Notas
Notas
[1] Para los argumentos que abonan esta interpretación de la génesis de Acerca del cielo me remito a: F. SOLMSEN, Aristotle’s System of the Physical World, Cornell University Press, Ithaca (Nueva York), 1960, especialmente la Parte III, donde se muestran con toda precisión las deudas conceptuales del texto aristotélico para con el platónico, a la vez que las líneas de ruptura entre uno y otro planteamiento. Solmsen no afirma explícitamente que la motivación central del tratado sea dar una réplica al texto platónico. Estrictamente hablando, tampoco es ésa nuestra tesis, sino sólo que la peculiar agrupación de temas que contiene esta obra aristotélica sólo se explica por su pertinencia como contrapunto a las tesis cosmológicas del Timeo. <<
[2] Tanto la Física como la Metafísica contienen piezas clave de la construcción aristotélica que faltan en el texto que aquí nos ocupa. Sin olvidar, claro está, ciertas partes de Acerca de la generación y la corrupción y de los Meteorológicos. <<
[3] Los tres sentidos atribuidos por el autor al vocablo ouranós son, en efecto: 1) la envoltura u orbe más externo del mundo (el firmamento o esfera en que supuestamente se hallan insertas las estrellas «fijas»); 2) los cuerpos en contacto inmediato con dicho orbe (los astros y su medio corpóreo, es decir, lo que nuestra tradición viene llamando cielo); 3) el universo en su conjunto (I 9, 278b9-24). <<
[4] De hecho, ese prefacio (el cap. 1 del libro I) se centra más bien en consideraciones de índole matemática: número de dimensiones de un cuerpo, imposibilidad de reducir los cuerpos a elementos indivisibles y carácter continuo, por tanto, de toda magnitud física, etc. Lo cierto es que no sólo aquí, sino en todo el tratado, prevalecen los argumentos apriorísticos sobre los observacionales. <<
[5] En este sentido argumenta convincentemente PAUL MORAUX en su edición del tratado: «la presencia de anuncios y resúmenes inadecuados milita en favor de una composición realizada por el propio Aristóteles antes que por un redactor póstumo» (Aristote. Du ciel, pág. XXVII, n. 1). <<
[6] Véase, por ejemplo, la Introducción a su edición del tratado, On the Heavens, Londres, Heinemann, 1986, pág. XXXVI. <<
[7] Suscrito, entre otros, por W. D. ROSS (Aristotle’s Physics, Oxford, 1949, pág. 98), R. MUGNIER (La théorie aristotélicienne du premier motear et l’évolution de la pensée d’Aristote, París, 1930, pág. 121), H. CHERNISS (Aristotle’s Criticism of Plato and the Academy, Baltimore, 1944, págs. 541 y sig.) y P. MORAUX (op. cit., págs. LXXXVIII y sig.), se mueve en la dirección de la exégesis de SIMPLICIO (In de caelo, 169a13-171al4), y tiene como principal escollo hermenéutico el discutidísimo pasaje de II 1, 284a27-35: «Pero tampoco es razonable que <el cielo> permanezca eternamente forzado por un alma: […] en efecto, será necesario, al producirse su movimiento a la fuerza, si ella <lo> mueve y […] de manera continua, pese a ser propio del cuerpo primero desplazarse de otra manera, que carezca de reposo y esté privada de todo solaz intelectual», etc. Hay quien, basándose en otras lecciones, como la del manuscrito E, interpreta de este modo el fragmento final de la cita: «si, siendo propio por naturaleza del cuerpo primero el moverse, lo mueve continuamente de otra manera». Esta variante —que nosotros no hemos tomado en consideración, ateniéndonos al criterio de la lectio difficilior— haría aún más trabajosa la conciliación entre las concepciones hetero-y autocinética del movimiento celeste, pues atribuiría toda la iniciativa del movimiento, el principio motor y no sólo el modo de moverse, al propio cuerpo móvil, lo que haría doblemente forzada la intervención del alma. Nos parece más probable la primera lectura, pero creemos, en definitiva, que este pasaje no es especialmente significativo para la solución del problema de fondo, el dilema esencial que atraviesa la noción misma de movimiento a lo largo de toda la filosofía natural de Aristóteles, a saber: si el móvil posee o no, y en qué medida, la capacidad de autocínesis, de moverse a sí mismo. <<
[8] Sirva de botón de muestra éste: «… se mueven a sí mismos, aun estando fuera de ellos la causa primera: pues el motor es otra cosa distinta, que está en movimiento y cambio respecto a cada uno de los que se mueven a sí mismos» (Física VIII 6, 259b 13-16; la cursiva es mía). <<
[9] Física VII 2, 243a3-5. <<
[10] Esto es así, fundamentalmente, por lo que hace a los libros III y IV de Acerca del cielo. <<
[11] Prótas hypothéseis. <<
[12] Véase, sobre la justificación de este postulado, la nota 15 a la traducción. <<
[13] En realidad, según veremos, la correspondencia, si hubiera de interpretarse como inyectiva, estaría mejor expresada al revés: a cada cuerpo simple le corresponde un movimiento simple. Pero la inferencia que aquí hace Aristóteles va en el sentido de probar la existencia de un elemento no reconocido en el Timeo de Platón, por lo que debe partir de los movimientos para llegar a los cuerpos. <<
[14] Op. cit., págs. 228-229. <<
[15] 12, 269a30-b17. <<
[16] Es una pauta general de toda la obra que los temas relacionados con las regiones más nobles o «divinas» del cosmos se traten mediante razonamientos deductivos sin premisas empíricas, basados exclusivamente en enunciados matemáticos o generalizaciones altamente esquemáticas de hechos de experiencia a las que se atribuye, sin embargo, valor metaempírico. Las premisas de contenido observacional se emplean casi exclusivamente al tratar de las regiones inferiores del universo, especialmente de la tierra y los cuatro elementos sublunares. <<
[17] Para una exposición detallada del tratamiento aristotélico de este tema, así como de su historia posterior, cf. la introducción de PAUL MORAUX a su edición del tratado (Aristóte. Du ciel, París, Les Beiles Lettres, 1965, págs. XXXIV-LX), así como, del mismo autor, el artículo «Quinta es sentía», en la Real Enzyklopädie de PAULY-WISSOWA, tomo XXIV, págs. 1171 y sig. <<
[18] En el diálogo Acerca de la filosofía, siguiendo las pautas del Timeo platónico, se consideraba que la materia inanimada sólo era capaz por sí misma de describir trayectorias rectilíneas. El movimiento rotatorio del cielo exigía, por tanto, una explicación basada en la naturaleza viviente (y divina) de los cuerpos celestes. <<
[19] Cf. 14, 271a5-22. <<
[20] Cf. 13, 270a12-b4. <<
[21] Que se trata de un corte en la línea expositiva seguida hasta ese punto lo deja claro la propia frase introductoria del cap. 5: «Pero ya que está claro lo tocante a estas cuestiones, hay que investigar acerca de las demás» (271bl-2). <<
[22] Op. cit., pág. XVI. <<
[23] Diversas consideraciones en esta línea aparecen en el cap. 8 del libro I. <<
[24] Op. cit., pág. LXXXII, n. 1. <<
[25] «Aristotle and Corruptibility», en Religious Studies, I, 1965, págs. 95-107 y 203-215. <<
[26] Fate, Logic and Time, New Haven, 1967. <<
[27] Time and Necessity, Oxford, 1973. <<
[28] Necessity, Cause and Blame. Perspectives on Aristotle’s Theory, Londres, 1980. <<
[29] Passage and Possibility. A Study of Aristotle’s Modal Concepts, Oxford, 1982. Como valoración —creemos— atinada del correlato metafísico que en Aristóteles tienen nociones lógicas que para nosotros constituyen meros esquemas formales sin compromiso ontológico, valga el siguiente párrafo de la obra citada: «Lo necesario es lo inevitable, aquello de lo que nada puede librarse, y aunque los contenidos y plasmaciones del orden natural no sean autoexplicativos, ello no autoriza a excogitar “otros mundos posibles”. Un “mundo” no es algo cuya existencia resulte posible, pues la posibilidad y su opuesto se dan sólo dentro del mundo y corresponden a tiempos concretos de la historia real. Por ello no es correcto siquiera decir que este mundo es el único posible, ya que nada es posible o necesario sino en relación con él» (cap. III, pág. 48). <<
[30] El texto aristotélico más completo sobre este tema (en el que, por cierto, la teoría aparece modificada por el propio Aristóteles con la adición de las llamadas esferas antirrotatorias) se encuentra en el cap. 8 del libro XII de la Metafísica (cf. n. 205 de nuestra traducción). <<
[31] Expresión que en la terminología científica griega hace referencia específicamente a los movimientos visibles de los astros. <<
[32] Como señala N. RUSSELL HANSON, «Aristóteles no descubrió hechos astronómicos o cosmológicos nuevos. Nunca pretendió tal cosa. […] Pero estaba en pleno contacto con todos los datos conocidos por los astrónomos de su época […]. El objeto de Aristóteles era hallar algún marco unificado dentro del cual todas las observaciones entonces conocidas, junto con las mejores teorías, pudiesen integrarse y armonizarse inteligiblemente» (Constelaciones y conjeturas, Madrid, 1978, pág. 103). <<
[33] Dejamos casi siempre entre paréntesis las referencias a los leves y a la levedad porque, de hecho, Aristóteles suele mencionar sólo los graves cuando enuncia estas leyes. <<
[34] Tanto nuestro término «potencia» como el hoy conceptualmente distinto de «fuerza» se corresponden con el término griego dýnamis, que también corresponde, en psicología, a nuestro concepto de «facultad». La polisemia de dýnamis no es ajena, sin duda, a algunas de las aporías de la física aristotélica, debidas a la superposición conceptual de distintos aspectos del movimiento de los cuerpos. <<
[35] Véase, por ejemplo, III 2, 301b4-13. <<
[36] Le système du monde, I, págs. 193-194. <<
[37] Aún hoy se habla de «ingravidez» para referirse al estado de los cuerpos que orbitan en tomo a la tierra o entre ésta y otros astros. Según la física de Newton, esta forma de hablar es incorrecta, pues nada escapa a la ley de la gravitación universal, aunque subjetivamente no se experimente el tirón gravitatorio (como tampoco lo experimentaría un cuerpo en caída libre y rectilínea hacia un planeta carente de atmósfera, puesto que no encontraría resistencia de ningún tipo que pusiera de manifiesto, por contraste, la fuerza de la gravedad). Según la física de Einstein (teoría de la relatividad general), ni siquiera tendría sentido hablar de gravedad. <<
[38] Véanse, por ejemplo, las teorías del ápeiron de Anaximandro, el torbellino de los atomistas o la tríada precósmica del ente, el lugar o receptáculo y la generación, de Platón (Timeo 48e-53b). <<
[39] Pero véase, más abajo, la nota 41. <<
[40] Otros puntos de «detalle», como la falsedad de las leyes 4 y 5 de la mecánica terrestre, arriba enunciadas, y sobre todo la extravagante teoría de que el movimiento forzado de los proyectiles se mantiene gracias a un supuesto empuje suministrado constantemente por el aire, costaron mucho menos de refutar. De hecho, este último punto estaba ya superado antes de Galileo por la teoría del impetus o la vis impressa, esbozada por el comentarista Juan Filópono y consolidada a lo largo de la Edad Media (cf. R. SORABJI, Matter, Space and Motion, cap. 4; ver Bibliografía). El mismo Filópono había puesto en tela de juicio la validez de 4 y 5, aunque sin llegar, por supuesto, a la nítida formulación galileana de que las velocidades de caída son independientes de los pesos, y los espacios recorridos, proporcionales a los cuadrados de los tiempos. Sólo la imposibilidad de eliminar el efecto distorsionador de la resistencia del aire había impedido refutar definitivamente una tesis ya desprestigiada bastante antes de los experimentos de Galileo. <<
[41] En IV 5, 312b2-19, debe aclarar Aristóteles que, siendo uno de los elementos absolutamente ligero (el fuego), y otro, absolutamente pesado (la tierra), de los otros dos, el aire es ligero en todos los lugares menos en el del fuego y en el suyo propio, y pesado en todos menos en el del agua y la tierra (por tanto, también en el suyo propio), y el agua es ligera en el lugar de la tierra y pesada en todos los demás (también en el suyo propio). Esto implica, no sólo admitir, junto a la gravedad y levedad absolutas de la tierra y el fuego, una gravedad y levedad relativas (las del agua y el aire), sino restar intrinsicidad a dichas propiedades en relación con los cuerpos que las poseen; pero, sobre todo, implica una capitulación parcial ante las teorías hasta entonces dominantes, que daban prioridad ontológica al peso sobre la ligereza: pues si todo cuerpo, excepto el fuego, es pesado también en su lugar propio, resulta obvio que el peso (absoluto o relativo, poco importa) es propiedad predominante en el conjunto de los elementos; y ello es necesariamente así para que resulten inteligibles ciertos fenómenos, exigencia contra la que de nada sirve —tal como hace ARISTÓTELES en II 3, 286 a 25-28— definir el peso como «privación de la ligereza» y no al revés (cf. n. 183 al texto). <<
[42] Pero no todos, porque es obvio que, aun formuladas de otra manera, las que hemos llamado leyes 3 y 6 conservaron su validez. <<
[43] Y ello sin contar con la pervivencia de una cierta concepción del éter como materia interastral sutilísima hasta su arrumbamiento definitivo por Einstein a principios de siglo. <<
[44] En Acerca de la generación y la corrupción, en cambio, diferencia los cuatro elementos a partir de las propiedades «táctiles» frío-caliente, húmedo-seco, que, agrupadas de dos en dos, permiten explicar a la vez las características de cada elemento (fuego: caliente y seco; aire: caliente y húmedo; agua: fría y húmeda; tierra: fría y seca) y su transformación recíproca (mediante la sustitución de una de las cualidades por su contraria y la conservación de la otra; v. gr.: el aire se transforma en agua al enfriarse, conservando, empero, la humedad). <<
[45] Ésta podría ser una razón de cierto peso para considerar, como parece apuntar Solmsen, que los dos primeros libros del tratado son en su mayor parte posteriores a los dos últimos, pues no es lógico suponer que Aristóteles partiera de una cosmología de dos elementos para llegar a una de cuatro cuando esta última era ya la imperante desde Empédocles, por lo menos. En cualquier caso, la reducción cualitativa de los elementos a ligereza y peso se efectúa por igual en toda la obra. <<
[46] En síntesis: puesto que hay dos extremos, uno que se superpone a todo otro elemento (el fuego), y otro que subyace a todos los demás (la tierra), el intermedio, para serlo realmente, ha de reunir ambas propiedades; ahora bien, eso exige que se desdoble a su vez en dos: uno que se superpone a alguno (el aire) y otro que subyace a alguno (el agua) (IV 5, 312a22-b2). Pero ¡nada impide que el intermedio sea uno solo y se superponga a la tierra a la vez que subyace al fuego! Compárese esta pretendida «deducción» con la también artificiosa, pero mucho más elegante, de PLATÓN en el Timeo 31b-32c. <<