemos de los animales salvajes, tenemos razones para creer que todos se aparean al llegar la primavera. En la mayoría de los casos es muy difícil imaginar dónde se produce el freno, aunque no cabe duda de que por lo general estará en las semillas, los huevos y las crías; pero cuando recordamos lo imposible que resulta incluso en el caso de los humanos (mucho mejor conocidos que cualquier otro animal) inferir a partir de observaciones repetidas y casuales cuál es la duración media de la vida, o descubrir la diferencia en el porcentaje de muertes respecto al de nacimientos en distintos países, no debe sorprendernos que no podamos ver dónde se producen los frenos en los animales y las plantas. Conviene recordar que en la mayoría de los casos los frenos se suceden cada año en un grado pequeño pero regular, y ocasionalmente en grado extremo en años inusualmente fríos, calurosos, secos o lluviosos, según sea la constitución del organismo en cuestión. Alíviese en lo más mínimo cualquiera de los frenos y la potencia geométrica de aumento de todo organismo hará que aumente al instante el número promedio de individuos de la especie favorecida. La naturaleza puede compararse con una superficie sobre la que descansan diez mil cuñas afiladas, juntas hasta tocarse y clavadas por golpes incesantes. Se requiere mucha reflexión para comprender cabalmente el alcance de estas ideas. Respecto al hombre hay que estudiar a Malthus, y todos los casos como el de los ratones de La Plata, el de las vacas y los caballos llevados a América del Sur, el de los petirrojos según nuestros cálculos, etcétera, deben considerarse con la debida atención, reflexionando sobre el enorme poder de multiplicación inherente a todos los animales y que actúa año tras año, reflexionando sobre las innumerables semillas dispersadas cada año sobre toda la faz de la tierra mediante un centenar de ingeniosos artificios, pese a todo lo cual tenemos fundadas razones para suponer que por lo general el porcentaje medio de cada uno de los habitantes de un país se mantiene constante. Por último, debe tenerse en cuenta que este número medio de individuos de cada país se mantiene (siempre que no cambien las condiciones externas) mediante luchas recurrentes contra otras especies o contra la naturaleza externa (como en la frontera de las regiones árticas[46], donde el frío frena la vida), y que por lo general cada individuo de cada especie retiene su lugar o bien por su propia lucha y capacidad de adquirir nutrimento en algún período de su vida (desde el huevo), o bien por la lucha de sus progenitores (en organismos de vida corta, cuando el principal freno se produce a intervalos largos) contra y en comparación con otros individuos de la misma o de diferente especie.

Pero imaginemos que cambian las condiciones externas del país. Si el cambio es leve, en la mayoría de los casos las proporciones relativas de los habitantes sólo se modificarán ligeramente. Pero supongamos que el número de habitantes es pequeño, como ocurre en una isla, y que está restringido el libre acceso desde otros lugares; y supongamos además que el cambio en las condiciones es continuado y crea nuevos hábitats. En esta situación, los habitantes originales dejarán de estar tan perfectamente adaptados a las nuevas condiciones como lo estaban antes. Se ha visto que estos cambios en las condiciones externas, al actuar sobre el sistema reproductor, probablemente hagan que la organización de los seres más afectados se torne plástica, tal y como ocurre en estado de domesticación. Ahora bien, a la vista de la lucha de cada individuo (o sus padres) para obtener su subsistencia, ¿puede dudarse de que la más minúscula variación de la estructura, los hábitos o los instintos que adapte mejor al individuo a las nuevas condiciones se manifestará en su salud y vigor? En la lucha tendrá una mayor probabilidad de sobrevivir, y aquellos de sus descendientes que hereden la variación, por ligera que sea, tendrán también una mayor probabilidad de sobrevivir. Como cada año nacen más individuos de los que pueden sobrevivir, a la larga la más pequeña inclinación de la balanza decide quién cae en las garras de la muerte y quién sobrevive. Dejemos que este trabajo de selección, de un lado, y de muerte, del otro, prosigan durante mil generaciones; ¿quién se atreve a afirmar que no se producirá ningún efecto, teniendo en cuenta lo que en pocos años ha conseguido Bakewell con vacas y Western con ovejas ayudándose de idéntico principio de selección?

A modo de ejemplo, imaginemos un proceso de cambio en una isla y supongamos que la organización de un cánido se torna ligeramente plástica. Supongamos que el animal se alimenta de conejos pero que en ocasiones también caza liebres, e imaginemos que aquellos mismos cambios hacen que la abundancia de conejos disminuya muy lentamente y que poco a poco aumente la de liebres. Esto hará que el zorro o perro se vea empujado a intentar capturar más liebres, aunque su abundancia tenderá a disminuir. Pero como su organización es ligeramente plástica, los individuos de constitución más esbelta, de patas más largas y vista más aguda (aunque quizá de menor astucia o peor olfato) estarán levemente favorecidos y, por pequeña que sea la diferencia, tenderán a vivir más tiempo y a sobrevivir durante las épocas del año en las que el alimento sea más escaso; también sacarán adelante más cachorros, y éstos tenderán a heredar esas ligeras peculiaridades. En cambio, los menos veloces serán rigurosamente aniquilados. No hallo más razones para dudar de que al cabo de un millar de generaciones estas causas acabarán por producir un efecto marcado, adaptando la forma del zorro a la caza de liebres en lugar de conejos, que para dudar de que los galgos pueden mejorarse mediante una cuidadosa selección y cría. Lo mismo ocurriría con plantas en circunstancias parecidas. Si el número de individuos de una especie de semillas plumosas aumentase gracias a un mayor poder de diseminación en su propia área (es decir, si el principal freno al aumento estuviera en las simientes), las semillas con un poco más de pelo o con un vilano sobre el que actuara mejor el viento a la larga tenderían a diseminarse mejor y, por tanto, germinaría un número mayor de este tipo de semillas, que a su vez tenderían a producir plantas que heredarían una semilla más plumosa y mejor adaptada.

Además de este medio natural de selección, por el cual se preservan, ya en forma de huevo o simiente, ya en estado maduro, los individuos mejor adaptados al lugar que ocupan en la naturaleza, en la mayoría de los animales bisexuales existe un segundo agente que tiende a producir el mismo efecto, a saber, la lucha de los machos por las hembras. Estas luchas suelen resolverse por la ley de la batalla; en las aves, sin embargo, parece que las decide el atractivo del canto, la belleza de las plumas o la destreza en el cortejo, como en la danza del tordo rupestre de Guayana. Incluso entre los animales que se aparean parece haber un exceso de machos, lo que ayudaría a que se produzca una batalla; en los animales polígamos[47], sin embargo, como el ciervo, el buey, las aves de corral, cabría esperar que se produjera la lucha más severa, pues ¿no es en los animales polígamos donde los machos están mejor formados para la guerra mutua? Los machos más vigorosos, y por consiguiente mejor adaptados, suelen conseguir la victoria en sus varias contiendas. Este tipo de selección, sin embargo, es menos riguroso que el otro; no requiere la muerte de los menos afortunados, pero les da menos descendientes. Además, estas luchas se realizan en un momento del año en el que, por lo general, abunda el alimento, y quizá su principal efecto sea la alteración de caracteres sexuales y la selección de formas individuales sin relación alguna con la obtención de alimento o la defensa frente a los enemigos naturales, sino más bien con la lucha entre ellos. Esta lucha natural entre machos puede compararse por su efecto, aunque en un grado menor, con la producida por los ganaderos que ponen menos atención en la selección cuidadosa de todos los animales jóvenes que crían y más en el uso ocasional de un macho escogido.

DIFERENCIAS ENTRE «RAZAS» y «ESPECIES»: PRIMERO, EN SU PUREZA O VARIABILIDAD

Podemos esperar que la razas producidas por estos medios naturales de selección difieran en algunos aspectos de las producidas por el hombre. Éste selecciona sobre todo con la vista, de modo que no puede percibir el curso seguido por cada vaso o nervio, o la forma de los huesos o si la estructura interna se corresponde con la forma externa. El hombre es incapaz de seleccionar matices en las diferencias de constitución, y la protección que ofrece y su empeño por mantener viva su propiedad dondequiera que habite, hacen que, en la medida en que le es posible, frene la acción selectiva de la naturaleza, la cual, sin embargo, se mantiene en un menor grado en todos los seres vivos, aunque la duración de su vida no venga determinada por su propia resistencia. El hombre tiene mal criterio, es caprichoso, y no desea, él o sus descendientes, seleccionar para el mismo fin durante cientos de generaciones. No siempre puede ajustar la forma seleccionada a las condiciones más adecuadas, ni puede mantener esas condiciones uniformes; selecciona lo que le es útil, no lo que es mejor para las condiciones del lugar donde coloca cada variedad; así, selecciona un perro pequeño, pero le da de comer en abundancia; o un perro de lomo alargado, pero no lo ejercita de ningún modo peculiar, al menos no en cada generación. Raramente permite que los machos más vigorosos luchen entre ellos y procreen, sino que escoge entre lo que posee o siguiendo sus preferencias, pero no necesariamente los mejor adaptados a las condiciones existentes. Todo ganadero y criador sabe lo difícil que es impedir un cruce ocasional con otra raza. Con frecuencia destruye sólo de mala gana a los individuos que se apartan en grado notable del tipo requerido. A menudo comienza su selección a partir de una forma o un capricho de la naturaleza que se aparta considerablemente de la forma de los progenitores. La ley natural de la selección, en cambio, actúa de forma muy distinta. Las variedades seleccionadas sólo difieren ligeramente de la forma de sus progenitores; las condiciones se mantienen constantes durante largos períodos y cambian con lentitud; raramente se puede producir un cruzamiento; la selección es rígida e indefectible, y continúa durante muchas generaciones; no se puede efectuar nunca una selección sin que la forma resulte mejor adaptada a las condiciones que la forma de los progenitores; el poder de selección no es caprichoso y se prolonga de manera inquebrantable durante miles de años, adaptando la forma a la condiciones. El poder de selección no es engañado por las apariencias externas, pone a prueba al ser durante toda su vida, y el que esté peor adaptado que sus congéneres es infaliblemente destruido; de este modo son examinadas todas las partes de su estructura y se pone a prueba su aptitud para el lugar de la naturaleza que ocupa.

Tenemos razones suficientes para creer que una raza se hace «pura» o sujeta a poca variación en proporción al número de generaciones que la raza doméstica se mantiene libre de cruzamientos, a la atención prestada a una selección firme y continua con un objetivo claro, y al cuidado puesto en no exponer la variedad a unas condiciones inadecuadas para ella. Cuánto más «puras» no serán entonces las razas producidas mediante el método natural de selección, que es rígido, constante, excelentemente guiado y adaptado a las condiciones, libre de manchas de sangre y de cruzamientos, y proseguido durante miles de años, en comparación con las producidas por la débil, caprichosa, mal guiada y deficientemente adaptada selección que realiza el hombre. Es probable, al menos así lo creo yo, que las razas de animales domésticos obtenidas por los salvajes se acerquen más al carácter de las especies, en parte por las inevitables condiciones de su modo de vida y en parte, de forma no intencionada, por el mayor cuidado que prestan a los individuos que les resultan más valiosos. Ahora bien, la marca característica de una especie, segunda en importancia, si no igual, a su esterilidad cuando se cruza con otra especie, y en realidad casi la única característica además de ésta (salvo que eludamos la cuestión afirmando que la esencia de un especie es que no descienda de un progenitor común a cualquier otra forma), es la semejanza entre los individuos que componen la especie o, en el lenguaje de los criadores, su «pureza».

DIFERENCIAS EN LA FERTILIDAD DE «RAZAS» y «ESPECIES» CUANDO SE CRUZAN

La esterilidad de las especies, o de su descendencia, cuando se cruzan ha recibido, sin embargo, más atención que la uniformidad en el carácter de los individuos que componen la especie. Es muy natural que desde hace mucho tiempo se haya considerado la esterilidad[48] como la más cierta de las características de una especie, pues es obvio que si las formas afines pero distintas que encontramos en una misma región se cruzaran libremente, en lugar de encontrar cierto número de especies distintas tendríamos una serie mezclada y confusa. Sin embargo, el hecho de que exista una gradación perfecta en el grado de esterilidad entre especies, así como la circunstancia de que algunas especies muy emparentadas (por ejemplo, muchas especies de croco y de brezo europeo) no se puedan cruzar, mientras que sí se pueden cruzar otras especies muy distintas, e incluso pertenecientes a géneros distintos, como la gallina y el pavo real, el faisán y el lagópodo, Azalea y Rhododendron, Thuja y Juniperus, debería haber suscitado dudas sobre si la esterilidad no depende de otras causas, distintas de una ley coincidente con su creación. Conviene señalar en este punto que el hecho de que una especie se pueda cruzar con otra es mucho menos importante que la esterilidad de la descendencia cuando ésta se produce, pues hay incluso razas domésticas que difieren tanto en su tamaño (por ejemplo, un gran galgo y un perrito faldero, o un caballo de tiro y un poni birmano) que la unión es prácticamente imposible; y lo que generalmente no se conoce es que entre las plantas, según ha demostrado Kölreuter mediante cientos de experimentos, el polen de una especie puede fecundar el germen de otra especie, mientras que el polen de esta última nunca actuará sobre el germen de la primera, de manera que el simple hecho de la fecundación mutua ciertamente no guarda relación alguna con el carácter diferenciado de la creación de las dos formas. Cuando se intenta cruzar dos especies afines tan distantes que no llega a producirse descendencia, se ha observado en algunos casos que el polen comienza a formar su tubo y el germen comienza a hincharse, pero al poco tiempo se deteriora. Al siguiente escalón de la serie le corresponde la producción de descendencia híbrida, pero raramente y en pequeño número, y totalmente estéril; a continuación está la descendencia híbrida más numerosa, que en algunos casos muy raros puede criar con cualquiera de los progenitores, como ocurre con la mula común. Un paso más adelante, otros híbridos, aunque no fértiles inter se, crían bastante libremente con las especies progenitoras o con una tercera especie, produciendo descendencia por lo general estéril, pero en algunos casos fértil; y éstos últimos se podrán cruzar con cualquiera de los progenitores o con una tercera y hasta una cuarta especie, y así Kölreuter logró mezclar muchas formas. Por último, se admite en la actualidad, incluso por aquellos botánicos que durante más tiempo se opusieron a ello, que en ciertas familias los descendientes híbridos de muchas de sus especies son a veces perfectamente fértiles cuando se los cruza en la primera generación; de hecho, en unos pocos casos, Mr. Herbert encontró que los híbridos eran decididamente más fértiles que cualquiera de los dos progenitores puros. No se puede evitar admitir que los híbridos de algunas especies de plantas son fértiles si no es declarando que ninguna forma debe considerarse especie si produce con otra especie descendencia fértil; pero eso es eludir la cuestión. A menudo se ha dicho que las especies diferentes de animales sienten entre ellas repugnancia sexual; no he podido encontrar pruebas experimentales de esto; parece, simplemente, que no se excitan mutuamente la pasión. No creo que en esta cuestión exista una diferencia esencial entre animales y plantas, y en estas últimas no puede haber un sentimiento de repugnancia.

CAUSAS DE LA ESTERILIDAD DE LOS HÍBRIDOS

La diferencia en la naturaleza de las especies que causa el mayor o menor grado de esterilidad a su descendencia híbrida parece estar, según creen Herbert y Kölreuter, menos relacionada con la estructura, tamaño y forma externa que con peculiaridades de su constitución o, dicho de otro modo, con su adaptación a distintos climas, alimento y situación, etcétera. Estas peculiaridades constitucionales probablemente afectan a toda la estructura corporal, y no a una parte concreta[49].

De acuerdo con los hechos presentados, creo que debemos admitir que existe una gradación perfecta de la fertilidad entre las especies que al cruzarse son bastante fértiles (como Rhododendron, Calceolaria, etcétera), e incluso fértiles en un grado extraordinario (como Crinum), y aquellas especies que nunca producen descendencia pero que a través de ciertos efectos (como la formación del tubo polínico) ponen de manifiesto su afinidad. Por consiguiente, considero que debemos abandonar la esterilidad, por mucho que en mayor o menor grado sea muy frecuente, como marca infalible para distinguir las especies de las razas, es decir, de aquellas formas que descienden de un tronco común.

INFERTILIDAD POR CAUSAS DISTINTAS DE LA HIBRIDACIÓN

Veamos si existen hechos análogos que arrojen luz sobre esta cuestión y ayuden a explicar por qué la descendencia del cruzamiento de ciertas especies es estéril pero no la de otras, sin que hayamos de recurrir a una ley particular vinculada a que hayan sido creadas a tal efecto. Un gran número de animales, probablemente la gran mayoría, cuando son capturados por el hombre y apartados de sus condiciones naturales son incapaces de procrear aunque hayan sido apresados muy jóvenes, hayan sido domesticados, vivan hasta una edad avanzada y en apariencia estén sanos[50]. No me refiero a animales guardados en parques de animales, como los jardines zoológicos, muchos de los cuales tienen apariencia saludable, viven muchos años y se unen pero no procrean; sino a los animales capturados y dejados parcialmente en libertad en su país nativo. Rengger enumera varios casos de animales capturados jóvenes y domesticados que mantenía en Paraguay, y que no criaban; el guepardo o leopardo de caza y el elefante son otros ejemplos, como también los osos en Europa y las veinticinco especies de aves rapaces, pertenecientes a varios géneros, de las que se han mantenido miles de individuos para la cetrería y han vivido durante largo tiempo con perfecto vigor. Teniendo en cuenta el gasto y la dificultad de procurarse animales salvajes jóvenes, se puede estar seguro de que no se han escatimado esfuerzos para intentar que críen. Está tan claramente marcada esta diferencia en distintos tipos de animales capturados por el hombre que Saint Hilaire define dos grandes clases de animales útiles para el hombre: los domados, que no crían, y los domésticos, que sí crían en estado de domesticación. Ciertas observaciones singulares podrían llevarnos a suponer que la incapacidad de cría de estos animales se debe a alguna perversión del instinto. Pero se ha observado en las plantas idéntica clase de hechos, y no me refiero al gran número de casos en los que el clima no permite la maduración de las semillas o los frutos, sino a los casos en que las flores no maduran a causa de alguna imperfección del óvulo o el polen. Este último puede examinarse y a menudo resulta ser manifiestamente imperfecto, como puede observar cualquiera que disponga de un microscopio comparando el polen de la lila persa y la china con el de la lila común; cabe añadir que las dos primeras especies son tan estériles en Italia como en este país. Muchas de las plantas de turbera americanas producen aquí poco o ningún polen, en tanto las especies indias de los mismos géneros lo producen en abundancia. Lindley observa que la esterilidad es la ruina de los horticultores, y Linneo ha señalado la esterilidad de casi todas las flores alpinas cuando se cultivan en tierras bajas. Quizá la inmensa clase de flores dobles deba su estructura sobre todo a un exceso de alimento que actúe sobre partes ligeramente estériles y menos capaces de realizar su verdadera función, y por consiguiente susceptibles de hacerse monstruosas, la cual monstruosidad, como cualquier otra enfermedad, es heredada y se hace común. Lejos de que la domesticación sea en sí misma desfavorable para la fertilidad, es bien sabido que una vez que un organismo se torna capaz de someterse a tales condiciones, su fertilidad aumenta por encima del límite natural. De acuerdo con los agricultores, los cambios ligeros en las condiciones, es decir, en el alimento o la estación, así como el cruzamiento con razas ligeramente distintas, aumentan el vigor y probablemente la fertilidad de la descendencia. Parece que en muchos casos ni siquiera un gran cambio en las condiciones, por ejemplo, el traslado desde un país templado hasta la India, afecta en lo más mínimo a la fertilidad, aunque sí a la salud, la duración de la vida y el período de madurez. Cuando la esterilidad es inducida por la domesticación, es del mismo tipo y varía en el mismo grado que en los híbridos, pues conviene recordar que ni siquiera el más estéril de los híbridos es monstruoso: sus órganos son perfectos, pero no funcionan, y minuciosas investigaciones microscópicas demuestran que se encuentran en el mismo estado que los de las especies puras en los intervalos de la época de cría. El polen defectuoso de los casos a los que ya hemos aludido se parece mucho al de los híbridos. La ocasional cría de híbridos, como ocurre en el mulo común, puede compararse con justicia con la rarísima pero ocasional reproducción de los elefantes en cautividad. La causa de que muchos geranios exóticos produzcan polen imperfecto (aun cuando presenten una salud vigorosa) parece estar relacionada con el período de riego; pero en la gran mayoría de los casos no podemos proponer ninguna conjetura sobre la causa exacta de la esterilidad de los organismos apartados de sus condiciones naturales. ¿Por qué, por ejemplo, el guepardo no cría pero sí lo hacen el gato y el hurón (aunque este último suele mantenerse encerrado en una pequeña caja)? ¿Por qué no cría el elefante pero el cerdo lo hace en abundancia? ¿Por qué no las perdices y los gallos de monte en su propio país, pero sí varias especies de faisán, de pintada de los desiertos de África y de pavo real de la junglas de India? Debemos convencernos de que depende de que algunas peculiaridades constitucionales de estos seres no sean adecuadas para sus nuevas condiciones, aunque no causen necesariamente un estado de mala salud. ¿Debemos sorprendernos entonces de que sean estériles los híbridos producidos por el cruzamiento de especies con tendencias constitucionales distintas (con tendencias que sabemos que son inherentemente heredables)? No parece improbable que el cruzamiento de una planta alpina y una de tierras bajas tenga trastornados sus poderes constitucionales, de forma muy parecida a lo que ocurre cuando una planta alpina se lleva a una región de baja altitud. La analogía puede ser una guía engañosa, y sería precipitado afirmar, aunque parezca probable, que la esterilidad de los híbridos sea debida a que las peculiaridades constitucionales de uno de los progenitores queden trastornadas al mezclarlas con las del otro progenitor, exactamente del mismo modo en que es causada en algunos seres orgánicos cuando el hombre los aparta de sus condiciones naturales. Aunque esto sería precipitado, creo que todavía sería más precipitado, a la vista de que la esterilidad no es más frecuente [incidental] en todos los productos de entrecruzamientos de lo que lo es en todos los seres orgánicos cuando son capturados por el hombre, afirmar que la esterilidad de ciertos híbridos demuestra una creación separada de sus progenitores.

Pero puede plantearse como objeción (por muy poco que la esterilidad de ciertos híbridos esté relacionada con la creación separada de las especies) por qué razón, si las especies son sólo razas producidas por selección natural, cuando se las cruza producen con tanta frecuencia descendencia estéril, mientras que en la descendencia de las razas inequívocamente producidas por las artes del hombre no hay ni un solo caso de esterilidad. Esto no encierra demasiada dificultad, puesto que las razas producidas por los medios naturales antes explicados serán seleccionadas de modo lento pero constante, y estarán adaptadas a condiciones variadas y diversas en las que quedarán estrictamente confinadas durante inmensos períodos de tiempo, por lo que podemos suponer que adquirirán diferentes peculiaridades constitucionales adaptadas a los hábitats que ocupan; y es precisamente de las diferencias constitucionales entre especies de lo que depende su esterilidad, de acuerdo con las mejores autoridades. Por otro lado, el hombre selecciona según la apariencia externa[51]; y por ignorancia y por no poder imponer pruebas comparables en sutilidad a la lucha natural por el alimento, que se produce a intervalos durante toda la vida de cada individuo, no le es posible eliminar matices finos de la constitución que dependan de diferencias invisibles en los fluidos o sólidos del cuerpo. Asimismo, a causa del valor que le da a cada individuo, afirma su poder supremo contraviniendo la tendencia natural de los más vigorosos a sobrevivir. Además, el hombre, especialmente en tiempos antiguos, no pudo haber mantenido constantes sus condiciones de vida, ni, en tiempos más recientes, puras las estirpes.

Mientras el hombre no seleccione dos variedades del mismo tronco, adaptadas a dos climas o a otras condiciones externas diferentes, y las confine con firmeza durante uno o varios miles de años a esas condiciones, teniendo siempre cuidado en seleccionar los individuos mejor adaptados a ellas, no puede decirse que haya siquiera comenzado el experimento. Además, los seres orgánicos que el hombre ha tenido domesticados durante más tiempo son lo que le han reportado un mayor beneficio, y uno de los principales elementos de su utilidad, especialmente en los tiempos más antiguos, debe haber sido su capacidad para resistir las mudanzas rápidas hacia nuevos climas reteniendo su fertilidad, lo que en sí mismo implica que en estos respectos sus peculiaridades constitucionales no se encontraban severamente limitadas. Si la opinión mencionada fuese correcta y la mayoría de los animales domésticos descendieran de una mezcla fértil de razas o especies salvajes, son pocas las razones para esperar que se produzca infertilidad en cualquier cruce de troncos que hayan descendido de este modo.

Merece la pena señalar que al igual que muchos seres orgánicos apartados por el hombre de sus condiciones naturales tienen el sistema reproductor afectado hasta el punto de ser inútil para la propagación, así, como vimos en el primer capítulo, aunque hay seres orgánicos que al ser domesticados por el hombre se propagan libremente, su descendencia al cabo de algunas generaciones manifiesta variaciones o caprichos de la naturaleza hasta un grado que sólo puede explicarse si su sistema reproductor se ha visto afectado de algún modo. Una vez más, cuando dos especies se cruzan, su descendencia suele ser estéril; pero Kölreuter halló que cuando los híbridos son capaces de criar con uno de sus progenitores o con otra especie, al cabo de varias generaciones su descendencia se ve sujeta a una variación excesiva. Además, afirman los criadores que la descendencia de las variedades mestizas varía mucho tras la primera generación. Así pues, tanto la esterilidad como la variación de las generaciones sucesivas son consecuencia del apartamiento de las especies individuales de su estado natural y del cruzamiento entre especies. La conexión entre estos hechos puede ser accidental, pero sin duda parecen esclarecer, apoyándose mutuamente, el principio de que el sistema reproductor de los seres orgánicos es sumamente sensible a cualquier perturbación, causada por apartamiento, o por mezcla, de la relación entre su constitución y las condiciones a las que están expuestos.

PUNTOS DE SEMEJANZA ENTRE «RAZAS» y «ESPECIES»

Las razas y las presuntas especies concuerdan en algunos aspectos aunque, por causas que, como hemos visto, comprendemos hasta cierto punto, difieren en la fertilidad y «pureza» de su descendencia. En primer lugar, no hay ningún signo claro que permita distinguir entre las razas y las especies, como pone de manifiesto la gran dificultad que experimentan los naturalistas cuando intentan discriminar entre ellas. Por lo que respecta a los caracteres externos, muchas de las razas que descienden del mismo tronco difieren mucho más que algunas especies verdaderas del mismo género; véase si no el caso de los chochines(27), algunos de los cuales los ornitólogos expertos apenas pueden distinguir si no es por los nidos; véanse los cisnes salvajes y compárense las distintas especies de este género con las razas de palomas, gallinas y patos domésticos; e igualmente con las plantas, compárense las coles, las almendras, los melocotones y las nectarinas, etcétera, con las especies de muchos géneros. Saint Hilaire ha hecho notar que incluso dentro de un género dado puede existir una mayor diferencia de tamaño entre razas, como ocurre en los perros (pues cree que todos descienden de un mismo tronco), que entre especies, lo que no debe sorprender si se considera que la cantidad de alimento, y por consiguiente de crecimiento, es el elemento de cambio sobre el que más poder ejerce el hombre. Cabe hacer referencia aquí a una afirmación previa, a saber, que en opinión de los criadores el crecimiento de una parte o el ejercicio más fuerte de una función produce una disminución de otras partes; esto parece en cierta medida análogo a la ley de la «compensación orgánica», que muchos naturalistas consideran correcta. Por poner un ejemplo de esta ley de la compensación, las especies de carnívoros que poseen caninos muy desarrollados tienen ciertos molares deficientes; o bien, en aquella división de los crustáceos en la que la cola está mucho más desarrollada, el tórax es pequeño, y viceversa. Los puntos de diferencia entre distintas razas a menudo son asombrosamente análogos a los que se establecen entre especies del mismo género; así, en las razas de plantas y animales se preservan marcas o manchas de color insignificantes (como las franjas en las alas de las palomas)[52], precisamente del mismo modo en que caracteres igualmente insignificantes a menudo se encuentran en todas las especies de un mismo género, e incluso de una misma familia. Cuando se modifican los colores de las flores, en éstas a menudo se destaca la nervadura y aparecen manchas, y las hojas se vuelven divididas como si fueran especies verdaderas; se sabe que las variedades de una misma planta nunca tienen flores rojas, azules y amarillas, aunque el jacinto se acerca mucho a ser la excepción[53]; y muy raramente, aunque sí algunas veces, poseen flores de estos tres colores las distintas especies de un mismo género. Los caballos pardos con una franja oscura a lo largo del lomo, así como ciertos asnos domésticos con franjas transversales en las patas, nos proporcionan unos llamativos ejemplos de una variación análoga en carácter a las marcas distintivas de otras especies del mismo género.

CARACTERES EXTERNOS DE HÍBRIDOS Y RAZAS MESTIZAS

Hay, sin embargo, o al menos así me lo parece a mí, un método más importante para la comparación entre especies y razas, a saber, el carácter de la descendencia cuando se cruzan especies y cuando se cruzan razas: creo que en ningún aspecto hay diferencia salvo en la esterilidad. Si las especies se hubiesen formado mediante actos separados de creación, sería asombroso que al unirse actuaran unas sobre otras del mismo modo que las razas que descienden de un tronco común. En primer lugar, por medio del cruzamiento repetido, una especie puede absorber y borrar por completo los caracteres de otra especie, o de varias otras especies, del mismo modo que una raza absorbe a otra cuando se cruzan. ¡Asombroso sería, insisto, que un acto de creación pueda absorber a otro acto de creación, o incluso a varios! La descendencia de especies, es decir, los híbridos, y la descendencia de las razas, es decir, los mestizos, se asemejan en el hecho de presentar caracteres intermedios (como ocurre con mayor frecuencia en los híbridos) o por parecerse mucho unas veces a un progenitor y otras veces al otro; en el hecho de que a veces en ambos casos la descendencia engendrada en el mismo acto de concepción difiere en su grado de semejanza; en que tanto los híbridos como los mestizos retienen a veces cierta parte u órgano muy parecido al de alguno de los progenitores, y ambos, como hemos visto, se tornan variables a lo largo de sucesivas generaciones; en que esta tendencia a variar puede ser transmitida por ambos; en que en ambos se presenta durante muchas generaciones una fuerte tendencia a retornar a la forma ancestral. En el caso de un híbrido de laburno y de una supuesta raza mestiza de vid, distintas partes de las mismas plantas se parecieron a cada uno de sus progenitores. En los híbridos de algunas especies y en los mestizos de algunas razas la descendencia es distinta dependiendo de cuál de las dos especies o razas fuera el padre (como ocurre en el mulo y la mula) y cuál la madre. Pueden cruzarse razas tan dispares en tamaño que la madre puede perecer durante el parto; lo mismo ocurre en algunas especies cuando se cruzan; cuando la madre de una especie ha parido descendencia del macho de otra especie, a menudo su descendencia posterior queda manchada por aquel primer cruzamiento (como en el caso asombroso de la yegua de lord Morton cruzada con un quagga); así afirman los criadores que ocurre cuando una cerda u oveja de una raza engendra descendencia con un macho de otra raza.

RESUMEN DEL SEGUNDO CAPÍTULO

Resumamos este segundo capítulo. Si en los seres orgánicos en estado natural se producen ligeras variaciones; si los cambios de condiciones debidos a cambios geológicos producen con el paso de las edades efectos análogos a los de la domesticación en algunos organismos, por pocos que sean (y cómo dudarlo, según lo que ya sabemos y lo que podemos suponer, si miles de organismos capturados por el hombre para diversos usos y colocados en condiciones nuevas han variado); si tales variaciones tienden a ser hereditarias (y cómo dudarlo, cuando vemos matices de expresión, maneras peculiares, las más extrañas monstruosidades, enfermedades y muchas otras peculiaridades que, al ser heredadas, caracterizan y forman las innúmeras razas de nuestras plantas y animales domésticos, como los mil doscientos tipos de col que se conocen); si admitimos que cada organismo mantiene su lugar gracias a luchas recurrentes a intervalos periódicos (y cómo dudarlo, cuando sabemos que todos los seres tienden a aumentar según una razón geométrica, como se ve de inmediato cuando las condiciones son favorables durante un tiempo; mientras que en promedio la cantidad de alimento debe mantenerse constante); entonces debe haber un medio natural de selección que tienda a preservar a los individuos con ligeras desviaciones en su estructura que resulten favorables a las condiciones reinantes, y que tienda a destruir toda desviación de la naturaleza opuesta. Si las proposiciones anteriores son correctas y ninguna ley de la naturaleza limita la cantidad de variación posible, se formarán —⁠raramente quizá, y sólo en ciertas regiones— nuevas razas de seres.

LÍMITES A LA VARIACIÓN

Que existe en la naturaleza un límite a la variación es algo que la mayoría de autores dan por sentado, aunque yo no consigo descubrir un solo hecho en el que apoyar esta creencia. Una de las aseveraciones más comunes es que las plantas no llegan a aclimatarse; y yo he llegado a observar incluso que se citan como ejemplo clases que no se cultivan a partir de semilla, sino que se propagan por medio de esquejes, etcétera. Se ha propuesto, sin embargo, un buen ejemplo en el caso de las judías pintas, que según se cree son tan tiernas hoy como cuando se introdujeron. Aunque pasemos por alto la frecuente introducción de semillas desde países más cálidos, permítaseme observar que mientras las semillas se recojan de manera promiscua del campo, sin observación continua ni selección cuidadosa de las plantas que mejor hayan soportado el clima durante todo su desarrollo, el experimento de aclimatación no puede darse siquiera por comenzado. ¿Acaso no son todas las plantas y animales de las que tenemos un mayor número de razas justamente las domesticadas desde más antiguo? Si se considera los notables progresos realizados en los últimos años[54] por la agricultura y horticultura sistemáticas, ¿no se opone a toda evidencia el afirmar que hemos agotado la capacidad de variación de nuestro ganado bovino o de nuestro maíz, por mucho que lo hayamos hecho en algunos aspectos triviales, como la gordura o el tipo de lana? ¿Osaría alguien afirmar que si la horticultura floreciera durante los próximos siglos no dispondríamos de muchísimas variedades nuevas de patata o de dalia? Escójanse dos variedades de cada una de estas plantas y adáptense a ciertas condiciones fijas, impidiendo cualquier cruce durante cinco mil años, y varíense de nuevo las condiciones al cabo de éstos; si se prueba lo mismo con muchos climas y situaciones, ¿quién podría predecir el número y grados de diferencia que podrían surgir de estos troncos originales? Repito que no conocemos ningún límite a la cantidad posible de variación, y por tanto al número de razas o a sus diferencias, que podría surgir de los medios naturales de selección, infinitamente más eficientes que la acción del hombre. Las razas así producidas seguramente serían muy poco «puras»; y si, por el hecho de haberse adaptado a diferentes condiciones de existencia, poseyeran constituciones diferentes, en el caso de ser llevadas de golpe a un nuevo hábitat o estación, quizá fueran estériles o quizá su descendencia fuera infecunda. Estas razas serían indistinguibles de las especies. Pero ¿disponemos de prueba alguna de que las especies que nos rodean por todas partes hayan tenido ese origen? A esta pregunta cabe esperar que dé respuesta, positiva o negativa, un examen de la economía de la naturaleza[55].

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