La leyenda de Sleepy Hollow

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rama alguna cualquier cosa, sino que el tronco mostraba una herida en su corteza, como si hubiera sido alcanzada por un rayo. No tuvo apenas tiempo de respirar en paz, sin embargo, pues al punto escuchó un gemido largo y sentido.. Se puso a temblar; apenas podía controlar ahora la mandíbula y sus piernas; así y todo, armándose de valor de nuevo, siguió un poco más allá, y otra vez aliviado comprobó que aquello no había sido más que el sonido hecho por dos ramas que se rozaban a merced de la brisa... Salió Ichabod de los dominios del árbol, pues, pero no había escapado con ello al peligro que se cernía sobre él.

A unas doscientas yardas del árbol cruzaba el camino un arroyuelo que se precipitaba hacia una zona de légamos conocida como el pantano de Wiley. Para cruzarlo, unos troncos hábilmente dispuestos ofrecían el paso propio de un puente, y del lado de la corriente del arroyuelo varios castaños y robles, por cuyos troncos trepaba la hierba, se cerraban como una bóveda sobre aquel paso tan improvisado como eficaz. Algo en su interior, entonces, le hizo sentir una cierta aprensión, como si unos pasos más allá no hubiese otra cosa que una gruta oscura y sin salida. . Atravesar aquello, pues, le supondría la prueba más difícil de superar. Sabía bien el maestro, además, que fue entre aquellos árboles, robles y castaños, donde se escondieron los soldados que, más allá de la leyenda, tendieron la emboscada al mayor André; eso, y la leyenda en sí misma, hicieron que el puente fuera tenido por todos como un lugar maldito, que sólo debía cruzarse de noche y en compañía. . Y él iba solo.. Ahora comprendía bien el terror de sus alumnos cuando, con la oscuridad de los días de invierno, tenían que atravesarlo para regresar a sus casas una vez concluidas las lecciones.

Cuanto más se aproximaba su montura al riachuelo, más fuerte le latía en el pecho el corazón a Ichabod, como si le fuera a hacer saltar las costillas. Pero, respirando hondo, haciendo acopio de todo el valor y de toda la fuerza de voluntad que hubo de requerirse para no dar marcha atrás, fustigó violentamente a su caballo, le clavó los tacones de sus botas en los ijares, en la esperanza de que el penco saliese casi de estampida para cruzar aquello cuanto antes, pero el mal bicho que era aquel caballo, resabiado e indolente, no hizo más que un violento escorzo hacia su derecha, para que su jinete se golpeara de manera brutal contra un árbol.. El maestro, ahora tan enfadado como preso del pánico, y que a cada segundo que pasaba en aquel lugar sentía aún más miedo, tiró de las riendas, sin embargo, hacia el lado contrario, para herir en los belfos al caballo con el bocado y obligarlo así a seguir el rumbo que quería. . Más fue inútil; el penco se echó a galope, sí, pero no para cruzar lo que su jinete le indicaba, sino para tirarse de costado, violentamente, como si hubiera sido abatido por un disparo, contra unas zarzas repletas de espinas que había a la izquierda del camino. Aun maltrecho, se levantó Ichabod, volvió a montar y castigó con una dureza inimaginable al bruto, sacudiéndole con la fusta aún más fuerte que antes y clavándole los tacones de sus botas en los ijares con auténtica saña... El viejo Pólvora relinchó, se puso de manos y salió otra vez a galope... Mas justo cuando llegaba a la embocadura del puente se paró en seco, como las mulas... A punto estuvo de salir lanzado el maestro por encima de las orejas del penco, y si no lo hizo fue porque se agarró con fuerza al cuello de la bestia malvada...

Iba a castigarlo de nuevo con otra ración de fustazos, pero entonces percibió unas pisadas en el agua... Al tétrico amparo ofrecido por la bóveda de los árboles apenas vio una sombra informe, erguida, alargada y ancha, quieta, como abrigada en la oscuridad cual fiera dispuesta a lanzarse sobre el viajero que osara entrar en sus dominios.

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