Capítulo 13
FESTINES OBSCENOS
Cabe comparar la moral de los jesuitas con la de los Misterios paganos, contra los que la Iglesia romana desencadena las iras de su vengativo Dios. Si la Iglesia tuvo también sus ritos misteriosos, ¿serían tan nobles, puros y morales ni más propicios a la ejemplaridad de una vida virtuosa? Oigamos lo que dice Niccolini respecto a los modernos misterios del claustro.
En la mayor parte de monasterios y más particularmente en los de capuchinos y reformados, comienza por Navidad una serie de fiestas que no terminan hasta Carnaval, y en ellas se entregan los monjes a toda clase de juegos y diversiones, celebran suntuosos banquetes y acuden al refectorio gran número de vecinos si está el convento enclavado en una población de segundo orden. Por Carnaval son todavía más espléndidos los festines, en cuyas mesas parece que la abundancia hubiese derramado cumplidamente su cuerno, a pesar de que ambas órdenes son mendicantes (57). Al sombrío silencio del claustro sucede entonces el bullicioso jolgorio del festín, y en las tétricas bóvedas resuenan cantos muy distintos de la salmodia. Termina la fiesta con un animado baile, en que para demostrar sin duda cómo el voto de castidad ha desarraigado en ellos todo apetito carnal, se presentan vestidos de mujer los monjes más jóvenes y los demás en traje de caballero seglar. No podría por menos de repugnar al lector la escandalosa escena que a todo esto se sigue. Baste decir que con frecuencia he sido espectador de semejantes saturnales (58).
El ciclo está en descenso, y a medida que desciende, la naturaleza física y pasional del hombre cobra mayores bríos a costa del Yo superior (59).
Seguramente que apartaremos disgustados la vista de esa farsa religiosa llamada cristianismo moderno, para convertirla a las nobles creencias de la antigüedad.
En el Libro de los Muertos, que Bunsen califica de “inestimable y misterioso libro”, leemos un discurso que se supone dirigido por el difunto en representación de Horus, enumerando todo cuanto ha hecho por su padre Osiris. Entre otras cosas, dice el dios:
30. Yo te di el espíritu.
31. Yo te di el alma.
32. Yo te di el cuerpo (la fueza).
En otro pasaje, la entidad a que el difunto llama “Padre” representa el espíritu humano, pues el versículo dice:
Yo llevé a mi alma a que hablase con su Padre, con su Espíritu (60).
Los egipcios creían que su Ritual era de inspiración divina, lo mismo que para los induístas lo son los Vedas y la Biblia para los judíos. Según Bunsen y Lepsius, la palabra hermético equivale a inspirado, porque Thoth, la Divinidad en persona, revela a sus elegidos los arcanos de las cosas divinas, de modo que en los libros heméticos hay pasajes enteros que los egipcios suponían “escritos por el mismo dedo de Thoth” (61).
Por su parte dice Lepsius:
En un período posterior es todavía más distinguible el carácter hermético de estos libros, pues en la inscripción grabada sobre un ataúd correspondiente a la vigesimosexta dinastía, anuncia Horus al difunto que el mismo Thoth le ha traído los libros de su palabra divina o Escrituras herméticas (62).