La teoría de la evolución

Introducción

INTRODUCCIÓN

El conocimiento de la ciencia en tiempos pasados puede utilizarse a menudo como un manual del método científico; los yerros de las generaciones anteriores pueden prevenirnos sobre los tipos de deducción errónea que conducen a conclusiones falsas. Y un estudio de la historia de la ciencia puede llevarnos a cuestionar ideas que asumimos inconscientemente y que con frecuencia tienen un origen histórico.

G. S. CARTER, A hundred years of Evolution Sidgwick & Jackson, Londres, 1957

El movimiento es causa de toda la vida.

LEONARDO DA VINCI

Darwin no quería escribir El origen de las especies. De hecho se vio empujado, casi impelido a ello. Su amigo y mentor, Charles Lyell, le insiste y le anima hasta que Darwin cede, aunque siempre a regañadientes y con continuas quejas:

Empiezo a desear de todo corazón que Lyell no me hubiera metido en la cabeza la idea de escribir un ensayo[1].

Como se verá más adelante, Lyell le urge porque aparece en escena un hasta entonces oscuro naturalista viajero, Alfred Russel Wallace. Los acontecimientos que se desarrollan en este libro son un importante punto de inflexión en la vida de Darwin y, con efecto retardado, en la de Wallace[2]. La gran fecha es siempre 1859, año de publicación de El origen de las especies. Pero todo comenzó antes. Es bien sabido que Darwin y Wallace llegaron a las mismas conclusiones de forma independiente, y que, tras una carta de Wallace a Darwin en 1858, éste decide enviar una publicación conjunta a la Linnean Society(2). ¿Cómo se llegó hasta ese punto? ¿Cuál fue el devenir de los acontecimientos? ¿Quiénes fueron los protagonistas? ¿Y los papeles secundarios? ¿Cuáles las circunstancias? ¿Y las influencias?

Es el texto de dicha publicación el que se ofrece aquí. Pero no es tan conocido que Darwin tuviera preparado, desde tiempo atrás, un ensayo sobre el particular. Darwin escribió un primer borrador en 1842, que amplió en 1844 hasta construir un texto mucho más extenso y cuidado, con la intención de publicarlo si moría. A partir de este material escribió el trabajo para la Linnean. Los textos del borrador y del ensayo de Darwin tienen un indudable atractivo histórico como antecedentes directos de la gran publicación de Darwin, El origen de las especies. La importancia de las ideas que contienen radica en establecer una ley general que gobierna todo lo vivo, de igual manera que Newton enunció otra para lo no vivo. No conocemos una versión española de estos textos, lo que constituye un interés añadido para su presencia en este libro[3].

Muchas veces se han señalado los puntos de coincidencia, o para utilizar un lenguaje evolucionista, los distintos aspectos convergentes, en el descubrimiento por ambas partes de los mecanismos de la evolución por selección natural. Ambos, sobre la base teórica de aceptar los postulados uniformistas de Lyell, tienen el mismo «disparador»: el ensayo de Malthus sobre la población. Los dos se basan en observaciones directas de la naturaleza. Ambos llegan a las mismas conclusiones con la misma edad, treinta y cinco años[4]. Además, como apunta Gavin de Beer[5], los conocimientos de que disponían son prácticamente los mismos a pesar del desfase de catorce años. En ese período no se producen hechos relevantes en la historia natural. Sin embargo, como iremos viendo, las diferencias también son acusadas, si no importantes. Darwin apoya sus hipótesis con trabajo experimental, y Wallace con observaciones de la naturaleza. Carentes de información sobre la herencia, Darwin se inclina por el concepto lamarckiano de la influencia del entorno como «director» de la variación, que Wallace rechaza. Darwin parte de la variación artificial inducida por el hombre en los animales domésticos y Wallace de la distribución geográfica de animales y plantas. Sus respectivos conceptos de especie son también distintos. Como lo son sus caracteres, sus circunstancias y sus peripecias vitales.

Darwin y Wallace se plantean el mecanismo por el que se produce lo que ahora conocemos genéricamente por «evolución», la transformación de unas especies en otras. A esto se refieren sus escritos. Éste es el nudo central de una madeja con cuyos cabos no se atreven aún. Si pudiéramos remontarnos por el hilo conductor del proceso evolutivo, ¿llegaríamos al gran Origen? ¿Al primer animal? ¿Al primer ser vivo? ¿Al origen de la vida? Y en el otro cabo, ¿podríamos, una vez conocido el mecanismo, predecir adónde nos conduce? Faltaba aún sedimentación, maduración, asentamiento, tiempo en suma[6].

Aunque es una expresión muy extendida, no existe una «teoría de la evolución». Ni Darwin ni Wallace sintetizaron nunca sus ideas de esta forma[7].

Como señala Mayr[8], el darwinismo comprende cinco grandes ideas, que se complementan entre sí para ofrecer una explicación panorámica de la historia de la vida sobre la Tierra: (1) el cambio perpetuo, que establece que el mundo, y los organismos con él, está cambiando continuamente; (2) el origen común, que postula que cada grupo de organismos procede de un antecesor común, y en consecuencia, existe un origen único para todos los seres vivos; (3) la diversificación de las especies, que explica cómo se produce la enorme diversidad de los seres vivos; (4) el gradualismo, que propone cambios graduales en las poblaciones para la aparición de nuevas especies; y (5) la selección natural, un mecanismo de reproducción diferencial que favorece a los mejor adaptados al entorno.

No es éste lugar para extenderse sobre conceptos de biología teórica, pero sí para señalar, siquiera sucintamente, que como todas las ideas, las de Darwin tampoco son ni inmutables ni irrefutables. Son múltiples las propuestas de polifiletismo en estudios filogenéticos de muchos grupos animales y vegetales, que en principio contradicen el «origen común». La teoría de los «equilibrios puntuados» de Gould y Eldredge[9] ha modificado sustancialmente los presupuestos gradualistas. Y aún se sigue discutiendo el concepto de especie al que poder aplicar de forma consistente todo lo anterior. Efectivamente, la controversia es larga.

Las ideas de Darwin y Wallace, y especialmente el gradualismo y la selección natural, implican el transcurso de períodos larguísimos. Lo que hoy nos parece obvio, no lo era para la sociedad victoriana, cuyo patrón temporal era meramente histórico en términos humanos. Resultaba imposible hablar, pensar siquiera, en «un millón de años». Aunque ya se habían rechazado los cálculos del arzobispo Ussher[10], las dataciones del origen del mundo seguían, por ejemplo, a Buffon, que situaba el evento hace setenta mil años, hasta que Lyell introdujo, con el uniformismo, la escala de los millones de años.

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Charles Lyell en 1860. Grabado de Stodart.

Mayr habla de una «evolución vertical», con una dimensión exclusivamente temporal, ya visionada por Lamarck y en la que no tenía sitio la diversificación. También existe la «evolución horizontal», que produce la aparición de especies nuevas por fragmentación de poblaciones, como en el caso de los famosos pinzones de Darwin. Se trata de dos aspectos distintos pero en absoluto excluyentes, que se producen de manera simultánea y que Darwin y Wallace supieron ver y tratar conjuntamente. Hoy seguimos en cierto modo especializados en ambos tipos: paleontólogos, biólogos moleculares y genetistas siguen estudiando la evolución vertical de Lamarck, mientras los ecólogos y biogeógrafos se concentran en la evolución horizontal. Es curioso constatar cómo el «último grito» de la sistemática y la filogenia, la filogenia molecular, cae de lleno en el contexto de la evolución vertical lamarckiana.

Resulta sorprendente que el principal objeto de los trabajos de Darwin y Wallace, la especie, no tenga en ellos una definición clara y concisa, más allá de «Definición de especie: la que permanece en general con caracteres constantes, junto a otros seres de estructura muy similar»[11]. ¡El propio Darwin tiene un concepto inmovilista de la especie! Aunque en consideraciones previas había introducido la idea del aislamiento reproductor, en El origen de las especies se decanta por una visión más conservadora, que retrotrae a consideraciones linneanas, una especie de híbrido entre los conceptos tipológico y nominalista. Parece resignado a adoptar criterios de conveniencia, puramente utilitarios, cuando habla de «la vana búsqueda de la inencontrada e inencontrable esencia del término especie»[12].

Wallace es más concreto que Darwin en cuanto al concepto de especie, que se revela muy cercano al conocido como «concepto biológico de especie» enunciado por Mayr:

Una especie es un grupo de organismos que se diferencia de otros grupos semejantes por un conjunto de rasgos distintivos, que tiene relaciones con el entorno que no son las mismas que las de otros grupos de organismos y que tiene la capacidad de reproducirse continuamente en formas semejantes[13].

En este particular, Wallace se muestra mucho más avanzado y preciso que Darwin, si bien puede decirse que sólo tras la perspectiva actual, tras haber pasado por el trabajo de un Simpson o de un Mayr[14], podemos apreciar estas diferencias. Y a pesar de todo, el concepto de especie sigue siendo uno de los argumentos centrales de la biología. Así lo vio ya Huxley, que comenzaba su reseña de El origen de las especies con la pregunta «¿Qué es una especie?».

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Tomas H. Huxley en 1857. Fotografía de Radio Times Hulton Picture Library.

No sólo en el concepto de especie se pueden apreciar diferencias entre Darwin y Wallace. Los textos de ambos en la publicación conjunta de la Linnean Society ponen de manifiesto otras discrepancias, si bien la opinión más extendida es que planteaban conclusiones idénticas[15]. Wallace rechaza las variedades domésticas como modelo de estudio, precisamente el que adopta Darwin. Este último utiliza animales y plantas como ejemplos, mientras que Wallace sólo hace referencia a animales. Wallace hace hincapié en la competencia interespecífica y con el entorno, pero Darwin se centra en la competencia dentro de la misma especie. El factor tiempo es fundamental en la exposición de Darwin, al igual que la selección sexual, pero ninguno de estos temas aparece en la de Wallace. Darwin tiene varias veces expresiones claramente lamarckianas, que ya desde estos textos fueron rechazadas por Wallace[16].

No obstante, es mucho más lo que les une que lo que les separa. Además de la identidad general de ambos trabajos, hay detalles sorprendentemente coincidentes. Los dos, Darwin y Wallace, habían plasmado su idea de la diversificación de las especies en un diagrama ramificado en forma de árbol[17] que también expresa la idea del origen común, estableciendo relaciones de parentesco filogenético. De esta forma, la jerarquía linneana podía reflejar relaciones de parentesco por linajes descendientes de antecesores comunes. Y a grandes rasgos, funciona. La aplicación de las teorías de Darwin y Wallace como entramado conceptual de la Clasificación ha permitido que el sistema linneano haya perdurado y siga hoy plenamente vigente[18].

Las ideas que contenía el trabajo conjunto de Darwin y Wallace trascendían con mucho los ámbitos puramente científicos. Sus implicaciones podían extenderse, como las ondas en un estanque, por toda la sociedad victoriana. Según la doctrina del cambio perpetuo, una especie sólo tiene dos destinos: dar lugar a nuevas especies o extinguirse. Ninguna de las dos alternativas era aceptable, porque su aplicación a la especie humana significaba su desaparición tal y como ahora la conocemos. Para una sociedad fuertemente finalista, como la rígida Inglaterra del siglo XIX, resultaba convulsionante admitir que el destino del mundo vivo, y el nuestro con él, estaba regido por un proceso, como la evolución, que, en frase de Mayr, no conduce necesariamente al progreso y nunca lleva a la perfección.

Sin embargo, la sociedad victoriana primero, y el resto del mundo después, fueron capaces de digerir lo que no hubiera sido posible antes. Sabido es que Darwin y Wallace no fueron los primeros en ofrecer propuestas sobre la mutabilidad de las especies[19]. Si no prosperaron antes, independientemente de su mayor o menor coherencia y valor científico, fue porque los entornos en que se plantearon carecían de la madurez necesaria. Madurez no en un sentido lineal, direccional o finalista, sino en el sentido evolutivo de ambiente adecuado para prosperar. La ciencia anterior a Darwin y Wallace tampoco estaba preparada. Las propuestas previas eran siempre posibilidades, elucubraciones más o menos fantásticas o teorizaciones sin fundamento, carentes de aparato teórico ni demostrativo basado en pruebas objetivas. Utilizando el símil de Newton, los gigantes estaban todavía creciendo, y no se podía subir sobre sus hombros.

Siempre que se citan antecedentes en la historia de la biología, la lista comienza con Aristóteles. Y es de justicia que así sea. Desde Aristóteles hasta Linneo la historia natural no trata sino de encontrar, a través fundamentalmente de la morfología, el orden subyacente a la diversidad natural. Evidentemente, durante siglos ello significaba encontrar «el plan de Dios» al crear el mundo y sus habitantes. No había aquí, por supuesto, ideas transformistas en absoluto, pero este tipo de pesquisas echaron a rodar una bola imparable.

Los grandes biólogos del siglo XVIII, singularmente Linneo y Buffon, no llegaron a admitir la posibilidad de cambios en las especies. Linneo no, desde luego, creacionista convencido. Buffon desliza algún tímido comentario, aunque rectifica inmediatamente, probablemente al sentir sobre sí la mirada inquisitorial de la Iglesia francesa prerrevolucionaria[20]. La transición del siglo XVIII al XIX está marcada por la explosión de disciplinas como la fisiología, la embriología o la biogeografía, donde antes hubo un claro predominio de la morfología, la anatomía y más aún de la sistemática. Los grandes del siglo XVIII son Linneo y Buffon, y a principios del siglo XIX, Cuvier y Lamarck.

La Échelle des Êtres de Bonnet[21] es una referencia central, en la que se apoyaron Goethe, Meckel y Oken entre otros, representantes y seguidores de la germana Naturphilosophie. Esta scala naturae se elevaba linealmente en niveles de complejidad creciente pero con patrones o arquetipos subyacentes y relacionados entre sí[22].

Geoffroy St. Hilaire ya apuntó hacia las condiciones ambientales como agentes o desencadenantes de cambios en los animales, un claro anticipo de las ideas de Lamarck. St. Hilaire mantuvo una famosa controversia con Cuvier, resuelta a favor de este último(3); la consiguiente prevalencia científica de Cuvier en los años sucesivos pudo suponer una interrupción en el desarrollo de las concepciones transformistas[23].

La figura de Erasmus Darwin, abuelo de Charles, puede considerarse como el eslabón o el puente entre las figuras de Buffon y Lamarck. En 1794 publica su obra fundamental, Zoonomia[24], donde llega a preguntarse explícitamente: «¿Sería demasiado temerario imaginar… que todos los animales de sangre caliente proceden de un “filamento vivo”?…». Esta imagen de un «único filamento vivo» es un claro antecedente de las ideas de su nieto, si bien Erasmus no exhibe ningún razonamiento o hecho que intente probar sus suposiciones o explicar cómo y por qué se producen[25].

Jean Baptiste de Lamarck es el primer evolucionista que se apoya en una teoría coherente. Gran parte de sus doctrinas proceden de la oposición a las extinciones catastrofistas de Cuvier. Lamarck apela a la transformación, a su propuesta de cambio, para negar la extinción. Según él, las especies no se extinguen, sino que se transforman hasta ser irreconocibles, además de estar creándose continuamente por generación espontánea. Tras la publicación de la obra fundamental de Lamarck[26], la discusión se centró sobre los «caracteres adquiridos» y su transmisión a la descendencia. Aunque encontró más eco entre los fisiólogos que entre los biólogos, más centrados por entonces en los arquetipos de la Naturphilosophie, sí es cierto que creó un clima de pensamiento sobre la variación animal que preparó el terreno para Darwin y Wallace. Puede que su explicación de las causas de la evolución no fuera correcta, pero sirvió de base y acicate para cuestionar ideas inmovilistas. En tiempos de Darwin y Wallace, los partidarios de la «transmutación de las especies» lo eran gracias a Lamarck.

Louis Agassiz, más tarde furioso antievolucionista, adopta el catastrofismo de Cuvier y justifica la existencia de los fósiles mediante grandes cataclismos, hasta cincuenta, en la historia de la Tierra. Por oposición a Agassiz, Lyell enuncia el uniformismo, una de las mayores influencias en la formación científica de Darwin y Wallace[27]. La teoría de Lyell implicaba actos de creación casi continuos. A pesar de ello, las ideas catastrofistas siguieron dominando, y aún tenían fuerza al publicarse El origen de las especies[28].

Lo importante de las grandes ideas no es que sean originales; no es la novedad lo que las hace trascendentes. Es su grandeza intrínseca, es el rigor conceptual que las anima, es la solidez de su argumentación lo que las hace perdurables para que ciento cincuenta años después sigamos aceptando su verdad como incuestionable pilar del conocimiento.

APUNTES BIOGRÁFICOS

Aunque los textos de este libro ocupan cronológicamente un lapso muy corto, el contexto en el que se inscriben comienza y termina con las vidas de sus protagonistas. Por eso los márgenes temporales de esta introducción se sitúan en el nacimiento de Darwin, en 1809, y en la muerte de Wallace, en 1913.

Además de las escritas por los propios protagonistas[29], la poderosa «industria Darwin» y la que podríamos calificar de emergente «industria Wallace» se han ocupado, a lo largo de los años, de sacar a la luz numerosas obras biográficas sobre los dos científicos, desde muy diversos puntos de vista, con distintos enfoques, intenciones y profundidades. Los breves datos que se ofrecen a continuación no pretenden ningún análisis exhaustivo de las personalidades de Darwin y Wallace, ni entrar en detalles circunstanciales de sus vidas. Sencillamente intentan establecer unas mínimas líneas de referencia en la trayectoria vital de ambos científicos, que sirvan de guía al lector y le permitan situar en el tiempo y el espacio los acontecimientos más importantes de sus vidas.

Vistas de forma panorámica, las biografías de Darwin y Wallace ponen de manifiesto dos estilos, dos actitudes, dos modos de vida en definitiva que, buscados o heredados, definen sintéticamente a ambos científicos. Darwin es la estabilidad del caballero inglés, del squire victoriano afincado en el campo y asentado en la tranquilidad y el sosiego que da una economía solvente y saludable. Darwin es el conocimiento, la paciencia, el tesón. Wallace es lo contrario. Siempre con carencias económicas y materiales, siempre sin saber «qué pasará mañana», siempre con una sensación de provisionalidad que durará toda la vida. Desde su niñez más temprana nunca permaneció mucho tiempo en el mismo sitio, ni siquiera cuando su época viajera tocó a su fin. Algo que, afortunadamente, cuadraba muy bien con su genio inquisitivo.

DARWIN: EL CABALLERO NATURALISTA

Susannah Darwin, de soltera Wedgwood, dio a luz al penúltimo de sus seis hijos, Charles Robert Darwin, el 12 de febrero de 1809 en la residencia familar, The Mount, en Shrewsbury, Shropshire, Inglaterra. El padre, Robert Waring Darwin, era un acomodado médico rural, y ella era hija de Josiah Wedgwood, afamado y próspero ceramista. Susannah Darwin murió en 1817, y el niño, de ocho años, quedó al cuidado de su hermana Carolina. Bobby, como era conocido familiarmente, acudió a la escuela de Mr. Case en Shewsbury y posteriormente, en 1818, a la del doctor Samuel Butler[30] en la misma localidad. Su hermano Erasmus despertó en él cierto interés por la ciencia y la investigación, y entre ambos instalaron un pequeño laboratorio de química en el cobertizo del jardín[31]. Fue un niño introvertido, con una temprana inclinación por la observación y el coleccionismo y curiosidad por encontrar explicaciones a problemas y fenómenos, como la geometría o los principios físicos del barómetro. Tras varios años en la escuela, su padre, descontento con su rendimiento y su falta de vocación definida, le reprocha que sólo se interese «en cazar, en los perros y en perseguir ratas» y le envía en 1825, siguiendo los pasos de su hermano Erasmus, a Edimburgo para cursar estudios de medicina. No muy entusiasmado, Darwin se interesa en un curso de química y recibe enseñanzas prácticas de taxidermia[32], se une a la Plinian Society y asiste a las clases de geología de Robert Jameson. También traba amistad con Robert Grant[33], un zoólogo que le habla de Lamarck y con el que recoge ejemplares de animales marinos.

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Charles R. Darwin en 1840, a los 31 años, cuatro después de regresar del Beagle. Acuarela de Richmond.

Su padre, insatisfecho con su rendimiento y conocedor de su falta de vocación médica, decide cambiar el rumbo y que siga estudios eclesiásticos en Cambridge, donde es aceptado en el invierno de 1827. Allí se despierta plenamente su interés por la historia natural en los cursos de botánica del reverendo John S. Henslow[34], con quien entabla una amistad que perdurará para siempre. Éste le considera un prometedor estudiante, y a menudo salen juntos a recolectar plantas[35]. Mientras, adquiere pasión por la entomología y colecciona escarabajos con avidez[36]. Cuando está terminando sus estudios, Henslow se convierte en su tutor académico. Lee el libro de viajes de Humboldt y, con el consejo de Henslow, comienza a planear un viaje de exploración naturalista a las islas Canarias, ilusionado con Tenerife. A sugerencia de Henslow, sigue un curso de geología con Adam Sedgwick, cuyas clases le entusiasman. En el verano de 1831, Darwin acompaña a Sedgwick en una excursión geológica por el norte de Gales. Auténticas clases particulares.

Cuando regresa de Gales, a finales de agosto de 1831, encuentra en casa dos cartas, una de Henslow y otra de George Peacock, profesor de matemáticas en el Trinity College de Cambridge. Las dos sobre el mismo asunto. El capitán FitzRoy, de la Royal Navy, está buscando un naturalista para su expedición cartográfica y de exploración[37] en América del Sur, que implica al menos dos años de viaje y dar la vuelta al mundo. FitzRoy había hecho su petición a su superior, el capitán Francis Beaufort[38] y éste había comenzado la búsqueda de candidatos. Escribió a su amigo George Peacock, de Cambridge, y éste trasladó la petición a su colega Henslow[39], quien pensó en su brillante y entusiasta pupilo. Hay que notar que, en primera instancia, FitzRoy no busca un científico. Busca compañía adecuada a su estatus[40]. Su petición de «un científico de buena educación, con el cual compartiría mi alojamiento» es suficientemente explícita.

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Periplo del Beagle alrededor del mundo en su proyección polar del globo terráqueo.

Tras vencer la inicial oposición de su padre[41] gracias a la ayuda de su tío Josiah, Darwin se entrevista con FitzRoy, obtiene su aprobación y comienza los preparativos para el viaje[42]. A primeros de diciembre(4) se traslada a Plymouth y toma posesión de su alojamiento en el Beagle[43]. Zarpan finalmente el 27 de diciembre y tras visitar las Canarias[44] y Cabo Verde llegan a Salvador de Bahía, en Brasil[45]. Además de quedar impresionado por la selva tropical, que ve por primera vez, Darwin tiene un primer enfrentamiento con FitzRoy a causa de la esclavitud[46]. Como se convertiría en habitual durante todo el viaje, mientras el Beagle realiza sus tediosas tareas cartográficas, Darwin hace incursiones de varios días tierra adentro para recoger materiales de historia natural. En agosto realiza su primer envío de ejemplares a Henslow. El Beagle visita la Patagonia, y Darwin tiene su primer encuentro con fósiles de todo tipo en Bahía Blanca, entre ellos los famosos «armadillos» y el megaterio[47].

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Rhea darwinii, el avestruz petiso de la Patagonia, en realidad un ñandú. Fue descubierto por Darwin y descrito en 1841 por John Gould (The Zoology of the voyage of HMS Beagle).

En diciembre de 1832 llegan a Tierra del Fuego, uno de los principales objetivos de la expedición y una empresa personal del capitán FitzRoy. Debía dejar allí a tres fueguinos que había llevado a Inglaterra en un viaje anterior[48]. Tras dos meses y medio de exploración en Tierra del Fuego, el Beagle viaja a las Malvinas, recién tomadas por Inglaterra. De regreso al continente, Darwin hace una expedición desde Maldonado al interior acompañado de unos gauchos. Desde Montevideo, escribe a su padre para que acceda a costear los gastos de un ayudante, Syms Covington, grumete del barco.

En agosto de 1833 el Beagle alcanza la desembocadura del Río Negro. Darwin vuelve a explorar el interior de la Patagonia, y llega a Bahía Blanca, donde desentierra el fósil de un perezoso gigante. Explora la región de Buenos Aires y la de Mercedes en Uruguay, donde sigue recogiendo fósiles. De vuelta a Tierra del Fuego a principios de 1834, FitzRoy encuentra que sus fueguinos han vuelto casi por completo a su vida salvaje. El 12 de febrero, veinticinco cumpleaños de Darwin, FitzRoy bautiza el monte más alto de la región con su nombre[49]. En abril, el Beagle atraviesa el estrecho de Magallanes y entra en el Pacífico, cuya costa americana sigue hasta la isla de Chiloé y Valparaíso. En Valparaíso Darwin cae enfermo y envía un nuevo cargamento de material, el quinto, a Henslow. Siguen costeando hasta Valdivia, donde Darwin experimenta los efectos de un fuerte terremoto. A principios de 1835 realiza varias expediciones hacia los Andes desde Santiago. En julio llegan a Lima, y en septiembre zarpan del Callao hacia las Galápagos, que avistan el día 15. Permanecen allí algo más de un mes, hasta el 20 de octubre, y Darwin recorre las islas tomando muestras, cazando pinzones, comiendo tortuga y, sobre todo, haciéndose preguntas.

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Mus darwinii, roedor descubierto por Darwin y descrito en 1839 por George R. Waterhouse en The Zoology of the voyage of HMS Beagle.

Tras atravesar el Pacífico, arriban a Tahití, donde permanecen diez días, antes de poner proa a Nueva Zelanda[50]. En enero visitan Australia, donde Darwin hace excursiones al interior y tiene ocasión de observar un ornitorrinco entre otra fauna y flora que no se asemeja a nada de lo que ha visto anteriormente. Una corta parada en Tasmania y el Beagle pone proa a las islas Cocos y Mauricio, donde se pregunta sobre la formación de las islas y arrecifes de coral. Junio sorprende al barco en Ciudad del Cabo, y Darwin tiene ocasión de departir largamente con sir John Herschel, residente allí desde 1833. En julio hacen altos sucesivos en las islas de Santa Elena y Ascensión, pero el capitán FitzRoy ordena completar algunos datos cartográficos en América y el barco se dirige de nuevo a Salvador. Los trabajos finalizan a principios de agosto y el Beagle pone proa a Inglaterra, con una escala en las Azores. Atracan en el muelle de Falmouth en la noche del 2 de octubre.

El regreso de Darwin es un acontecimiento no sólo familiar. Sus envíos de material, que le han precedido, han hecho de él un naturalista respetado. Comienza su andadura científica. Conoce a Lyell y a Richard Owen, quien se ofrece a estudiar los fósiles del Beagle. Es elegido miembro de la Royal Geological Society, donde el 4 de enero pronuncia su primera conferencia. Por indicación de su tío Josiah, empieza a pensar en escribir un libro de viajes(5). Se instala en Londres, primero en casa de su hermano Erasmus y después independientemente, con Syms Covington como asistente. John Gould, ornitólogo del Museo Británico, estudia las aves de Darwin y extrae conclusiones sorprendentes de los pájaros de las Galápagos[51]. Son todos pinzones, y de especies diferentes, aunque relacionadas[52]. Escribe su libro sobre el viaje, primero como parte de una obra más extensa liderada por el capitán FitzRoy[53]. A la vez, prepara las obras científicas derivadas de los materiales procedentes de su viaje. Se reserva para sí la geología y las islas de coral, y confía los otros materiales a especialistas como Gould (aves), Owen (fósiles), Jenyns (peces), Bell (reptiles) o Waterhouse (mamíferos)[54].

En 1837 Darwin comienza su famoso libro de notas «B» sobre la transmutación de las especies. En febrero de 1838 es elegido vicepresidente de la Entomological Society. Realiza una excursión al norte de Escocia, donde explora la geología del valle de Glen Roy(6). En octubre de ese mismo año lee «para entretenerse» un libro de Malthus sobre la población, que le hace aplicar el principio de la «lucha por la existencia» a los seres vivos.

En noviembre propone matrimonio a su prima Emma Wedgwood, con la que se casa el 29 de enero de 1839. Es elegido miembro de la Royal Society. Comienza a recabar información de granjeros y ganaderos sobre los animales domésticos. Su ayudante Covington emigra a Australia, y Joseph Parslow entra a su servicio, relación que se prolongará hasta su muerte. Finalmente se publican los tres volúmenes con la narración del viaje. En diciembre nace su primer hijo, William Erasmus Darwin, al que seguirá Ann Elizabeth en marzo de 1841. Comienzan los planes para mudarse al campo, que culminarían en 1842 con la compra de su residencia definitiva, Down House[55]. Ese mismo año de 1842 publica La estructura y distribución de los arrecifes de coral y escribe un boceto o esquema de sus ideas sobre la transmutación de las especies, el famoso Sketch. En septiembre nace Mary Eleanor Darwin, pero muere unas semanas más tarde.

Darwin forma parte del comité que, auspiciado por la British Association for the Advancement of Science, presentó ante dicha sociedad el llamado Código Strickland[56], el primer intento serio de poner en orden la crecientemente compleja Nomenclatura Zoológica, sin alterar desde Linneo, y que constituyó la base de los actuales Códigos de Nomenclatura Zoológica y Botánica.

La serie de cinco volúmenes de la Zoología del Beagle se publica en 1843(7), año en que Darwin traba amistad con Joseph Dalton Hooker y nace su hija Henrietta. 1844 es el año del Essay. Darwin aumenta sus notas hasta un texto más elaborado de 189 páginas. También es el año de la publicación anónima de los Vestiges of the Natural History of Creation. George Darwin, su segundo hijo varón, nace en 1845.

En 1846 comienza su monumental monografía sobre los cirrípedos. Elizabeth y Francis Darwin nacen, respectivamente, en 1847 y 1848. En 1849 Darwin comienza a recurrir a la hidroterapia para aliviar su precaria salud. Leonard Darwin nace en 1850.

Thomas Henry Huxley y Darwin se conocen en una reunión de la Geological Society en 1853. El mismo año, Darwin recibe la Royal Medal de la Royal Society por sus estudios geológicos. Publica el último volumen sobre los cirrípedos en 1854. Coincide con Wallace en el Museo Británico, y un año más tarde, lee el artículo de éste escrito en Sarawak. Lyell le urge y comienza a escribir su Natural Selection en 1856.

Wallace le envía un artículo en 1858 que resume perfectamente sus ideas; consulta con sus amigos Lyell y Hooker y resuelven realizar una presentación conjunta en la Linnean Society. El año siguiente, 1859, publica El origen de las especies, cuya primera edición se agota en un solo día. En 1860, la controversia sobre El origen sale a la luz pública con el famoso debate entre Huxley y el obispo Wilberforce. La controversia no cesa, ni tampoco la actividad de Darwin. Estudia la fecundación selectiva de las orquídeas por los insectos y los movimientos de las plantas trepadoras, mientras El origen va apareciendo en ediciones sucesivas y con traducciones a los principales idiomas. En 1864 se funda el Club X para contrarrestar las iniciativas antievolucionistas de la Iglesia; entre sus miembros, se cuentan Hooker y Huxley. Ese mismo año, Darwin recibe la Medalla Copley de la Royal Society.

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Portada de la primera edición de El origen de las especies, de C. Darwin.

Robert FitzRoy se suicida en 1865[57], tras haberse convertido en un feroz opositor de las ideas de Darwin. Éste se deja la barba, ya blanca, en 1866, y recibe en Down House las visitas de colegas e investigadores: Ernst Haeckel, firme partidario del darwinismo y propagador de las ideas evolucionistas en Europa, en 1866; Asa Cray en 1867. Publica The variations of Animals and Plants Under Domestication en 1868, y un año más tarde, El origen alcanza la quinta edición.

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Aspecto actual del estudio de Darwin en Down House convertido en museo.

El origen del hombre se publica en 1871 y de nuevo constituye un éxito de ventas, aunque no levanta la misma oleada de críticas que en su día El origen, que ese mismo año ve su sexta y última edición. Un año después se publica La expresión de las emociones del hombre y los animales, que también es un inmediato éxito[58]. Entre 1872 y 1875 publica una nueva edición de El origen del hombre y su libro Insectivorous Plants. Escribe su autobiografía para sus hijos un año más tarde, y sigue publicando libros sobre plantas. La Universidad de Cambridge le otorga honoris causa un doctorado en leyes en 1877, y al año siguiente da a la imprenta una biografía de su abuelo, Erasmus. Aún publica en 1881 un libro más: The Formation of Vegetable Mould, through the action of Worms, with Observations on Their Habits.

Tras empeorar de sus crónicas dolencias, Darwin sufre varios fuertes ataques con dolores en el pecho, y finalmente fallece el 19 de abril de 1882 en su residencia de Down House. A pesar de la intención de la familia de darle sepultura en Downe, la iniciativa de sus colegas e, inmediatamente, la reacción popular, pidió y consiguió que fuese enterrado en la Abadía de Westminster, muy cerca de la tumba de Isaac Newton. Entre los portadores del féretro, se encontraban Hooker, Huxley, el duque de Argyll[59]… y Wallace.

WALLACE: EL GENIO VIAJERO

Alfred Russel[60] Wallace vio la luz por primera vez en Usk, Monmouthshire[61], el 8 de enero de 1823. Era hijo de Thomas Vere Wallace[62] y Mary Anne Greenell, un matrimonio de clase media y escasos recursos. Thomas Wallace había vivido de una pequeña renta antes de su matrimonio, pero después, aunque con estudios de leyes que no llegó a ejercer, pasó de una ocupación a otra[63] con continuos cambios de residencia, inclinación que también siguió su hijo. Alfred fue el quinto hijo, tercero de los cuatro varones, del matrimonio Wallace[64]. A los tres años de edad, sus padres se mudan a Hertford, donde Alfred asiste a la escuela. En su autobiografía, confiesa haber aprendido más de su padre y sus hermanos mayores que en el aula. Su formación autodidacta comienza bien pronto, fruto indudablemente de su espíritu inquieto. A los trece años ya había leído el Quijote y El paraíso perdido de Milton, si bien poseía sólo muy escasas nociones de latín o geografía, y absolutamente ninguna de ciencia.

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Alfred R. Wallace a los 37 años de edad. Fotografía tomada en Singapur en 1862.

En las navidades de 1836, sin haber cumplido aún catorce años, las dificultades económicas de la familia obligan a su padre a hacerle dejar la escuela y viajar a Londres al cuidado de su hermano John, carpintero en una empresa constructora. Permanece en Londres hasta el verano de 1837, y parece que su posterior pensamiento social pudo haberse originado en esa época, siendo un adolescente, al tratar directamente con los ambientes de la clase obrera en que se desenvolvía su hermano John. Asiste, además, al London Mechanical Institute, donde se empapó de las ideas de Robert Owen[65], al que llegó a escuchar en persona. También en esa época pudieron tener origen sus ideas sobre la religión, que le llevaron al agnosticismo de la mano de Thomas Paine[66].

En el verano de 1837 abandona Londres y pasa al cuidado de su otro hermano mayor, William, como aprendiz de relojero primero y después, ya en 1839, como ayudante de su hermano, topógrafo y supervisor de terrenos y propiedades para el ferrocarril[67]. Aprendió así a levantar mapas, geometría y trigonometría, diseño de edificaciones, construcción, mecánica, agricultura forestal y un sinfín de pequeñas habilidades que le resultarían muy útiles a lo largo de su vida. En los siete años que pasó con su hermano William mantuvo, por razón de su trabajo, contacto diario con la naturaleza, lo que despertó en él la afición por la historia natural. A la vez comenzó a relacionarse con los Mechanic Institutes[68], especialmente en la población de Neath.

Estos años de juventud forjaron su carácter optimista, voluntarioso y emprendedor, de firmes convicciones alcanzadas a través de la reflexión solitaria. Estas cualidades intelectuales también le sirvieron para mantener la rebeldía intelectual y social que le caracterizó siempre. Es más que probable que, dada su formación autodidacta, el antecedente de su posterior dedicación fundamental a la biogeografía pueda encontrarse en los años de trabajo topográfico, cuando debía aplicarse a parcelar y delimitar grandes extensiones de la campiña inglesa[69]. El joven Alfred desarrolló el gusto por el establecimiento de límites y fronteras, por las mediciones exactas y los puntos de referencia, que, años después, se reflejarían en sus estudios sobre la distribución de animales y plantas. Empezó a interesarse por la botánica, recogiendo y coleccionando plantas, y lo más importante, haciéndose preguntas. La obra que le guió, y que adquirió con gran esfuerzo, fue los Elements of Botany, Structural and Physiological, de John Lindley[70].

En septiembre de 1842 comienza a leer el libro de W. Swainson Treatise on Geography and Classification of Animals, que le abre los ojos a la biogeografía. Aunque creacionista convencido y con ideas sobre la clasificación un tanto peregrinas, el libro estaba bien construido, y Wallace lo anota profusamente[71]. En su autobiografía, Wallace señala este libro como el punto de despegue de sus inclinaciones científicas.

Thomas Wallace muere en 1843, dejando a la familia en una muy comprometida situación económica. Meses más tarde, ya en 1844, el negocio de William flaquea y se ve obligado a prescindir de su hermano. Wallace opta entonces a un empleo como profesor en Leicester, para impartir clases de dibujo y cartografía. Su trabajo docente, aunque no le satisface íntimamente, le proporciona cierta estabilidad y también le hace estudiar para completar su deficiente formación básica. En Leicester lee el trabajo de Malthus An Essay on the Principle of Population. También en la biblioteca de Leicester, que frecuenta a menudo, conoce a Henry Walter Bates. Bates, entusiasta entomólogo[72], le introduce en el mundo de los insectos, particularmente de los escarabajos y las mariposas, a través de los cuales le abre los ojos a la inmensa diversidad animal.

En Leicester también toma contacto con el mundo del mesmerismo y el espiritualismo, que le fascina y para el que, con impecable espíritu científico, rechaza las acusaciones de superchería sin que vengan acompañadas de demostraciones fehacientes. Al verse capaz de reproducir ciertas prácticas frenológicas e hipnóticas, se siente impulsado a investigar más profundamente, una actividad que mantendría toda su vida y que le granjeó no poco descrédito entre sus colegas científicos.

La inesperada muerte de su hermano William a causa de una neumonía en febrero de 1845 le lleva a abandonar Leicester y su empleo docente para hacerse cargo del negocio topográfico, que no consigue sacar a flote y tiene que liquidar. Vuelve a Neath y, a la vez que supervisa terrenos para proyectos del ferrocarril[73], tiene ocasión de leer el libro de Darwin sobre el viaje del Beagle. Funda con su hermano una empresa de construcción, que se encarga de edificar el Neath Mechanic’s Institute y logra comprar una casa donde vivir con su madre y sus hermanos. La lectura de Vestiges of the Natural History of Creation, publicado anónimamente por Robert Chambers[74] en 1844, le causa una gran impresión, que comenta con Bates, menos entusiasta. Wallace se hace evolucionista, según propia confesión en su autobiografía, tras leer a Chambers[75].

Es época de intensas lecturas para Wallace: los Principles de Lyell, el libro de viajes de Humboldt[76] y el de Darwin en el Beagle[77]. Y también de ampliar horizontes. Tiene ocasión de viajar a París en 1847 con su hermana Fanny y allí las grandes colecciones zoológicas del Jardín des Plantes le asombran. Traspasa por primera vez los límites del naturalista local y en el viaje de vuelta se detiene en el Museo Británico de Londres, del que sale con la firme determinación de dedicarse a la historia natural como profesión. Inmediatamente habla con Bates[78] y le propone viajar a los trópicos para recolectar fauna desconocida con la que conseguir gloria científica por un lado y pingües beneficios por otro.

Un libro de viajes en el Amazonas[79] le da la idea del destino. Inician los preparativos y tienen la fortuna de entrar en contacto con Samuel Stevens, entomólogo aficionado que servía de agente a recolectores en todo el mundo[80]. La expedición, aparte de los riesgos personales, era una fuerte apuesta económica. Los grandes viajeros que admiraban tenían financiación abundante: Humboldt gastó su propia fortuna en sus viajes; el padre de Darwin corrió con los gastos del Beagle; Hooker y Huxley viajaron por cuenta de la Royal Navy. Pero Wallace y Bates estaban, en cierto modo, vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Zarparon de Liverpool el 26 de abril de 1848, arribaron a Salinas el 26 de mayo y dos días más tarde, a Pará[81].

Tras breves preparativos, comienzan inmediatamente su trabajo y el 30 de septiembre envían a Stevens su primer cargamento[82]. Iniciaron también la costumbre de enviar cartas con comentarios y descripciones, que Stevens publicaba en los Animals o en The Zoologist. Empezaban a ser conocidos en los ambientes científicos. El hermano pequeño de Wallace, Herbert, decide unírseles y probar fortuna en Brasil con la recolección[83]. Wallace y Bates se separan, repartiéndose el territorio de trabajo. Wallace trabajaría en el Río Negro y Bates en la parte alta del Amazonas[84]. Herbert decide permanecer en Barra (Manaos) mientras Wallace asciende por el Río Negro. Tras haber alcanzado lugares no pisados antes por un europeo, regresa a Barra con un ingente cargamento de aves, peces, mariposas y otros insectos. Ha podido, además realizar observaciones sobre la vida y costumbres de los indígenas, en la vertiente antropológica que siempre le interesó[85]. Su hermano Herbert fallece en Pará de fiebre amarilla mientras intentaba embarcar para regresar a Inglaterra, defraudado de su experiencia como naturalista. Él mismo se encuentra enfermo de malaria y, tras un nuevo viaje río arriba, que no resulta muy productivo, decide regresar a casa. El 12 de julio de 1852 se embarca en el vapor Helen, que parte de Pará, llevando consigo la mayor parte de su colección, que incluye muchos animales vivos. El 6 de agosto, en medio del Atlántico, se declaró un incendio a bordo que obligó a abandonar el barco. Desde un bote salvavidas, Wallace vio hundirse sus animales vivos, sus ejemplares preparados, sus notas, sus diarios y todo su material. A los diez días los recogió un barco en ruta de Cuba a Inglaterra, donde llegaron, no sin problemas, el 1 de octubre.

No llegaría a estar dos años. En ese tiempo publica Palm Trees of the Amazon y A Narrative of Travels on the Amazon and Rio Negro, además de varios artículos. Empezaba a ser conocido como recolector, viajero y explorador, pero no tenía aún la categoría de igual ante la élite científica. La Entomological Society quiso hacerle miembro, pero hubo que crear un nuevo tipo de socio[86] para poder aceptarle. Consigue que, impresionados por su trabajo cartográfico del Río Negro, los integrantes de la Royal Geographical Society le acepten como miembro. Es evidente que, de haber salvado su colección y sus materiales, podría haber conseguido un enorme éxito científico y social, al poder exhibir su colección privada, vender gran cantidad de ejemplares, publicar sus notas de viaje con mayor detalle y escribir artículos describiendo muchas nuevas especies. Afortunadamente, Stevens había tenido la precaución de asegurar el cargamento y, al menos, el desastre fue más intelectual que financiero.

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Viaje de Wallace por el Pacífico Sur y el archipiélago malayo. Grabado de The Malay Archipelago, 1869.

Pasó una temporada en Suiza en unas semivacaciones e inmediatamente comenzó a planear otra expedición. Ya era un experto. Sopesa las posibilidades y elige el Este[87]. Tras varias intentonas infructuosas, consigue que la Royal Geographical Society le gestione un pasaje hasta Singapur, adonde llega el 20 de abril de 1854. Permanecerá en el archipiélago malayo casi ocho años, hasta febrero de 1862. A diferencia del Amazonas, las islas del sudeste asiático son una mezcolanza de razas, pueblos, idiomas y costumbres, que fascina a Wallace[88]. Su base principal fue Sarawak, dominio de sir James Brooke, quien le hospeda y ayuda, y al que siempre reconocería como su gran apoyo en Malasia. En febrero de 1855 escribe desde Sarawak su primer artículo teórico, que supone el inicio real de su relación con Darwin[89]. Explora los ríos Sarawak y Simunjon, donde obtiene grandes cantidades de escarabajos y tiene oportunidad de observar y cazar orangutanes. Envía materiales a Stevens y vuelve a Singapur durante cuatro meses.

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El ave del paraíso Semioptera wallacei, descubierta por Wallace descrita por G. Gray (Grabado de The Malay Archipelago, 1869).

Uno de sus grandes objetivos son las aves del paraíso, que planea encontrar en las islas Aru. Mientras se dirige a ellas, pasa por Bali y Lombok, cuyas diferentes faunas le llevan a deducir la hoy conocida como «Línea de Wallace», que separa las provincias biogeográficas de Asia y Australia. Visita Macasar, en las Célebes, y llega por fin a las Aru, donde tiene un gran éxito con las aves del paraíso y las mariposas. Mientras, los materiales y las cartas que envía a Stevens dan lugar a notas y artículos en revistas especializadas. Viaja a Amboina, en las Molucas, donde permanece hasta principios de 1858, en que se traslada a Ternate, una pequeña isla junto a la mayor de Gilolo. Allí, durante un ataque de fiebre provocado por la malaria, viene a su mente una idea que, inmediatamente desarrollada, enviará a Darwin y desencadenará un torrente de acontecimientos[90].

Se traslada después a Nueva Guinea, donde permaneció hasta julio de 1858, en que vuelve a Gilolo para continuar visitando los grupos de islas cercanas. Durante 1859 y 1860 siguió viajando continuamente por las Célebes, Ceram, Matabello y Waigiou. De regreso en Ternate piensa ya en volver a Inglaterra, viaje que comienza el 1 de enero de 1861, que se demora durante más de un año, y pasa por Timor, Java, Sumatra y Singapur. El regreso se efectúa por Bombay, el mar Rojo, Malta, Marsella y París. Llega a Inglaterra el 1 de abril de 1862. El total de ejemplares recogidos durante su estancia en Asia es de 125 660, una impresionante colección de historia natural de cuyos beneficios esperaba vivir, material y científicamente, el resto de su vida[91].

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La caza de aves del paraíso en las selvas de las islas Aru. Grabado de The Malay Archipelago, 1869.

Durante los tres años siguientes, además de recuperarse físicamente y retomar el contacto con la familia y los amigos, Wallace ordena y administra sus colecciones con ayuda de Stevens. Escribe multitud de artículos con descripciones y revisiones sistemáticas[92], y participa activamente en reuniones de distintas sociedades científicas, a las que empieza a pertenecer[93]. Al tiempo, sus relaciones con las personalidades científicas comienzan a colmar sus ambiciones. Darwin, Huxley, Lyell, Hooker, todos le reciben y con todos ellos establece relaciones de amistad más o menos estrecha[94]. También de esa época es el inicio de su interés por el espiritualismo, tras una sesión espiritista en casa de una conocida médium[95]. En 1864 publica un trabajo aplicando la selección natural al origen del hombre, anticipándose así en cierto modo al Origen del hombre de Darwin[96].

Tras un noviazgo fallido, conoce a Annie Mitten a través de Spruce en 1865 y se casan en 1866. Ese mismo año publica The Scientific Aspect of the Supernatural. Sus finanzas parecen ir bien, pero debe dedicar parte de lo ganado con sus colecciones en salvar el negocio de su hermana Fanny. Su primer hijo, Bertie, nace en junio de 1867. Recibe la Royal Medal de la Royal Society en 1868. En 1869 publica The Malay Archipelago, su esperado libro de viajes, que constituye un éxito y que dedica a Darwin[97]. Nace su hija Violet. Intenta hacerse cargo de un proyectado museo gubernamental para conseguir un empleo oficial y seguro, pero fracasa[98].

Comienza a distanciarse de Darwin al preconizar la existencia de una «inteligencia superior» que ha guiado el desarrollo de la especie humana, lo que la coloca fuera de la influencia de los mecanismos de la selección natural[99]. La brecha se agranda con la publicación de Contributions to the theory of Natural Selection en 1870, que provoca una amarga respuesta privada de Darwin. La familia se muda a Barking, al este de Londres y Wallace es elegido presidente de la Entomological Society.

En 1872 nace su hijo William, y la familia se muda de nuevo, a Grays, Essex. Es elegido fellow de la Linnean Society. A comienzos de 1874 comienza a escribir The Geographical Distribution of Animals, que no publicará hasta 1876. Su hijo Bertie fallece el 24 de abril de 1874. Los Wallace cambian de residencia, esta vez a Rose Hill, Dorking. Publica Tropical Nature and Other Essays en 1878; la familia vuelve a mudarse y establecen su residencia en Croydon, cerca de Londres. Island Life, una secuela de The Geographical Distribution of Animals se publica en 1880, y es acogida con entusiasmo incluso por los colegas más molestos con su heterodoxia[100]. Darwin, sabedor de la situación económica de Wallace, aún sin empleo estable, decide solicitar una pensión del gobierno con el apoyo de sus colegas[101].

Wallace contribuye a crear en 1881 la Land Nationalisation Society, de la que es elegido presidente. Sus inquietudes sociales son cada vez mayores[102]. Los Wallace se van a vivir a Godalming. En julio recibe la última carta de Darwin[103]. En 1882 la universidad de Dublín lo nombra doctor honoris causa. Se publica Land Nationalisation, que llegaría a alcanzar cinco ediciones. Una afección ocular le impide trabajar entre 1883 y 1885.

En 1886 tiene la oportunidad de viajar a Estados Unidos y Canadá para impartir una serie de conferencias[104]. Visita Nueva York, Boston, Washington, San Francisco y Montreal, y sus conferencias versan sobre temas variados de historia natural y evolución pero también sobre pensamiento social y esplritualismo. En 1889 publica Darwinism[105] un compendio sobre la selección natural con la intención de hacerla asequible y amena[106]. Compra una casa de campo en Parkstone, Dorset. La Universidad de Oxford lo nombra doctor honoris causa y un año más tarde recibe la primera Medalla Darwin de la Royal Society.

Toma parte activa en contra de la campaña de vacunación contra la viruela, lo que le reporta un nuevo rechazo en la clase científica[107]. Publica en 1891 Natural Selection and Tropical Nature, en cuya introducción relata por primera vez las circunstancias de su descubrimiento del mecanismo de la evolución en Ternate y los acontecimientos subsiguientes. En 1893 es elegido miembro de la Royal Society. Wallace se retira virtualmente de la vida pública, probablemente deprimido por el fallecimiento de Bates en 1892 y de Spruce y su hermana Fanny en 1893. Sin embargo, recibe la invitación para una conferencia en Davos, Suiza, sobre los principales logros científicos del siglo XIX. Wallace acepta, y posteriormente desarrollará su texto en el libro The Wonderful Century: Its Successes and Its Failures, que se publicó en 1898.

Se muda por última vez a una villa, Old Orchard, que se hace construir en Broadstone, junto al mar. El esfuerzo económico que supone le impulsa a escribir una ambiciosa obra con una mezcla de astronomía, física, geología, evolución y espiritualismo que demostrara la posición central del hombre, la Tierra y el sistema solar en el Universo. El resultado es Man’s Place in the Universe, publicado en 1903[108]. La misma editorial, Chapman & Hall, le encarga su autobiografía, que publica en 1905. Hasta 1908 tomó a su cargo la edición de los manuscritos y notas de su llorado amigo Spruce en sus viajes por América del Sur. Ese año recibe la Medalla Darwin-Wallace de la Linnean Society, la Medalla Copley de la Royal Society[109] y la Orden al mérito de la Corona.

Su última conferencia en la Royal Institution le dio pie para escribir The World of Life, la última de sus obras relacionadas con la historia natural[110]. Pero su economía le impulsa a seguir escribiendo, y a principios de 1913 alumbra dos nuevos libros de tema social: Social Environment and Moral Progress y The Revolt of Democracy.

Debilitado sólo por los años, a los casi noventa y uno de edad, Wallace muere plácidamente en su casa de Old Orchard el primero de noviembre de 1913. Siguiendo su deseo, recibe sepultura en el cementerio de Broadstone, con un tronco fósil como único monumento funerario. El 1 de noviembre de 1915 y a propuesta de un comité creado al efecto, se coloca una placa con su efigie en la abadía de Westminster.

CRONOLOGÍA DE LOS AUTORES

Darwin Wallace 1809 12 de febrero. Charles Robert Darwin nace en The Mount, Shewsbury 1823 8 de enero. Alfred Russel Wallace nace en Usk, Monmouthshire. 1825 Cursa estudios de medicina en la Universidad de Edimburgo, que abandona en 1827. 1827 Ingresa en la Universidad de Cambridge para seguir estudios eclesiásticos. 1831 Se gradúa en Cambridge. Recibe la invitación para incorporarse como naturalista al Beagle. La expedición zarpa de Devonport. 1832 Encuentra grandes fósiles en Argentina. 1835 El Beagle visita las Galápagos. 1836 El Beagle regresa a Inglaterra. 1837 Expone su trabajo sobre los arrecifes de coral ante la Royal Geological Society. Inicia su primer cuaderno de notas sobre «la transmutación de las especies». Aprende el oficio de supervisor topográfico con su hermano William. 1838 Lee el ensayo de Malthus sobre poblaciones. 1839 Es elegido miembro de la Royal Society. Se casa con Emma Wedgwood. Publica el Journal of Researches […] during the voyage of the Beagle. Publica el primer volumen de Zoology of the Voyage of HMS Beagle. 1842 Redacta el Sketch. Publica The Structure and Distribution of Coral Reefs. 1843 Publica el quinto y último volumen de Zoology of the Voyage of HMS Beagle. 1844 Redacta el Essay. Publica Volcanic Islands. Conoce a Henry Walter Bates 1842 Se instala en Down House, Kent. 1846 Publica el tercer volumen de The Geology of the Voyage of the Beagle. 1848 Wallace y Bates inician su viaje al Amazonas. 1851 Publica el primer volumen de su monografía sobre los cirrípedos. Wallace regresa a Inglaterra. 1852 Publica Palm Trees of the Amazon y A Narrative of Travels on the Amazon and Rio Negro. 1853 Conoce a Thomas Huxley. Recibe la Royal Medal de la Royal Society Publica Palm Trees of the Amazon y A Narrative of Travels on the Amazon and Rio Negro. 1854¿? Darwin y Wallace se conocen personalmente en Londres. 1854 Publica el último volumen de su monografía sobre los cirrípedos. Inicia su viaje a Indonesia y el archipiélago malayo. 1855 Escribe en Sarawak On the Law Which Has Regulated the Introduction of New Species. Envía el ensayo a Lyell(8). 1856 Comienza a escribir un gran estudio, Natural Selection, nunca terminado. 1857 Envía un resumen de sus ideas sobre la selección natural a Asa Gray. 1858 Recibe una carta con el ensayo de Wallace para su publicación. Escribe en Ternate On the Tendency of Varieties to Depart Indefinitely From the Original Type. 1858 Presentación conjunta de los trabajos de Darwin y Wallace en la Linnean Society. Los trabajos se publican el mismo año. 1859 Publica On the Origin of Species… Publica On the Zoological Geography of the Malay Archipelago. Descripción de la Línea de Wallace. 1860 Debate en Oxford entre Huxley y Wilberforce. Huxley acuña el término «darwinismo». 1862 Regresa a Inglaterra. 1864 Recibe la Medalla Copley de la Royal Society. Publica The Origin of Human Races Deduced from the Theory of «Natural selection». 1866 Se casa con Annie Mitten. 1868 Publica The variations of Animals and Plants under Domestication. 1869 The Malay Archipelago. 1870 Publica Contributions to the Theory of Natural Selection. 1871 Publica The Descent of Man. 1872 Publica la 6.a edición de The Origin… Publica Expression of the Emotions in Man and Animals. 1874 Publica A Defence of Modern Spiritualism. 1875 Publica lnsectivorous plants. Publica On Miracles and Modern Spiritualism. 1876 Publica The Geographical Distribution of Animals. 1880 Publica Island Life. 1881 Publica The Formation of Vegetable Mould, through the Actions of Worms… Crea la Land Nationalisation Society. 1882 Fallece en Down House y es enterrado en la abadía de Westminster. 1886-87 Gira de conferencias en Estados Unidos y Canadá. 1889 Publica Darwinism. 1890 Campaña contra la vacunación. Publica Human Selection. 1893 Es elegido miembro de la Royal Society. Publica The Ice Age and Its Work. 1898 Publica The Wonderful Century. 1903 Publica Man’s Place in the Universe. 1905 Publica My Life. 1908 Recibe la Medalla Darwin-Wallace de la Linnean Society, la Medalla Copley de la Royal Society y la Orden del Mérito de la Corona. 1910 Publica The World of Life. 1913 Muere en Old Orchard, Broadstone, Dorset. 1915 Se coloca una placa con su nombre en la abadía de Westminster.

UNA ÉPOCA DE CAMBIOS: EL SIGLO DE DARWIN Y WALLACE (1809-1913)

El siglo XIX es realmente una época de cambios. Un mundo se acaba y otro comienza. Los imperios de España, Portugal y Turquía se desmoronan; las guerras napoleónicas dejarán a Inglaterra como gran potencia, garante de la llamada Pax Britannica, y las dos revoluciones industriales, casi sin solución de continuidad, transformarán la vida cotidiana y todas las actividades y relaciones humanas.

Por su parte, la biología del siglo XIX, todavía «historia natural», se polariza en dos niveles: por un lado el del organismo, que incluye los descubrimientos anatómicos, fisiológicos, histológicos y los de otras ciencias con ellos relacionadas, como la incipiente bioquímica; y por otro, el nivel integrador de dichos organismos, que estudia comportamientos, poblaciones, taxonomía, biogeografía, evolución.

Resulta curioso comprobar cómo a menudo ambos niveles, y sus respectivos investigadores con ellos, funcionan como compartimientos estancos. O al menos se suele transmitir esta percepción. ¿Qué sabían Darwin y Wallace de Pasteur, de Wirchow, de Purkinje, de Kölliker, de Von Baer, de Schwann?[111]

Esta falta de interdisciplinariedad, como se calificaría ahora, no casa muy bien con el contrastado enciclopedismo de muchas de estas relevantes figuras de las ciencias biológicas. El gran Haeckel sobresale. Es capaz de sospechar que la información genética se encuentra en el núcleo de las células y también de proponer la hipótesis de la gastrea sobre la evolución de los invertebrados o de acuñar el término «ecología» para designar el estudio de las relaciones de los seres vivos entre sí y con el entorno. También Thomas Huxley, el «bulldog de Darwin», es otro de estos sabios enciclopédicos. Lo mismo estudia las células sanguíneas del anfioxo[112] que escribe ensayos sobre la teoría celular. Él sí conoce y cita a Kölliker, a Schleiden y Schwann, a Reichert, y a Krohn, y por supuesto, a Von Baer y Wirchow. Escribe trabajos descriptivos sobre los cnidarios, que acertadamente denomina Nematophora, sobre el cráneo de los vertebrados y también sobre filosofía de la ciencia, aspectos educativos y, cómo no, evolución.

Es importante, cuando se toman en consideración las ideas, los descubrimientos y las hipótesis, no olvidar nunca el entorno intelectual en que se mueven los protagonistas. Ciñéndonos solamente al campo de las ciencias biológicas, ¿qué sabían Darwin y Wallace?, o mejor aún, pongámonos en el mejor de los casos: ¿de qué información disponían? ¿En qué estado se encontraban los conocimientos de la biología y de las otras ciencias? Gavin de Beer se hace ya esta pregunta en su edición de estos mismos textos publicada hace casi cincuenta años[113]. Siguiendo un orden cronológico, ¿qué sabía Darwin? Según De Beer, relativamente poco: Lyell, Malthus, Von Baer y sus propias observaciones procedentes del periplo del Beagle. Pero ¿qué hay de su abuelo Erasmus, de Lamarck, de Cuvier, de Geoffroy St. Hilaire…? No se trata solamente de lo último o de lo más reciente. El conocimiento se acumula, no sólo se sustituye. Hay toda una base científica heredada que Darwin tenía detrás y que aprendió con su formación. Estos conocimientos constituyen una importante diferencia respecto a Wallace, cuya educación autodidacta debió cubrir tales ámbitos de forma menos sistemática o, si se quiere, más intuitiva.

Los datos que se presentan aquí, aunque por fuerza incompletos, intentan abrir algo más el abanico. Si acotamos el período que se suele conocer como «el siglo de Darwin» entre los años 1809, nacimiento de Darwin, y 1913, muerte de Wallace, podemos pasar revista a algunos hitos importantes en la historia de las ciencias de la vida. Muchos de ellos significaron pequeñas o grandes «revoluciones» en sus respectivos ámbitos de influencia y tuvieron, y tienen, una incidencia trascendente en el desarrollo de amplias parcelas del conocimiento científico.

Pero, si damos un paso más, es cierto que los árboles no dejan ver el bosque. Muy a menudo, en revisiones históricas o en cronologías científicas, ya sean generales o parciales, se echa de menos una referencia, una mirada a un contexto más general que nos sitúe en la época, en el entorno, en las circunstancias de los acontecimientos. Y que a la vez nos permita hilvanar áreas, temas, disciplinas, siquiera sea con un hilo temporal. Se trata de presentar una panorámica general, de primera mano, del tiempo de Darwin y Wallace. Por ello intercalaré, junto a acontecimientos, descubrimientos y ocasiones clave en el progreso de las ciencias, especialmente de las biológicas, sucesos no estrictamente científicos, sino también técnicos, históricos, políticos o incluso artísticos. Es evidente que la exposición no pretende ni ser exhaustiva ni rigurosa desde el punto de vista del estricto análisis histórico. Sencillamente, la curiosidad histórica puede hacer que nos planteemos preguntas como ¿conoció Darwin la luz eléctrica? ¿Podría haber utilizado un teléfono? ¿Pudo ver Wallace la Estatua de la Libertad en su viaje a Estados Unidos? O puede que resulte interesante descubrir cómo, el mismo año en que Darwin regresa de su periplo en el Beagle, un puñado de colonos resiste hasta la muerte la embestida del ejército del general Santa Ana en la misión del Álamo, en Texas.

Cuando nace Darwin, en 1809, Jean Baptiste de Lamarck publica su Philosophie Zoologique, obra de referencia para los partidarios de la transformación de las especies. Ese mismo año nacen Abraham Lincoln y Edgar Allan Poe. Beethoven tiene treinta y siete años y ya ha compuesto seis de sus nueve sinfonías; ese año verá la luz su concierto para piano n0 5 Emperador. También 1809 es el año de la muerte de Joseph Haydn en Viena. Inmediatamente después, en 1810, Gay-Lussac deduce la ecuación química de la fermentación alcohólica; el mismo año nace Fredéric Chopin en Polonia. En 1813 Cuvier publica su ensayo sobre la Teoría de la Tierra; Biot descubre la actividad óptica en 1815. Dos años después, en 1817, Christian Heinrich Pander describe, en el embrión de pollo, la existencia de tres hojas embrionarias, un concepto clave que Karl Ernst von Baer hará extensivo a los vertebrados en The Embriology of Animals, de 1828. Hasta 1867 no se establecerá la unidad embriológica de todo el reino animal, gracias al trabajo de Alexander Kovalevsky en los invertebrados.

La Philosophie anatomique, de Étienne Geoffroy St. Hilaire se publica en 1818, un año antes de que Adelbert von Chamisso[114] introduzca el concepto de la alternancia de generaciones o metagénesis, desarrollado más tarde, en 1842, por Steenstrup, que lo aplica tanto a animales como a plantas. Ese mismo año de 1819 Simón Bolívar libera Nueva Granada, un territorio que comprende las actuales Colombia, Venezuela y Ecuador.

El año anterior al nacimiento de Alfred Russel Wallace, cuando Darwin es un mozalbete de trece, John Goss observa lo que hoy reconocemos como la segregación de un rasgo recesivo en el guisante, aunque sin tener en cuenta las frecuencias. Un claro antecedente de Mendel. Los experimentos de Geoffroy St. Hilaire con embriones de pollo suponen un duro golpe a las teorías de la preformación. Al mismo tiempo, Champollion presenta las traducciones de los textos de la piedra Rosetta ante la Academia Francesa. El año del nacimiento de Wallace, 1823 es también el de la proclamación de la doctrina Monroe, sobre la no injerencia de Europa en América; y el de la invención del fútbol en Inglaterra.

Mientras Darwin comienza sus estudios de medicina en Edimburgo, Prévost y Dumas, en 1824, confirman los experimentos de Spallanzani y establecen la necesidad de los espermatozoides para que se produzca la fecundación del óvulo. Casi simultáneamente, en 1825, Faraday descubre el benceno. Cuando Darwin abandona la medicina e ingresa en Cambridge para seguir estudios eclesiásticos corre 1827, y Von Baer describe el huevo de los mamíferos, que había escapado a los ojos de De Graaf; sin embargo, consideró a los espermatozoides como animales parásitos del esperma, de donde deriva el nombre que siguen manteniendo.

Robert Brown describe el tipo de movimiento que lleva su nombre en 1828, a la vez que J. V. Thompson recoge y observa por primera vez muestras de plancton. También identifica correctamente a los percebes como crustáceos, sentando las bases para los profundos estudios de Darwin sobre estos animales, lean Baptiste de Lamarck muere en diciembre de 1829.

La década de 1830 es realmente productiva: Faraday descubre la corriente electromagnética, lo que hace posible la existencia de generadores y motores eléctricos; se inaugura la primera línea ferroviaria regular entre Manchester y Liverpool; Von Baer formula la ley biogenética, y en París tiene lugar el histórico debate entre Cuvier y Geoffroy St. Hilaire. Al tiempo, Charles Lyell comienza la publicación de sus Principles of Geology, que desbaratan las teorías catastrofistas de Cuvier y son el fundamento de muchas de las ideas de Darwin y Wallace. Darwin se gradúa en Cambridge y zarpa en el Beagle en 1831, el mismo año en que Faraday describe la inducción electromagnética. Brown describe y denomina el núcleo de las células, preludio de la teoría celular de Schleiden y Schwann; ese mismo año se inaugura el puente de Londres sobre el Támesis y Víctor Hugo publica El jorobado de Notre Dame, a la vez que Ross determina la posición del Polo Norte magnético.

Mientras Darwin viaja en el Beagle, Inglaterra proclama la abolición de la esclavitud en 1833, Marshall Hall describe el mecanismo reflejo y Jan Purkinje descubre las glándulas sudoríparas. Faraday establece su famosa ley en 1834 y Fox Talbot inicia la técnica fotográfica el mismo año; mientras tanto, en España queda abolida la Inquisición. Nace Ernst Haeckel en Postdam.

En 1835, cuando el Beagle llega a las Galápagos, el barón Berzelius publica la primera teoría general de la catálisis química, Félix Dujardin asocia la «sarcoda» o protoplasma de los protozoos con los procesos vitales y Hans Christian Andersen publica sus Fairy Tales. El regreso de Darwin a Inglaterra, en 1836, viene acompañado por el descubrimiento por Theodor Schwann de la acción y propiedades de la pepsina; se termina de construir el Arco de Triunfo de París y Texas alcanza la independencia de México tras el desastre de El Álamo.

Victoria es coronada reina de Inglaterra al año siguiente, al tiempo que Darwin expone sus ideas sobre los arrecifes de coral ante la Royal Geological Society, René Dutrochet reconoce a la clorofila como agente de la fotosíntesis y Dujardin afirma que los espermatozoides se producen en los tubos seminíferos de los testículos. Mientras, Wallace aprende el oficio de topógrafo con su hermano, y Morse desarrolla el telégrafo y el código de comunicación que lleva su nombre.

1838 es un año importante. Los ojos de Darwin se abren a la selección natural tras leer el ensayo de Malthus sobre la población; Schleiden y Schwann establecen la crucial teoría celular; Mulder acuña el término «proteína» y Daguerre perfecciona el daguerrotipo. El ornitólogo John Gould, que ha estudiado las aves del Beagle, entre las que se encuentran unos curiosos pinzones, parte en una expedición científica a Australia. Poe escribe Arthur Gordon Pym, y Chopin[115] y George Sand se hacen amantes.

El mismo año en que Charles Darwin publica el relato de sus viajes en el Beagle, 1839, él y su prima Emma Wedgwood contraen matrimonio; J. Hooker viaja en la expedición científica que los buques Erebus y Terror emprenden hacia Australia y la Antártida; Justus von Liebig sostiene que la fermentación está producida por agentes no vivos y Charles Goodyear inventa el vulcanizado del caucho, de enormes aplicaciones prácticas; se desencadena la primera guerra del opio en China.

La década de 1840 comienza con la acuñación del término «protoplasma» por Purkinje, aunque habrá que esperar a 1861 para comprender, con el trabajo de Schultze, el alcance y la universalidad de las relaciones célula-protoplasma. Martin Barry expresa, también en 1840, su convencimiento de que el espermatozoide penetra en el óvulo. La obra de Liebig Thierchemie supone un gran salto cualitativo con la aplicación de la química a la fisiología.

En 1841 Richard Owen crea la palabra «dinosaurio», o «lagarto terrible», para designar a los grandes fósiles que aparecen por doquier, y Albert Kölliker describe la histogénesis de los espermatozoides, concluyendo que se trata de células tisulares diferenciadas. Darwin se atreve en 1842 a poner por escrito algunas ideas, su famoso Sketch. El mismo año publica su obra sobre la formación de los arrecifes de coral; simultáneamente, William Bowman describe la estructura histológica de la nefrona, lo que permitió a los fisiólogos investigar la fisiología de la excreción. China cede Hong Kong a Inglaterra y Alfred Tennyson publica sus Poemas.

En 1843, a la par que se inventa la máquina de escribir y se construye el primer barco de casco metálico propulsado por hélices, Richard Owen introduce los conceptos de homología y analogía, si bien sólo con criterios anatómicos y sin tener en cuenta el origen embrionario[116].

En otro año importante, 1844, Chambers publica anónimamente sus Vestiges; Darwin amplía el Sketch hasta el Essay y Alejandro Dumas escribe Los tres mosqueteros. Alfred Russel Wallace y Henry Walter Bates traban amistad en Leicester. Se inicia el uso comercial del telégrafo, con una línea entre Baltimore y Washington, y Karl Marx describe la religión como «el opio del pueblo». Además, John Dolland inventa la microscopía de inmersión[117].

Al año siguiente, 1845, Hermann von Helmholtz y Julius Robert Mayer formulan las leyes de la termodinámica, cuya aplicación a la fisiología significa la consideración del organismo como una máquina biológica que sigue las leyes de la física; las implicaciones de todo tipo son enormes. En este año de 1845 Carl Theodor Ernst von Siebold define a los protozoos como animales de organización unicelular, idea que le llevaría más adelante, en 1848, a establecer el filo protozoos como la base del reino animal. Este mismo autor describiría también la partenogénesis en las abejas[118]. Wagner estrena Tannhäuser en Dresde.

Thomas Huxley se embarca en el Rattlesnake en 1846, rumbo a la Antártida y a Australia; el primer cable telegráfico submarino cruza el canal de la Mancha ese mismo año. Al año siguiente Boole publica sus estudios de lógica matemática, y la Universidad de Harvard recibe a Louis Agassiz como profesor.

Mientras Wallace y Bates navegan rumbo al Amazonas y Hooker viaja al Himalaya, en 1848, W. Hofmeister realiza unos dibujos de células de Tradescantia[119] en los que se distinguen claramente cromosomas e incluso etapas de la meiosis, pero no llega a sospechar su significado. Mientras tanto, Marx y Engels publican el Manifiesto comunista y estalla en París la revolución de febrero que conduciría a la Tercera República.

Darwin manda a la imprenta en 1851 el primer volumen monográfico sobre los cirrípedos; en ese momento, Claude Bernard aísla glucógeno en el hígado y descubre el proceso de la gluconeogénesis. Herman Melville publica Moby Dick y Verdi estrena Rigoletto en Venecia. Al año siguiente, Luis Napoleón se erige en Napoleón III; nace el Segundo Imperio. Wallace regresa a Inglaterra desde el Amazonas y Hermann von Helmholtz mide la velocidad de los impulsos nerviosos. Ese año, 1852, nace la histología como ciencia, con la publicación del Handbuch der Gewebelehre de Albert von Kölliker.

La guerra de Crimea estalla en 1853, que también ve la llegada del comodoro Perry a Tokio y la apertura de Japón a Occidente. En Inglaterra, Darwin recibe la Royal Medal, conoce a Huxley y se encuentra con Wallace en el Museo Británico. George Newport describe la penetración del espermatozoide a través de la membrana vitelina del óvulo[120].

Wallace inicia su viaje rumbo a Malasia en 1854. En Francia, Pasteur descubre la fermentación microbiana del azúcar de la remolacha, y el ingeniero inglés Henry Bessemer patenta el proceso para la producción industrial del acero[121].

En 1855, Wallace está en Sarawak con el rajá Brooke, donde escribe un importante trabajo que publica en los Annals and Magazine of Natural History. La guerra de Crimea llega a su apogeo con el sitio de Sebastopol y, en África, Livingstone descubre las cataratas Victoria en el río Zambeze, que bautiza en honor a su reina. El trabajo de Wallace hace que Darwin comience a escribir Natural Selection en 1856, a la vez que Flaubert da a conocer su Madame Bovary. Ese mismo año se sintetiza el primer colorante derivado de las anilinas, la eosina, que resulta de enorme interés en la incipiente histología porque tiñe selectivamente las proteínas del citoplasma[122]. Lord Kelvin establece la edad del sistema solar en veinticinco millones de años y aparecen, cerca de Albrecht, los primeros restos del hombre de Neanderthal.

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Asa Gray en 1867. Fotografía aparecida en Letters of Asa Gray, Vol. I, 1893.

India cae bajo control de la Corona británica en 1857. Ese año, el mismo en que Darwin envía un resumen de sus ideas a Asa Gray, Claude Bernard describe por primera vez un proceso catabólico, el del glucógeno en el hígado. Louis Pasteur presenta su Mémoire sur la fermentation appelée lactique, considerada como el punto de partida de la microbiología moderna[123].

El año 1858 es otro hito importante. Además de los sucesos que originan los textos presentados en este libro, Rudolf Wirchow enuncia su famoso aforismo Omnis cellula e cellula(9) y aplica la teoría celular al estudio de las enfermedades, lo que significa el nacimiento de la patología moderna. Friedrich August Kekulé von Stradonitz lanza la idea de moléculas formadas por largas cadenas de átomos de carbono tetravalente. Se descubren los rayos catódicos y se tiende con éxito el primer cable telegráfico transatlántico.

La publicación de El origen de las especies coincide en el tiempo con la síntesis del ácido salicílico por Kolbe y con la gran labor de Agassiz en Harvard: publica Essay on Classification y promueve la creación del Museo de Zoología Comparada. Étienne Lenoir fabrica el primer motor de gasolina y Cavour comienza la unificación italiana. Fallece Alexander von Humboldt.

Ya en 1860 comienza la polémica que continúa vigente. Huxley y Wilberforce se enzarzan en Oxford sobre las ideas de Darwin. El impacto del libro, ya en su segunda edición, oscurece el enunciado de Pasteur, Omne vivum e vivo, que significa la refutación absoluta de la generación espontánea. También en 1860 muere Shopenhauer. El año siguiente comienza la Guerra de Secesión norteamericana e Italia se unifica bajo el rey Víctor Manuel. En la localidad alemana de Solnhofen se encuentran en una cantera los restos fósiles de Archaeopteryx lithographica[124].

Cuando Wallace regresa a Inglaterra corre el año 1862 y nace el movimiento impresionista con un cuadro de Monet. Henry Walter Bates descubre el mimetismo en los animales. Un año después se crea la Cruz Roja y se firma la primera Convención de Ginebra. En 1864, Darwin recibe la Medalla Copley y Wallace publica The Origin of Human Races.

En 1865, Kekulé propone un modelo anular para la molécula del benceno[125], que abre la puerta al estudio de los compuestos aromáticos y Pasteur desarrolla la pasteurización como medio de esterilización. Finaliza la Guerra de Secesión norteamericana y Lincoln muere asesinado. El mismo año en que Wallace contrae matrimonio con Annie Mitten, en 1866, Gregor Mendel publica sus trascendentales resultados genéticos en una oscura revista de Brno[126], Max Schultze descubre dos tipos de receptores en la retina, los conocidos conos y bastones. También el mismo año Ernst Haeckel publica su Generelle Morphologie der Organismen, obra crucial que aplica las ideas evolucionistas[127]. Alexander Kovalevsky contribuye decisivamente a aclarar el origen de los cordados con sus estudios sobre el anfioxo y las larvas de las ascidias. Un año después, Alfred Nobel inventa la dinamita y Strauss compone El Danubio azul. Alaska cambia de dueño cuando Estados Unidos compra el territorio a Rusia por 7,2 millones de dólares.

Darwin enuncia su teoría de la pangénesis en 1868, coincidiendo con la caída de Isabel II de España. Cuando al año siguiente Wallace regresa del sudeste asiático y publica The Malay Archipelago, Mendeleiev crea la tabla periódica y se inaugura el canal de Suez. Julio Verne escribe 20 000 leguas de viaje submarino[128] y Paul Langerhans descubre los grupos de células pancreáticas que llevan su nombre. La década termina en 1870 con la guerra franco-prusiana, la batalla de Sedán y el establecimiento de la Tercera República francesa, que suponen de hecho el final de la Pax Britannica. Se celebra el Concilio Vaticano I.

El origen del hombre de Darwin se publica en 1871, a la vez que Johann Friedrich Miescher descubre una sustancia[129] en el núcleo de los glóbulos blancos que resulta ser la primera identificación de un ácido nucleico. Quetelet aplica los análisis estadísticos a los problemas biológicos, lo que constituye el inicio de la biometría, y Ferdinand Cohn acuña la palabra «bacteria». El explorador Stanley, enviado por el New York Herald, encuentra a Livingstone junto al lago Tanganica; Verdi estrena Aida en El Cairo.

Un año más tarde, Anton Dohrn establece la Stazione zoologica de Nápoles, y la expedición del Challenger parte para investigar los océanos de todo el mundo durante casi cuatro años[130]. El origen de las especies alcanza su sexta edición, la última que revisó el propio Darwin. Comienza la producción de té en Ceilán, auspiciada por Inglaterra. En 1873, Maxwell publica A treatise on Electricity and Magnetism. Anton Schneider observa por primera vez el movimiento de «filamentos nucleares» en células animales en división; muere Louis Agassiz y en España se proclama la I República.

Wallace escribe A Defence of Modern Spiritualism en 1874, mientras Haeckel establece la posición taxonómica de los cordados y enuncia su teoría de la gastrea. Darwin envía a la imprenta su libro sobre plantas insectívoras en 1875 y muere sir Charles Lyell al tiempo que Eduard Strasburger describe el proceso mitótico de la división celular. La mayoría de los países adopta el sistema métrico decimal.

The Geographical Distribution of Animals, de Wallace, ve la luz en 1876, el año en que Bell inventa el teléfono y el general Custer muere al frente sus tropas en Little Big Horn. Huxley pronuncia la lección inaugural del primer departamento moderno de biología, en la recién creada Universidad John Hopkins. Un año después, Edison inventa el fonógrafo, y se estrena El lago de los cisnes, de Tchaikovski.

En 1878, William Crookes construye el primer tubo de rayos catódicos. A partir de 1879, Walter Flemming realiza recuentos precisos de cromosomas, los primeros cariotipos, a la vez que acuña términos como «cromatina», «mitosis» y «espirema»; mientras, Edison inventa la lámpara incandescente. Darwin escribe la biografía de su abuelo Erasmus. En 1880, Alphonse Laveran descubre al protozoo causante de la malaria, y Ringer inventa la solución que lleva su nombre para la perfusión de tejidos.

La última obra de Darwin, sobre la formación de humus por las lombrices de tierra, sale de la imprenta en 1881. En Francia, Louis Pasteur hace una demostración pública de su vacuna contra el carbunco o ántrax. Se inaugura el nuevo edificio para historia natural del Museo Británico, en South Kensington, Londres[131].

Koch aísla el bacilo de la tuberculosis en 1882 y encuentra un método para obtener cultivos bacterianos puros en gelatina y agar. En Manhattan se instala la primera central que abastece una red de alumbrado eléctrico; Strasburger acuña las voces «citoplasma» y «nucleoplasma»; Darwin muere en su casa de Down.

No hace un año de la muerte de Darwin cuando Camillo Golgi y Santiago Ramón y Cajal perfeccionan su método del nitrato de plata para discernir los detalles del tejido nervioso. Cajal defiende la teoría neuronal frente a las ideas reticularistas(10). Se inaugura el puente de Brooklyn en Nueva York. Van Beneden establece el principio de haploidía y diploidía y la reducción cromosómica en la formación de los gametos; al tiempo, Weismann enuncia su teoría del plasma y el germen en su obra Uber die Vererberung.

El mismo año que Gram desarrolla su método de tinción para la clasificación de las bacterias, Metchnikoff propone la teoría celular de la inmunidad y Koch aísla el bacilo del cólera. Es 1884, se adopta el meridiano de Greenwhich como origen para medir longitudes y husos horarios y Maxim acaba de inventar la ametralladora; además, los países europeos se reúnen en la Conferencia de Berlín para repartirse África. Strasburger describe con detalle las fases de la mitosis y les da nombre.

Entre 1884 y 1888, y de forma independiente, Hertwig, Strasburger, Weismann y Kölliker llegan a la conclusión de que la herencia de los caracteres reside en el núcleo celular. Pasteur desarrolla su vacuna contra la rabia en 1885 y Karl Benz fabrica el primer automóvil con motor de combustión interna. El general Gordon muere en Jartum. En 1886 Abbe desarrolla los objetivos apocromáticos para microscopía, mientras Wallace inicia su gira por Estados Unidos, donde se inaugura la Estatua de la Libertad y se crea el laboratorio oceanográfico de Woods Hole, a la vez que el apache Gerónimo se rinde al gobierno.

Edouard van Beneden confirma en 1887 las predicciones de Weismann y demuestra la reducción cromosómica durante la gametogénesis. Por su parte, Haeckel estudia los radiolarios procedentes del Challenger y establece los conceptos de forma orgánica y simetría biológica. Sir Arthur Conan Doyle escribe la primera novela de Sherlock Holmes y Dunlop inventa el neumático.

Nikola Tesla diseña en 1888 el primer sistema práctico para generar y transmitir corriente alterna, mientras Waldeyer estudia y denomina a los cromosomas; Jack el Destripador aterroriza Londres y en París se inicia la construcción de la torre Eiffel.

Wallace publica Darwinism en 1889 e inicia en 1890 su campaña en contra de la vacunación a la vez que publica Human Selection. Von Bhering descubre los anticuerpos y Theobald Smith demuestra el papel de los artrópodos vectores en la transmisión de enfermedades. Santiago Ramón y Cajal describe la morfología de las neuronas y las conexiones nerviosas de la sustancia gris; Georg Cantor introduce la teoría de conjuntos y desarrolla una aritmética de números infinitos. La matanza de Wounded Knee pone fin a las guerras indias en Norteamérica.

En 1891, Waldeyer acuña el término «neurona» y propone la teoría neuronal, fundamentalmente basado en los descubrimientos de Cajal. Dubois descubre el llamado «hombre de Java», hoy conocido como Homo erectus. Cuando Wallace es elegido miembro de la Royal Society, en 1893, Louis Dollo enuncia su ley sobre la irreversibilidad de la evolución, y Felix Hoffmann desarrolla el proceso de fabricación de la aspirina; nace Mao Zedong. Un año después, William Bateson publica Materials for the Study of Variation, que supuso un fuerte ataque al darwinismo desde la perspectiva mutacionista.

Los descubrimientos se suceden, los avances técnicos continúan en progresión creciente: en 1895, Roentgen descubre los rayos X, los hermanos Lumière inventan su cinematógrafo, Marconi patenta la telegrafía sin hilos. Ese año muere Thomas Henry Huxley. J. J. Thompson descubre el electrón en 1896, año en que muere Alfred Nobel e instituye los famosos premios en su testamento[132]. Becquerel descubre radioactividad en el uranio, se celebran los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna y estalla la fiebre del oro en el Klondike.

Abel y Crawford aíslan la primera hormona, la epinefrina[133], en 1897, el mismo año en que Ross logra descifrar el ciclo vital del protozoo Plasmodium, agente de la malaria. Un año después, Wallace manda a la imprenta The Wonderful Century, simultáneamente, Charles Reid Barnes propone el término «fotosíntesis» y Henry Osborn enuncia el concepto de radiación adaptativa. Benda y Golgi describen las mitocondrias y el aparato de Golgi, mientras el hundimiento del acorazado Maine desencadena la guerra hispano-norteamericana que se resuelve con la pérdida para España de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Pierre y Marie Curie descubren el radio y el polonio.

En 1900, y de forma independiente, Hugo De Vries, Karl Correns y Erich von Tschermak reclaman el redescubrimiento de la obra de Mendel, en lo que se considera el comienzo de la genética moderna; Landsteiner descubre los grupos sanguíneos A, B y 0 y una conferencia de Max Planck ante la Sociedad Alemana de Física marca el nacimiento de la mecánica cuántica. Freud escribe La interpretación de los sueños.

La muerte de la reina Victoria en 1901 pone fin a una era; Hans Spemann comienza sus experimentos sobre la inducción embrionaria y Hugo de Vries publica Mutationslehre, donde propone que los cambios en las especies son repentinos y no graduales. Se completa el tren transiberiano y Australia se independiza. William Bateson acerca la terminología genética a la actualidad acuñando conceptos como F1, F2, alelomorfo o heterozigoto. Un año más tarde, Sutton y Boveri relacionan las observaciones citológicas del comportamiento cromosómico y los resultados genéticos del mendelismo.

Wallace escribe Man’s place in the Universe en 1903, a la vez que Carl Neuberg utiliza por primera vez la palabra «bioquímica» y Johannsen introduce los conceptos de fenotipo y genotipo. Los hermanos Wright hacen volar el primer avión tripulado en Carolina del Norte, comienza la construcción del canal de Panamá[134] y se tiende un cable telegráfico submarino entre San Francisco y las Filipinas.

El siguiente libro de Wallace es su autobiografía, My Life, que ve la luz en 1905. Ese año, a la vez que Starling pronuncia por primera vez la palabra «hormona», Albert Einstein enuncia su teoría de la relatividad especial y el almirante Togo vence a la armada rusa en Tsushima. Claude Debussy compone La mer e Isaac Albéniz su Suite Iberia. Un gran terremoto sacude San Francisco en 1906, cuando Willem Einthoven inventa el electrocardiograma.

Las condecoraciones y los premios llueven sobre Wallace en 1908, Peary llega al Polo Norte y Henry Ford comienza la producción de su famoso modelo T. Mientras, Godfrey Hardy y Wilhelm Weinberg establecen, con su famosa ley del equilibrio genético, las bases matemáticas de la genética de poblaciones. Un año más tarde, Johannsen demuestra que la selección natural actúa aislando genotipos, no sobre líneas puras, lo que presupone la existencia de una fuente de variabilidad genética. Ehrlich utiliza el salvarsan para tratar la sífilis, lo que constituye el nacimiento de la quimioterapia.

La última obra de Wallace, The World of Life, se publica en 1910, el mismo año en que aparece el primero de los tres volúmenes de Principia Mathematica, de Bertrand Russell y Alfred North Whitehead. Thomas Morgan propone una teoría de la herencia ligada al sexo tras iniciar sus experimentos con la mosca del vinagre, Drosophila melanogaster[135]. Se inicia la revolución en México.

La ciencia no se detiene; hasta la muerte de Wallace, en 1913, se suceden los avances: en 1911 Charles Walcott descubre los yacimientos de esquistos de Burgess en la Columbia Británica, que siguen estudiándose hoy en día; sir Ernest Rutheford construye su modelo atómico y Cuénot introduce el concepto de preadaptación. Amundsen alcanza el Polo Sur, Alfred Wegener expone su teoría de la deriva continental[136] y Alexis Carrel desarrolla la técnica de los cultivos de tejidos in vitro. El mismo año del fallecimiento de Wallace, Alfred Sturtevant construye el primer mapa genético utilizando frecuencias de sobrecruzamientos como medida de distancias relativas, y Niels Bohr propone su teoría atómica. El mundo vive los prolegómenos de la Gran Guerra.

EL PROCESO CREADOR EN DARWIN Y WALLACE

¿Cómo investigaban Darwin y Wallace? ¿De dónde extraen sus ideas? ¿Cuáles son sus condicionantes? ¿Cómo era su entorno familiar y de trabajo? Si bien el origen último de todas las ideas de Darwin son sus propias observaciones durante el viaje del Beagle, a él no le basta con eso. Lo que ve en el Beagle le hace pensar; pero después necesita comprobaciones, datos que confirmen sus hipótesis, pruebas en cantidad a ser posible abrumadora. Su estricta mentalidad no le permite dejar resquicios, lagunas sin cubrir, huecos por los que puedan colarse las críticas. Y nunca le parece bastante[137]. De ahí su resistencia a poner un punto, aunque sea seguido, a sus trabajos, y publicar resultados. Por eso espera veinte años hasta que la aparición de Wallace le obliga a dejar de lado sus reticencias.

Wallace, por el contrario, no es metódico en sus investigaciones[138]. Sí en su trabajo en el campo, como recolector y preparador de ejemplares, que necesita tener ordenados, clasificados, protegidos y embalados. Pero la vida natural que observa a diario va penetrando y alojándose en su mente hasta que una lectura, una imagen, un recuerdo o un suceso fortuito establecen la conexión necesaria. Y entonces su genio pone las piezas imitas y en el orden adecuado.

Ambos llegan a parecidas conclusiones tras el mismo «disparador», el famoso ensayo de Malthus. Sin embargo, reaccionan de forma completamente distinta. Para Darwin, su descubrimiento, aunque excitante, forma parte de su largo proceso de estudio sobre el problema, comenzado mucho antes. Y aunque reconoce la importancia del momento y del hallazgo, no por eso modifica en un ápice su ritmo de trabajo, ni aparca a un lado otras tareas. Más bien al contrario, tras su entusiasmo casi se deja entrever un deje de fastidio por tener otro asunto, y bien denso, sobre el que trabajar. En cambio Wallace, en cuanto puede levantarse de la cama tras su acceso febril, redacta su trabajo, pone en orden sus ideas y escribe a Inglaterra.

El tipo de observaciones en los que se basan también es diferente. Independientemente de lo vivido en el viaje del Beagle, los datos de Darwin proceden de la experimentación. Darwin acuña el término «selección natural» como una consecuencia lógica de sus presupuestos de partida. Él contempla el famoso «struggle for life» desde el conocimiento de las variedades y razas domésticas seleccionadas por el hombre[139]. A esta selección artificial debía, sin duda, oponerse la «selección natural», un proceso semejante pero operado por la naturaleza.

En cambio, Wallace extrae sus ideas y conclusiones y llega hasta los conceptos evolutivos a través de la biogeografía, de la distribución espacial de las especies. Y lo hace sobre el terreno, observando a los animales que tiene que localizar y capturar. Este punto de vista es probablemente una consecuencia de sus conocimientos prácticos de geografía y geología, materias que desde su época de topógrafo maneja con más soltura. Su formación científica autodidacta le hace dejar de lado disciplinas como la fisiología o la anatomía, que nunca dominó[140]. Ya en los tiempos de su estancia en el Amazonas se plantea la distribución vicariante de los primates y de las mariposas[141]. Su paso de una isla a otra en el archipiélago malayo le dio ocasión de profundizar en ello. Es la relación de los animales con el territorio lo que le lleva a la idea de especiación. A diferencia de Darwin, las ideas de Wallace proceden del contacto directo y sobre todo continuo con una misma zona. Luego busca otras razones en las que apoyarse, más allá de las geográficamente evidentes, y encuentra el aislamiento reproductor. Podría decirse que Darwin y Wallace convergen sobre el problema de la especiación desde los extremos: Wallace observa mecanismos que le llevan a pensar en la producción o aparición de especies distintas; Darwin lo hace al revés: sabe que hay especies distintas y busca los mecanismos.

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Portada de la edición de 1890 de The Malay Archipelago, de A. R. Wallace.

Wallace se distingue de Darwin también en su aproximación al famoso concepto de la «lucha por la existencia», que plantea como una competencia entre grupos más que entre individuos. A la luz de lo que sabemos hoy, son las poblaciones las unidades evolutivas, y la genética de poblaciones quien marca las reglas que rigen su rumbo y derivaciones en la evolución. Para Wallace, la selección natural y la evolución forman parte de una concepción más filosófica de la naturaleza, más «cosmológica», por decirlo así, en la que encuentran perfecto marco sus ideas antropológicas y sociales, terreno este en el que se distancia de Darwin. Éste es más realista, más empírico, más «con los pies en el suelo».

Un caso especialmente patente de la diferencia metodológica entre ambos es el de sus hipótesis sobre la colonización de las islas apartadas del continente. Wallace mantenía, con Forbes, la existencia de puentes de tierra que unieron la isla con el continente y posteriormente quedaron cubiertos por las aguas, dejando a una población animal aislada. Deduce esta idea de la observación y comparación de la fauna y la flora de las dos localidades, incluso con referencias a la profundidad del mar que las separa. En cambio Darwin supone un proceso de colonizacion a través del mar desde el continente, mediante semillas flotantes, o sobre troncos y restos vegetales a la deriva. Para apoyar su hipótesis, Darwin mantuvo semillas sumergidas en agua marina durante meses y consiguió después que germinaran, demostrando su posibilidad de sobrevivir. Además recabó información de los barcos británicos sobre avistamientos de «balsas» de vegetación con animales en el mar, «encuesta» que rindió resultados positivos. Con esta certidumbre, Darwin puede, si bien muy cortésmente, desafiar a Wallace y escribirle que mantendrá su posición «hasta la muerte»[142].

Por su parte, Darwin se apoya en un mayor abanico de datos. También le preocupa la biogeografía, pero tiene otro gran pilar en el registro fósil, del que es buen conocedor. Wallace no tuvo ocasión, en ninguno de sus viajes, de acceder a fósiles ni importantes ni abundantes, de lo que se lamentaba. Pero hay más diferencias. La posición social, el desahogo económico y el prestigio científico de que gozaba Darwin le permitían recabar información de todas partes del mundo, relativa a los experimentos que desarrollaba. Darwin construyó una compleja red de contactos y colaboradores aprovechando la extensión y el alcance del Imperio Británico. Sabía perfectamente el tipo de información que necesitaba y a quién pedírsela[143].

En cierta medida, podría decirse que Darwin es un precedente del biólogo de laboratorio frente al naturalista de campo, modelo este último que cuadra mejor con Wallace. Es lo que hoy, dentro de la profesión y coloquialmente, se conoce como biólogos «de bata» y «de bota». En este sentido, el devenir de la ciencia de la biología ha desplazado por completo a unos a favor de los otros. Hoy el biólogo «de campo» es considerado casi como un anacronismo romántico, sin trascendencia científica ni capaz de descubrimientos relevantes. Un biógrafo de Wallace, Ross A. Slotten[144], se pregunta al respecto: ¿cuántos premios Nobel se han otorgado a observadores de la naturaleza? La soledad de Konrad Lorenz, Nikolaas Tinbergen y Karl von Frisch compartiendo el premio de 1973 es elocuente.

Wallace optó, desde que sintió en su juventud la vocación por la historia natural, por seguir los pasos de los grandes naturalistas viajeros, como Humboldt, y persistió en este enfoque durante toda su vida. Darwin, en cambio, se plantea el viaje del Beagle como una oportunidad de ver mundo y completar su educación, además, por supuesto, de cultivar lo que hasta ese momento era simplemente una afición más o menos consolidada. Vuelve del periplo ya como naturalista viajero, pero en los años siguientes, antes de su matrimonio, se plantea el camino que tiene que seguir. Podía continuar con sus viajes y exploraciones, como naturalista de campo, o bien afincarse y dedicarse a la investigación sedentaria, a la experimentación que hoy llamaríamos «de laboratorio»; se plantea seriamente seguir carrera docente como profesor en Cambridge y dedicarse «a la transmisión de las especies [¿?], al microscopio, a las formas de vida más simples… a algunos experimentos, a observaciones sobre la fisiología de los animales inferiores»[145].

Wallace siguió siendo toda su vida un biólogo «de bota», mientras Darwin, tras desembarcar del Beagle, sólo abandonaría Down House para hacer alguna escapada a establecimientos hidropáticos o a Londres en visitas cada vez más espaciadas. ¿Por qué no viaja Darwin? No pueden aducirse falta de oportunidades[146] o de recursos materiales. Ni tampoco el desconocimiento de idiomas[147], que no le impidió dar la vuelta al mundo. Probablemente Darwin no quiere distracciones. Su mundo está en Down House[148]. Y además está su salud, eternamente precaria. Pero no puede dejar de ser un naturalista, aun cuando se dedica a otros asuntos e intenta evadirse del trabajo. En sus frecuentes visitas a establecimientos hidropáticos, donde, según él mismo, «tomo baños tres veces diarias, y pierdo el resto del tiempo sin hacer nada»[149], no puede resistirse a observar detenidamente unas hormigas que resultan pertenecer a la especie esclavista Formica sanguinea y sus víctimas, F. nigra[150].

Y no podemos perder de vista otro aspecto en el acercamiento a la naturaleza de nuestros dos protagonistas. Su posición ante ella es, desde luego, la de científicos naturalistas, pero también, y de forma más o menos inconsciente, la de caballeros ingleses de la época victoriana. Son curiosas, vistas desde hoy, las diferencias que tanto Darwin como Wallace establecen en su trato con animales domésticos y salvajes. Parece como si inconscientemente aplicaran distintos criterios o incluso sentimientos. El ganado y los animales domésticos, una especialidad de Darwin, eran considerados como parte de la civilización, de la propia vida doméstica, y merecen consideración casi humana[151]. Por su parte, Wallace, que no duda en disparar a todo lo que se mueva en la selva, es capaz de adoptar a una cría de orangután y alimentarla con mimo. Hoy nos puede parecer paradójico que alguien capaz de disparar a aves del paraíso pueda sentir escrúpulos a la hora de picar espuelas a un caballo cansado para no hacer sufrir al animal. Pero lo primero lo hizo Wallace y lo segundo Darwin[152], y muy probablemente ambos podrían haber intercambiado sus papeles, porque independientemente de sus temperamentos o inclinaciones personales eran hombres de su tiempo. O mejor aún, ingleses de su tiempo.

Ambos, cada uno a su modo, están en cierta forma aislados. El uno, por la selva y la distancia; el otro por su enclaustramiento voluntario. Pero necesitan información científica, es preciso mantenerse al día, disponer de acceso actualizado a la bibliografía, tener contacto con colegas e investigadores. Ambos lo hacen, y cada uno de una forma distinta y con alcances también diferentes. Darwin obtiene la bibliografía que necesita en sus visitas a Londres, aunque con los años cada vez se espacian más. Si está en la City no pierde ocasión de pasar por el Museo Británico o por la sede de alguna de las sociedades científicas a las que pertenece[153]. También su red de contactos y corresponsales le mantiene informado. Y no duda en pedir libros prestados, especialmente a quienes tiene confianza, como Hooker[154]. A veces va más allá, y pide a otros que hagan búsquedas y rastreos en la bibliografía sobre tal o cual asunto y le envíen resúmenes[155].

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Joseph Dalton Hooker en 1870. Fotografía de Walllich.

Wallace lo tiene más difícil, en el confín del mundo civilizado y a menudo más allá; y lo que es más importante, sin fácil acceso a literatura reciente, sin bibliotecas y sin una red de contactos. No necesita, ciertamente, manejar el volumen de información científica especializada al que estamos acostumbrados hoy en día, pero tampoco podía aspirar a ser alguien en el inundo de la ciencia sin apoyarse más que en un puñado de libros, por más que éstos fueran del fuste de un Lyell. Probablemente visitaba con asiduidad la biblioteca de su amigo y protector, el rajá Brooke, cuya posición social y económica le permitía mantener un fondo documental actualizado de las principales publicaciones. Además, su agente y factótum en Inglaterra, Stevens, le enviaba regularmente, junto con suministros y noticias, las separatas más recientes. Visto hoy y conocidos los parcos medios de comunicación y transporte, es realmente sorprendente el intercambio de conocimientos y la actividad intelectual que desarrolló Wallace desde un lugar tan remoto, inaccesible y falto de recursos.

Tanto en Darwin como en Wallace la correspondencia tiene un papel fundamental en el desarrollo de sus conocimientos y, obviamente, en la transmisión de los mismos. Además, por supuesto, de establecer y mantener relaciones sociales y familiares en todos los niveles. El eficaz servicio de correos del Imperio Británico contribuyó en gran medida, con su puntualidad victoriana, al desarrollo de los acontecimientos. Y hoy, las cartas de ambos constituyen el mejor registro de su vida, su obra y su forma de proceder, de reaccionar, de razonar y de relacionarse. Para Wallace, la correspondencia supuso un auténtico cordón umbilical que le unía al mundo civilizado. Sólo las cartas podían mantener el contacto con su madre y sus hermanos, con su agente Stevens y con sus amigos Bates y Spruce. Pero sólo las cartas le mantenían científicamente al día, y solamente a través de las cartas podía el mundo saber de su existencia y sus ideas[156].

Darwin crea un complejo y denso sistema de intercambio epistolar como la única forma de mantenerse informado, al día y en contacto sin casi moverse de su retiro en Down. Establece y mantiene así relaciones con científicos, intelectuales y viajeros que trascienden muchas veces lo profesional y pasan al terreno de lo personal[157]. Casos privilegiados son, evidentemente, Hooker, Lyell y Huxley. La correspondencia de Darwin con ellos está siempre trufada de asuntos personales, familiares o simplemente, de actualidad: cuando Hooker le escribe en 1858 para proporcionarle datos botánicos a petición suya, aprovecha para darle noticias de David Livingstone, el explorador africano que acaba de partir para el río Zambeze, del que no regresará hasta 1862[158].

Las relaciones con otros científicos tienen una importancia fundamental en la obra de Darwin y Wallace por la indudable influencia que en todo momento ejercieron sobre su formación, sus conocimientos y su proceder. La figura central es Lyell. Por su mayor edad y enorme prestigio científico, Lyell es el referente en la ciencia de la época en lo relativo a la historia natural. Pero además, su personalidad cercana, su disponibilidad y su habilidad como consejero hacían que la confianza y el respeto hacia él fueran casi ciegos. Tanto Darwin como Wallace conocen a Lyell a la vuelta de sus respectivos viajes[159], si bien antes habían tenido correspondencia con él, y la amistad entre Darwin y Lyell era ya antigua cuando Wallace entra en escena. Aunque la buena voluntad y disposición de Lyell hacia ambos es indudable, Darwin es sin duda su favorito[160]. Con Wallace no llegó nunca al grado de intimidad que mantuvo con Darwin, quizá debido a que la escasa preparación geológica del primero le colocaba en una situación de manifiesta inferioridad en tertulias y discusiones. Wallace lo sabía y se retraía.

Hooker es el gran amigo de Darwin, el primero en adoptar sus ideas y su más firme apoyo personal[161]. Aunque Hooker también apoya a Wallace y le introduce en círculos científicos como la Linnean Society, mantiene hacia él una educada y cordial reserva[162]. Mucho más tarde, Hooker se negará a apoyar la petición de Darwin de una pensión para Wallace. Sólo la posterior intervención de Huxley le hará cambiar de opinión.

Huxley es la brillantez. El razonamiento rápido, la palabra fácil, el comentario incisivo y demoledor. También el trato cortés, afable y cercano, la simpatía y el buen humor, sin menoscabo de su enorme altura científica. Abanderado del evolucionismo desde el principio, Huxley se convertiría en su más entusiasta defensor en todos los foros, hasta ganarse el sobrenombre de «el bulldog de Darwin». Pero también Huxley mantuvo una estrecha relación con Wallace. En diciembre de 1852, en su período en Londres entre el Amazonas y el archipiélago malayo, Wallace asiste a una conferencia de Huxley[163] y queda impresionado. Aunque tardarían una década en hacerse amigos, Wallace admiró desde ese momento en Huxley aquello de lo que él mismo carecía: erudición, conocimientos, brillantez de exposición. En suma, educación científica[164].

Otros grandes amigos de Wallace son Bates y Spruce. Henry Walter Bates, su compañero de fatigas en el Amazonas, pasó once años en Sudamérica, de donde regresó en 1859[165]. Cuando Wallace vuelve a Inglaterra en 1862 retoman su vieja amistad. Pero Bates le estaba «ganando por la mano»; se había hecho con cierta reputación científica, y era especialmente apreciado por Darwin a causa de su trabajo sobre el mimetismo en los lepidópteros[166], que apoyaba fehacientemente las hipótesis de la selección natural. Darwin también le había aconsejado y guiado para la publicación de su libro de viajes[167], que tuvo un gran éxito de ventas. Wallace compitió con su amigo Bates para el puesto de secretario de la Royal Geographical Society en 1864. Ganó Bates. Pero Wallace mantuvo con él una sólida amistad durante mucho tiempo[168]. Y Bates fue uno de los firmantes del memorando de apoyo que Darwin promovió para obtener una pensión del gobierno para Wallace.

Durante su estancia en el Amazonas, Wallace se encuentra con Richard Spruce en Santarem. Spruce había llegado al Amazonas en el mismo barco que Herbert Wallace con el fin de investigar y describir la flora amazónica y andina para los Royal Botanical Gardens, enviado por William Hooker, padre del amigo de Darwin. Por encargo de la Corona británica, recogió semillas del árbol de la quina o cascarilla[169], de cuya corteza se extraía la quinina, único remedio conocido para la malaria en la época. Con dichas semillas se iniciaron grandes plantaciones en India para combatir la enfermedad. De vuelta ambos en Inglaterra, Spruce llevó a Wallace en el verano de 1864 a conocer a su amigo William Mitten, farmacéutico y botánico[170]. Un año más tarde, Wallace se casaba con la hija mayor de Mitten, Annie.

Las respectivas familias y su situación, sus circunstancias, indudablemente influyeron en el trabajo de ambos científicos. Emma Wedgwood resulta determinante en la vida de Darwin. Hija de su tío Josiah, y por tanto, prima hermana, se conocían desde niños. Pero Darwin se fija en ella en 1837 al hacer una visita a la familia de camino a su casa de Shrewsbury. Casi un año más tarde, se confía a su padre, Robert, y éste le pone en guardia sobre las ideas tradicionalmente religiosas de los Wedgwood, que contrastan con los más liberales Darwin. Sin preocuparse mucho, Darwin se declara a Emma y contraen matrimonio el 29 de enero de 1839. Acaba de unirse al más firme puntal del resto de su vida[171]. Darwin siempre sintió adoración por su esposa, acrecentada con el paso de los años. Son múltiples los testimonios, en su correspondencia y en su autobiografía, en los que manifiesta un tierno cariño y un agradecimiento rayanos en la veneración[172]. Emma no sólo asumirá el papel de esposa, madre y matriarca victoriana, sino que también corrige los manuscritos de Darwin. Algunos autores opinan que Emma llegó a ejercer una auténtica censura sobre la obra de Darwin, movida por sus profundas creencias religiosas[173]. Sin embargo, Darwin supo manejar muy hábilmente estas diferencias conyugales, que nunca supusieron un escollo en su matrimonio. La influencia de la religiosidad de Emma no se produjo sobre las creencias del propio Darwin, sobre las que pesaban más las evidencias de sus investigaciones y descubrimientos, pero sí probablemente sobre sus escritos, deliberadamente ambiguos sobre la religión y las intervenciones divinas. De hecho, como apunta Kohn[174], Darwin no era «supervisado» o censurado por Emma, sino que más bien él la utilizaba como modelo o prototipo de lector victoriano convencional. Para Kohn, la influencia es tan grande que «… ni una sola palabra del ambiguo tratamiento de Dios en el Origen puede ser entendida literalmente».

Annie Mitten, la esposa de Wallace, era veintitrés años más joven que él. Aunque los datos sobre su persona no son tan abundantes como en el caso de Emma Darwin, parece que no tuvo una importancia decisiva en la vida profesional de Wallace, excepto quizá como acicate para la publicación de sus obras[175]. Annie permaneció siempre en un segundo plano dedicada al hogar y a la jardinería, afición a la que aplicó las enseñanzas recibidas de su padre, así como el gusto por las excursiones campestres, en las que acompañaba siempre a Wallace.

Las relaciones amorosas de nuestros protagonistas son también fiel reflejo de sus temperamentos, de sus circunstancias y de sus formas de entender la vida. Darwin se decide a buscar la estabilidad del matrimonio a los treinta años. Wallace se casa a la edad de cuarenta y tres. Se sabe de una relación amorosa previa al matrimonio en cada uno de ellos. Darwin se relacionó con Fanny Owen[176] durante sus años de estudios religiosos en Edimburgo, pero el noviazgo no prosperó. Wallace estuvo a punto de casarse con Marion Leslie, hija de un aficionado al ajedrez conocido por su amigo George Silk. Tras dos años de visitas pidió su mano y, con las invitaciones de boda cursadas, la novia deshizo el compromiso, lo que sumió a Wallace en una dolorosa desesperación[177].

Existe un punto de coincidencia en los entornos familiares de Darwin y Wallace. Ambos pasan por desgracias cercanas que les afectan profundamente. Darwin pierde a tres de sus hijos, Annie, Mary y Robert[178], y Wallace primero a su hermano mayor, William, después a su hermano pequeño, Herbert, en el Amazonas[179], en 1851, y por último a su hijo de seis años, Bertie, en 1874[180]. Se ha especulado sobre las consecuencias de estos sucesos. Para algunos biógrafos de Darwin, la muerte de sus lujos fue decisiva para el definitivo abandono de sus creencias religiosas[181] y la adopción del agnosticismo de su madurez. Wallace busca refugio en el esplritualismo, por el que se sintió inclinado desde su juventud, frecuentando la compañía de médiums que llegan a informarle que «Bertie se encuentra bien, está al cuidado de su tío Herbert».

El trabajo como ocupación cotidiana en los dos investigadores debe considerarse teniendo siempre en cuenta una circunstancia diferencial y determinante: la situación económica. Desde su infancia, Darwin no tiene que preocuparse por trabajar para ganarse el sustento y el de su familia[182]. Ello no significa que no se implique en la administración y gestión de su patrimonio, que llevaba puntual y meticulosamente[183]. Pero su mente está libre para dedicarse a la investigación: el dinero no es un problema. Wallace, en cambio, no disfrutó nunca de una posición económica acomodada, ni siquiera desahogada. Procedente de una familia sin recursos, sus problemas financieros fueron una constante durante toda su vida y determinaron muchas de sus decisiones, con consecuencias en sus trabajos. A ello se une un talento nulo por los asuntos monetarios, que le perseguiría siempre[184]. Wallace, a diferencia de Darwin, nunca dejará de pensar en el lado práctico y económico de su trabajo: sus expediciones al Amazonas y al archipiélago malayo tienen una finalidad científica, sí, pero también una motivación económica. Pretende conseguir ejemplares que vender a museos y coleccionistas particulares. Su gran ambición es ganarse la vida dedicándose a la historia natural[185].

Las aventuras editoriales de ambos también rinden resultados dispares. Mientras que Darwin siempre vendió muy bien sus libros, algunos como auténticos best-sellers, Wallace no tuvo tanto éxito, si bien en determinadas épocas de su vida, ya de regreso en Inglaterra, sus artículos y colaboraciones en revistas fueron casi su única fuente de ingresos[186]. Y, sin embargo, Wallace escribía bien. El propio Darwin lo reconoce cuando tiene que animar a Bates, poco dotado para la pluma:

Algunos han nacido con la facultad de escribir bien, como Wallace. Otros, como yo mismo o Lyell, tenemos que trabajar mucho y muy intensamente con cada frase[187].

Es éste otro rasgo interesante en el que Darwin y Wallace difieren. La facilidad de escritura de Wallace, su estilo incisivo y su amenidad van de la mano de su mente despierta, su carácter impetuoso aunque afable y su rápida capacidad deductiva, rayana en la genialidad. Pero paradójicamente, parece que en el trato directo era irresistiblemente tímido. La timidez, que le hacía aparecer casi azorado, pudiera ser una reacción inconsciente que refleja cierto sentimiento de inferioridad por su aparente falta de preparación y su extracción social. Ello tiene consecuencias, como el rechazo de la esposa de Lyell o su escasa elocuencia ante un auditorio científico. Lo hace mucho mejor en un libro o en un artículo. A menudo alude a su condición de aficionado cuando quiere librarse de compromisos no deseados[188]. Pero no duda en saltar a la arena de la discusión científica, donde se muestra vehemente. Por el contrario, Darwin es la reflexión, la calma, la prudencia, el método pausado. Muchas veces se ha calificado a Darwin de tímido, pero el término más adecuado es reservado. Su trato personal no es tímido, sino cercano y afectuoso. A diferencia de Wallace, Darwin rehúye el enfrentamiento con sus detractores. En los años tras el Origen fue Huxley el encargado de las controversias y la polémica. Y en menor medida, Hooker y el propio Wallace. Darwin sigue al pie de la letra un temprano consejo de Lyell:

… hace muchos años, y en relación con mis obras geológicas, [Lyell] me aconsejó firmemente que no me enredara en polémicas, pues raramente se conseguía nada bueno y ocasionaban una triste pérdida de tiempo y de paciencia[189].

Otro detalle. Darwin dibuja muy mal[190], a diferencia de Wallace, que lo hace con elegancia y precisión. Ambos poseen inventiva y cierta habilidad manual. En el caso de Darwin, desarrollada a través de sus continuos años de experimentación «casera». Su hijo Francis habla de sus disecciones como fruto de su gran paciencia y cuidado, no de su habilidad[191]; también describe, casi fotográficamente, su mesa de disección, sus útiles de trabajo, sus cajones llenos de cachivaches que guarda «por si acaso», su forma de etiquetar los experimentos y los objetos con hilos de colores. La habilidad manual de Wallace también deriva del trabajo, pero en su caso, de la tediosa tarea de preparar, conservar y embalar miles de ejemplares de todo tipo. Wallace necesita ser preciso y meticuloso en su trabajo práctico porque, a la postre, su economía depende de la perfección de sus montajes. Un escarabajo con todos sus artejos perfectamente visibles, o una mariposa con las alas extendidas de forma perfectamente simétrica alcanzarán un precio más elevado[192]. Wallace se ve obligado a aplicar su inventiva no al diseño experimental, como Darwin, sino a impedir que sus ejemplares y colecciones se malogren[193]. Quizá esta tediosa labor fue responsable del posterior apartamiento de Wallace del trabajo experimental, reservando sus habilidades en Inglaterra para el cultivo de orquídeas en su invernadero. Porque a diferencia de Darwin, cuando Wallace regresa de sus años en Malasia, no realiza ningún tipo de experimentación. Su período experimental es la selva, y ya pasó.

Podemos comparar la forma de trabajar de Darwin y Wallace, aunque no es fácil establecer un paralelismo entre sus respectivas rutinas diarias[194]. Darwin se levanta temprano y da un corto paseo antes de desayunar. A las ocho se pone a trabajar durante hora y media, la más productiva del día según sus propias palabras. Tras una interrupción de una hora para recoger y abrir la correspondencia, vuelve a trabajar hasta mediodía. Otro paseo antes del almuerzo, al que sigue la lectura de la prensa tumbado en el sofá. Contesta cartas hasta las tres de la tarde, cuando hace que le lean alguna novela mientras descansa y fuma un cigarrillo. Vuelve a pasear y regresa al trabajo una hora, hasta las cinco y media. Otro rato de lectura antes de la cena, ligera, casi un refrigerio, a las siete y media. En la sobremesa, unas partidas de backgammon con su esposa, un rato de lectura científica y a menudo un pequeño concierto por parte de Emma antes de acostarse a las diez, aproximadamente[195]. En total, no más de cuatro horas de trabajo diario, repartidas en breves períodos[196]. Darwin no se plantea fechas ni plazos para su trabajo. Sólo lo da por terminado cuando queda satisfecho, y tal cosa sólo ocurre después de haber sopesado todas las posibilidades, haber acumulado todos los datos y haber realizado todas las comprobaciones[197]. En realidad, puede decirse que de todas sus obras, solamente el Origen escapa a esa tónica.

Wallace mantuvo casi el mismo ritmo de trabajo en Malasia que en el Amazonas. Se levanta aun antes que Darwin, a las cinco y media. Una taza de café y se sienta a trabajar con los insectos del día anterior para colocarlos y apartarlos y dejar sitio para los de la jornada. Desayuna a las ocho y a las nueve sale a la selva, donde permanece cazando hasta las dos o las tres de la tarde. Se cambia de ropa y mata sus capturas. Come a las cuatro y vuelta al trabajo hasta las seis. Un rato de lectura o de charla, que se suprime si las capturas han sido numerosas y necesita dedicarles más tiempo, y se acuesta a las nueve[198].

Es difícil evaluar la jornada de trabajo de Wallace. En realidad, la mayor parte de su tiempo, por no decir todo su tiempo, está ocupada por las labores de recolección y preparación de los materiales. Sólo después de la cena puede dedicar un rato a escribir cartas, tomar notas o componer su diario. Si bien la selva es su laboratorio, Wallace no experimenta. Sólo observa. Y asimila. Después reflexiona y busca relaciones. Causas para los efectos que ve en la jungla. Es realmente digno de admiración, y una marca de genialidad científica, que partiendo de una formación autodidacta, en condiciones precarias, con dificultades económicas y un ritmo de trabajo agotador, Wallace encontrara tiempo, energías y recursos mentales para elaborar sus estudios, tanto los meramente descriptivos como los dedicados «al problema de las especies». Sin embargo, cuando en 1858 escribe a Darwin y desencadena los acontecimientos relacionados con los textos que se presentan en este libro, se advierte cierto cambio cualitativo en su actividad. Deja cada vez más el trabajo de campo en manos de sus ayudantes, especialmente a cargo del eficaz Alí, y él se dedica con mayor énfasis a extraer conclusiones y escribir. Se va percatando paulatinamente de que está consiguiendo su ansiada meta de tener un lugar en la ciencia. Por eso, cuando recibe presiones de su familia para que regrese, o cuando el propio Hooker se lo sugiere, se niega cortés pero firmemente[199] y cargado de razones, todas ellas relacionadas con su vocación científica, con lo que queda por descubrir y lo mucho que sus observaciones pueden dar de sí en el terreno teórico. Los ejemplares quedan ahora en segundo plano: ya ha reunido materiales para más de una vida de estudio, aunque sólo fuera con la descripción de especies.

Ambos, Darwin y Wallace, encontraron escollos a lo largo de sus vidas para el desarrollo de su labor científica. Para Darwin, la gran dificultad, su rémora, fue su salud. Desde su juventud fue aprensivo e hipocondríaco, y ya en los días previos a embarcarse en el Beagle se sintió enfermo, aunque no dijo nada por temor a quedarse en tierra[200]. Casi desde el momento de embarcarse sufre fuertes mareos, de los que no se libraría durante todo el viaje[201]. A la vuelta del periplo empieza a sentir molestias estomacales en 1837, que se prolongarían el resto de su vida, y de nuevo «problemas en el corazón». Un año más tarde se queja además de jaquecas y náuseas. Hacia 1840 estos síntomas se agravan, y cualquier emoción o sobresalto le hacen caer enfermo. Visita a su padre, esta vez como paciente, y el diagnóstico es «causa desconocida». Las crisis se suceden y afectan a su trabajo. En 1844 deja instrucciones escritas a su esposa para la publicación de su Essay «en caso de muerte repentina», lo que da idea de su poca confianza en su estado de salud. Sus períodos de postración total son frecuentes e intensos, hasta el punto de que cuando muere su padre se encuentra tan enfermo que no puede asistir al funeral. Nuevos síntomas hacen su aparición, como manchas en el campo visual o problemas para articular palabras. Se desespera e intenta cualquier cosa, incluso los tratamientos hidropáticos que están de moda en la Inglaterra victoriana[202]. Tras la estancia en el balneario se siente mucho mejor, y con el tiempo, las visitas a establecimientos hidropáticos serían frecuentes, con éxito variable[203]. Su eterna mala salud le mantiene cada vez más recluido en su casa, e incluso limita las visitas que recibe y el tiempo que dedica a los amigos, a la familia y al trabajo[204]. Su rutina diaria, que ya dividía la labor en períodos cortos, se ve incluso más reducida aún en etapas de crisis o de estrés, cuando no puede estar más de treinta minutos seguidos trabajando.

La naturaleza de su enfermedad ha sido objeto de numerosas disquisiciones, sin resultado concluyente hasta hoy. Se ha especulado sobre la posibilidad de que se tratase de un trastorno de tipo psicosomático, dada la coincidencia de períodos agudos con situaciones de estrés[205] y sus claras tendencias hipocondríacas. Pero también se ha sugerido, por el estudio de la sintomatología, que padeciese la enfermedad de Chagas, una afección parasitaria causada por el protozoo Trypanosoma cruzi. El vector transmisor de este parásito es la vinchuca o chinche hocicona[206], cuya conducta hematófaga describe Darwin en El viaje del Beagle, señalándose a sí mismo como objeto de sus picaduras.

Wallace encontró, como ya hemos visto, grandes dificultades debidas a su situación económica, siempre precaria[207]. Pero muy a menudo, sus problemas tienen su origen en él mismo. Wallace es disperso. Su enorme inquietud intelectual le lleva a interesarse por los más variados temas, y la intensidad de su carácter no le permite sino volcarse de lleno en cada uno de ellos. Algunos, como el interés por la situación de los trabajadores y el socialismo, o el esplritualismo, proceden de sus años de juventud, pero se ven acrecentados en su madurez. Dedica a ellos tiempo, energías y recursos que claramente van en detrimento de la investigación y la ciencia. Y no sólo eso. Tales ocupaciones le suponen muchas veces un descrédito considerable entre sus colegas científicos[208].

EL «SKETCH» Y EL «ESSAY»: EL ORIGEN DEL «ORIGEN»

Dos de los textos que se ofrecen aquí, generalmente conocidos como el Sketch de 1842 y el Essay de 1844[209], corresponden a los primeros intentos de Darwin de poner en limpio, negro sobre blanco, sus ideas y deducciones. Como es sabido, Darwin «ve la luz» sobre el mecanismo de la evolución en octubre de 1838 al leer el ensayo de Malthus sobre la población. El problema le preocupaba desde tiempo atrás, cuando sus observaciones sobre la fauna de las islas Galápagos le hicieron anotar «… tales hechos minarían la inmovilidad de las especies»[210]. De acuerdo con sus propios cálculos, eso ocurrió en marzo de 1837:

En julio comencé mi primer cuaderno sobre «la transmutación de las especies». Desde el previo mes de marzo me habían impresionado los fósiles sudamericanos y las especies del archipiélago de las Galápagos. Tales hechos, y especialmente estos últimos, son el origen de todas mis ideas[211].

Lee el ensayo de Malthus quince meses después:

En octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber empezado mi estudio sistemático, se me ocurrió leer por entretenimiento el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí enseguida que bajo estas condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de especies nuevas. Aquí había conseguido por fin una teoría sobre la que trabajar; sin embargo, estaba tan deseoso de evitar los prejuicios que decidí no escribir durante algún tiempo ni siquiera el más breve esbozo. En junio de 1842 me permití por primera vez la satisfacción de escribir un resumen muy breve de mi teoría, a lápiz y en 35 páginas; éste fue ampliado en el verano de 1844, convirtiéndose en otro de 230 páginas que copié entero y que todavía poseo[212].

Éstos son los textos que conocemos por el Sketch y el Essay, respectivamente[213]. A pesar de varias indicaciones confusas procedentes de fuentes diversas[214], puede establecerse sin lugar a dudas la fecha de ambos textos en 1842 y 1844.

El primero de ellos es, simplemente, un borrador, y probablemente Darwin se hubiera escandalizado de verlo impreso[215]. Su interés podría reducirse al puramente histórico, como primer registro de las ideas de Darwin escrito por él mismo. Pero el segundo, aunque tampoco alcanzaría los estándares mínimos exigidos por Darwin para publicar, es en sí mismo un texto completo, con estructura, organización y contenido. Gavin de Beer opina que «en ciertos aspectos es preferible al Origen. Es más fresco, más corto, más simple, más directo»[216]. En el Essay podemos encontrar las razones que movieron a Darwin, quien se afanaría más tarde en aportar pruebas, que incorporó en el Origen.

Es curioso que Darwin escribiera el Essay en 1844, es decir, catorce años antes de que Wallace arribara a las mismas conclusiones en 1858. Habida cuenta que la diferencia de edad entre ambos era también de catorce años (1809 y 1823) resulta que los dos realizaron su trascendental descubrimiento a la misma edad, treinta y cinco años.

La información existente sobre el Sketch y el Essay procede en su mayor parte del hijo de Darwin, Francis, quien publicó ambos textos en 1909 bajo el título The Foundations of the Origin of Species[217]. De acuerdo con el diario de Darwin, escribió el Sketch durante su estancia en Maer y Shrewsbury entre el 18 de mayo y el 18 de junio de 1842. El manuscrito permaneció, si no oculto, sí traspapelado en un armario bajo las escaleras de Down House y no fue descubierto hasta que se vació la casa tras la muerte de Emma Darwin, en 1896. Consta de 37 páginas de papel de mala calidad, escritas con lápiz y con claro apresuramiento. Muchas de las frases están inacabadas, y presentan una estructura caótica, a veces casi sin sentido. También abundan las correcciones y tachaduras, así como notas y párrafos completos escritos en el reverso de las páginas, muchas veces con la intención de ser insertados en el texto[218].

Del texto del Essay de 1844 existen dos ejemplares. Por un lado el original de Darwin, que consta de 189 páginas de su propia mano, y por otro, la copia que manda hacer[219] y que «crece» hasta las 230 páginas a las que se refiere más arriba. Este último ejemplar consiste en un paquete de hojas atadas entre las que se encuentran intercaladas páginas en blanco[220], y es el que Darwin muestra a Hooker en 1847 y posteriormente le envía como comprobación durante los sucesos de 1858[221]. La prueba de la relación entre los textos de 1842 y 1844, además de la concordancia y la correspondencia de contenidos, se encuentra en una acotación de la mano de Darwin en el reverso de la página del índice del manuscrito original del Essay:

Éste se escribió como extensión de un boceto en 37 páginas a lápiz (este último escrito en el verano de 1842 en Maer y Shrewsbury) a principios de 1844 y terminado en julio; finalmente corregí la copia hecha por Mr. Fletcher en la última semana de septiembre.

Se han resaltado a menudo, y con justicia, los paralelismos entre el Essay y el Origen. Sin embargo, como apunta Gavin de Beer[222] hay que tener en cuenta que Darwin no escribió su conocida obra a partir del Essay, sino extractando los capítulos que tenía preparados de su «gran libro»[223] y redactando los que le quedaban por escribir con el mismo criterio restrictivo. Lo que, por otro lado, no disminuye en ningún momento el carácter de antecedente de los textos de 1842 y 1844.

Darwin tenía muy en mente la existencia de su Essay de 1844. Quizá también por eso se resistía a escribir nada que no fuera ya la gran obra, la definitiva[224]. Sabía que tenía una especie de «seguro» guardándole las espaldas. Por ello, y como una manifestación más de su carácter aprensivo sobre su propia salud, escribe una carta a su esposa Emma con instrucciones de dar a la luz su Essay de 1844 en caso de que muera antes de completar su «gran libro»[225]:

[Down, 5 de julio de 1844]

… Acabo de concluir el esquema de mi trabajo sobre la teoría de las especies. Si, como pienso, llega un momento en que la acepten incluso aquellos que están capacitados para juzgarla, será un paso considerable en la ciencia.

Por eso escribo esto, por si muriera repentinamente, como mi último y solenmnísimo ruego, que estoy seguro atenderás como si estuviera legalmente incluido en mi testamento: que dedicarás cuatrocientas libras a su publicación, y además te ocuparás tú misma, o por medio de Hensleigh(11), de darle publicidad. Deseo que se entregue mi esquema a una persona competente, junto con esta suma, para inducirla a que trabaje en su ampliación y mejora. Le dejo todos mis libros de historia natural, que están anotados, o bien tienen al final referencias a las páginas, con el ruego de que repase cuidadosamente y considere los pasajes que de hecho tengan relación, o que pudieran tenerla, con el tema. Quiero que hagas una lista de los libros que presenten algún atractivo para un editor. También deseo que le entregues todos los papeles que están distribuidos aproximadamente en ocho o diez carpetas de varias obras, y que son los que pueden servir al que realice la edición de la mía. También te pido que ayudes tú, o algún amanuense, a descifrar cualquier apunte que aquél pudiera juzgar de utilidad. Dejo al criterio del autor de la edición la decisión de interpolar estos datos en el texto, o incluirlos como notas, o con apéndices. Como el repaso de las referencias y apuntes constituirá una larga tarea, y como además exigirá bastante tiempo la corrección, ampliación y modificación de mi esquema, dejo esta suma de cuatrocientas libras como remuneración, y también los beneficios del libro. Considero que a cambio de esto el autor de la edición ha de publicar el esquema, bajo su propia responsabilidad, o bajo la de un editor. Muchos de los papeles que hay en las carpetas sólo contienen anotaciones preliminares y opiniones prematuras que ahora mismo no representan ningún valor, y muchos de los datos probablemente resultarán sin relación con mi teoría.

Respecto de los que se ocupen de la edición, si Mr. Lyell pudiera hacerlo, sería el mejor; creo que encontraría agradable el trabajo y descubriría algunos datos que son nuevos para él. Como el autor de la edición ha de ser geólogo además de naturalista, el ideal después de Lyell sería el profesor Forbes de Londres. El que le sigue (y aún sería mejor en muchos aspectos) es el profesor Henslow(12). El doctor Hooker sería muy bueno. Después de él Mr. Strickland[226]. Si ninguno de ellos quiere encargarse, te ruego consultes a Mr. Lyell o a cualquier otra persona capacitada, para que busque a un geólogo y naturalista. Si fueran necesarias otras cien libras para conseguir un buen autor, te suplico encarecidamente que aumentes hasta quinientas. Puedes ceder el resto de mis colecciones de historia natural a cualquier museo donde las acepten…

Lyell, especialmente asistido por Hooker (y por cualquiera que le ofrezca una buena ayuda en zoología), sería el mejor de todos. Pero si no hay nadie que se comprometa a perder tiempo en este trabajo, será inútil pagar esa suma[227].

Si hubiera alguna dificultad para encontrar un autor que se dedicara completamente a la materia y pusiera en relación los pasajes marcados en los libros y copiados [¿en?] los apuntes, haz que mi esquema se publique tal como está, con la observación de que fue redactado hace algunos años, de memoria, sin consultar obra alguna, y sin intención de publicarlo con la presente forma.

La profunda amistad que desarrollaría con Hooker, y la incondicional confianza que le profesaba, le hizo finalmente decantarse por él como depositario del núcleo de su pensamiento. Por ello, en 1854, escribió en el reverso de la carta a Emma:

Hooker es, con mucho, el más adecuado para editar mi volumen sobre las especies. Agosto de 1854.

La confianza de Darwin en sus propias ideas y en sus métodos de trabajo, junto con su convicción de que las primeras impresiones son generalmente reales y válidas, probablemente son las razones que la llevaron a conservar, desde el Sketch al Origen, pasando por el Essay, la misma frase como remate de los tres textos:

Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas, las más bellas y portentosas[228].

Esta frase ha servido, y sirve, a muchos creacionistas como argumento. Pero probablemente no se trate más que de un recurso literario que atestigua que, al fin y al cabo, Darwin y su obra son también un producto y un reflejo de su tiempo. Como los escritos de Leonardo da Vinci, siendo futuristas, no dejan de ser a la vez típicos exponentes de las expresiones renacentistas. Y como la propia Biblia es un reflejo formal de las distintas épocas en que fue escrita.

Sólo otra interpretación es posible. La citada frase de Darwin es una defensa, un seguro que el autor introduce intencionadamente, a sabiendas de que las mayores oposiciones, los mayores escollos y los más furibundos ataques vendrán del lado de la ortodoxia religiosa. Darwin sabe así muy bien cómo poner «una vela a Dios y otra al diablo». Por la misma razón que en El origen de las especies elude, deliberadamente, cualquier referencia a la especie humana. En su cabeza ya estaba el origen del hombre. Pero prefiere evitarse problemas antes de tiempo, y aun así, no siempre lo consiguió. Estas actitudes prudentes, que demuestran un gran tacto intelectual y una gran previsión desde un punto de vista práctico a la hora de publicar sus ideas, no eran nuevas en Darwin. Ni tampoco ocultas. Preguntado por Wallace sobre el particular, le contesta taxativamente:

Me pregunta si trataré de la especie humana; creo que evitaré hacerlo, porque es un asunto completamente rodeado de prejuicios, aunque admito totalmente que constituye el mayor y más interesante problema para un naturalista[229].

RELACIÓN INICIAL DE DARWIN Y WALLACE

Puede asegurarse sin temor que la relación de Darwin y Wallace comienza en 1855. El punto de partida es el trabajo de Wallace publicado ese año en los Annals and Magazine of Natural History[230]. Pero anteriormente se había producido un hecho relevante, aunque no trascendente. A finales de 1853, o según otros, a principios de 1854, Darwin y Wallace se conocieron personalmente al coincidir en las salas de entomología del Museo Británico. Wallace se encontraba en Inglaterra en el período entre sus dos grandes aventuras viajeras, el Amazonas y Malasia. Aprovechaba el tiempo para preparar su trabajo y planificar en lo posible sus objetivos. Además de mantener los contactos con la vida científica de la metrópoli, visitaba asiduamente las salas del Museo Británico con el fin de documentarse y de poder apreciar las posibles «lagunas» en las colecciones. Podría así fijar los objetivos de sus expediciones de caza y recolección y centrarse en los grupos y ejemplares que resultasen más interesantes y lucrativos.

A su vez, Darwin, si bien ya asentado y casi retirado en Down, todavía visitaba ocasionalmente el museo, aunque sin intervenir por lo general en reuniones y discusiones científicas. El encuentro se desarrolló durante unos minutos sin pena ni gloria; tanto es así que Darwin no hace referencia alguna a él en su Autobiografía, y Wallace sólo recuerda que «no ocurrió nada reseñable»[231].

Está claro que Wallace conocía y admiraba a Darwin desde sus primeros contactos con la historia natural. Lee y relee el libro de Darwin sobre el viaje del Beagle y se mantiene informado de sus publicaciones. Probablemente[232], y aparte del encuentro personal en el Museo Británico, del que ni se acuerda, Darwin sabe de Wallace cuando éste ya está en Malasia. Uno de sus correspondientes era el rajá de Sarawak, Brooke, hombre de múltiples intereses y actividades que ejerció de facto como protector de Wallace[233]. En la correspondencia de Darwin se conserva un memorando escrito en diciembre de 1855 en el que aparece Wallace inmediatamente tras Brooke[234]. No es descabellado suponer que el rajá comentara a Darwin la presencia de Wallace en sus dominios y la posibilidad de obtener ejemplares y materiales con su concurso[235]. Al fin y a la postre, para eso había ido a Malasia. Como veremos más adelante, Wallace cumple diligentemente los encargos[236] y aprovecha para «hablar de ciencia» con Darwin. El punto de inflexión, cuando para Darwin Wallace pasa del papel de «conseguidor» al de «naturalista», o lo que es lo mismo, de «proveedor de ejemplares» a «científico que obtiene datos», es la carta de Darwin fechada el 1 de mayo de 1857 y su precedente, de Wallace a Darwin el 10 de octubre de 1856[237]. A partir de entonces Darwin le trata y considera como colega. Pero nunca, hasta 1858, se le pasa por la cabeza que Wallace esté trabajando en lo mismo que él, o que pueda suponer ningún tipo de peligro o de competencia. A pesar de las advertencias de Lyell.

EL TRABAJO DE WALLACE DE 1855

Los textos que son objeto de este volumen forman en sí mismos una unidad, conceptual e histórica. Pero también plantean muchos interrogantes a los que sólo puede darse respuesta descendiendo un escalón más. La idea, ampliamente extendida, de que Wallace tuvo un arranque de inspiración, una especie de revelación súbita durante un acceso febril de malaria, se presenta a menudo como el punto de partida de los acontecimientos. Los detractores de la «industria Darwin» ven inmediatamente un intento de rebajar la figura o el genio de Wallace en lo que no puede ser sino una reducción en exceso simplista. En realidad, gran parte de la tribulación de Darwin, de los acontecimientos posteriores y de las reacciones de los personajes implicados deben entenderse a la luz del trabajo que Wallace escribió en Sarawak en febrero de 1855 y que envió a través de su agente Stevens para su publicación en los Annals and Magazine of Natural History[238]. Este trabajo, aunque bien conocido, se cita a menudo de pasada, como una especie de prólogo introductorio y sin concederle la importancia que realmente tiene[239]. El artículo era la respuesta, casi visceral, ante la aparición de otro de Edward Forbes[240] donde se exponía una teoría de la «polaridad» para explicar «el divino esquema de la creación». Una vez escrita y enviada su réplica, Wallace espera noticias impaciente, en especial algún tipo de reacción de Forbes. Su idea, más o menos soterrada, era llegar a polemizar científicamente a través de artículos en las revistas especializadas, lo que le abriría la ansiada posibilidad de reconocimiento por parte de la élite intelectual. No podía saber, desde su lejano Sarawak, que Forbes había fallecido en noviembre de 1854, a los treinta y nueve años, y sólo un mes después de que apareciera su artículo. Solamente recibió una casi descorazonadora carta de su propio agente, Stevens, quien le recordaba que la clase científica pedía «más hechos y menos teorizar», una clara invitación a limitar su actividad al trabajo recolector.

La reacción de Wallace es compleja. Por un lado se muestra indignado ante la carencia de respuesta, que interpreta como una falta de interés por su trabajo. Así se lo hace saber a su protector, el rajá Brooke, quien, condescendientemente, le dedica unas encendidas palabras de apoyo, aunque no está en absoluto convencido por los argumentos de Wallace. Pero por otro lado, el 12 de marzo del mismo año de 1855 comienza un nuevo cuaderno de notas[241], especialmente desordenado y caótico, pero que contiene muchas de las ideas principales sobre la evolución surgidas durante su estancia en el archipiélago malayo.

Pero volvamos al artículo de los Annals. El trabajo de Wallace sin duda da en el blanco; evidentemente, no aporta o no encuentra el punto clave: el mecanismo por el que se produce el cambio evolutivo. Sin embargo, su exposición del hecho evolutivo es directa, incisiva e incluso elegante. No lo es tanto la terminología que utiliza, y es probable que en ello radique la diferente impresión que produjo. Wallace no habla, por supuesto, de «evolución», término aún no introducido en la jerga. Pero tampoco se refiere a la «transmutación», el vocablo en boga en la época. Y cita repetida y expresamente la «creación»(13):

La actual condición del mundo orgánico está derivada claramente de un proceso natural y gradual de extinción y creación de especies desde los producidos en los últimos períodos geológicos[242].

… todos los intentos de conseguir una clasificación y una organización naturales de los seres orgánicos muestran que ambas cosas se han conseguido en la creación[243].

… la misma emigración original pobló todas las islas con la misma especie a partir de la cual se crearon prototipos con diferentes modificaciones, o bien las islas se poblaron sucesivamente unas a partir de otras, pero las nuevas especies se han creado según cada uno de los modelos de las preexistentes[244].

Es posible que Wallace utilizara esta terminología intencionadamente, quizá en un exceso de prudencia para no resultar demasiado agresivo o avanzado ante la aristocracia científica victoriana. Otros giros y expresiones apuntan en la misma dirección, que hoy podemos calificar de ambigua, como cuando utiliza repetidamente «come into existence». Pudiera ser que Darwin interpretara estas expresiones como una clara indicación de las inclinaciones creacionistas del autor. Podría así explicarse el aire condescendiente con que anota en su propio ejemplar:

Nada realmente nuevo… Todo parece creación en él… Es todo creación, pero… su ley es consistente; considera los hechos con una perspectiva sorprendente… Podría decir que sustituyendo creación por generación estaría casi de acuerdo[245].

Parece que, efectivamente, Darwin no prestó una excesiva atención al trabajo, ni le concedió demasiada importancia[246]. Uno más de los muchos escritos por aficionados con especulaciones carentes de fundamento. No olvidemos que para Darwin, en ese momento, Wallace no era sino un cazador-recolector-proveedor[247] con pretensiones científicas. No es que Darwin mirara por encima del hombro; sencillamente estaba demasiado ocupado con sus propias investigaciones como para prestar demasiados oídos a todo lo que se publicaba.

Pero nada más lejos de la idea del propio Wallace, que consideraba las tesis creacionistas de Forbes como una «ideal absurdity»[248].

No se sabe a ciencia cierta si Darwin conocía el trabajo de Wallace por sí mismo, puesto que recibía regularmente los Annals[249] o bien si leyó el artículo impulsado por una carta de E. Blyth[250], en la que éste le pedía su opinión, refiriéndose a Wallace en términos elogiosos. El hecho de que Darwin anotara de su puño la referencia bibliográfica en el margen de la misiva apunta en esta dirección.

El trabajo comienza con una exposición de intenciones y pasa directamente a hacer referencias a la geología, con argumentos y explicaciones que son una clara referencia a Lyell y sus Principles. Pero no lo cita expresamente. Para encontrar tal referencia hay que adentrarse hasta más allá de la mitad del artículo, en la página 190:

Sin embargo, la extinción de las especies no ofrece sino pequeñas dificultades, y el modus operandi ha sido muy bien expuesto por sir C. Lyell en su admirable «Principles».

Más adelante, al señalar hechos relacionados con la distribución territorial de los animales, establece concordancias entre la biogeografía y la sistemática, lo que constituye una visión realmente moderna para la época y uno de los núcleos centrales de su pensamiento científico posterior. Según Wallace, los animales pertenecientes a categorías taxonómicas de jerarquía inferior tienen una distribución restringida o localizada, mientras que los taxones superiores, como órdenes, familias o clases, presentan una distribución mucho más amplia, incluso cosmopolita. En realidad, desarrolla, a partir de sus propias observaciones y bajo el prisma de la geografía, algo que ya había avanzado el sueco Linneo un siglo antes: «Classis et ordo est sapientia; genus et spes, opera naturae»[251]. Sigue insistiendo Wallace en el esclarecimiento de un Sistema Natural que sustancie la Clasificación, un fin para el que se apoya en la autoridad de H. E. Strickland, quien «tan claramente ha mostrado el auténtico método sintético para descubrir el Sistema Natural»[252].

Desde esta relación entre la biogeografía y la sistemática, enuncia «su» ley:

Toda especie ha comenzado a existir coincidiendo en el espacio y en el tiempo con una especie preexistente estrechamente relacionada.

Esta exposición parece empezar la casa por el tejado. Darwin pudo haberse sentido confundido tanto por la proposición como por la terminología. De nuevo el «come to the existence» o el «closely allied species». Cuando inmediatamente después hace referencia al ineludible antecesor, lo denomina «antitipo», y utiliza «afinidad» por homología, un concepto ya avanzado por Owen, si bien desde la perspectiva de la anatomía comparada. Es cierto que hoy podemos ver en estos párrafos de Wallace un anticipo de las teorías de Haeckel[253] al considerar la «serie natural de afinidades» como el criterio fundamental para la filogenia y las relaciones evolutivas, pero es muy probable que Darwin ya hubiera «etiquetado» a Wallace como creacionista y no interpretó estas ideas en su verdadero sentido.

Lo que sí es realmente chocante es que Darwin no reaccionara saltando de su sillón cuando leyó toda una sección del trabajo de Wallace basada, claramente y sin ningún recato, en sus observaciones de las Galápagos, aunque de nuevo sin citar expresamente su procedencia[254]. Pero es indudable que la lectura del libro de Darwin sobre su peripecia en el Beagle había no sólo impresionado a Wallace, sino que le había hecho pensar. Al explicar su hipótesis sobre el poblamiento de las islas utiliza esta vez el término «prototipo», pero una vez más en una oración confusa que ya vimos antes:

… la misma emigración original pobló todas las islas con la misma especie a partir de la cual se crearon prototipos con diferentes modificaciones, … las nuevas especies se han creado según cada uno de los modelos de las preexistentes[255].

De nuevo la creación. Es más que probable que Darwin, con justicia, creyera ver a un creacionista en el autor de estas frases, pero no se dio cuenta de que, en realidad, Wallace se le estaba colando por la puerta de atrás.

Mientras Wallace se lamentaba del escaso eco de su trabajo, las cosas en Inglaterra seguían su curso. Entre septiembre y noviembre de 1855, el artículo de Wallace llegó a las manos de Charles Lyell[256]. El renombrado geólogo, quizá más curtido y menos ensimismado que Darwin, captó enseguida el posible alcance de las ideas del autor, que lo situaban directamente tras los lentos pasos del inquilino de Down House. Sí debió de quedar impresionado Lyell, y especialmente por el uso que hacía Wallace de sus propias ideas, puesto que poco más de un mes después de la publicación del trabajo, en noviembre de 1855, inició su propio cuaderno de notas sobre el particular[257]. Pero Lyell es consciente del alcance del artículo de Wallace y busca la oportunidad de planteárselo a Darwin. Ésta se produce cuando Darwin le invita a visitar Down House en abril de 1856[258]. Si bien la presencia de Lyell en el hogar de los Darwin no era nada extraña, dada la cercana relación que les unía, en esta ocasión la intención de Darwin es que su amigo, por el que siente un profundo respeto como científico, encabece la relación de hombres de ciencia a los que presentar sus ideas[259]. Expone así al geólogo el estado actual de su trabajo, incluida su teoría de la selección natural. La relación de Lyell es de sincera amistad: no se muestra entusiasta, ni siquiera de acuerdo; pero urge a Darwin a poner en orden sus notas y publicar su trabajo, partiendo del Essay de 1844. Es entonces cuando le habla del artículo de Wallace(14).

Darwin hace caso a Lyell sólo a medias. Aunque casi a regañadientes[260], acepta escribir «un corto ensayo» sobre su teoría de la selección natural. El «corto ensayo» acabaría convirtiéndose en On the Origin of Species. Pero no da importancia al trabajo de Wallace(15). Ya lo había juzgado. Como el propio Darwin diría tiempo después, «las primeras impresiones son generalmente las correctas»[261].

Tras la visita de Lyell, Darwin «aparca» a Wallace hasta el 1 de mayo de 1857. En esta fecha escribe una carta que se cuenta como la primera que se conserva de la correspondencia entre ambos[262]. En ella podemos encontrar comentarios elogiosos sobre el trabajo de los Annals, evidentemente mucho más suaves que las anotaciones privadas en los márgenes de su ejemplar:

Veo claramente que hemos pensado de forma muy parecida y que hasta cierto punto hemos llegado a conclusiones similares. Con respecto a su artículo en los Annals, estoy de acuerdo con la veracidad de su contenido, casi palabra por palabra.

¿Por qué tarda Darwin casi dos años en reaccionar? ¿Por qué se dirige ahora a Wallace? Para encontrar respuestas debemos retroceder de nuevo a 1856. En su camino hacia las Célebes, Wallace pasó por Lombok, desde donde escribió a su agente, Stevens, con instrucciones sobre un envío de ejemplares y materiales[263]:

… la variedad de pato doméstico es para Mr. Darwin y quizá también quiera el gallo de la jungla.

Es evidente que entre diciembre de 1855 y agosto de 1856 Darwin había requerido los servicios de Wallace como proveedor de ejemplares exóticos[264]. Probablemente en su petición Darwin hizo alguna referencia al trabajo de los Annals, por cortesía, si, pero también para conseguir los citados ejemplares, y ¿por qué no?, para, una vez aleccionado por Lyell, saber el alcance de las ideas de Wallace. Éste, a su vez, ve en el contacto con Darwin la ansiada oportunidad para abrirse camino entre la élite científica y se apresura a satisfacerle.

Pero hay más. Es muy probable que los comentarios de Darwin sobre el artículo de los Annals no fueran sino la respuesta a una petición del propio Wallace. Éste envió una misiva a Darwin el 10 de octubre de 1856[265], posiblemente para darle cuenta del envío de los ejemplares, y aprovechó la ocasión para llamarle la atención sobre su trabajo, a la vez que pedía su opinión. En realidad pedía su apoyo, quería oír de un científico consagrado que él, Alfred R. Wallace, estaba a la altura. Darwin escribe su respuesta el primero de mayo de 1857. Como vimos antes, en términos elogiosos. Pero siempre haciendo hincapié primero en el paralelismo de sus ideas y después en que ya lleva veinte años trabajando sobre ellas. Que quede claro. Y no sólo eso. También le anticipa que está escribiendo un libro sobre el particular y hace incluso una previsión de plazos:

Este verano hará veinte años (!) desde que comencé mi primer cuaderno de notas, sobre el problema de cómo y en qué difieren las especies y las variedades unas de otras. Estoy ahora preparando mi trabajo para su publicación, pero el tema resulta tan extenso, que aunque ya he escrito varios capítulos, no creo que lo pueda mandar a la imprenta antes de dos años[266].

Por su parte, Wallace se daba cuenta de que estaba en la buena dirección. Aunque disgustado por la que percibía como escasa reacción a su trabajo[267], iba recogiendo sus frutos. Su compañero de fatigas en el Amazonas, Henry Walter Bates, le escribe una elogiosa carta, entusiasmado por el artículo de los Annals[268]:

Tengo que decir que está perfectamente bien hecho. … Pocas personas estarán en condiciones de comprender y asimilar el artículo, pero sin ninguna duda le creará una elevada y sólida reputación. … Nuevas bibliotecas habrán de escribirse.

En enero de 1858 contesta a su amigo[269] para contarle entusiasmado la opinión de Darwin sobre el artículo de los Annals. Parece profético cuando, al referirse a la larga labor de Darwin, vislumbra dos posibilidades. O bien Darwin le evita tener que desarrollar su hipótesis, porque resulte estar de acuerdo con él, o bien «le dará problemas si llega a otra conclusión. —Pero en cualquier caso—, sus datos estarán ahí para que yo trabaje sobre ellos». Ya lo anticipó en el mismo artículo. En sus propias palabras:

Este trabajo… puede, y así lo espero, ser considerado como un paso en la dirección correcta hacia la completa solución del problema[270].

En 1855, cuando acaba el artículo de Sarawak, Wallace sabe que le falta algo. Exactamente tres años y un proceso febril.

LOS ACONTECIMIENTOS SE PRECIPITAN

En mayo de 1856, Darwin comienza a escribir a requerimiento de Lyell[271]. Pero le cuesta tomar una decisión que para él es crucial. Se resiste fieramente a publicar nada que no pueda apoyar con la carga de la prueba de una manera tan sólida y contundente que no admita réplica. Así lo confiesa a Lyell primero y a Hooker después[272]. Es más, se niega a hacerlo en forma de artículo en una revista, porque:

Estoy en contra de cualquier diario o revista, porque decididamente no me voy a exponer ante un editor o un consejo editorial que permita una publicación por la que puedan ser atacados.

Evidentemente, no quiere complicaciones más allá de las puramente científicas. Duda también sobre el título, que gusta de establecer antes de empezar: con Lyell se refiere a un «Species sketch» y una semana después pide consejo a Hooker sobre el «Preliminary Essay». Y no le gusta la idea de verse empujado a escribir, según él antes de tiempo, por el asunto de la prioridad:

Odio la idea de escribir por la prioridad, aunque ciertamente me sentiría humillado si alguien publicara mis ideas antes que yo[273].

Está clara la mano de Lyell en este asunto, más que probablemente inducida por la lectura del artículo de Wallace desde Sarawak. Hay que resaltar la idea de que, desde 1855 y hasta junio de 1858 en que llega el ensayo de Wallace, Darwin recibe varios avisos de lo que se le viene encima. Y hace caso omiso. Está, desde luego, el citado artículo de Wallace en los Annals. Y el perspicaz y avisado consejo de Lyell. Y tras todo ello, el propio Wallace, que directamente y sin ambages, le cuenta sus intenciones:

Por supuesto, el mero establecimiento y exposición de la teoría en ese trabajo no es sino previo al intento de demostrarlo detalladamente, lo cual ya he planificado y en parte escrito, pero que, por supuesto, precisa de mucha investigación en bibliotecas y colecciones[274].

Una vez decidido, y con el respaldo moral que le supone la opinión favorable de sus mentores Lyell y Hooker, Darwin se sumerge en la preparación del texto, que en principio, planificó «con una extensión tres o cuatro veces mayor de la que finalmente resultó en mi Origen de las especies»[275]. Parece que, con el paso de los meses y conforme va recopilando información y reconstruyendo su particular rompecabezas, adquiere conciencia real de lo que está haciendo. Así se lo cuenta a su antiguo asistente en el Beagle, Syms Covington:

Llevo varios años preparando para su publicación un trabajo que comencé hace veinte años… Este trabajo será mi mayor obra; trata del origen de las variedades de nuestros animales y plantas domésticos, y del origen de las especies en estado natural. Tengo que tratar todas las ramas de la historia natural, y el trabajo sobrepasa mis fuerzas y me exaspera penosamente[276].

Tras el verano de 1857, Darwin está inmerso, como siempre, en varias investigaciones a la vez. El «short essay» que comenzó a escribir hace algo más de un año está avanzado, algo más de la mitad, según estimaciones del propio Darwin. Ya ha calculado que la obra ocupará al menos cuatro volúmenes y sabe su título, Natural Selection[277]. También es el momento de ampliar sus «consultas» al círculo de científicos en los que confía plenamente. De ahí la famosa carta a Asa Gray:

Le adjunto (en copia, para evitarle problemas de lectura) un resumen muy breve de mis ideas sobre el mecanismo por el que la naturaleza crea sus especies. Las razones por las que pienso que las especies realmente cambian dependen de rasgos generales en las semejanzas, la embriología, los órganos rudimentarios, la historia geológica y la distribución geográfica de los seres vivos[278].

Darwin está trabajando en su capítulo sobre la variación en la naturaleza, que basa en estudios botánicos a los que ha aplicado laboriosos métodos estadísticos. Este tipo de tratamiento es realmente novedoso para la época, y su tozuda meticulosidad le ha hecho reconsiderar sus resultados varias veces. Sólo cuando su admirado Hooker, a quien envía el manuscrito en mayo de 1858[279], le da el visto bueno, respira aliviado. Inmediatamente comienza el siguiente capítulo, que tratará sobre el instinto animal. Pero no por ello descuida el resto de trabajos que tiene entre manos. Dos de ellos le ocupan mucho tiempo. Sus investigaciones sobre las palomas, que utiliza en relación con las aves de corral[280], le llevan a aficionarse a la columbicultura y a entrar en contacto con los principales criadores y aficionados, especialmente con William B. Tegetmeier, un criador, apicultor y naturalista vocacional con el que mantiene una abundante relación epistolar[281]. También le ocupan mucho tiempo y esfuerzo sus investigaciones sobre las abejas. Pretende utilizarlas en sus estudios sobre el instinto. La pregunta es ¿qué mueve a las obreras a fabricar las celdas de los panales con su característica y precisa simetría hexagonal? Como siempre, Darwin no se conforma con tocar los asuntos tangencialmente. Recaba información y ejemplares de abejas, panales y colmenas en todo el mundo; se embarca en complejos problemas geométricos sobre la arquitectura hexagonal de las celdas, para lo que pide y consigue la colaboración de expertos como William H. Miller[282] o su propio hijo, William Darwin.

Y mientras tanto, ¿qué hacía Wallace? Tras su etapa en Sarawak, donde ha escrito el famoso trabajo para los Annals, se traslada a Simunjon, donde espera tener suerte en la recolección de ejemplares. No se equivoca. Permanecerá allí nueve meses, dedicado fundamentalmente a los insectos, especialmente abundantes y variados[283]. Wallace no da abasto a recolectar, preparar y preservar sus ejemplares. Las minas de hulla de la localidad, con el correspondiente desmonte y deforestación proporcionan árboles caídos y restos vegetales en los que abundan los escarabajos. Wallace ofrece a los nativos dayaks un centavo por insecto, con lo que sus ejemplares se multiplican. En esta localidad captura una mariposa especialmente bella y espectacular, de diseño negro aterciopelado que alterna con manchas de un verde brillante y metálico. Es la Ornithoptera brookiana[284], que bautiza en homenaje a su protector, el rajá Brooke[285].

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Ornithoptera brookiana, mariposa descubierta por Wallace y dedicada al rajá Brooke de Sarawak.

Pero Simunjon le reserva una alegría aún mayor. Allí, el 19 de marzo, ve su primer orangután, un «mías» según la denominación de los indígenas o dayaks. El orangután era uno de sus principales objetivos como naturalista. Este primate había despertado gran expectación en Europa[286], pero muy pocos blancos habían visto uno en su entorno natural. La intención de Wallace es doble: por un lado, estudiar a estos grandes simios, sus costumbres, su alimentación, su modo de vida; y por otro, obtener cuantos ejemplares pueda para enviarlos a Europa y conseguir todo el beneficio posible, pingüe sin duda. La captura, o mejor dicho la caza, de los ejemplares hace que Wallace tenga oportunidad de observarlos largamente y estudiar sus costumbres, su alimentación, sus relaciones. Vistos desde hoy, los métodos de Wallace pondrían los pelos de punta a cualquier biólogo, y ni que decir tiene, a cualquier ecologista. Wallace caza. Dispara a casi todo lo que ve con su escopeta de avancarga. Sus descripciones de los orangutanes heridos, su caída de los árboles, el estado en que llegan al suelo y su preocupación porque el disparo no haya dañado la piel o los huesos son casi crueles[287]. No obstante, sus observaciones y los datos que recoge son suficientes como para que envíe una serie de tres trabajos sobre los orangutanes a los Annals and Magazine of Natural History[288], en los que establece fehacientemente la sistemática de estos simios, además de hacer consideraciones de cariz evolutivo, con tímidas alusiones a su relación con la especie humana. Con la estación de las lluvias regresa a Sarawak y pasa un tiempo con el rajá Brooke. Allí toma a su servicio a un joven malayo de catorce años, Alí, que se revelará como una ayuda fundamental en los años siguientes.

Decide entonces visitar y explorar las islas situadas hacia el este: las Célebes, Molucas, Timor y Nueva Guinea. Con este fin hace escala en Singapur, desde donde envía a Inglaterra otro cargamento de ejemplares, esqueletos, pieles, helechos y conchas. Para estas fechas, el nombre de Wallace empezaba a ser relativamente conocido como recolector y proveedor de excelentes e interesantes ejemplares de fauna exótica para museos y colecciones.

Desde Singapur intenta llegar a Macasar, pero al no encontrar un transporte adecuado se ve obligado a dar un rodeo, y viaja a las islas de Bali y Lombok. Cruza el estrecho que separa ambas islas el 16 de junio de 1856. Mientras Bali está claramente ligada a Java, desde el punto de vista de su fauna, Wallace encuentra en Lombok aves inequívocamente relacionadas con Australia[289]. Durante su permanencia en estas islas deduce, de sus estudios faunísticos, que pertenecen a regiones zoogeográficas distintas, la asiática y la australiana. La frontera entre ellas, pues, se limita al estrecho que las separa, de sólo unas millas de ancho. Acaba de establecer lo que desde entonces se conoce como «Línea de Wallace», uno de los descubrimientos fundamentales de la biogeografía[290]. Este descubrimiento de una nítida separación entre regiones de faunas casi mutuamente excluyentes, además de su valor científico per se, tiene otro significado, más trascendente aún: hace que Wallace se plantee seriamente las razones por las que tal separación existe. A partir de Lombok, Wallace intenta ir más allá de la mera descripción de la distribución animal. Éste será el prisma de su visión del fenómeno evolutivo, su vía de acercamiento al «problema de las especies».

Tras Bali y Lombok[291], las islas Aru, a las que llega en enero de 1857, y se instala en el poblado de Dobbo. Allí el objetivo de Wallace es más terrenal. Pretende encontrar, capturar y enviar a Inglaterra ejemplares de aves del paraíso. Además de que ningún europeo había visto una de estas aves en su entorno natural, se daba el hecho de que sus plumas eran un objeto ornamental muy cotizado en la Inglaterra victoriana, lo que daba lugar a un tráfico comercial considerable[292]. El hallazgo de las codiciadas aves sumió a Wallace en un estado de euforia, que pronto se vio contrarrestado por períodos de inactividad causados por las lluvias torrenciales o por dolencias físicas diversas, principalmente picaduras de pulgas y otros insectos[293].

Las aves del paraíso constituirían a la postre un punto clave en la vida de Wallace. Ya, sin él saberlo, las pieles de estos animales que envía a Inglaterra despiertan el interés, la admiración y los elogios de John Gould, la máxima autoridad ornitológica de la época, que estudió los famosos pinzones de las Galápagos traídos por Darwin[294]. Finalmente, a su regreso a Inglaterra en 1862 conseguiría llevar consigo dos ejemplares vivos. Tenía puestas sus esperanzas en ellos, y no las vio defraudadas. Inmediatamente constituyeron un sensacional foco de atención que, justamente, también le ilumina a él. Pero como apunta Raby[295], las aves del paraíso significaban más, mucho más. Eran la demostración ante el mundo de la bondad de sus ideas sobre la distribución biogeográfica y sobre la «belleza» como un carácter originado por la selección natural; una especie de contrapartida wallaciana a los pinzones de Darwin. Eran la prueba viva, el símbolo de sus trabajos.

En junio de 1857 recibe un paquete con el correo de siete meses; además de las noticias familiares encuentra una carta de su camarada Bates con grandes elogios acerca del artículo de 1855 en los Annals[296] y otra de Darwin, fechada el primero de mayo anterior[297]. Las noticias, y sobre todo los elogios, son un estímulo para Wallace, que entrevé el comienzo de su ansiado reconocimiento científico. Escribe casi compulsivamente varios artículos que envía a Stevens para su publicación[298]. Estos artículos son los últimos antes de provocar un terremoto en la vida de Darwin. En ellos se pueden encontrar indicios que hoy, desde la distancia temporal, son claramente indicativos del estado de maduración de las ideas evolucionistas en Wallace. Las diferencias faunísticas que observa entre las distintas islas e islotes del complejo de las Aru le llevan a pensar inmediatamente en las Galápagos y a poner seriamente en cuestión las hipótesis creacionistas de Lyell. Si las islas son gemelas en todos los sentidos posibles, cercanía, vegetación, clima, rasgos geológicos, etcétera, ¿por qué sus faunas son distintas? O según Lyell, ¿por qué hubo «actos especiales de creación» para cada una de ellas? Recordemos que Lyell argumentaba que el Creador había colocado a cada especie en el sitio adecuado para que pudiera vivir y reproducirse. Está teorizando de nuevo, en contra de los consejos de su agente Stevens. Compara las faunas de Aru y Nueva Guinea, que encuentra muy semejantes, y tiene el rasgo de inspiración de comprobar la profundidad de los mares y estrechos relacionados con las islas. Así concluye que los grandes canales que atraviesan Aru no son sino antiguos ríos procedentes de Nueva Guinea tras un proceso de subsidencia[299]. Está encontrando explicaciones para los problemas de la distribución faunística que sólo mucho más adelante verán la plena justificación con las teorías de la deriva continental y la tectónica de placas. También vuelve sobre un problema recurrente: sigue preguntándose por la diferencia, si es que existe, entre «especie» y «variedad»[300]. Se da cuenta de que no basta una distinción taxonómica basada en criterios arbitrarios, y de que ambos conceptos son muy distintos si se consideran a partir de una óptica evolucionista o si se contemplan desde los puntos de vista creacionistas. Está sentando las bases para llegar al artículo que sorprendería a Darwin.

Abandona Aru a primeros de julio y regresa a Macasar para enviar sus colecciones, que espera vender provechosamente. Así es, ya que Stevens logra doblar las quinientas libras previstas por Wallace. El 19 de noviembre se embarca para Amboina y Ternate. Desde Amboina contesta a la carta de su amigo Bates acerca del trabajo de 1855 en los Annals. Y vuelve a confirmar lo que ya había avanzado a Darwin: que está trabajando sobre el «problema de las especies»; incluso deja entrever su intención de plasmar sus ideas en un libro:

El artículo es, por supuesto, sólo la propuesta de la teoría, no su desarrollo. He preparado y escrito partes de un extenso trabajo sobre el particular en todos sus extremos, con la intención de probar lo que en el artículo está sólo esbozado[301].

Pero no llegaría a hacerlo. Su gran tratado, que iba a titularse On the Law of Organic Change quedó abandonado al aparecer el Origen… de Darwin en 1859. Los partidarios acérrimos de Wallace ven en ello un acto de suprema generosidad y abnegación[302]. En realidad no vio razón para seguir escribiendo, y tomó derroteros ligeramente distintos. Él mismo declara sentirse aliviado y agradecido por no haberse visto en la necesidad de escribir un gran tratado sobre el particular[303].

LOS DÍAS CRUCIALES

Wallace deja Amboina y llega a Ternate el 8 de enero de 1858, el día que cumplía treinta y cinco años. Tras instalarse en la isla, que tomará como base de operaciones durante los siguientes dos años y medio, planea viajar a Gilolo (Halmahera), la gran isla situada hacia el este. Parte a finales de enero o principios de febrero y visita las localidades de Sedingole y Dodinga. Permanece allí hasta primeros de marzo, pero la mayor parte del tiempo está postrado en cama con un serio ataque de malaria. La sucesión de períodos febriles y de frío intenso que caracterizan los ataques de malaria le mantienen confinado, pero su mente sigue trabajando en aquello que no necesita su presencia física. Es entonces cuando tiene su repentina revelación. A su mente acude un pensamiento que le golpea con fuerza. Es curioso cómo, quizá por la precipitación del momento, Wallace no lo registra en sus, por otra parte, minuciosos diarios y notas. Por su importancia, se muestra aquí el recuerdo que el propio Wallace hace del momento en su autobiografía[304]:

Un día algo me hizo recordar los Principios de población de Malthus que había leído doce años atrás. Pensé en su clara exposición del control positivo al incremento —enfermedad, accidentes, guerra y hambre— que mantiene la población de las razas salvajes en un promedio muy inferior al de los pueblos más civilizados. Se me ocurrió entonces que estas causas o sus equivalentes están continuamente actuando en el caso de los animales; y, como los animales crían mucho más rápidamente que la humanidad, la destrucción producida por estas causas cada año debe ser enorme para mantener el número de cada especie, ya que evidentemente éste no aumenta regularmente de año en año, pues de otra manera el mundo estaría densamente poblado por aquellos que criaran más rápidamente. Pensando vagamente sobre la enorme y constante destrucción que esto implicaba se me ocurrió plantearme la cuestión ¿por qué unos viven y otros mueren? Y la respuesta fue clara: que, en el conjunto, los mejor adaptados viven. El más saludable escapa a los efectos de la enfermedad; el más fuerte, el más rápido o el más astuto, de los enemigos; el mejor cazador o el de digestión más perfecta, del hambre y así todo. Entonces repentinamente concebí que este proceso necesariamente mejoraría la raza, ya que en cada generación el inferior moriría y el superior permanecería, esto es, que el más apto sobreviviría. Una vez me pareció ver los efectos completos de esto, pues cuando ocurren cambios en el mar o la tierra, o en el clima o la disposición de alimento o en los enemigos —⁠y todos sabemos que tales cambios se han estado produciendo— en conjunción con la cantidad de variaciones individuales que mi experiencia como recolector me ha mostrado que existen, entonces se pondrían de manifiesto los cambios necesarios para la adaptación de las especies a las condiciones cambiantes; y como los grandes cambios en el medio ambiente son siempre lentos, habría mucho tiempo para que el cambio afectara a la supervivencia del más apto en cada generación. De esta manera, cada parte de la organización de un animal se modificaría exactamente como fuera requerido y en el proceso de esta modificación el no modificado moriría y así se podrían explicar los caracteres definidos y el absoluto aislamiento de cada nueva especie. Cuando más pensaba sobre esto más convencido estaba de que por fin había encontrado la ley de la naturaleza que resolvía el problema de las especies, largo tiempo buscada. Durante la hora siguiente reflexioné sobre las deficiencias de las teorías de Lamarck y del autor de los Vestigios y vi que mi nueva teoría complementaba estos puntos de vista y obviaba cualquier dificultad importante.

Siempre de forma retrospectiva, Wallace ofreció varias versiones de este momento[305], en las que intencionadamente o no, se ve influido por los acontecimientos posteriores y por la referencia y la presencia de Darwin, especialmente el conocido pasaje de éste en que cita la obra de Malthus como su «disparador». Si embargo, mientras Darwin, quizá más consciente de la magnitud del descubrimiento, prefiere esperar, sedimentar y recabar pruebas durante veinte años, Wallace salta de la cama y, en las dos tardes siguientes, escribe un artículo que pone en claro sus ideas y desarrolla su hipótesis. Es el famoso «manuscrito de Ternate»[306].

Es bien conocida la imprecisión en la localización exacta de Wallace en el momento de escribir los papeles de Ternate. El propio Wallace siempre mantuvo que fue en Ternate, y allí estaba fechada la carta que envió a Darwin. Sin embargo, el análisis de los registros de capturas y el mismo diario de Wallace le sitúan en Gilolo. Se han querido ver intenciones ocultas en la postura de Wallace[307], pero lo más probable es que sencillamente Ternate fuera su base de operaciones, desde donde salía y adonde llegaba su correspondencia. Era «su casa» en los meses pasados en la región. Y así fechó sus escritos. En cualquier caso, este detalle carece de trascendencia y probablemente no se aclarará nunca, habida cuenta de la falta absoluta de registros y testigos alrededor de Wallace en aquellos momentos.

Una vez redactado su artículo, lo remitió a Darwin acompañado de una carta en el siguiente correo, que salió «uno o dos días después»[308]. En el mismo envío iba una carta para su amigo Bates, fechada el 4 de enero y que había ido escribiendo a lo largo de varios días[309]. Es curioso que, a pesar de la amistad e indudable confianza que mantenía con Bates, fruto de su larga convivencia en el Amazonas, y considerando que la carta que le dirigió estuvo «abierta» y sin finalizar varios días alrededor de la fecha de su descubrimiento, sin embargo no contiene ni la más mínima alusión al mismo. Probablemente, Wallace quiere presentar, incluso ante su amigo, hechos consumados. Ya le dará la noticia si su artículo tiene éxito, como espera. Pero no quiere mostrarse orgulloso de algo que aún no sabe si llegará a buen fin, y menos aún, lanzarlo a los cuatro vientos.

La carta de Wallace a Darwin se ha perdido. Tampoco se conserva el manuscrito del trabajo que la acompañaba[310]. Sólo sabemos de ella a través del mismo Wallace, que recuerda su contenido a grandes rasgos, y por la respuesta de Darwin. En My Life, Wallace rememora sus términos:

En ella le decía que esperaba que la idea fuera tan nueva para él como lo era para mí, y que podría constituir el factor que faltaba para explicar el origen de las especies. Le pedí que si lo consideraba suficientemente interesante, se lo mostrara a sir Charles Lyell, que había tenido tan buena opinión de mi artículo anterior.

¿Por qué Wallace envía la carta a Darwin, o mejor aún, a Lyell a través de Darwin? Es el propio Darwin quien casi le empuja a ello. Al escribir a Wallace ponderando su artículo de Sarawak y comentarle al mismo tiempo que Lyell lo había leído y le había gustado, abre las puertas a la decisión que toma Wallace; es casi una invitación. Darwin es muy probablemente sincero; pero también existe un punto de cortesía victoriana y, por qué no, cierto interés: necesita que le siga mandando ejemplares desde Malasia. El resultado es que Wallace le considera inmediatamente como el perfecto «introductor» ante la clase científica y los comités editoriales. Ya no necesita de su agente Stevens para semejantes asuntos; ahora tiene interlocutores directos en las más altas esferas. Y los aprovecha.

Pero tiene que volver a la cruda realidad, y comienza a preparar su ansiado asalto a Nueva Guinea, con Alí y algunos criados. Llega a Dorey, el 10 de abril, tras haber abandonado Ternate el 25 de marzo. Allí sufre una gran decepción; escasez de capturas, ni una sola ave del paraíso, heridas infectadas y nuevos ataques de fiebre que le mantienen postrado y que provocan la muerte de uno de sus ayudantes. En agosto se siente feliz de abandonar Nueva Guinea y regresa a Ternate. Todavía no sabe nada, pero ha desatado una tormenta en Inglaterra.

Se ha discutido, escrito e investigado hasta la saciedad sobre la fecha en que la carta de Wallace llegó a manos de Darwin. La mayoría de los autores, incluido el hijo de Darwin, Francis[311], están de acuerdo en datar el acontecimiento el 18 de junio. Como se verá después, Darwin escribe inmediatamente a Lyell, con fecha 18 de junio, y se refiere a la carta «que llegó hoy». Sin embargo, hay autores que mantienen que Darwin recibió la famosa carta con anterioridad. Una posibilidad[312] es que llegara a Down a la vez que la carta a Frederick Bates arribaba a Londres. Esta argumentación se basa en la eficacia cronométrica del Servicio Postal de Su Majestad, habida cuenta que ambas misivas salieron a la vez de las manos de Wallace. Otra, que deriva del estudio de los registros de los vapores correo entre Singapur y Londres[313], apunta que Darwin pudo recibir el estudio de Wallace tan pronto como el 14 de mayo, lo que significaría que Darwin retuvo la carta durante un mes, que aprovechó para corregir su manuscrito y apropiarse de las ideas de Wallace. No parece cuadrar mucho esta última posibilidad con el recto carácter de Darwin, honrado hasta el extremo. Tal proceder nunca pasó siquiera por la cabeza del inquilino de Down House, al fin y a la postre un auténtico squire victoriano.

La correspondencia de Darwin en las semanas anteriores al 18 de junio no es precisamente reveladora de estrés, preocupación o alteración alguna, rasgos que sí se aprecian claramente a partir de esa fecha[314].

Cuando Darwin lee la carta de Wallace, y sobre todo, las cuartillas que la acompañan, su reacción es una mezcla de sorpresa y desesperación. En palabras del propio Wallace, años después, «al principio quedó casi paralizado»[315]. Inmediatamente, al sentirse desarbolado, sobrepasado por la noticia, decide ponerse en manos de sus mentores. Lyell primero. En una famosa carta, Darwin se confiesa con Lyell y reconoce que éste le había advertido acerca del trabajo de Wallace:

Hace un año aproximadamente me recomendó usted que leyera un ensayo de Wallace publicado en los Annals, que le había interesado… Sus palabras se han hecho realidad; yo debería haberlo previsto. Usted me previno cuando yo le expliqué aquí, muy brevemente, mis ideas sobre la «Selección Natural»[316].

Le cuenta entonces el contenido de la carta de Wallace, su petición de que se la haga llegar y su perplejidad por la increíble coincidencia con sus propias ideas:

Hoy me ha enviado [el trabajo que] adjunto y me pide que se lo haga llegar. … Nunca he visto una coincidencia más sorprendente. ¡Si Wallace tuviera el borrador que escribí en 1842 no podría haber hecho un resumen mejor! Incluso sus propios términos coinciden con los encabezamientos de mis capítulos.

Duda, porque Wallace no le ha pedido explícitamente que lo publique en su nombre, pero está decidido a mandar el manuscrito a alguna revista. Después intenta consolarse a sí mismo apelando a la solidez de su trabajo.

Por favor, devuélvame el manuscrito, del que no dice si quiere que lo publique; pero por supuesto, inmediatamente voy a escribirle y ofrecerle enviarlo a alguna revista. Así, toda mi originalidad, cualquiera que sea, quedará destrozada. Aunque mi libro, si es que tuviera algún valor, no se verá afectado; porque todo el trabajo consiste en la aplicación de la teoría.

La última frase de su carta prueba la bondad de sus intenciones: «Espero que aprobará el ensayo de Wallace, de forma que yo pueda informarle de su opinión». Darwin espera una respuesta de Lyell durante una semana. En vano. Sólo se conservan cinco cartas escritas por Darwin durante esa semana. La primera, dirigida al administrador del Museo Británico, R. D. Murchison[317], guarda relación con el traslado de las colecciones de historia natural de la institución, a lo que se opone. El día siguiente, 20 de junio, escribe a su hijo William con noticias familiares, y aunque desliza un comentario sobre su trabajo: «Voy muy bien con las celdas de las abejas y mi teoría», no deja traslucir su preocupación. La tercera, del 22 de junio, está dirigida a W. B. Tegetmeier, su colega-proveedor de colmenas y palomas. De nuevo sin signos ni indicaciones sobre su trabajo.

El 23 de junio escribe a Hooker, para pedirle que no acuda a Down, pues su hija Etty (Henrietta) ha contraído la difteria[318]. Puede parecer extraño cómo, a pesar de la fraternal amistad que le une a Hooker y la total confianza que le dispensa, no menciona el asunto de Wallace en lo más mínimo. Parece que primero quiere, necesita conocer la opinión de Lyell. A fin de cuentas, Wallace ha confiado en él para que transmita su manuscrito a Lyell y recabe su opinión. Darwin toma el asunto con una discreción absoluta, rayana en el secreto de confesión.

El día siguiente, 24 de junio, escribe a su primo Fox y entre comentarios sobre unas noticias sensacionalistas de la vida social, le cuenta la enfermedad de su hija, a la que se suma un acceso de fiebre sufrido por su hijo pequeño[319] la noche anterior. El mismo día vuelve a escribir a Murchison acerca de su firma en el manifiesto sobre los materiales del Museo, y de nuevo da noticias del estado de sus hijos.

El 25 de junio no espera más y vuelve sobre el asunto con una nueva carta a Lyell[320]. En ella le insiste de nuevo sobre el particular, porque quiere «quitarse el asunto de la cabeza». Ciertamente, tiene cosas importantes de las que preocuparse, como veremos. Pone a Lyell en antecedentes, por si fuera necesario, acerca del contenido de su Essay de 1844 y también de que Hooker lo ha leído hace años. También le informa de la carta que escribió a Asa Gray con un resumen de sus ideas. Le está proporcionando los materiales para probar su prioridad sin lugar a dudas. Accede ahora[321] a publicar un corto resumen de «una docena de páginas», algo a lo que se había resistido hasta el momento, a pesar de la insistencia del propio Lyell[322]. Pero expone sus escrúpulos: ¿sería honorable hacerlo sólo porque Wallace ha enviado el artículo de marras? No duda de la honradez de Wallace: «No creo en lo más mínimo que él haya extraído sus opiniones de nada que yo pueda haberle escrito». Vuelve a insistir en los términos en que podría justificar su publicación en esos momentos y recurre aún otra vez a la carta de Asa Gray. Realmente tiene pocos asideros; su secreto celosamente guardado se vuelve contra él. Pide permiso a Lyell para poner a Hooker al corriente del asunto, porque «así tendré la opinión de mis mejores y más amables amigos». Está, casi literalmente, dejando el problema en sus manos. La carta termina comunicando a Lyell sus temores de que su hijo pequeño haya contraído la escarlatina. Y promete no molestar nunca más a Lyell y Hooker sobre el asunto.

Darwin debió dar muchas vueltas al problema esa noche, porque al día siguiente, 26 de junio, rompe su promesa y vuelve a escribir a Lyell[323]. Insiste una y otra vez que no sería honorable publicar ahora. Siente desasosiego al pensar que Wallace podría acusarle de aprovecharse de la situación, dada su lejanía. Tan es así, que tiene redactada una carta para Wallace en la que le cede la prioridad del descubrimiento y se compromete a no publicar nada antes de que Wallace dé a conocer sus ideas[324]. Pero finalmente no la envía y espera el consejo de sus amigos. La situación familiar se complica, desbordándole. Teme que su hijo tenga, efectivamente, escarlatina. El 27 de junio escribe a su primo Fox y confirma, apenado, que su hijo ha contraído la temible enfermedad.

Muy a menudo, las circunstancias son determinantes en el desarrollo de los acontecimientos. Y en el caso que nos ocupa, especialmente. Si Darwin deja las decisiones y las iniciativas en manos de Lyell y Hooker, es porque su situación personal y familiar en ese momento es desesperada. Con su hija mayor, Etty, recuperándose de difteria pero aún no totalmente fuera de peligro, su hijo menor, Charles Waring, muere de escarlatina el 28 de junio de 1858, tras una larga noche de sufrimientos[325]. Al día siguiente, Darwin escribe dos cartas a Hooker. En la primera le da noticia del fallecimiento del niño y le da las gracias por lo que Lyell y él están haciendo. Le informa después de que puede hacer fácilmente una copia de su carta a Asa Gray, aunque teme que sea corta. Acusa recibo de cartas de Hooker[326] aunque no responde a su contenido. Esa misma noche vuelve a escribir, quizá como una forma de aislarse del dolor, y esta vez sí sabemos la propuesta de sus amigos:

Acabo de leer su carta y veo que usted prefiere los trabajos simultáneamente[327].

Estas cartas son las de un hombre desgarrado por la muerte de su hijo, incapaz de pensar pero con un punto de ánimo[328]. La iniciativa de Lyell y Hooker es inmediata. Y no está motivada por el fallecimiento del hijo de Darwin, que conocen después de proponer la publicación conjunta.

Lyell le había devuelto el manuscrito de Wallace, que él remite ahora a Hooker junto con «my abstract of abstract of letter to Asa Gray» y su propio ensayo de 1844[329]. La famosa carta a Asa Gray tiene un mero valor notarial. El profesor Gray sirve como testigo imparcial, y el servicio de correos como registro incuestionable. Darwin conservó una copia, pero sin fechar. Por ello, y ya tras la sesión de la Linnean Society, escribe a Cray para preguntarle por la fecha exacta[330], sin duda con vistas a la posterior publicación de los textos en los Proceedings. Pero además, la versión de la carta a Asa Gray que se envía finalmente a la Linnean no corresponde exactamente a la original[331].

No hay, en la correspondencia cruzada entre los protagonistas, referencias a las razones de Lyell y Hooker para elegir la Linnean Society como foro para la presentación conjunta de los trabajos de Darwin y Wallace. ¿Por qué la Linnean? ¿Por qué no simple y directamente la publicación de un texto realmente conjunto en una de las muchas revistas, consensuado y firmado por ambos? No había, en teoría, ninguna razón que impidiera tal ensayo, ni siquiera la lejanía de Wallace o el tiempo[332]. Pero tal publicación no se produciría nunca. Solamente se ponen juntos y a la vez los escritos de los dos autores, que evidentemente coinciden en temas y argumentos. La alternativa habría supuesto, además, consultar a Wallace, y su reacción era, en esos momentos, una incógnita y un riesgo. La elección de una sociedad científica permitía una lectura pública pero en un círculo restringido, que haría perfectamente las veces de barómetro a la hora de evaluar reacciones. Por otra parte, las sociedades científicas de la época, y la Linnean era prototípica, tenían aún muchos resabios de club inglés, y, en cierto modo, miraban por encima del hombro a un Wallace todavía no encumbrado y del que habían oído hablar por sus excelentes labores de recolector, pero no como científico de altura[333].

Todo ello pudo ser sopesado por Lyell y Hooker[334], los auténticos autores del discurrir de los hechos, cuyo control mantuvieron en todo momento para asegurar la preeminencia de su amigo Darwin. Éste, con el ánimo justificadísimamente disminuido, estuvo a punto, según sus propias palabras, de tirar la toalla:

Me figuro que es demasiado tarde. Casi no me importa. … No puedo soportar verlo. No le dedique demasiado tiempo. Es una bajeza por mi parte preocuparme de la prioridad[335].

La presentación ante la Linnean daba una clara ventaja a Darwin, volcando a su favor las opiniones o el juicio de la clase científica. Independientemente de los merecimientos, de la altura intelectual de Darwin y de lo completo y concienzudo de su estudio, la maniobra estaba orquestada de manera impecable. Lyell y Hooker neutralizan limpiamente el «peligro» de Wallace, porque la presentación conjunta de trabajos independientes deja meridianamente claro el asunto de la prioridad, que sin duda les preocupaba. De ahí la presentación por orden cronológico, para que no quede duda[336].

Y un detalle más. Los materiales que Lyell y Hooker utilizan para la presentación en la Linnean incluyen referencias y resúmenes del trabajo previo de Darwin. Pero no de Wallace. No hay la mínima mención del artículo de Sarawak de 1855, un claro precedente. Ni por parte de Lyell y Hooker, ni de Darwin ni, curiosamente, del propio Wallace. Es cierto que el artículo había pasado bastante inadvertido, pero como sabemos, no para Lyell ni, a través de éste, para Darwin. Un silencio elocuente.

EL DÍA DE LA PRESENTACIÓN

Darwin no tomó parte directa en la sesión de la Linnean Society. El 1 de julio, día en que estaba prevista, se encontraba dando sepultura a su hijo, fallecido tres días antes. Por consejo de su primo, Fox, toda la familia había abandonado Down House[337].

Los acontecimientos se aliaron con Lyell y Hooker. La Linnean suspendía sus actividades durante el período estival, y la última sesión de la temporada estaba prevista para el 17 de junio. Pero el día 10 falleció uno de sus más prominentes miembros, Robert Brown[338]. El consejo de la sociedad suspendió la sesión del 17 en señal de luto y convocó una sesión extraordinaria el 1 de julio en la que se elegiría sustituto. De no haber sido por esta circunstancia, la presentación de los trabajos de Darwin y Wallace hubiera tenido que esperar al comienzo de la temporada siguiente, quizá en octubre.

Tras el escrito de presentación firmado por Lyell y Hooker, protocolariamente dirigido a J. J. Bennett, secretario de la Linnean Society, se procedió a la lectura[339] de los trabajos por orden cronológico, a saber: 1) un extracto del Essay de Darwin de 1844[340]; 2) un resumen de la carta de Darwin a Asa Gray en octubre de 1857[341]; 3) y el ensayo de Wallace escrito en Ternate, «On the Tendency of Varieties to depart indefinitely from the Original Type».

Aunque Lyell y Hooker estaban casi a la defensiva, esperando una reacción cuando menos intensa, no se produjo altercado alguno. Años más tarde, Hooker recordaría lo ocurrido en la sesión[342]:

El interés suscitado fue intenso, pero el tema era demasiado nuevo y amenazador para que la vieja escuela se alistara sin armarse antes. Después de la reunión hubo una tímida discusión: el apoyo de Lyell y también en cierto modo el mío, puesto que yo era su lugarteniente en el asunto, intimidó bastante a los socios, que de otro modo se hubieran precipitado contra la teoría. Contábamos también con la ventaja de estar familiarizados con los autores y con el tema.

Como apunta Raby[343], es cierto que estaban familiarizados con Darwin y su trabajo, pero no con Wallace, del que sólo Lyell conocía referencias como el artículo de Sarawak de 1855. Sea como fuere, la sesión, para alivio de Lyell y Hooker, transcurrió sin pena ni gloria[344]. El mismo Darwin recuerda en su Autobiografía que la única reseña publicada sobre el trabajo conjunto se debió al profesor Haughton, de Dublín, «… cuyo veredicto fue que todo lo que había de nuevo en ello era falso, y todo lo cierto era viejo»[345].

HASTA EL «ORIGEN»

Darwin se siente tranquilizado y feliz al saber por Hooker el curso de los acontecimientos. Aunque la nota de Hooker no se conserva, en ella debió de anunciar a Darwin la próxima publicación de las actas de la sesión, con los textos, en las actas de la sociedad, los famosos Proceedings[346]. Duda sobre la conveniencia de incluir la carta a Asa Gray, pero deja todo en manos de Hooker. Y empieza a preguntarse cómo abordar la publicación real, la auténtica exposición de sus ideas, que ya comprende y acepta que no puede posponer más. Pregunta a Hooker de cuántas páginas de una revista podría disponer, aunque escriba sin aportar hechos. Incluso se plantea la posibilidad de que la revista rechace su trabajo por «no ser estrictamente científico», en cuyo caso la publicaría por su cuenta[347]. Le pide a Hooker que le devuelva la copia del Essay, que le había enviado, y finaliza cayendo en la cuenta de que había que informar a Wallace de todo el asunto. Porque Wallace no sabe nada.

Así lo hacen, y Hooker le envía una nota para Wallace a la que Darwin adjunta una carta propia. Ambas misivas parten el 13 de julio[348]. Wallace ha permanecido en Nueva Guinea todo este tiempo, en una estancia mucho más penosa, dura e improductiva de lo que en principio pensó. Cuando vuelve aliviado a Ternate encuentra dos cartas que han viajado juntas. Se trata de sendas cartas de Darwin y de Hooker en que le dan noticia de la presentación conjunta en la Linnean Society y su posterior publicación en los Proceedings[349].

Wallace escribe a su madre henchido de orgullo porque, literalmente, le han colocado a la altura de Darwin y eso le asegura «el apoyo de estos eminentes señores cuando vuelva a casa»[350]. Esta carta, que por la cercanía de los hechos y el ámbito íntimo y familiar en que la escribió es altamente fiable en cuanto a su sinceridad y como indicativa del estado de ánimo de su autor, confirma el fundamental anhelo de Wallace: alcanzar el reconocimiento como científico por la élite intelectual británica. La mayor ambición de Wallace es que los hombres que él admira, un Lyell, un Hooker, un Darwin, le consideren un colega y le traten como un igual. Wallace contesta, el mismo día que a su madre, a Darwin y a Hooker[351], en un espléndido ejercicio epistolar mezcla de agradecimiento, cortesía y diplomacia. Agradecimiento porque se siente muy bien tratado, cuando podría haber sido dejado de lado. Cortesía porque se deshace en halagos y cede explícitamente la prioridad a Darwin. Y diplomacia porque entreverado con todo ello puede leerse entre líneas que está encantado de no renunciar a nada. Incluso se permite un cierto toque de legítimo orgullo cuando rechaza el consejo de Hooker de regresar a Inglaterra:

… para inducir a un naturalista a abandonar su investigación en su punto más interesante se necesita un argumento más convincente que la posibilidad del deterioro de la salud[352].

Darwin recibe estas cartas en enero de 1859 e inmediatamente las reenvía a Hooker. No puede sino darse cuenta entonces, por la reacción de Wallace, de lo acertado de las iniciativas y decisiones de sus amigos. La maniobra ha resultado satisfactoria para todas las partes. Cuando, con el paso de los años, Wallace vuelve a recordar estos hechos[353], les da, voluntaria o involuntariamente, la conocida pátina: admite la prioridad de Darwin, que fue muy amable, pero dejando claro que este último le debía el ser desencadenante o el real inductor de que el Origen se completara y llevara a la imprenta. Sin dejar de ser cierto, que lo es, en esta segunda ocasión, y desde la distancia temporal, Wallace omite toda referencia a su ansia de reconocimiento intelectual y científico. Cuando escribe My Life hacía tiempo que lo había conseguido.

Darwin recibe el 20 de julio las pruebas de imprenta de la publicación para los Proceedings que le ha enviado Hooker[354] y se las devuelve corregidas el 21. Además, Hooker le ha ofrecido espacio, unas 100 o 150 páginas en el Linnean Journal, o quizá un suplemento aparte de los números regulares de la revista. Pero unos días antes Darwin ha escrito a Lyell para, entre otros asuntos, agradecerle vivamente sus buenos oficios en el desarrollo de la trama. Su preocupación por lo que pudiera pensar Wallace aún persiste, aunque mucho más atenuada:

Estoy más que satisfecho; y no creo que Wallace pueda juzgar desleal mi conducta, al permitir que Hooker y usted hagan lo que consideren correcto[355].

Es revelador que Darwin cruce al menos dos cartas con Hooker tras la sesión de la Linnean antes de ponerse en contacto con Lyell[356]. Éste es el gran mentor, la gran figura científica y el punto de referencia académico. También es, por supuesto, amigo, pero no hasta el punto de Hooker. La relación con Hooker es mucho más personal, más íntima o más familiar, si se quiere. Por eso, en los momentos más álgidos, Darwin se confía a Hooker, sabiendo que Lyell, por su parte, hará lo correcto.

Por otra parte, la presencia de Wallace en el pensamiento de Darwin es ahora continua. Cuando devuelve a Hooker las pruebas de imprenta corregidas, le pregunta si podría disponer de un juego de pruebas limpio «para enviárselo a Wallace»[357].

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Portada del volumen III del Journal of Proceedings of the Linnean Society correspondiente al año 1858, en el que aparecieron los trabajos conjuntos de Darwin y Wallace.

Darwin está inmerso en una especie de euforia. Todavía no ha vuelto a Down[358] pero ya ha empezado a escribir su ¿cómo llamarlo? Ni él mismo lo sabe. Suele referirse a su trabajo como el «abstract», o «my long abstract». Acomete la empresa con intensidad, quizá para enterrar bajo la tarea abrumadora y lo antes posible la pena por su hijo muerto[359]. En sus propias palabras, «[Lyell y Hooker] me han urgido tanto a publicar un resumen más completo que he resuelto llevarlo a cabo, y no haré otra cosa hasta que lo termine: probablemente se publique en el Journal of the Linnean Soc.»[360]. Pero aún no tiene claro el destino final de su trabajo. Y también empieza a contarlo fuera del restringido círculo en el que se ha movido hasta el momento. Desliza comentarios a su hijo William, a su primo Fox, a T. C. Eyton[361], a Asa Gray.

El 30 de julio vuelve a agradecer a Hooker, y a Lyell con él, sus buenos oficios y sus consejos. Y les comenta su entusiasmo y sus progresos. Es «amusing and improving». En principio piensa en que su Abstract sea leído por partes ante la Linnean Society[362]. Y aún mantiene su vieja idea del Gran Libro: «Mi gran libro no estará listo hasta dentro de dos o tres años»[363]. Sin embargo, unos días después promete un ejemplar a Asa Gray «cuando se publique el próximo invierno». En septiembre comenta a su hijo William que «el resumen de mi libro va a ser un grueso folleto». En octubre sigue dudando de si sus conclusiones tendrán la forma de «un pequeño libro o serán leídas ante la Linnean Society»[364]. Con Hooker se explaya algo más. Confiesa lo difícil que le resulta sintetizar, extractar y resumir la enorme cantidad de datos que posee, pero reconoce que le resulta muy útil porque el proceso le ayuda a ordenar y clarificar sus ideas. Aunque su intención es acabar en tres o cuatro meses, el trabajo se prolongará otro tanto.

Sin embargo, aún encuentra tiempo para acabar tareas pendientes, que quedaron suspendidas por su precipitada salida de Down. En septiembre da por finalizados sus experimentos con las palomas y pone todos sus ejemplares y materiales a disposición de W. B. Tegetmeier, que tanto le había ayudado con esta investigación y con la de las abejas[365]. La vida vuelve a la rutina habitual en el hogar de los Darwin. Aunque el trabajo sobre lo que será el Origen de las especies ocupa la mayor parte de su tiempo, continúa atendiendo a otros diversos asuntos. Pero sigue sin saber cómo y cuándo publicará su trabajo.

De nuevo es Lyell quien acude en su socorro. En marzo de 1859 toma, sin que Darwin lo sepa, la iniciativa de acudir a su propio editor, J. Murray, para proponerle publicar la obra. Cuando Darwin se entera[366], comienza inmediatamente los contactos con el editor para establecer los términos de su acuerdo, siempre supeditado a que éste aprobase el contenido del libro. Y una vez más pide consejo a Lyell: ¿debe explicar a Murray que su obra no es contraria al Génesis, que no va a hablar del origen del hombre?[367] Él sabe que sus ideas implican a la especie humana, y tiene abundante material sobre ello. Pero, deliberadamente, el Origen no toca el asunto. Antes necesita sondear la reacción de la comunidad científica y de la sociedad. Sólo entonces podrá aventurarse, como lo hizo, a escribir El Origen del hombre.

El 15 de enero de 1859[368] termina el capítulo correspondiente a la distribución geográfica; el 28 de febrero, el dedicado a las afinidades y la clasificación, y el último, el 19 de marzo. No se olvida de Wallace, mientras tanto. El 6 de abril le escribe una carta en la que le explica sus planes de publicación con Murray, a la vez que da cuenta de la forma como citará al propio Wallace en la Introducción. La información es puntual, y Darwin entra en terreno confidencial al hacer partícipe a Wallace del grado de «convencimiento» de su círculo próximo: Hooker, Huxley, Lubbock… No pierde tampoco la ocasión de manifestarle su más rendida admiración por su trabajo en Malasia.

Comienza entonces el trabajo de repaso, que se prolongará hasta el 10 de mayo, fecha en que envía a la imprenta los primeros seis capítulos. El 25 del mismo mes inicia la corrección de pruebas de imprenta, que se prolonga todo el verano hasta el 1 de octubre[369]. A principios de agosto recibe una carta, acompañada de un manuscrito, que le envía Wallace desde Timor. Se apresura a contestarla y a remitir el trabajo a la Linnean Society[370].

Desde que Wallace ha sabido, por Darwin y Hooker, del desarrollo de los acontecimientos en Inglaterra y de la publicación conjunta en los Proceedings, se ha operado en él cierta transformación. Sus ayudantes, con Alí a la cabeza, están suficientemente entrenados; sus colecciones han tenido y tienen éxito, y su anhelado reconocimiento científico es una realidad. Se dedica entonces más a tomar notas y escribir sobre la distribución geográfica de los animales en la zona, abandonando casi la intervención directa en las tareas de recolección de ejemplares. ¿Se ha dado cuenta de la importancia de sus descubrimientos? ¿O a la vista de lo sucedido decide introducirse de lleno en el terreno teórico? Opta, está claro, por la vertiente zoogeográfica, que conoce bien y donde pisa terreno seguro. Recibe presiones familiares para regresar a Inglaterra, pero su celo científico, las posibilidades que intuye en sus viajes, y por qué no, su espíritu aventurero, le hacen resistirse. En carta a su cuñado, Thomas Sims, confiesa que ya no es la sola recolección de ejemplares y el beneficio que ello le reporte lo que le hace continuar en Malasia. Hay algo más:

Pero aquí estoy inmerso en un estudio más amplio y general, el de las relaciones de los animales en el tiempo y en el espacio, o, en otras palabras, su distribución geográfica y geológica y sus causas. Me he puesto a trabajar sobre este asunto en el archipiélago indoaustraliano y debo visitar y explorar el mayor número posible de islas y obtener cuantos animales pueda de la mayor cantidad de localidades para poder llegar a resultados definitivos. En cuanto a la salud y a la vida misma, qué son, comparadas con la paz y la felicidad[371].

Mientras, Darwin debe tomar una importante decisión: el título de su libro. De nuevo pide opinión a Lyell. Le propone un título largo y farragoso, aunque no extraño para la época: An abstract of an Essay on the Origin of Species and Varieties Through Natural Selection. Tras varias correcciones, enmiendas, tiras y aflojas[372] el título quedó definitivamente como «On the Origin of species by means of Natural Selection or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life»[373].

El 29 de noviembre el Origen de las especies está en la calle. Pero antes, el 13 del mismo mes, Darwin escribe a Wallace[374] para comunicarle que le envía un ejemplar de cortesía.

¿Y DESPUÉS?

Aunque no es éste el lugar para hacer una descripción prolija del devenir de los acontecimientos y las ideas tras la publicación de El origen de las especies, sí puede resultar interesante analizar, siquiera someramente, algunos aspectos relacionados directamente con Darwin y Wallace. Queda para otro momento y lugar el análisis de los ciento cincuenta años de «evolución de la evolución»: los avatares de la teoría, las controversias[375], las influencias de Weismann, Mendel, Haeckel, el neodarwinismo, la teoría sintética, los modernos enfoques de la genética de poblaciones, de la genética evolutiva, etcétera.

Tras los acontecimientos que centran este libro, Darwin y Wallace mantuvieron siempre una relación cordial, que sobrepasó la simple corrección entre colegas. Se estimaron mutuamente, y en el caso de Wallace, sus sentimientos hacia Darwin incluían una admiración inquebrantable. Desde el lado de Darwin, siempre con un respeto y discreción exquisitas, había cierto deje paternalista, movido quizá por la mayor edad[376]. Al poco tiempo de regresar Wallace de Malasia, acude a Down House por invitación de Darwin. Se sabe que la entrevista fue muy amigable y cordial, pero ninguno de los dos dejó registro de ella. Wallace volvió a casa de los Darwin en 1868, acompañado de Blyth, quien años antes había recomendado a Darwin el artículo de Sarawak. Se vieron algunas otras veces, pero generalmente en Londres, con ocasión de alguna reunión de las sociedades científicas a las que ambos pertenecían[377]. Pero su relación fue fundamentalmente epistolar. Como apunta Slotten[378], parece que en los primeros tiempos de asentamiento y divulgación de sus ideas se comportaron tácitamente con gran delicadeza, aunque las naturales diferencias de carácter, formación, posición social y trayectoria vital los separaron posteriormente. Pero ello nunca, hasta la muerte de ambos, disminuyó un ápice el enorme respeto y sincero afecto que se profesaron.

Cuando, tiempo después del Origen, Wallace comienza a distanciarse ideológica y científicamente de Darwin, éste no reacciona con acritud. Además del afecto que le tiene y de su carácter escasamente proclive al enfado, Darwin percibe, y no se equivoca, que Wallace está ganándose el descrédito intelectual a pulso. Él solo se basta y sobra para hacerlo. Wallace empieza alrededor de 1869 a dar muestras de su creencia en la teleología de la naturaleza, guiada por una inteligencia superior y regida por una ley más fundamental y de mayor rango que la selección natural. Darwin se espanta y así se lo dice[379], pero no actúa directamente en su contra. Detalles aparte, a ello se suman sus alegatos espiritualistas, sus incursiones en la política desde un socialismo científico un tanto particular o sus actuaciones como la descalificación de las campañas de vacunación. Se labra así cierta imagen de científico venido a menos.

El finalismo espiritualista y teleológico le hace situar a la especie humana como el culmen de la evolución, y a partir de ese punto considera que, por sus capacidades intelectuales, no está sujeta a leyes naturales, léase la selección darwiniana, sino espirituales. No se le alcanza el concepto de nicho ecológico y su aplicación a la especie humana, con la cultura como manifestación de ese nicho[380].

Las inclinaciones espiritualistas y espiritistas de Wallace pueden parecer hoy realmente sorprendentes en un científico. Pero hay que situarse en la época y la sociedad victorianas. En pleno siglo XIX, la sociedad estaba preparada, al menos sus estratos más intelectualmente capaces, para sacudirse el dogmatismo ciego de la religión, que ya no bastaba como explicación o justificación de casi nada. Pero saltar desde el inmovilismo religioso, que todo lo fía en designios divinos, al puro materialismo movido por fuerzas naturales sin dirección ni propósito, era una acrobacia demasiado grande. Las mentes victorianas necesitaban de un refugio intermedio, laico pero supraterrenal, abordable pero intangible, misterioso pero cercano[381]. El espiritualismo fue la respuesta. Las oleadas espiritualistas recorrieron Europa cautivando intelectos con una facilidad que hoy calificaríamos de ingenua. Darwin supo resistir el canto de sirena, pero no la mente inquisitiva de Wallace. Su inquietud científica le lleva a indagar qué hay de verdad en todo ello, y al verse sin los conocimientos ni las pruebas necesarias para refutarlos, duda. Y en la duda, prefiere no negar[382].

La aceptación de las ideas de Darwin y Wallace por la sociedad se suele calificar de explosiva y controvertida. Las grandes figuras científicas de la época, si evolucionistas, eran lamarckianos. Pero la mayoría no lo era, y rechazó las nuevas ideas. Hubo que esperar a una nueva generación que tomara las riendas de la ciencia con renovado empuje. Al final de la década de 1860 la teoría era un éxito, pero un análisis más detallado[383] indica que fundamentalmente el éxito afectaba al hecho evolutivo en sí; el mecanismo que lo produce, la selección natural, no era tan aceptado. La ciencia resistente tenía como paladines a Owen[384], Agassiz, Sedgwick o Mivart. Todavía en 1872 la sociedad reticente seguía queriendo marcar distancias. El Popular Science Review, una señalada publicación antidarwinista, se refería, al enfrentar a Owen con Darwin, al primero como «Profesor Owen» y al segundo como «Mr. Darwin», en una forma genuinamente victoriana de señalar preferencias.

Si las ideas evolucionistas en los científicos se debían a Lamarck (o a lo que quedaba de él, tras los varapalos de Cuvier y Lyell), al público general medianamente instruido habían llegado gracias a los Vestiges of the Natural History of the Creation de Chambers, publicado anónimamente en 1844[385]. Wallace se hace evolucionista al leer a Chambers. Éste mantenía que el origen del sistema solar, la Tierra y la vida se encontraba no en actos directos de intervención divina, sino a través de leyes naturales que, no obstante, suponen «expresiones de Su voluntad»[386]. Esta concepción es sorprendentemente semejante a la que muchos años más tarde acabará asumiendo Wallace. ¿Pudo dejar Chambers una impronta tan fuerte?

Si bien la publicación de El origen de las especies en 1859 produjo una fuerte conmoción social, la publicación conjunta en la Linnean Society y en los Proceedings no tuvo casi ningún eco. Sólo el Zoologist da cuenta de ello, reproduciendo los textos en 1858[387]. Cuando El origen sale a la luz, es la evolución, como mucho, lo que queda reflejado en la prensa. La selección natural tan sólo aparece en publicaciones de elevado nivel intelectual[388], mientras que las generales suelen hacer un uso demagógico de lo que luego se llamaría la «ape theory» tras El origen del hombre.

Resulta interesante, como reflejo de la época, la iconografía caricaturesca que se desarrolló alrededor del darwinismo y sus protagonistas[389]. Curiosamente, la figura de Wallace no es objeto de caricaturas, centradas en Darwin como personificación de la teoría y a menudo tomando figura de simio. La popularización trasciende a la prensa y alcanza a los productos de consumo, dentro y fuera de Inglaterra, desde un linimento hasta una botella de anís[390]. A diferencia de otras figuras centrales de la ciencia, como Newton o Einstein, Darwin no tiene un icono representativo, no hay manzana ni fórmula, sino que es él mismo quien representa a la teoría.

Más que probablemente a pesar de Darwin, sus ideas fueron pronto presa de políticos, que encontraron en ellas material abonado, especialmente en el ala izquierda del pensamiento político. Pronto el darwinismo se convirtió, y lo sigue siendo, en un mito para la izquierda. Los grandes medios de comunicación de masas utilizaron la teoría como un arma ideológica, por su carácter innovador, iconoclasta y desafiante de creencias establecidas y dogmas inamovibles. Las inclinaciones socialistas del propio Wallace y el llamado «darwinismo social» de Spencer[391] se unieron a los paralelismos que Marx y Engels intentaron establecer entre la lucha por la existencia y la lucha de clases. Posteriormente, uno de los paladines del darwinismo, Haeckel, fue acusado de proporcionar, a partir de ideas evolucionistas, bases ideológicas para el nazismo alemán.

La eponimia es también indicativa de la importancia y trascendencia de los personajes. Como ya se ha visto, el capitán FitzRoy concedió a Darwin el honor de dar su nombre a varios accidentes geográficos de Tierra del Fuego. En 1839, el sucesor de FitzRoy al mando del Beagle, su antiguo teniente John Clements Wickham, bautizó en honor de su apreciado «filo»[392] un puerto en la costa australiana que hoy es la ciudad de Darwin, capital del Territorio del Norte. Curiosamente, y aparte de una linea en los mapas biogeográficos, los lugares que llevan el nombre de Wallace no están en la Tierra. Un cráter lunar de 26 kilómetros de diámetro, situado en el Mare Imbrium y descubierto en 1935, lleva su nombre. También otro cráter, esta vez en Marte y de 159 kilómetros, se llama Wallace desde 1973[393].

La figura de Darwin domina la historia de la biología. Wallace aparece siempre como actor secundario, en segundo plano, y especialmente en vida de Darwin. Brilló en solitario a la muerte de éste, cuando quedó como único testimonio de los creadores de la teoría. Pero después la figura de Darwin volvió a hacerle sombra. Actualmente hay toda una corriente reivindicativa de Wallace, que intenta otorgar a su figura la altura y la importancia que sus defensores creen que merece. Quizá no es sino una reacción ante la pujanza avasalladora de la llamada «industria Darwin». Más que probablemente, Wallace ha sido, si no ignorado, sí disminuido al lado de la enorme figura de Darwin. Pero no deberíamos establecer comparaciones pendulares ni plantear competencias que están fuera de lugar. Ellos supieron respetarse mutuamente y no compitieron nunca.

Pero lo normal, o lo deseable, es que la Historia ponga a cada uno en su sitio. El Imperio Británico solía recompensar con la gloria a los hijos que lo merecían. Y lo hacía en medida relativamente justa. Wallace recibió honores, galardones y consideración en vida y después de su muerte. Pero quien está enterrado en Westminster es Darwin. Wallace sólo tiene una placa. Al César…

FERNANDO PARDOS, Madrid, julio de 2006

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