Capítulo 20
APOLOGÍA DEL REGICIDIO
Dice acerca de este asunto el P. Manuel Sa:
La rebelión de un eclesiástico contra el rey no es crimen de lesa majestad, porque los eclesiásticos no son súbditos del rey (81).
Añade el P. Juan Bridgewater:
No solamente es lícito a los súbditos, sino que se les requiere como exigido deber a que nieguen obediencia y rompan la fidelidad al príncipe siempre que así lo ordene el Vicario de Cristo, soberano pastor de todas las naciones de la tierra (82).
El P. Juan de Mariana va todavía más lejos al decir:
Si las circunstancias lo exigieran, será lícito aniquilar con la espada al príncipe que haya sido declarado enemigo público... No creo que obre mal quien satisfaciendo a la opinión pública atente contra la vida de tal príncipe, pues no solamente es acción lícita sino loable y gloriosa (83).
Pero la más delicada muestra de sus cristianas enseñanzas nos las da el propio P. Mariana en otro pasaje de la obra precedentemente citada, que dice así:
Soy de opinión que al enemigo no se le debe envenenar con drogas ni ponerle ponzoña en la comida o bebida; pero con todo, será lícito este procedimiento en el caso de que tratamos, pues quien matase al tirano sería sumamente favorecido y alabado, porque acción gloriosa es exterminar de la sociedad civil a esta raza dañina y pestilente. Y así no conviene forzar a quien haya de morir por tirano a que él mismo tome el veneno interiormente, sino que sin su intervención se lo aplique otra persona externamente, pues cuando el veneno tiene mucha fuerza, basta que se derrame por el asiento o por los vestidos para quitar la vida (84).
No es extraño que, según afirma Pasquier, atentase de este modo el jesuita Walpole contra la reina Isabel de Inglaterra (85).
Burton Robertson, catedrático de historia contemporánea en la universidad de Dublin, dio en 1862 una serie de conferencias sobre: La masonería y sus peligros, en las que por todo apoyo recurrió al abate Barruel (86) y a Robinson (87), pues ya es costumbre en todo campo recibir fruiciosamente al desertor del contrario y absolverle de toda culpa.
Por otra parte, la Asamblea antimasónica celebrada en los Estados Unidos el año 1830 aceptó por razones políticas aquella jesuítica proposición de Puffendorf, según la cual “a nada obligan los juramentos absurdos e impertinentes ni tampoco los que Dios no acepta” (88). Pero todo hombre honrado rechazará, seguramente, tan burdo sofisma, convencido de que el código del honor humano obliga infinitamente más que cualquier juramento prestado sobre la Biblia, el Corán o los Vedas.
Los esenios jamás juraban sobre cosa alguna; pero su sí y su no valía más que un juramento. Así, es muy extraño que naciones tituladas cristianos hayan establecido el juramento obligatorio en los tribunales civiles y eclesiásticos en diametral oposición al divino mandamiento (89). Por nuestra parte opinamos que no sólo es absurdo sino anticristiano sostener que un juramento no obliga si Dios no lo acepta, pues ningún hombre, por infalible que sea, puede penetrar el pensamiento de Dios (90). Únicamente la tendenciosa conveniencia puede dar la explicación de semejante despropósito.
Ningún juramento tendrá fuerza bastante para ligarnos, hasta que se universalice la convicción de que la humanidad es el más sublime reflejo del Supremo Ser en la tierra y todo hombre una encarnación de Dios; hasta que el sentimiento de responsabilidad personal esté tan vigorizado en el hombre, que repugne el perjurio como el mayor agravio inferido a sí mismo y a sus semejantes. La palabra de honor obliga a cuanto hoy no puede obligar el juramento.
SOFISMAS ANTIMASÓNICOS
Resulta, por consiguiente, un abuso de confianza pública apoyarse, como Robertson lo hizo en sus conferencias, en parciales y tendenciosos testimonios. No es, según dicen ellos, “el malicioso espíritu de la masonería en cuyo corazón se acuñan las calumnias”, sino el del clericalismo católico y sus corifeos. Ninguna confianza merece el hombre que intente conciliar el honor con el perjurio.
Clamorosamente presume el siglo XIX de mayor civilización que los precedentes, y más clamorosa es todavía la presunción clerical de que el cristianismo redimió al mundo de la idolatría y de la barbarie. Pero ni el siglo ni la Iglesia tienen razón, según hemos visto en el transcurso de esta obra. La luz del cristianismo sólo ha servido para alumbrar la hipocresía y los vicios estimulados por sus tergiversadas enseñanzas (91) y para poner de relieve cuánto nos aventajaban los antiguos en el concepto del honor. La errónea doctrina de la redención y el continuo insistir del clero en la fragilidad del hombre y su completa subordinación a los designios de la Providencia han desvanecido en el cristiano el sentimiento del propio respeto y de la confianza en sí mismo, hasta el punto de que entre los llamados impíos e incrédulos han de buscarse los hombres de recia voluntad y carácter entero.
Cuéntase de Hiparco que, desesperado por la vergüenza y oprobio resultantes de su perjurio, dióse la muerte, y tan odiosa memoria dejó entre las gentes, que nadie sepultó su cadáver, tendido a orilla del mar en la isla de Samos (92). Esto sucedía en tiempos del paganismo; pero en nuestros días los noventa y seis delegados asistentes al congreso antimasónico de los Estados Unidos (93) demandan por una parte el respeto debido a honrados caballeros, y por otra aducen jesuíticos sofismas contra la validez del juramento masónico. El Congreso, apoyado, según decían, en “las más eminentes autoridades de filosofía moral y en los inspirados (94) autores que escribieron antes de existir la masonería”, resolvió que como “el juramento es un convenio entre el hombre por una parte y el supremo Juez por otra, y siendo todos los masones infieles, y por lo tanto indignos de la confianza social, forzosamente han de ser sus juramentos ilegales y sin obligación ninguna" (95).
Pero volviendo a los cargos que contra la masonería acumula Robertson en sus Conferencias, vemos que principalmente les acusa de no creer en un Dios personal (96) y de que presumen poseer el secreto de mejorar a los hombres y hacerlos con él más dichosos que con sus doctrinas la Iglesia apostólica. Aunque esta doble acusación tuviese algo de verdad, denotaría que los masones se han apartado del Cristo mítico y del bíblico Jehovah; pero en sus dos extremos es tan malévola como absurda, según veremos.
No nos mueve ningún sentimiento personal en estas consideraciones sobre la masonería, cuyos originarios estatutos respetamos profundamente (97); pero combatimos la adulteración de principios en que modernamente ha degenerado por intrigas de los cleros católico y protestante. La masonería presume de ser la más pura organización democrática y está monopolizada por los plutócratas y los ambiciosos. Se presenta como maestra de la verdadera ética y es en realidad la propagandista de la teogonía antropomórfica. En el primer grado de iniciación oye el aprendiz de labios del venerable que toda categoría social se queda a las puertas de la logia, pues allí todos son hermanos sin distinción entre el monarca y el mendigo; pero en la práctica es la masonería servil cortesana de cualquier regio vástago que con propósito de valerse de ella para fines políticos se digne ponerse el un día simbólico vellocino.
DEGENERACIÓN DE LA MASONERÍA
De la decadencia de la masonería podemos juzgar por lo que dice Yarker:
Nada perdería la asociación masónica si adoptara una más elevada norma de compañerismo y moralidad con exclusión de todo boato y de cuanto lleva en sí fraudes, imposturas, concesión de grados y otros abusos inmorales... Tal como está hoy gobernada la confraternidad masónica, va convirtiéndose rápidamente en el paraíso de la buena vida, del caritativo hipócrita que olvidando el consejo de San Pablo decora su pecho con la “joya de la caridad”, y en cuanto obtiene la “púrpura” desdeña a sus hermanos más capaces aunque menos ricos. Tal es el fabricante de mezquino oropel masónico, el ruin mercader que estafa a miles de incautos prevalido de las dúctiles conciencias de los pocos que hacen caso de sus O. B. Tales son los “emperadores” masónicos y otros charlatanes que obtienen poderío y riquezas gracias a los pujos aristocráticos con que captan la voluntad del vulgo... Creemos haber apuntado suficientemente la relación de los ritos masónicos con los de la antigüedad, así como la pureza del rito templario inglés de siete grados, del que derivaron espuriamente muchos otros (98).
No es nuestro intento revelar secretos que hace tiempo divulgaron masones perjuros, pues todo cuanto de esencial haya en los símbolos, ritos y consignas que hoy emplea la masonería, lo conocen las hermandades orientales, aunque no exista entre éstas y aquélla comunicación alguna (99).
Pero si algunos masones han aprendido un tanto de la masonería esotérica, gracias al estudio de libros herméticos y de su trato personal con “hermanos” del remoto Oriente, no ocurre lo mismo con la generalidad de masones norteamericanos, a quienes conviene advertir que ha llegado el tiempo de restaurar la masonería y restituirla a los límites que le señalaron las primitivas hermandades, con cuyo espíritu se envanecían en el siglo XVIII los fundadores de la masonería puramente especulativa. Desde entonces ya no hay secretos masónicos, pues la Orden va convirtiéndose en una asociación degradada por gentes egoístas y malévolas.
El Consejo supremo del rito antiguo y aceptado, reunido recientemente en Lausana, se pronunció en contra de la impía creencia en un Dios personal con atributos humanos, en la siguiente declaración: “La masonería proclama, como viene proclamando desde su origen, la existencia de un Principio creador denominado el “Gran Arquitecto del universo”. de esta declaración protestó una exigua minoría de masones, diciendo que “la creencia en un Principio creador no satisface ni equivale a la creencia en Dios que la masonería exige de todo candidato”.
Esta opinión, por entero favorable al concepto del Dios personal, tuvo en su apoyo al general Alberto Pike, una de las mayores autoridades de la masonería norteamericana, quien dice:
No es un término nuevo sino renovado el del Principio creador. nuestros numerosos y formidables adversarios dirán con razón que ese Principio creador es idéntico al Principio generador de los indos y egipcios, simbolizado antiguamente en el Linga... Si aceptáramos este Principio en vez de un Dios personal, equivaldría a renegar del cristianismo y del culto de Jehovah para volver a revolcarnos en las pocilgas paganas (100).
¿Son acaso más limpias las del jesuitismo? La alusión a los “numerosos y formidables enemigos” lo explica todo, pues no hay para qué decir que son los católicos y parte de los presbiterianos reformados. En vista de lo que masones y antimasones dicen unos de otros, cabe la duda de qué bando teme más al contrario, aunque no vale la pena atacar a una asociación que, como la masonería, no se atreve a tener creencias propias por temor de suscitar querellas. Si los juramentos masónicos significaran algo y las penas con que se conmina a los perjuros no fuesen irrisorias, ¿cómo podrían enterarse los profanos de lo que ocurre puertas adentro de la logia? El “hermano terrible” resulta tan bufo como el general Bum-Bum de Offenbach, y los millones de afiliados que se extienden por el mundo poco valen si no aciertan a mantenerse unidos parra desafiar a sus adversarios. Parece como si el “místico nudo” estuviese atado con cordeles de arcilla y la masonería fuera un juguete a propósito para satisfacer la vanidad de unos cuantos dignatarios que se complacen en ostentar insignias y bandas. ¿Acaso es su autoridad tan falsa como su antigüedad? Así parece en efecto; pero como también las pulgas tienen sus pulgas, hay en la América del Norte católicos alarmistas que intentan asustar a los masones amenazándoles con la unión de la Iglesia y el Estado bajo el patronato de Roma, como última y lógica consecuencia del desenvolvimiento de los principios protestantes. Viene esto a propósito de que el secretario de Marina R. W. Thompson publicó recientemente una obra titulada: El papado y el poder civil, cuya corrección de lenguaje no merecía ciertamente la dureza con que le atacaron, primero un sacerdote católico de Washington y después el jesuita Weninger, quien derrama sobre el autor toda una redoma de iracundia que parece destilada en las bodegas del Vaticano, según se infiere de las siguientes palabras:
INTEMPERANCIAS DE WENINGER
Las afirmaciones de Thompson respecto al forzoso antagonismo entre la Iglesia católica y las libres instituciones del país, denotan ciega audacia y deplorable ignorancia. El autor prescinde de la lógica, de la historia, del sentido común y de la caridad, y aparece ante el leal pueblo norteamericano como un hipócrita de menguada inteligencia. Ninguna persona culta se atrevería a repetir las manoseadas calumnias tantas veces controvertidas... En réplica a la acusación que de enemiga de la libertad lanza contra la Iglesia, le diré que si este país se convirtiese algún día al catolicismo o si los católicos por estar en mayoría se apoderaran del gobierno, se desenvolverían ampliamente los principios constitucionales y quedarían verdaderamente unidos en todos los Estados de la república. Entonces viviría el pueblo en armónica paz al amparo de la única fe, y todos los corazones latirían al unísono en el amor de la patria, henchidos de caridad e indulgencia para con sus mismos calumniadores... Puede mandar el autor su libro al zar de Rusia y al emperador de Alemania por ver si en premio le nombran caballero de las órdenes de San Andrés y del Águila Negra; pero de los patriotas norteamericanos de claro entendimiento no espere otra condecoración que la del desprecio. Mientras palpiten los corazones americanos al calor de la sangre de nuestros padres, serán inútiles los esfuerzos de Thompson y de cuantos le secunden. Los genuinos norteamericanos protegerán siempre a la Iglesia católica, y por último se unirán a ella... Soltamos el libro que acabamos de refutar como se arroja una piltrafa a los cernícalos de Texas, es decir, a los que se regodean con la hediondez de la mentira y la calumnia (101).
Mientras los norteamericanos quedan advertidos para entrar en el seno de la Iglesia católica, nos complacemos en saber que un tan conspicuo masón como León Hyneman (102) ha combatido durante treinta años la tendencia de erigir en dogma masónico el concepto de un Dios personal, diciendo a este propósito:
En vez de desenvolverse la masonería al compás del progreso científico y de la mentalidad general, se ha desviado de sus primitivos propósitos de confraternidad y toma notoriamente matiz sectario. Así se infiere con toda evidencia del empeño con que mantiene en su ritual las sectarias innovaciones en él introducidas... Parece como si la masonería de este país se mostrase tan indiferente a la antigua índole de la Orden como lo fueron en el siglo pasado los masones adheridos a la Gran logia de
Londres (103).
La Orden del Temple fue la última sociedad secreta que poseyó colectivamente algunos de los misterios orientales, aunque tanto en el siglo pasado como en nuestros días hubo, y tal vez hay, “hermanos” aislados que fiel y secretamente trabajaban bajo la dirección de las fraternidades orientales y que al afiliarse a alguna asociación masónica de Europa la instruyeron en todo lo que de importante han sabido los masones, lo cual explica la analogía entre los Misterios de la antigüedad y los grados superiores de la masonería. Estos misteriosos hermanos jamás descubrían, ni aun entre sí, los secretos de la asociación a que se afiliaban, pues eran mucho más sigilosos que los mismos masones, y cuando consideraban a alguno de estos digno de su confianza le iniciaban secretamente en los misterios orientales, sin que los otros supieran ni una palabra más de lo que sabían.
Nadie ha podido sorprender la actuación de los rosacruces, cuyo organismo y finalidad son todavía, como siempre lo fueron, desconocidos para el mundo, y más particularmente para su enconado enemigo el clericalismo, a pesar de los supuestos descubrimientos de cámaras secretas, velarios llamados “T” y fósiles caballeros de lámparas perpetuas, y a pesar también de las engañosas confesiones que el tormento arrancaba a los teósofos, alquimistas, cabalistas, fingidos templarios y falsos rosacruces que murieron en la hoguera.
LOS MODERNOS TEMPLARIOS
En cuanto a los modernos caballeros templarios y a las logias masónicas que pretenden descender directamente de la antigua Orden del Temple, no poseen ni poseyeron nunca ningún secreto peligroso para la Iglesia, cuya persecución contra ellos tuvo desde un principio apariencias de farsa, pues, según dice Findel, los grados escoceses, o sea la ordenación templaria, data tan sólo de los años 1735 a 1740, y siguiendo sus tendencias católicas, establecieron su residencia principal en el colegio de jesuitas de Clermont, en París, por lo que se le denominó rito de Clermont.
El actual rito sueco tiene también algo del elemento templario, pero está libre de la influencia jesuítica y no se entremete en política (104).
Sobre la presumida filiación de los actuales caballeros templarios dice Wilcke:
Los actuales caballeros templarios de París pretenden descender directamente de la antigua Orden y tratan de probarlo por medio de sus reglas internas, enseñanzas secretas y otros documentos. Según Foraisse, la masonería nació en Egipto y Moisés comunicó sus enseñanzas a los hebreos, Jesús a los apóstoles, y pro este camino llegaron hasta los templarios. Todas estas invenciones necesitan los templarios parisienses para apoyar su pretensión sin que las apoye la historia, pues todo este artificio se tramó en el capítulo superior de Clermont al amparo de los jesuitas, que por entonces contaban con el favor de los Estuardos.
De aquí que el obispo Gregoire (105) y Münter (106) se declaren en pro de los actuales templarios.
Entre estos y los antiguos no hay a lo sumo otra analogía que la adopción de ciertos ritos y ceremonias de índole eclesiástica, astutamente incorporadas por el clero a la antigua Orden, que desde entonces fue perdiendo la primitiva sencillez de carácter hasta su total ruina.
La Orden del Temple fue instituida el año 1118 por Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer con el aparente propósito de proteger a los peregrinos de Jerusalén, pero con el verdadero objeto de restaurar el primitivo culto secreto. Teocletes, sumo sacerdote de los nazarenos juanistas, instruyó a Hugo de Payens en la verídica historia de Jesús y del cristianismo primitivo, y posteriormente otros dignatarios de la misma secta le iniciaron en sus misterios (107). Su oculto designio era libertar el pensamiento y restaurar la religión única y universal. En un principio hacían voto de pobreza, castidad y obediencia, de suerte que fueron los verdaderos discípulos del Bautista, que se alimentaba en el desierto de langostas y miel silvestre. Tal es la verdadera y tradicional versión cabalística.
Es un error creer que la Orden de los templarios no se declaró contra el dogma católico hasta sus últimos tiempos, pues desde un principio fue herética en el sentido que la Iglesia da a esta palabra. La cruz roja sobre manto blanco simbolizaba, como entre los iniciados de los demás países, los cuatro puntos cardinales del universo (108). Cuando más tarde tomó la Orden carácter de logia y comenzaron las persecuciones, hubieron de reunirse los templarios muy secretamente en la sala capitular, y para mayor seguridad en cuevas o chozas levantadas en medio de los bosques, con objeto de practicar las ceremonias propias de su institución, al paso que en las capillas públicas celebraban el culto católico.
Aunque eran infamemente calumniosas la mayor parte de las acusaciones levantadas contra los templarios a instigación de Felipe IV de Francia, había fundamento para inculparles de herejía, según el criterio dogmático de la Iglesia romana. Los actuales templarios no pueden conciliar su fe en la Biblia con la pretensión de ser directos descendientes de aquellos nazarenos que no creían en la divinidad ni en la misión redentora de Cristo ni en sus virtudes taumatúrgicas ni en los principales dogmas católicos, como la transubstanciación, los santos, las reliquias y el purgatorio. El Cristo era para los nazarenos un falso profeta; pero a Jesús lo respetaban como hermano. San Juan Bautista era su Maestro; pero nunca le tuvieron en el concepto que lo tiene la Biblia. Por otra parte, respetaban las doctrinas de la alquimia, astrología y magia, así como los talismanes cabalísticos y seguían las enseñanzas de sus jefes.
Sobre el particular dice Findel:
En el siglo pasado, cuando la masonería se consideraba engañosamente hija de los templarios, era muy difícil creer en la inocencia de esta Orden, pues se acumularon contra ella multitud de patrañas e imputaciones no comprobadas, con deliberado propósito de sofocar la verdad. Los masones, admiradores de los templarios, recogieron la documentación del proceso, publicada por Moldenwaher, en donde se probaba la culpabilidad de la Orden (109).
LOS CABALLEROS DE MALTA
Esta culpabilidad consistía únicamente en su discrepancia de los dogmas de la Iglesia romana. Mientras los verdaderos “hermanos” sufrían muerte ignominiosa, los hermanos espurios formaron una secuela de los jesuitas, por lo que los masones sinceros deben rechazar con horror toda relación con ellos, dejándolos solos con su ascendencia.
Dice sobre la materia el comandante Gourdin:
Los caballeros de San Juan de Jerusalén, llamados también hospitalarios y de Malta, no eran masones sino que, por el contrario, parecen haber sido enemigos de la masonería, porque el año 1740 el Gran maestre de la Orden de Malta ordenó publicar en esta isla la bula pontificia de Clemente XII y prohibió bajo severas penas las reuniones masónicas. Con este motivo se marcharon de la isla algunos caballeros y muchos ciudadanos, y al año siguiente, 1741, la Inquisición empezó a perseguir a los masones. Seis caballeros fueron desterrados perpetuamente de la isla por haber asistido a una reunión masónica. Al revés de los templarios, no tenían los caballeros de Malta ceremonia secreta para el ingreso den la Orden, y por esto le fue imposible a Reghellini procurarse un ejemplar del ritual secreto, pues no le había (110).
Sin embargo, los masones caballeros templarios comprenden tres grados: Rosacruz, Templario y de Malta (111). Así es que no pueden envanecerse los caballeros templarios de la herencia recibida de los jesuitas, pues no tienen más remedio que aceptar la descendencia de los primitivos herejes y anticristianos cabalistas templarios, o confesar su filiación jesuítica y tender sus cuadriculadas alfombras sobre la plataforma del ultramontanismo. De lo contrario, no pasarán de pura pretensión sus alegaciones.
La pseuda y clerical orden de los templarios tuvo origen en Francia al amparo de los adictos a los Estuardos, según afirma Dupuy; y como sus favorecedores no han perdonado medio para encubrir su procedencia jesuítica, no es extraño que un autor anónimo (112) se esfuerce en defender a los templarios de la inculpación d herejías, con lo que despoja a aquellos mártires del librepensamiento de la aureola de respeto que se habían aquistado.
La falsa orden de los templarios se fundó en París el 4 de Noviembre de 1804 con una constitución amañada al efecto, y desde entonces ha venido contaminando a la masonería legítima, según declaran los más conspicuos masones. La Carta de transmisión (113) tiene visos de tan remota antigüedad, que, según confiesa Gregoire (114), le hubiera bastado este documento para desvanecer toda duda respecto a la procedencia de la orden (115).
El jesuita conde de Ramsay fue el primero en exponer la idea de que los templarios se habían refundido con los caballeros de Malta. Dice a este propósito:
Nuestros ascendientes los cruzados se reunieron en Tierra Santa desde todos los puntos de la cristiandad y resolvieron constituir una fraternidad que comprendiese a todas las naciones, con objeto de que ligadas en corazón y alma se mejoraran mutuamente y pudiesen con el tiempo representar un solo pueblo intelectual.
LOS TEMPLARIOS BASTARDOS
Por esta razón se unieron los templarios a los caballeros de San Juan, quienes constituyeron una hermandad masónica denominada “Masones de San Juan”. En el Sello rasgado (1745) se lee la siguiente impudentísima falsedad, digna de los hijos de Loyola: “Las logias estaban dedicadas a San Juan, porque cuando las guerras santas de Palestina los caballeros masones se refundieron con los caballeros de San Juan”.
Según afirma Thory, el año 1743 se inventó en Lyon el grado de caballero Kadosh, que simboliza la venganza de los templarios. Sobre lo cual dice Findel:
La orden del Temple fue abolida en 1311, y los caballeros se vieron en la precisión de secularizarse en 1740 por no serles posible mantener su unión con la orden de San Juan de Malta, algunos de cuyos individuos habían sido desterrados de la isla por masones, pues la orden estaba entonces en la plenitud de su poderío y bajo la soberanía del romano pontífice.
Por su parte, Clavel, una de las más prestigiosas autoridades de la masonería, añade a este propósito:
Es evidente que la orden francesa de los caballeros templarios no remonta más allá de 1804, y que en manera alguna puede titularse sucesora de la sociedad denominada: Resurrección de los Templarios ni tampoco ésta se dilata en su origen a la genuina y primitiva orden del Temple.
Así vemos que los templarios bastardos forjan en el año 1806 en París, bajo la dirección de los jesuitas, el famoso Estatuto Larmenio, y veinte años más tarde, ya constituidos en asociación tenebrosa, mueven manos asesinas contra uno de los más nobles príncipes de Europa, cuya muerte quedó en el misterio por intrigas políticas con afrenta de la verdad y la justicia. Este príncipe, afiliado a la masonería, fue el postrer depositario de los secretos de los legítimos caballeros templarios, que durante cinco siglos habían eludido toda indagación y celebrado reuniones trienales en Malta (116), mientras los falsos templarios, los caballeros papistas, dormían tranquilamente, sin remordimiento de sus crímenes.
Dice a este punto Rebold:
Y a pesar de todo, no obstante el embrollo que los jesuitas armaron de 1763 a 1772, sólo habían logrado entre sus diversos propósitos el de desnaturalizar y desprestigiar la institución masónica, y para complementar su disolvente labor organizaron una orden titulada: Oficialidad de los templarios en confusa amalgama del espíritu de las cruzadas con las quimeras de los alquimistas, que estuvo desde un principio supeditada al clericalismo y se movió como sobre las ruedas representativas del propósito que presidiera la fundación de la Compañía de Jesús (117).
De aquí que, a pesar del origen precristiano de la masonería, se hayan incorporado todos sus ritos y símbolos al cristianismo y de que éste le haya comunicado su sabor, pues antes de que el neófito sea admitido en la logia ha de afirmar su creencia en un Dios personal (118) y asimismo en Cristo con relación a los grados del Campamento, mientras que los primitivos templarios creían en el desconocido e invisible Principio de que emanan las potestades creadoras, impropiamente denominadas dioses, y se atenían a la versión nazarena, según la cual fue Ben-Panther el pecador padre de Jesús, quien se proclamó “hijo de dios y del Hombre” (119). Esto da la explicación de los terribles juramentos que sobre la Biblia se exigen a los masones y de la servil analogía de sus leyendas con la cronología bíblica. Así, por ejemplo, al conferir el grado de rosacruz, forman en línea los caballeros, y al acercarse el neófito al altar procede el capitán de la guardia a proclamarlo caballero diciendo: “A la gloria del Gran Arquitecto del Universo (120), bajo los auspicios del Soberano Santuario de la antigua y primitiva masonería etc.”. después, el caballero orador de la logia da un golpe y participa al neófito que las narraciones masónicas se remontan a cuarenta siglos (121) y que hacia el año 2188 antes de J. C. colonizó Mizraim el Egipto y echó los cimientos de una monarquía, cuya duración fue de 1663 años (122).
Desde luego, se echa de ver el gran error de cómputo que denota este número, aunque concuerde piadosamente con la cronología bíblica. Por otra parte, los nueve nombres míticos de la Divinidad que, según los masones, se conocieron en Egipto en el siglo XXII antes de J. C., se encuentran en monumentos de doble antigüedad, en opinión de los más notables egiptólogos, sin contar con que los masones desconocen dichos nombres.
Lo cierto es que la masonería moderna difiere muy radicalmente de la en otro tiempo secreta confraternidad universal, cuando los adoradores de Brahma, simbolizado en AUM, intercambiaban sus signos y consignas con los devotos del TUM. Entonces eran “hermanos” los adeptos de todos los países de la tierra.
EL NOMBRE MISTERIOSO
¿Cuál era, pues, aquel Nombre misterioso, aquella poderosa Palabra por cuya virtud obraban maravillas los iniciados indos, caldeos y egipcios?
Dice Horus:
Yo conocí los espíritus de An. Por glorioso que sea, no pasa adelante si no me da la Palabra (123).
En otro himno, el alma transfigurada exclama:
Abridme el camino de Rusta. Soy el Supremo Ser revestido como el Gran Ser. ¡Ya estoy aquí! ¡Ya he venido! Deliciosos son para mí los reyes de Osiris. Yo creo el agua por virtud de la Palabra. No he visto los secretos ocultos. Yo di verdad al sol. Soy pureza. Me adoran por mi pureza (124).
En la envoltura de una momia se lee:
Yo soy el supremo Dios (Espíritu) existente por Sí mismo y creador de Su nombre... Yo conozco el nombre de este supremo Dios que está allí.
Los enemigos de Jesús le acusan de obrar milagros, y los discípulos nos lo muestran expeliendo demonios por virtud del Nombre inefable. Los fariseos creían firmemente que Jesús había hurtado del santuario el sagrado Nombre. Los discípulos delatan su creencia en el pasaje siguiente:
Y haciéndolos presentar en medio, les preguntaron: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros esto?
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
... Sea notorio a todos vosotros... que en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo Nazareno (125).
En este pasaje, el nombre de Jesucristo no significa su propio nombre, sino aquel otro Nombre en cuya posesión y conocimiento estaba Jesús de Nazareth por efecto de su iniciación, aunque los judíos le acusaran de haberlos sustraído. Además, Jesús afirma repetidamente que siempre obra en el Nombre del Padre y no en el suyo. Pero ¿qué masón moderno ha oído pronunciar este Nombre? El mismo rito masónico declara que lo desconocen, pues el orador le dice al neófito, en el acto de la iniciación, que las consignas recibidas en los grados precedentes son otras tantas corrupciones del verdadero nombre de Dios grabado en el triángulo y que, por lo tanto, lo substituyen con otra palabra. Lo mismo sucede en las logias azules, cuyo Maestro representa al rey Salomón y conviene con el rey Hiram en que la palabra *** substituirá a la del Maestro hasta que tiempos más sabios descubran la verdadera. De los miles de diáconos que ayudaron a iniciar a los neófitos y de los muchos maestros que musitaron al oído del supuesto Hiram Abiffs la mística palabra que les sostenía en los cinco puntos de la hermandad, ¿quién sospechó la verdadera significación ni siquiera de esta palabra sucedánea?
EL VENERABLE “MAH”
No pocos maestros de la masonería actual supondrán que está relacionado con la “médula de los huesos”, porque ignoran que el nombre del místico personaje, llamado venerable MAH por los adeptos orientales que le obedecen, es abreviatura de la primera sílaba de las tres que componen la sustituyente palabra masónica. El Mah vive actualmente en un lugar que tan sólo conocen los iniciados, circuido por desiertos impenetrables, que no se atreverán a cruzar los misioneros, porque están llenos de peligros que arredran a los más audaces exploradores. Sin embargo, durante siglos ha estado resonando en los oídos de los neófitos este ininteligible retintín de vocales y consonantes, como si aun tuviese virtud suficiente para desviar de su aéreo curso un vellón de cardo. Como el cristianismo, es la masonería un cadáver abandonado hace mucho por el espíritu.
A este propósito copiaremos la carta que nos envió el conspicuo masón Carlos Sotheran (126) y dice así:
Nueva York, 11 de Enero de 1877.
En respuesta a su carta, tengo mucho gusto en proporcionarle los datos que desea respecto a la antigüedad y circunstancias de la masonería actual. Mi placer es mayor al considerar que puesto pertenece V. a las mismas sociedades secretas, puede mejor apreciar la necesidad de mantenerme reservado en algunos puntos. Con mucha razón dice V. que la masonería, como las fracasadas religiones del día, tiene un pasado fabuloso. No es extraño que la Orden haya visto estorbadas sus civilizadoras funciones con menoscabo de su utilidad, por efecto de los muchos obstáculos que se le han puesto y el cúmulo de absurdas leyendas bíblicas entremezcladas con su historia. Afortunadamente, el movimiento antimasónico promovido en los Estados unidos en este mismo siglo, despertó en gran número de investigadores el deseo de indagar el verdadero origen de la Confraternidad masónica, determinando con ello una favorable reacción. El movimiento de América se propagó a Europa y en ambos continentes salieron a la defensa de la Orden masones tan conspicuos como Rebold, Findel, Hyneman, Mitchell, Mackenzie, Hugan, Yarker y otros, cuyas obras son hoy día valiosos documentos históricos, de suerte que las enseñanzas, jurisprudencia y ritual de la masonería no son ya un secreto para los profanos cuyo buen criterio les permita comprenderlas tal como están expuestas.
Acertadamente dice V. que la Biblia es la mayor luz de las masonerías europea y americana, pues la cosmogonía bíblica y el concepto teístico de Dios son sus piedras angulares. También parece que su cronología está basada en la de la revelación, y así afirma el doctor Dalcho que la masonería es coetánea de la creación del mundo. No es maravilla, pues, que tal o cual pundit asegure que Dios fue el primer Gran maestre y Adán el segundo, quien inició a Eva en el gran misterio, como después lo fueron las sacerdotisas de Cibeles y las señoras Kadosh. Otra autoridad masónica, el reverendo doctor Oliver, relata con toda seriedad los pormenores de una logia cuyo gran maestre era moisés y su gran diputado era Josué, y Aholíab y Bezaleel los grandes guardianes.
Como dice V. muy bien, en los misterios masónicos desempeña importante papel el templo de Salomón, que según han demostrado los arqueólogos modernos, no es ni de mucho tan antiguo como se supone y cuyo nombre denota su místico carácter, pues Salomón es palabra formada de Sol-Om-On, nombres del sol en tres distintos idiomas. Esta y otras fábulas, como la colonización masónica del Egipto antiguo, han atribuido a la Orden un origen que en realidad no tiene, pues las mitologías griega y romana resultarían insignificantes en comparación de cuarenta siglos de historia legendaria. Las hipótesis egipcia, caldea y otras de que se valieron los inventores de “grados elevados”, han tenido su corto período de preeminencia. La última “hacha por afilar” ha sido consecutivamente la fecunda madre de la esterilidad.
Ambos estamos de acuerdo en que el antiguo sacerdocio tuvo doctrinas esotéricas y ceremonias secretas. De la hermandad de los esenios, derivada de los gimnósofos induístas, procedieron sin duda alguna las sodalias de Grecia y Roma. según las describen los autores paganos. De ellas copiaron ritos, consignas, señas, etc., las comunidades medioevales, pues así como las actuales asociaciones obreras de Londres son hijuelas de los antiguos gremios, así también los masones operativos eran trabajadores con más elevadas pretensiones. La palabra masón deriva etimológicamente de la francesa macon (albañil), que a su vez procede de la raíz normanda mas que significa casa. Y de la propia suerte que las citadas asociaciones londinenses concedían de cuando en cuando el título de socio libre a los extraños, también hicieron lo mismo los gremios de masones, como sucedió con Elías Ashmole, fundador del Museo Ashmoleano, que fue recibido en la comunidad de Warrington el 16 de Octubre de 1646. El ingreso de estos masones libres en la Hermandad operativa prepararon el camino para la gran revolución masónica de 1717, de que nació la masonería especulativa. El falso masón Andrson redactó las Constituciones de 1723 y 1738 para el régimen de la primera “Gran Logia de masones libres y aceptados de Inglaterra”, de donde las han copiado todas las logias del mundo. Para cohonestar Anderson el amaño de estas Constituciones, tuvo la audacia de afirmar que los reformadores de 1717 habían destruido todos los documentos relativos a la masonería inglesa; pero afortunadamente, Rebold, Hughan y otros publicistas encontraron en el Museo Británico, la Biblioteca Bodleiana y otros establecimientos de pública erudición, datos bastantes acerca de los masones operativos para rebatir lo dicho por Anderson.
LA CARTA DE UN MASÓN
Opino que los mismos autores han demostrado también concluyentemente la apocricidad de la Constitución de Colonia de 1535 y de las cuestiones que se suponen entresacadas por el anticuario Leylande de un manuscrito de Enrique VI de Inglaterra, en las que se atribuye a Pitágoras la fundación de una logia en Crotona a la que se afiliaron muchos masones, de los cuales pasaron algunos a Francia donde hicieron muchos prosélitos que con el tiempo difundieron la institución por Inglaterra. Al arquitecto constructor de la catedral de San Pablo en Londres, Cristóbal Wren, se le llamó “Gran Maestre de los masones libres”, pero fue tan sólo el Maestre o Presidente de la corporación de los masones operativos de Londres. Si respecto a las Grandes Logias que actualmente tienen a su cargo los tres primeros grados simbólicos, se han urdido tantas y tan groseras fábulas, no es extraño que haya ocurrido lo mismo con los grados superiores de la masonería, con mucho acierto tenidos por incongruente mezcolanza de principios contradictorios.
Por otra parte, resulta muy curioso que la mayoría de las corporaciones masónicas en que intervienen los grados superiores, como el “Rito escocés antiguo y aceptado”, el “Rito de Aviñón”, la “Orden del temple”, el “Rito de Fessler”, el “Gran Consejo de los Emperadores de Oriente y Occidente”, los “Soberanos Príncipes masones”, etc., etc., sean la progenie de Loyola. El barón Hundt, el caballero Ramsay, Tschudy, Zinnendorf y otros institutores de grados en estos ritos, obraban según instrucciones recibidas del general de los jesuitas, y tuvieron por nido incubador el “Colegio de jesuitas de Clermont”, en París, a cuya influencia estaban más o menos sujetos todos los ritos masónicos.
El “Rito escocés antiguo y aceptado”, hijo bastardo de la masonería, al que no reconocen las logias azules, fue invención del jesuítico caballero Ramsay, quien lo estableció en Inglaterra por los años de 1736 a 1738 con propósito de laborar por la causa de los Estuardos. A fines del siglo XVIII, unos cuantos masones aventureros reorganizaron el rito en la actual serie de treinta y tres grados, en Charleston (Carolina del Sur). Dos de estos aventureros, el sastre Pirlet y el maestro de baile Lacorne, fueron los precursores de un nuevo reorganizador llamado Gourgas, oficial de un buque mercante que viajaba entre Nueva York y Liverpool.
El médico Crucefix, apodado Goss y sedicente inventor de algunos medicamentos de índole sospechosa, introdujo en Inglaterra esta reforma masónica sin otra autoridad que un documento que decían firmado en Berlín por Federico el Grande el 1.º de Mayo 1786 para revisar la Constitución de los grados superiores del rito antiguo y aceptado. Sin embargo, las Grandes Logias de los Tres Globos de Berlín demostraron concluyentemente la falsedad de dicho documento, con cuyo apoyo se dice que el Rito antiguo y aceptado defraudó a los confiados hermanos de América y Europa miles de dólares, parra vergüenza de la humanidad.
Los modernos templarios a que se refiere V. en su carta, son sencillamente grajos engalanados con plumas de pavo real, que tratan de cristianizar a la masonería, pues admiten en su seno, sin distinción de nacionalidad ni fe religiosa, a todo el que crea en un Dios personal y en la inmortalidad del alma. Según la mayoría de los masones judíos, los templarios son idénticos a los jesuitas.
Extraño parece que cuando va debilitándose la creencia en un Dios personal, cuando la misma teología admite la imposibilidad de definir la idea de Dios, haya quienes intercepten y embaracen el camino para llegar a la general aceptación del sublime panteísmo de los antiguos filósofos de Oriente, renovado por Jacobo Boehme y Spinoza. En las logias de ésta y otras jurisdicciones se loa frecuentemente al Padre, Hijo y Espíritu Santo con disgusto de los masones judíos y librepensadores, que de este modo ven ofendidas sus particulares creencias. No sucede así en la India, donde la luz de una logia es indistintamente el Korán, el Zendavesta o los Vedas. Es preciso, por lo tanto, eliminar de la masonería el sectarismo cristiano, pues hay actualmente en Alemania logias que niegan la iniciación a los judíos no alemanes; pero los masones franceses se han sublevado contra esta tiranía, y el Gran Oriente de Francia admite aún a los ateos y materialistas, por lo que los demás Orientes repudian a los masones franceses, dando con ello prueba elocuente contra la supuesta universalidad de la masonería.
Mas, a pesar de sus muchas culpas (pues la masonería especulativa es falible como toda obra humana), no hay institución que haya realizado y esté dispuesta a realizar tantos esfuerzos a favor del progreso político y religioso de la humanidad. En el siglo pasado los iluminados predicaron por toda Europa “paz a la choza y guerra al palacio”. También en el pasado siglo lograron los Estados Unidos su independencia gracias al auxilio de las sociedades secretas, más eficaz de lo que se cree generalmente, pues masones fueron Washington, Lafayette, Franklin, Jefferson y Hamilton. En el siglo XIX, el general Garibaldi, masón del grado 33, fue el brazo ejecutor de la unidad de Italia, proclamada desde años antes por el también masón José Mazzini con arreglo a los masónicos o más bien carbonarios principios de libertad, igualdad, fraternidad, independencia y unidad.
La masonería especulativa tiene aún muchas tareas que realizar, y una de ellas es la de admitir a la mujer como colaboradora del hombre en las actuaciones de la vida, según han hecho recientemente los masones húngaros al iniciar a la condesa Haideck. Otra importante tarea es el reconocimiento práctico de la fraternidad humana, de modo que la nacionalidad, el color, creencia y posición social no sean obstáculos para el ingreso en la masonería. El negro no ha de ser tan sólo teóricamente el hermano del blanco, pues los masones de raza negra no son admitidos en las logias norteamericanas. Es preciso persuadir a la América del Sur a que participe en los deberes de la humanidad.
Si la masonería ha de ser, como se pretende, una escuela de ciencia progresiva y de religión progresiva, debe ir siempre a la vanguardia y nunca a retaguardia de la civilización. Pero si ha de contraerse a esfuerzos empíricos, a meras tentativas para resolver los más arduos problemas de la humanidad, debe ceder el puesto a quienes ventajosamente puedan sucederla, y entre ellos a uno a quien V. y yo conocemos, que en los días de sus esplendorosos triunfos inspiró tal vez a los dignatarios de la Orden, como a Sócrates le inspiraba su daimonion.
De V. sincero amigo,
Carlos Sotheran
EL TEMPLO DE SALOMÓN
Así se desmorona, cual otro Evangelio revelado, el épico poema de la masonería cantado por tantos y tan misteriosos caballeros. Como vemos, los mismos masones contemporáneos socavan y derruyen el templo de Salomón, que el vulgo masónico persiste en considerar como fábrica arquitectónica con arreglo a las descripciones exotéricas de la Biblia, pero que los estudiantes de la doctrina esotérica diputarán siempre por mítica alegoría de la ciencia secreta. Diluciden los arqueólogos si existió o no el templo de Salomón; pero ningún erudito versado en las terminologías cabalística y alquímica dudará de que es puramente alegórica la descripción del templo, según el tercer libro de los Reyes. La construcción del templo de Salomón simboliza la gradual adquisición de la magia o sabiduría secreta; la evolución de lo terreno en espiritual; la manifestación física del poder y gloria del espíritu por medio de la sabiduría y genio del constructor, que al convertirse en adepto supera en poderío al mismo rey Salomón, emblema del sol o Luz del mundo real y subjetivo que brilla en la obscuridad del mundo objetivo. Tal es el “templo” que puede edificarse sin golpeteo de martillos ni otras herramientas.
En algunos puntos de Oriente, la ciencia secreta se llama el “templo de siete pisos” y en otros puntos el “templo de nueve pisos”, cada uno de los cuales simboliza un grado de conocimiento. En todos los países orientales se llaman “constructores” los estudiantes y maestros de la ciencia secreta y de la religión de sabiduría, pues construyen el templo de los secretos conocimientos. A los adeptos activos se les da el nombre de operarios o constructores prácticos y a los neófitos se les llama constructores teóricos. Los primeros demuestran con obras su dominio de las fuerzas naturales, mientras que los segundos están aprendiendo los rudimentos de la sagrada ciencia. Los desconocidos fundadores de las primitivas asociaciones masónicas tomaron de Oriente estas denominaciones.
En la ordinaria terminología masónica se entiende por masones operativos los albañiles y artesanos que constituyeron el gremio hasta la época de Cristóbal Wren, y por masones especulativos los individuos de la Orden tal como está hoy constituida. A pesar de las adulteraciones de los intérpretes, se trasluce el significado original de las palabras atribuidas a Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Ya vimos lo que Pater y Petra significaban para los hierofantes, que transmitían al sucesor la interpretación trazada sobre tablas de piedra en la iniciación final. Una vez conocido el misterio de estas tablas, que le revelaban el misterio de la creación, el iniciado se convertía en constructor, pues ya estaba familiarizado con el dodecaedron o figura geométrica que sirvió de módulo a la construcción del universo. A lo aprendido en los anteriores grados de iniciación acerca de las reglas arquitectónicas, añadíase entonces el empleo de la cruz, cuyos equiláteros y simétricos brazos simbolizaban la planta del templo espiritual, y cuya intersección representaba, según Pitágoras, el punto primordial, el elemento de toda existencia, la primera idea concreta de la Divinidad. desde aquel momento era ya maestro constructor (127) y podía levantar el templo de sabiduría sobre la Petra y permitir que otro lo erigiese sobre tan firme cimiento.
Las insignias del hierofante egipcio eran una escuadra y un capacete cuadrado (128), sin las cuales no podía presentarse en ceremonia.
LA TAU PERFECTA
La tau perfecta, formada por el brazo vertical (129), el brazo horizontal (130) y el círculo mundanal, era atributo de Isis, que al morir un iniciado se colocaba sobre el pecho de su momia. Resulta, por lo tanto, muy extemporánea la pretensión de que la cruz es símbolo genuinamente cristiano, pues ya Ezequiel marca con la tau la frente de los hombres de Judá (131). Los antiguos hebreos trazaban la tau en esta disposición: .......; pero en los jeroglíficos egipcios aparece trazada en esta otra ........ o sea idéntica a la cruz cristiana. En el Apocalipsis vemos también que el “Alfa y Omega” (132) traza el Nombre del Padre en la frente de los electos (133).
Prueba de que Jesús era iniciado, maestro constructor o maestro masón, como ahora se les llama, la tenemos en que en las catedrales más antiguas aparece su efigie con los atributos masónicos (134).
Los maestros constructores supervivientes a la hermandad operativa del verdadero templo andan literalmente medio desnudos y medio descalzos, no por pueril ceremonia, sino porque, como el “Hijo del Hombre”, no tienen donde reclinar la cabeza, y sin embargo son los únicos poseedores de la Palabra. Les sirve de cable remolcador el sagrado cordel triple del sannyâsi o el cordón de que ciertos lamas cuelgan la piedra yu, cuyos talismanes, sin valor aparente, no trocaría ninguno de ellos por todas las riquezas de Salomón y de la reina de Saba. La caña de bambú de siete nudos del fakir puede tener tanta virtud como la vara de Moisés, que “brotó en el crepúsculo vespertino y llevaba grabado el glorioso NOMBRE, por cuyo poder obró maravillas en Mizraim”.
Pero estos “operativos trabajadores” no temen que los presidentes capitulares les traicionen y descubran sus secretos, pues no los recibieron de Moisés, Salomón ni Zorobabel. Si el hermano Moisés Miguel Hayes, que en Diciembre de 1778 (135) introdujo en la América del Norte la Real Arca Masonería, hubiese presentido las futuras traiciones, ciertamente que estipulara obligaciones más severas.
Verdaderamente, la magna y omnieficiente palabra del Arca Real, por largo tiempo perdida, pero ya encontrada, ha cumplido su promesa. La consigna de aquel grado ya no es: Yo soy quien soy, sino simplemente: Fui, pero no soy.
Para que no se nos tilde de vana presunción, daremos las claves de algunas cifras secretas de los más importantes grados masónicos, que, si no nos equivocamos, no han sido reveladas hasta hoy a los profanos (136), pues se mantuvieron celosamente reservadas en el seno de las distintas corporaciones. Como no nos liga promesa ni juramento alguno, no abusamos de la confianza de nadie. No es nuestro propósito satisfacer una frívola curiosidad, sino demostrar por igual a masones y jesuitas que no poseen secreto alguno digno de la atención de las fraternidades orientales, que con visera calada pueden quitar el antifaz a las asociaciones europeas, pues universalmente se reconoce que los profanos nada saben de los secretos de las supervivientes fraternidades.
CIFRAS SECRETAS
Los jesuitas emplearon algunas de estas cifras en tiempos de la conspiración jacobita, cuando la Iglesia se valía para fines políticos de la masonería sedicente sucesora de los templarios. Sobre esto expone Findel:
En el siglo XVIII, además de los modernos caballeros templarios, adulteraron los jesuitas el verdadero carácter de la masonería. Muchos autores masones, que conocían perfectamente aquel período histórico, aseguran que siempre influyeron los jesuitas perniciosamente en la fraternidad masónica... Respecto a los rosacruces masones, su primitivo objeto fue nada menos que favorecer y fomentar el catolicismo, y cuando esta religión tomó el manifiesto propósito de reprimir la libertad de pensamiento... los rosacruces redoblaron sus esfuerzos para detener en lo posible el progreso de la civilización (137).
Por otra parte, el Sincerus Renatus (138) dice que las reglas dictadas para el régimen de los “Rosacruces de Oro” ofrecían pruebas inequívocas de la intervención jesuítica.
Expondremos primeramente el sistema cifrado de los “Soberanos Príncipes Roscaruces” (139).
CLAVE DE LOS S P C
a b c d e f g h ij k l m n o p q r s t uv x y z &
CLAVE DE LOS CABALLEROS ROSA CRUZ DE KILWINING
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 10 11 12 13 14 15 16 17
a b c d e f g h i j ba o k kb kc kd ke kf kg kh
18 19 20 30 40 50 60 70 80 90 100 200 300 400 500 600 700 800 900 1000
ki kj ck dk ek fk gk hk ik jk l cl dl el fl gl hl il jl m
CLAVE DE LOS CABALLEROS KADOSH (140)
70 2 3 12 15 20 30 33 38 9 10 40 60 80
a b c d e f g h i k l m n o
81 82 83 84 85 86 90 91 94 95
p q r s t u v x y z
JEROGLÍFICO DE LOS CABALLEROS KADOSH (141)
PROCEDIMIENTOS CRIPTOGRÁFICOS
CLAVE DEL ARCA REAL
El alfabeto de esta clave tiene veintiséis letras divididas en dos series de trece, como sigue:
l.ª serie:
Estos mismos signos con un punto interior componen la
2.ª serie:
Hay dos procedimientos criptográficos para usar esta clave. Consiste el primero en alternar los signos uno sin punto y otro con él, de modo que correspondan a las veintiséis letras del abecedario inglés, conviene a saber:
El segundo procedimiento consiste en corresponder los trece signos impuntuados de la primera serie con las trece primeras letras hasta la m inclusive; y los trece signos puntuados con las trece letras restantes (de la n a la z).
Aleccionados indudablemente por sus expertos tutores, los jesuitas, perfeccionaron más tarde los masones del Arca Real su clave con la adición de signos correspondientes a la notación ortográfica y fonética, entre los cuales tenemos los siguientes:
Basta con lo expuesto (142). Ahora hemos de aducir algunas pruebas demostrativas de que el nombre de Jehovah, tan querido de los masones, podrá substituir pero nunca reemplazar al admirable Nombre perdido. Los cabalistas saben esto perfectamente, y en su secreta etimología del nombre ... demuestran concluyentemente que es uno de los muchos sucedáneos del verdadero Nombre, y resulta de la combinación de Iod, Vau y Heva o sea el nombre del primer andrógino (Adán) y de la serpiente femenina, símbolo de la divina Inteligencia emanada del espíritu creador (143).
Por consiguiente, no puede ser Jehovah en modo alguno el Nombre inefable. Si Moisés hubiese comunicado a Faraón el verdadero Nombre, no se hubiera resistido a la intimación, pues por una parte, los reyes de Egipto estaban iniciados y conocían dicho Nombre tan bien como quien de ellos lo había aprendido, y por otra parte, el Nombre era en aquellos tiempos común posesión de todos los adeptos del mundo (144). Pero Moisés, según el texto literal del Éxodo, habla a Faraón en nombre de Yeva (145), y de aquí que el monarca responda:
¿Quién es el señor (Yeva) para que obedezca a su voz? (146).
PRONUNCIACIÓN DEL “NOMBRE”
La forma nominativa de Jehovah empezó a usarse desde la innovación masotérica, cuando temerosos los rabinos de perder las claves de su doctrina, compuestas hasta entonces exclusivamente de consonantes, interpolaron entre ellas puntos representativos de las vocales. Pero los rabinos desconocían por completo la recta pronunciación del Nombre, y en consecuencia le dieron la fonética de Adonah y la gráfica de Ja-ho-vah, que resultó de esta suerte una adulteración del santo y verdadero Nombre. Ciertamente que los rabinos no podían por menos de ignorar la recta pronunciación, pues tan sólo el sumo sacerdote le conocía y comunicaba poco antes de morir a su sucesor, como es también ley entre los brahmâtmas de la India. Únicamente una vez al año, en la fiesta de expiación, podía el sumo sacerdote pronunciar muy quedo el Nombre tras el velo del íntimo recinto del santuario.
La cruel persecución emprendida contra los cabalistas que conocían el sagrado Nombre en premio de toda una vida de santidad, tuvo por causa la sospecha de que abusaban de su virtud (147).
El Libro de Jasher (148) abunda en alegorías cabalísticas, alquímicas y mágicas (149), y resume compendiadamente el Antiguo Testamento tal como lo tenían los samaritanos, esto es, el Pentateuco sin los libros de los profetas. Aunque los rabinos ortodoxos repudian el Libro de Jasher, parece que es anterior a la Biblia mosaica (150), de la propia suerte que los Evangelios apócrifos precedieron a los canónicos. Tanto el Libro de Jasher como los Evangelios apócrifos son una compilación de leyendas religiosas abundantes en milagros, cuya descripción no tiene congruencia alguna con la cronología ni el dogma.
En ningún otro libro aparece tan clara la diferencia entre los conceptos de Elohim y Jehovah, pues de este último tiene el Jasher el mismo que tuvieron los ofitas, es decir, que lo considera como emanación de Ilda-Baoth o Saturno. Según el Jasher, Faraón pregunta a los magos de su corte: “¿Quién es el de quien Moisés dice: Yo soy quien soy?” Y los magos responden: “Sabemos que el Dios de Moisés es el Hijo del Sabio, el Hijo de antiguos reyes” (151).
Ahora bien; quienes opinan que el Libro de Jasher es una leyenda compilada en el siglo XII, debieran explicar la anomalía de que en los libros canónicos no aparezca la pregunta de Faraón a los magos y sí la respuesta, según demuestran los pasajes siguientes:
Los príncipes de Tanis son necios. Los consejeros sabios de Faraón dieron un consejo necio. ¿Cómo diréis a Faraón: Yo soy hijo de sabios, hijo de reyes antiguos? (152).
Y paráronse el sol y la luna hasta que el pueblo se vengase de sus enemigos. Por ventura ¿no está escrito esto en el Libro de Jasher? (153).
Y mandó que enseñasen el arco a los hijos de Judá, como está escrito en el Libro de Jasher (154).
De esto se infiere por otra parte, que Jasher debió florecer antes de Josué y que le tuvieron los hebreos por autoridad en materia religiosa, por más que el actual Libro de Jasher sea tan sólo resumida y extractada copia del original y consideremos el Pentateuco como el primitivo asiento de los anales hebreos.
CONFUSIÓN DE NOMBRES
De todos modos, Jehovah no es el Anciano de los ancianos a que alude el Zohar, pues este tratado nos lo representa pidiéndole consejo a Dios para crear al hombre, y así dice:
El Constructor habló al Señor y le dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (155).
Jehovah es tan sólo el Metratón, uno de los eones pero no el superior, ni tampoco cabe identificarlo con la entidad llamada Memro (Palabra) por Onkelos ni con el Jahve ..., el Ser Supremo.
La enmarañada confusión de los nombres divinos derivó del sigilo en que los primitivos cabalistas mantuvieron el verdadero y de las cautelosas precauciones adoptadas por los alquimistas y ocultistas medioevales para salvar la vida. Por esto identificó el vulgo a Jehovah con el único y supremo Dios. Los ancianos de Israel y los profetas y rabinos de exquisita erudición distinguían entre ambos conceptos; pero como la diferencia de los nombres era de fonética y la pronunciación del verdadero acarreaba la muerte, ningún iniciado se atrevía a comunicarlo al vulgo. De esta suerte, la divinidad sinaítica se identificó andando el tiempo con “Aquél cuyo nombre conocen tan sólo los sabios”.
En la traducción bíblica de Capellus se lee:
Quienquiera que pronunciare distintamente el nombre de Jehovah, sufra pena de muerte.
Este pasaje contiene dos considerables errores. Por una parte, si Jehovah representa aquí la Divinidad, ya masculina, ya andrógina, está de más la h final que da terminación femenina al nombre, equivalente en esta forma al de Binah o tercera emanación. Por otra parte, traduce Capellus la palabra nokeb por pronunciar distinta o claramente, cuando su recto significado es pronunciar correctamente. Resulta, en consecuencia, que el bíblico nombre de Jehovah es el de una Potestad que en el concepto exotérico sustituyó al del supremo Dios.
Entre los muchos errores de traducción del Levítico, señala Cahen el que debidamente corregido denota que la prohibición no se refería en modo alguno al exotérico nombre Jehovah, que como los demás nombres equivalentes (156) podía pronunciarse impunemente.
La defectuosa versión del texto dice:
Y quien blasfemare el nombre del Señor, sea condenado a muerte (157).
Pero Cahen lo traduce fielmente, diciendo:
Y el que blasfemare el nombre del Eterno, morirá (158).
Los símbolos de los israelitas, como los de las naciones gentiles, estaban siempre directa o indirectamente relacionados con el culto del sol. El exotérico Jehovah bíblico es dual, a semejanza de las divinidades gentilicias, por más que David, opuesto a la ley mosaica, glorifique al señor diciendo que es Dios de dioses. Para nosotros, el “Señor Dios de Israel” merece la misma consideración que Brahmâ, Zeus y otras divinidades subalternas, pero no reconocemos en él al Dios de Moisés ni al “Padre” de Jesús ni el “Nombre” inefable de los cabalistas. Jehovah es probablemente uno de los elohimes, uno de los constructores que intervinieron en la formación (no creación) del universo, valiéndose para ello de la preexistente materia; pero no es ni pudo ser la incognoscible Causa que creó (bara) en la noche de la eternidad. Los elohimes forman y bendicen primero para después destruir y maldecir. Como Jehovah pertenece al orden de los elohimes, es alternativamente benéfico y maléfico, que primero castiga y después se arrepiente. Es el contratipo de Esaú y Jacob, los mellizos que simbolizan el principio dual de la Naturaleza. Así es que Jacob, por otro nombre Israel, es la columna de la izquierda, el aspecto femenino de Esaú o principio masculino y columna de la derecha. Cuando Jacob lucah con el Señor Malach-Iho se transmuta éste en la columna de la derecha y Jacob le llama Dios (159), aunque los intérpretes de la Biblia le hayan relegado a la categoría de ángel del Señor. Jacob le vence, como la materia suele vencer al espíritu, pero sale de la lucha con el muslo dislocado.
EL NOMBRE DE ISRAEL
El nombre de Israel significa el que lucha con Dios, y se deriva de Isaral o Asar, el dios solar llamado asimismo Suryal, Surya y Sur. El sol que “asciende sobre Jacob-Israel” equivale al dios solar Isaral que fecunda la materia, simbolizada en el femenino Jacob. Como de costumbre, esta alegoría tiene varios significados cabalísticos. También Esaú o Asu simboliza el sol, y como el “Señor”, lucha con Jacob y queda vencido. El dios solar lucha primero contra él y después se eleva sobre él en señal de alianza, según se infiere del siguiente pasaje:
Y salióle el sol luego que pasó de Fanuel; mas iba cojeando de un pie (160).
Jacob-Israel, en contraposición a su hermano Esaú, toma el nombre de Samael, cuyos homónimos son Azazel y Satán (161).
Si se arguyera que Moisés desconocía la cosmogonía induísta y no pudo tomar al regenerador y destructor Siva por modelo de su Jehovah, habríamos de admitir que todas las naciones dieron por maravillosa intuición a su divinidad exotérica el aspecto dual que vemos en el “Señor Dios de Israel”. Todas estas fábulas mitológicas son de por sí suficientemente significativas. Osiris, Jehovah y Siva simbolizan por excelencia el principio activo de la Naturaleza, las fuerzas que presiden la transformación de la materia, la vida y la muerte que perpetuamente construyen y destruyen bajo la continuada influencia del anima-mundi, alma universal o invisible y omnipotente e inmutable. Espíritu que preside la correlación de fuerzas siempre en armonía con la inmanente ley del universo. la Vida espiritual es el primordial principio superior; la Vida física es el primordial principio inferior; pero ambas son una sola vida en síntesis dual. Cuando el Espíritu se desliga por completo de la ilusión para restituirse a su originaria Causa, puede, si quiere, vislumbrar la eterna Verdad. Pero hasta entonces no forjemos ídolos a nuestra semejanza ni confundamos las sombras con la inextinguible Luz.
Grave error de nuestro siglo ha sido comparar la valía respectiva de las viejas religiones y mofarse de la Kábala y otras doctrinas tildadas de supersticiosas. Pero la verdad es todavía más sorprendente que la ficción, y al aplicar este aforismo al caso presente vemos que la sabiduría de las épocas arcaicas o la doctrina secreta de la Kábala oriental no se extinguió con los filoleteanos de la escuela ecléctica, pues todavía tiene la gnosis muchos aunque desconocidos fieles.
Antes de Mackenzie mencionaron otros autores las hermandades secretas, y la circunstancia de que se las tomara por ficciones noveleras contribuyó a que los adeptos mantuviesen más fácilmente el incógnito. Hemos conocido personalmente a varios de estos adeptos que muy a su gusto habían conversado con escépticos que, sin sospechar quién fuese su interlocutor, negaban la existencia de las logias y comunidades a que aquéllos pertenecían y se burlaban de las facultades en cuyo uso estaban de generación en generación durante siglos.
Algunos de dichos adeptos se entremezclan con los grupos de viajeros excursionistas, y hasta fines del feliz reinado de Luis Felipe los camareros y comerciantes de París les llamaban “nobles extranjeros”, creídos de que eran boyardos, nabaes indos o margraves húngaros que visitaban la capital del mundo civilizado para admirar sus monumentos y gozar de sus diversiones. Sin embargo, hay observadores que llevan lo que el mundo llama su chifladura al extremo de relacionar la presencia en París de estos misteriosos huéspedes con acontecimientos políticos que poco después ocurrieron, como por ejemplo, la notable coincidencia de que la revolución del 93 estallase a poco de haber estado en París unos "nobles extranjeros” que llamaron la atención pública por sus “sobrenaturales dotes” y místicas doctrinas. Pero los St. Germain y Cagliostros de este siglo siguen distinta táctica, porque les aleccionaron las diatribas y persecuciones del pasado.
LAS TUMBAS DE GORNORE
Hay hermandades secretas que no se relacionan con los sedicentes países civilizados y mantienen oculta en su seno la secular sabiduría. Estos adeptos podrían si quisieran atestiguar su incalculable antigüedad de origen con documentos comprobatorios que esclarecerían muchos puntos oscuros de la historia, así sagrada como profana; pero si los Padres de la Iglesia hubiesen conocido las claves de los escritos hieráticos y el significado de los simbolismos egipcio e índico, seguramente que no escapara a la mutilación ningún monumento antiguo, aunque la casta sacerdotal tuvo buen cuidado de anotar en sus secretos anales jeroglíficos todo cuanto con ellos se relacionaba. Estos anales se conservan todavía, por más que no sean del dominio público, y contienen el historial de monumentos desaparecidos para siempre de la vista de los hombres.
De cuarenta y siete tumbas reales que según los anales sagrados existen en las cercanías de Gornore, tan sólo se tenía pública noticia de diecisiete, según refiere Diodoro de Sicilia que visitó aquel paraje unos sesenta años antes de J. C. No obstante esta prueba histórica, podemos asegurar que todavía existen todas las tumbas, y a su número pertenece la descubierta por Belzoni en las montañas areniscas de Biban-el-Meluk. Los monjes coptos, de índole superior a los de otros ritos cristianos, cuyos solitarios monasterios están esparcidos por el desierto de Libia, conocen la existencia de estas tumbas; pero por razones que no nos incumbe apuntar, mantienen el secreto, aunque alguien crea que su hábito es disfraz de ocultas intenciones, más fáciles de llevar a cabo en aquellos desiertos parajes rodeados de tribus musulmanas. Sin embargo, los monjes griegos de Jerusalén y los peregrinos que anualmente acuden por Pascua de Resurrección a visitar el Santo sepulcro, tienen a los monjes coptos en mucha estima, y es fama que cuando estos se hallan presentes en la ceremonia, desciende milagrosamente de veras el fuego del cielo atraído por sus plegarias (162).
“Por la violencia se ha de alcanzar el reino de los cielos, y por la violencia lo alcanza el fuerte”. Muchos aspiran a entrar en el sendero que conduce a las secretas hermandades, y como la mayor parte se ven contrariados en su intento, se consuelan de la negativa diciendo que no hay tales hermandades. De los pocos admitidos fracasan las dos terceras partes en la prueba, pues la generalidad de los hombres no pueden resistir el rigor de la séptima regla constitucional de los legítimos rosacruces, de común aplicación a todas las hermandades secretas, según la cual “el rosacruz se ha de hacer por sí mismo sin que nadie lo haga”.
Pero no se crea que los candidatos fracasados en la prueba vayan a divulgar lo poco que se les enseñara, como hacen algunos masones, pues saben muy bien cuán difícil les fuera el intento. Así es que las hermandades secretas proseguirán su labor sin replicar palabra a quienes nieguen su existencia, hasta que les llegue la oportunidad de rasgar el velo para mostrarse abiertamente dueñas del campo.