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Tampoco faltaban las leyendas protagonizadas por mujeres, como aquella de la dama apenas cubierta con un velo vaporoso y blanco que se dejaba ver en la siempre tenebrosa Cañada de la Roca del Cuervo, donde había muerto en medio de una nevada... Cuando se aparecía, la pobre gritaba sus lamentos de manera tal que no podía por menos que poner de punta, los pelos de quienes la oían, sobre todo en mitad de las más inclementes y tormentosas noches de invierno. Mas, ni que decirlo tiene, estas historias juntas eran apenas nada en comparación con la que a todos emocionaba muy especialmente: la del jinete decapitado de Sleepy Hollow, al que, según decían varios de aquellos hombres que hacían su tertulia en el porche de Van Tassel, se había visto de nuevo, muy recientemente, recorriendo la comarca tan a menudo como en sus mejores tiempos, amarrando su caballo, cada noche, en cualquiera de las tumbas del camposanto de la iglesia del pueblo.
Ha sido a buen seguro lo apartado en que se alza esta iglesia cuanto, por lo que parece, hizo del recinto sagrado un punto de reunión ineludible de espectros y espíritus de toda laya. La iglesia se levanta, a fin de cuentas, sobre una loma rodeada de olmos y de algarrobos centenarios, entre los cuales destacan sobremanera los muros blancos del templo, que son como relámpagos de la pureza cristiana que pugna por lucir incluso en los más negros parajes. Una leve depresión del terreno conduce de la iglesia a un remanso de agua como de plata rodeado de árboles de altas copas a través de los cuales se observan a lo lejos las azules colinas del Hudson. Cuando se contempla el camposanto anejo a la iglesia, cubierto de hierba muy verde sobre la que parecen echarse a dormir los rayos del sol, embargados de tanta paz como rezuma, tienes la impresión de que en semejante lugar los muertos no pueden hacer otra cosa que no sea reposar eternamente, cual les corresponde... A uno de los lados de la iglesia se abre un hondo barranco por el que arrastra la corriente, sobre todo en los días de lluvia fuerte, troncos de árboles caídos, pedruscos arrancados de cuajo, ramas...; en el punto más negro y denso y hondo del torrente, no lejos del templo, hubo en tiempos un puente de madera; el sendero que llevaba hasta el mismo puente, el puente también, quedaba prácticamente cubierto por la densa sombra de los frondosos árboles cuyas ramas parecían no ya no dejar pasar el aire, sino estrangularlo; por eso, aun de día, era un lugar en el que sólo moraban las sombras; y de noche, la oscuridad más plena.
Tal era, al parecer, uno de los caminos que con mayor constancia frecuentaba el jinete decapitado de Sleepy Hollow. Y una de las historias que corría de boca en boca de todos los moradores de la región hablaba de que cierta noche, el viejo Brouwer, un tipo algo insolente, incrédulo y hasta hereje en lo que concierne a los fantasmas, al volver de Sleepy Hollow y antes de abandonar el valle por aquel camino se topó de golpe con el jinete, no ocurriéndosele otra cosa que hacer la tontería de seguirlo... Así, a galope tendido, fueron ambos, uno delante, otro detrás, a través de bosques, de malezas, entre las colinas, por las ciénagas... hasta llegar al puente... Allí, de súbito, el jinete se convirtió en un esqueleto reluciente, que se abalanzó sobre el viejo Brouwer para empujarlo con furia y hacerlo caer al torrente mortal, mientras rugían las copas juzgó en secreto como espía y fue fusilado. Hasta 1820 no pudieron ser trasladados a Inglaterra sus restos, que descansan desde entonces, con honores de héroe, en la abadía de Westminster. Acaso la leyenda venga de que, cuando se hablaba de su desaparición, las gentes de Sleepy Hollow decían, primero en broma, luego convencidas, que no había sido capturado, sino raptado por los fantasmas. Las autoridades norteamericanas tardaron además mucho tiempo en admitir que lo habían fusilado.